El gobierno de Honduras ha logrado que se aprueben fondos por más de 90 000 millones de lempiras para atender la emergencia provocada por la COVID-19, pero en contraste con esta cifra, la precariedad campea en las salas de los centros asistenciales. La Secretaría de Finanzas publicó en su portal de transparencia el 29 de junio que se han ejecutado 4589 millones de lempiras, pero este dinero ha resultado insuficiente. En Tegucigalpa, San Pedro Sula y El Progreso se han emprendido campañas de donación para apoyar la operación de sus hospitales, hasta ahora abarrotados de pacientes y con más de 1200 miembros de su personal contagiado.

Texto: Allan Bu

Portada: Un miembro del personal de salud del Instituto Nacional Cardiopulmonar se desinfecta en la cabina de sanitización del centro médico. Tegucigalpa, 14 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Un médico se asoma a la puerta del Hospital Leonardo Martínez en San Pedro Sula. Usa una bata azul, gorro, guantes y mascarillas, pero en lugar de botas usa dos bolsas de recolectar basura. En la imagen se retrata la precariedad en la que trabaja el personal de salud de la red hospitalaria de Honduras que le hace frente a la pandemia.

Hay un contraste abismal entre el discurso oficial y el presupuesto aprobado para hacer frente a la COVID-19 con la realidad en la que navegan la mayoría de centros asistenciales en este país centroamericano. En los hospitales un día hay mascarillas, pero no hay trajes y al siguiente faltan las botas. Hay insuficientes insumos de protección personal y los médicos se han cansado de denunciarlo.

Las protestas de los profesionales no son en vano, desde el inicio de la pandemia a mediados de marzo hasta finales de junio la Secretaría de Salud confirmó que unos 1200 miembros del personal de salud se habían contagiado. Mientras el Colegio Médico de Honduras sostuvo que desde el comienzo de la pandemia a la fecha han perdido la vida 18 médicos, a causa del COVID-19.

Suyapa Sosa, jefa del servicio de neumonía del Instituto Cardiopulmonar u Hospital del Tórax en Tegucigalpa, tiene una definición clara para toda esta situación: «Es como una violación a los derechos humanos de toda la gente. Esto es una burla, los médicos nos sentimos menospreciados, después de que de alguna manera, somos los que estamos defendiendo a la población. No hay palabras. No sabemos dónde está toda esa cantidad de dinero que fue aprobada para la pandemia».

El 40 % del personal de Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital del Tórax están con incapacidad porque enfermaron de COVID-19, esto ha tenido como consecuencia que se disminuyan los cupos porque no hay personal. «Hay montón de deficiencias en las medidas de bioseguridad en esas áreas y así están todas las salas. Aquí no es que seamos cobardes, es que tampoco queremos ser héroes o mártires, pero tenemos una responsabilidad como personas y médicos», explica Sosa. 

Médicos con bolsas como botas atienden a familiares de pacientes en el Hospital Leonardo Martínez en San Pedro Sula.

El país con más presupuesto de la región para enfrentar la COVID-19

Cuando aún en Honduras no se había diagnosticado ningún caso de COVID-19, el 18 de febrero, con la aprobación de 100 millones de lempiras el Congreso Nacional comenzó a preparar el «muro de contención» contra la pandemia. La hemorragia de decretos que llevaban a la liberación de cientos de millones continuó cuando el Ejecutivo pidió al Legislativo la aprobación de 623 millones de lempiras en compras directas para la obtención de trajes de protección, hospitales móviles, respiradores mecánicos, remodelación de salas, camas, indumentaria, termómetros y contratación de personal médico.

Posteriormente, el 13 de marzo, el Poder Legislativo aprobó una partida de 12 400 millones de lempiras bajo el amparo de la Ley de Aceleración Económica y Protección Social Frente a los Efectos del Coronavirus. Además, el 17 del mismo mes, mediante Decreto Ejecutivo se ordenó a la Secretaría de Finanzas (Sefin), reorientar el 2 % del Presupuesto General de la República para atender la emergencia provocada por la pandemia. La cifra ronda los 3600 millones de lempiras.

La suma de millones no quedó ahí. Días después, el 1 de abril, la administración de Juan Orlando Hernández, fue autorizada por el Congreso Nacional para endeudarse hasta en 62 000 millones de lempiras para hacerle frente a la pandemia que ha tenido confinada a Honduras en los últimos 4 meses. Por esos días, organismos internacionales de crédito como el FMI, el Banco Mundial, el BID y el BCIE anunciaron la disponibilidad de 143 millones, 119 millones, 59,2 millones y 250 millones de dólares, respectivamente, como apoyo a Honduras para afrontar la crisis derivada de la COVID-19. Hay que decir que buena parte de estos fondos no están en las arcas del Estado de Honduras, sino que la Secretaría de Finanzas (Sefin) tiene la autorización para gestionar estos fondos ante la banca nacional y los organismos internacionales de crédito.

En su portal de transparencia, la Sefin anuncia que la Secretaría de Salud ha ejecutado en compra de equipo de protección personal, 48 millones de lempiras, y que en total ya gastó 527 millones en el combate a la pandemia. Desde el comienzo de la emergencia a mediados de marzo hasta el 29 de julio, se han ejecutado 4589 millones para atender la emergencia pero casi la mitad de ese presupuesto, unos 2100 millones de lempiras, ha sido ejecutado por Inversiones Estratégicas de Honduras, Invest-h, que destinó, según el detalle en el reporte de Sefin, 52 millones a la compra de equipo de protección personal. En cambio, para los hospitales móviles, que aún no prestan ningún servicio y cuya compra tiene todos los elementos de una estafa, se erogaron 1025 millones de lempiras.

Respecto a los países del istmo centroamericano, Honduras es el que cuenta con mayor presupuesto aprobado para combatir la pandemia. En el caso de sus vecinos El Salvador y Guatemala cuentan con 2000 millones de dólares disponibles para hacerle frente a la emergencia. Mientras que Costa Rica destinó el 1 % de su presupuesto.

Un médico permanece en espera del carro fúnebre en la entrada principal del Instituto Nacional Cardiopulmonar, mejor conocido como Hospital del Tórax. Tegucigalpa, 14 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

A pesar del presupuesto, los hospitales sobreviven con donaciones

En la red social Facebook hay una página de la Fundación Hospital Leonardo Martínez, donde se publica una gran cantidad de donaciones que ha recibido dicho hospital, el principal centro de atención para enfermos de COVID-19 en la costa norte. Batas, mascarillas, guantes, gorros, guías para suero, colchas, edredones, equipo médico, microondas, entre otros, son algunos de las donaciones recibidas en el centro asistencial.

Incluso, en esa página se encuentra el anuncio de una campaña llamada Yo me uno, en la que se invita a la población a aportar «un granito de arena» en una institución bancaria del país. La Fundación sostiene que los fondos irán a las cuentas del Leonardo Martínez.

Igual sucede en el otro hospital de San Pedro Sula, el Mario Catarino Rivas, cuya fundación de apoyo ha publicado una gran cantidad de donaciones de gel antibacterial, alcohol, pediluvios e insumos de protección personal. Una de las publicaciones agradece la donación de 1000 trajes quirúrgicos. En la misma cuenta esta fundación hace un llamado a los hondureños: «Apelamos al corazón de todas las personas que reciban este mensaje, ya sea mucho o poco lo que puedan donar. Estos fondos serán destinados a la segunda sala COVID del hospital».

También hay centros asistenciales como el Hospital del Tórax y el Hospital del Sur donde los médicos han iniciado campañas para recaudar fondos y poder comprar equipo de protección personal pues el que ha sido proporcionado por el gobierno simplemente no alcanza, aunque desde los entes oficiales digan los contrario.

En El Progreso, ante un escenario desolador, varias organizaciones de la ciudad impulsaron una campaña para recolectar donaciones en beneficio del hospital local. Organizaciones como Rotarac, Club Rotario, Club de Leones, Grupo de amigos del Hospital de El Progreso (Gadhepro) y grupo de Amigos de El Progreso (GAP) realizaron durante la semana una campaña para realizar contribuciones para suplir las necesidades existentes.

Incluso en su portal web, la Secretaría de Salud, registra numerosas y cuantiosas donaciones. Por ejemplo la de un banco hondureño que brindó equipo de protección personal a seis hospitales de Tegucigalpa: Hospital del Tórax, San Felipe, Hospital Escuela Universitario, Hospital María, Hospital Militar y el IHSS. El gobierno recibió millonarias donaciones de Global Links (organización que proporciona suministros médicos a países necesitados de todo el mundo) y World Vision, (dedicada al trabajo con niños). Entre ambas organizaciones entregaron 6,3 millones de lempiras para comprar equipo de protección de personal.

Suyapa Sosa del Hospital del Tórax aseguró a Contracorriente, que desde que el personal se enteró que sería el centro de referencia para COVID-19, la asociación de médicos del hospital comenzó a tomar medidas porque sabía que ser el centro de referencia en Tegucigalpa sería muy caro.

En el hospital han intentado captar fondos con algunas acciones en el ámbito local y también han iniciado una campaña para recaudar fondos en la plataforma GoFundMe que se denomina Todos Somos Tórax, misma que hasta el momento tiene unos 200 donantes y ya suma más de 16 000 dólares. La meta de recaudación es de 30 000 dólares.

Para darle transparencia a todos los fondos que han recibido, los médicos han solicitado la veeduría del Consejo Nacional Anticorrupción (CNA). Quieren respaldar el «gasto de cada centavo» porque han tenido gran apoyo de la gente en esta pandemia. «Haremos un informe con una lista de toda la gente que ha donado para la integridad que la Asociación de Médicos del Tórax quede intachable», afirmó Sosa, quien asegura que con los diversos apoyos que ha recibido el hospital se ha estado comprando insumos médicos, equipos de protección de personal y otros suministros. «Queremos seguir comprando mayor equipo de protección personal porque se necesita una infinidad de cosas que sabemos no vamos a tener una respuesta a corto plazo por la apatía o lentitud de la gente que maneja los presupuestos», añadió.

Una joven observa mientras el carro fúnebre sale con el cuerpo de su familiar fallecido por Covi19 en el Instituto Nacional Cardiopulmonar (Hospital del Tórax). Tegucigalpa, 14 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Sosa, reconoció que el gobierno ha enviado algunas cosas, pero que en ese centro las donaciones han sido un alivio y que otra salida es que los médicos han comprado su equipo de forma personal. «Mire, para ponerle un ejemplo, el gobierno nos viene y nos da 30 kits, esos se van en un turno de una sala. Nosotros ocupamos más de 500 equipos de protección al día. Es insuficiente lo que se nos da. Yo hoy entré sin botas. Así nos toca, hay días que se encuentran botas, otro día no, entonces nos ponemos bolsas mientras vienen los equipos y eso es todos los días. Se compraron cosas que no sabemos cómo se compraron. Enviaron equipos que no funcionan (ventiladores mecánicos), que están en la bodega y que lamentablemente no serán útiles para la emergencia», explicó.

Según el portal de transparencia. Invest-h, ha adquirido durante la pandemia 450 ventiladores mecánicos con un valor de 342 281 956.50 lempiras. Por otro lado, las denuncias de ausencia de equipo médico y equipos de protección de personal han sido constantes, pues al comienzo de la emergencia la doctora Suyapa Figueroa, presidenta del Colegio Médico de Honduras (CMH), reclamó por la ausencia de estos suministros en los centros hospitalarios: «el personal de la salud, que es quien está en riesgo inminente al contagio, y está desprotegido. Nosotros estamos comprando las mascarillas y los insumos con nuestro propio dinero», denunció.

En esa ocasión, Figueroa afirmó que las mascarillas N-95 y los trajes especiales para prevenir la pandemia no llegaban a los médicos y trabajadores de la salud, en cambio sí les llegaba a bomberos, militares, policías y hasta a los elementos de la Dirección de Investigación Policial (DPI).

El 13 de abril, en una protesta pacífica, el presidente de la Asociación de Médicos del Instituto Hondureños de Seguridad Social, Carlos Umaña, reclamaba: «queremos que Sinager (Sistema Nacional de Gestión de Riesgos) nos proporcione todo el equipo que se necesita a diario, sabemos que lo tienen, por lo que hoy estamos en representación de enfermeras y médicos en el país».

Por otro lado, un galeno que labora en el Mario Catarino Rivas y que prefirió mantener el anonimato, declaró que las autoridades de los centros de atención no están autorizados para hacer denuncias acerca de la precariedad y escasez. Pero es innegable que hay un problema, afirmó que a los médicos se les brinda una mascarilla N95 para 5 días, que para el uso médico es excesivo.

Una de las profesionales de enfermería que labora en el hospital móvil de Villanueva, que sirve como centro de triaje de este municipio, manifestó desde el anonimato que en todos los centros de atención es igual. Hay carencias, el día que hablamos en ese lugar no se estaban haciendo exámenes de hisopado (PCR). Es la realidad, miles de millones aprobados en presupuesto para el combate a la pandemia versus interminables carencias.

Pacientes solicitando los resultados de la prueba de la Covid-19 en el hospital móvil de Villanueva, Cortés. 9 de julio de 2020. Foto Deiby Yanes

No en pocas ocasiones se ha escuchado decir a funcionarios del gobierno de Juan Orlando Hernández que la alta demanda de productos de bioseguridad a nivel mundial ha provocado el desabasto de estos suministros en el hospital. Sin embargo, el empresario José Nolasco, asegura que Honduras es uno de los principales importadores de productos de bioseguridad.

El empresario sostiene que cuando se trata de trajes de bioseguridad, botas, guantes, mascarillas, entre otras, la llegada al país depende de cuánto quiera pagar el comprador: «si usted paga aéreo le viene aproximadamente en 15 días, por barco son 28 días después de que usted coloca la orden», dice con seguridad. Agrega, que estos tiempos se cumplen pese a que Honduras «la han castigado» en envíos desde China dejando sus pedidos prácticamente de último, pero aún así los productos no deberían tardar más de un mes para estar en el país: «todos estos productos, están hechos, nada está por hacer, si las cosas estuvieran por hacer se tardaría unos 60 días, pero todo está hecho», sostiene.

Incluso explicó que hay otras opciones pues, «desde Vietnam, un pedido se va a recibir en 8 días porque allá no “castigan” a Honduras». Por las razones que menciona, el empresario piensa que no hay motivo para esgrimir el atraso en pedidos. «Esta pandemia ha sido manejada por gente inescrupulosa que solo se ha dedicado a ver su bolsa, en todo lo que hacen van viendo que sacan y se han olvidado del fin primordial del estado que es la persona», señaló el empresario.

Nolasco también afirmó que todos estos productos en los puertos de entrada al país pasan muy poco tiempo «porque no paga impuestos, no se tardan en las aduanas».

Lo cierto es que después de 4 meses de pandemia, los médicos continúan denunciando que no hay equipos de bioseguridad. Las donaciones se convierten en un alivio en lo que parece ser una lucha desigual contra un enemigo invisible, que se vuelve más fuerte ante las acciones de un gobierno falto de transparencia e ineficaz.

El Salvador, Guatemala y Honduras suman más de 13 mil      muertes violentas de mujeres en los últimos ocho años. Aunque muchas de estas cumplen las características de las leyes para ser consideradas como femicidios, no se contabilizan como tales. Tampoco todas llegan a recibir justicia. En este primer episodio de Estación del silencio, un especial sobre violencias contra mujeres en Mesoamérica, hablamos de femicidio e impunidad en el norte de Centroamérica. 

Texto: Carmen Quintela Babío, Agencia Ocote

Ilustración: Alberto Rodriguez Collía

Especial Estación del Silencio*

A las mujeres las matan. En muchos casos, las matan en medio de un sistema de relaciones desiguales de poder, con ensañamiento, con violencia, con brutalidad. Las matan hombres, casi siempre. Y muchos casos quedan en la impunidad. 

El Salvador, Guatemala y Honduras son los tres países más peligrosos para ser mujer en Centroamérica. 

Estación del silencio (EDS) es un espacio imaginado por Agencia Ocote desde el nacimiento del medio en 2019, que busca exponer y promover la reflexión sobre las diversas formas de violencias que sufren las mujeres en la región mesoamericana. En EDS se busca exponer la realidad, debatir sobre las estructuras que permiten que se callen esas formas de violencia, pero también hallar las grietas por donde puedan asomarse los cambios.

EDS es una plataforma transnacional en la que medios y periodistas de la región, en alianza, investigan para dar una panorámica amplia sobre la situación de las mujeres en estos territorios. Este primer episodio de EDS reúne a El Faro, de El Salvador; a ContraCorriente, de Honduras; y a Agencia Ocote de Guatemala; y está patrocinado por Foundation for a Just Society (FJS). Durante seis meses, las periodistas investigaron expedientes judiciales, cifras y estadísticas y escucharon las narraciones sobre mujeres que fueron brutalmente asesinadas o que lograron salvar su vida.

Además, el artista guatemalteco Alberto Rodríguez Collía hace una reflexión gráfica sobre las historias que le compartieron las periodistas a cargo de las investigaciones en cada país. Rodríguez no ilustra, interpela.

Las muertes violentas de mujeres son muchas, pero no todas son catalogadas como femicidios, algunas por no tener las características y otras por omisión institucional, y la mayoría permanecen en la impunidad.

La violencia generalizada se suma a las desigualdades que atraviesan toda la región, al poco acceso a la educación, la falta de trabajo, las diferencias salariales, el racismo y la escasa representación política. 

La ley, la impunidad 

Cada país recoge una serie de circunstancias por las que una muerte violenta se considera femicidio. Y aunque en los tres hay coincidencias (que víctima y victimario mantengan o hayan mantenido en el pasado algún tipo de relación, que haya existido algún tipo de violencia previa o que la muerte se haya llevado a cabo con ensañamiento), la legislación en cada país exige más o menos pruebas para distinguir un femicidio de otro delito. 

En dos de los países del norte de Centroamérica existen leyes específicas establecidas para tipificar los femicidios. Guatemala fue el primer país en crearla. En 2008, se aprobó la Ley contra el Femicidio y otras formas de violencia contra la mujer, que establece penas de entre 25 y 50 años. 

En 2012, en El Salvador entró en vigor la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia. Esta norma tipificó por primera vez el feminicidio y diferentes modalidades de violencia de género. Para el sistema de justicia salvadoreño es necesario que se pruebe que el delito ocurrió con “motivos de odio o menosprecio” o que la víctima fue atacada “por su condición de mujer” para lograr una condena. Para el feminicidio las sanciones van de 20 a 50 años de prisión.

Honduras, a pesar de que no tiene una ley específica que aborde de manera integral la violencia de género, incluyó el tipo penal de femicidio en su Código Penal en 2013. Se estipularon unas sanciones de entre 30 y 40 años, aunque la reforma del Código Penal de 2018 —que se esperaba que entrara en vigor en junio de este año— redujo estas a entre 20 y 30 años.

Existen leyes. Existen características específicas. Y, aun así, las muertes violentas de mujeres que se dan en estas condiciones no siempre son perseguidas penalmente bajo el delito de femicidio. 

Fiscales, abogados y juezas aseguran en El Salvador, Guatemala y Honduras que los hechos suelen terminar con una calificación preliminar o con una sentencia condenatoria o absolutoria por delitos como homicidio, asesinato o parricidio, aunque tengan las características de femicidio. Sin que quede evidencia en el sistema judicial y en la narrativa social de que esas mujeres murieron por el hecho de ser mujeres.

En los tres países no se registran con rigurosidad los crímenes contra mujeres cometidos dentro de un sistema con unas condiciones desiguales de poder. Si un femicidio se juzga como tal, no sólo se reconoce a víctimas y sobrevivientes, también se contribuye a que una sociedad no omita que este fenómeno y estos crímenes suceden.

 “Reconocer lo que le pasó a la víctima es importante para que la sociedad no lo obvie… Es una medida ejemplarizante para otras mujeres y para la sociedad entera”, afirma la investigadora social y directora de la Asociación La Alianza en Guatemala.

El silencio

Con los datos en la mano, sabemos que en Guatemala, según información del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif), de 2012 a 2019 se realizaron 5,932 necropsias de mujeres víctimas de un hecho criminal. En este mismo período de tiempo, el Ministerio Público (MP) registra 16,443 casos abiertos por varios delitos en los que la víctima fue una mujer: homicidios, asesinatos, parricidios, ejecuciones extrajudiciales y femicidios.

Desde que se tipificó el delito de femicidio en 2008, el 13.4% de los casos de muertes violentas de mujeres fueron inscritos como femicidios en el MP. En estos 12 años, la suma es de 3,314 casos de femicidios y 24,650 casos de muertes violentas de mujeres en la Fiscalía.

En Honduras, el Ministerio Público registra 3,483 denuncias por muertes violentas de mujeres entre abril de 2013 —mes en el que entró en vigor el delito de femicidio— y julio 2019. De estas, 30 fueron registradas como femicidios. En este tiempo, en el Poder Judicial se ingresaron 104 casos por el delito de femicidio, que representan el 2.98% de las denuncias     

En El Salvador se reportan 3,015 muertes violentas de mujeres entre 2012 y 2019. En la Fiscalía General de la República, se presentaron 809 requerimientos por feminicidio e intento de feminicidio, pero 404 de esos 3 mil casos se admitieron con tipificación de feminicidio en audiencia preliminar: el 13.4%. 

En los tres países se registran 13,374  muertes violentas de mujeres entre 2012 y 2019. En El Salvador, 3,015; 5,932 en Guatemala y 4,427 en Honduras. Hasta ahora, es imposible determinar cuántos de todos estos hechos      debieron ser investigados y recibir justicia como femicidio porque el acceso a los expedientes judiciales es tortuoso y está blindado para el análisis y la investigación. En el caso de El Salvador, los expedientes de casos de violencia contra la mujer suelen tener reserva total para cuidar la dignidad y privacidad de las víctimas.

Estas denuncias y casos abiertos deben pasar por un proceso penal y recibir una sentencia condenatoria o absolutoria. Pero este proceso no siempre es rápido ni siempre termina en una sentencia. 

El Salvador registra 259 condenas emitidas por feminicidio (incluyendo simple y agravado) y 63 por intento de feminicidio, de acuerdo con la Fiscalía General de la República. En porcentajes, hablamos de que el 8.5% de muertes violentas de mujeres recibe una sentencia por femicidio.

En la Corte Suprema de Justicia de Honduras ingresaron 104 casos por femicidio desde 2014 hasta 2019. De estos, 23 han terminado en una sentencia que      en 15 casos (el 14.4% del total) fue condenatoria 

En Guatemala el porcentaje es algo mayor. Por los 3,314 casos de femicidio registrados en el Ministerio Público desde 2008, se emitieron 711 sentencias, 572 condenatorias, según la Fiscalía.      Las condenas representarían el 17.3 % de los casos.

Esta investigación transnacional partió con la idea de analizar las sentencias de muertes violentas de mujeres para examinar los patrones de los victimarios y verificar los criterios de los jueces a la hora de tipificar uno u otro delito.

Sin embargo, esto sólo se logró parcialmente en El Salvador. El equipo de El Faro analizó las únicas sentencias disponibles al público en la Corte Suprema de Justicia, de 82 víctimas de feminicidio y feminicidio tentado desde 2012. A pesar de que existen más sentencias y casos, el Órgano Judicial dice ser incapaz de dar cifras totales y procesadas porque algunos tribunales no tienen un sistema de seguimiento de expedientes penales. 

En Guatemala, el Organismo Judicial (OJ) asegura, a través de la Unidad de Información Pública, que las sentencias unificadas se encuentran en el Archivo de Tribunales, donde clasifican todos los fallos que ya están en firme. Sin embargo, para obtener los documentos, debe de darse el número de expediente, el año de la sentencia y el juzgado o tribunal que la emitió, información que no entrega el mismo OJ.

En Honduras, a pesar de que se solicitó por acceso a la información pública, el Poder Judicial no entregó información pormenorizada por casos. 

Lo sistémico del problema

En esta investigación narramos las historias de tres mujeres: Karla Paola, en Guatemala; Yoly, en El Salvador; y Heidy, en Honduras. Catorce, 42 y 39 años.

Dos femicidios y una tentativa. Dos condenas y un caso abierto, a la espera de sentencia.

Las historias de estas tres mujeres ilustran  las dificultades para que un caso se tipifique como femicidio; la complejidad para que se logre una condena, después de años de espera y de temor; las denuncias desatendidas.

También muestran los comportamientos violentos arraigados y el desprecio a las mujeres en el norte de Centroamérica. En palabras de Elsy Morales, jueza de instrucción y titular del Juzgado Especializado de la Mujer en San Miguel, El Salvador, “el hombre sigue considerando a la mujer como una cosa, como un objeto, y sigue queriendo disponer de su cuerpo”.

Y la desconfianza y el temor de las mujeres a denunciar la violencia de sus parejas, ante un sistema que no les da respuesta y que deja la puerta abierta a que la violencia física y psicológica termine en femicidio.

El enfoque de género es el gran ausente en los tres países. Expertas en violencia contra las mujeres en El Salvador, Guatemala y Honduras explican que no todos los fiscales y jueces están preparados para investigar y juzgar casos de femicidio. Dicen que no están familiarizados con este enfoque y que en las investigaciones y decisiones judiciales se cruza un sesgo machista.

“Prevalecen pensamientos machistas y de opresión a las mujeres, incluso en los mismos operadores de justicia”, dice Gilda Rivera, directora y fundadora del Centro de Derechos de Mujeres, en Honduras.

En los tres países hace falta personal e instituciones especializadas. En El Salvador, la Fiscalía General de la República tiene seis unidades especializadas, en Honduras hay dos y en Guatemala hay una Fiscalía contra el delito de Femicidio, pero sólo tiene cobertura en dos municipios.

Personal designado en las fiscalías especializadas hay 46 en El Salvador, 20 en Honduras y en Guatemala, 43 (contando fiscales, agentes y auxiliares). Pero, además de femicidios en el caso de El Salvador y Honduras deben investigar otros hechos de violencia contra las mujeres.

Aunque, según las estadísticas oficiales El Salvador y Guatemala tienen una tendencia a la baja de casos de femicidios, los tres países aún coronan las cifras más dramáticas de la región.

El norte de Centroamérica sigue siendo hoy un lugar en el mapa resaltado con tinta roja, donde las mujeres viven en una estación de silencio, de violencia, de impunidad.

*“Estación del silencio” es un proyecto transnacional coordinado por Agencia Ocote que investiga y reflexiona sobre las violencias contra las mujeres en Mesoamérica. Este texto es parte de la primera entrega sobre femicidios, en las que participan: Agencia Ocote (Guatemala), elFaro (El Salvador) y ContraCorriente (Honduras).

Con el financiamiento de Foundation for a Just Society, y el apoyo de Oak Foundation y Fondo Centroamericano de Mujeres

En Honduras, en las últimas 24 horas, 2 personas con sospechas de COVID-19 murieron en camino a diferentes centros de triaje, y un joven falleció afuera de un hospital. Los centros de atención sanitaria del país están colapsados y apenas han llegado 2 de los 7 hospitales móviles que compró Inversión Estratégica de Honduras (Invest-h), supuestamente para descongestionar el sistema de salud. Mientras tanto, el Ministerio Público (MP) abrió de oficio 11 líneas de investigación sobre esta y otras compras realizadas durante la pandemia. Esta investigación incluye a la Secretaría de Salud, la Comisión Permanente de Contingencias (Copeco), las donaciones al programa «Honduras Solidaria» y una donación de Corea en el Hospital de Atlántida. El presupuesto ejecutado para la atención a la emergencia asciende a 183 millones de dólares hasta el momento. 

El colapso de los hospitales se denunció desde hace varias semanas. En Tegucigalpa, cada día es más común ver largas filas de personas que esperan recibir atención en centros hospitalarios, o en las farmacias y establecimientos donde venden los tanques de oxígeno. Esta realidad choca con las declaraciones de autoridades como el viceministro de Salud, Roberto Cosenza, y el comisionado especial para la atención de la pandemia, Lisandro Rosales, quienes han insistido en que el sistema sanitario no está colapsado aún. Las decisiones de los encargados de la emergencia nacional: Invest-h, Copeco y la Secretaría de Salud bajo el mando del presidente Juan Orlando Hernández, siguen teniendo consecuencias, una de las más caras para el Estado fue la compra de siete hospitales móviles que prometieron estarían en el país para junio.  

Invest-h compró 7 hospitales móviles por un monto de 1200 millones de lempiras (48 millones de dólares) a Elmed Médical, una empresa que hace un par de semanas fue denunciada por la empresa SDI Global LLC por presunto fraude por parte de Alex López, representante de Elmed Medical, quien pidió una cotización y luego plagió la propuesta, fotografías, especificaciones e incluso su código de registro para operaciones internacionales. En Honduras, Marco Bográn, exdirector de Invest-h, es investigado por el  MP por la supuesta comisión[V1]  de los delitos de fraude, malversación de caudales públicos, abuso de autoridad y violación de los deberes de los funcionarios.

Lea más: Compra de hospitales móviles fue una estafa, las irregularidades de Invest-H continúan

Pero Bográn no es el único cuestionado, el MP abrió de oficio once líneas de investigación sobre compras realizadas durante la pandemia que incluye a la Secretaría de Salud, la Comisión Permanente de Contingencias (Copeco), las donaciones al programa Honduras Solidaria y donación de Corea en el Hospital de Atlántida. Hasta el momento los gastos durante la pandemia ascienden a 4589 millones de lempiras (183 millones de dólares) de acuerdo con el portal de transparencia de la Secretaría de Finanzas.

Jorge Galindo, vocero de la Agencia Técnica de Investigación Criminal (ATIC) adscrita al MP, señaló que esta semana la ministra de Salud, Alba Consuelo Flores, dará declaraciones y «se seguirán las investigaciones, no se descarta más decomiso de documentos de acuerdo con lo que se vaya dando en las declaraciones o en la misma investigación».

Una persona transporta un tanque de oxígeno en el baúl de su carro en las afueras del Hospital de Tórax. Tegucigalpa, 14 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Las compras de los hospitales móviles representan el 26 % del presupuesto total ejecutado durante la pandemia, en contraste con el 2 % que se invirtió en medicamentos, el 1.6 % en recurso humano y menos del 1 % que se invirtió en mejorar la infraestructura hospitalaria ya existente, como fue el caso del Instituto Nacional Cardiopulmonar (Hospital del Tórax) y los centros de aislamiento temporal que reciben migrantes deportados. 

La solución inmediata a la falta de capacidad hospitalaria ha sido el funcionamiento de centros de triaje en San Pedro Sula, en las instalaciones del Colegio de Ingenieros Civiles y Expocentro, además de los triajes móviles; mientras que en Tegucigalpa se encuentra uno en las instalaciones del Instituto Nacional de Formación Profesional (Infop), en la Colonia Mayangle, en la Universidad Católica de Honduras y este fin de semana comenzó a funcionar otro en el Centro Cívico Gubernamental. Sin embargo, ninguno de estos centros tiene capacidad para atender a pacientes graves y solo puede remitirlos cuando un hospital tenga un cupo para hospitalización.

En los hospitales, los médicos siguen denunciando la falta de insumo médico y ante esta situación en el Instituto Cardiopulmonar, hace dos semanas se comenzó a recaudar fondos para la compra de equipo de protección personal, en este hospital se consume diariamente 500 trajes de bioseguridad. De igual forma, semanas atrás un grupo de médicos del Hospital Escuela Universitario (HEU) realizó una colecta para comprar una carpa con el fin de realizar el triaje a pacientes con sospechas de COVID-19.

Además, el HEU realizó la compra de un tanque estacionario de oxígeno para aumentar la capacidad «lo que permitirá al centro asistencial tener alrededor de diez días continuos de suministro hasta el siguiente recambio», dijo Manuel Gamero, director de logística e infraestructura del HEU. La compra se hizo con fondos del HEU y no forma parte del presupuesto nacional designado para la pandemia.

En la carpa de triaje del portón número uno del Hospital Escuela Universitario, una enfermera toma la temperatura al personal que ingresa a trabajar en el «Turno A». Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.

Situación de los hospitales móviles y la investigación

El vocero de la ATIC le dijo a Contracorriente, que de las inspecciones que se hicieron en los predios donde se van a instalar los hospitales móviles «ingenieros civiles del MP constataron que no están dotados de: energía eléctrica, tuberías, aguas residuales, agua potable incluso los accesos no están listos para cuando lleguen los contenedores, entre otras anomalías que se lograron detectar luego de la inspección».

Uno de los hospitales se ubicará en las cercanías del Patronato Nacional de la Infancia (PANI), en Tegucigalpa, mientras que el otro se plantea quedar a un lado del Hospital Mario Catarino Rivas, en San Pedro Sula.

Desde junio Invest-h, señalaba que los terrenos estarían listos en julio y que solamente hacían falta ciertas instalaciones, entre ellas las de agua y energía eléctrica, hasta el momento estas obras no parecen haber avanzado.  A esto se le suma que hasta que los contenedores sean inspeccionados y posteriormente se movilicen a donde se instalarán, la población aún tendrá que esperar quince días de instalación para que comiencen a funcionar.

Para la adecuación de los terrenos en Tegucigalpa y San Pedro Sula, Invest-h, contrató en San Pedro Sula a Servicios de Mantenimiento y Construcción S.A. de C.V. (Sermaco), por un monto de 10 millones de lempiras (400 000 dólares) y para la supervisión a Gabinete Técnico (Gatesa) por 1 300 000 lempiras (52 000 dólares). Mientras tanto, en Tegucigalpa se contrató a Maquinaria y Proyectos por 10 millones de lempiras y a Consultores Asociados de Honduras (Conash), para la supervisión por 1 400 000 lempiras (56 000 dólares).

A pesar de que ya se contrató a estas empresas para que se encarguen de la instalación, las Fuerzas Armadas de Honduras apoyarán con la seguridad en el traslado y durante la instalación de los hospitales, además dos tenientes fueron asignados para administrarlos.

«La decisión de los hospitales móviles fue discutida ampliamente con varios miembros del gabinete, incluyendo a la junta interventora del IHSS, donde evaluamos esta solución integral junto al presidente de la república» recordó Bográn, cuando aún era director de Invest-h, durante una reunión que le pidió el Congreso Nacional para que rindiera un informe sobre la gestión, administración y ejecución de los fondos durante la emergencia.

Los hospitales se pagaron completamente desde abril y no se determinó alguna penalidad por la demora, a su vez no existió una solicitud de garantía de cumplimiento y de anticipo para respaldo y control, como señala una auditoría de la Asociación por una Sociedad más Justa (ASJ). 

«Esto es sumamente importante por el alto impacto que puede derivarse si el proveedor incumple con su entrega, en un contexto en que el tiempo es vital (…), Invest-h se adhirió a las condiciones establecidas por el proveedor, asumiendo todos los riesgos de la compra», añade el documento.

Los hospitales deben contener 91 camas: 10 de unidad de cuidados intensivos (UCI), 76 de unidad de alta dependencia, 2 para triaje y 3 para emergencia. Además de tuberías hidrosanitarias, 1 planta potabilizadora, sistema de esterilización, de radio protección y de trituración de desechos, unidad de rayos X y de ultrasonido, equipos de bioquímica y hematología.

Además, Invest-h señala que los hospitales son de infraestructura sólida y de estándar internacional, por lo que tiene que tener acabados de grado hospitalario con piso de vinil, techo con cielo falso de aluminio, puertas, ventanas, señalización hospitalaria, manga de conexión entre contenedores, paredes prefabricadas divisoras, rampa metálica y mampara para bloque de baños.

Mientras tanto, la información sobre los otros hospitales móviles es escasa. El portavoz del MP manifestó que en declaraciones que realizó Bográn la semana pasada como parte de las investigaciones «cuando se le consultó sobre la llegada de los otros 5 centros hospitalarios, él simplemente manifestó que no sabía cuándo llegarían a Honduras».

Sin embargo, la directora de Invest-h, Evelyn Bautista, anunció en la página oficial de la institución que recibió un correo del proveedor con los tiempos de entrega de los otros 5 hospitales, «El proveedor nos ha comentado que estos hospitales van a estar completados dentro de 3 a 4 semanas». Bautista añade que el traslado lo harán en 2 embarcaciones, una con 3 hospitales y otros 2 en la semana siguiente.

Pero por el momento nadie parece seguro de que realmente vendrán los hospitales, el propio ministro de la presidencia, Ebal Díaz, dijo durante una cadena nacional: «esperamos que los 5 hospitales restantes sean una realidad, pero si se identifican que hay problemas el Estado procederá de manera legal a recuperar el dinero».

Dentro de la carpa de triaje del Hospital María, una enfermera limpia la careta de plástico que forma parte de su equipo de trabajo. Tegucigalpa, 14 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

 Un Ministerio Público limitado

Más temprano, el día que el MP allanó la casa de Marco Bográn, un vehículo llegó para trasladar varias cajas con documentación a la vivienda de su madre, días después el MP también allanó esa casa donde encontraron en una bodega las cajas con documentación relacionada con el caso. Bográn brindó su declaración la semana pasada y posteriormente se tomó la declaración de 2 funcionarios más.  

Los 2 hospitales móviles llegaron a la zona norte el viernes pasado, el MP esperaba el desembarque para inspeccionar los contenedores, pero la Administración Aduanera les solicitó los documentos originales de factura comercial, conocimiento de embarque, permisos no arancelarios y documento de exoneración de la franquicia conocido como dispensa «cualquier otro proceso aduanero no está amparado en el marco jurídico que corresponde a la administración Aduanera de Honduras y en caso de proceder a la intervención de la mercancía contenida en el manifiesto de carga sin el debido proceso, no seremos responsables de cualquier daño o precinto fiscal», mencionaban en una carta.

Invest-H le entregó a la Administración Aduanera de Honduras una copia digital de las facturas originales que debían llegar este miércoles, en ellas encontraron incongruencias por lo que Invest-H tuvo que pedirle a Elmed Medical que corrigiera los documentos y los enviara nuevamente, ahora se espera que lleguen a Tegucigalpa este viernes. 

“Cabe aclarar que la equivocación en los correlativos en la facturación no es responsabilidad de INVEST-Honduras sino del proveedor de los hospitales de aislamiento móviles” señaló Invest-H durante un comunicado en el que también presentaba una fotografía de las facturas originales corregidas. 

En su cuenta de Twitter, el fiscal general adjunto, Daniel Arturo Sibrián, exigió a las autoridades de Invest-h remitir la documentación necesaria para poder inspeccionar los contenedores y que de no cumplir, el MP procederá legalmente por obstaculización de la ley, abuso de autoridad, encubrimiento y desobediencia.

«El MP ha determinado que estos contenedores no van a salir de la portuaria hasta no ser inspeccionados», agregó Yuri Mora, portavoz del MP.

Después de los procesos judiciales que enfrentaron los diputados con los casos presentados por la Misión de Apoyo Contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (Maccih), el Congreso Nacional aprobó el año pasado varias leyes que disminuyen y limitan las capacidades investigativas del MP.

Una de ellas se realizó en noviembre, mediante la Ley Especial para la Gestión, Asignación, Ejecución, Liquidación y Rendición de Cuentas de Fondos Públicos en donde se imposibilita la acción penal del MP en delitos relacionados con el uso y aprovechamiento indebido de recursos públicos como la malversación de caudales públicos y otros vinculados con la corrupción de los funcionarios, porque se establece que antes de una investigación debe existir un informe del Tribunal Superior de Cuentas (TSC).

Esta situación no permite que el MP pueda emitir requerimientos fiscales en casos como las compras durante la pandemia, pero aseguran que decidieron adelantar las investigaciones para proceder una vez que el TSC entregue las auditorías correspondientes a cada caso.

El MP aún espera que la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) resuelva un recurso de inconstitucionalidad que desde octubre del 2019 se presentó por la Fiscalía para la Defensa de la Constitución en contra de esta ley «por considerar, entre otros aspectos, que violenta preceptos constitucionales al exceder su alcance y temporalidad a la validez del decreto que la contiene, además de reemplazar la facultad que tiene el Poder Judicial de juzgar y le otorga esta facultad al TSC, frenando de esta manera atribuciones investigativas y avances en la lucha contra la corrupción».

Por su parte, el magistrado presidente del TSC, Juan Pineda, a través de su cuenta de Twitter dijo que el MP «tiene potestad constitucional de requerir penalmente. Cualquier ley contraria puede alegarse inconstitucional vía excepción y proseguir con el proceso. Lo anterior no precisa informe del TSC excepto por presunción de enriquecimiento ilícito».

A lo que el fiscal adjunto le respondió que si ese fuera el caso no se habría dado sobreseimiento provisional en el caso Red de Diputados presentado por la Maccih-Ufecic «porque el MP no contaba con el informe del TSC, y la inconstitucionalidad vía excepción no fue una opción jurídica a considerar por el juez natural en ese caso, solo sobreseyó».

El TSC acompañó los procesos de adquisiciones de Invest-h, según afirmó Bográn ante el Congreso Nacional. Sin embargo, el Consejo Nacional Anticorrupción le exigió a Pineda de abstenerse de la investigación contra Invest-h, ya que Pineda es suegro de la hermana de Marco Bográn, «un claro conflicto de intereses. Asimismo, exhorta dar trámite a los informes y denuncias presentadas en el marco de la pandemia» el TSC ha acompañado también las compras de Copeco y la Secretaría de Salud.

Ante esto, Pineda emitió un comunicado en el que señaló que se excusaría, en caso de ser necesario, para conocer las resoluciones en el caso de Invest-h, aunque a su criterio no hay conflicto de intereses «No es atribución de ninguno de los magistrados que integran el pleno del TSC participar en los procesos operativos de auditoría, esa facultad le compete a los auditores que conforman una comisión dirigida por un supervisor y un jefe de equipo», añadió.

A esta situación del MP se le suma que a finales de mayo el Congreso Nacional aprobó la interpretación de 3 artículos del Código Procesal Penal que limita la capacidad de confiscar documentos y emprender acciones para la lucha anticorrupción. Entre la reforma se pide que «las órdenes de secuestro de documentos u objetos relacionados en la investigación y persecución del delito, que sean importantes por su finalidad probatoria solo serán expeditas por un juez competente».

El MP tuvo que ser autorizado por jueces para poder realizar los secuestros de documentos en las 11 líneas de investigación de las compras durante la pandemia. Al momento de la aprobación de la ley señalaban que esta reforma es inconstitucional y que «este tipo de reformas tácitas contrario a ayudar a las investigaciones de hechos ilícitos, vienen a obstaculizar la lucha contra la corrupción en épocas en que las sociedades democráticas demandan más transparencia y el uso adecuado de los recursos públicos».

La corrupción en compras de Copeco y el hospital de Villanueva, Cortés

Antes de que se desatara la polémica sobre Invest-h, las compras realizadas por la Comisión Permanente de Contingencias (Copeco), también fueron sumamente cuestionadas. Esto llevó a que Gabriel Rubí fuera destituido de su puesto como director y volvió al cargo que ocupaba antes, como diputado del Partido Nacional por el departamento de Yoro. 

Primero, el Foro Social de la Deuda Externa (Fosdeh)  denunció en redes sociales que Copeco había comprado televisores, cafeteras, dispensadores de agua y otros equipos con precios sobrevalorados, las autoridades del Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (Sinager) aseguraron que lo presentado en el portal solo eran precios de referencia y que aún no han comprado el producto. Esto produjo la suspensión del titular de la dirección administrativa de la institución, Cristian Elías Santelli, quien fue el encargado de aprobar la compra por 2,3 millones de lempiras a la empresa GNM Corporación, las facturas publicadas posteriormente pareciera tener rangos normales de precios, pero los detalles de contacto de la empresa no se pudieron corroborar.

Además de su cargo en Copeco, Cristian Santelli funge desde 2015 como representante legal de la organización no gubernamental de desarrollo, denominada Asociación Vivienda Benéfica Hondureña (Vibeh). Entre 2015 y 2019, esa organización recibió un aproximado de 19,6 millones de lempiras como parte de cinco convenios firmados con la Secretaría de Desarrollo e Inclusión Social para la construcción de techos, letrinas y pisos del programa Vida Mejor. 

Copeco también realizó la compra de los primeros 160 respiradores mecánicos, que desde el inicio especialistas denunciaron que no son adecuados para atender a pacientes graves de COVID-19. Además, el Consejo Nacional Anticorrupción comprobó que el equipo llegó incompleto, faltando insumos como cables y sensores que facilitan el monitoreo de los pacientes y terminaron almacenados en las bodegas de los hospitales. Invest-h posteriormente efectuó la compra de los materiales que les hacía falta y aún se encuentran reparando para su funcionamiento.

Aunque Copeco ya no ejecuta más fondos para la pandemia, aún se siguen desenredando irregularidades en las compras que se realizaron antes.  La semana pasada, Diario El Heraldo, reveló que se le compró a Miguel Flores (esposo de la comisionada presidenta del Instituto Hondureño de Transporte Terrestre (IHTT), Pyubany Williams), la suma de 4 millones de lempiras en gel antibacterial. 

El diario señala que, aunque Flores no figura como socio o representante de la empresa Visa Inversiones —a la que se le compró el gel—, los cheques a los que tuvieron acceso se giraron a nombre de Flores. Esto a pesar de que la Ley de Contratación del Estado prohíbe que los funcionarios públicos y comisionados, su esposo, cónyuge o familiar en cuarto grado de consanguinidad pueda participar en negocios con el gobierno de Honduras.

Sobre esto, una fuente del MP aseguró a El Heraldo que también investigan esta irregularidad, y añadió  que ya se tenía una denuncia por la mala calidad del gel comprado por Copeco. El contrato se realizó durante la gestión del excomisionado Gabriel Rubí. 

Otra de las investigaciones que el MP realiza en Copeco es sobre el abandono y la falta de equipo en un hospital móvil ubicado en Villanueva, Cortés, y que funciona desde el 13 de mayo. A pesar de que en un inicio se pensó que esta unidad serviría para internar pacientes de COVID-19, se ha convertido en el único centro de triaje del municipio, que también atiende a pueblos aledaños como San Manuel, Pimienta y Potrerillos. 

Según datos proporcionados por empleados del hospital móvil, la mayoría de los pacientes que llegan en busca de atención, provienen de las maquilas. 9 de julio de 2020. Foto Deiby Yanes.
Los pacientes que buscan atención por síntomas de Covid, en el hospital móvil de Villanueva, deben esperar en una carpa. Villanueva, Cortés, 9 de julio de 2020. Foto Deiby Yanes.
Algunos de los pacientes que llegan en busca de atención. Villanueva, Cortés, 9 de julio de 2020. Foto Deiby Yanes.

Este centro de atención ha estado rodeado de polémica desde el inicio, aunque fue instalado el 11 de abril, pasó más de un mes para comenzar a brindar atención. El MP, la semana pasada, secuestró documentos en las oficinas de Copeco en Tegucigalpa como parte de las investigaciones. Según un comunicado del MP, en mayo tomaron la declaración del exministro Gabriel Rubí y del alcalde de Villanueva, Walter Perdomo, entre otros funcionarios.

Mientras tanto, el centro funciona brindando consulta general esencialmente orientada a enfermos de COVID-19. El doctor Ezer Castellanos, quien dirige las operaciones en el hospital, apuntó que comenzaron atendiendo 5 o 6 pacientes al día, pero que en estos momentos las atenciones rondan entre 80 y 90 personas diarias. En promedio al día se toman unas 40 muestras para pruebas PCR.

Esa demanda de pacientes es atendida por 9 doctores, 3 microbiólogos, 6 enfermeras, 3 licenciadas en enfermería y colaboradores por parte de la alcaldía de Villanueva que atienden a los pacientes y definen si requieren de la entrega del kit de medicamentos MAIZ o deben ser enviados a una sala de estabilización en caso de que no requiera hospitalización permanente, y quienes necesitan ser internados son remitidos a los hospitales Mario Catarino Rivas y Leonardo Martínez, en San Pedro Sula.

Mientras el MP aún se enfrenta a las limitantes para la investigación de la posible corrupción durante la pandemia, los hospitales móviles que llegaron al país probablemente funcionarán hasta agosto, si es que se logra capacitar y contratar al personal de salud necesario. A esto se le suma que el futuro de los otros 5 hospitales móviles, destinados a departamentos con muy escasa atención en salud, aún es incierto.


Siente, piensa, decide y acciona a partir de internalizar nuevas prácticas como el autoerotismo, el disfrute de la dimensionalidad sexual en libertad, el placer, el arte, la palabra, el ocio y descanso, la sanación interior, la rebeldía, la alegría…

Lorena Cabnal, feminista indígena maya q’eqchi.-

Texto: Lizbeth Guerero

Fotografía: Clarissa Donaire

El pasado 28 de junio se cumplieron once años del golpe de Estado del 2009. Las heridas de aquellos días insólitos se profundizaron en la última década. Pareciera que aquel sueño de nación libre se quedó estancado en una cárcel de máxima seguridad, una donde las huellas del pasado contrainsurgente se mezclan con las nuevas políticas represivas y extractivas del capitalismo neoliberal. 

Al actual escenario de horror, se suma la llegada del punto más crítico de la pandemia por la COVID-19 y la guerra contra los cuerpos feminizados (cacería de brujas), que consolida una cofradía extensa de impunidad e indefensión en todo el país. No obstante, para no caer en el abismo, las mujeres nos seguimos acuerpando, soltando dolores, sanando de manera individual y colectiva. Seguimos reivindicando el cuidado como la primera militancia política. 

Con esa deuda histórica, cargada de cientos de muertes y miles de violaciones sistemáticas de derechos humanos a toda persona «que se oponga al sistema heteropatriarcal y racista que sostiene este mundo de dueños», como dice Rita Segato, las revoltosas (de siempre y las agregadas) seguimos insistiendo.

La rabia acumulada es mucha. Cuando la ciudadanía salió con antorchas en manos (2015), y el Movimiento Estudiantil Universitario (2016), —con fuertes liderazgos de mujeres jóvenes—, en nuestro imaginario se sembraba la ilusión de un proyecto de nación, poniendo en alerta a los guionistas de la ficción estatal. Pero antes del último Fraude Electoral (2017) y las protestas de la Plataforma de Salud y Educación (2018), el fantasma de la represión ya recorría las calles y las casas de Honduras.  Ahora la esperanza está en quienes se atreven a tejer comunidad a pesar de tener casi todas las fichas en contra. 

«Feministear» la política, politizar la sanación

En este tiempo de pandemia, en el que las violencias contras las mujeres han estado aún más expuestas, el feminismo hondureño le ha dado a la política partidista sus merecidos reveses. La gota que sigue anunciando la tormenta es el grito de las locas, las escandalosas, las mujeres organizadas que se resuelven a salir juntas, a contar sus vivencias, a decirle al mundo que también existimos y que somos violentadas, no sólo por el sistema, sino también por los compañeros que luchan con nosotras contra ese sistema y que ya estamos cansadas de seguir cargando esas múltiples opresiones. 

Romper el silencio —aunque con mucho miedo— buscar acompañamiento, recuperar la fuerza en los cuerpos, las cuerpas, las medicinas de las compañeras que han pasado por lo mismo o que sienten empatía con nuestras historias, las historias de todas y todos. 

Claro que son pasos gigantes y escupitajos que le tiramos al monstruo de mil cabezas que nos oprime cuando decidimos sanar y sentipensarnos como feministas. Que el patriarca de un partido político con altos misóginos en sus filas, reconozca que la identidad del Partido Libertad y Refundación (LIBRE) es —o debería ser— «feminista y antipatriarcal», nos indica que nuestra cosecha se va asomando. Y ha costado el sudor, la sangre y las lágrimas de muchísimas. El feminismo es nuestra revolución, pero la sanación es nuestro acto de subversión. 

Y claro que duele todo, agota la incertidumbre. Forzar los ojos miopes entre tanta oscuridad. La despolitización de la sociedad y la cacería de brujas nos hacen más complicado el camino, pero todavía quedan las conspiraciones, alianzas, narrativas sanadoras, cuidados comunitarios, ternuras radicales y voces inconformes de esos cuerpos femeninos —en su mayoría violentados— que se resisten a morir en la infamia. Ahí radica la esperanza, en Honduras y en todo el planeta, en la necedad de reivindicar la dignidad como forma de vida.

No es que nuestra nave territorial vaya en sentido contrario. Más bien, creo que se quedó estancada entre la vida y la muerte, pero somos —y hemos sido— las mujeres quienes estamos tratando de encontrar los caminos que nos lleven de regreso al futuro. Quizá sea el «llamado» o instinto natural de la Pachamama, para curarnos y salir de esta decadencia sistémica. 

El periodista Sergio Bahr en su canal de podcast, Vivir en el Xibalbá, contaba hace unos días, que en el Siglo XVII, la Alcaldía Mayor de Tegucigalpa mandó a asesinar mujeres acusadas de brujería. Otro dato histórico que nos muestra que la cacería de brujas, como sucede en todo el mundo y, como hemos denunciado siempre, aún no ha terminado, al contrario, se tecnifica y se recrudece. Eso nos da una pista fuerte de los temores que siente el poder heteropatriarcal.

Melisa Cardoza, escritora feminista hondureña, en su artículo Vivir al día, publicado en Radio Progreso el 6 de abril del 2020, dice: «Que estemos encerradas no quiere decir que hemos claudicado. Y como del mismo palo viene la cuña, también nos queda atesorar la huella de las más sabias gentes de nuestros territorios rebeldes, prepararnos juntas para enfrentar el contagio, no abandonar a nadie como en una foto espantosa de Guayaquil, dar de comer a todas las personas que podamos, tomarnos los tés y comidas que nos criaron, cuidar a la gente mayor, sembrar para comer, volver a pensar juntas y abrazarnos muy fuerte para sabernos vivas como nos queremos». 

La represión, las múltiples violencias (físicas, sexuales, emocionales, políticas) y la pandemia de femicidios que se desató en Abya Yala en la última década, son los síntomas de un sistema de muerte y despojo (patriarcado-capitalismo), que primero ejerce todas sus opresiones en los cuerpos, en las mentes, en los corazones y también en los animales y en ecosistemas enteros. 

La sanación como un acto de subversión 

Si bien es cierto, desde los feminismos comunitarios de Guatemala y los decoloniales de Bolivia, Argentina, Chile, entre otros, las mujeres se han replanteando la lucha política organizada, luchando desde sus territorios, buscando nuevas formas de (re)encontrarse en dolores propios y colectivos, contarse nuevas narrativas para sanar, cuidar y defender sus cuerpos-cosmos, su energía vital como una forma radical de militancia. La defensa de la tierra comienza en nuestros cuerpos. 

Aunque con otros matices, en el país más violento y pobre del denominado «Triángulo (patio) Norte», también surgen nuevas propuestas políticas para sanar esta multiplicidad de heridas. Entre las nuevas dinámicas organizativas de mujeres jóvenes, las colectividades, los legados de resistencia ancestral, pero también desde la herida abierta, nos seguimos haciendo muchas preguntas: ¿cómo le hacemos para sanar estas heridas profundas?, ¿quiénes o qué son esos monstruos que nos subyugan?, ¿cómo politizamos toda esa rabia?, ¿por dónde empezar?

Los caminos que he tomado para responder esas preguntas —además de generarme muchos duelos y pérdidas—, me han convencido que esos monstruos también habitan en mí, que algunos ya los traigo conmigo a través de mi genealogía y otros me los ha impuesto la máquina de muerte. Sin embargo, cuando nos atrevemos a crear otra retórica y nos apropiamos de nuestros espacios, empezando por nuestra primera nave espacial, la redención comienza a ser una posibilidad palpable. 

Entre compañeras y esas mujeres imprescindibles (brujas) que reivindican el cuidado como una acción política transformadora, comprendí que un proceso integral de sanación atraviesa y remueve todas las máscaras. En otras palabras, si no cuestiono toda mi estructura vital y el rol que desempeño en este juego (intimidad, familia, sociedad, profesión, militancia, cosmos), continúo parchando las heridas, en vez de curarlas de raíz, pero sobre todo, sigo reproduciendo el cáncer de crueldad en todos los seres y territorios con los que coexisto.

Un ejemplo de estos cuestionamientos viene desde las feministas que se interpelan desde la empatía, en vez de la mal comprendida sororidad, —cuando se invoca como un discurso superficial de «amor» y no como una práctica ética constante entre mujeres—, llevando estos hallazgos personales a la colectividad. 

Así retroalimentamos el proceso de sanación sin el sello capitalista y colonialista de algunos feminismos que pretenden institucionalizar nuestras luchas, nuestros sentipensares, nuestras medicinas, para responder a sus intereses neocoloniales. Para el caso, Leka Paz, artista feminista hondureña, publicó en su muro de Facebook el 26 de junio del 2020: «Dejemos de creer que el panfleto que nos dieron en la escuela política es un dogma que hay cumplir sí o sí, somos seres humanas, aprendamos a cuidarnos y a buscar alternativas éticas y políticas para poder colectivizar desde el reconocimiento de nuestras propias vivencias. Bastante tenemos con el colonialismo que duele en la espalda baja, las rodillas y el corazón, como para volver a caer en un feminismo colonialista y sus conceptos pensados desde contextos nada parecidos a los nuestros». 

El trabajo que tenemos pendiente en Honduras en cuanto a procesos de sanación es descomunal, eso lo tenemos claro. Tampoco pretendemos idealizar la sanción pero antes también hubo y también habrá miles de cuerpos-mentes-corazones que igual se rebelarán contra los monstruos, los propios y los implantados, los de aquel lado, pero también de los que están de nuestro lado. Así vamos reafirmando la vida, escribiendo nuestra historia.

La gran pandemia patriarcal lleva unos seis mil años, pero las resistencias feministas organizadas, siempre han encontrado la manera para sacar la cabeza por debajo de la tierra —parafraseando a Alfonso Guillén Zelaya—. A las centroamericanas nos toca el doble de trabajo, pero lo estamos haciendo.

La pandemia por COVID-19 ha significado para Honduras otro episodio más de corrupción y crisis social. La crisis sanitaria fue evidenciada de la manera más cruda con el desfalco al Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS) en 2015, sin embargo ha sido parte de la precariedad permanente en la que se encuentran los servicios del Estado para la población. Esta pandemia además encuentra al país con la ausencia de la Misión de Apoyo contra la Corrupción e Impunidad (MACCIH) que tras exponer las redes de corrupción dentro del Estado, fue retirada.

La población está atrapada entre la corrupción y el colapso del sistema de salud. Esta es nuestra cobertura sobre el manejo de la emergencia:

Ante la dura crisis de salud que enfrenta Honduras a causa del COVID-19, la corrupción estatal y política que tiene colapsados los hospitales y servicios de salud pública, muchas personas optan por el uso de remedios naturales heredados o aprendidos en su familia. Y ante la desigualdad y el capitalismo, es necesario que trascienda esa memoria familiar y que se repliquen los saberes ancestrales.

Recuerdo de mi niñez las veces en que mi abuela -a quien yo llamo mamá- sobó y purgó a muchas personas que venían a ella buscando lo que hoy se llama medicina alternativa. Las infusiones, los brebajes de raíces, hojas y semillas hace mucho que existen en nuestro país y en nuestra cultura, y desde hace mucho que anteceden a los medicamentos que hoy nos venden las droguerías. El poder sobar y sanar el cuerpo es un conocimiento que en mi familia ha pasado de generación en generación, también recuerdo cuando mamá me sobaba porque «la panza me sonaba como tambor de un lado y como comal del otro», y eso es parte de ese conocimiento ancestral. 

Sobar y purgar a una persona es una de las prácticas ancestrales más comunes en las comunidades de Honduras, para ayudar a que las personas mejoren su salud generalmente «cuando hay empacho», es decir, cuando hay problemas digestivos, o cuando «le hicieron ojo a los niños» (de eso no tengo una explicación) o en situaciones de «descompostura de huesos», fiebre u otras. Para quien cree, acudir donde una sobadora o un sobador, puede salvarle la vida. 

Mamá murió el viernes 12 de junio de 2020, a las ocho y cuarenta y cinco de la mañana en mis brazos y en los de mi madre, ambas vimos ese último suspiro y ante un último gesto en su rostro, solo decidimos sobarla y dejarla descansar. Y es que al sobar, como ella decía, «le pasas tu energía a la gente y ellas te pasan su calor», creo que inconscientemente quisimos darle nuestra energía en ese momento de adiós, anhelando quedarnos con su calor para siempre.

Con la muerte de mamá  entre miles de cuestiones emocionales —que no relataré para que no se vuelva un escrito de lamento—, la familia perdió una enorme fuente de conocimientos sobre nuestra propia esencia, y su comunidad perdió a una sobadora. Una sobadora que toleró a niñas y niños llorones que la mordían o que incluso la escupían cuando los sobaba muy duro, pero a la que sus madres querían mucho por ayudarles a sanar a sus cipotes. Mamá decía que después de la sobada con manteca de gallina y la purga con sal inglesa, o con sal y azúcar o con aceite de ricino, y últimamente con limonadas laxantes, «al día siguiente esas cipotas y cipotes ya andaban como nuevos». 

Los vecinos han preguntado si mamá murió de COVID-19, pero no han preguntado sobre cómo se siente mi madre por haber perdido a una de las personas a quien ella más ama en la vida. Como decía Eduardo Galeano: «vivimos en la cultura del envase», lo que está por fuera importa más que lo que hay adentro. Cuando la salud de mamá empeoró, la llevamos al Hospital Cardiopulmonar, porque siempre la atendieron allí, aunque ella odiaba los hospitales y no quería morir en uno de ellos. ¡Gracias a Dios la sacamos de allí a tiempo!, la atendieron en la capilla católica que hay dentro del hospital, no como un ritual de espiritualidad o en busca de que la gente «encuentre paz», sino porque —como en los demás hospitales públicos de Honduras— no hay espacio, ni medicamentos, ni condiciones para recibir a la enorme cantidad de pacientes que están ingresando a diario. Evitar que muriera junto a pacientes de COVID-19 fue una decisión dolorosa, pero acertada. 

La ignorancia sobre el COVID-19 y la falta de políticas y protocolos claros sobre velatorios y entierros para quienes no mueren por este virus, sumado a la negligencia de las autoridades de comunidades como Vallecillos en Francisco Morazán, hacen que enterrar a nuestros muertos, sea más duro que verlos morir.  

Mamá para la familia, doña Julia para sus amistades y vecinos y María Siriaca, según su fe de bautismo y cédula de identidad. Vaya que tenía múltiples identidades mi abuela, y de todas sus facetas, la de sobadora me llena de enorme orgullo porque entiendo que, pese a sentirse cansada después de sobar a alguien, ella siempre lo hizo como un servicio a su gente, de forma desinteresada, con amor por sus vecinos, por su pueblo Vallecillos, y por el legado de su familia. Ese legado pasó a manos de mi madre y de manera más reciente a mí. 

Como intuyendo que mamá se iría, decidí preguntarle cosas, observar un poco más y sobar de vez en cuando a uno que otro incauto que cree que sí aprendí. Sobre todo decidí amar mis manos calientes, que según mamá eso ayuda para ser buena sobadora, pero no para hacer baleadas.

Las herencias familiares, en un país empobrecido como Honduras no son grandes propiedades ni fortunas inmensurables. Ese tipo de herencias solo son posibles para las pocas familias que controlan el sistema económico y político del país. Para el «pueblo pueblo», las herencias familiares son la enorme riqueza cultural y ancestral que cada familia posee: las recetas de comida, las costumbres de celebraciones, los conocimientos sobre remedios y sobre todo, el amor y el ánimo por mantenerse unidos y poder servir a otros. Todo esto pese a la norma, pese al miedo, pese a lo lejanos que nos está volviendo esta pandemia, pese a lo pasivos que nos ha vuelto la corrupción y la impunidad.

En los últimos años mamá sobaba cada vez a menos personas, porque sus fuerzas ya no eran las mismas y porque cada vez que lo hacía tendía a enfermarse. Ella decía que «al vecino hay que servirlo siempre, y que si uno no tiene dinero para dar se da lo que se sabe y se ayuda con lo que se puede».

Son incontables las mujeres, niños y hombres, familias enteras las que salen todos los días a las calles de las principales ciudades del país para pedir dinero o comida. Las mujeres y niños más vulnerables aguantan amenazas, insultos y hasta acoso sexual en medio de la desesperación de no tener cómo sobrevivir después de que la pandemia llegó a Honduras.



Fotografías de Martín Cálix y Deiby Yánes


La pobreza en su forma más extrema, siempre ha obligado a las personas a la mendicidad que durante años se ha documentado —a veces con morbo— y que en países como Honduras nunca ha tenido respuestas estatales que salven a los pobres de la precariedad económica y humana. Según el Instituto Nacional de Estadística de Honduras (INE), el 38.7 % de la población hondureña ya vivía en pobreza extrema en 2018, esta es la última actualización de cifras en su sitio web. Cuando la pandemia por COVID-19 llegó al país, las expresiones de esa pobreza se volvieron más cotidianas, más evidentes. Esta pandemia y las medidas con las que el Estado ha respondido a la misma, han precarizado la vida de miles de personas, muchas de ellas se encuentran ahora viviendo en condiciones de calle, por haber perdido su fuente de ingreso. 

Luego de la declaratoria de emergencia que impuso un toque de queda permanente e instó a la población hondureña a llevar una cuarentena (para la que no estaba preparada), miles de personas han sido obligadas a salir a los principales bulevares de la ciudades para pedir dinero, comida y cualquier cosa que ayude a sobrellevar la adversidad que implica afrontar la expansión del virus en territorio hondureño. En muchas de estas calles de Tegucigalpa y San Pedro Sula a veces se veía jóvenes limpiando vidrios a cambio de lo que los conductores quisieran darles, otros hacían malabares hasta con machetes y bolas de fuego; no se veía familias enteras, tantas madres solteras y niños como después de la pandemia. El anillo periférico en Tegucigalpa ahora es un largo recorrido donde se ve grupos de personas con rótulos que anuncian su abandono. 

La tasa de desempleo abierto (TDA) —o personas que quieren trabajar pero no encuentran una plaza— se mantuvo estable en más de 240 000 personas durante el 2019, eso significa un 5.7 % de la población económicamente activa (PEA), según la Secretaría de Trabajo y de Seguridad Social (STSS). Pero con la pandemia muchas personas perdieron sus trabajos, a pesar de que dos semanas tras la declaratoria de la emergencia nacional se emitió el decreto ejecutivo PCM 021-2020, según el gobierno hondureño para evitar los despidos y garantizar los puestos de trabajo. Las empresas obligaron a sus empleados o «colaboradores» (según la nueva terminología) a compensar los días como vacaciones, ignorando por completo el escenario mundial y en un acto más de voracidad. Los trabajadores han recibido presiones de sus patronos para volver a sus puestos de trabajo, en muchos casos con salarios reducidos,  mientras el país atraviesa el punto más elevado de la curva de contagio.

Pero los que no tenían un trabajo formal, una gran parte de la PEA de Honduras que sobrevive del comercio informal la tienen aún más difícil. Las medidas de reapertura de la economía nunca los contempló en el plan que terminó fracasando. 

Según un informe de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), publicado el 16 de junio, «producto de la crisis provocada por la pandemia de la COVID-19, la población en condiciones de pobreza extrema en América Latina y el Caribe podría llegar a 83,4 millones en 2020, lo que implicaría un alza significativa en los niveles de hambre, debido a la dificultad que enfrentan dichas personas para acceder a los alimentos, señala la Cepal, con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)». 

En las ahora menos transitadas calles de las principales ciudades de Honduras, se puede ver a mujeres, madres solteras, trabajadoras domésticas que no han vuelto a trabajar porque sus empleadores temen que ellas lleven el virus a las casa donde trabajan, mujeres —jóvenes y ancianas— que deben soportar acoso sexual e insultos de parte de los conductores, que les tiren un lempira o que incluso amenacen con denunciarlos en la Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia (Dinaf), para que les quite a los pequeños que no pueden quedarse en casa, porque no tienen, porque la perdieron por falta de pago en el alquiler. Son familias pobres que la pandemia ha hecho más pobres y más discriminadas.

Quienes están en las calles trabajaron antes en rubros como el de la construcción, transporte, electricidad, trabajo doméstico, por nombrar algunos. Todas estas personas tienen algo en común: no han podido quedarse en casa haciendo cuarentena, salvándose del virus, pidiendo la despensa por delivery o saliendo en sus vehículos solamente porque están  cansados de estar encerrados. Todas estas personas, rechazadas por quienes salen protegidos para no contagiarse de COVID-19, temen más al hambre que al virus.

Esta pareja de ancianos, pide dinero en la rotonda del monumento a la madre en San Pedro Sula. María Angélica Portillo y Felipe Benítez, aseguran que su única hija hace muchos años que los dejó en el abandono y no les ayuda, por lo que ahora deben dedicarse a pedir en la calle para poder cubrir sus necesidades. San Pedro Sula, 9 de julio de 2020. Foto: Deiby Yánes

En el bulevar Juan Pablo II de Tegucigalpa, Azael pide dinero junto a su madre, quien lo carga en brazos. Azael nació el 16 de marzo de 2020, en un mundo en cuarentena por la COVID-19. Su familia lleva casi cuatro meses pidiendo dinero para poder sobrevivir en medio de un toque de queda y la posibilidad de contagiarse del virus. Tegucigalpa, 7 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Henry Hernández de treinta y cinco años lleva casi cuatro meses pidiendo en la calle para poder comer él y su familia. El avance de la COVID-19 hizo que el aserradero donde trabajó por cinco años despidiera a todo su personal y suspendiera operaciones. Sin empleo y con una familia que depende de él, Henry ha tenido que recurrir a pedir dinero en el bulevar Centroamérica de la ciudad de Tegucigalpa, donde ha recibido amenazas e insultos, incluso tuvo que enfrentar la posibilidad de que la Dinaf le separara de su hija y sus dos hijos, razón por la que ni ellos ni su esposa —que es diabética y debe tener su medicamento— lo han vuelto a acompañar. Esta familia paga un alquiler de 2000 lempiras en la colonia 19 de septiembre. Tegucigalpa, 7 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Selvin Quinilla, treinta y cuatro años, desde hace tres meses está pidiendo en la calle para poder llevar dinero a su hogar. Selvin afirma que tras iniciar la crisis lo despidieron de la maquila donde trabajaba, y ante las múltiples necesidades tuvo que instalarse en el bulevar del Sur, salida hacia Tegucigalpa, a la altura del peaje, para pedir ayuda a los conductores. Tiene una hija pequeña y vive en el sector de Chamelecón. La caridad, asegura, es la única entrada de dinero que ahora le queda. Al igual que Selvin, esa calle se ha llenado de madres y niños pidiendo ayuda, apelando a la solidaridad de los conductores. Aducen que no hay trabajo y deben pedir para poder alimentarse. San Pedro Sula, 9 de julio de 2020. Foto: Deiby Yánes.

Melissa de diecinueve años y María de veinte años, han tenido que cargar sus hijos en brazos y pedir dinero para poder sobrevivir, luego de que fueran abandonadas por sus parejas al momento de quedar embarazadas. Se conocen desde la escuela, han sido amigas desde entonces, y ahora también viven juntas con sus hijos en Altos de La Quesada, un barrio controlado por una pandilla. A veces —explican estas dos jóvenes— los conductores les ofrecen dinero a cambio de sexo, o las insultan y amenazan con denunciarlas al Dinaf por estar con sus hijos pidiendo al final del Anillo Periférico. Ellas no tienen opciones, no las han tenido desde hace cuatro meses. Tegucigalpa, 7 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

María de veinte años carga a su hijo y pide dinero, a veces también comida. Durante estos cuatro meses, María ha debido aguantar insultos y acoso sexual de los conductores a quienes se acerca para solicitarles ayuda. María —quien vive en un barrio controlado por una pandilla— fue abandonada por el padre de su hijo en el momento en el que ella quedó embarazada. Tegucigalpa, 7 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Don Orlando, es diabético y pide ayuda en el semáforo de la comunidad de Dos Caminos, Villanueva, Cortés. Por andar en silla de ruedas, dice que, a veces corre bastante riesgo por estar en la autopista que conecta hacia San Pedro Sula. Durante los meses que la crisis por la COVID-19 se ha agudizado. Dice que los conductores dejan menos dinero, y además ya hay más niños pidiendo en la calle y eso afecta en la cantidad que él recolecta. Dos Caminos, Villanueva, Cortés. Jueves 9 de julio de 2020. Foto: Deiby Yánes.

Varada en Honduras, luego de que el Circo Segovia cerrara operaciones, Maritza y su familia —todos mexicanos— se ven obligados a pedir dinero para sobrevivir. Esta familia de trabajadores del circo fue abandonada sin posibilidades de volver a su país. Tegucigalpa, 8 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Antes de la pandemia, Iván, era conductor de una volqueta, se quedó sin trabajo y al poco tiempo fue declarado en el país una cuarentena que él y su familia (su esposa y sus tres hijas) no pueden cumplir. Sin ahorros, sin trabajo, sin posibilidades se ha visto obligado a pedir ayuda en el bulevar Centroamérica. Tegucigalpa, 7 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Decenas de personas, en su mayoría provenientes de la colonia Lempira, sector Chamelecón, desde tempranas horas se lanzan a la calle, en la salida hacia Tegucigalpa, para pedir ayuda económica y poder comprar alimentos. Madres con hijos en brazos y familias completas se aglomeran en este punto de la carretera. Esta es una escena que se ha vuelto cotidiana a raíz de la crisis generada por la COVID-19. San Pedro Sula, 9 de julio de 2020. Foto: Deiby Yánes.

Jenny tiene dieciocho años, luego de cuatro meses de cuarentena y toque de queda, se ha visto obligada a pedir dinero en el Anillo Periférico, apenas es su primer día. Tegucigalpa, 8 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Meilin, se acerca a los autos que paran cuando el semáforo que intercepta la Avenida Paraguay y el bulevar Juan Pablo II se coloca en rojo, entonces se acerca a las ventanillas y con un rótulo de cartón pide dinero. Ella y toda su familia se han visto obligados a pedir dinero por la falta de empleo que se agudizó con la llegada del coronavirus al país. Tegucigalpa, 7 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Se dieron un tiempo para descansar y comer un poco. José Luis Villanueva, en silla de ruedas, todos los días recibe la ayuda de su amigo inseparable Will Mejía, quien lo empuja de un lado a otro en la carretera, en medio de los autos para poder pedir en el anillo de circunvalación de San Pedro Sula. Al final del día —dicen— se reparten equitativamente lo obtenido. Don José Luis nos contó que a diario debe pagar 130 lempiras por el cuarto que habita en el barrio Medina, y que además debe llevar para colaborar con los alimentos de su hogar. Su esposa vende comida en ocasiones, pero no les alcanza y una nieta que es la más cercana a ellos, tampoco encuentra trabajo. Cuenta que antes de la pandemia le iba mejor en la calle, ahora dice que no recoge ni la mitad de lo que hacía, porque la gente tiene miedo a los contagios y no baja los vidrios de sus carros. San Pedro Sula, 9 de julio de 2020. Foto: Deiby Yánes.

Este editorial fue escrito el 9 de julio de 2020

Han pasado ya tres meses y medio desde que la pandemia por COVID-19 llegó a Honduras. Durante todo este tiempo, la población hondureña ha tenido que adaptarse a una nueva normalidad: un estado de emergencia nacional con toque de queda, contagios en todo el país, desinformación y sobreinformación y a que todos los días por la noche —en cadena nacional— el gobierno brinde unos datos poco creíbles.

En junio, en Contracorriente, hicimos una encuesta para saber en quiénes pone la confianza la gente en este momento de crisis. La mayoría de la población encuestada respondió que no confía en lo que el gobierno dice, pero sí confía en los médicos. En este tiempo, el personal sanitario nos ha informado la situación real en los hospitales, que actualmente están en su máximo de capacidad para atender la pandemia y viven una pesadilla entre la responsabilidad de atender la pandemia y el desabastecimiento de equipo de bioseguridad, oxígeno y camas. 

Son decenas de muertes las que se reportan a diario —en medios de comunicación o en las redes sociales— de personas trabajando en los hospitales. Hasta el cierre de este editorial, el Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (Sinager) ha reportado 26 384 contagios y 704 fallecimientos desde marzo, número que se duplicó en junio.

Si bien es cierto que llevar el subregistro de esta pandemia es un reto para los periodistas de todo el mundo, las limitaciones se vuelven más grandes en países como Honduras, donde la información está centralizada y no existe claridad ni siquiera en la legislación al respecto, debido a las contradicciones existentes entre la Ley de Transparencia y la Ley de Secretos. En Estados Unidos, el New York Times y Propública, encontraron herramientas para saber el número real de muertes en varios estados y el impacto en otro tipo de muertes por el colapso del sistema sanitario. Utilizaron bases de datos públicas y abiertas de la línea 911 de emergencias y  proyecciones del sistema de salud abiertas y precisas que pudieron comparar con datos del registro civil de este año y años anteriores.

En Honduras, solicitar esa información es posible, encontrar coherencia en lo que se recibe es una tarea igual de ardua que superar la pandemia. Las bases de datos que nos han entregado en estos meses tienen errores en las sumas, algunas venían incompletas, y en otros casos, las bases de datos de la misma institución se contradicen. No hay manera de comparar muertes y hospitalizaciones con años anteriores si algunos hospitales ni siquiera tienen los datos recopilados y otros dicen estar impedidos por la Secretaría de Salud para dar esta información. 

Sinager es la entidad responsable de comunicar el número de infectados, recuperados y fallecidos durante la actual emergencia. Sin embargo, en Contracorriente tenemos bases de datos de la Secretaría de Salud, el Instituto Hondureño de Seguridad Social, SINAGER, algunas alcaldías del país y el Registro Nacional de las Personas, con registros de infectados, recuperados, número de pruebas, hospitalizados y fallecidos de marzo al 12 de junio de 2020 que no concuerdan con lo publicado por Sinager. Los Oficiales de Información Pública nos han pedido tiempo, la mayoría de las veces, debido a que las personas en el área de estadística de las instituciones se reportaron enfermas con coronavirus. Todas estas bases de datos se han entregado 20 días o un mes después de solicitadas, además, al menos la mitad han sido entregadas en formatos cerrados como documentos pdf o imágenes.

La Secretaría de Salud reportó 21 442 pruebas realizadas de marzo a mayo, de la cuales el 65.4 % fueron realizadas en las ciudades más importantes del departamento de Cortés y Francisco Morazán. El restante 34. 5 % se distribuye en 16 departamentos. En los más lejanos, como Gracias a Dios,  apenas se realizaron 10 pruebas en todo ese periodo. Actualmente el virus está en los 18 departamentos del país.

En los datos de fallecidos a nivel nacional de la Secretaría de Salud y del Sinager, existe hasta el 12 de junio un subregistro de 29 muertes que el gobierno no publicó. Sin embargo, es en los municipios donde se refleja el mayor subregistro.

Municipios como Choloma en Cortés, con alta incidencia de contagios, registró 15 muertes más que las reportadas por el gobierno, en Villanueva en esta misma zona del país fueron 14 muertes. Entre más pequeño es el municipio, más grande es el subregistro. Ese el caso de San Nicolás, Santa Bárbara, donde la municipalidad realizó 14 entierros con protocolo COVID-19, pero Sinager no reportó ni una sola muerte en ese periodo. Solamente en una docena de municipios encontramos un subregistro de 49 muertes que no fueron reportadas por el gobierno, pero el número puede ser más grande.

La Asociación de Funerarias de Honduras, reportó al periódico El Heraldo que entre marzo y junio, sus funerarias asociadas realizaron 526 entierros con protocolo COVID-19 en Cortés, Tegucigalpa y 3 municipios del sur de Honduras. Uno de los problemas con esto es que las pruebas confirmatorias por COVID-19 tardan más de dos semanas y muchas de las personas no sobreviven ese tiempo, por lo que quedan en el acta de defunción como «sospecha de COVID-19».

Otro asunto de preocupación es la falta de registro de las defunciones en el Registro Nacional de las Personas (RNP), a pesar de que el Instituto Nacional de Estadística (INE) junto con los hospitales, están entregando un acta de defunción que señala la causa de muerte a los familiares de los fallecidos por COVID-19 confirmados o con sospecha. Honduras tendrá un proceso electoral interno en marzo de 2021 y las elecciones generales se realizarán en noviembre de ese mismo año, aún se espera respuesta del RNP con respecto a la actualización del censo y la nueva cédula de identidad. Las elecciones no se han pospuesto, pero el RNP sigue poniendo de excusa que por la pandemia el trabajo está detenido.

Pero en las elecciones, ahora mismo solo están pensando los partidos políticos que ya están haciendo campaña y negociando para elegir los candidatos que competirán en el proceso interno. Mientras tanto, las familias hondureñas están perdiendo a sus seres queridos en medio de la desinformación. Son muchos los reportes de familias que no vieron durante semanas a sus familiares enfermos hasta que los sacaron en un ataúd sellado, no pudieron enterrarlos y semanas después no tienen certeza si su familiar murió o no de COVID-19. Otras familias ha reportado discriminación en los cementerios donde las comunidades no dejan enterrar personas que murieron por el virus. A esto se suma que toda ceremonia religiosa o tradicional por la muerte de todas estas personas está suspendida para evitar la propagación del virus, algo que también afecta en gran medida la salud mental de las personas, la manera en la que se vive el luto.

En estos momentos es aún más necesario, además de documentar los hechos y hacer un análisis de los datos, romper el silencio.

Hace dos semanas la empresa Diálisis de Honduras S.A., anunció que en Tegucigalpa se suspendería una de las tres sesiones de hemodiálisis semanales que tienen que recibir los pacientes con insuficiencia renal crónica. Esto a causa del aumento de contagios por COVID-19 entre su personal.

La pandemia ha evidenciado el precario sistema de salud pública y el abandono en que permanecen las personas más vulnerables del país, entre ellos los pacientes con enfermedades crónicas. Desde que iniciaron las medidas de restricción con el toque de queda absoluto el 16 de marzo, los pacientes que reciben su tratamiento a través de la empresa Diálisis de Honduras S.A. han enfrentado la constante amenaza de la suspensión de una parte del tratamiento a causa de la falta de pago del gobierno. Ahora esa sentencia se hizo realidad y los pacientes renales llevan dos semanas al borde del colapso por la reducción del tratamiento de tres sesiones de cuatro horas por semana a dos sesiones de tres horas por semana.

Sin cifras oficiales por parte de la empresa o la Secretaría de Salud, los pacientes y sus familiares señalan que el número de casos positivos y los fallecimientos de pacientes renales a causa del COVID-19 siguen aumentando. En un mes, la recién formada Asociación Hondureña de Familiares y Pacientes con Enfermedad Renal ha documentado 23 decesos a causa del virus en pacientes renales, solo en Tegucigalpa, y desde que inició la pandemia cuentan 120 fallecidos a nivel nacional, casi un 20 % de las muertes totales reportadas por el gobierno a causa de la pandemia. 

Una base de datos solicitada por Contracorriente a la Secretaría de Salud, sobre las muertes por COVID-19, con registros hasta el 12 de junio pasado, solo cuenta a 4 personas con insuficiencia renal crónica, como enfermedad de base. Sin embargo, los datos están incompletos, ya que la estadística no muestra las enfermedades de base en 197 casos. 

Dos mujeres conversan del otro lado de la calle mientras esperan ser atendidas en Diálisis de Honduras. Comayagüela, 3 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Secretaría de Salud sin respuestas

Según estadísticas publicadas por la empresa Diálisis de Honduras, hasta mediados de 2019 en todo el país se atendía a 3200 personas con insuficiencia renal crónica, en clínicas ubicadas en 14 ciudades a nivel nacional. Esta empresa desde 2015 es beneficiada con la adjudicación de contratos por más de 300 millones de lempiras anuales, cifra que supera el presupuesto que el gobierno ha asignado anualmente para el tratamiento de los pacientes renales.

En 2017 la Secretaría de Salud adjudicó una licitación a Diálisis de Honduras —único concursante en ese proceso— por 342 millones de lempiras, aunque en ese año se había presupuestado para este tratamiento un aproximado de 227 millones, es decir que hubo un déficit de 115 millones. Esta misma historia se repitió en 2018 al adjudicarse la licitación a esta empresa por 516 millones de lempiras cuando el presupuesto tan solo alcanzaba para 290 millones, 226 millones de déficit que se sumaron a la deuda del año anterior.  Aunque la deuda de 2017 se pagó, desde 2018 se viene arrastrando un saldo que se ha pagado en pequeñas partes cada vez que la empresa amenaza con suspender el tratamiento.

En 2019 no hubo proceso de licitación y sólo se amplió el contrato firmado el año anterior, y para 2020 ya se publicó un pliego de términos de referencia donde se presupuesta que la contratación tendrá un coste de 747 millones de lempiras. 

Un oficio del 1 de julio, firmado desde la oficina privada de Alba Consuelo Flores, titular de la Secretaría de Salud, y dirigido a la oficina de la abogada Patricia Molina, presidenta ejecutiva de Diálisis de Honduras, recordaba a la empresa «el derecho de las personas que hacen uso del servicio de diálisis a obtener prestaciones oportunas, profesionales y con calidad», y agregaba de forma tímida sin ningún tipo de exhortación, la necesidad de que «la Empresa Diálisis de Honduras continúe brindando los tratamientos en la duración y cantidad semanal establecidos, es decir 3 tratamientos a la semana por 4 horas por cada paciente».

Dicha falta de firmeza en el llamado a cumplir con los tratamientos se debe a que desde junio de 2019 no se hace una adición al contrato entre Diálisis de Honduras y el gobierno, sumado a que la Secretaría de Salud adeuda actualmente una cantidad aproximada de 175 millones de lempiras a la empresa.

Mientras tanto, ante las denuncias de parte de los pacientes, este lunes 7 de julio, Flores, ministra de Salud, se reunió con miembros de la Asociación Hondureña de Familiares y Pacientes con Enfermedad Renal, para resolver la problemática causada por la atención deficiente de la empresa que el gobierno ha contratado para brindarles el tratamiento. En dicha reunión acordaron la gestión de un lugar con la alcaldía del Distrito Central para pacientes con insuficiencia renal y síntomas de COVID-19, y el envío de inspectores a Diálisis de Honduras para el cumplimiento del tratamiento.

Los pacientes con insuficiencia renal son atendidos en Diálisis de Honduras por turnos, un turno por día y por orden de llegada. Comayagüela, 3 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Reducción del tratamiento

Al menos 30 personas con mascarillas esperan en la acera frente al edificio de Diálisis de Honduras, ubicado en la Calle Real de Comayagüela. Algunos de los pacientes que recibieron el tratamiento de hemodiálisis se acumulan en diferentes lugares, el distanciamiento social parece solo retórica.

Algunos solo platican, otros le compran tajadas de plátano fritas a una mujer que vende en un pequeño puesto, un par se sienta en una jardinera, otros en sillas debajo de una carpa al lado de la entrada, la mayoría se encuentra de pie en pequeños grupos a lo largo de toda la acera, son pacientes que ya salieron de su tratamiento y esperan transporte para regresar a sus casas, o familiares de pacientes que esperan a su salida. Dentro del edificio color rojo y azul, semanalmente reciben el tratamiento de hemodiálisis un aproximado de  670 personas, o al menos ese es el estimado que registra la Asociación Hondureña de Familiares y Pacientes con Enfermedad Renal.

Por parte de la empresa no hubo respuesta para validar esa información o para obtener su versión. A raíz de las denuncias de los pacientes, que han protestado de forma intermitente desde el pasado 28 de junio, se emitió un comunicado donde oficializaron que el tratamiento de hemodiálisis pasaría de 3 sesiones de 4 horas por semana a 2 sesiones de 3 horas por semana.

El comunicado apunta que debido a que 19 miembros del personal en la clínica de Tegucigalpa son sospechosos de COVID-19, tendrían que disminuir el número de sesiones semanales. Además, señalaban a la Secretaría de Salud como responsable por no contar con más personal debido a las restricciones de contratación y las limitaciones para capacitar recurso humano por su cuenta. Esta decisión de Diálisis de Honduras significó para los pacientes el aviso de un posible camino lento hacia la muerte.

«Usted me mira parada aquí pero yo ando hinchada aunque acabo de salir de mi diálisis, porque me dejaron dos kilos de sobra, ¿entiende? Entonces lo que tengo que hacer es no comer ni tomar agua hasta que sea el martes otra vez, ¿usted cree que de aquí a las 10 de la noche no me da hambre?, y allí es cuando mi cuerpo se empieza a descompensar porque yo además soy diabética e hipertensa», cuenta Karina Salinas, quien es miembro de la asociación.

Karina no esconde su enojo mientras habla de las malas condiciones en las que han permanecido casi desde que iniciaron las medidas restrictivas en el país, a raíz de la pandemia. No es solo la disminución de su tratamiento —dejándoles con líquido y toxinas en su organismo— lo que les ha afectado, sino que también han observado la mala calidad de los insumos con los que se les está tratando.

«La mala calidad de insumos aquí es increíble, esto ya en la tarde —señala la venda que le pusieron sobre su catéter— ya está despegado totalmente, antes sí daban buenos insumos pero ya no sé cuál es el interés. Ellos le cobran al gobierno una cantidad, esa cantidad debe cubrir 3 días a la semana, 4 horas, además de la calidad de insumos y personal calificado».

Karina Salinas, vocera de la Asociación Hondureña de Familiares y Pacientes con Enfermedad Renal. Comayagüela, 3 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Un documento del Centro de Información en Salud, del Instituto Nacional de Diabetes y Enfermedades Digestivas y Renales de Estados Unidos, indica que el catéter venoso central, que Karina cubre con una gasa de mala calidad, es un acceso vascular que permite que se conecte a la máquina que bombea sangre desde su cuerpo hasta un filtro donde se combina y limpia con una solución que contiene agua y sustancias químicas. Esto sirve para eliminar de manera segura las toxinas, exceso de sal y líquido en la sangre —una función que los riñones ya no pueden ejecutar por sí mismos—, y finalmente la sangre limpia es bombeada de vuelta al organismo. Si la gasa que cubre este acceso es de mala calidad puede infectarse y llevar a una hospitalización, que ante el colapso en los hospitales públicos en la capital sería catastrófico.

En un principio, la excusa de la empresa con los pacientes por la mala calidad de los insumos era que no se habían abastecido a causa del cierre de las fronteras, ahora ya no hay explicaciones para los pacientes, pero sí sigue la desorganización que los pone en peligro. Un ejemplo de ello es que Karina cuenta que durante varias semanas mezclaron a pacientes positivos confirmados, con sospechosos y no sospechosos del virus.

En ese sentido, el Congreso Nacional, en una sesión virtual realizada el 28 de mayo, aprobó una ley orientada a darle continuidad al tratamiento de hemodiálisis y diálisis para los pacientes que sufren de insuficiencia renal, donde se demandaba a Diálisis de Honduras una sala para atender exclusivamente a pacientes positivos de COVID-19. Sin embargo, denuncias difundidas en redes sociales y medios de comunicación, señalan que esa misma semana, el 25 de mayo, se le negó el tratamiento al periodista deportivo Jacobo Carías, en una clínica de la empresa ubicada en San Pedro Sula, quien murió 6 días después de no poder realizar su sesión de hemodiálisis. 

Acompañada de un familiar, una mujer espera ser atendida en Diálisis de Honduras. Comayagüela, 3 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Condiciones óptimas inalcanzables

«Yo me he hecho 3 exámenes para saber si tengo el virus, y cada uno me ha costado 500 lempiras, pero los pacientes renales tenemos muchas enfermedades y mucho medicamento. Entonces imagínese que yo no trabajo, yo lo que hago es vender ropa usada o lo que puedo conseguir para revender, a mí hasta me ha tocado vender mis cositas para poder seguir viva, por mis hijos porque ellos me necesitan. Hasta mis zapatos me ha tocado vender», cuenta Karina, mientras se acomoda la mascarilla quirúrgica que también tuvo que comprar porque Diálisis de Honduras les regaló una hecha de tela, que no les protege del virus, pero que aseguran les debe durar 7 días. 

Karina cuenta que en estos meses también ha dejado de comprar algunos medicamentos para poder darle de comer a sus 3 hijos. «Mis hijos pequeños no entienden porque mamá no trae la comida suficiente a la casa, ellos me preguntan y yo intento explicarles», agrega.

Debido a esta situación desde hace un mes no compra la caja de Venofer, un medicamento que reemplaza al hierro en la sangre para fomentar la producción de glóbulos rojos en pacientes con enfermedad renal crónica. «Cuesta 2300 y es para que usted no caiga en estado de anemia. Porque si no uno cae en una anemia que provoca que duela todo, no poder caminar, no tener fuerza. Lo que sigue a eso es un paro cardiaco», concluye Karina.

En una situación todavía más difícil se encuentra René Mariona, un paciente de insuficiencia renal crónica que lleva 20 de sus 36 años en tratamiento de hemodiálisis. Después de salir del tratamiento espera en su silla de ruedas hasta que un conocido llega a recogerlo para por fin descansar en un pequeño cuarto, en el que le dan posada en la colonia Nueva Suyapa. La espera puede durar horas, y sin dinero otros pacientes le apoyan y lo invitan a comer en alguna de las cafeterías cercanas.

Antes de la llegada de la pandemia al país, René, ganaba algo de dinero atendiendo puestos de golosinas en los predios de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, ahora no tiene ninguna posibilidad de generar ingresos, una situación crítica que se suma al estado avanzado de su enfermedad que le demanda medicamentos cada día más costosos.

René Mariona tiene treinta y seis años de edad y lleva veinte años asistiendo a Diálisis de Honduras, nació con una complicación congénita que impidió el desarrollo de sus riñones, por lo que debe asistir al menos tres veces por semana para su tratamiento. Entre la larga lista de medicamentos que deben suministrársele, el Zemplar (una forma sintética de Vitamina D) es el medicamento con precio más elevado: 5,800 lempiras. Comayagüela, 3 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

«Imagínese que no tengo entradas y gasto extra con el transporte, además paso estresado porque uno no sabe si se va a contagiar. Yo solo salgo cuando hay que venir acá, y realmente porque es obligación», asegura. Rene necesita aplicarse semanalmente tres ampollas de un medicamento llamado Zemplar, que en farmacias por caja de cinco ampollas tiene un valor de 5800 lempiras, inalcanzable.

Sobre la disminución de las sesiones de tratamiento asegura: «es preocupante porque yo por el tiempo que llevo con la enfermedad no soy de las personas que puedo estar aguantando mucho sin el tratamiento completo, me puedo descompensar. Después volver a recuperarse es bien difícil, la verdad no podemos estar sin el tratamiento completo» .

La falta de medicamento y el incumplimiento en las sesiones semanales por parte de Diálisis de Honduras, es un agregado también a la mala alimentación que se ha agudizado a raíz de la falta de recursos. Y aunque René ha recibido dos veces la bolsa solidaria que ha distribuido el gobierno, como medida para atender a la población más vulnerable del país, asegura que no es suficiente para mantenerlo fuerte.

La misma situación vive Karina: «Mire yo casi no puedo caminar muy bien, ni mucha distancia porque a esta altura la anemia la tengo hasta el tope y es normal, ¿cómo sabe uno que tiene anemia? Pues no puede caminar, se cansa y hasta hablar es dificultoso. Es bien difícil».

Antes de irse en el taxi que ha contratado para llevarla a su casa, Karina, recuerda que en un par de ocasiones mientras se dirigía a recibir su tratamiento la pararon en los retenes que la Policía Nacional ha establecido para evitar la circulación de personas no autorizadas, entre ellos los servicios de taxi como el que ella usa: «Ya me han parado, pero como yo soy bien brava y me paro, me bajo y les digo: “¿entonces quién putas me va a llevar a mi tratamiento?”, así que no les queda de otra que dejarme pasar».

A pesar del cansancio los pacientes de insuficiencia renal crónica en Tegucigalpa transcurren su enfermedad y la pandemia en esa condición: con la suficiente indignación para exigir su derecho a vivir.

Un guardia de seguridad asignado en Diálisis de Honduras, asiste a una mujer a su salida del centro médico. Comayagüela, 3 de julio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Portada: Fotografía tomada de Pixabay

Voy a empezar diciendo que ha sido difícil tomar el ordenador y escribir sobre algo tan personal y al mismo tiempo, tan común (como no quisiera que fuese). Me motivé a hacerlo al ver la valentía de una amiga, quien contó una experiencia dolorosa y personal, entonces decidí —por fin—  hacer algo que había postergado por casi dos años. Además, como apuntaba Kate Millet: «lo personal es político», y creo que no hay nada más personal que contar mi experiencia con la depresión postparto. Creo que es un tema necesario de hablar y me atrevo a pasarlo por la mirada feminista. 

Hace un tiempo encontré el feminismo y no hubo regreso. He ido abandonando poco a poco las formas de discriminación interiorizada, identificando los estereotipos y roles de género que nos discriminan a las mujeres, y trabajo en liberarme de ellos. También intento que otras personas: mujeres y hombres, hermanas, amigas, colegas y estudiantes visibilicen esas formas de discriminación contra la mujer. Debo confesar que no ha sido fácil el camino, como dice Andrea Dworkin: «muchas mujeres se resisten al feminismo porque es una agonía ser totalmente conscientes de la brutal misoginia que perpetran la cultura, la sociedad y las relaciones». 

Pero, en este camino, una de las experiencias más duras que me ha tocado enfrentar, ha sido luchar con la depresión postparto. Como feminista, cuando estaba embarazada, en mi mente, ya lo tenía resuelto, ya tenía teorizada la necesidad de la deconstrucción del mito de la «maternidad romantizada» por el sistema patriarcal y capitalista, que dicho sea de paso ambos se alimentan entre sí para coexistir y sostener la explotación de las mujeres. No obstante, al nacer mi bebé por cesárea y no por parto vaginal —como exigen los estándares de ser madre—, una colega me dijo que yo aún no era mujer porque no había «parido normal». Sumado a ello, de manera inexplicable no pude amamantar. Pese a que mis cercanas me provisionaron de todos los brebajes acostumbrados: pinol, cocoa, malta y hasta cerveza, no tuve resultados positivos. 

Mi frustración y tristeza crecía cada día. El primer mes no fui capaz de descansar o dormir, aunque tomaba litros de té de tilo, alhucema etc., y lloraba al menos quince veces cada día. No exagero, lloraba por todo, pero lloraba más por no estar feliz y porque no me sentía afortunada de haber dado vida, pues se supone que ser madre es el sueño de toda mujer y a pesar de que mi hijo estaba perfectamente sano, sentía toda una carga de culpas que me mataban. No sentir esa conexión o esa magia —de la que me habían hablado— al intentar amamantar a mi hijo, era una tortura y me llené de frustración, pues me sentía inútil. Pensé que nunca sería «buena madre», que era una mujer de casi cuarenta años incapaz de cuidar de mi propio hijo. Llegué a pensar que lo mejor era morir. 

Me sentía avergonzada por mi tristeza, escuchaba mil opiniones de cómo hacer dormir al bebé, pero el comentario que más me dolía era que «las madres ni cansancio sentimos cuando se trata de cuidar de un hijo». Estaba devastada, esa frase me calaba hondo. En una ocasión mi hermana mayor —que ha sido una figura materna para mí— me dijo: «creo que vos tenés depresión postparto, leé, buscá información que eso existe», esa fue mi primera alerta. Días después el pediatra de mi hijo —que es una gran amigo y un enorme apoyo— me dijo: «veo en usted signos que indican que podría padecer depresión postparto, es mejor referirla con un especialista». Así fue como busqué ayuda profesional y entendí que mi profunda tristeza tenía una causa hormonal, y que desafortunadamente muchas mujeres lo viven y no lo cuentan por temor a verse juzgadas como malas madres o mujeres cobardes e inútiles.

La depresión postparto es real y dolorosa. Según datos de la Organización Mundial de la Salud afecta a una de cada seis mujeres que dan a luz. Lo más grave, además de los impedimentos por sesgos patriarcales para buscar apoyo, es que en este país la salud mental es un lujo que no todas las mujeres, o tal vez la mayoría, pueden costearse, cuando en realidad es obligación del Estado satisfacer este derecho. Así que me reconozco mujer privilegiada por haber podido tratarme. 

Con el tratamiento que tomé —pese a que tampoco es reconocido por seguros médicos privados— mi salud ha mejorado. Logré comprender que había construido un mito en torno a ser feminista, pensaba que si lo cuestionaba todo no me perturbaría la crítica y el juzgamiento, pero no fue así, pues deconstruirme es una lucha diaria y aunque me niego a los mandatos patriarcales, inevitablemente estos todavía me alcanzan. Si bien, mi tristeza era una situación de salud, no poder estar a la altura de los estándares patriarcales de ser una «buena madre» profundizaba aún más mi dolor. Por ello las feministas insistimos en lo nocivo que estos roles y estándares impuestos pueden llegar a ser, tratándose de depresión —en el caso más grave— puede conducir al suicidio. 

Al compartir esta situación quisiera que si alguien al leer estas líneas se siente identificada, busque apoyo profesional, no sienta vergüenza de estar triste o agotada y pida ayuda. Si bien —como he dicho—, el Estado está obligado a satisfacer el derecho a la salud incluyendo la salud mental, lamentablemente la realidad informa abandono estatal, sin embargo aún se puede acudir al apoyo de organizaciones no gubernamentales. De igual forma a las personas que no están viviendo con depresión, pero son cercanas a mujeres maternando, las motivo a que apoyen y respeten la forma de ejercer la maternidad de las mujeres,  que apoyen sin imponer estándares de lo que representa ser «buena madre» o no. Los hombres deben involucrarse en igual proporción al cuidado de hijas e hijos, apoyar a sus compañeras si están pasando una situación de salud, no juzgar ni cuestionar a las mujeres, ya que maternar ya en sí es difícil y más aún si se padece depresión u otra enfermedad.

He sido afortunada por poder vivir para compartirlo, he tenido redes de apoyo de mujeres fantásticas, mis hermanas y amigas cercanas que nunca me juzgaron, y aunque a veces siento coletazos de la depresión, sigo caminando. 

La pandemia por COVID-19 expone la realidad a la que se enfrentan las mujeres transgénero en Honduras: falta de reconocimiento de su identidad de género y derechos por parte del Estado, violencia y discriminación. La pandemia también aumenta la crudeza de esa realidad porque impide migrar, algo que para algunas de ellas es la única posibilidad de sobrevivir.

Texto: Catherine Calderón

Ilustraciones: Ambar Nicté

Nahomy no logra dormir bien desde que inició la cuarentena por COVID-19. Es la una de la madrugada en España y se siente inquieta. Mientras lee lo que se publica sobre el virus, se ha enterado que la pandemia ha llegado a su país natal, Honduras. Le angustia lo que pueda pasar en su país donde el sistema de salud está colapsado desde hace muchos años. 

Las mujeres trans en Honduras ya eran vulnerables antes del COVID-19 y desde antes eran discriminadas en el sistema sanitario y no reconocidas en su identidad de género. Para el sistema, no pasan de ser solo un dato más en las estadísticas de las unidades de infecciones de transmisión sexual. 

Nahomy Otero o «La Nahomy» como le dicen sus amigas cercanas, ha sido defensora de los Derechos Humanos desde hace más de 15 años, en específico incidiendo por los derechos de las mujeres transgénero y personas con VIH en Honduras. 

Justo antes del cierre de fronteras, ella se preparaba para recibir a varias compañeras y amigas que por la violencia en Honduras buscaban salir del país a finales de marzo de 2020.

«Yo esperaba a una de ellas el primero de abril. Ya tenía su boleto de avión comprado y todo y ahora le ha tocado quedarse allá en medio de esta incertidumbre. Imagínate», expresa. 

Entre junio de 2009 y marzo 2020 se registraron 111 transfemicidios en Honduras. Las edades de las mujeres asesinadas van de los 12 a los 34 años de edad, según el informe sobre muertes violentas de la comunidad LGTBI, de la Red Lésbica Cattrachas. 

Nahomy también huyó, como ahora lo quieren hacer sus amigas. Huyó para no ser parte de esas estadísticas. Hace 20 años, cuando miembros de una mara la raptaron para violarla y asesinarla, ella sobrevivió, después de eso intentó quedarse en su país pero la violencia la siguió. 

«Me metieron a un cuarto, cerca de un potrero, intenté escaparme, pero ahí me dieron la primera puñalada. Sentí que mi alma salió del cuerpo, sentí ese aire, ese suspiro que salía de mí, pero también escuché una voz que me decía que yo no iba a morir así, que me levantara y no se cómo, pero mis pies estaban desatados, cuando me levanté. Después de eso decidí ser parte del cambio, quería ayudar a otras personas, Dios me estaba dando otra oportunidad de vivir», relata y asegura de que lo que le sucedió en ese potrero fue una señal para tener claridad en su propósito de vida. 

Nahomy, se integró a las organizaciones de Derechos Humanos, después de un año de su agresión. En 2014 denunció ante el Ministerio Público el desabastecimiento de medicamentos antirretrovirales en los almacenes del Estado. En aquel momento ella trabajaba en la respuesta al VIH. A partir de esta denuncia relata que le empezaron a hostigar, siguiéndola y enviándole mensajes de que no siguiera hablando del tema. 

Ella dice que el hostigamiento lo habría soportado de no ser porque en esa misma temporada asesinaron frente a ella a una de sus amigas y ella pudo identificar al asesino. Y aunque el asesinato no estaba relacionado a su labor como defensora, Nahomy se preguntó si valía la pena quedarse o irse para poder sobrevivir. 

Ahora es otra de sus amigas la que está en peligro. Después de enterarse que su amiga había sido brutalmente golpeada y dada por muerta a finales de 2019, Nahomy empezó a buscar la forma de apoyarla desde su experiencia para que pudiera llegar a España y poder darle posada mientras se instalaba. Estar en España se ha convertido en una oportunidad para ayudar a otras mujeres como ella. 

Nahomy Otero vive una nueva etapa de su vida. Tiene 41 años y se considera una sobreviviente. Ilustración: Ambar Nicté.

Planes que la pandemia detuvo

Marlene, a quien llamaremos de esa manera por seguridad, tiene 37 años y es defensora de Derechos Humanos, educadora y contadora. Le gusta la ciencia, la física cuántica, los números y compartir su conocimiento con otras compañeras, se define fuera de lo heteronormativo, le gusta vestirse como se siente cómoda sin tener que seguir cánones de belleza de ningún género. Es la amiga a quien Nahomy esperaba a finales de marzo. 

El ataque a Marlene conmocionó a sus compañeras, por la brutalidad de lo ocurrido y porque la agredida lo sobrevivió. «Estaba regresando de mi trabajo de abordaje (abordaje sobre educación sexual y derechos humanos) con mis compañeras que ejercen trabajo sexual y pues de repente como a las 12 o 1 de la mañana, algún loco transfóbico, me empezó a golpear con una piedra, me agarró desprevenida. Pasé seis días en el hospital, bastante grave, 85 puntos en la cabeza,» retrata con una voz firme, mientras termina de cocinar en la casa donde vive temporalmente por seguridad. 

Marlene y sus compañeras se movilizaron inmediatamente, interpusieron la denuncia y solicitaron medidas de protección al Mecanismo protector para las y los defensores de Derechos Humanos, periodistas, comunicadores sociales, y operadores de Justicia, un conjunto de diferentes instituciones del Estado en coordinación con representantes de gremios y sociedad civil, que se dedican a generar estrategias para prevenir y proteger a las personas que se dedican a la defensa de los derechos humanos y libertad de expresión. 

Sin embargo, luego de aproximadamente tres horas de entrevista, brindando las pruebas y las amenazas previas que había tenido ejerciendo su rol como defensora, su solicitud no fue aceptada. 

«Me dijeron que mi caso no aplicaba, busqué ayuda internacional y en eso estoy… estaba. Por la situación del COVID-19 no se pudo concretar el viaje que tenía para el 31 de marzo, ya no se pudo. Esto de salir del país, lo decidí realmente por el riesgo de perder mi vida y para buscar una nueva perspectiva de vida en otro país».

Marlene, no tenía planeado salir del país, ella se miraba trabajando en lo que le gusta, incluso terminando su carrera universitaria, con su familia con quien recién había vuelto a tener contacto. Su plan de vida cambió súbitamente. 

Pero ella no era la única que tenía planeado irse antes del cierre de frontera. 

Cristina Portillo tiene 34 años, es estilista profesional y amiga de Nahomy.  También había planificado irse del país a finales de marzo o principios de abril porque estaba cansada de que no la reconozcan como ciudadana y sujeta de derechos. Cotizó el boleto de avión justo antes del cierre de las fronteras. 

Cristina había sacado una profesión como estilista de belleza y luego de varios años se involucró en política, militando en el Partido Nacional en San Pedro Sula. 

«Trabajé cuatro años en la Alcaldía Municipal de San Pedro Sula con el ingeniero Armando Calidonio y luego te das cuenta que no hay oportunidades de crecimiento. Ejercemos el sufragio pensando que con eso salimos adelante en nuestros derechos, pero la discriminación al final es la misma dentro de la sociedad, es igual, no cambia nada.»

Cristina relata que su objetivo al involucrarse en política, era poder incidir en los espacios estatales para que la población LGTBI, en especial las mujeres trans, pudieran tener mejores oportunidades de trabajo.

«En varias ocasiones, en algunas reuniones con aspirantes a diputados hablaba sobre la importancia de no discriminar a las mujeres trans, les contaba que había abogadas y profesionales de otras ciencias que no tenían oportunidad en la empresa privada. Pero la respuesta a ello, siempre fue el silencio por parte de los aspirantes.»

Todo lo que había hecho le parecía en vano, y ahora tenía mayor claridad que las mujeres trans o de cualquier otra población vulnerabilizadas, solo eran sujetas políticas cuando les tocaba ejercer el sufragio.

Cristina Portillo, atendiendo a una clienta en un salón de belleza. Ilustración: Ambar Nicté.

«Y lo confirmé cuando opté por una plaza municipal del área de migración. Obviamente no me dijeron directamente que era por ser mujer trans, pero sí se por mis contactos que hubo comentarios sobre mi identidad de género.»

Irse del país es algo que había pensado desde hace años. Intentó pedir asilo a través de organizaciones con el objetivo de buscar nuevas oportunidades, huir de la discriminación. Sin embargo, no obtuvo respuestas.  

«Pareciera que para pedirles asilo, tenes que haber perdido una parte de tu cuerpo, te tuvieron que haber agredido físicamente, cuando a veces la agresión verbal basta y sobra. El daño social y trauma psicológico que te hace la sociedad en este país y la falta de oportunidad es como que estar muerta en vida.» 

En Honduras no existen leyes que garanticen los Derechos Humanos de la población LGTBI. Actualmente, los únicos recursos legales que han tenido son el artículo 321 del Código Penal y la Ley de Protección para las y los Defensores de Derechos Humanos, Periodistas, Comunicadores Sociales y Operadores de Justicia, que solamente ampara a aquellas personas que han sido certificados como defensores de DDHH. 

En el nuevo Código Penal que entró en vigencia, los agravantes por discriminación y odio se eliminan y quedan como circunstancias agravantes motivaciones racistas u otros relativos a la ideología, religión o creencias de la víctima, edad, lengua, situación familiar, etnia, raza o nación a la que pertenezca, su sexo, orientación sexual o identidad de género, razones de género, enfermedad o discapacidad; y reincidencia. 

La Guía de recomendaciones sobre atención integral de la salud de las mujeres trans en Latinoamérica y El Caribe afirma que la expectativa de vida de una mujer trans en la región de Latinoamérica y El Caribe es de 35 años. Cristina está convencida de que la única forma de vivir más que eso, es yéndose del país, muy lejos.

Desde que se involucró en política, Cristina ha recibido amenazas por parte de grupos delictivos y considera que no solamente es perseguida por su identidad de género, sino también por haber militado en un partido político.

Cristina teme por su vida, siente que si no logra irse del país será parte de las estadísticas de muerte en el país, tiene 34 años y quiere vivir más. 

Toque de queda no reduce violencia

La población LGTBI ha vivido y  enfrentado un problema endémico, el de la exclusión e invisibilización. La violencia estructural es cotidiana. 

«Decimos doble pandemia por las condiciones del sistema de salud fracasado, desmembrado que no tiene respuestas a la población general, mucho menos tiene una capacidad de respuesta a la población LGTBI de manera diferenciada, específica, para las necesidades que demandamos. La preocupación ha sido grande, porque la pandemia nos ha puesto en condiciones de mayor vulnerabilidad.»

Durante la cuarentena las violaciones a los derechos humanos se han incrementado afirma Donny Reyes, director de la Asociación Arcoiris y integrante del Comité de diversidad sexual de Honduras (CDSH). 

Según el Diagnóstico situacional de las personas LGTBI en relación al COVID-19, por parte de CDSH, un 40% de la población vive en una casa alquilada, 36% en la casa de un familiar y 22% en casa propia. Un 41% de la población LGTBI trabaja, mientras que un 24% no trabaja ni estudia y un 11% trabaja y estudia. Para Donny Reyes, ese 24% es el que está en condiciones de mayor vulnerabilidad. 

Según el diagnóstico, solo el 6% de la población abordada se identificó como mujer transgénero, por lo que el CDSH documenta mediante entrevistas individuales casos de mujeres transgénero que han ejercido trabajo sexual en el país durante los toques de queda. 

«Salen a exponerse en la búsqueda de recursos para poder pagar su cuarto de hotel o su vivienda, llevar alimentos. Muchas de ellas tienen a cargo abuelas, sobrinos que dependen de ellas, que sobreviven con lo que ellas llevan» afirma Donny Reyes, además de que a raíz de ello, se han registrado arrestos con fuerza excesiva por parte de policías y militares. 

«Incluso tenemos registrado el caso más reciente que fue el de la compañera trans en La Ceiba quien fue asesinada en pleno a pedradas, destruyéndole su cara con bloques y ¿Quién está en control de estas ciudades en estos momentos? la fuerza de seguridad y del orden público del Estado, o sea todas las fuerzas de seguridad estatales» puntualiza. 

Donny Reyes se refiere al transfemicidio de Luz Zúniga, de 23 años de edad, asesinada el 1 de mayo en La Ceiba. Según diversos medios de comunicación locales, la mujer fue asesinada a golpes por un hombre, que al igual que ella, estaba en condición de calle. 

Durante la cuarentena, se han registrado dos asesinatos de mujeres trans en la zona norte del país, la primera es Luz en La Ceiba y la segunda en Villanueva de quien se desconoce su nombre.

Durante años la población LGTBI ha incidido para que la Ley de Identidad de Género y la de no discriminación sean discutidas y aprobadas por el Congreso Nacional. La primera ley es clave para reducir la tasa de mortalidad de las mujeres trans en el país, ya que con esta ley, el Estado está obligado a cumplir con la despatologización y el reconocimiento de las personas por su nombre social. Una deuda del Estado que ha causado traumas en la población trans que lucha por el derecho a la salud de manera diferenciada. 

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Documentar la situación de la población LGTBI durante la pandemia ha sido difícil para las organizaciones de Derechos Humanos, ya que no es posible verificar o trasladarse a los lugares en que ocurren los hechos y denunciar formalmente ante la fiscalía. 

Las medidas de restricción que el Estado emitió durante la pandemia para evitar la propagación del virus, impiden que las y los defensores de Derechos Humanos puedan movilizarse libremente a los lugares dónde se reportan incidentes y agresiones.

Donny Reyes hace hincapié en que la justicia es una deuda que tiene el Estado y que en tiempos de pandemia denunciar se vuelve más complejo. «En Tegucigalpa está la Región Metropolitana de la UMEP 1 de la policía que es en el centro de la ciudad, ir a la policía a denunciar a la policía, es una cosa muy complicada» afirmando que muchas de las agresiones registradas han sido por parte de las fuerzas del orden público. 

En el Diagnóstico situacional de las personas LGTBI en relación al COVID-19 del CDSH se registra que el 34% de las personas consultadas identifican como sus agresores a los militares, mientras que el resto a policías nacionales, de tránsito y municipales. Y debido a ello solo el 3% de ellas han interpuesto formalmente su denuncia. 

Esta realidad ha sido constante en la vida de muchas mujeres. Nahomy recuerda que los golpes, las humillaciones y amenazas por parte de las autoridades policiales fueron parte de su vida y de las amigas con quienes inició la transición.

«A veces nos iban a soltar allá por el Catarino (como se le conoce a la zona donde está ubicado el Hospital Mario Catarino Rivas en San Pedro Sula) y cuando teníamos suerte, la noche anterior no nos habían metido en barriles con agua mientras nos insultaban» recuerda Nahomy.

Seguridad alimentaria 

El desempleo causado por la cuarentena ha afectado las condiciones de vida especialmente en lo relacionado con la seguridad alimentaria. Según el Informe Situacional de las Personas LGTBI en relación a la Pandemia del COVID-19 en Honduras el 84% de la población consultada indicó que la pandemia les ha afectado económicamente.

«La situación trasciende desde la violencia física, la violencia sexual hasta lo elemental que es la alimentación. No hay una estrategia ni una política pública del Estado orientada a atender esta población, ni siquiera un oficio donde se diga «atiéndase en la emergencia a estos colectivos» reitera Donny Reyes.

Esta situación de calamidad ha sido atendida desde los colectivos LGTBI, por ejemplo, llevando comida a las personas que carecen de ella. Sin embargo, esto es un riesgo por el toque de queda como medida de prevención. El medio internacional Presentes, publicó un reportaje sobre la detención de Gabriela Redondo, defensora de derechos humanos y directora del Colectivo Unidad Color Rosa de Honduras, el sábado 11 de abril por la policía cuando salió a buscar alimentos a pocos metros de su casa. Durante la detención, los policías la intimidaron y se burlaron de ella, llamándole por el nombre que aparece en su documento personal. 

Asimismo, Viena Ávila, directora de otra organización de mujeres trans en la zona norte del país, comentó a Contracorriente la preocupación que tenía por sus compañeras y la frustración que le causaba no poder apoyarlas como quisiera con alimento, ya que ni siquiera a las y los defensores de derechos humanos se les ha permitido circular durante la pandemia. 

«Muchas se han acercado para pedir apoyo, sobre todo por el tema alimentario y que no tienen otra manera de generar un ingreso, estamos recolectando lo básico» comenta Viena Ávila de la Asociación Feminista Trans (AFET) quien le relata a Contracorriente que algunas viven en hoteles o en sectores vulnerados. 

«El gobierno tiene la estrategia de entregar lo que llaman bolsas solidarias, pero esas bolsas no benefician a las compañeras, porque son específicamente para familias y muchas de ellas no están con sus familias», explica. 

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Ante este escenario, líderes de la población LGTBI interpusieron un recurso de amparo para restituir el derecho a defender derechos, derecho a la libertad de circulación y expresión de defensores y defensoras de derechos humanos violentados por el Estado de Honduras mediante Decreto Ejecutivo PCM-021-2020 y sus prórrogas:

Los decretos que motivan esta acción, según su propio texto, son de aplicación general excluyendo a servidores públicos de las fuerzas policiales y militares, personal sanitario, del Comisionado Nacional de Derechos Humanos (CONADEH) y empresas que se dediquen a la producción y distribución de alimentos. Quienes suscribimos esta acción, estamos impedidos de desarrollar nuestra labor de defensoría de derechos, la cual no debe prohibirse en ningún caso en un Estado de derecho, mucho menos durante la vigencia de estados de excepción. 

La exclusión y falta de voluntad política ante esta situación en particular ha sido denunciada en diversos espacios digitales por parte de la población LGTBI. Uno de ellos es el foro virtual «Coronavirus y Derechos Humanos LGTBI» organizado por Victory Institute. Abner Jiménez, representante por Honduras de la organización Somos- CDC denunció la negativa por parte de SINAGER ante las solicitudes de apoyo para la población LGTBI, indicando que dicha población, no es clave en el marco de la pandemia por COVID-19. 

Un estado intervenido por la religión

La falta de reconocimiento por parte del Estado agudiza la situación de la población LGTBI. A pesar de que las diversas organizaciones nacionales y organismos internacionales tales como la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en reiteradas ocasiones han interpelado al Estado para que cumpla con los acuerdos internacionales de reconocer a todas las personas por igual y a partir de ello también brindarles sus derechos constitucionales, el Estado de Honduras les sigue invisibilizando, entre otras, por razones justificadas en doctrinas religiosas.

El Informe Estado Laico y Fundamentalismos Religiosos elaborado por la organización Cattrachas, registra diversas declaraciones de autoridades estatales de alto nivel de los poderes Ejecutivo y Legislativo en contra de los derechos de la población LGTBI, fundamentados en la moral religiosa. 

Diputados y diputadas en sesión legislativa en el Congreso Nacional. Ilustración: Ambar Nicté.

En el informe documenta hechos como lo ocurrido el 10 de noviembre del año 2015 cuando la Confraternidad Evangélica de Honduras solicitó al presidente del Congreso Nacional, Mauricio Oliva, que se pronunciara públicamente sobre el matrimonio igualitario. 

Ante esta solicitud, Oliva respondió en conferencia de prensa, acompañado por representantes de la Confraternidad que «Es importante dejar establecido que nosotros y en este caso hablo en mi caso personal, hay barreras de tipo moral, religiosos, culturales y legales en mi país que veo que no harían viable tal propósito»  y reiteró que no puede impedir que alguien presente el proyecto en la Cámara «En mi plano personal quiero ratificar que yo, Mauricio Oliva, en mi calidad de simple diputado no acompañaría una iniciativa en ese sentido» puntualizó. 

Alberto Solórzano, pastor y miembro de la Confraternidad Evangélica manifestó en una entrevista a Contracorriente que su cercanía con el gobierno es estratégica, no forma parte de ningún hecho espontáneo y que ellos han provocado ese acercamiento a raíz de temas como el matrimonio igualitario y el aborto.

«¿De dónde se paga la educación de este país? De los impuestos que pagamos, entonces, tenemos el derecho y las obligaciones de solicitar que a la hora de educar se eduque correctamente, según nuestras convicciones, a los hijos nuestros y a los hijos de nuestros hijos.» 

Para Solórzano, el matrimonio igualitario es algo incorrecto «La Biblia menciona que actos de esta naturaleza caen en lo inmoral, así como ser infiel es inmoral, tener dos mujeres es inmoral, practicar la sexualidad de forma desordenada es inmoral.»

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Algunas de las recomendaciones de organismos internacionales ignoradas por el Estado de Honduras son: eliminar de su ordenamiento jurídico toda norma que pudiera discriminar por razones de orientación sexual o identidad de género e impedir el pleno goce de los derechos económicos, sociales y culturales de las personas lesbianas, gais, bisexuales y transgénero, prohíba la discriminación en el ámbito público y privado, entre otras. 

Sobre esto Solórzano afirma que detrás de estas solicitudes, hay otros intereses y que son financiados por grupos que buscan acceder a beneficios de salud «ellos podrían invocar su derecho de decir, no me siento hombre, me siento mujer entonces me voy a operar, me voy a poner todo lo que una mujer tiene para proyectarme como una mujer» considera que estos grupos, han logrado introducir personas en organismos como la ONU para instalar este tipo de agendas. 

El 26 de mayo de 2020, en medio de la pandemia, Costa Rica se convirtió en el primer país de Centroamérica en reconocer el matrimonio igualitario, luego de una opinión consultiva por parte de la CIDH, en la que la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia declaró inconstitucional el Código de Familia que no permitía el derecho de matrimonio de personas del mismo sexo. Logros y avances en materia de derechos humanos que solo se logran en un país donde la democracia y la estabilidad política lo permite. 

Para Nahíl Zerón de la organización Cattrachas, el actuar del Estado de Honduras es una paradoja, ya que no cumple con las recomendaciones y con los acuerdos que firma internacionalmente, no reconocen a la población LGTBI dentro de las leyes estatales cuando las personas están vivas, pero sí cuando han sido asesinadas.

«Es súper paradójico que sí reconozcan nuestras muertes pero no reconozcan nuestras orientaciones e identidades cuando estamos vivos y vivas» refiriéndose que en el Ministerio Público existe una Unidad de Muertes de Personas Pertenecientes a Grupos Sociales Vulnerables, dependencia de la Unidad de Muertes Violentas.

«Esa unidad no funciona con un enfoque diferenciado o sea hablar de gays, lesbianas, bisexuales, trans, entonces el no comprender la orientación sexual e identidad de género obviamente hace que el trabajo no sea eficiente. También el retroceso del Código Penal cuando se quitó el agravante de odio también para nosotros era un poco preocupante porque ya no se puede justificar por ejemplo una muerte ejercida con odio hacia una persona LGBT.» 

El doble discurso del Estado, al firmar y ratificar acuerdos internacionales en temas de derechos humanos versus la realidad legislativa del país, es una violencia más hacia la población LGTBI.

Nahomy a la izquierda y Cristina a la derecha hace 20 años durante una fiesta, dos días antes del primer ataque a Nahomy. Ilustración: Ambar Nicté.

***

El éxodo de personas LGTBI hacia otros países se ha vuelto cada vez más evidente. El 30 de junio, en plena emergencia por COVID-19, a pesar de que las carreteras y las fronteras están militarizadas, una caravana de 80 migrantes se atrevió a desafiar el toque de queda. En esa caravana, un grupo de personas LGTBI también pretendía llegar a Estados Unidos, pero llegando a la frontera con Guatemala se regresó porque la policía amenazó con lanzar bombas de gas lacrimógeno. 

Las oportunidades para salir del país se cierran hacia cualquier destino. Se cerraron para este grupo que iba en caravana hacia Estados Unidos, como para las amigas de Nahomy que esperaban poder irse a España. 

«A veces recuerdo todo lo que viví en Honduras, todo lo que sufrí, hasta que llegué aquí me doy cuenta de todo el daño que pasé, que sufrí, solo por sostener una identidad de ser trans» afirma Nahomy mientras desde el balcón de su apartamento en España donde puede ver la plaza y salir de vez en cuando con su perro. Una escena que en su propio país era imposible sin ser discriminada. 

Nahomy ahora tiene 41 años y sueña con tener una casa refugio junto a otros compañeros que han huido a España para poder ayudar a otras mujeres y hombres que no puedan ser libres en su país. Por ahora espera que Marlene y Cristina, sus amigas de la juventud, puedan salir de Honduras para recibirlas.

La situación de precariedad en el Hospital de El Progreso, Yoro, al norte de Honduras, no tiene límite. La unidad asignada para atender enfermos con COVID-19  reportó este fin de semana 44 pacientes internos cuando la capacidad en la sala es para 30 personas.

Uno de los pacientes requería ser trasladado al Hospital Leonardo Martínez Valenzuela en San Pedro Sula, pero le comunicaron que aquel centro ya no estaba recibiendo pacientes debido a que ya no tenía capacidad, los cupos se agotaron.

La unidad Covid-19 de este centro hospitalario cuenta con solo un médico para cada turno de 12 horas. Los pacientes que llegan en busca de atención y que presentan sintomatología sospechosa de Covid-19 son recibidos en una improvisada carpa en la entrada del hospital donde también hay solo un médico atendiendo durante jornadas extenuantes y riesgosas.

La pandemia también ha golpeado al personal sanitario del hospital progreseño. Hace pocos días, una enfermera falleció a causa del Covid-19 y actualmente ocho médicos de diferentes áreas han sido diagnosticados con esta enfermedad al igual que una docena de enfermeras, un camillero, dos miembros del área administrativa y una del personal de cocina. Debido a esto, la consulta externa del hospital progreseño se ha quedado sin personal de atención.

Los contagios alcanzan a quienes trasladan a los pacientes que buscan atención. Cuatro miembros del Cuerpo de Bomberos, también se encuentran infectados, según conocimos en nuestra visita al hospital.

Las deficiencias en el área de atención en este hospital evidencian las carencias de insumos, equipo médico e infraestructura.

Desde hace varias semanas se reportó que el centro asistencial urgía de equipo de protección, condiciones de climatización para la unidad Covid, camas, pruebas rápidas, monitores cardiacos, oxígeno y equipo de sanitización.

Ante este difícil panorama, varias organizaciones progreseñas impulsaron una campaña para recolectar donaciones en beneficio del hospital. Organizaciones como Rotarac, Club Rotario, Club de Leones, grupo de amigos del Hospital de El Progreso (GADHEPRO) y grupo de Amigos de El Progreso (GAP) realizaron durante la semana una campaña para realizar contribuciones para suplir las necesidades existentes.

Los resultados de la jornada solidaria permitieron que fueran entregadas 15 camas hospitalarias manuales por un valor de 171,675 HNL; 3,040 mascarillas KN95 (304 cajas de 10 unidades cada una) por un valor total de 121,600 HNL. La donación tuvo un valor total de 293,275 HNL, se realizó por parte del Grupo de Amigos de El Progreso y se entregó al grupo de amigos del Hospital de El Progreso para su manejo.

En la misma semana,  la municipalidad de El Progreso anunció la entrega de un donativo de 575 mil HNL. La directora del Hospital, Dra. Liliam Gallo, informó a los medios de comunicación que la donación que entregará la municipalidad progreseña será manejada a través de GADHEPRO. La Dra. Gallo también informó que se recibió una donación de equipos de aire acondicionado para el área Covid-19 por un monto de aproximadamente 125 mil HNL para mejorar la climatización de esa área.

Los fondos también serán destinados para mejorar una morgue, una bomba de agua para la sala Covid-19 y también para adquirir equipo de protección para los empleados que toman las muestras de los pacientes sospechosos de dicha enfermedad.

A pesar de esas donaciones, surgen quejas por parte del personal de otras áreas del hospital quienes alegan que el equipo de protección no alcanza para ellos. Una de las empleadas, que pidió obviar su nombre por temor a represalias por parte de las autoridades, aseguró que «las mascarillas quirúrgicas que les entregan son de baja calidad, sólo duran tres horas, y no sabemos qué han hecho todo el equipo de protección que han recibido, incluso, una compañera enfermera necesitaba oxígeno para su madre y la directora nunca contestó a su petición».

Este día, cuatro cuerpos fueron entregados en ese hospital a sus familiares después de morir por COVID-19. Sin embargo, aun no han sido reportados en el informe oficial emitido por las autoridades de Sinager. El último dato publicado por esta instancia reportó 58 nuevos casos positivos en el municipio de El Progreso, lo que hace un total de 637 casos de marzo a la fecha.

El gobierno de Honduras ha ejecutado 4,589.2 millones de Lempiras para enfrentar la emergencia sanitaria por la pandemia, sin embargo solamente 527,526 millones de lempiras han sido ejecutados por la Secretaría de Salud y las compras de insumos necesarios para que los hospitales estén equipados, han estado a cargo de INVEST-H, una institución que desde que inició la emergencia ha sido señalada por posible fraude y sobrevaloración en la compra de hospitales móviles, equipo de bioseguridad y ventiladores mecánicos. Mientras tanto, en los hospitales donde se está atendiendo a la población enferma, la precariedad reina y el personal sanitario solo cuenta con la esperanza de que la población se organice para hacer donaciones y actividades que les permitan sobrevivir. 

Don Mario, llegó este domingo 5 de julio de 2020, con síntomas de Covid 19, acá es atendido en el triaje del Hospital de El Progreso. Foto Deiby Yanes.
El área de triaje en el hospital de El Progreso, presenta condiciones deplorables. 5 de julio de 2020, Foto Deiby Yanes.
Las autoridades municipales solicitaron nuevamente un cierre del municipio. 5 de julio de 2020. Foto Deiby Yanes.
Calle del Comercio en El Progreso, Yoro, no hay actividad comercial durante el fin de semana. 5 de julio de 2020. Foto Deiby Yanes.
Este puesto de frutas en la salida a Santa Rita, permanece abierto el fin de semana. 5 de julio de 2020. Foto Deiby Yanes.
Esta es la única ambulancia con la que cuenta el cuerpo de bomberos de El Progreso, Yoro, para el traslado de pacientes con Covid 19. 5 de julio de 2020, Foto Deiby Yanes.
Sólo un médico atiende en el área de triaje del Hospital de El Progreso, en turnos de 12 horas al día. Foto Deiby Yanes

Me gustan los días lluviosos, sin embargo sé que para los grupos más vulnerables dentro de la sociedad se vuelven días muy difíciles. Esto se debe a la situación de abandono e indigencia a la que históricamente han sido sometidos, además de vivir dentro de un sistema dirigido por gobernantes corruptos sin escrúpulos. 

Lo siguiente tiene estrecha relación con algo que se sucedió con mi abuelo hace unos días. Debido a la pandemia por COVID-19 se nos ha impuesto salir según el último dígito de nuestra identidad y si es en vehículo se nos permite un acompañante. Ese día nos tocó transitar a los dos, y llovía, aquello era una tormenta de los mil demonios (como dice mi abuelo) y a pesar de eso, lo que decidimos entonces —debido a la situación— fue tomar el carro de casa y salir a abastecernos.

Era más o menos las siete de la mañana, llegamos al centro de la ciudad y por el congestionamiento no podíamos avanzar muy rápido. Debido a la lluvia la gente iba corriendo de un lado a otro. Más de una persona presionaba para que la dejaran entrar al banco y no mojarse, los guardias trataban de contener a las personas por aquello de evitar las aglomeraciones. Los motociclistas aceleraban hasta el fondo, y los conductores de vehículos presionaban sus bocinas para que el tránsito avanzara —aún y cuando el semáforo estaba en rojo—, esa es una práctica fastidiosa y repugnante con la que tristemente tenemos que vivir en nuestro país.

Después de unos minutos por fin pudimos avanzar y decidimos dar un giro a la izquierda para librarnos del tráfico y salir más rápido. En la calle que tomamos, la situación no estaba tan distante de la que veníamos: un tráfico más o menos moderado, el semáforo en rojo, y la lluvia —que esta vez había empezado a caer con aire y golpeaba de izquierda a derecha—. Decidí entonces ver el panorama con un poco más de minuciosidad y observé hacia el otro lado de la ventana: la lluvia azotaba con más ira, pero pude notar a un niño de no menos de siete años de edad que estaba tratando de protegerse a la orilla de la acera, no tenía la suficiente protección. Llevaba puesta una camisa de mangas cortas, un short bastante desgastado, sus pies descalzos que besaban el frío del pavimento; en sus manos sostenía un poco de alimento —que supongo — le dieron o encontró en algún basurero.

Debo reconocer que cada vez que recuerdo esa imagen, algo se rompe dentro de mí. No pude esperar más y lo siguiente que hice fue tocar el hombro de mi abuelo y señalar hacia donde estaba el niño. Mi abuelo me devolvió la mirada y tragué saliva (hondo). Reconozco que ambos nos miramos un par de segundos más antes de tomar una decisión, mi abuelo suele decir que en estos tiempos tan difíciles se puede desconfiar hasta de la familia. Pero yo había visto los ojos de aquel niño y lo único que noté fue el reflejo del dolor por tanta indiferencia de esta sociedad. 

Decidí entonces bajarme del vehículo para recoger al niño y llevarlo con nosotros. Yo traía puesta una sudadera que entregué al pequeño para que pudiera secarse un poco, no faltó quien nos mirara raro, o uno que otro conductor que me insultó por retrasar más el tráfico. Reconozco que estábamos en medio de la calle y que no pudimos estacionar correctamente el auto. Decidimos partir hacia la casa de una amiga a quien llamaré Andrea y que trabaja con organizaciones que se encargan de apoyar a niños desprotegidos. El chico estaba totalmente desconcertado, pude notarlo porque en varias ocasiones le pregunté su nombre, sobre su familia, amigos o conocidos, y se quedó completamente callado, dejé de insistir pues supuse por su silencio, que su casa y su cama eran la vil y lapidaria calle de nuestra ciudad. 

Llegamos a casa de Andrea y como ella ya estaba enterada de la situación salimos nuevamente sin pensarlo dos veces. Iba preguntándome si Dios estaba ahí o si solo estaba —como yo— tragándose toda la saliva. Andrea nos llevó al lugar donde podrían ayudar al niño, realmente soy poco para aseverar cosas como esta, pero por algún momento sentí más fé y esperanza, esperaba que el desenlace de esto fuera positivo, y sucedió así gracias al enorme corazón de Andrea, ella hizo toda la gestión y en el hogar de una oenegé decidieron recibirlo, claro está, después de tomar algunos datos y de hacer una que otra pregunta para obtener más información sobre el chico (que nosotros poco podíamos aportar, pero decidimos en la brevedad hacer el intento de ayudar).

Después de un par de horas, había llegado el momento de regresarnos. No tuve el valor suficiente para despedirme de aquel niño, supongo que se me haría dos pedazos el alma, mi abuelo y Andrea sí lo hicieron. Decidí salir del hogar, entrar al vehículo y quedarme ahí, pensando sobre tanta injusticia, corrupción y desigualdad que diariamente ataca a la niñez de nuestro país. Mi abuelo y Andrea volvieron al vehículo y decidimos partir, la hora de compras y demás cosas ya se nos había agotado. Andrea me dijo: «me preguntó si volverás», sin explicación alguna supe que había sido una pregunta del niño y cuando arrancó el vehículo me dije: ¿cómo se puede salir adelante si son miles los que están en situaciones igual o peor que la de él? ¿cómo se puede pasar adelante en un vehículo y no detenerse?

La espera en el Hospital Leonardo Martínez Valenzuela (HLMV) en San Pedro Sula es angustiosa. Decenas de familiares esperan en las aceras por información de los enfermos. El viernes 3 de julio, 107 pacientes eran atendidos en las salas COVID-19 de este hospital. Todas están a su máxima capacidad. Hasta la fecha, se han confirmado 144 fallecimientos por esta enfermedad en este centro asistencial. Otros 92 casos esperan confirmación post mortem. 

Texto: Allan Bu

Fotografías: Deiby Yánez

Es la mañana del viernes 3 de julio y decenas de personas esperan en las aceras del hospital Leonardo Martínez. La angustia y la esperanza se ocultan tras la mascarilla, algunos lloran. En las salas de este hospital, 107 pacientes son tratados por COVID-19 y desde afuera sus familiares esperan por buenas noticias.

Cuando el 11 de marzo se diagnosticaron los primeros dos casos de coronavirus en Honduras, el HLMV pasó a ser un centro de atención para los enfermos por COVID-19. La atención general y de especialidades se suspendió quedando solo activa la atención a partos de emergencia. En este centro asistencial se atienden unos 18 mil partos al año y un promedio de 20 cirugías ginecológicas diarias. Antes de la pandemia, personas del Valle de Sula buscaban atención en consulta general,  pediatría, odontología, ortopedia y psicología.  

Todos los días, las enfermeras reciben varias bolsas que contienen cobijas, pañales para adulto, toallas húmedas, agua y quizás suero que entregan las familias para los pacientes. Los medicamentos para tratar la COVID-19 los está dando el hospital. Cada paquete lleva el nombre del paciente y en el hospital han establecido un horario. 

Enfrente de la entrada, expectantes, se encuentra una pareja de hermanos. Desde hace 18 días se encuentra hospitalizada su madre, Lucía. «Nos dicen que se encuentra estable. Aunque ya nos han dicho que satura menos» nos dice la hermana, como si el lenguaje médico fuera ahora más entendible que antes. 

Un médico brinda información información a familiares de pacientes que esperan buenas noticias afuera del hospital. Foto/ Deiby Yánez

En términos médicos, saturación es una medida que refiere a la cantidad de oxígeno disponible en la sangre. Cuando el corazón bombea sangre, el oxígeno se une a los glóbulos rojos y se reparten por todo el cuerpo. Los niveles de saturación óptimos tienen rango de entre 95 y 100 por ciento de oxígeno y garantizan que las células del cuerpo reciban la cantidad adecuada de oxígeno. Niveles deficientes de saturación son síntoma grave en un paciente de COVID-19. A esto se le llama hipoxia.

«Mire, con esto uno se vuelve experto en términos que ni siquiera conocía» repite ella. Una hora después vimos que se marchaban, pero volverán mañana a la misma calle y con la misma esperanza que lo hicieron los últimos 18 días, volver a ver a su madre.

Son las 9:45 a.m. y muchos familiares que no han entregado sus paquetes hacen una fila. En menos de 30 minutos, como si fuese un mal presagio, tres carros funerarios han pasado por esa calle. Apenas a unos 100 metros de la entrada principal del hospital, la esperanza se agotó. Una mujer se desmayó esperando que le entreguen los restos mortales de su madre. Al recuperarse grita y solloza como una niña. Se sienta en el asfalto y no hay nada que la consuele. Los amigos y familiares tratan de calmarla. Su madre llegó enferma con COVID-19 y salió en un ataúd envuelto en una bolsa negra. 

Entre el jueves 2 y el viernes 3 de julio, ocho cadáveres fueron entregados a sus familiares bajo el mismo protocolo de seguridad. Una patrulla de la Policía Nacional acompaña el transporte del cuerpo del hospital al cementerio. Tres familias quedan esperando para recibir los restos de sus familiares al siguiente día. En total, 11 fallecidos en dos días.

A las 10:20 a.m. encontramos a Erlan Padilla, empleado de una empresa que vende productos de bioseguridad acompañando a un colega diagnosticado con COVID-19. «Esto está a reventar» nos dice. Padilla ha llevado a su amigo en dos ocasiones y no lo han hospitalizado porque no hay cama disponible. «Anoche no durmió» revela sobre su compañero de 45 años al que tienen con oxígeno, pero que tendrá que regresar a casa.

Ese día había 15 pacientes en la Unidad de Cuidados Intensivos, 40 en cuidados intermedios y 41 en observación con filtro. En la sala especial COVID-19 para maternidad son atendidas siete madres y cuatro recién nacidos. Estas cifras fueron ofrecidas a este medio por el área de epidemiología del hospital.

Un médico brinda información información a familiares de pacientes que esperan buenas noticias afuera del hospital. Foto/ Deiby Yánez
La alcaldía sampedrana mandó a fumigar calles aledañas al centro asistencial sampedrano. Foto/ Deiby Yánez

El sol y la esperanza 

El sol brilla, el asfalto calienta y hay amenaza de lluvia sobre San Pedro Sula. Un carrito fumigador de la alcaldía sampedrana despierta de su letargo a los angustiados hondureños que se mantienen afuera del hospital. El vehículo pasa en dos ocasiones y la gente se mueve para ser alcanzada por los aspersores de un líquido que nadie sabe a ciencia cierta qué es. 

Uno de los guardias de seguridad a quien todos llaman el “Negro” dice que «ahorita ya no hay cupo, solo le están dando el medicamento al que viene». En el hospital nos dicen que solo hay tres cupos en la Unidad de Cuidados Intensivos y seis en una sala de COVID-19 orientada a maternidad. «Solo un milagro haría que hallen cupo» afirmó. Desde marzo, cuando arrancó la pandemia, hasta el jueves 2 de julio, el hospital Leonardo Martínez recibió 1310 pacientes de COVID-19, de los cuales, 81 fueron atendidos en la Unidad de Cuidados Intensivos, 524 en cuidado intermedios, 519 fueron enviados a sus casas para aislamiento, 367 pacientes fueron dados de alta y 196 fueron referidos a otros centros asistenciales.

En declaraciones a diario La Prensa, el Viceministro de Salud, Roberto Cosenza, aseguró que la próxima semana se estarían habilitando 50 camas más en el Leonardo Martínez e igual cantidad en el Mario Catarino Rivas. Además, se habilitará una sala Covid en el Centro de Triaje ubicado en Expocentro.

Don Jorge reclamó por agua y la instalación una letrina móvil para los familiares de los enfermo. Él lleva 18 días esperando. Foto/ Deiby Yánez

Es casi mediodía y afuera del hospital se nos acerca don Jorge y nos pregunta el nombre del medio para el cual trabajamos. Cuando recibe la respuesta, deja ir un mar de quejas «mire, aquí nos piden higiene y que nos lavemos las manos y no hay agua por ningún lado. Tampoco hay sanitario. Los varones podemos ir a meternos a cualquier palo (árbol) ¿pero y las mujeres?», se pregunta indignado.

Tampoco hay sillas y la carpa instalada por COPECO filtra el agua cuando llueve. Don Jorge se retira molesto, también se queja de que hay poca información sobre la condición de salud de los pacientes.

Las hermanas Karla y Maura tienen 15 días de “vigilar” desde afuera del hospital la salud de su madre. Las acompaña el esposo de Maura, Luis Rodríguez. Su madre tiene tres condiciones que la hacen más vulnerable a la enfermedad: es diabética, hipertensa y es mayor de 60 años. Un camillero con el que han tomado confianza, les da información sobre ella.

En una base de datos de la Secretaría de Salud, entregada a Contracorriente, se indica que de las 335 personas fallecidas entre marzo y mayo a nivel nacional por COVID-19, 37 padecían cardiopatía y 40 diabetes. 

Este es el portón por en donde son entregados los restos mortales de los fallecidos de sala de COVID-19. Foto/ Deiby Yánez

Karla y Maura han sido testigos de la muerte en las puertas del hospital. «A una señora de la tercera edad la traían con esperanzas de que podían salvarla, pero creo que ya venía muerta» nos cuentan. Esa misma noche también supieron de otra persona que murió esperando por atención. 

Ya son las 10:40 a. m. y otro cuerpo es retirado de la morgue del hospital. En el reporte de defunción se registra que la causa es neumonía por COVID-19. Sus familiares esperan el cuerpo que será enterrado en el cementerio de Dos Caminos en Villanueva. El conductor de la funeraria dice que ha llevado ya tantos cadáveres que «la verdad hasta he perdido la cuenta».

Desde el 26 de marzo hasta el jueves 2 de julio se registran 236 fallecimientos por COVID-19 en ese hospital, de los cuales 144 han sido confirmados y el resto espera el resultado de la prueba para dicha enfermedad.

Al momento de publicar esta nota, se han registrado 22,116 casos de COVID-19. En San Pedro Sula se han diagnosticado 4,426 casos con  un reporte de 188 muertes según información que dio la Región Departamental de Cortés a La Prensa. El departamento de Cortés reporta 9,743 casos con 319 decesos según fuentes oficiales. El Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (SINAGER) oficializó 605 víctimas mortales por la pandemia a nivel nacional, el 23% (144 confirmadas) de esas muertes fueron en el Hospital Leonardo Martínez.

Este es el portón por en donde son entregados los restos mortales de los fallecidos de sala de COVID-19. Foto/ Deiby Yánez
Este es el portón por en donde son entregados los restos mortales de los fallecidos de sala de COVID-19. Foto/ Deiby Yánez

El camillero

El camillero pide que no le tomen fotos. Está molesto. «De forma educada se los voy a pedir, de qué me sirve a mí?» pregunta, pero repentinamente empieza a dar información. «Todo lo que es de los finados, ropa y hasta relojes, lo desecho yo» nos cuenta.

Contó que hace dos meses no recibe salario y que algunos de sus compañeros que hicieron el reclamo fueron despedidos por quienes dirigen el hospital. «Dicen que hoy pagan», se anima. Tiene razón de estar molesto «aquellos que ponen el pecho a la pandemia están trabajando por amor propio» dice.

«Póngalo ahí», exclama como si me diera la orden para escribirlo.«Supuestamente nos iban a dar un bono y nada, parece que solo es para doctores y licenciadas en enfermería, para el personal de apoyo nada» nos dice el camillero que se mueve en las salas Covid-19 del centro hospitalario. Anda lentes, guantes, dos mascarillas y una bata de bioseguridad. Sostiene que el hospital tiene en abundancia insumos de bioseguridad, pero algunos de sus compañeros andan con bolsas plásticas en los pies en lugar de botas. 

«Mire yo soy cachureco, pero este gobierno me tiene molesto, por eso ando de toque».

Este reclamo no es solamente del camillero. También hubo huelgas de los trabajadores en el centro de triaje ubicado en el Colegio de Ingenieros de Honduras y el martes 3 de julio, los camilleros del Hospital Mario Catarino Rivas también reclamaron por sus salarios.

El personal de salud en el Leonardo Martínez se las ingenia para protegerse. Este empleado se armó de bolsas en ausencia de botas. Foto/ Deiby Yánez

 En el marco de la pandemia, los trabajadores de la salud han denunciado la falta de insumos de bioseguridad. El reclamo ha sido constante y hay centros, como el Hospital del Tórax en Tegucigalpa y el Hospital del Sur en Choluteca, que han emprendido campañas para recibir donaciones para que sus trabajadores puedan protegerse de la forma adecuada. En la última semana de junio, 170 empleados de diferentes áreas del Hospital Escuela fueron retirados como sospechosos de COVID-19. 

De acuerdo a estadísticas ofrecidas por la Secretaría de Salud, desde el comienzo de la pandemia en marzo hasta finales de junio, 1,221 trabajadores de la salud se habían contagiado. De las muertes, la SESAL no ha ofrecido una cifra oficial pero se conoció de varios médicos, como Denisse Murillo, Alexis Reyes (San Pedro Sula) y Julio Licona, que fallecieron por COVID-19.

El personal de salud en el Leonardo Martínez se las ingenia para protegerse. Este empleado se armó de bolsas en ausencia de botas. Foto/ Deiby Yánez

Mañana la espera volverá 

Es mediodía y la humedad de San Pedro Sula es sofocante. Con su mascarilla azul, paraguas y una mirada triste, nos encontramos a doña Julia. Hace cuatro días trajo al hospital a uno de sus 12 hermanos. Es el menor de la numerosa familia, tiene 44 años, es diabético y padece Síndrome de Down.

Llamadas, mensajes, esperanzas, oraciones, repudio…todo se conjuga en aquella calle. Hay dudas y hay reclamos. Hay sonrisas opacas, pero también lágrimas.

Maura y su hermana Karla tienen a su madre internada desde hace dos semanas. Foto: Deiby Yánez.

Allí está Esmeralda con su hermano. Ellos vienen de Choloma y esperan que su madre recién ingresada salga bien librada de la batalla. Hasta el momento ellos no tienen el resultado positivo de COVID-19, pero su progenitora está en una sala para tratar a pacientes víctimas de la pandemia. La señora tiene 65 años y fue ingresada el 30 de junio. Es diabética, pero ellos aseguran que no es positiva de coronavirus. «Creo que ella no tiene» se plantea su hija.

El reloj está por marcar la 1:00 p.m. y una enferma es ingresada en brazos al centro de atención. Su condición es delicada. Dos de los presentes ayudan a los familiares a cargarla. Ellos esperan que salga por el mismo portón, el de la vida.

Una hora más tarde, una persona es trasladada a la unidad estabilizadora ubicada en el Gimnasio Municipal para continuar con su recuperación. Todavía no ha ganado la guerra, pero ya venció varias batallas. La instalación deportiva fue acondicionada por la alcaldía sampedrana para recibir a pacientes menos complicados. Una de las pocas buenas noticias del día.

Por la tarde, dos cuerpos más fueron entregados a sus familiares. Salen directo al cementerio y son acompañados por la Policía Militar. Hay tres familias más que esperan por los restos de sus seres queridos, que no serán entregados hasta la mañana siguiente.

Entre los que esperan está un hombre de unos 30 años. Viste camisa de un equipo de fútbol de la Liga de España y toma refresco. Acompañó a su esposa para reclamar el cuerpo de su hermano, Douglas, quien tenía 19 años y llegó con un dolor de cabeza, según afirma su familiar. Estuvo siete días en el hospital y murió.

Ser testigos de tanta muerte e incertidumbre hace que los rumores sean parte de la nueva cotidianidad de estas familias. Esmeralda, quien espera por su madre de 65 años, cuenta que hace un par de noches una mujer hablaba por teléfono con su esposo quien estaba internado en el hospital. Al otro lado del auricular, el hombre le dijo que estaba bien. Ella colgó tranquila. Minutos más tarde fue llamada al mismo celular, su cónyuge había muerto.



En medio de tanto temor por la muerte, también hay vida. La madre y su hijo recién nacido recibieron salen del hospital. Foto/ Deiby Yánez

Sin embargo, estas familias también han sido testigos de la vida. Dos madres se marcharon a casa con sus recién nacidos en brazos. El hospital aplica una prueba para descartar la presencia de COVID-19. Paradójicamente, el lugar donde se están perdiendo muchas vidas, también recibe a muchos que ven el brillo de la luz por primera vez.

A las 3:00 p.m.  quedan muy pocos familiares en las afueras del Hospital Leonardo Martínez Valenzuela. Se van cansados y hambrientos, pero con la esperanza de que su ser querido salga por la puerta de la vida. Si sale por el otro lado ni siquiera podrán verlo. Nadie quiere esperar en ese portón.

La pandemia cayó al mundo del fraude. La compra de los hospitales móviles y otras irregularidades en el manejo de la pandemia en Honduras pone en evidencia algo que ha sido muy común en el fraude, la evasión de impuestos y el lavado de activos: las llamadas “empresas de maletín”. ¿Son legales o ilegales? ¿Cómo las usan para cometer delitos económicos? ¿Cuál es su función en el vínculo entre la política y el crimen organizado? 

 

Texto: Danielle Mackey y Jennifer Avila

 

Axel G. López y Evana López han registrado dos compañías en Florida, Estados Unidos. Axel es el presidente, secretario, director y agente de la empresa Elmed Medical Inc. aún activa en Orlando, Florida. Aunque existe desde 1998, se habría perdido en el mar de corporaciones creadas en Florida en las que una sola persona tiene todos los roles y pocas conexiones con otras inversiones. Pero la conocemos porque fue denunciada por la empresa SDI Global LLC por falsificar la orden de compra de siete hospitales móviles que Honduras pagó por adelantado. 

Esta orden fue aprobada por INVEST-H y posteriormente el Estado de Honduras desembolsó 21 millones de dólares como pago por adelantado por hospitales que, hasta este momento crítico de la pandemia, aun no han llegado al país. El director de INVEST-H, Marco Bográn renunció después que la falsificación de la orden de compra fue denunciada y asegura que los hospitales vienen en camino en un buque desde Turquía. La Agencia Técnica de Investigación Criminal (ATIC) ha comenzado una investigación al respecto. El dinero pagado por estos hospitales corresponde al 27% del presupuesto asignado por el gobierno para combatir la emergencia por COVID19 en Honduras. 

Este caso se ha denominado como “ la gran estafa” y la empresa de López como “empresa fantasma” o “empresa de maletín”. Se espera incluso que las autoridades estadounidenses investiguen el caso.

Pero esto es más común de lo que pensamos. Las “empresas maletín” para el lavado de dinero forman parte de la economía estadounidense. Personas de todo el mundo, quienes con frecuencia son empresarios, políticos, carteles de drogas o grupos terroristas abren sus empresas en lugares catalogados como paraísos fiscales, países como Suiza o Bermuda, o dentro de los Estados Unidos, ciertos estados como Florida, Nueva York, Delaware y Dakota del Sur.  

Utilizando esas empresas, el cártel mexicano Los Zetas compró caballos de carrera en los Estados Unidos, tal y como detalla la periodista Melissa del Bosque en su libro Bloodlines. Canalizaron los pagos para los caballos a través de empresas maletín que aparentan no tener nada que ver con el cártel, para así introducir el dinero en la economía legal. Otro ejemplo es el caso del ex-jefe de campaña de presidente Donald Trump, Paul Manafort, quien lavó millones de dólares recibidos de su trabajo como asesor político en Ucrania para no pagar impuestos. Manafort creó empresas en países bien conocidos por ser paraísos fiscales y las usó para comprar propiedades de lujo en los Estados Unidos. Así trajo de vuelta el dinero al sistema financiero legal estadounidense sin dejar rastro. Esto se descubrió durante la investigación de los posibles nexos entre la campaña del Presidente Trump con Rusia.

El mecanismo es tan efectivo para un narco, un asesor de Trump como empresas que se lucran con la pandemia. 

Entre 1998 y 2019, Axel López ha registrado cinco empresas en el estado de Florida. La razón de esas empresas describe servicios relacionados con exportaciones, salón de belleza, tecnología para los desechos médicos, entre otras. En una misma dirección física están registradas Elmed Medical Systems Inc. y Vertisa Medical Waste Technologies LLC. Axel López también registró American Business Links Corporation en una dirección física diferente pero siempre en el Estado de Florida. En ésta, al igual que en Elmed Medical Systems Inc. comparte algunas funciones con Evana López. 

Una cierta clasificación corporativa estadounidense, Limited Liability Company o Compañías de Responsabilidad Limitada (LLC por sus siglas en inglés), frecuentemente es la que permitiría la creación de una “empresa fantasma” y aunque no son ilegales ni son siempre usadas para cometer actividades ilícitas, tienen varias características que las hacen convenientes para cometer el fraude financiero. 

Por ejemplo, una LLC es muy fácil de registrar. No es necesario estar en los Estados Unidos, se requiere muy poco tiempo y poca información acerca de sus actividades y dueños. Es tan fácil que incluso se requiere menos información para crearlas que lo que se solicita para un permiso de préstamos de libros en una biblioteca pública estadounidense. 

El costo para inscribir una LLC en el estado de Florida es de $125. Se crea un nombre para la empresa, el cual se inscribe junto con el nombre y la dirección del agente registrado (una persona con una oficina o un buzón de correo para recibir la correspondencia de la empresa en Florida) y después se llena un formulario de inscripción en un sitio web estatal. El agente registrado,  es con frecuencia un abogado que ofrece ese servicio. 

El nombre de la persona que verdaderamente es dueña de la empresa, no es requerido en ningún momento del trámite, tampoco se requiere el nombre de un administrador ni de los miembros de la junta directiva.


Miami, Fl. Foto: Contracorriente

Según la experiencia de Chris Quick, exagente del FBI estadounidense que investigó “crímenes de cuello blanco” y que ahora es investigador privado con su propia LLC en Carolina del Sur, el anonimato que ofrecen las LLC es una característica atractiva para muchos empresarios pero también es una dificultad para los investigadores cuando aparecen pistas de actividad criminal, porque es difícil seguir el hilo cuando no se sabe a quien se busca.

«Las LLC no necesariamente están asociadas con la persona que está a cargo. El dueño de una LLC incluso puede ser otra LLC» dice Quick. Como una cebolla en la que todas sus capas ocultan su centro, investigar este tipo de empresas requiere «quitar cada capa para por fin llegar a los dueños. Son capas de anonimato.» 

Cuando el objetivo es lavar activos ilícitos —por ejemplo, el dinero robado de las instituciones públicas a través de la corrupción, o el financiamiento de grupos ilegales— frecuentemente se escoge esconder el dinero a través de compras que permiten ocultar el origen y el propietario de los fondos, como fue el caso con los caballos de carrera de los narcotraficantes, entes presentado. Y aun cuando se trata de una propiedad, como por ejemplo un apartamento o un yate, el nombre en la escritura puede ser el de la LLC, no el del político corrupto o el criminal dueño del dinero.  Así, quien quiera investigar quién está detrás de la compra solo se va a encontrar con un abogado contratado para recibir la correspondencia que llegue a la LLC. 

Un informe de 2010 de las Naciones Unidas, avalado por el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, estimó que ese año unos $300 mil millones de dólares de ganancias ilícitas pasaron por el sistema financiero estadounidense.

Familiares de pacientes y personas buscando atención en un hospital de San Pedro Sula. Foto: Deiby Yánez


En Honduras la compra de los hospitales móviles no es la única irregularidad donde figura una relación con una empresa en Miami. Invest-H compró por 3,5 millones de dólares equipo de bioseguridad a la empresa Access Telecom, dedicada a la tecnología inscrita en Miami, Florida, Estados Unidos. En el documento público de esa orden de compra consta el nombre de Arturo Osmond Maduro Zelaya, de 50 años y sobrino del expresidente Ricardo Maduro. Ante denuncias de irregularidades, Marco Bográn, ex director de Invest-H, aseguró que había sido un error colocar a Osmond Maduro como contacto en la orden de compra ya que «no tiene ninguna responsabilidad y no es parte de la empresa.»

Access Telecom fue fundada en 1999 y su presidente actual es Abraham Benhamu, según documentos públicos. Está ubicado en el local número 82 en un edificio en el noreste de Miami, y entre 2015 y 2017 en el local 80 de ese mismo edificio, había una empresa presidida por Arturo Maduro, denominada Distelsa LLC.

Empresarios hondureños realizaron cotizaciones en otras empresas internacionales y determinaron que esta compra por 3,5 millones de dólares pudo haberse hecho a 1,7 millones.

Mientras tanto, en Honduras los hospitales están colapsados y más de 300 personas que trabajan en el sistema sanitario están enfermas por no tener los implementos necesarios para protegerse del virus.

Una propuesta de ley que busca la transparencia 

Actualmente hay una propuesta de ley en el congreso estadounidense llamada el Acta de Transparencia Corporativa de 2019, que exige que los dueños beneficiarios de cada LLC sean identificados en un registro que no sería público pero sí estaría al alcance de las autoridades cuando en una investigación se requiera saber quiénes realmente están detrás del dinero. 

La ley fue propuesta por la congresista Carolyn B. Maloney del estado de Nueva York, quien dijo a Contra Corriente que «el uso legal de las empresas de maletín o anónimas en los Estados Unidos permite la actividad criminal impune y esconde detrás de esos escudos a la gente que lava el dinero, que impulsa la trata de personas y  a veces hasta a los terroristas. Durante años, las autoridades que hacen cumplir la ley le han pedido al congreso que quite esa barrera a través de exigir que se divulgue las identidad de los dueños beneficiarios de las LLC.» 

Quick, el ex-agente del FBI, dice que lo idóneo para poder investigar los flujos de dinero sería saber los nombres de los dueños de las empresas y el porcentaje de acciones que comparten. Tal información permitiría por ejemplo que los investigadores podrían acceder a las cuentas bancarias de los dueños para mapear la ruta de dinero ilícito. Afirma también que conocer esa información sería una forma de ser transparentes «Hay que poder descifrar por lo menos una parte del rompecabezas.» 

Hay oposición a la propuesta de ley presentada por Maloney por parte de los gobiernos estatales de los Estados Unidos que se apoyan en las ganancias obtenidas con las tarifas de registro y los impuestos de las LLC. Solamente en el año 2012, el estado de Delaware ganó $860 millones gracias a las LLC. También hay resistencia por parte del Colegio de Abogados de los Estados Unidos (en inglés, The American Bar Association), el gremio de abogados más poderoso del país, que argumenta que los cambios propuestos a ley violarían el privilegio de secreto profesional entre abogado y cliente. 

El ex agente Quick agrega que hay razones legítimas que justifican el anonimato que provee las LLC. «Si una LLC gana decenas de millones de dólares puede ser que los dueños no quieran que esto se sepa para no convertirse en objetos de secuestro o de hostigamiento para donaciones a organizaciones benéficas.»

La realidad está llena de paradojas. Por un lado, en Honduras se ponen las esperanzas en que el sistema de justicia de los Estados Unidos juzgue a políticos corruptos y narcotraficantes que el sistema nacional no juzga. Por otro lado, ese mismo sistema, el norteamericano, es incapaz frenar que fraudes al Estado hondureño se hagan utilizando las ventajas que ese país ofrece. 

 

*Parte de esta investigación es apoyada por la Beca Adelante de International Women in Media Foundation (IWMF)

Honduras: el cuarto país con más hambre de la región. Un país de fertilidad rural que ha ido secando y violentando sus campos con monocultivos de palma africana, de las que solo se puede extraer un aceite, que serviría para cocinar si hubiera comida. En ese contexto cayó la pandemia que se convirtió en un confinamiento estricto que agudizó la pobreza y dio a nivel estatal como respuesta: rellenar a las personas con bolsas de harina y folletos bíblicos como si lo que hiciera falta es fe y no articular el plan por el que pelean los campesinos; uno que suma justicia social y alimentaria.

Por Fernando Silva y Jennifer Avila/ Contracorriente
Editado y publicado por Proyecto Bocado

Fotografías de Martín Cálix/ Contracorriente

Donaldo Madrid tiene 30 años y 4 hijos. Es “EL” taxista de Tegucigalpa: el que sabe todos los atajos, todos los precios, todas las direcciones, dónde está todo y dónde están todos. Cuando era niño soñaba con ser futbolista y lo intentó, pero una lesión lo llevó al oficio que estaba más a la mano, a seguir los pasos de su padre. Ahora la pandemia le ha negado ejercer ese oficio que por 13 años le ha permitido el sustento de su familia. Desde hace tres meses y medio Donaldo no puede ser taxista, por eso ha cubierto el número en su carro para convertirlo en servicio delivery de verduras, frutas, pan y lo que usted pida. 

El 16 de marzo, las autoridades hondureñas, lideradas por el presidente Juan Orlando Hernández y el Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (SINAGER), iniciaron una serie de medidas restrictivas en todo el país ante el hallazgo del primer caso positivo de COVID-19 reportado en la capital, Tegucigalpa. Esta ciudad, alberga un aproximado de 800 barrios y colonias de las que el 74% se encuentra en condiciones vulnerables, según un estudio del Colegio de Arquitectos de Honduras (CAH) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

La vulnerabilidad que señala ese estudio expresa la pobreza, violencia y falta de acceso a servicios públicos en que viven principalmente las familias asentadas en los cinturones de miseria o barrios marginales -como normalmente les llamamos-. Son el reflejo de lo ocurrido en la urbanidad hondureña desde los años ochenta: familias del campo llegaron a las ciudades esperando oportunidades de trabajo que finalmente no aparecieron o fueron precarias. 

En ciudades como Tegucigalpa, la mayor fuente de empleo es la burocracia estatal. Fuera de eso lo que queda es un creciente sector informal que abarca el 70% de la Población Económicamente Activa (PEA) del país. Aquí las calles son inmensos mercados con puestos de frutas y verduras, venta de ropa usada importada desde Estados Unidos, zapaterías, venta de comida tradicional, talleres para reparar todo lo que esté descompuesto, el lugar donde se encuentra hasta lo que no necesitas. En las calles transita la inmensa diversidad de productos y servicios que resulta de la búsqueda diaria por sobrevivir en un país sin empleos. 

Antes de que llegara la pandemia, Donaldo estaba incursionando en la venta de ropa, zapatos y accesorios escolares. Quería sacarle más provecho al carro que con el esfuerzo de toda su vida había comprado un par de años atrás. Ya no le ajustaba el ingreso de las carreras diarias como taxista, entonces cada fin de semana aprovechaba para viajar a comunidades aledañas a Tegucigalpa para vender sus productos. Le iba bien y de paso sus hijos y esposa salían un rato del caos de la ciudad y compartían más tiempo con él. Regresaba a Tegucigalpa antes del atardecer para retomar su oficio de taxista y hacer su recorrido habitual de fines de semana llevando y trayendo a sus clientes a diferentes zonas de entretenimiento nocturno. Para Donaldo, ese carro era el motor de la economía y unidad familiar, pero con el toque de queda, tuvo que estacionarlo y con él las oportunidades para sacar adelante a su familia. 

Un hombre carga un saco en sus espaldas y una bolsa en su mano derecha, luego de abastecerse en los mercados de Comayagüela, 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Al margen de la ciudad

Ante la pandemia, muchos de los que no tenían opciones o fueron suspendidos de sus empleos regresaron a vivir con sus familias en el interior del país. A pesar de la fertilidad de la tierra y la exuberancia del paisaje natural, en el campo se vive en la precariedad a causa de los múltiples conflictos que han cobrado cientos de vidas después que el Estado priorizó la modernización agrícola a través la agroindustria. Esta es la historia de Centroamérica: las guerras civiles que se dieron en países vecinos fueron impulsadas por procesos fallidos de reforma agraria y a pesar que en Honduras no se declaró la guerra, la violencia sí llegó a los campos a través de un estado contrainsurgente. 

En la actualidad, la situación del campo dejó de ser un problema político y la atención se pone en los efectos del cambio climático que tienen de fondo un acelerado proceso de despojo de tierras para el monocultivo, como la palma aceitera. El campo dejó de ser el lugar de la seguridad alimentaria para ser el lugar donde se aseguran las fuentes de energía para países del primer mundo. Como dicen los campesinos: “ahora tenemos el aceite para cocinar, pero no la comida”. 

En la zona más productiva del país, el Bajo Aguán en el norte de Honduras, se libra un conflicto agrario originado a inicios de la década pasada que se agudizó después del golpe de Estado de 2009. La disputa de tierras entre comunidades campesinas y empresas de exportación de palma aceitera y sus derivados dejó entre 2008 y 2010 un total de 120 asesinatos, según estadísticas de la Policía Nacional. Las víctimas fueron campesinos y guardias de seguridad.

Según cifras de la Secretaría de Agricultura y Ganadería (SAG), en 2018 los cultivos de palma africana abarcaron 1900 kilómetros cuadrados de territorio en Honduras, una superficie más extensa que algunas de las ciudades más grandes del continente como Bogotá o Ciudad de México. 

Un joven carga una carretilla con residuos de fruta de palma africana. Foto: Martín Cálix.

En el Valle de Quimistán, en el occidente del país, el monocultivo de caña de azúcar ha desplazado la producción de granos básicos. Según información del Movimiento Ambientalista Santabarbarense (MAS), el 60% de la tierra se usa para cultivar caña.

A diferencia de los territorios donde domina el cultivo extensivo, en el resto del país la sequía está acabando con cualquier forma de agricultura. El corredor seco – una franja en la zona centro, sur y oriente que abarca 174 de los 298 municipios del país- enfrenta una sequía que se agravó en los últimos dos años, según lo dijo Mario Martínez, director del Instituto de Conservación Forestal, a la agencia de noticias EFE. 

En ese terreno cayó la pandemia, con ese campo seco, violentado y cubierto de monocultivos. Un documento publicado por el proyecto no gubernamental EUROSAN Occidente, (Seguridad Alimentaria, Nutrición y Resiliencia en el Corredor Seco) indica que en Honduras “la cuarentena ha demostrado la falta de acceso de algunas personas a bienes y servicios esenciales, también ha dejado en evidencia las lagunas del sistema de protección social, ambos temas que empeorarán por el cambio climático en los próximos años y que pone la alarma en los sistemas alimentarios”.

Las medidas adoptadas para enfrentar la emergencia aumentan el riesgo de hambre en el país y la respuesta estatal ha sido el asistencialismo a través del programa “Honduras Solidaria”. El gobierno prometió llevar una provisión de alimentos casa por casa a 3.2 millones de hondureños y hondureñas, pero desde que inició la operación en la última semana de marzo, los beneficiarios han denunciado irregularidades y falta de transparencia. Además, la bolsa es insuficiente, con alimentos de poca carga proteica pero eso sí, con folletos bíblicos. 

“Hay gente que ha reducido los tiempos de comida, las familias solo están comiendo una vez al día. Se están manteniendo gracias a la recuperación de comida tradicional. Por ejemplo, toman pinol (bebida a base de maíz) porque no hay para cenar o no toman desayuno”, cuenta Betty Vásquez, coordinadora del MAS, quien ha sido testigo de cómo las comunidades están sobrellevando la pandemia con la solidaridad entre familias.

Betty es baja de estatura, con ojos grandes pero cariñosos que asoman tras un par de lentes. Es parte del pueblo Lenca, que tiene presencia en al menos 10 de los 18 departamentos del país.  En esa zona, ha prevalecido la falta de reconocimiento del pueblo indígena debido al racismo. Betty lleva más de veinte años defendiendo el territorio y los bienes naturales. 

Al hablar de la situación alimentaria en el contexto actual, Betty explica que en esas zonas no se puede decir que haya hambruna porque “la gente consigue plátanos, yucas y hay intercambio de productos”, pero sí asegura que había escasez desde antes del COVID-19 y ahora agravada por el regreso de las personas que perdieron sus empleos en las ciudades. 

En un contexto de conflicto y explotación de los bienes naturales por transnacionales, el hambre está en el último lugar en las prioridades del Estado. Betty alerta que la bolsa de comida entregada por el Estado durante la pandemia, además de no alcanzar, incluye productos dañinos: “Se va teniendo una dieta que no nutre, no genera energía y no reduce el nivel de vulnerabilidad en salud, lo que hace es mantener a la gente llena”.

Entre la comida tradicional y la bolsa de alimentos entregada por el Estado, las familias del campo logran no morir de hambre pero sí vivir con ella. 

Provisiones listas para ser entregadas a beneficiarios del programa «Honduras solidaria», Tegucigalpa, 8 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Sobrevivir al hambre

Donaldo tiene una familia numerosa. En su casa vive con su esposa y tres de sus hijos; sus abuelos también viven allí, en el barrio Bellavista de Tegucigalpa. En la misma calle viven sus suegros y otros familiares. Donaldo se ha adaptado a las crisis, siempre sobreviviendo. Ha sido mecánico automotriz, trabajó en servicio al cliente en una tienda de ropa e incluso fue técnico de fútbol en una liga burocrática y jugador de la misma hace un par de años -aunque él asegura que solo lo hizo por pasión- esto mientras no podía “taxear” porque el carro era rentado y porque a veces, ese vehículo viejo, lo dejaba botado con todo y clientes en cualquier calle de la ciudad. 

Donaldo ahora tiene su propio carro pero no puede ser taxista por las restricciones de movilidad que ha decretado el gobierno en la pandemia. Ahora Donaldo tiene que adaptarse a una nueva crisis, ingeniar una nueva oportunidad para generar ingresos dentro de las siguientes dos semanas, periodo para el cual le alcanzan los ahorros que logró hacer. 

Por eso ahora, Donaldo  tiene un pequeño puesto de venta de frutas, verduras y pan en su barrio y sigue en las calles ofreciendo sus productos  con servicio de delivery. Y aunque tampoco puede ser un servicio de delivery del todo autorizado, se las arregla para no ser detenido en los retenes policiales (porque al inicio de la cuarentena, la policía decomisaba  vehículos que circulaban sin un salvoconducto). Él y su familia venden desde las 8 de la mañana hasta las 7 de la noche cuando se pone en vigencia el toque de queda en la capital. No hay otro negocio de este tipo en la zona donde vive por lo que tiene una buena cantidad de clientes y está generando hasta más ingresos que antes de la pandemia.

“La gente ha ido viendo que somos los únicos que venden, además, mis clientes como taxista me comenzaron a pedir que les llevara las verduras y eso hicimos”, dice Donaldo, pero también asegura que ha sido un riesgo, porque en el lugar donde compran el producto para vender, el mercado Zonal Belén,  se identificaron casos positivos de COVID-19. Además, los productos subieron de precio y comenzaron a escasear. 

Una encuesta del Programa Mundial de Alimentos, realizada en abril en 444 mercados tradicionales de todo el  país confirma lo anterior al señalar que “ha habido un  incremento  en  el  precio  de  todos  los productos, esto por incremento de parte de proveedores, dificultad de compra y escasez”.

Solo en Tegucigalpa existen 12 mercados en los que, según la municipalidad, se mueve un promedio de 2.4 millones de dólares diarios en más de 8 mil locales. En ellos se encuentran desde comedores que ofrecen baleadas -un plato típico del país hecho con una tortilla de harina untada de frijoles refritos en manteca de cerdo, queso y las proteínas que el cliente decida (la oferta es amplia)-, hasta fábricas de piñatas de todas las formas imaginables, con representaciones del bestiario medieval más imposible. 

Los mercados en Honduras están llenos de colores, olores y ruidos; y aunque seguramente no son los más ordenados del mundo, son el lugar donde las personas con menos ingreso económico pueden acceder a una buena alimentación y donde muchas familias han logrado crecer económicamente al poner, por ejemplo, un puesto de venta de ropa usada y trabajar sin descanso por muchísimos años. 

Desde que inició el toque de queda, algunos de los mercados funcionaron a medias con la vigilancia de la Policía Nacional y con la aglomeración de siempre. El 24 de abril, 400 puestos de tres mercados contiguos en Comayagüela -la ciudad gemela de Tegucigalpa con la que conforman la capital del país- se quemaron en un incendio cuya causa aun no ha sido establecida. Las llamas consumieron el sustento económico de muchas familias capitalinas.

Un evento similar ocurrió el pasado 17 de junio cuando en el mercado Guamilito de San Pedro Sula -uno de los más emblemáticos en Honduras- un incendio consumió más de la mitad de los locales. Los locatarios que habían colocado puestos ambulantes en las afueras del mercado, observaron con terror como su fuente de trabajo, que en muchos casos funcionaba desde la fundación del mercado hace 53 años, se convertía en cenizas.

Hasta el momento no hay una solución gubernamental para las familias que lo perdieron todo en estos incendios. Eso no ha impedido que esas familias reconstruyan sus locales en abierto desafío al toque de queda y a las nuevas medidas de confinamiento. 

El lunes 19 de junio, el gobierno emitió una orden para cerrar seis mercados de la capital ante el aumento exponencial de casos de coronavirus en esta ciudad que presenta actualmente el más elevado número de casos en el país. 

La primera vez que Donaldo conversó con nosotros sobre este tema, estaba intentando seguir con su negocio durante el proceso de reapertura económica en fases decretado el gobierno. Unos días después, falleció su suegro, don Marcos, a quien las autoridades reportaron como caso sospechoso de COVID-19. Donaldo y sus familiares no pudieron velarlo y, mientras la Policía Militar lo enterraba, ellos apenas pudieron despedirse a la distancia. Dos semanas después de su muerte, la familia de don Marcos supo que el resultado del examen había dado negativo. 

A raíz de esta situación, las autoridades sanitarias indicaron que toda la familia debía permanecer en cuarentena, pero el encierro absoluto representa la muerte para una familia que vive al día. “Aquí nadie vino a supervisar que estuviéramos en cuarentena, teníamos miedo por los niños y porque él (su suegro) murió por una complicación en los pulmones, pero buscamos ayuda, incluso en la Cruz Roja, donde nos dijeron que esperáramos una llamada para que nos hicieran los exámenes, al final ya no están haciendo las pruebas y nunca nos llamaron. Como él resultó negativo, regresamos a trabajar”.

Después, Donaldo sufrió un desalojo violento, con gases lacrimógenos, que la Policía Nacional realizó en el mercado Zonal Belén. El gobierno decidió cerrar ese mercado argumentando que los locatarios habían incumplido las medidas para evitar el contagio. Donaldo había llegado ese día para comprar las frutas y verduras para su negocio. 

Ahora, Donaldo y su esposa tratan de protegerse del virus: compraron gafas para cubrirse los ojos y buscan la forma de comprar mascarillas con certificación como la N-95, que cuesta 5 dólares cada una. Aunque la situación no sea fácil, tienen que seguir trabajando para comer, porque la ayuda del gobierno es insuficiente. 

Desde 2006 la legislación hondureña cuenta con la Política de Seguridad Alimentaria Nutricional y, en los últimos cinco años, se han articulado instancias como la Unidad Técnica de Seguridad Alimentaria y Nutricional (UTSAN) para coordinar todas las acciones en torno al tema y articular diferentes actores. 

Con la pandemia, la crisis alimentaria se agudizó en el país y trajo mayor incertidumbre a las familias con menos recursos.

Donaldo y su familia reciben la bolsa solidaria destinada por el gobierno enfrentar la crisis.  Dicen que las entregas se han cumplido con la regularidad que les prometieron, cada dos semanas, tanto para los trabajadores del transporte como para los habitantes de su barrio. Sin embargo, el problema es el contenido.

“Esas bolsas lo más que alcanza es para dos días, en mi casa somos ocho y la verdad es que el gobierno nos mintió porque a los taxistas nos habían dicho que, como no habíamos trabajado, nos iban a dar un saco de comida. Todo mundo estaba alegre porque se supone que traía suficiente para toda la familia, pero no sé qué pasó que nos salieron con esa bolsita que lo que más trae es manteca y jabón”.

Cada bolsa solidaria entregada a las familias pobres por el Ejército hondureño lleva en su interior un ejemplar del «Libro de vida», un libro cristiano diseñado para jóvenes latinoamericanos en edades entre los 16 y los 21 años, Tegucigalpa, 8 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Las familias reciben del gobierno una bolsa que, en la mayoría de los casos, contiene  raciones medianas de arroz blanco, frijoles rojos, azúcar, sal, café, pasta, salsa de tomate, harina de maíz, harina de trigo, manteca vegetal, dos latas de sardina, gel desinfectante y un folleto de enseñanzas bíblicas. Los testimonios de las familias que recibieron esta “bolsa solidaria” indican que las medidas y el contenido no estaban estandarizadas.

«Aspectos logísticos hicieron modificar la decisión del Estado porque el saco era muy pesado e imposibilitaba que a todos, de manera simultánea, se les pudiera dar. La última persona necesitada iba a recibirlo en 4 meses, entonces lo que se hizo fue tener raciones más pequeñas que duran entre 7 y 15 días para llegar a más personas de forma inmediata», cuenta el ingeniero Omar Rivera, titular del Foro Nacional de Convergencia (FONAC), a quien el gobierno encargó la veeduría del programa.

La provisión viene en una bolsa transparente. Contiene productos de marcas conocidas por la población, como el Café Rey, muy común en los barrios urbanos y de dudosa calidad por su procedimiento de elaboración. Un Nescafé local, un tipo de producto que  dañino para la salud por sus grandes cantidades de azúcar quemada. La bolsa no incluye vegetales, lácteos ni proteínas esenciales para superar la malnutrición prevaleciente en el país. 

“Lo único en la bolsa que se puede hacer para comer bien, son los espaguetis y tortilla -se queja Donaldo-. No viene nada prácticamente. Por lo menos le hubiesen dado a la gente lácteos y verduritas, porque carne es mentira y seguro se la iban a robar igual, porque hasta las mascarillas que supuestamente tienen que venir no vienen, se las roban”.

La inclusión de folletos bíblicos en la bolsa solidaria puede sorprender en otros países, pero en Honduras no es novedad.  Desde el Golpe de Estado en 2009 y con la llegada de Juan Orlando Hernández al poder se ha acelerado un proceso de ósmosis entre el Estado y la iglesia. Se trata de grupos neopentecostales que se han involucrado activamente en comisiones de gobierno, programas militares dirigidos a menores y decisiones geopolíticas como la apertura de una oficina comercial de Honduras en Jerusalén, Israel. En la bolsa solidaria no había espacio para mayor cantidad y calidad de los alimentos, pero sí para los folletos que donó la Confraternidad Evangélica de Honduras.

Datos de la Secretaría de Finanzas indican que hasta el momento se han invertido 36.4 millones de dólares en este proyecto, desembolsados a 292 municipios para la compra de los víveres incluidos en la bolsa. Este proyecto es implementado por miembros de las Fuerzas Armadas y activistas del Partido Nacional -al que pertenece el actual presidente-. Un informe de la Secretaría de Desarrollo Económico también indica que fueron 27 empresas las contratadas como proveedoras, en su mayoría hondureñas; entre ellas, Corporación Dinant, la mayor procesadora de aceite de palma africana del país. 

El coordinador de la distribución de alimentos, Arnaldo Bueso, indicó que en el área urbana, integrada por las seis ciudades con las cifras más altas de contagio a nivel nacional, se ha llevado alimentos a 2.3 millones de personas y en la zona rural del país, las provisiones han llegado a 711 mil hogares.Es decir, casi se ha alcanzado el objetivo prometido de llegar a 3.2 millones de hogares. 

Para Ana Dueñas, estudiante de nutrición en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), el valor nutricional de cada bolsa de alimentos es un aspecto necesario de analizar, sobre todo en tiempos en que el sistema inmune tiene que mantenerse a su máxima capacidad. La ausencia de frutas, lácteos, verduras y carnes -dice- pone en mayor riesgo a las personas frente a la pandemia y  resulta insuficiente repartir sólo harinas y algunas legumbres y latas.

“Que una familia se alimente solo de eso es imposible. Es necesaria una alimentación variada con todos los grupos de alimentos; además, incluyen manteca, que es una grasa saturada que lo que hará es afectar la salud de las personas a largo plazo”, señala.

El informe Panorama de la seguridad alimentaria y nutricional en América Latina y el Caribe de 2018 -elaborado por la FAO, Organización Panamericana de la Salud (OPS), Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y el Programa Mundial de Alimentos (WFP)- indica que en el país hay 1.4 millones de hondureños subalimentados; además, el 42% de los niños y niñas sufren desnutrición crónica. El mismo informe indica que el 56% de los adultos posee obesidad o sobrepeso. 

El porcentaje de personas subalimentadas y con sobrepeso podría estar asociado al tipo de alimentación al que se tiene acceso en condiciones de precariedad en la ciudad como en el campo. Un estilo de alimentación que se reproduce en las provisiones que entrega el gobierno durante todas las emergencias. Una realidad que se aleja de la política pública del gobierno, expresada en su guía alimentaria para Honduras (2013), que incluye alimentos como tubérculos, frutas y carnes.

Ana Dueñas creó un menú  a partir de los alimentos entregados por el programa Honduras Solidaria para verificar si es posible con ellos alcanzar las 2 mil calorías diarias necesarias para una dieta balanceada.

-¿Crees que realmente esta bolsa alcanza para la comida de una semana de una familia promedio hondureña?

-Alcanzar puede alcanzar pero muy racionada. Si nos vamos al almuerzo colocamos dos tazas de arroz, una taza de frijoles y tres sardinas, pero eso es lo que trae una lata completa de sardinas, entonces prácticamente si una sola persona consume eso en dos tiempos de comida, se terminó todo lo que le dieron. 

-¿Y esto tiene el valor nutricional necesario?

-Pues lo tiene, pero no es una alimentación variada. Los frijoles y el arroz juntos forman una proteína completa, hay cereales pero son refinados (poca cantidad de nutrientes) y la manteca no nos aporta nada. Si estamos pensando en una familia de cinco personas es una cantidad mínima que alcanzaría por mucho dos días. Nosotros tenemos frutas que se producen en el país, se pudo haber ideado algún mecanismo para que las familias tuviesen acceso a esos alimentos.

Un documento del Consejo Agropecuario Centroamericano (CAC) indica que Honduras cuenta con más de 100 mil hectáreas de producción de frutas como piña, melón, sandía, banano y rambután. Sin embargo, una investigación del Secretaria de Integración Económica Centroamericana (Sieca) ubica a Honduras en la tercera posición en una lista regional de países exportadores de frutas siendo las más representativas el banano (85.2%), melón (8.9%) y piña (4.3%). La república bananera no le da frutas a su población. 

Una mujer compra verduras en los mercados de Comayagüela, 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Futuro de hambre

Además de enfermedad, la pandemia por Covid-19 trajo a Honduras más desempleo. La mitad de los miembros que tenían trabajo en una familia fueron despedidos, según un monitoreo del Programa Mundial de Alimentos (PMA). El mismo informe  estima que, con el confinamiento, más de 250 mil personas pasaron a una fase crítica de acceso a los alimentos o se encuentran en estado de emergencia humanitaria con altos índices de mortalidad a causa de la malnutrición.

Desde el pueblo Lenca, desde el mundo campesino, se enciende una esperanza. 

“Muchos de los productos que la gente de nuestra organización está comiendo es de las semillas que se intercambiaron -dice Betty Vásquez-. Estamos haciendo un banco de semillas donde en cada comunidad se están produciendo pequeños lotes de maíz y buscando un incentivo para ayudarle a los productores. Pero es una iniciativa pequeña y aislada”. También dice que del incentivo que aprobó el gobierno para apoyar a los agricultores, no les llega nadas.

La iniciativa del MAS -la organización que lidera Betty- trabaja en la recuperación de la comida tradicional con semillas, comidas y plantas a través de mesas de intercambio entre comunidades de campesinos y campesinas. Es una iniciativa nueva y pequeña, pero en el país la Fundación para la Investigación Participativa con Agricultores de Honduras (Fipah) antes ya ha articulado unos 11 bancos comunitarios de semillas en todo el país y, desde 2017, el gobierno junto a la FAO se comprometieron a impulsar acciones para el establecimiento de un banco nacional de germoplasma, con el objetivo de conservar la diversidad genética de los cultivos. 

Preservar las semillas es un esfuerzo que ya está en marcha, pero se enfrenta a una realidad devastadora: la falta de acceso a tierras para los campesinos. Betty menciona sobre otra situación preocupante: la aprobación del decreto ejecutivo PCM 040-2020, por medio del cual el gobierno concesiona tierras nacionales a 4 dólares por manzana para la producción agrícola, esto como medida enmedio de la pandemia. Según organizaciones campesinas como el Consejo para el Desarrollo Integral de la Mujer Campesina (Codimca), esta medida solamente favorece a la agroindustria, a los grandes terratenientes y no a los pequeños productores. 

***

Y en esta crisis, la gente sobrevive. No gracias sino pese al Estado, con su larga tradición de gobiernos que con una mano ofrecen represión y con la otra asistencialismo, sus dos maneras de permanecer en el poder. Sobrevive la gente  encontrando formas de trabajar y alimentarse o, si se agotan las opciones, migrando hacia el norte, haciendo la rebusca fuera. Sobrevive Donaldo inventándose nuevos trabajos. Sobreviven los campesinos como Betty sembrando y reservando un tesoro de semillas. Sobreviven. 

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Una reforma a la Ley General del Ambiente permitirá que Honduras pueda importar desechos tóxicos al país, provenientes de baterías de carros, después de que se aprobara la interpretación de varios artículos de la ley durante una sesión virtual del Congreso Nacional el pasado 17 de junio. Los cinco artículos mencionados en el decreto prohibían la introducción al país de desechos tóxicos considerados perjudiciales o contaminantes y se modificó para señalar que “no es prohibida la importación, fabricación y/o reciclaje de baterías de plomo/ácido, selladas nuevas o usadas”.

El Instituto de Derecho Ambiental de Honduras (Idamho), una organización no gubernamental dedicada a la justicia ambiental, declaró a través de un comunicado, que no existe una razón jurídicamente válida para interpretar esos artículos. “Se deduce de sus propios términos la intención de los legisladores de 1993 que prohíben la importación de desechos tóxicos proveniente de otros países, por el daño que producen a la salud de la población y a los ecosistemas”.

La iniciativa fue presentada por la diputada nacionalista, Leonor Osorio, quien declaró a través de redes sociales que la polémica generada después de su aprobación era “una interpretación malintencionada de diputados de oposición”. Para la parlamentaria no se está abriendo el país al ingreso de tóxicos sino únicamente de baterías de plomo. 

El analista ambiental Pedro Landa dice que los daños a la salud humana y los efectos ambientales por el plomo ácido ya se habían vivido en Honduras con fábricas de batería de plomo que cerraron operaciones por los daños ambientales que verificó el Centro de Estudios y Control de Contaminantes (CESCCO). “Los resultados de investigaciones identificaron que más del 30% de los trabajadores estaban contaminados con niveles de plomo en su sangre por encima de 10 veces más del límite máximo permitido por la Organización Mundial de la Salud”. 

Jari Dixon, diputado del partido Libertad y Refundación (Libre), señaló que “el problema es que van a traer cantidades industriales de este material, baterías en mal estado, eso es considerado en cualquier parte del mundo desecho tóxico, hay países que se están queriendo deshacer de ese material porque es contaminante”.

Osorio dice que su propósito es crear una industria del reciclaje de baterías que además genere empleo. “Si no fomentamos la industria de reciclaje de una manera seria y ordenada que cumpla con todos los estándares internacionales, lo que vamos a lograr es que no tengamos la industria, cierren sus operaciones y se vayan a un país donde sí les den las condiciones para poder operar y competir, así como Guatemala y Costa Rica” decía la publicación. En Costa Rica existe la planta de reciclado BP Metals, mientras que en Guatemala existe Acumuladores Iberia, representante de las baterías LTH.

La situación para la población hondureña podría complicarse, como sucedió antes. Un informe del CESCCO señala que en el área urbana de Tegucigalpa hasta 2004 operaban cuatro fábricas y cerraron operaciones por presiones legales, laborales, ambientales y sociales. Datos generados para el estudio indicaron que 33% de trabajadores expuestos al plomo manifestaron padecer  síntomas del sistema nervioso central como cefalea y náuseas, seguido por letargia e irritabilidad y tenían niveles excesivamente altos de plomo en su sangre.

En el mismo informe señalan que entre 1969 y 1976 se reportaron 5 eventos de mortandad de peces en el Lago de Yojoa, cifra que ubica al sitio como el de mayor incidencia de estos eventos en el país, que en autopsias posteriores se determinó que la causa de muerte era intoxicación aguda por metales pesados que contaminaban la zona, entre ellos el plomo. 

 “Estos datos son importantes, dado que indican, por una parte, que los trabajadores que manipulan plomo en los puestos de trabajo carecen de medidas de higiene y seguridad y, por otra parte, revela un manejo inadecuado del plomo en todo el ciclo de vida” añade el documento. 

Dennis Castro Bobadilla, diputado por el partido Alianza Patriótica, señaló en medios de comunicación que “ninguna ley de ese tipo surge si no hay alguien interesado en ese aspecto (…)  las personas que tienen un interés particular, un diputado que representa o cuida intereses económicos”.

Bobadilla señala que Honduras tuvo la fábrica Distribuidora de baterías Yojoa, pero que además el país ha tenido una relación cercana con la industria de reciclaje de plomo con El Salvador que desde 1994 hasta 2007 tuvo la fábrica de baterías Record ubicada en La Libertad de El Salvador. Esta fábrica produjo tantos daños ambientales y a la salud de personas que se emitió emergencia ambiental en la zona. Un informe del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales en El Salvador identificó 300% de plomo en aguas residuales de la compañía y 99 casos positivos de plomo en la sangre, 79 de ellos correspondían a menores de edad.

La empresa Central America Data señala que en 2019, el valor importado de baterías para autos desde México a Centroamérica registró $72 millones. El mayor comprador de baterías nuevas provenientes de las fábricas de reciclaje de México fue Guatemala con $21 millones, seguido de Honduras y Costa Rica, con $15 millones cada uno. 

El plomo, a pesar de ser un metal muy utilizado es extremadamente peligroso para la salud por su neurotoxicidad. Es una sustancia que se acumula y afecta a diversos sistemas del cuerpo: nervioso, hematológico, gastrointestinal, cardiovascular y renal, con mayores efectos nocivos en los niños y niñas. 

Las baterías de carros contienen ácido sulfúrico, agua destilada, placas positivas compuestas por pentóxido de plomo y placas negativas de plomo activo. Para el proceso de reciclaje, las baterías son aplastadas y mediante un proceso de combinación con agua, se puede separar el plomo del plástico que las recubre. 

Aunque las compañías que se dedican a esto filtran el agua utilizada con químicos para separarla de los residuos del plomo, esto produce emisiones de plomo en el aire y un mal manejo expone a los seres humanos que manipulan el plomo, al terreno en donde se encuentra la empresa y a las fuentes de agua que tengan contacto. 

La diputada Osorio asegura que con industrias certificadas no representan daños a la salud. “Si las baterías son recicladas por industrias certificadas no hay daños a la salud de nadie, ni de los empleados ni de las poblaciones. En el caso de las plantas establecidas en el país (en naciones que permiten la industria de reciclaje de baterías), tienen estrictas medidas de bioseguridad con reconocimientos internacionales, cada empleado usa equipo de protección personal y de forma muy regular se hacen inspecciones médicas. En el caso de la población, en más de una década no se conoce de denuncias por toxicidad porque simple y sencillamente no la hay”. 

Sin embargo, los marcos normativos que regulan a las fundidoras secundarias de plomo en Canadá, Estados Unidos y México no brindan niveles equivalentes de protección ambiental y de la salud, según reportó un “Estudio sobre las exportaciones de baterías de plomo-ácido usadas generadas en Estados Unidos y el reciclaje de plomo secundario en Canadá, Estados Unidos y México” realizado por el secretariado de la Comisión de Cooperación Ambiental del norte

El estudio destaca que en México no existen reglamentos que establezcan límites en la emisión de plomo en chimeneas, tampoco tiene un protocolo obligatorio para la separación, por motivos médicos, de los trabajadores que presentan niveles de plomo en la sangre iguales o superiores a un umbral especificado. 

Para el analista ambiental Pedro Landa, la ley “estaría condenando al país a convertirse en un basurero tóxico y a tener una pandemia permanente peor que la que estamos viviendo a nivel mundial”. Agregó que el país no tuvo voluntad política para atender a la población que se contaminó en el Valle de Siria por la presencia de la empresa la empresa Minerales Entre Mares de Honduras, donde la Fiscalía del Medio Ambiente certificó los daños en la salud. 

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La situación que se podría generar en Honduras nuevamente motivó a que la Consultoría Especializada en Legislación y Gestión Ambiental (Ecojuris) recolecte firmas digitales para hacerlas llegar al Congreso Nacional, hasta el momento han recolectado más de 4 000, “con lo que tengamos se las vamos a hacer llegar porque como no se sabe con la pandemia cual es el mecanismo para presentarlas” señaló Nohelia Vallejo, encargada de gestión del turismo y patrimonio en Ecojuris.

La petición va acompañada de una carta dirigida a los diputados en la que señalan que estas modificaciones pueden ser malinterpretadas y no solo permitir el ingreso de baterías en mal estado “puede entenderse también, que los productos o desechos clasificados en el Convenio Basilea podrán importarse cuando se notifique su movimiento transfronterizo lo cual es una carta abierta para introducir no solo baterías, sino cualquier tipo de desperdicio”. 

Ecojuris añade que esto sería una regresión contra el Convenio de Basilea y otros tratados internacionales suscritos por Honduras, que regulan el movimiento transfronterizo de desechos peligrosos.

De igual forma, el Gremio de profesionales de la ingeniería ambiental de Honduras, a través de un comunicado, asegura que el país manda un mensaje de incumplimiento y un irrespeto a las condiciones elementales de mantener un ambiente sano a su población. Además, denuncian que la reinterpretación “deja un vacío en la cadena de la gestión integral del residuo como el drenado de los electrolitos de la batería o acumulador de plomo, los electrolitos son una solución altamente corrosiva y con plomo soluble y en partículas con potencial riesgo sanitario y ambiental que merece atención si es tratado en el ámbito nacional”. 

Landa asegura que la puesta en marcha de una fábrica de reciclaje de baterías de plomo significaría “condenar a esta población a la muerte, al exterminio y probablemente un problema del éxodo de estas comunidades, todo por el negocio de unas cuantas personas”.

La pandemia por COVID19 ha dejado 491,595 muertes en todo el mundo -al menos esas son las reportadas-. Sin embargo, en varios países se ha evidenciado que existe un subregistro debido al retraso en la información y a la falta de acceso al sistema sanitario y de monitoreo de la pandemia. En Honduras, de marzo a mayo el Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (SINAGER) reportó 248 muertes por COVID19; Tegucigalpa y San Pedro Sula las ciudades más afectadas.

En ese tiempo se realizaron 8322 pruebas para detección de COVID19 en el departamento de Francisco Morazán, la mayoría en Tegucigalpa y 7013 en Cortés, la mayoría en San Pedro Sula. En el resto del país, 16 departamentos, el departamento con más pruebas que les sigue es Atlántida con 1289 y el que menos pruebas reporta es Gracias a Dios con apenas 10. Pero la enfermedad ya abarca los 18 departamentos del país y el contagio local no ha podido detenerse, por la falta de seguimiento a los nexos epidemiológicos en otras ciudades del país que no son San Pedro Sula y Tegucigalpa.

Según el Banco Mundial, la capacidad de camas hospitalarias por cada mil habitantes en Honduras es de 0.7, es decir, menos de una cama para mil habitantes. En San Pedro Sula y Tegucigalpa están los centros hospitalarios destinados para la atención de COVID19, con más presupuesto y personal médico, pero en el interior del país, donde no hay acceso a la salud, también hay casos y muertes.

En Contracorriente solicitamos información sobre entierros con protocolo COVID19 de marzo a mayo a las 298 municipalidades del país. Solamente 121 respondieron la solicitud, pero de esas 35 dijeron no tener los datos, indicaron que solo SINAGER los maneja o que el Registro Nacional de las Personas los debe tener pero no está trabajando. Solicitamos a estas municipalidades el número de entierros con protocolo COVID19 en los cementerios públicos de sus municipios, también el número de entierros por otras causas de muerte. En este conteo no entra el dato de los cementerios privados.

Algunas municipalidades entregaron la información de manera parcial, por ejemplo la de Tegucigalpa, solamente entregó la información de un cementerio, cuando los cementerios municipales son cuatro. Otro problema de la información, en todos los casos, es que hay una cantidad (74 de los entierros reportados) que quedó registrada como «sospechosos de COVID19» debido al retraso en los resultados de las pruebas. Muchas familias recibieron el resultado de la prueba realizada a su familiar, después de una o dos semanas de que este falleciera.

En este video presentamos algunos de esos datos para comenzar a hacer el subregistro de muertes. Los datos ya tienen un mes de retraso, por la lentitud de la respuesta por parte de las alcaldías, pero lo que pudimos observar en los datos recopilados es que la tendencia de muertes en junio es al aumento. El ejemplo más claro es que Tegucigalpa, los primeros 15 días de junio reportó 58 entierros por COVID19 -en el único cementerio municipal que incluyeron en la base de datos- una cantidad mayor al número de entierros totales, en los cuatro cementerios, por otras causas muerte que, en este caso, fue de 29.

*Honduras sufre el COVID-19 en medio de una crisis del Estado en su conjunto. ¿Cuáles son las dimensiones de esta crisis? ¿Por qué miles de hondureños huyen de su país? Los vínculos de la política con el crimen organizado se articulan con formas patrimonialistas de ejercicio del poder y con una larga erosión de la democracia en el país.

Texto publicado originalmente en la revista Nueva Sociedad

Portada: Foto archivo/ Martín Cálix

Honduras es uno de los países más pobres del continente. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), cuenta aproximadamente con el 40 % de su población en situación de pobreza extrema y el 67.4 % en pobreza relativa, concentradas especialmente en el área rural, donde el 73.5 % de los hogares viven en condiciones de pobreza.1 En medio de este escenario de desesperanza, la emigración es «ante todo una lucha por la supervivencia»,2 lo que queda de manifiesto en dos importantes crisis migratorias recientes: la inédita emigración de miles de niños no acompañados en 2014 y las «caravanas de migrantes», que iniciaron su marcha en la terminal de buses de San Pedro Sula el 12 de octubre de 2018.

De 9,9 millones de hondureños, alrededor de 945 000 residen en Estados Unidos, cerca de 90 000 en España y decenas de miles en México. Aproximadamente 300 000 hondureños huyeron hacia ee. uu. en 2019,3 en un contexto de crecientes medidas antiinmigratorias por parte de Donald Trump y del gobierno mexicano. En consecuencia, el Observatorio de Migraciones Internacionales en Honduras registró un aumento de las deportaciones entre 2018 y 2019, con el retorno de 109 185 hondureños entre enero y diciembre de 2019, expulsados en su mayoría de México (64 649) y ee. uu. (40 984), de los cuales 24 040 eran niños.4 Frente a la ausencia de una política económica de reinserción laboral, la mayoría de los retornados intentan nuevamente emigrar, en algunos casos hasta 10 veces. 

A pesar de las dificultades experimentadas en las últimas décadas, las remesas enviadas por los migrantes son el verdadero pulmón de la economía nacional y representan 3 veces la inversión anual de la empresa privada. Estas cifras de migración internacional revelan la incapacidad del Estado para lidiar con los múltiples problemas del país, que incluyen, además de los altos niveles de pobreza, violencia, inseguridad, desempleo, corrupción e impunidad,5 conflicto agrario, crisis medioambiental y reunificación familiar.6

La extrema violencia ocupa un lugar central en la cotidianidad hondureña, con una tasa de 41.4 por cada 100 000 habitantes en 2018. Se registraron 71 695 asesinatos entre 2004 y 2018, con un promedio de 10 muertes violentas diarias.7 Uno de los sectores con mayor exposición al crimen organizado es el transporte. A modo de ejemplo, el 27 de febrero de 2020, el vicepresidente de la Asociación de Taxistas de Honduras, Rony Figueroa, fue baleado frente a su hogar. Días antes, Figueroa había denunciado la extorsión y violencia cometida contra su gremio. También había condenado públicamente la deficiente respuesta de las autoridades policiales frente a las amenazas de miembros de la mara ms-13, que cobraban el «impuesto de guerra» en su punto de taxi, y llegaron a secuestrar a uno de sus colegas. Este no es un caso aislado. El 12 de marzo de 2020, la prensa local anunció que los vecinos de una colonia de Tegucigalpa resolvieron la inseguridad a cuenta propia: quemaron vivo a un sicario que había asesinado a un conductor de autobús a plena luz del día. En las redes sociales circularon videos explícitos del hecho, práctica cada vez más normalizada por la prensa y los internautas.

A causa de la extorsión (en sus diferentes formas, alrededor de  80 000 empresas han clausurado en los últimos 5 años.8 La violencia como vía de resolución del conflicto también se manifiesta de manera cotidiana en disputas conyugales y familiares, violaciones, secuestros y asaltos.9 El diario español El País, reportó recientemente uno de los tantos flagelos contra el núcleo familiar hondureño, con la noticia de un fallido secuestro que terminó con la desaparición de un niño y el asesinato de sus familiares.10 Podrían citarse casos ad infinitum, siendo la inseguridad y la violencia extrema los mayores desafíos de la sociedad hondureña. Según el director del Centro de Documentación de Honduras, los heterogéneos grupos criminales que operan en el país centroamericano no podrían actuar en la dimensión que lo hacen sin la complicidad del Estado,11 con la narcopolítica como expresión más emblemática de los vínculos entre Estado y crimen organizado.

El Estado como botín de los triunfadores

¿De dónde deriva la incapacidad del Estado hondureño de responder a los problemas que agobian a un país signado por la pobreza, la desigualdad social y la violencia? Secularmente, el Estado ha sido visto como el botín de los vencedores y de sus aliados, lo que explica en buena medida su ineficiencia. El saqueo de los fondos públicos para usos privados y el clientelismo han sido problemas duraderos. Los pobres representan la masa de maniobra de políticos corruptos, que actúan como dadores de empleos a sus correligionarios, cuya única virtud es la lealtad partidaria. Este panorama se ha complicado en los últimos 10 años con el involucramiento del gobernante y su familia en el tráfico internacional de drogas. El hermano del actual presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández quien retiene la gestión del Estado mediante un supuesto fraude electoral, fue declarado culpable de una cantidad de delitos que incluyen el tráfico de drogas.

La Fiscalía del Distrito Sur de Nueva York lo considera un narcotraficante de gran escala, colaborador de grupos criminales colombianos y mexicanos para la importación de droga a ee. uu. desde 2004. Según la acusación, Antonio Hernández aseguraba el pasaje de estupefacientes con el apoyo de miembros fuertemente armados de la Policía Nacional, también involucrados en el asesinato de dos de sus narcotraficantes rivales. El texto detalla cómo logró financiar las millonarias campañas electorales del Partido Nacional de Honduras (pnh) en 2009, 2013 y 2017, gracias al transporte de alrededor de 200 toneladas de cocaína hacia ee. uu., y añade que «durante ese periodo, Hernández ayudó a Joaquín Guzmán Loera (el Chapo) con numerosos y grandes envíos de cocaína».12

La estrecha vinculación entre narcotráfico y política había sido develada hace tiempo tras la captura en 2015 del hijo del expresidente Porfirio Lobo (2010-2014), del pnh, por miembros de la Administración para el Control de Drogas (dea). Conforme a las explosivas declaraciones del jefe del clan de narcotraficantes Los Cachiros, Fabio Lobo actuaba como facilitador de las negociaciones entre la mafia y el Estado, por lo que fue sentenciado a 24 años de prisión por asociación ilícita en ee.uu. Los Cachiros declararon haber subvencionado campañas electorales nacionalistas (2009 y 2013) a cambio del apoyo de la maquinaria estatal. Prominentes miembros del Partido Liberal, también fueron sentenciados a penas de cárcel por prestar servicios comerciales y bancarios al crimen organizado. Es el caso de la poderosa familia Rosenthal, asentada en San Pedro Sula, la capital económica del país, cuyos miembros como Yankel Rosenthal (ministro de Inversión del primer gobierno de Hernández [2014-2018]), y su primo Yani Rosenthal (integrante del gabinete de Manuel Zelaya [2006-2009]), fueron sentenciados respectivamente a 2 años y 5 meses y a 3 años de cárcel, tras haber admitido lavar dinero de Los Cachiros. El fallo ocurrió en el contexto de la estrategia estadounidense de combate contra el narcotráfico y, con la aprobación de Juan Hernández, se produjeron veinte extradiciones entre 2014 y 2019.13 Entre ellos, se cita a los hermanos Valle-Valle, un poderoso clan de traficantes de la zona occidental, y al exalcalde del municipio de El Paraíso, Copán, Alexander Ardón. Según los investigadores de InSight Crime, la mediación de Antonio Hernández entre los clanes Valle-Valle, Ardón y sus operadores –quienes habían construido un verdadero imperio– fue esencial para cimentar el flujo de la droga.

Sobre la base de los testimonios de los excapos hondureños extraditados a ee.uu., la Fiscalía estadounidense menciona sutilmente a Porfirio Lobo y a Juan Hernández en tanto «co-conspirador-3 (cc3)» y «co-conspirador-4 (cc4)» en el tráfico de drogas.14 De este modo, las declaraciones de Ardón reforzaron la tesis del flujo de narcodólares a la política, más aún luego de que confesara el desembolso de 2 millones de dólares para Lobo en 2009 y 1,6 millones para Hernández en 2013.15 La operación consiste en hacerse del apoyo de la Policía Nacional y de las Fuerzas Armadas como herramientas de transporte y resguardo de la droga, infiltrando de forma gradual los diferentes niveles de la administración pública. Con la entrega de Ardón y la captura de «Tony» Hernández en Miami, la política de extradición se ha tornado en contra del presidente. Las declaraciones de los antiguos socios-rivales de su hermano han venido a debilitar la ya deteriorada relación del gobierno con la ciudadanía. Entre el 2 y el 15 de octubre de 2019, Hernández fue mencionado al menos 100 veces por los testigos en el juicio contra su hermano. Por añadidura, el 24 de abril de 2020 debería haber tenido lugar la primera audiencia contra el exoficial de la Policía Nacional y supuesto primo del presidente Hernández, Mauricio Hernández, acusado por la Fiscalía del Distrito Sur de Nueva York de tráfico de drogas, pero se postergó por la pandemia de COVID-19. Mauricio se declaró inocente de las incriminaciones que lo vinculan a las actividades de «Tony» Hernández el pasado 20 de febrero.16

La representación legal de «Tony» Hernández en Honduras ha declarado que el exoficial Mauricio Hernández no tiene parentesco alguno con su cliente y familiares. Por su parte, el gobierno hondureño desestima las declaraciones de los detenidos en ee. uu. e insiste en que el presidente Hernández es quien más ha hecho por la seguridad nacional. La acusación contra «Tony» no implicaría ni a su familia ni al Estado.

El presidente hondureño ha manifestado que los narcotraficantes buscan la venganza propagando mentiras infundadas. No obstante, dos recientes y explosivos sucesos han hecho tambalear el discurso oficial de buena gobernanza en materia de seguridad: el despiadado asesinato en la cárcel del supuesto narcotraficante Magdaleno Meza en octubre de 2019 y la violenta fuga de Alexander Mendoza el 14 de febrero de 2020. Detenido en 2018 y acusado por las autoridades hondureñas de ser socio de los Valle-Valle, Meza fue enviado a la prisión de «máxima seguridad» El Pozo 1. Durante su arresto se encontró una serie de «narcolibretas» en las que se hace mención a «Tony» y a «joh» (¿Juan Orlando Hernández?), por lo que devino en pieza clave del juicio contra el hermano del presidente. Meza, quien debía ser extraditado en 2020, fue salvajemente asesinado dentro de la prisión. El mismo día del crimen circularon videos de seguridad donde se puede observar claramente cómo fue acuchillado y baleado múltiples veces aun ya muerto. Muchos han interpretado su asesinato como un medio de silenciar las voces que comprometen al gobierno.17 Por otro lado, el rescate del cabecilla de la mara ms-13, el «Porkys» Mendoza, por un grupo de 20 personas armadas hasta con explosivos y disfrazadas de agentes de la Policía Militar, deja en evidencia la fragilidad de las fuerzas del orden. Como demuestra la grabación de las cámaras del Tribunal donde se desarrollaba la audiencia, los criminales lograron en un inicio burlar la seguridad, para luego matar a 4 oficiales y liberar al narcotraficante en una operación «de película».

A pesar de todo, no se han deteriorado significativamente las relaciones del presidente con el Departamento de Estado de ee. uu., que aún sostiene a su incómodo aliado regional. Las tensiones entre el Departamento de Estado y el Departamento de Justicia son visibles respecto de Honduras. El gobierno del pnh ha buscado mejorar su reputación subordinando su política exterior a Donald Trump, por lo cual se ha trasladado la embajada hondureña en Israel a Jerusalén y se integró a Hezbollah en la lista de organizaciones terroristas. Pero en ee. uu., que ha invertido 200 millones de dólares en transferencias para la política de seguridad hondureña entre 2016 y 2017,18 existen voces que le reclaman transparencia al Estado hondureño en sus finanzas públicas, especialmente provenientes de la Cámara de Representantes.

Precisamente en las antípodas de las expectativas de nacionales y extranjeros, los gobiernos hondureños se han caracterizado por valorar el Estado como el botín de los triunfadores. En 2015, el trabajo de periodistas locales permitió desvelar los vínculos entre el desfalco del Instituto Hondureño de Seguridad Social (ihss) y el financiamiento de la campaña electoral del pnh de 2013. El antiguo y persistente hábito político de considerar la función pública como un medio para pillar los fondos del Estado fue enérgicamente condenado por la ciudadanía.19 La acción colectiva, bajo la forma de multitudinarias «marchas de las antorchas», le torció el brazo al gobierno y lo obligó a instalar una Misión de Apoyo contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (maccih), apadrinada por la Organización de Estados Americanos (oea) y semejante a la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (cicig), aunque con mayores limitaciones.

Como no se logró que la maccih adquiriese las atribuciones de la cicig, los partidos políticos de oposición la denunciaron desde su fundación en 2016. Fue también objeto de presiones por parte del partido oficialista, lo que llevó a su total desarticulación en enero de 2020. La maccih tenía el desafío de fortalecer las frágiles e inestables instituciones nacionales, dar cuenta de las redes de corrupción y proponer soluciones para transparentar el manejo de los asuntos públicos. Los 12 casos presentados por su equipo de investigación permitieron que por primera vez altos funcionarios públicos fuesen procesados, entre ellos la exprimera dama Rosa Elena Bonilla de Lobo,20 con lo que la maccih ganó mayor credibilidad que los propios partidos políticos e instituciones nacionales.21 Dentro de sus sugerencias, sobresale la necesidad de impulsar reformas político-electorales integrales, como la Ley de Política Limpia, dirigida a transparentar las campañas electorales. Los diputados modificaron sustancialmente la propuesta original y aprobaron en 2016 una ley que en realidad dificulta la implementación de políticas de transparencia electoral.

De acuerdo con los investigadores del Centro de Estudio para la Democracia, en Honduras existe un intercambio de favores entre redes de corrupción público-privadas, renovados en periodo electoral, que consiste en invertir en política para luego obtener «contratos de concesión que generan enormes fortunas y que, a la vez (…) son el canal apropiado para lavar dinero y activos provenientes del narcotráfico y del crimen organizado».22 En lugar de ejecutar reformas integrales para trastocar esta tendencia, los diputados del Congreso Nacional aprobaron el célebre «fondo departamental» el 18 de octubre pasado, el cual les permite gozar a discreción de fondos públicos para alimentar sus redes clientelares. Para colmo, tales fondos solo podrán ser auditados una vez que los honorables diputados terminen su mandato. Alejados de las inquietudes generales de la sociedad, durante 2019 los legisladores se concentraron esencialmente en negociar a puerta cerrada la repartición de los nuevos órganos electorales.23

El difícil aprendizaje de la democracia hondureña

Tras las tentativas democráticas de mediados del siglo pasado (1948-1963) y un entremezclado periodo de dictaduras militares tanto conservadoras como reformistas, Honduras experimentó sin interrupción 6 procesos electorales entre 1980 y 2006, 4 de los cuales favorecieron al Partido Liberal. Este último se desintegró parcialmente con el golpe de Estado de 2009 ejecutado contra el «populista refundador»24 Manuel Zelaya, quien desde el propio plh pretendía hegemonizar el escenario político por medio de una Asamblea Nacional Constituyente, iniciativa que fue bloqueada por miembros de su propio partido con el apoyo de las Fuerzas Armadas, sectores empresariales, mediáticos, religiosos y de los poderes del Estado. Después de décadas de entendimientos y negociaciones con el pnh, en uno de los sistemas bipartidistas más duraderos del continente, el dislocamiento del campo liberal ha resultado en la primacía de su rival en las instituciones del Estado. Con una década de gobiernos del pnh, Hernández ha logrado lo que para muchos era el propósito de Zelaya: aprobar la ilegal reelección en 2017 y acaparar los poderes del Estado.

Porfirio Lobo (2010-2014) había concentrado su mandato en la reintegración de Honduras al concierto internacional tras el golpe de Estado y, en ese marco, llegó a un entendimiento con el depuesto presidente Zelaya, denominado Acuerdo de Cartagena. El pacto dirimió las tensiones brotadas con el golpe, por medio de un proceso de doble legitimación: el gobierno de «reconciliación nacional» liderado por el pnh sería reconocido nacional e internacionalmente, siempre y cuando, Zelaya, gozase de la apertura necesaria para inscribir un nuevo partido político. Gracias al acuerdo, Honduras fue reintegrada en la oea y Zelaya dio nacimiento a su instrumento político de tipo personalista, el Partido Libertad y Refundación, conocido como Libre. Las negociaciones dejaron en impunidad a los responsables del golpe de Estado, que violaron sistemáticamente los derechos humanos, pero también la malversación de los fondos de Petrocaribe y la fallida consulta popular de 2009 bajo el gobierno de Zelaya. Con la incorporación del expresidente al juego político, el tablero hondureño se encuentra, desde las elecciones de 2014, en una especie de retorno de la vieja tradición bipartidista, ahora cuatripartita. Los principales rivales del oficialismo son Libre, como segunda fuerza que disputa el voto del plh, y el conocido presentador de televisión Salvador Nasralla, quien hasta la fecha no ha inscrito su nuevo partido Salvador de Honduras.

Contando con el alineamiento de los militares, de un partido vertical y un organizado ejército de reserva clientelar, Hernández logró derrotar a sus contrincantes por dos veces consecutivas (2013 y 2017), a través de procesos electorales colmados de irregularidades e ilegalidades. La instrumentalización de los organismos electorales, las denuncias de manipulación electrónica en los conteos y de compra de votos, junto con el clientelismo,25 son elementos persistentes en la cultura política hondureña, perfeccionados por el pnh en las últimas elecciones. Las recomendaciones dejadas por las misiones de observación electoral de la oea y de la Unión Europea han sido omitidas en su mayoría, lo que alimenta la permanente desconfianza de la ciudadanía hacia sus instituciones. En cambio, Hernández le ha devuelto al ejército un papel decisorio, imponiéndole como caballo de Troya a la guardia pretoriana de su régimen, la Policía Militar del Orden Público (pmop) y la Tropa de Inteligencia y Grupos de Respuesta Especial de Seguridad (tigre). Ciertamente, el carácter policiaco-militar ha sido el rasgo distintivo de las propuestas programáticas del pnh, actor históricamente aliado de las Fuerzas Armadas. Adicionalmente, ha logrado imponer a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, al fiscal general y al procurador general de la República de Honduras. Los presidentes del Poder Legislativo y del Judicial, los ministerios de Seguridad y de Defensa, la Policía y el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas le son plenamente leales. En un escenario de acumulación de poderes de esta naturaleza, ¿es posible que el presidente desconozca la participación de su hermano en las redes internacionales del crimen organizado?

En este contexto, fiel a la tradición de líder político tradicional, el expresidente Zelaya ha buscado acuerdos de cúpula con el partido de gobierno para obtener puestos en el sistema electoral para sus más cercanos lugartenientes. Con la tradición autoritaria de un líder de viejo estilo rural, que en un momento se convirtió al estilo «chavista»,26 rechazó la idea de apoyar a una amplia coalición política para pedir en las calles la renuncia de Hernández y prefiere esperar pacientemente las próximas elecciones presidenciales de 2021.27 Según un conjunto de estudiosos de la realidad nacional de la revista Envío-Honduras, el arreglo entre las cúpulas del pnh y de Libre en el Congreso Nacional, que le permitió a esta última agrupación una representación en los nuevos órganos electorales, es la principal «válvula de oxígeno» del régimen orlandista.28 Mauricio Oliva, actual presidente del Congreso Nacional y precandidato presidencial por el pnh para las elecciones de 2021, no ha vacilado en congratularse por llegar a un acuerdo con Zelaya. Efectivamente, como observó hace más de 50 años un importante estudioso de la política centroamericana, el proceso político de esta región es fundamentalmente un juego de «manipulación y negociación entre competidores por el poder, cuyos recursos constituyen el objeto de una apreciación y de un reconocimiento recíproco que conlleve a un acuerdo negociado a alto nivel».29 No obstante, buena parte de la ciudadanía parece no identificarse con los tradicionales «competidores por el poder»,30 e iniciativas como la más reciente Plataforma de Lucha por la Salud y la Educación, liderada por la presidenta del Colegio Médico, Suyapa Figueroa, son en buena medida percibidas como legítimas alternativas para la defensa de los servicios públicos y para reactivar el movimiento de oposición al régimen autoritario de Hernández.

Figueroa lideró las marchas de maestros, médicos, estudiantes y otros sectores sociales en la toma de ejes carreteros del país durante el curso del año 2019, denunciando las derivas neoliberales del gobierno en materia de salud y educación, exigiendo sus garantías como derechos universales, «sin restricciones, con calidad, pero sobre todo calidez».31 El fracaso del neoliberalismo en Honduras es inequívoco, y el desplome de las estructuras sanitarias y educativas son su máxima expresión. Como consecuencia, la ciudadanía está abandonada a su suerte frente al brote de epidemias y pandemias. La reciente crisis del dengue puso a prueba el modelo de salud 2019 cerró con 180 decesos, de los cuales el 58 % eran menores de 15 años―.32 Con casi 2000 casos de COVID-19 confirmados, muchos médicos consideran que hasta la fecha el gobierno no ha tomado las medidas preventivas adecuadas, incluso hay reportes de que se estarían buscando terrenos para posibles fosas comunes. En ausencia generalizada de equipos sanitarios básicos y de medidas de bioseguridad para el personal de salud, con una economía informal y la mayoría de la población viviendo del día a día, el panorama hondureño no es nada alentador.

Al igual que otros países del mundo, Honduras enfrenta la terrible pandemia desatada por el coronavirus, pero lo hace en el marco de una crisis del Estado en su conjunto. El país es conducido por un líder político ligado al narcotráfico que se apoya en los militares para mantenerse en el poder, un presidente impopular que lidera un Estado militarizado e incompetente. Honduras carece de un liderazgo creíble para enfrentar la crisis sanitaria. Las respuestas estatales caracterizadas por el autoritarismo, la improvisación y la distribución clientelar de alimentos son una muestra evidente de la crisis del Estado. Los días del coronavirus representarán un desafío en gran escala para la empobrecida nación hondureña.

  • 1. Cit. en Rolando Sierra Fonseca: «Honduras: del golpe de Estado de 2009 a la crisis continuada» en Análisis Carolina No 16, 8/2019, p. 7.
  • 2.Ibíd., p. 10.
  • 3. Foro UNAHMOS: «Entrevista a Ricardo Puerta y César Castillo. Migración, causas y consecuencias» en Presencia Universitaria, 13/2/2020.
  • 4. Boletín Informativo del Observatorio de Migraciones Internacionales en Honduras vol. 1 No 2, 1/2020.
  • 5. Gilles Bataillon: «Amérique centrale: violences et pseudo-démocraties (1987-2018)» en Hérodote vol. 171 No 4, 2018, p. 75.
  • 6. R. Sierra Fonseca: ob. cit.
  • 7. Instituto Universitario en Democracia, Paz y Seguridad: Boletín del Observatorio de la Violencia No 52, 1-12/2018, p. 2.
  • 8. Marvin Barahona: «Múltiples crisis y una visita suspicaz» en Envío-Honduras vol. 17 No 59, 9/2019, p. 17.
  • 9. G. Bataillon: ob. cit., p. 69.
  • 10. Jacobo García: «El pequeño Enoc o la maldición de Honduras» en El País, 26/1/2020.
  • 11. Víctor Meza, Edmundo Orellana, Leticia Salmón, Thelma Mejía y Félix Molina: La militarización de la seguridad pública en Honduras, Centro de Documentación de Honduras, Tegucigalpa, 2015.
  • 12. Departamento de Justicia: «Former Honduran Congressman Tony Hernández Convicted in Manhattan Federal Court of Conspiring to Import Cocaine into the United States and Related Firearms and False-Statements Offenses», Fiscalía del Distrito Sur de Nueva York, 18/10/2019.
  • 13. Parker Asmann: «Denuncias criminales descorren fachada antinarcos del presidente de Honduras» en Insight Crime, 3/9/2019.
  • 14. Steven Dudley: «Cómo un exalcalde podría tumbar al presidente de Honduras» en Insight Crime, 27/8/2019.
  • 15. Emily Palmer y Elisabeth Malkin: «Honduran President’s Brother Is Found Guilty of Drug Trafficking» en The New York Times, 18/10/2019.
  • 16. Departamento de Justicia: «Former Honduran National Police Officer Charged with Conspiring to Import Cocaine into The United States and Related Firearms Offenses», Fiscalía del Distrito Sur de Nueva York, 4/9/2019.
  • 17. Ismael Moreno: «Una coyuntura tormentosa e incierta: ¿cuál es el camino a seguir?» en Envío-Honduras vol. 17 No 60, 11/2019, p. 9.
  • 18. Héctor Silva Ávalos y Parker Asmann: «Cuatro conclusiones del juicio de eeuu contra el hermano del presidente de Honduras» en InSight Crime, 24/10/2019.
  • 19. G. Bataillon: ob. cit., p. 80.
  • 20. El Consejo Nacional Anticorrupción denunció el 13 de marzo de 2020 la decisión de los jueces de la Corte Suprema de Justicia de celebrar un nuevo juicio del caso «Caja Chica de la Dama», anulando así la sentencia de 58 años que Bonilla de Lobo había recibido por causa de fraude y apropiación indebida.
  • 21. Center for Latin American & Latino Studies: «El Monitor de MACCIH, Edición Especial», CLALS Working Papers Series, American University, Washington, dc, 9/1/2019, pp. 3-4.
  • 22. Gustavo Irías: «La ley de política limpia, una evidencia del boicot de la élite hondureña a reformas electorales sustanciales», Centro de Estudio para la Democracia, Tegucigalpa, 6/2017, pp. 13-14.
  • 23. M. Barahona: ob. cit., p. 18.
  • 24. A su manera, Zelaya puede ser pensado en los términos propuestos por Carlos De la Torre: «Los populismos refundadores» en Nueva Sociedad Nº 267, 1-2/2017, disponible en www.nuso.org.
  • 25. Mario Posas: «Avances y retrocesos de la democracia electoral en Honduras (1979-2019)», trabajo presentado en el coloquio internacional «América Central 1979-2019. De la revolución sandinista a la caravana de migrantes», Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, Ciudad de México, 6/11/2019.
  • 26. Peter Peetz: «¿De hacendado a revolucionario? Mel Zelaya y el giro hacia la izquierda del gobierno hondureño» en Iberoamericana vol. 9 No 33, 2009.
  • 27. Milton Benítez: «Entrevista con Manuel Zelaya: Salida del Narco Dictador: ¿negociada o luchada?» en El Perro Amarillo, Facebook Live, 10/4/2019.
  • 28. Envío-Honduras Nº 45 a 60, disponibles en http://guaymuras.hn/endistribucionlibro.php?idweb=1.
  • 29. Charles W. Anderson: Politics and Economic Change in Latin America: The Governing of Restless Nations, Van Nostrand Reinhold, Nueva York, 1967, cit. en G. Bataillon: Genèse des guerres internes en Amérique Centrale (1960-1983), Les Belles Lettres, París, 2003, p. 63.
  • 30. Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación, Compañía de Jesús: «Percepciones sobre la situación hondureña en el año 2018. Sondeo de opinión pública. Novena edición» en Boletín Abril 2019, Radio Progreso, 4/2019, p. 12.
  • 31. S. Figueroa: «La relación médico paciente» en Revista Médica Hondureña vol. 87 Nº 1, 1-3/2019, p. 6.
  • 32. Organización Panamericana de la Salud: «Actualización epidemiológica: dengue», OPS / OMS, 7/2/2020, p. 9.

Mi infancia, o lo que recuerdo de ella, transcurrió en la calurosa ciudad de El Progreso, Yoro, ciudad ubicada entre la imparable San Pedro Sula y la bella ciudad del puerto de Tela. La casa de mi mami o “la casa de Progreso”, como le llamo actualmente, es la herencia material de los días de gloria de mi padre como futbolista del Club Deportivo Marathón. Siempre fue una casa grande, con muchos árboles y muchos animales. Por años funcionó en la parte frontal izquierda una modesta pulpería con un enorme y viejísimo Framboyán rojo (Acacia roja, como se le conoce de manera popular) que mide aproximadamente siete u ocho metros de altura. El barrio El Barro siempre fue un lugar relativamente tranquilo, silencioso y feliz.

La casa colinda por la parte derecha con la casa de mi tía Carminda, y por la parte de atrás con la casa de tía Josefa, donde históricamente vivieron mi abuelo y mi abuela paterna. Mi abuelo envejeció lento, como el clásico extrabajador acomodado de La Tela Railroad Company, con su vicio del cigarro, su hábito de la lectura y sus rutinas de tiempo inamovible. Mi abuela en cambio, siempre me pareció atrapada en su vejez, tenía costumbres religiosas muy arraigadas, su afición por la cocina y el recato de la construcción social que se demanda a una mujer.

Por contraparte, mis abuelos maternos son mi vínculo al sur, a ese maravilloso paraíso que representa el calor de Choluteca en mi vida. Ambos nacidos y crecidos en Soledad, El Paraíso, donde habría transcurrido con normalidad su vida de no ser por su pertenencia al Partido Nacional, lo que hizo que, en los años de peleas a muerte entre liberales y nacionalistas, tras varios atentados a sus vidas tuviesen que desplazarse forzosamente e instalarse en las cuencas de oro o, mejor dicho: Orocuina.

Mi abuelo materno murió cuando yo apenas era una bebé. De recuerdo nuestro solo existe una fotografía familiar donde yo estoy en brazos de mi madre y él con su enorme estatura sobresale de fondo. Mi abuela materna falleció cuando yo era una puberta, de ella recuerdo las veces de visita al pueblo, las interminables pláticas entre ella y mamá por telefonía fija, y la conversación sobre la muerte que tuve con Sor Agustín (monja del colegio donde estudiaba) el día que mamá se presentó al mediodía a decirnos (a mi hermana y a mí) que debía viajar de urgencia al pueblo porque Mamá Emma, como le decíamos a mi abuela, había muerto y que debíamos quedarnos en casa de mis abuelos paternos.

Desde siempre he pensado que nuestra crianza ha sido el experimento matriarcal de mi madre. En casa, históricamente, las labores domésticas han estado a cargo de mi padre: cocinar, limpiar, alimentar a los animales. Ella siempre da instrucciones, quién dice qué y cómo hacer; nunca existió el castigo físico y dentro de sus limitaciones económicas y emocionales nos ha dado todo; nunca se ha opuesto a ninguno de nuestros impulsos de lo que hemos querido ser, y fue una flexible y única autoridad en todos los temas. No existieron rituales de enseñanza de cocina, Laura, mi hermana mayor y yo aprendimos por observación o curiosidad directa preguntando cómo hacer determinado platillo.

Mi niñez transcurrió de manera agridulce, pero fue la adolescencia y su llegada convulsa la que hizo de mi vida un paraje triste. Siempre fui una niña huraña, sin embargo, en mis años de juventud esa conducta evasiva y conflictiva llegó a picos tan altos que con el tiempo mi madre terminó por llevarme al neurólogo y al psiquiatra.  

Viajamos a Tegucigalpa, a ese capital fría y tan distante que yo recuerdo de mis diecisiete años. Luego de varios análisis, entrevistas psicológicas e interminables filas y soportando el olor característico de los hospitales, el diagnóstico llegó: bipolaridad tipo II y disfunción en el lóbulo temporal. Desde entonces, debido a los medicamentos, el recuerdo de esos años se convirtió en una espiral atemporal donde los únicos recuerdos intactos que tengo es el olor y sabor de los espaguetis. Esos espaguetis de origen difuso, que no logro recordar si eran receta exclusiva de las pocas que preparaba mi madre o de las tantas que mi padre aprendió a realizar al sazón de las indicaciones de mamá. Lo que sí recuerdo es que desde entonces la salsa que era entre anaranjada y roja, con chile verde y cebolla blanca mezclada con espaguetis, se convirtió en mi segunda comida favorita.

De todos mis abuelos y abuelas, siempre tuve más cercanía con Papá Carlos, mi abuelo paterno, me gustaba escucharlo hablar con la gente que llegaba a la pulpería, verle leer el periódico todos los días a las dos de la tarde, sentado en la plástica silla verde pegada a la puerta del corredor de su casa, y luego verle cenar a las cinco de la tarde en el largo comedor café donde siempre me sentaba a su lado derecho. Disfrutaba verlo fumar los Belmont azules que guardaba en una caja metálica sobre la división de la sala, observar detalladamente el ritual de limpieza con harina que le hacía a su gran anillo rojo todas las tardes luego de bañarse, y su desfile ritual de las siete de la noche: llegaba a mi casa a jugar naipe o solo a hablar con mamá. 

No recuerdo nunca haberlo visto hacer alguna labor doméstica, pero fue en  2009, meses antes de que enfermara, cuando llegué a su casa y lo encontré cocinando espaguetis, estaba parado en la ancha cocina mientras renegaba porque los fideos se habían pegado al fondo. Ya había pasado su hora de almuerzo, le ofrecí ayuda y se negó, me quedé ahí, viéndole desde el comedor hacerse líos con la salsa hasta que por fin terminó. Se sirvió y se sentó al comedor, y no fue hasta cuando ya estaba por terminar que me dijo que no sabían tan mal, que podría agarrar si tenía hambre. En realidad  estaban bastante feos, insípidos, pero desde entonces los espaguetis se convirtieron para mí en ese lenguaje de la ternura y se mezclaron en mi historia de vida.

A finales de 2009 a Papá Carlos le diagnosticaron Corea de Huntington, una extraña enfermedad neurodegenerativa. Durante cuatro meses colaboré con mi padre cuidándolo, mientras tanto la enfermedad se volvía más agresiva y generaba otras complicaciones médicas. Durante ese tiempo en sus pocos momentos lucidez me contaba historias de su juventud y yo le leía El retrato de Dorian Gray ,y le prometía que se pondría bien y que le iba a enseñar a hacer salsa de espaguetis, pero eso no ocurrió. La mañana del 19 de enero del 2010 la aplastante noticia de su muerte llegó.


Pasaron meses hasta que pude volver a comer espaguetis sin que la tristeza me ahogara y desde entonces los espaguetis son parte de mi itinerario en la cocina para demostrar amor y casi un criterio de selección afectiva.

Mi exnovia Kim a quien conocí a inicios de mi carrera universitaria amaba los espaguetis como yo, ella solía visitarme en casa de mi madre y luego de nuestras cansadas jornadas de amor siempre nos escabullíamos a la cocina a cocinar juntas la receta de espaguetis de mamá.

Daniel, mi actual pareja es un todo terreno de la comida y si fuera un poco más observador se daría cuenta que luego de cada discusión siempre tengo antojos de espaguetis, él disfruta cocinar y yo siguiendo los patrones maternos, prefiero que él lo haga, si bien la receta no es  la misma porque él cocina al estilo Tegucigalpa hemos utilizado los espaguetis como la receta del amor y la reconciliación.

Con mis amigas y amigos pasa igual, infinidad de veces les he pasado la receta o les he preparado yo misma espaguetis, de igual forma, ha pasado varias veces que mis amantes me conquistan el estómago y la vida por medio de espaguetis.

Mi tía, que llama fideos con salsa a los espaguetis, sabe que cuando estoy de visita en el pueblo será una comida añorada por mí. Siempre he pensado que cocinados en hornilla saben un poco más a nostalgia y pasado, sin embargo, me hacen recordar con ternura a las personas que amo.

Actualmente en estos tiempos de cuarentena donde he pasado noventa días sin salir de casa (con la única compañía de mi gato), sin poder ir a casa de mamá, sin poder ir a mi pueblo, sin poder estar con mi pareja; la receta de mamá no ha faltado. Hacer el ritual de cocinar espaguetis es una forma de autocuidado emocional, cocinarlos en la quietud del recuerdo, sentir su olor y su sabor caliente es el portal a la ternura de todos mis recuerdos construidos alrededor de la salpicante salsa anaranjada y roja. Los espaguetis se convirtieron en mi lenguaje del amor y que me hacen sentir cerca de todos mis afectos.

Expertos en Honduras estiman que por la pandemia se han perdido, en estos meses, unos 250 000 empleos. Las pocas acciones del gobierno para sostener la economía hondureña no han beneficiado a los trabajadores y trabajadoras, en cambio el estado de emergencia ha dado oportunidad para que muchas empresas violen los derechos laborales, ante la mirada inoperante de los entes encargados de tutelarlos. Con la pérdida de empleos y la falta de oportunidades muchos hondureños y hondureñas esperan la oportunidad para abandonar el país.

Ramón Reyes se preparaba para iniciar la jornada de trabajo que cumplía desde su casa, cuando recibió un correo electrónico en el que la empresa para la que trabajaba le había enviado un acuerdo de rebaja temporal indefinida para que lo firmara «voluntariamente».  Decidió no firmarlo y días después recibió su nota de despido.

El caso de Moncho (como cariñosamente lo llaman en el gremio periodístico) retrata de dos formas la crisis de empleo que se está gestando en el país por la llegada de la pandemia.  Primero, miles de hondureños se han quedado desempleados en este difícil momento y, segundo, muchos que aún conservan su empleo han visto violentados con sus derechos laborales frente a un gobierno que lo ha permitido para «salvar la economía». 

En respuesta a la masiva ola de suspensiones, mediante decreto legislativo 33-2020 publicado el 3 de abril, en el Diario Oficial La Gaceta, el gobierno aprobó el pago de un subsidio enfocado a los empleados afiliados al Régimen de Aportaciones Privadas (RAP) y a los que laboran en el sector de maquila. Esto tampoco se ha cumplido. La semana anterior, enardecidos empleados de una maquila en Zip Calpules, ubicada en el norte del país, entre San Pedro Sula y La Lima, reclamaban por el pago del subsidio que solo fue una promesa. 

Pese a que el marco legal hondureño es, de cierta forma, robusto en la defensa de los trabajadores y las trabajadoras, la falta de voluntad del gobierno se muestra cuando en plena pandemia y crisis laboral, el Ministerio del Trabajo no responde. Los empleados formales son apenas una población afectada por la pandemia en complicidad con la ineficacia gubernamental. También se ha descuidado el sector informal que estaría empleando hasta el 70 % de la población económicamente activa (PEA) de Honduras. 

Miles de empleos perdidos y suspensiones

Al momento, no hay una cifra certera de la cantidad de empleos perdidos a causa de la pandemia y la pequeña economía seguirá perdiendo puestos de trabajo porque los paliativos adoptados no han sido efectivos.

El exministro de agricultura y actual secretario regional de la Asociación Nacional de Industriales, German Pérez Destephen, consideró que partiendo de que en el país antes de la pandemia el número de hondureños con problemas de empleo era de 2,7 millones y que la PEA aumentó en el último año, es de suponer que hay más personas desempleadas, o con empleo precario. «A finales de 2018 la tasa de subempleo (personas sin un trabajo formal) era de 62.8 % de la PEA, lo anterior se debe a la alta informalidad de los negocios en el país», acotó.

Según Pérez, la proyección de pérdida de empleos, de acuerdo con los expertos ante los embate de la pandemia, está entre el 10 % y 12 %, lo que podría significar que se pierdan entre 200 000 y 250 000 puestos de trabajo —directos e indirectos— en las diferentes actividades productivas: «recordemos que el PIB del país tendrá un decrecimiento del 4 %, lo que nos golpeará fuertemente a todos», advierte el exfuncionario que trabajó en el gobierno del nacionalista Ricardo Maduro en 2003. 

Otro problema que trajo la pandemia es la modalidad de suspensiones, que en este momento rondaría los 450 000 casos en el sector privado. «Debemos recordar, que la mayoría de los 1,5 millones de empleos que genera el sector privado son de la micro, pequeña y mediana empresa (Mipyme), cuyo músculo financiero es menor, por lo tanto después de tres meses sin ingresos muchas de estas empresas ya cerraron operaciones o están por cerrar, lo que implica mayor desempleo», indicó Pérez Destephen.

El gobierno de Juan Orlando Hernández, mediante el decreto 33-2020 autorizó al sector privado suspensiones temporales desamparando a miles de trabajadores. Bajo esta normativa las empresas podrían enviar a las casas a sus empleados sin goce de salario. Como paliativo, se acordó dar a los trabajadores un bono de 6000 lempiras. Dinero que aportarán el gobierno, la empresa privada y, en algunos casos, el RAP. 

Sin embargo, no todos los suspendidos han recibido ese exiguo alivio, pues solo pueden aplicar al mismo empresas asociadas al RAP y el sector maquilero. Tampoco es una obligación y hasta el momento, según información de la web de la Secretaría de Trabajo, 841 empresas se acogieron a esta medida llegando a la suspensión de 124 796 trabajadores.

Joel Almendares, secretario de la Confederación Unitaria de Trabajadores de Honduras (CUTH) manifestó que hay que aclarar a los trabajadores que recibirán apoyo del RAP, que ese dinero es de sus aportaciones, «cuando revisen su estado de cuenta tendrán menos ahorros», sostuvo.

El dirigente obrero también lamentó que las empresas no tengan la obligación de unirse a este programa de subsidio: «El problema es que el decreto 33-2020 es de carácter voluntario, si quiere se acoge al programa y sino los trabajadores quedan sin salario,  tampoco puede ser así».

Por otro lado, Pérez Destephen, agregó que «el gobierno y el sector financiero deberán salir con esquemas innovadores para ayudarles a las pequeñas empresas, considerando que el sector financiero no quiere correr riesgos, aún y cuando se han creado fondos de garantía hasta de un 70 %. Es una situación bastante difícil». Además, asegura que las acciones que hasta el momento se han tomado desde los entes gubernamentales son insuficientes. 

Pérez, culminó diciendo que «para hacer frente a la crisis generada por la pandemia, lo importante es consensuar y realmente apegarse a un plan de rescate y desarrollo. Desgraciadamente el país se ha estado manejando por unos pocos que creen saber de todo y no oyen consejos de expertos. Son los que nos tienen en esta situación».

Violaciones a los derechos laborales

Pero las suspensiones y despidos son solamente una muestra de la indefensión de los trabajadores durante la pandemia. Hay muchos escenarios en los cuales el que siempre pierde y parece que seguirá perdiendo es el trabajador. Después de tres meses y medio, el sistema de transporte público sigue suspendido y con la reapertura económica, muchas empresas tienen permiso de operar, pero siguen sin garantizar a sus empleados el transporte para que se presenten a trabajar. 

Antonia se presenta a sus labores, en una institución financiera, todos los días que le corresponde. Trabaja en horarios más extendidos de lo permitidos por el Sistema Nacional de Riesgos, Sinager. Su patrón no le ofrece transporte y le han advertido de una rebaja salarial.

Don Blas, estuvo un mes expectante y después fue llamado por el encargado de recursos humanos en una empresa de plásticos para que firmara  un acuerdo: los meses que la fábrica no pudiese operar normalmente, a él y sus compañeros le adelantarán el decimocuarto mes y el aguinaldo. Cuando regresó a trabajar, la empresa no proveyó transporte.

Reinita es impulsadora, acomoda en los supermercados los productos de la empresa para la que trabaja. Su patrono no provee transporte, pero le ha dejado un mensaje desesperanzador: debe presentarse a trabajar o perderá su empleo. Entonces, todos los días camina al menos 6 kilómetros. Cada uno de ellos llenos de inseguridad y supervivencia.

En la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), hubo varias protestas reclamando por el despido de más de 1100 profesores que trabajan por hora. Denuncias apuntan que esta reducción de presupuesto en el alma mater iría a engrosar el presupuesto para combatir la pandemia. Aunque no hay un comunicado oficial, todo indica que las autoridades universitarias darán marcha atrás y asignarán al menos una hora clase a los catedráticos para no despedirlos, esto también implica una reducción salarial. 

El Ministerio del Trabajo ha operado de forma virtual durante la cuarentena. Esto ha sido tierra fértil para innumerables violaciones a los derechos del trabajador sin importar el escenario ni la profesión.

En la celebración del Día del Periodista, el pasado 25 de mayo, el comunicador Josué Quintana se declaró en huelga de hambre al sentir que una rebaja salarial violaba sus derechos más elementales. «Bajo el argumento de la precariedad laboral, nos obligan a ser solidarios», comentó al Comité de Libre Expresión (C-Libre).

A Quintana le enviaron una notificación de rebaja salarial, que no aceptó y en respuesta el medio de comunicación para el que trabaja lo suspendió por cuatro meses. «Tengo un contrato laboral que abarcaría todo el período de suspensión, yo quedaría en completa calamidad, sin ingresos y sin trabajo», explicó el comunicador que realizó la denuncia ante el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos (Conadeh). 

Apenas llegaba la pandemia a Honduras, cuando el consorcio de comidas rápidas, Grupo Intur, suspendió por tres meses a sus empleados. Pero no es lo único que ha pasado en la cadena de restaurantes. Esta semana circuló un pronunciamiento de empleados del grupo en el cual denuncian ante el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos y la Secretaría de Trabajo y Seguridad Social una serie de violaciones a los derechos laborales, entre ellas está que fueron presionados para firmar una rebaja salarial del 50 % y quién no lo hizo fue suspendido.

Además, denuncian que están cumpliendo con una jornada de 10 horas diarias y no 8 horas como lo estipula el estamento laboral. Se quejan también de que la empresa no ha cumplido con los protocolos de bioseguridad pues siguen vendiendo cantidad y no calidad e higiene. En el pronunciamiento anónimo los empleados piden ser puestos en cuarentena por 14 días, pues en este momento todos sospechan haberse contagiado de COVID-19.

La incertidumbre llega también al Gobierno. El pasado martes se filtró a los medios de comunicación una circular en la que Secretaría de Finanzas sostiene que la pandemia ha obligado a «tomar medidas de contención, reasignación y reducción de gastos» y también ha tenido que buscar fuentes alternas de financiamiento para atender todo lo relacionado con la emergencia. En el comunicado menciona que es necesario «realizar la incorporación de recursos externos gestionados y autorizados por el Congreso Nacional» para que les permita cumplir con las obligaciones laborales de los meses de junio, julio y agosto del presente año. 

El dirigente obrero Joel Almendares, manifestó que en este período las laceraciones al trabajador son innumerables, «les han quitado vacaciones, no sé sabe cómo les van a pagar el décimo cuarto mes… es una aberración, se están aprovechando de la pandemia», sentenció.

La Ley protege si se aplica

En teoría, el Código Laboral de Honduras es proteccionista, el problema de esta ley es de aplicación. Así lo señalan profesionales ligados al tema que fueron consultados por Contracorriente.

La abogada especialista en temas laborales, Damicela Mayes, apuntó que si bien el Estado es el responsable de tutelar los derechos de los trabajadores y trabajadoras, por parte del mismo son pocas las acciones realizadas, más bien algunas actuaciones han contribuido a vulnerar derechos, «pues muchas empresas han despedido empleados negándose a pagar prestaciones laborales, otras suspendieron contratos casi en el inicio del estado de excepción».

La profesional del derecho destacó que en los últimos 10 años el movimiento sindical ha venido presentando propuestas, una de ellas es la nueva Ley de Inspecciones del Trabajo, que entró en vigencia a partir de 2017. Antes, las multas por infringir normas laborales estaban techadas en 5000 lempiras, pero con el nuevo instrumento legal las hay arriba a 100 000 lempiras.

Pero Joel Almendares revela otro problema, «los multan (a las empresas), pero no han pagado ninguna, es puro show, aunque la ley los obliga. Quizás con otro tipo de gobierno podríamos tener mejores condiciones». La abogada Mayes agrega a esto, que el papel de la  Secretaría del Trabajo no ha sido el esperado en aras de brindar protección al trabajador, y en cambio se han enfocado en elaborar y aplicar los protocolos de seguridad en el marco de la «reapertura inteligente».

En 2010, el gobierno de Porfirio Lobo Sosa, creó el programa de empleo por hora que en enero de 2014 fue elevado al estatus de ley en el Congreso Nacional presidido por Juan Orlando Hernández. Según la abogada Mayes, la Ley de Empleo por Hora, siempre se ha considerado que vulnera derechos fundamentales y en estos tiempos de crisis ha quedado evidenciado ya que las empresas han cesado el vínculo laboral con colaboradores permanentes sin respetar el debido proceso. «En temas de empleo por hora es peor el escenario, porque en ese caso es poca o nula la responsabilidad para el patrono».

Sobre este tema, Contracorriente intentó hablar con el ministro del trabajo, Carlos Madero, pero no respondió. El funcionario en sus últimas intervenciones ante los medios ha hablado de las medidas para la reactivación económica, pero al parecer ha perdido de vista los innumerables atropellos sufridos por los trabajadores.

La alternativa: migrar

Esta crisis del empleo está siendo el caldo de cultivo para una nueva oleada de migración a pesar que la pérdida de empleos en medio de la pandemia, también es algo que están sufriendo los hondureños en el extranjero. 

Muchos tienen sus maletas y mochilas listas para abordar un avión, un autobús o pagar a un «coyote» por el viaje. Es el caso de Byron Navarro , quien espera la normalización de los vuelos para abandonar el país. «Me motiva buscar una mejor educación para mis hijos, tengo 35 años, tengo varios años de estar sin un trabajo fijo. He aplicado a varias empresas, pero sin resultado», dijo.

Byron recorre una de las colonias de Villanueva, vendiendo juegos de azar. No piensa en el sueño americano, quiere irse a Europa. «Mi esposa ya estuvo allá y volvió, la economía allá (España) a usted le da para ahorrar, enviar aquí y para vivir. Aquí uno solo gana para vivir. Yo estoy endeudado, tengo que ver como consigo las cuotas de la casa y un préstamo con un banco», confiesa. Por esto está esperando la apertura de los aeropuertos para tomar un avión junto a su esposa y sus dos hijos.

«Es mejor. Usted gana poquito, pero vive mejor que aquí. Mi esposa cubría sus necesidades y hasta salía el fin de semana», así alimenta su sueño de dejar su país. Hay incertidumbre en su plan, pero prefiere eso al panorama sombrío que vive actualmente.

España ha sido uno de los países más golpeados por la pandemia. Hasta el 23 de junio, el país ibérico reportaba 246 504 contagios y 28 324 muertos. Es el sexto país con más decesos en el mundo a causa del COVID-19.

Con este panorama se estima que este año el 19 % de la población activa se quede sin trabajo. Los inmigrantes proveen una importante fuerza de trabajo en  España y muchos se han visto afectados. Una hondureña radicada en Madrid, nos comentó que encontrar trabajo ahora es más complicado, y pese a esto, hay más posibilidades de empleo en España que en Honduras. El desempleo en Europa podría casi duplicarse en 2020, y hasta 59 millones de puestos de trabajo podrían estar en peligro según los expertos. El confinamiento ha comenzado a suspenderse, pero los empleos perdidos no se recuperarán de inmediato.

Por otro lado, Miguel Suazo, quien cerró su negocio de fotocopias por la crisis de la pandemia, espera la reapertura de los aeropuertos porque espera ir a buscar trabajo en Estados Unidos. Pero ese país reporta ya 2 312 302 contagios y 120 000 muertos. Es la nación con más casos detectados y más muertes en el mundo. La agresividad del virus en tierras estadounidenses orilló a un confinamiento con el que se perdieron más de 20 millones de empleos. No obstante, el pasado mes de mayo, contra todo pronóstico, la economía estadounidense recuperó 2,5 millones de empleos y el porcentaje de desempleo quedó en 14 %, cuando se había vaticinado que sería del 20 % en dicho mes, según un reporte de CNN. 

Pero no solo la situación de desempleo en estos países es lo que más preocupa, la mayoría de migrantes viajan sin documentos por rutas de alto riesgo, controladas por el crimen organizado y aún más cerradas por las políticas antimigrantes promovidas por el gobierno de Donald Trump.

Antes que el mundo fuera sometido a una cuarentena de más de tres meses por los embates del COVID-19, el flujo de migrantes hacia Estados Unidos ya había aumentado y las políticas de Estados Unidos y México se endurecieron. Según el Observatorio Consular y Migratorio de Honduras, en enero pasado fueron deportados al país 8193 hondureños que estaban en condición irregular en Estados Unidos, México y países de Centroamérica.

Esa cifra superó en 3482 personas (73.9 %) a los 4711 hondureños que fueron retornados en enero de 2019. Este año fueron retornados a Honduras un total de 109 185 personas, superior a las 75 279 personas del año 2018 y a las 48 022 personas de 2017, según las cifras oficiales.

Bartolo Fuentes, exdiputado por el departamento de Yoro y cercano al movimiento de caravanas migrantes que se desarrolló en 2017, asegura que a la gente le sobrará ganas de irse, pero que los riesgos han aumentado. Se endurecerán las medidas de contención para los migrantes. «Guatemala se pondrá estricto al extremo, y México no digamos. Migración habrá, es un hecho, lo intentarán, ya que pasen de México es otra historia. Ante una situación de calamidad, la gente busca otro lado», expresó. 

Al cerrar el paso a tierras guatemaltecas y mexicanas, el migrante tendrá que buscar avanzar por otras rutas. «Pegado a esa migración de pequeños grupos y por caminos escondidos, con esa militarización que hay, lo que se viene encima es una violación terrible de los derechos humanos en toda esa ruta migratoria. Lo que ha sucedido años atrás se elevará de manera exagerada», sentencia.

Según los últimos registros de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Honduras ha expulsado unos 800 000 migrantes, sin que esto sea una cifra oficial pues otras fuentes apuntan que solo en Estados Unidos residen unos 1,2 millones de compatriotas, la mayoría sin documentos.  El 81 % de los hondureños que deciden abandonar su país toman como destino Estados Unidos.

Para la economía hondureña, el dolor que sufren muchos en una ruta llena de vejaciones y la separación familias, ha significado su salvación pues las remesas familiares, que representan alrededor del 20 % del producto interno bruto (PIB), enviadas a Honduras en 2019 sumaron más de 5000 millones de dólares, según cifras del Banco Central. Con Honduras en cuarentena, las remesas se han vuelto cada vez más necesarias. 

De acuerdo a Forbes Centroamérica,  al pasado 14 de mayo del 2020, las remesas familiares andaban por el orden de 1732.1 millones de dólares.  Esos envíos monetarios a Honduras, especialmente desde los Estados Unidos, representaron a esa fecha de 2020 el 42.2 % del total de ingresos, pese que registraron una caída en comparación al mismo mes con años anteriores del 8.4 %.

Siempre me han fascinado los aeropuertos. Su música, lo marcado que es su ambiente, ese tiempo distinto. Me asombra esa paradoja espacial de estar en un lugar que es la posibilidad de muchos otros. Como decía Charly García: «Un amor real es como dormir y estar despierto. Un amor real es como vivir en aeropuerto». Dormir y estar despierto. Estar y no estar. Pero un aeropuerto internacional en medio de la pandemia mundial del coronavirus, es otra cosa, es una caja de resonancia enorme donde todo sobra: las sillas, las terminales, las mangas. Es un palacio vacío, y es el ruido ausente. Es un silencio inducido, comatoso. No es cualquier silencio. Es el silencio de lo que falta. 

Lo intuí desde que se me avisó que podría regresar en un vuelo de repatriación desde Miami a Buenos Aires (donde resido mientras estudio). Leí el correo con la confirmación y supe que la experiencia sería rara e incómoda, pero única. Lo que nunca creí es que viajar se pudiera parecer tanto a estar en un hospital. Me refiero a la preparación, a la angustia, a lo aséptico. 

El primer cambio que noté fue el hecho de tener que estar cinco horas antes del vuelo. A las clásicas tres horas de anticipo, se suman dos más; una para un examen médico y otra para tener el tiempo de rellenar más de tres formularios de preguntas relacionadas al contacto con otros seres humanos, a la tos y a la fiebre. Creo que por al menos un tiempo, el temor a llevar sobrepeso en las maletas pasará a un segundo plano; siempre habrá un número que temer, pero ya no será ni en libras ni en kilos, sino en grados centígrados. A la pregunta ¿llevaré bien las maletas?, se añade la de ¿iré bien de temperatura? 

Cuando entré a la terminal, aquel lugar se me pareció a un inmenso salón de baile sin música. A ese barullo de las maletas, de los teléfonos, de los altoparlantes, se le extrañará tanto como a la afición de fútbol en un estadio. Un aeropuerto vacío solo es una caja de resonancia. En esa caja se extraña a los urgidos muchachos que se peleaban por ayudarle a uno con las maletas. Se extraña al sinfín de turistas, y a aquel desorden de voces, de idiomas y de acentos que mezcladas con los anuncios en los altoparlantes formaban la obertura de los aeropuertos. Hoy todo es silencio. Ecos. Un aeropuerto vacío es como lo que Benedetti decía de un estadio de fútbol vacío: «solo es un esqueleto de multitud». 

Antes de poder chequear las maletas, dos médicos con sus respectivos uniformes —para hacerlo todo más aséptico—, me tomaron la temperatura y me confirmaron que el calor que sentía eran los treinta grados centígrados de La Florida, y no algún microorganismo que se quería apoderar de mis células (así es, andamos todos muy técnicos con el lenguaje hoy en día). Después advertí tal vez lo que me ha parecido más terrible de todo este viaje: el cambio en el lenguaje. Una colombiana, con el clásico uniforme de aeromoza, me hizo la pregunta mientras me extendía la mano en señal de pedirme mis papeles —que, junto con el pasaporte y el boleto, también incluían un escueto examen médico—: «¿A dónde vuelve?», me apuré para decírselo, le entregué mi pasaporte y sólo entonces recordé que la pregunta habitual que suelen hacerle a uno cuando llega al mostrador había mutado: habíamos pasado del ¿a dónde viaja? al ¿a dónde vuelve? 

Y aunque todos sabíamos que era un vuelo de repatriación y nadie estaba por la labor de ir a conocer nuevos lugares, ese pequeño cambio era la afirmación implícita de algo más grande: todos estamos volviendo. Ir hacia nuevos lugares está prohibido por lógica y por decreto. Sin embargo, hay otras formas de volver, que no solo son físicas. Cuántos han vuelto, en estos días de cuarentena, a su rutina de ejercicios, a saber de una tía, de un primo, de un amigo con el que hace mucho no hablaban.

Por las redes se ven miles que retoman pasatiempos, reemprenden proyectos, reciclan momentos subiendo fotos de viajes pasados. ¿A dónde vuelve? Se torna una pregunta existencial en estos momentos, y dispara otra acaso más delicada ¿por qué vuelve? Qué olvidamos, en qué punto nos equivocamos, qué es eso que ya fue suficiente, qué es lo que hay retomar. Tal vez no sea una sola pregunta, tal vez cada quien tiene una respuesta diferente. De lo que no me queda duda es que el COVID-19 nos ha situado a cada uno, a cada país, al mundo entero, entre dos grandes signos de interrogación, y lo que depende de nosotros, más que nunca, es la respuesta. 

En la terminal J del Aeropuerto Internacional de Miami, todas las tiendas están cerradas. Al foodcourt lo rodea una cinta amarilla, como si ahí hubiera sucedido un crimen: el crimen de compartir una comida juntos. Solo dos son los negocios que ostentan poder estar abiertos en toda la terminal: la multinacional McDonald´s y una discreta cafetería cubana que se llama Gilbert´s, dos nombres propios que lo único que comparten es el milagro de funcionar en medio de una pandemia, pero cuyas realidades son muy diferentes. 

«Por suerte podemos abrir», me dijo la cubana que me atendió en Gilbert´s, y cuya voz, aunque esperanzadora, no ocultaba su cansancio. Solo ella y otra compañera estaban trabajando en un turno en el que antes solían ser cinco. Ese es uno de los síntomas sociales de esta emergencia: hoy, más que nunca, el hecho de tener un trabajo, por explotador o cansado que sea, se agradece como si fuera una limosna. 

También hay para quienes todo esto ha supuesto un descanso, como para los guardias de seguridad del aeropuerto, a quienes se les puede ver hasta con el celular en la mano, sonriendo a quién sabe qué, pero definitivamente nunca tan relajados y despreocupados por los pocos pasajeros que definitivamente ya no somos más que una amenaza biológica contra la que nada pueden hacer ni los detectores de metales ni las armas. 

Incluso con esta emergencia, en el Aeropuerto Internacional de Miami, todavía hay algunos pasajeros que se detienen a observar la penumbra detrás de las rejas en cada tienda. Ahí todavía están las carteras, las camisas, los zapatos y todo lo demás con lo que antes se entretenían esperando a que llegara su vuelo. Las joyas siguen brillando detrás de los mostradores. Y los letreros siguen iluminados, como albergando la esperanza (no tan) secreta de volver pronto. Un cartel lo detalla explícitamente: Opening soon. We can’t wait to welcome you back («Abriremos próximamente. No podemos esperar para darte la bienvenida de nuevo»). Detrás del letrero, paciente, veo un maniquí sentado. Y no puedo evitar pensar que hasta para ese maniquí las cosas cambiarán, que probablemente, muy pronto, también lo hagan modelar una nueva prenda: la mascarilla. Esto lo pienso después de ver a una pasajera argentina cuyas maletas, Louis Vuitton, contrastan con esa mascarilla quirúrgica azul que lleva puesta. 

Por un momento recuerdo cómo solían ser de diferentes las sensaciones que tenía cada vez que viajaba. Antes los aeropuertos podían ser esos lugares donde uno se enamoraba sin dolor cada cinco minutos, sabiendo que esa persona —cuya mirada tal vez nunca olvidemos— está próxima a tomar un vuelo que la llevará para siempre lejos de nosotros. Pero tal vez hoy nada dé más temor que hablar, que agarrar de la mano, que dar un beso. Hoy lo único que nos queda es el pánico a primera vista, como esa mujer que veo asomarse al baño y que se detiene justo cuando ve que hay alguien más adentro. 

El Aeropuerto Internacional de Miami hoy se asemeja más a la solitaria estación de trenes de un pueblo que a la especie de Mall de paso que solía ser. Parece más probable encontrar un perro dormido o un fantasma que un turista. Toda la gente se concentra en una sola Terminal, la J, donde la mitad de las sillas están vacías porque nadie quiere sentarse junto a nadie y mucha gente prefiere estar en el piso.

Después de dos horas de espera, presencio otro milagro: creo que por primera vez veo que a la hora del embarque la gente no se amontonó para subir primero, sino que esperaron a ser llamados como se suele pedir siempre, pero como nunca se había cumplido. Nadie quiere desobedecer a nadie; sumisos, obedientes. Veo venir a los pilotos del avión que vamos a tomar, y no puedo evitar ver que caminan separados y no a la par como siempre se les ve y como, en unos minutos, estarán en la cabina del 737. Uno de esos dos pilotos es el que, a la hora del despegue, después de que a todos nos hayan explicado que no nos quitemos las mascarillas, a pesar de que el sistema de aire del avión es vertical y los filtros del aire eliminan el noventa y nueve por ciento de las bacterias, con la cordialidad de siempre nos dice «:En este nuevo mundo hay nuevas formas de volar». Después lo repite en inglés y en portugués, porque es un vuelo que irá hacia tres países.

Yo quedo viendo a la par.  A mi izquierda va un chileno, lo sé por su acento, y a la derecha va un argentino, al que identifico porque veo en su mano el pasaporte. También, a bordo, hay brasileños, venezolanos y estoy yo, quien, asumo, soy el único hondureño. El vuelo hará una escala en Santiago antes de llegar a Buenos Aires y después seguirá con rumbo a Brasil. Pienso en esto mientras veo al chileno, al argentino, y siento, a diferencia de otras veces que he estado en un vuelo internacional, que a pesar de los pasaportes, los acentos y dónde va a desembarcar cada uno, por primera vez todos podemos asegurar con temor que nos dirigimos hacia el mismo destino. 

Texto: Vienna Herrera

Portada: Deiby Yánes/ Archivo CC

 El 27 por ciento del presupuesto destinado a combatir la pandemia por Covid-19 en Honduras se utilizó en la compra de hospitales móviles que aún no llegan al país. Anoche la empresa SDI Global LLC, supuesto proveedor, denunció a una empresa de maletín con la que Inversión Estratégica de Honduras (Invest-H) hizo el contrato de compra de 7 hospitales móviles a un costo de 21 millones de dólares. Mientras tanto, el sistema de salud hondureño enfrenta la precariedad e Invest-H suma a su lista de irregularidades una posible estafa.

Un documento publicado por SDI Global LLC, una empresa fabricante de material médico con sede en Ankara, Turquía, pero que también produce en Nuevo México y Texas en Estados Unidos, señaló de falsificar sus logos y las especificaciones de sus productos a Elmed Medical, la empresa a la que Invest-H compró siete hospitales móviles y siete plantas de residuos por más de 537 millones de lempiras (21 millones de dólares). Elmed Medical supuestamente copió una propuesta que le pidieron en marzo en donde replicó no solo las especificaciones de sus productos, sino también su código de registro para operaciones internacionales.

La empresa señaló desligarse de responsabilidades por el contenido del acuerdo entre las autoridades hondureñas y la “compañía falsa” Elmed Medical. “Esta actividad criminal es considerada sucia y el proceso demuestra lavado de dinero,” expresan en el comunicado y añaden que verificaron que Honduras ya le realizó el pago a la empresa.

SDI Global también señala que tanto el código de registro de exportación de defensa y aviación de Turquía como el código de exportación de la Asociación de exportadores de Asia Menor (OAIB por sus siglas en inglés) fueron utilizados en la oferta presentada y que los productos marcados como “51- 91 Bed capacity compact negative-pressure area mobile hospital” están registrados a nombre de SDI Global y protegidos bajo las leyes de Estados Unidos, Turquía, entre otras. Por lo tanto, denuncian que procederán legalmente contra Axel López “por utilizar ilegalmente nuestro folleto con fotos y descripciones de nuestros productos, materiales, diseños y otras informaciones”.

Según el documento, Axel López, la persona que aparece como contacto de Elmed Medical, le pidió a SDI Global LLC una propuesta que nunca fue confirmada y por lo tanto, posteriormente fue cancelada. Sin embargo, la empresa “descubrió que el Sr. Axel López copió nuestra propuesta con su referencia número que es SDI-IO (SDI-Operaciones internacionales), reemplazando el logotipo de SDI, y creó una propuesta falsa que fue previamente confirmada por la Embajada de Honduras en Alemania y entregada Invest-H, mostrando a Mobile Hospitals como el vendedor e indicando, junto con las condiciones de pago, que la oferta era de Elmed Medicals dba Mobile Hospitals” señalan en la nota.

Al comparar las facturas proporcionadas por Elmed Medical Systems a Invest-H, en la parte superior derecha aparece un código NCAGE que es un identificador único asignado a un proveedor de varias agencias gubernamentales o de defensa en Estados Unidos, este se utiliza como parte del Sistema de codificación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN por sus siglas en inglés) un sistema que se dedica a garantizar la calidad de los procedimientos y sistemas de catalogación.

El código que aparece en la factura de Elmed medical es TH663, uno que pertenece a SDI Global LLC, de acuerdo con la herramienta de verificación de la página de la Agencia de Apoyo y Adquisiciones de la OTAN (NATO por sus siglas en inglés).

Otra incongruencia de los recibos es que aparecen logos de HospitalesMoviles.com que tiene un sitio web, pero el beneficiario es ELMED Medical Systems, Inc que tiene otro sitio web, ambos con las mismas direcciones y números telefónicos.

De acuerdo con, SDI Global LLC, fueron contactados por Bülent Akarcali, cónsul honorario de Honduras en Turquía y por Emre Ete, también cónsul honorario en Estambul, Turquía, el 20 de marzo de 2020 para confirmar la voluntad de la compañía de proporcionar los hospitales móviles, esto a solicitud de la Embajada de Honduras en Alemania.

Estos hospitales móviles se preveía que comenzarían a llegar en junio, sin embargo, el director ejecutivo de Invest-H, Marco Bográn, dijo durante en un canal televisivo que los hospitales móviles no han llegado al país porque hay un retraso en la producción de Turquía y el transporte internacional está colapsado. Bográn dio positivo para Covid-19 hace unas semanas y desde entonces no había dado declaraciones a medios, hasta ahora, para decir que la compra de los hospitales móviles no fue una estafa y que el documento que circula de la empresa SDI Global LLC, es falso.

Información de una carta a la que tuvo acceso el medio tunota.com señala que “el retraso en la entrega de los primeros dos hospitales móviles en Honduras para atención de pacientes con Covid-19 que compró Inversiones Estratégicas Honduras (Invest-H) se debe a que el proveedor desconocía el tipo de sistema eléctrico real que debía de instalarles” en el escrito no se detalla cuándo planean enviar los productos.

Por otro lado, el periódico digital El Pulso verificó la autenticidad de la denuncia de la empresa SDI Global LLC con con Michael Murphy, presidente de la Junta Directiva de la empresa. Los hospitales quizá nunca lleguen a Honduras.

Entretanto, los espacios para atender a pacientes por Covid-19 en estado grave están ocupados. El Hospital Escuela Universitario (HEU) en Tegucigalpa, un centro asistencial que no estaba destinado inicialmente a atender la pandemia, tuvo que habilitar un piso con 46 cupos para pacientes graves, en una sala con espacio para 40, mientras en la “carpa covid” había más de 50 personas esperando un cupo en ese u otro centro asistencial designado para la atención, generalmente si aparece un cupo disponible es porque alguien acaba de morir.

Suyapa Figueroa, neumóloga y presidenta del Colegio Médico de Honduras señala que el gobierno no aceleró la atención en el soporte vital que necesitan los pacientes, “En las carpas del Hospital Escuela hay pacientes que no han podido ser atendidos todos los días por la falta de cupos, de bombas de infusión, de monitores, de oxígeno, manómetros para poder suministrar oxígeno a estos pacientes ha hecho que muchos de estos pacientes fallezcan sin que se les haya hecho lo mínimo, que es darle mejoras de la hipoxia que tienen con suministro de oxígeno”.

Semanas atrás el director del HEU, Osmín Tovar, había denunciado en una conferencia de prensa que los 20 cupos que habilitaron estaban ocupados y tenían más pacientes esperando, además señaló no haber recibido el apoyo de las autoridades en relación con la contratación de personal específico de esa área y el abastecimiento de equipo necesario como: bombas de infusión, monitores, además de los ventiladores

Ante esta situación el gobierno habilitó y abrió el sábado 20 de junio un centro de triaje ubicado en el Instituto Nacional de Formación Profesional (Infop) para descongestionar no solo el HEU sino también las clínicas periféricas o Clipper de las colonias Hato de Enmedio y El Sitio.

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Yolani Batres, coordinadora para la emergencia en Francisco Morazán, señaló a medios que con el espacio puede albergar a 153 personas, realizar PCR y referir a los pacientes a cualquiera de los hospitales con ambulancias del 911. Añadió que el Polideportivo de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras se está convirtiendo en un lugar de respuesta con capacidad de 53 pacientes.

Suyapa Figueroa del CMH señala que la Secretaría de Salud no quiso atender a su propuesta “había que abrir más cupos en áreas hospitalarias y no de refugio, que son las que pretenden instaurar. Ahí tienen un médico, pero sin monitores, flujómetro, ni red de oxígeno para asistir a los pacientes” añade.

Las autoridades no explican dónde podrán referir a los pacientes debido a que los hospitales han declarado no tener más cupos para hospitalización. Para el caso, el domingo se registró el primer muerto en Infop después de no encontrar espacio en ningún hospital. Carlos Hernández, director de la ASJ, señaló a través de twitter “Fui testigo de la desesperación de un amigo y compañero buscando un espacio para que atendieran a su hermano en un hospital. Después de muchas horas lograron en el Infop. Su hermano acaba de morir. Qué impotencia, maldita corrupción”.

Mientras tanto, el HEU anunció que no recibirá más pacientes por Covid-19 y todos los que busquen asistencia médica deberán asistir al centro de Infop.

También hay incongruencias en compra de medicamentos

El pasado 17 de junio, el presidente Juan Orlando Hernández, declaró haber dado positivo para Covid-19, después de un fin de semana en el que presentó síntomas. “Es cierto, tengo síntomas leves, pero ya comencé mi tratamiento MAIZ. Me siento mejor” dijo en cadena nacional.

Aunque la situación de los demás ciudadanos es precaria, Hernández se había preparado en caso de necesitar asistencia médica por Covid-19. En varios medios de comunicación circuló una orden emitida el 4 de abril por el Estado Mayor Conjunto y aprobada por el Hospital Militar, lugar en el que Hernández ahora se encuentra interno, para poner a disposición un grupo de cinco especialistas para atender al presidente y a su familia en caso de necesitarlo. El equipo es integrado por: una intensivista, un epidemiólogo, un infectólogo y dos internistas.

El tratamiento MAIZ que mencionó Hernández forma parte de la estrategia de atención de la Secretaría de Salud para pacientes por Covid-19 en la primera etapa, este utiliza microdacyn, azitromicina, ivermectina y zinc, este último se utiliza en pacientes asintomáticos o con síntomas leves con el fin de reducir su carga viral.

Otro de los tratamientos avalados por la Secretaría de Salud se ha denominado CATRACHO, este utilizado en pacientes que se encuentre en tercera etapa y comprende el uso de: colchicina, antiinflamatorio, tocilizumab, ivermectina, anticoagulante, hidroxicloroquina, oxígeno de alto flujo y pronación.

A pesar de que no hay suficiente evidencia sobre el funcionamiento de estos tratamientos en pacientes con Covid-19, la mayoría del presupuesto destinado a medicamentos se utilizó en hidroxicloroquina e ivermectina.

Una encuesta realizada por Contracorriente señala que más de la mitad de la muestra de población (58.9%) confía poco o nada en los tratamientos existentes para tratar la enfermedad en el sistema público.

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Honduras ha destinado más de 93 millones de lempiras ($3 millones 720,000) en compras de medicamentos para afrontar la pandemia por Covid-19, esto se ha ejecutado a través de Invest-H y la Secretaría de Salud y representa menos del 1% del presupuesto aprobado para la pandemia. Sin embargo, en el dinero ejecutado tampoco aparece inversión en bombas de oxígeno ni de infusión.

La semana pasada la Comisión Permanente de Contingencias (COPECO) publicó en redes sociales la entrega de cinco bombas de infusión “complementarios para la atención de pacientes víctimas del Covid-19”. Sin embargo, en la página de SEFIN que desglosa las compras realizadas por COPECO no menciona la compra de este producto, tampoco aparece en ninguna otra institución y la única información disponible sobre la adquisición de estas, surge con una donación que realizó la empresa privada.

“Nos preguntamos por qué lo que es vital para los pacientes hace falta y lo que no ha demostrado evidencia abunda en los centros hospitalarios” dice Suyapa Figueroa.

Nancy Burgos, directora de Farmacia del HEU, señala que se encuentran con un 80 por ciento de abastecimiento de medicamentos, que abastecen a las Clipper y quienes ingresan ahí se les proporciona el tratamiento MAIZ, “si llega con faltas respiratorias o que requieren hospitalización le damos el ingreso y va para la sala, con los medicamentos: ivermectina, azitromicina, ya cuando están hospitalizados dexametazona, antes estábamos usando metilprednisolona, pero lo cambiaron por ahorita y ya cuando están graves van para UCI en donde el manejo es un poco más especial donde está Propofol, midazolam, aminas y ya como último recurso el tocilizumab”.

Sin embargo, Figueroa afirma que el tocilizumab, un tratamiento usado para la artritis y que actualmente se utiliza en la fase más grave de los pacientes, no se encuentra en los centros hospitalarios. Este medicamento fue adquirido por la Secretaría de Salud el 17 de abril en un lote de 572 presentaciones, con un precio unitario de 2,582 lempiras ($103.28) sin embargo, esta compra no aparece registrada en el portal de transparencia de la Secretaría de Finanzas.

De acuerdo con un cuadro de precios que el Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS) le entregó a Contracorriente, adquirieron este medicamento dentro de su presupuesto interno a un costo unitario de 6,695 lempiras ($267.8), no especifica la cantidad obtenida, en ambas adquisiciones se le adjudicó la compra a Farmacéutica Internacional.

Esta situación se repite, información entregada por la Secretaría de Salud que detalla los proveedores y precios en la compra de medicamentos durante la pandemia señalan la adquisición de un lote de prednisona a un precio unitario de L.1.29 y un total de L. 310,111, también un lote de colchicina a L.0.93 cada una para un total de L.27,487 e hidroxicloroquina, a un precio de 6.38 y un total de L.190,673.

Invest-H también adquirió la misma tableta de ivermectina de 6 mg a dos precios distintos, un lote de 18 mil pastillas a la Droguería Mediteksa Pharma, cada una a un precio de L.27.10 para hacer un total de L.487,800 ($19,512) y otro lote de 150 000 tabletas a la Corporación Industrial Farmacéutica (Corinfar), cada una a L.11.20 para un total de un millón 680 mil lempiras ($67,200).

Si bien los precios de la segunda empresa son más bajos, Corinfar ha estado involucrada en casos de corrupción por sobrevaloración de medicamentos e insumos. Una fiscalía especial del Ministerio Público señaló en 2017 que seis empresas se adjudicaron 1352 órdenes de compra entre 2008 y 2015, la más favorecida fue Corinfar con 801.

A la empresa también se le vinculó en 2013 en un caso en el que 5 empleados de la Secretaría de Salud y una ejecutiva de Corinfar fueron acusados de al menos 22 delitos y el saqueo de casi dos millones de unidades de medicinas que fueron extraídas del Almacén Central de Medicamentos con el propósito de ser llevadas a bodegas privadas y comercializarlas.

En ese mismo almacén ahora organizaron la distribución de 22 mil paquetes de medicamentos necesarios para MAIZ y CATRACHO, con la intención de aplicar 160 mil tratamientos en todos los hospitales.

Este tratamiento también se está entregando en las brigadas médicas que se realizan en Tegucigalpa y San Pedro Sula en la que han atendido a 850 personas en la capital, ubicadas en las colonias Hato de En medio, y reportan 250 personas con síntomas sospechosos del virus.

Gustavo Mejía, encargado de una de las brigadas, mencionó que este tratamiento sólo se aplica a pacientes sospechosos, después de una evaluación médica y la confirmación de un nexo epidemiológico.

Douglas Carranza, un paciente que fue atendido en el Instituto Nacional Cardiopulmonar dijo a Contracorriente que a pesar de que se le recetó el tratamiento MAIZ “no se encuentra Zinc, vitamina C, ni enjuague bucal (microdacyn) y tuve que comprarlos en la farmacia. Solo me dieron la ivermectina, azitromicina y acetaminofén para cinco días”.

El costo individual de estos medicamentos en las farmacias va de 464 lempiras para el microdacyn, L.8 lempiras el zinc, L.87 lempiras la azitromicina y L.25 la ivermectina, estos últimos dos solo se venden bajo receta médica que tenga una vigencia de 15 días. En algunas farmacias venden el tratamiento entero por L.1,600 ($60).

Algunas de las compras de medicamentos las realizó Invest-H, una institución que no se dedica al sector salud sino a la construcción. Sobre el manejo que le ha dado esta institución, auditorías realizadas por la Asociación por una Sociedad más Justa (ASJ) señalan una preocupación en la toma de decisiones. Si bien no hay información sobre consultas en las compras de medicamentos, para la adquisición de ventiladores y pruebas para detectar Covid-19, afirman que no hay evidencia de que las compras auditadas hayan sido consultadas con expertos antes de realizarse.

Además, la información publicada por Invest-H señala que las compras fueron autorizadas por Lisandro Rosales, canciller de la república y ahora comisionado especial para atender la pandemia, quien es licenciado en Administración y Negocios y según señala su currículum, tampoco ha tenido experiencia en el área de la salud.

Para Figueroa, del CMH, esto solo demuestra cómo la Secretaría de Salud perdió el rol rector sobre la salud de la población, “si algo nos ha enseñado la pandemia es que los países que han tenido posibilidades de respuesta son aquellos que fortalecieron la salud pública, contrario a los que prefirieron la privatización, como Estados Unidos, o la tercerización como ha ocurrido en Colombia, y este es el camino que las actuales autoridades decidieron emprender con las políticas de salud pública del país”.

   

El 31 de mayo, el Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (Sinager) anunció que en el país había 524 personas hospitalizadas por COVID-19, cuando el número total de casos era de 8000 infectados. Ahora, menos de un mes después, con más de 10 000 casos confirmados, el Sinager reporta 933 personas hospitalizadas, pero esto no concuerda con los datos de los principales centros asistenciales del país, que al momento están saturados. 

Con reportes de Allan Bu y Martín Cálix

Óscar Roberto Aguilera, de 68 años de edad y originario de la aldea Jalaca, en el municipio de Talanga, Francisco Morazán, fue ingresado al Hospital Escuela Universitario (HEU), el 16 de junio. Fue atendido como sospechoso de COVID-19 y falleció el 18 de junio, pero un día después, un ataúd vacío fue entregado a sus familiares en la morgue de este hospital. 

Los familiares de Aguilera, acusan al Sinager y al HEU de haber entregado un ataúd vacío, aunque Julieth Chavarría del departamento de Relaciones Públicas del HEU aclara que ese hospital no entrega ataúdes a los familiares de los pacientes que mueren en sus instalaciones. Además, explica que hubo una confusión: a los familiares de Óscar Aguilera se les pidió que esperaran luego de entregarles la documentación de su familiar, pero la familia por alguna razón tomó el ataúd y se fue sin el cuerpo.

Dunia López, familiar de Óscar Aguilera, regresó al hospital con su familia después de darse cuenta —ya en su comunidad— de que el ataúd no llevaba el cuerpo. Argumenta que la causa de muerte de Aguilera fue un paro respiratorio, mientras que el HEU lo reportó como sospechoso por COVID-19. 

Dunia López —que viste de camiseta negra— camina junto a otros familiares desde el interior de la morgue del HEU, llegaron hasta aquí para reclamar el cuerpo de Óscar Roberto Aguilera de 68 años. Los familiares de Óscar Roberto Aguilera, argumentan que la causa de su muerte es debido a un paro respiratorio, mientras que el HEU lo reporta como sospechoso por COVID-19. Tegucigalpa, 19 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Esta semana también circuló, en redes sociales, un video de la morgue del HEU, con varios cadáveres sin reclamar y en condiciones deplorables. En Relaciones Públicas de este hospital nos informaron que, del 12 al 16 de junio, había 16 cadáveres sin exigir: 9 personas fallecidas por COVID-19, 3 por violencia y 4 por otras patologías. En ese mismo período, el Sinager reportó 19 fallecidos por COVID-19 en el Distrito Central. 

El HEU se ha mantenido saturado en los últimos tres meses y medio, aun cuando no fue inicialmente dedicado para la atención de la pandemia. Ha mantenido una sala COVID-19 con cupo para 20 personas, permanentemente llena, y se abrirá una nueva sala con cupo para 45 personas más. 

Miembros de Medicina Forense del HEU, durante la entrega del cuerpo de Óscar Roberto Aguilera Valle, de 68 años de edad, originario de la aldea Jalaca en el municipio de Talanga, Francisco Morazán, a quien sus familiares reclamaron luego de darse cuenta que el ataúd estaba vacío. Tegucigalpa, 19 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Pero volvamos a los datos y sus incongruencias. Al 31 de mayo, según el comunicado del Sinager de ese día, se reportaron 524 hospitalizados con COVID-19 en los hospitales públicos del país. Sin embargo, a esa fecha, tan solo el Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS) reportaba 516 personas internadas por COVID-19 en sus hospitales, a nivel nacional; y el Mario Catarino Rivas, otro centro asistencial de gran afluencia en la zona norte del país, reportaba 381 personas, de las cuales fallecieron 63 y solamente 7 se recuperaron.

Hay datos parciales de otros hospitales. El Hospital María, a esa fecha reportó 350 personas hospitalizadas, a pesar de que cuenta con una sala COVID-19, originalmente diseñada para un máximo de 33 adultos; el Hospital Leonardo Martínez reportó entre 85 y 79 hospitalizados diariamente en su sala COVID-19.

Si sacamos la cuenta, solo entre esos 3 hospitales y el IHSS, para esa fecha suma la cifra de 1326 personas hospitalizadas. Es decir, mucho más del doble de lo reportado por el Sinager.

Aquí no estamos contando otros centros de atención como el Gimnasio Municipal de San Pedro Sula, que cuenta con una sala estabilizadora; el Polideportivo de la UNAH en Tegucigalpa que recién comenzó a atender pacientes en las 4 fases de la enfermedad; ni hospitales de otras zonas afectadas del país como el Hospital del Sur, el Hospital de El Progreso, el Hospital de Tocoa, El Instituto Cardiopulmonar y el Hospital de Villanueva. Tampoco estamos contando los hospitales privados. Aún no hay datos de todos los anteriormente mencionados.  

En la base de datos del Banco Mundial, el dato sobre capacidad hospitalaria más reciente de Honduras es de 2014. Según esta fuente, la capacidad de camas hospitalarias por cada 1 000 habitantes en Honduras es de 0.7, es decir, menos de una cama para mil habitantes.

Periodistas de los medios HCH y Q`hubo, se suben al carro que carga el cuerpo de Óscar Roberto Aguilera Valle, de 68 años, para escoltarlo a la salida del HEU. Óscar Roberto Aguilera, fue ingresado al HEU como sospechoso de COVID-19, y estuvo en el centro hospitalario desde el día 16 de Junio. Su fallecimiento se reportó el 18 de junio y fue entregado a sus familiares el 19 de junio. Tegucigalpa, 19 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Tensa espera en el hospital Leonardo Martínez

Cada mañana, a las 8 a. m., un puñado de personas esperan por noticias de sus familiares en una las entradas del hospital Leonardo Martínez Valenzuela, en San Pedro Sula. 

Son decenas de familiares las que se mantienen a la expectativa de buenas noticias. Las malas las ahuyentan. Una carpa azul se convierte en el arma contra el inclemente sol.

Marlon tiene hospitalizada, desde el domingo, a su madre de 65 años. La señora es paciente diabética, pero a su hijo le han dicho que está estable. Él no la puede ver, pero contó que en el hospital le dan todos los medicamentos y ellos, como familiares, solo le han tenido que llevar pañales desechables y agua.

Rótulos en la entrada del hospital Leonardo Martínez. San Pedro Sula, 19 de junio 2020. Foto: Allan Bu.
Rótulos en la entrada del hospital Leonardo Martínez. San Pedro Sula, 19 de junio 2020. Foto: Allan Bu.

Mercy Mejía, desde hace dos semanas llega todos los días a las 7 a. m. a la entrada del hospital y se va a las 6 p. m. Espera allí durante todo el día a que le den noticias de su padre, quien sigue luchando contra la COVID-19. Su madre recientemente fue trasladada a la unidad estabilizadora, instalada en el Gimnasio Municipal de San Pedro Sula. Su padre está mejorando, le han dicho.

Y aunque Mercy agradece la atención que hay para los enfermos en este hospital, pide a las autoridades que instalen un sanitario móvil para los familiares de pacientes pues «para las mujeres es más complicado», sostiene.

Este hospital ha creado un flujo de información: a las 8 a. m. brindan información a los familiares presentes y una hora más tarde reciben cosas que los pacientes necesitan. Así los familiares envían paquetes con agua, pañales, o medicamentos que faltan en el hospital.

Uno de los familiares en el grupo afuera del hospital nos mencionó: «aquí entran personas a morir (que son muchos) y a veces no pueden con todos».

Familiares de personas hospitalizadas esperan afuera todo el día para saber noticias. Actualmente el Hospital Leonardo Martínez solamente está atendiendo casos de COVID19 y partos. Foto: Allan Bu.

La Sesal, en su cuenta de twitter ha publicado el número de hospitalizados, muertos y recuperados en el Mario Catarino Rivas, de los últimos tres meses, pero del Leonardo Martínez no reporta los fallecidos, por lo tanto no hay datos sobre cuántas personas han muerto en este hospital por COVID-19.

El dato oficial apunta a que hasta la fecha han muerto 343 personas por COVID-19 en todo el país, pero el subregistro poco a poco se ha vuelto evidente. Un ejemplo es la municipalidad de Villanueva, Cortés, a pocos kilómetros de San Pedro Sula, donde la alcaldía reportó 22 entierros con protocolo COVID-19 entre marzo y mayo en sus cuatro cementerios públicos, y la Sesal, en ese mismo período, solamente reportó 14 muertos en ese municipio. El subregistro también muestra la ineficiencia del estado para confirmar los diagnósticos ya que 6 enterrados con protocolo, quedaron en el registro de esa municipalidad solo como sospechosos.

Mientras la crisis hospitalaria empeora y la incertidumbre por no conocer el verdadero impacto de la pandemia en datos de fallecidos, contagiados y recuperados; la población sigue desconfiando del manejo de la emergencia por parte del gobierno y pone su confianza en los médicos que conoce o de los cuales sabe algo, a través de las diferentes fuentes de información a las que tiene acceso.

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Y que mis venas no terminan en mí,

sino en la sangre unánime

de los que luchan por la vida,

el amor,

las cosas,

el paisaje y el pan,

la poesía de todos.

     – Roque Dalton

Me llamo Bella Carrillo, tengo 23 años; soy estudiante de periodismo, feminista y defensora de derechos humanos. Esta semana asistí en calidad de defensora de derechos humanos, a una  convocatoria realizada por  enfermeras y enfermeros del hospital San Felipe, en Tegucigalpa. La manifestación tenía el propósito de exigir a las autoridades la garantía de las medidas de bioseguridad necesarias para poder seguir laborando de manera digna.

Mientras conversaba con las enfermeras, pude notar en sus rostros la angustia y desesperación. Me dolió tanto percibir su desesperanza. Sé que no solo ellas y ellos están así, todas y todos los hondureños hemos sentido que esta crisis nos ha sobrepasado.

Es evidente que la mayoría del personal de salud son mujeres. Al verlas pensaba en que probablemente han luchado por estar ahí, que han pasado años de sacrificios para poder estudiar. Estoy segura que nunca imaginaron enfrentar una pandemia, y peor en  las condiciones con la que la enfrentan. Condiciones nada dignas. Qué vergonzoso es para un gobierno tener que recibir los gritos de protesta de parte de sus empleados, para que se les abastezca, por lo menos, de algodón y alcohol para atender la emergencia.

«Solo quiero que se me trate con respeto y no como un objeto, soy un ser humano que se expone a una crisis para salvar vidas», eso  me expresó una de las enfermeras. Se le miraba cansada, llena de tristeza y miedo a persecuciones —por parte de las autoridades— por expresar la situación a la que se están enfrentando.

Escuché tantos testimonios en menos de una hora, de parte de las enfermeras, que, por cierto, también son madres, abuelas, tías, hermanas y amigas que se sienten solas y con miedo porque no cuentan con herramientas básicas para enfrentar la pandemia. No tienen insumos como mascarillas, guantes, gel de manos, alcohol y transporte seguro para que las lleven a sus casas.

«Tengo miedo no solo del virus, sino de la inseguridad que vivo todos los días, no cuento con un vehículo y tengo que caminar todos los días a altas horas de la noche hasta un kilómetro de donde me deja el taxi», me comentó otra enfermera, agregando que lo más doloroso para ella era pensar en que estaba exponiendo a sus hijos y su madre, ya que que solo ella es el sustento de su familia y no se puede dar el «lujo» de renunciar al trabajo, y por eso tiene que soportar la situación.

Me quedé sin palabras, no tenía  el valor de comentarles de que todo iba estar bien. Sentí muchas ganas de llorar, pero al mismo tiempo pensaba: cómo me pueden ver así, cómo podrían ver «débil» a la persona a la que le están pidiendo apoyo. Y yo estaba ahí, sin saber qué hacer, nada más que tratar de comunicar lo que realmente está sucediendo y, aunque sea, denunciando su situación. 

En los hospitales no hay los insumos necesarios para que se nos atienda. Si llegáramos a enfermar a causa del COVID-19, no tenemos certeza de que vamos a ser atendidos con las mínimas condiciones. Esto me hace pensar en mi familia, sobre todo en mi mamá: qué pasaría si se llegara a enfermar de coronavirus  y le tocara llegar al hospital (en esas deplorables condiciones). Me da tanto miedo y mi corazón se pone blandito, me genera ansiedad solo de pensarlo, porque una espera lo peor al saber que no hay un sistema de salud seguro. Porque aquí, en el país, todos los fondos que estaban destinados para combatir la crisis ya se los repartieron entre los «poderosos», y como me expresó uno de los enfermeros, que no podrán atendernos con las condiciones dignas, no porque ellos quieran darnos esos tratos, es porque no cuentan con las herramientas para hacerlo.

Creo que no podemos ser  indiferentes ante la situación que  vive el personal de salud, es una situación que  nos compete a todas y todos acompañar. Nos están robando y saqueando todos nuestros recursos y no podemos estar pensado que las autoridades van a resolver, esa gente no tiene la voluntad de resolver para un bienestar colectivo, resuelven para ellos. También creo que no podemos dejar de luchar y acompañar las exigencias de los sectores que están exponiendo esta situación. Creo que es el momento de dejar de hacer como que esta crisis no nos afecta, quizás no nos impacta de la misma forma, pero sí nos afecta.

Arnulfo, de sesenta y seis años, llegó el 1 de mayo, para trabajar en su puesto de cerrajería en la calle principal de la colonia San Miguel —uno de tantos barrios que en la ciudad de Tegucigalpa están controlados por pandillas—, pero de pronto se sintió mal, ni siquiera alcanzó a descargar su pequeña carpa en la que trabaja y con la se cubre del inclemente sol. Comenzó a sentir un calor recorriendo su rostro, sintió cómo se le adormecía el lado derecho, y entonces llamó a Laura —su pareja desde hace más de cuarenta años— para que acudiera a ayudarlo, para que lo llevara al médico. Arnulfo sufrió un accidente cerebro-vascular producido por el estrés que le ha generado enfrentar la pandemia. Ha tenido que salir a la calle a trabajar porque no tiene opción, aunque en todos lados se esté diciendo que las personas de la tercera edad no deben exponerse al virus. 

Aunque no reconozca con certeza cuál pudo ser la causa, Arnulfo, habla de ese estrés que le produce la incertidumbre de un mundo sumido en una enfermedad global. «Claro que tengo miedo», explica, pero ese miedo al contagio por COVID-19 no ha impedido que llegue a trabajar. De lo que gana sacando copias de llaves depende toda su familia: una hija y sus dos nietos, su esposa, y un hijo que luego de un accidente vive con una discapacidad motora.

Hace veinte años que Arnulfo se hizo cerrajero. Por consejo de un hermano suyo, tomó lo último que quedaba de sus prestaciones luego de trabajar un año en un proyecto ligado a una empresa estatal, y juntos se fueron a Comayagüela, en búsqueda de esa máquina para hacer copias de llaves. Sin saber nada al respecto compró aquella máquina por cinco mil lempiras. En principio —cuenta Arnulfo—, el hermano que lo convenció de hacerse de aquel artefacto de copiado de llaves se iba a asociar con él, pero conseguir una cartera de clientes en ese negocio, dice, no es fácil, y desanimado terminó dejándolo solo. El primer año no hubo mucho: a veces volvía a casa con cuarenta lempiras y muchas otras con nada, ni siquiera hacía para la gasolina, y así han pasado veinte años, el negocio ha tenido sus altos y bajos. 

Durante todo el periodo de la cuarentena decretada, por el gobierno hondureño, hace ya tres meses, el único momento en que Arnulfo se ha quedado en casa ha sido el periodo de  veinte días en que guardó reposo después del accidente cerebro-vascular que sufrió, pero la necesidad de sostener a su familia lo ha puesto de nuevo en marcha, y sigue llegando a su pequeña cerrajería a pesar del coronavirus, a pesar de la posibilidad de una recaída en su salud.

Arnulfo es un hombre de la tercera edad que se sobrepone con fortaleza a los vaivenes de la pandemia.

Cada mañana, Arnulfo, arma su pequeña cerrajería, y por la tarde la desarma y la guarda en el baúl de su auto. Tegucigalpa, 10 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Arnulfo, conversa con un cliente que ha llegado para que le haga una copia de la llave de su carro. Tegucigalpa, 10 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Algunos clientes hacen fila para que Arnulfo les haga copias de sus llaves. Tegucigalpa, 11 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
La máquina de copiado de llaves que usa Arnulfo, actualmente es la segunda en sus veinte años como cerrajero. Tegucigalpa, 10 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Dentro de su pequeña cerrajería, Arnulfo, desarma un llavín para hacerle una llave. Tegucigalpa, 11 junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Arnulfo, coloca los pines de un cerrojo luego de hacer la llave y comprobar que calza, debe volver a armar el llavín. Tegucigalpa, 11 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Arnulfo, repara el llavín de la puerta de un carro. Tegucigalpa, 10 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Luego de hacer la copia de la llave, Arnulfo, comprueba que calce en el candado. Tegucigalpa,10 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Arnulfo, posa para el retrato dentro de su pequeña cerrajería de la colonia San Miguel. Tegucigalpa, 11 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Una clienta ha llegado para que Arnulfo le haga copia de sus llaves. Tegucigalpa, 10 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.


Portada tomada de Pixabay

Son pocas cosas las que una recuerda de su niñez, pero puedo acordarme de cuando tenía siete años, y esperaba en una banca a que mi mamá llegara por mí, después de salir de mis clases de ballet. Lo tengo grabado en mi memoria sobre todo por los nervios que sentía cuando ella no llegaba a la hora acordada. No era por un capricho, era porque yo en realidad, estaba preocupada —desde esa edad— de que algo le pasara a mi mamá en el camino. 

Siempre he sido así. Creo que las experiencias más recientes, han sido cuando he llamado a sus excompañeras de trabajo llorando, o a mis tíos y tías, pidiéndoles que la llamen porque no me contesta y quizá ya es hora de haber llegado. Y es que además, yo calculaba lo que se podía tardar desde El Progreso —que es donde trabajaba—, a San Pedro Sula, incluso en hora pico. Suena controlador, sí, pero los escenarios que me hago y lo rápido que vuela mi mente en esos momentos es algo que no se lo deseo a nadie. 

Mi mamá Brenda, y yo, hemos tenido una relación bastante apegada, a pesar de nuestros bajones y nuestras peleas. Recuerdo que una vez, hace como dos años, a las once de la noche, salimos de emergencia a un hospital cerca de la casa porque Brenda creía que le estaba dando un ataque cardíaco, sentía todos los síntomas de las personas que sufren de problemas del corazón. Ese día, en medio del estrés y el nerviosismo, sé que me comporté de una forma horrible. Grité, minimicé sus sentimientos y lo que ella estaba sintiendo. Le dije: «de seguro no tenés nada, solo es ansiedad otra vez». Llegamos al hospital, y sí, era ansiedad, «otra vez», pero en ese momento, yo no era consciente de que esa no era la forma en que debía haber actuado con ella. Poco tiempo después, mi mamá logró ir a terapia por un tiempo corto, y fue allí cuando le confirmaron que su ansiedad estaba en un nivel severo, que incluso podía dejarla incapacitada para realizar su rutina cotidiana.

Admito que me ha costado mucho lidiar con una persona que sufre de ansiedad diagnosticada. Mi mamá ha trabajado casi toda su vida en organizaciones de derechos humanos, aquí en Honduras, el país que se considera el más peligroso para defender la tierra y en general, para las y los defensores de derechos humanos. 

Mi mamá me ha contado cómo se siente, pero creo que una no se puede imaginar lo mucho que puede afectar el saber que padecés de un trastorno de ansiedad. Vivimos en un país donde el sistema de salud es tan deplorable que ni siquiera tenemos confianza en que pueda tratarnos una enfermedad como la gripe, por lo tanto, sabemos que no nos ayudará en nada con enfermedades mentales. 

Creo que por primera vez escribo y comparto sobre lo que he llegado a sentir con la ansiedad, porque incluso me da vergüenza hablarlo. Mucha gente dice: «todo va a estar bien», «estás haciendo algo muy grande de algo pequeño», o la frase —que casi siempre me detiene un poco los pensamientos negativos— «lo que pensamos es lo que atraemos», pero cuesta un montón, y vivir en Honduras nos hace más difícil el proceso de poder dejar de sentir emociones y pensar cosas que, aunque parezcan muy tontas, siguen ahí. Y es que no solo es el hecho de lo que sentimos, es el hecho de donde residimos, en el país que nos tocó nacer, y en los tiempos que nos tocó vivir.

Son muchas cosas las que afectan a personas con trastornos mentales. En mi caso, a raíz de lo que pasó con mi mamá he intentado cambiar mis formas de abordar las crisis y también las formas en las que hablo, que es bastante importante a la hora de asistir y acompañar a una persona con ansiedad o depresión. La sensibilización en estos temas también es algo sumamente importante para poder apoyarnos mutuamente.

Creo que a veces yo también he tenido algunas crisis, pero en realidad, no puedo afirmar que tengo ansiedad. A raíz de la crisis postelectoral, una organización nos brindó terapia psicosocial a varios y varias compañeras que habíamos conformado el Equipo de Defensoría en la zona norte. Allí, platicamos de una manera un poco informal con un psicólogo, y me dijo que sí, que yo tenía ansiedad, a lo que no le presté mucha atención, porque precisamente eso es lo que nos pasa en este país: una enfermedad mental es de lo último que queremos saber. Hay tantos aspectos de nuestro cuerpo que debemos cuidar para que nos digan que también tenemos que cuidar nuestra salud mental y además pagar consultas psicológicas o psiquiátricas que casi nunca están al alcance de nuestros bolsillos. 

A mí me pasan varias cosas, no puedo creer o me niego a creer que una persona como yo, que dentro de lo que cabe, he sido privilegiada en un país con tanta desigualdad, con tanta pobreza, machismo, e inseguridad pueda tener depresión o ansiedad. Siempre he creído que hay personas que la pasan peor. De hecho, la culpa es un sentimiento que tengo bastante presente y que utilizo para negarme a mí misma que puedo tener ansiedad, o para negar que alguien cercano a mí puede estar padenciéndola. 

Honduras, es un país que ni siquiera nos deja pensar en eso, somos un país donde el 48.3 % de las personas viven en pobreza, somos un país que le llaman «en desarrollo», por no decirle subdesarrollado, somos un país que carga tantos problemas, que ni siquiera, diez años después del golpe de Estado, se ha logrado recuperar, sino que vamos en picada. Por eso, a menudo creemos que es egoísta pensar en tener una condición mental, sin recordarnos que eso también forma parte de nuestro bienestar, y que también, cuando exigimos un mejor sistema de salud para el país, este debe ser integral. 

El personal sanitario en Honduras, vive entre la saturación de los hospitales, los aplausos virtuales a través de redes sociales, el estigma en sus comunidades y el silencio impuesto por una retórica triunfalista. Son muy diversas sus formas de expresarse, algunos tienen miles de seguidores en twitter y otros son contratados por medios de comunicación para hacer propaganda de tratamientos que en Honduras son catalogados como «la cura» contra la COVID-19. A pesar de eso, la población  ha puesto su confianza en ellos, según lo demuestra la encuesta realizada por Contracorriente.

Hablamos con varios médicos que están enfrentando la pandemia desde diferentes especialidades y posiciones para conocer la situación del sistema de salud y lo contrastamos con lo que el gobierno ha expresado públicamente.

El doctor Cándido Mejía, es dermatólogo del Hospital Mario Catarino Rivas, uno de los hospitales públicos más importantes de la zona noroccidental, actualmente saturado por la pandemia, pero en permanente crisis desde hace años. En febrero de este año, justo antes de la identificación del primer caso de COVID-19 en Honduras, se publicó en el Diario Oficial La Gaceta el acuerdo ejecutivo PCM-003-2020, que intervenía este hospital. Sin embargo, desde hace algunos años, la seguridad del hospital, que estaba a cargo de una empresa de seguridad privada, fue intervenida por la Policía Militar, que poco a poco dio lugar a la intromisión de los militares en diversas áreas de la administración de la institución. Así se ha evitado el acceso a la prensa en múltiples ocasiones.

Solicitamos al Hospital Mario Catarino Rivas información sobre personas hospitalizadas, fallecidas y recuperadas de COVID-19 en ese centro asistencial, así como la capacidad actual de la sala COVID-19, pero no obtuvimos respuesta. Sin embargo, la Secretaría de Salud publicó en su portal a inicios de junio que se construirá una nueva sala de atención para atender sesenta pacientes  con COVID-19 en ese hospital,  a un costo de tres millones de lempiras. La Comisión interventora ha dicho que esto se hará con el presupuesto anual del hospital, no con el otorgado a la Secretaría de Salud, por la emergencia. Además, esa comisión agregó que dentro de un mes y medio se espera la habilitación de un hospital móvil con capacidad para noventa pacientes que ayudaría a descongestionar el Hospital Mario Catarino. Para este momento, la zona noroccidental es la más afectada con cerca de seis mil casos.

Cándido Mejía, atiende pacientes que lo buscan por problemas dermatológicos: dermatitis de contacto por los rociadores de desinfectante y enfermedades vinculadas al COVID-19. «De los pacientes que llegan con COVID-19, entre el 16 % y el 20 % llegan con lesiones dermatológicas», explica. Mejía ha atendido a personas infectadas y ha prescrito la hidroxicloroquina, para mejorar la condición de los pacientes.

En Honduras se ha popularizado un par de esquemas de tratamiento incluidos en el protocolo de la Secretaría de Salud y, en algunos casos, se ha promocionado como un tratamiento efectivo contra COVID-19, sin aún tener evidencia. Son llamados CATRACHO, utilizado en la fase tres y cuatro de la enfermedad, y MAIZ, utilizado en la primera fase. Las dosis de medicamentos necesarias para estos esquemas aún no llegan completas, sobre todo a hospitales como el Mario Catarino Rivas, con alta demanda, pero con pocos recursos. CATRACHO utiliza: colchicina, antiinflamatorio, tocilizumab, ivermectina, anticoagulante, hidroxicloroquina, oxígeno de alto flujo y pronación. 

«El Catracho se usa en centros hospitalarios de mucho dinero, con recursos económicos altos. El remdesivir no lo tienen los hospitales y hace poco fue aprobado en EE. UU., y el Tocilizumab, antiinflamatorio, también es caro. En el caso de MAIZ, que contiene microdacyn, azitromicina, ivermectina y zinc, se usa antes de la hospitalización. En este esquema faltan los antiinflamatorios y la hidroxicloroquina, yo he usado por más de veinte años ese medicamento y no pasa nada. Entonces yo receto, paracetamol ibuprofeno, esteroides e hidroxicloroquina», explica Mejía, quien además agrega que «algunos con el tratamiento se envían a la casa y se les monitorea por teléfono, otros van a centros de aislamiento. Muchos pacientes no van al hospital por el rechazo, prefieren que no se sepa, por el estigma. Esto del estigma es en todo, hasta a uno como médico la gente le tiene miedo, nos rechazan».

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En el Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS) es donde más se ha utilizado el esquema CATRACHO y MAIZ. Esta semana, el IHSS nos envió la tabla de precios con que fueron adquiridos los medicamentos para estos tratamientos y sus proveedores, la información fue entregada de manera parcial, sin embargo nos da una idea de los precios de los medicamentos.

Como se puede ver en la tabla, el precio de Tocilizumab, incluido en el esquema CATRACHO, es mucho más alto que el del resto de medicamentos, es por esto que en hospitales como el Catarino o como el Hospital María en Tegucigalpa, este medicamento no ha llegado por parte de la Secretaría.

En el Hospital María de Tegucigalpa hay actualmente una sala con treinta y tres camas para la atención de adultos en fase tres o cuatro de COVID-19, totalmente ocupadas al momento y una sala con doce camas para menores de edad, también ocupadas en su totalidad. Este hospital, descentralizado de la Secretaría de Salud, fue uno de los elegidos para la atención de la pandemia, pero además de la falta de algunos medicamentos, al ser este un hospital de atención pediátrica, ha sido difícil adaptarlo para atender adultos con COVID19. Uno de los principales problemas es que cuentan con pocos especialistas para esta enfermedad.

De marzo a la fecha, en este hospital se han atendido 500 personas, el 30% de ellas de manera ambulatoria, el 70 % (350 personas) ha sido hospitalizado. Este hospital tiene un presupuesto de 178 millones de lempiras anuales, insuficiente, incluso, antes de la pandemia. Ahora con esto el hospital ha tenido que realizar gestiones propias para complementar lo poco que la Secretaría de Salud le otorga por la emergencia.

Sobre las personas hospitalizadas que fallecieron o se recuperaron hay poca información. En el departamento de Relaciones Públicas nos dijeron que apenas 10 personas han sido identificadas como recuperadas, ya que para hacer esto se requiere que la persona tenga dos pruebas con resultado negativo, y con la escasez de pruebas y el tiempo que tardan los resultados, no muchos tienen capacidad para hacerlas. Sobre los fallecidos no pueden hablar, la Secretaría de Salud ha indicado a los hospitales que ese dato no se otorgue sin su permiso.

El Foro Nacional de Convergencia (Fonac), ha sido el ente de sociedad civil indicado por el gobierno para realizar las auditorías en la emergencia, la semana pasada realizó auditoría social al sistema hospitalario del país, y ha generado diversas reacciones. Ya ha visitado el Hospital Escuela Universitario (HEU), las instalaciones del Instituto Nacional Cardiopulmonar, conocido como Hospital del Tórax, y el Hospital María. En la misma determinó la necesidad de habilitar más camas en las salas COVID-19 de estos centros hospitalarios, por esto en el HEU se está habilitando una sala con 45 camas, sumado a las 20 camas con las que ya cuenta y que actualmente están ocupadas en su totalidad. Pero esta auditoría produjo controversias con la dirección del HEU que ha sido crítica con el manejo que se le ha dado a la emergencia por parte de la Secretaría de Salud. «No solo son camas las que se necesitan para la atención a pacientes COVID-19»,  dijeron en su momento los médicos del HEU.

El doctor Osmín Tovar, director del HEU, asegura que han atendido a 537 personas, de manera ambulatoria en las clínicas periféricas de El Sitio; 390 en El Hato; mientras que en la carpa de triaje del HEU central han atendido a 350 personas entre marzo y mayo. A todas estas personas se les sacó muestra para identificar casos de COVID-19, pero con 12 días de retraso, Tovar, asegura que «estamos trabajando con una curva fantasma». Otro grave problema que han tenido en el HEU es el contagio del personal de salud, un microbiólogo ya falleció por esta enfermedad mientras trabajaba en el centro asistencial.

«Hemos tenido a 7 personas recuperadas del sistema sanitario y hemos muestreado a 1350 personas, de los cuales apenas tenemos 30 resultados, todos positivos», explicó Tovar. El doctor Tovar, informa que el HEU reportó 12 decesos por COVID-19 y que no saben qué pasa con el resto de las personas atendidas porque son remitidas a los hospitales asignados para la atención de la pandemia, el HEU no es uno de ellos. Además, aún está por determinarse el impacto en la atención general del hospital, ya que además estamos frente a la epidemia de dengue que ya tiene alrededor de 12 mil casos a nivel nacional.

Otro punto de discordia en este centro es que no están aplicando MAIZ o CATRACHO porque no hay evidencia de que esos tratamientos funcionen, según Tovar: «Si lo hacemos debe ser bajo protocolo de información al paciente, consentimiento informado explicando riesgos. Los antibióticos son para enfermedades bacterianas, nunca se han usado para enfermedades virales y la hidroxicloroquina es para enfermedades como lupus. Las instituciones deben poner sus protocolos de manejo y vamos a ser rigurosos, nadie ha parado la pandemia con medicamentos, si hubiera un tratamiento exitoso ya se hubiera parado. El tratamiento que se le da a la gente es de sostenimiento, oxígeno suplementario, aminas vasoactivas, ventilación mecánica en los últimos casos, los protocolos estándar de todo el mundo», explica.

«Hay gente que quiere creer en algo, que busca esperanza, cree que en algún momento puedan descubrir algo que genere un impacto. Hay gente que quiere sobresalir y hay gente que tiene intereses ocultos, no sabría decir qué predomina aquí», agrega Tovar, con respecto a la publicidad gubernamental y por parte de algunos médicos sobre los tratamientos antes mencionados.

Ante la saturación de los hospitales en Tegucigalpa, la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, ha habilitado una parte del Polideportivo para atender pacientes COVID-19, un proyecto en el que también participa la organización Médicos Sin Fronteras (MSF).

El espacio donde MSF atenderá pacientes con COVID-19 en estado severo, contará con 20 camas. Sus equipos atenderán a  pacientes con necesidad de oxígeno que sean referidos de los hospitales de la ciudad y de las otras dos alas del polideportivo, manejadas por la Secretaría de Salud (Sesal) y Copeco, en donde se atienden pacientes con COVID-19 que tienen síntomas leves o son asintomáticos, para evitar el desbordamiento de los servicios hospitalarios en la capital hondureña.

«Hemos trabajado en coordinación con la UNAH, Copeco, Sesal, Cancillería y el Sinager para apoyar la respuesta a la emergencia COVID-19, en la ciudad de Tegucigalpa. En este sentido, buscamos que el centro preste atención médica de calidad para las personas que lo necesitan, cumpliendo con el objetivo de contribuir a descargar el sistema de salud», comentó José Antonio Silva, coordinador de proyecto de MSF en Tegucigalpa.

Los datos de hospitalizaciones no coinciden

El número de personas que han necesitado hospitalización en Honduras es impreciso. Hicimos varias solicitudes de información pública a la Sesal, por ser esta la institución responsable de publicar los datos consolidados de todos los centros de atención del país. Sus datos indican que actualmente hay 620 personas hospitalizadas en todo el país.

En marzo, la Sesal reportó cero hospitalizados, pero solo el IHSS reportó ese mismo mes, 57 personas en sus hospitales. En abril, la Sesal reportó 591 hospitalizados en todos los hospitales del país, sin embargo, el IHSS reportó 250 hospitalizadas. En los datos de la Sesal, en mayo, las cifras se disparan a 4995 personas hospitalizadas, lo que es imposible, dado que representaría el 90% de las personas contagiadas en ese mes. Eso no podría haber ocurrido en unos pocos días, dado que a inicios de junio, la Sesal reportó solo 620 hospitalizados. El 31 de mayo, la misma Sesal reportó, en el comunicado oficial número 83 que el total de personas hospitalizadas fue de 524. Eso tampoco es posible dado que solo el el IHSS reportó 516 personas hospitalizadas en ese mismo mes.

Mientras los números no cuadran, los hospitales colapsan.

Medicamentos en ensayo

Para saber sobre los estudios que se están haciendo en Honduras, para tratar la pandemia, entrevistamos al doctor Marco Tulio Medina, encargado del ensayo Solidaridad de la OMS. Este ensayo se está realizando en veinte países, uno de ellos Honduras, con el uso de varios medicamentos, entre ellos la hidroxicloroquina y el remdesivir. La OMS suspendió temporalmente el uso de la hidroxicloroquina en este ensayo, debido a un artículo publicado en la Revista Lancet en la que se decía que el medicamento era riesgoso para los pacientes con COVID-19. El artículo no logró sustentar científicamente sus afirmaciones y la OMS retomó el uso de ese medicamento en el ensayo. En Honduras se ha aplicado en diez pacientes de los tres mil quinientos a los que se les ha aplicado de manera aleatoria a nivel mundial.

Los hospitales que participan en el ensayo son el Instituto Cardiopulmonar (Tórax), el Hospital Atlántida, el Hospital Militar y el Hospital Leonardo Martínez. Un equipo de diecisiete investigadores evalúa los cuatro medicamentos que pueden ser usados versus el tratamiento estándar. La OMS donó el remdesivir, el único medicamento del cual se tiene evidencia de su utilidad en la fase tres, la Hidroxicloroquina que está sujeto a investigación, el lopinavir y la combinación con Interferón Beta 1 A. Hasta el momento, ningún medicamento ha pasado la fase tres de investigación requerida para aprobar un medicamento.

«Eso es normal en ciencia, lo que pasa es que el tema de la hidroxicloroquina se ha vuelto muy mediático, políticamente manejado y además manipulado. El problema es cuando la política se mete en cuestiones de ciencia, la ciencia no es política en su sentido estricto, son hechos, constataciones. La política depende de qué bando esté usted. Nosotros ya comenzamos el protocolo y llevamos diez pacientes, se han reclutado, revisado y dado su tratamiento, a nivel mundial llevan más de tres mil quinientos pacientes, Francia es el que más ha aportado, es un país de primer mundo, y también Irán donde ya ocurrió una segunda ola de contagios», explica Medina.

El doctor Medina añade que está sorprendido sobre las declaraciones de otros médicos que  dicen tener ya la prueba de un medicamento para tratar COVID-19. «Eso no puede ser porque se tiene la prueba cuando se tienen las investigaciones y se ha constatado y replicado. Hay personas que dicen que se usó hace setenta años y lo hemos venido usando en otras enfermedades, eso tampoco es correcto, un medicamento debe ser constatado científicamente, esto no es algo político o de intuición o porque yo anticipo. En ciencia se tienen los datos o no se tienen, en este sentido. es necesario hacer las investigaciones, eso es lo ético, eso es lo que ha mandado la Convención de Helsinki y lo que el mundo aprobó, incluyendo Honduras», explica, refiriéndose a los esquemas MAIZ y CATRACHO, aplicados en el protocolo de atención por COVID-19 en Honduras.

«Yo respeto y quiero manifestarle que respeto la opinión de mis colegas que buscan opciones terapéuticas, de hecho, la UNAH apoyó para el análisis al doctor Sierra Hoffman (creador del esquema CATRACHO), y al doctor Oscar Díaz (actualmente consultor de Televicentro, sobre la pandemia), ellos han hecho un estudio entre Victoria, Texas, y San Pedro Sula, colocando los datos en un estudio de multi abordaje de varios tratamientos manejados en el paciente y los datos preliminares muestran que hay una reducción de la mortalidad y la hospitalización, pero este es un estudio pequeño. En el estudio MAIZ, la recomendación es que debe ir bajo un ensayo clínico aprobado por un comité de ética, con un consentimiento informado indicado por médicos y viendo si hay efectos secundarios. Nosotros debemos seguir la línea internacional de cómo se manejan medicamentos de los que todavía no se tiene constatación científica de que son útiles», explica.

Medina agrega que hay una campaña en contra de la OMS, por errores que ha cometido, pero que esta organización de la ONU, fundada en 1948, o la OPS (su rama panamericana), son organismos importantes y que ya habrá oportunidad de deducir responsabilidades a la gente que cometió errores. Pero Honduras depende de las donaciones para tratar el COVID-19. «Muy pocas personas están donando cosas a Honduras, hay que ver las cosas de manera equilibrada», asegura.   

Hay esfuerzos en diversas vías, actualmente la Cruz Roja Internacional está desarrollando un proyecto de recolección de plasma de recuperados y ahora realizando pruebas a trescientos cincuenta lempiras, para ayudar a identificarlos, ya que en ese punto, también la Secretaría de Salud se ha mostrado deficiente. El número de pruebas ha variado entre seiscientos y mil diarias en el último mes. Según datos de la Secretaría de Salud, en mayo se realizaron ocho mil setenta y nueve pruebas PCR en todo el país, pero los resultados siguen tardando entre quince y veinte días. El doctor Medina estima que, debido a ese retraso, la dimensión de la pandemia es entre cinco a diez veces más grande de lo que se reporta.

«Honduras es un país que de acuerdo con el Banco Mundial está en un nivel intermedio bajo, donde más del 60 % de la población es pobre y más del 30 % está en extrema pobreza. Entonces estamos ante un dilema entre el riesgo de alteración de la seguridad alimentaria de los hondureños y la estabilidad social, porque al haber hambruna una población puede entrar en una situación de inestabilidad. Por otro lado, esta pandemia claramente está en fase ascendente, sobre todo en el Valle de Sula y Tegucigalpa, tanto que, de acuerdo con los directores de los hospitales más importantes de la ciudad —como el HEU o el Cardiopulmonar—, estamos saturados con pacientes. Aquí es un equilibrio muy frágil, al abrir la economía corremos el riesgo de un repunte de casos, pero estamos entre la espada y la pared. Lo que epidemiológicamente se vaticina es que habrá un repunte de los casos, tendremos que aprender a vivir con el virus. El problema es la educación: tenemos que reforzar las medidas de bioseguridad en la población, se debe insistir en la importancia del uso de mascarillas, distanciarse uno del otro, personas de tercera edad y con factores de riesgo deben quedarse en casa», concluye.

Después de tres meses de permanecer en emergencia nacional por la pandemia COVID19, a la fecha con alrededor de 8 mil casos identificados en los 18 departamentos del país, la incertidumbre reina en la población por la falta de credibilidad en la información brindada por las autoridades gubernamentales.  A pesar de estar obligadas todas las instituciones a brindar información actualizada diariamente, las dudas sobre la calidad de la misma radican en las contradicciones entre sus datos y lo que realmente está viviendo la población en sus comunidades y lo que está denunciando el personal sanitario sobre lo que sucede en los hospitales. Además, Honduras viene de una crisis política extendida y agudizada por la reelección del actual presidente, carente de legitimidad.

Por esto en Contracorriente realizamos una encuesta para medir los niveles de confianza de la población y cómo esto afecta las decisiones que se toman en las comunidades. Además hablamos con médicos y pedimos información sobre hospitalizaciones por COVID19 a médicos, hospitales y Secretaría de Salud que indican que lo reportado no concuerda con las hospitalizaciones por COVID19, a esta fecha el sistema sanitario está colapsado.

La desconfianza que la población ha manifestado en esta encuesta tiene, además de sus causas estructurales, tiene sus razones en el mal manejo de la emergencia. Lea la siguiente nota para conocer las incongruencias de los datos y la situación en la que el personal sanitario está enfrentando a la pandemia en Honduras.

La reactivación económica ya culminó la primera fase y, San Pedro Sula, la ciudad epicentro de la pandemia, se va acomodando a una nueva realidad. De acuerdo a cifras de la División Municipal de Estadísticas, esta urbe aporta el 40 % del producto interno bruto (PIB) al país. Como si fuera una paradoja, según cifras del Sistema Nacional de Gestión de Riesgos, el 61 % de los contagios se originaron en esta zona.

Texto: Allan Bu

Fotografías: Deiby Yánes

Calor intenso y aceras vacías. En una calle, otrora concurrida, se escucha el repique de la campana del paletero, y en la populosa avenida Junior, José Izaguirre, ofrece cocos a los transeúntes. Muy cerca, dos talleres mecánicos, una barbería y una venta de repuestos abren sus puertas a los clientes.

La dinámica San Pedro Sula comienza a despertarse «adormitada», luego de tres meses y medio de cuarentena a la que ha sido sometida por la llegada del COVID-19, pero lo hace sin el bullicio habitual. La tercera avenida que ha sido su vena comercial más conocida, ahora apenas cuenta con varias tiendas abiertas y pocos compradores.

De acuerdo a cifras de la División Municipal de Estadísticas de la comuna sampedrana, esta ciudad aporta el 40 % del PIB del país, eso en el año 2019 significó alrededor de 129 mil millones de lempiras. Paradójicamente, esta urbe también ha sido el epicentro de la pandemia en Honduras. Las estadísticas del Sistema Nacional de Riesgos señalan que el 62 % de los contagios se originaron en Cortés y, en consecuencia, el 70 % de las muertes se han registrado en la zona más productiva del país.

La reactivación económica decretada e impulsada por el gobierno de Juan Orlando Hernández, propone la apertura de la mayoría del comercio, pero bajo algunas salvedades y con algunas circunstancias propiciada, en buena parte, por las acciones de los entes gubernamentales. Muchos ciudadanos desconfían de las medidas y actuaciones gubernamentales, que ha sido señalado por instituciones como el Consejo Nacional Anticorrupción (CNA), por sobrevalorar compras en plena emergencia. La información oficial también ha llegado a cuentagotas, esto tampoco ayuda a crear confianza en la gente.

«Está pelado esto» 

En la populosa avenida Junior, junto a una agencia bancaria, se encuentra José Izaguirre, quien ofrece agua de coco a los acalorados cortesanos que se cruzan por el lugar. Está alegre, sostiene que sus ventas han aumentado con la reactivación económica, aunque vendía en el mismo lugar desde hace más de un mes.

«Mire estuve encerrado cincuenta días, pero después me tocó salir porque había que pagar el cuarto y la comida», nos cuenta José, mientras limpia un coco. Humedece un paño en agua clorada como medida de bioseguridad, pero no utiliza mascarilla.

A José, residente de la colonia Felipe Zelaya, le gustaría tener a disposición información más fidedigna sobre la situación: «unos dicen una cosa y otros lo contrario, no se sabe si es cierto lo que dicen los medios» se queja.

En San Pedro Sula hay una nutrida población de vendedores ambulantes que se ubica en varias vías del centro de la ciudad, pero especialmente en las primera y tercera avenida y la segunda calle. Desde hace años, la Municipalidad ha intentado reubicarlos sin éxito. No hay cifra exacta de la cantidad de subempleados en las calles sampedranos, pero podrían pasar los cinco mil. Al llegar la pandemia fueron desalojados por la Policía Municipal y la Policía Militar.

La intersección entre la primera calle y la tercera avenida es el lugar escogido por Javier Castro, para vender accesorios de celulares. Sus ventas no son tan buenas, «está pelado esto compa», comienza diciendo, «solo es para hacer el sostén de cada día».

Agregó que tienen información de que la Alcaldía no les permitirá ocupar los espacios donde estaban anteriormente donde ocupaban prácticamente toda la calle del comercio.

Más adelante se ubican dos pequeñas tiendas de ropa. En ambos lugares solo están los trabajadores. Una de las empleadas, que prefiere conservar el anonimato, contó que en promedio están recibiendo quince clientes diarios y que la mayoría se van sin comprar. «Es que solo estamos atendiendo según la terminación de identidad. Además, hay mucho temor en la gente y es mejor así», se consuela.

Solo unos pasos adelante retumba la voz de Vilma Velázquez, alegre vendedora que intenta convencer a cualquiera que pase por la tienda de ropa, «pásele amor, venga», repite a los potenciales clientes, pero ninguno atiende el llamado, «esto está muerto», se rinde. Conversa con el equipo de Contracorriente y piensa que la gente debe salir, «que se prueben», reta. 

En la zona del Valle de Sula, los negocios solo pueden operar con 20 % de sus empleados, cifra que irá aumentando en la reactivación gradual de la economía que inició el lunes anterior.

En una chiclera vende agua, confites y otras golosinas don Víctor Álvarez. Tiene sesenta años. Su edad lo hace vulnerable, pero se anima diciendo que «en Honduras, se están muriendo los más jóvenes», aunque no sabe bien de dónde saca esa información. 

Don Víctor, estuvo un mes encerrado en su casa hasta que ya no tenía comida, ahora confía que el comercio mejore poco a poco. «Uno no se puede encerrar en su casa, muchos se están muriendo del temor y no de la enfermedad».

Al continuar caminando encontramos una de las principales tiendas de ropa de la ciudad y de Honduras, sin atención al público. Hay franquicias de comidas rápidas cerradas y uno que otro atiende para llevar. En el parque central, el bullicio de vendedores ambulantes y transeúntes es historia. La Municipalidad mantiene vallas de contención en las calles aledañas, aunque hay acceso a los peatones. 

Sentados bajo la sombra de un frondoso árbol, protegidos de un sol abrasador, se encuentran don Nelson Vásquez y su esposa Mirian. Salieron a realizar sus compras y han encontrado muy poca gente. Piensan que ya hay pánico.

«No quieren salir, es que están diciendo que en los hospitales no hay cupo», analiza Vázquez, aunque también considera que simplemente la gente no tiene dinero.

Desconfianza

El manejo de la emergencia por parte del gobierno actual ha generado desconfianza en la población. Mientras en países como China, España o Italia, que salieron de la cuarentena luego de tres meses, los contagios disminuyeron de forma acelerada, en Honduras aumentan. El miércoles anterior se anunciaron cuatrocientos ochenta y cinco casos nuevos, la mayor cifra desde que se reportó el primer caso en marzo.

Especialistas como el doctor Carlos Umaña, presidente de la Asociación de Médicos del Instituto Honduras de Seguridad Social en Honduras, sostienen que con la cantidad de pruebas que se están realizando es imposible determinar si en el país ya se llegó al pico de la curva de contagios.

Samuel Santos, vicepresidente del Colegio Médico de Honduras (CMH), auguró en declaraciones a Radio América, un panorama sombrío para las próximas dos semanas. Sugirió a sus colegas mucho cuidado: «Hay que extremar cada día más las medidas de bioseguridad y el cuidado de la salud. El panorama que se visualiza para dentro de una o dos semanas más es desolador: cada vez habrá más pacientes, más muertes porque los espacios serán insuficientes».

El exdecano de la facultad de Ciencias Médicas de la UNAH, Marco Tulio Medina, considera que en este momento la curva epidemiológica es ascendente y en el marco de la reapertura económica consideró a Honduras como un bosque con árboles llenos de ramas secas en el cual una chispa podría llevar a un colapso.

Pese a estos vaticinios de los especialistas, el actuar de la cúpula gobernante no genera confianza en algunos hondureños de a pie. «No hay COVID-19, lo inventó el gobierno para robar», sostiene Eder, un barbero que no cree en el coronavirus, aunque utiliza mascarilla.

Don Víctor Álvarez, citado anteriormente, piensa que hay mucha desconfianza y mentiras, «el virus existe, pero no es como lo dicen», refiere, intentando explicar que la pandemia se ha sobredimensionado.

Otra realidad

Esta semana circularon imágenes de un ciudadano que murió afuera de la clínica del Seguro Social en Choloma. Familiares refirieron que buscó atención y no la encontró. Hubo un caso similar en el sector López Arellano de esa ciudad. Se sospecha que ambos murieron de COVID-19.

Esto contrasta con la realidad expresada por los funcionarios públicos, pues mientras lo médicos hablan de un inminente colapso de la red sanitaria, desde los entes gubernamentales se dice otra cosa.

El viceministro de Salud, Roberto Cosenza, dijo a Contracorriente, que una de las apuestas del gobierno es entregar medicamento a los contagiados en las primeras etapas de la enfermedad, pues «si bien es cierto no lo va curar, pero va a evitar que requiera un tratamiento hospitalario porque se reduce la carga viral».

Sin embargo, en el mundo no hay evidencia científica que los medicamentos de los que habla el funcionario sean eficaces. La fórmula MAIZ que está compuesta por microdacyn, azitromicina, ivermectina y zinc se aplica a pacientes en primera fase de la enfermedad y forma parte del protocolo de atención por parte de la Secretaría de Salud. 

Cosenza, no pudo responder cuando fue consultado si hay estadísticas de efectividad del tratamiento en los pacientes a quienes se les ha aplicado, simplemente se limitó a decir que se «les entregó a todas las personas que lo han requerido».

Mientras los médicos anuncian un colapso de la red hospitalaria, el viceministro habla de otra realidad. «No ha ocurrido lo que en otros países. Estamos habilitando camas, según las necesidad en los hospitales», aseguró.

En declaraciones a Televicentro el ministro de la presidencia Ebal Díaz, manifestó que según los reportes que tienen a nivel nacional, en promedio la capacidad hospitalaria en atención al COVID-19, está ocupado en un 50 %, pero esta cifra no aplica para los lugares de gran incidencia como Cortés, principal foco de infección, y Francisco Morazán.

La desconfianza también tiene otros matices. En San Pedro Sula y alrededores, centenares de pobladores se han negado a atender a las brigadas médicas que buscan casa por casa contagiados del COVID-19. Algunos han expresado que, en lugar de ayudar, estos trabajadores de la salud pueden llevarles el virus a sus casas. 

Los entes estatales no ayudan a captar confianza en la población. Contracorriente, contactó a personal de los hospitales de mayor atención a la pandemia en San Pedro Sula: el Mario Catarino Rivas y el Leonardo Martínez, con el interés de conocer cifras fidedignas de contagios, recuperados, muertes y disponibilidad en estos centros, pero no se obtuvo respuesta.

Medidas y seguridad

En el esquema propuesto por el gobierno para la reactivación económica hay medidas que deben ejecutarse y cumplirse. El vocero de la Policía Nacional en San Pedro Sula, subcomisionado Marlon Miranda, manifestó que ellos continúan verificando que las personas que andan en la calles sean las autorizadas mediante el último dígito de su documento de identificación o un salvoconducto.

Miranda, acotó que la Policía Nacional está controlando la circulación de personas a través de un sistema digital que les permite con un teléfono inteligente verificar en el sitio del operativo si el individuo requerido tiene salvoconducto y los horarios y días que con este permiso puede circular. Incluso pueden percatarse si alguien tiene orden de captura o su licencia está vencida.

El portavoz explicó que no tiene una estadística certera, pero que «se han detenido una gran cantidad de personas por no cumplir el toque de queda. Permanecen encerradas hasta por veinticuatro horas. También se detienen personas por portar mascarillas, se llevan a la estación policial más cercano».

San Pedro Sula estuvo en la cima del ranking de las ciudades más violentas del mundo con ciento sesenta y nueve homicidios por cada cien mil habitantes. La violencia medida por la tasa de homicidios muestra una reducción, pero la delincuencia no descansa.

«Con la pandemia hay una reducción total. Ahora en la reapertura inteligente, se ha mantenido ese comportamiento, son pocas las denuncias», sostiene, por su parte, el oficial. Sin embargo, según datos del Observatorio Nacional de la Violencia (ONV), desde que se presentaron las primeras muertes por el COVID-19 al primer día  del mes en curso, habían ocurrido cuatrocientos cuarenta y tres homicidios y nueve homicidios múltiples, con mayor incidencia en los departamentos de Cortés, Francisco Morazán, Atlántida, Comayagua y Olancho.

De acuerdo al reporte policial, los homicidios bajaron en el 15 % en los primeros cuatro meses del año en curso tomando como referencia el mismo período de 2019. Una reducción que no corresponde a las medidas de confinamiento, según el Observatorio.

A pesar de la apertura económica, el aumento de las cifras de contagio llevó a que el jueves anterior, el alcalde la ciudad, Armando Calidonio, declarara estado de emergencia por los próximos tres meses. El jefe de la comuna sampedrana manifestó que no saben «si la curva llegó a tope». Esta declaratoria permite a la municipalidad realizar contratación de servicios y realizar compras directas sin los trámites de licitación. Ya hay trescientos mil lempiras a disposición.

Mientras tanto, San Pedro Sula intenta despertar entre la desconfianza, la desinformación y el ataque voraz de la pandemia.

En Honduras se decretó emergencia sanitaria en todo el país y se ordenó a la Comisión Permanente de Contingencias (COPECO) mantener activo el Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (SINAGER) desde el 11 de marzo luego que se confirmaran los primeros casos de COVID-19 en el territorio nacional. Desde entonces la población ha transitado de la incertidumbre al miedo. 

El toque de queda, en las ciudades con mayor contagio se volvió “absoluto” y con esto el hambre se manifestó, familias enteras salieron a la calle a pedir dinero o comida y otras más protestaron exigiendo al gobierno mejor gestión de la emergencia. En otras ocasiones, vecinos tomaron las riendas y crearon sistemas de vigilancia comunitaria, algo que en países como Honduras, con altos índices de violencia, puede derivar rápidamente en violencia social, estigmatización y agresiones a personas consideradas «indeseables» por el riesgo que implica su actividad laboral.

En este contexto, el Centro de Monitoreo de Medios de Comunicación de la Red Lésbica Cattrachas, generó un informe sobre los casos de violencia relacionados con el virus. Y ponen en la mesa un nuevo concepto: “covidfobia”. A partir del 2 de abril se empezaron a registrar los primeros hechos de violencia hacia personas vistas como una amenaza de contagio. 

En Contracorriente consideramos de vital importancia visualizar la dinámica de este tipo de violencia en el contexto de la pandemia.

A continuación, se presenta un mapa de visualización de hechos victimizantes recopilado en el informe de Cattrachas y el monitoreo que nuestro medio ha realizado:

En el mapa se puede visualizar un patrón de violencia. La mayoría de actos violentos se han generado en las ciudades con mayor casos de COVID-19, en zonas urbanas de los departamentos de Francisco Morazán, Cortés, Yoro, Atlántida, Comayagua, La Paz, El Paraíso entre otros. 

De igual forma hemos generado una gráfica progresiva sobre los casos registrados de acuerdo al mes y el contexto del país ante la emergencia sanitaria. Como se observa en el cuadro la mayor cantidad de actos violentos se registran en la zona norte con 14  siendo 11 de estos incidentes registrados en el mes de abril a inicio de la cuarentena y toque de queda absoluto en dicha zona. 

 

Mientras que en los meses de mayo los actos bajan durante los días en los que el Estado brinda las medidas del “Hoy circula” en todo el país, incluyendo la zona norte que durante dos semanas estuvo cerrada como medida de prevención. Mientras que en junio estos actos siguen disminuyendo mientras las ciudades se preparan para la “reapertura inteligente” que permitiría la apertura de comercios. 



En Contracorriente nos interesa seguir profundizando en el tema.

Puedes escribirnos a nuestras redes sociales y reportar si conoces algún caso o ayúdanos llenando este formulario:

El gobierno ha llamado a un proceso de «reapertura inteligente», según Juan Orlando Hernández. En lugares como Comayagüela —la ciudad gemela de Tegucigalpa—, muchas zonas no se han detenido pese al llamado a quedarse en casa por el riesgo inminente de contagio por la COVID-19. Los casos a la noche de este 8 de junio, suman los seis mil cuatrocientos cincuenta (confirmados por el Sistema Nacional de Gestión de Riesgo) y los hospitales de mayor atención a la pandemia están en su máxima capacidad.  En un comunicado reciente, el Colegio Médico de Honduras exponía que ahora mismo no es el mejor momento para priorizar la reapertura económica, ya que entramos a fase cinco de la pandemia. 

Según el plan de reactivación económica desarrollado por el gobierno de la república, el país se encuentra en la semana uno, es decir, que ahora mismo se espera que el veinte por ciento de la población laboral de cada empresa se vaya incorporando, tomando las medidas de bioseguridad que esto conlleva.

Junio parece ser un mes vital en el desarrollo de la curva de infección, según el gráfico de proyección de desarrollo de la COVID-19 en el país, elaborado por la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Según este estudio, se espera que entre el 8 y el 18 de junio se alcance el pico más alto de infección del virus.

En los mercados de Comayagüela, la relación con la cuarentena y la epidemia es distinta. Hay negocios que nunca cerraron, otros que lo hicieron de forma parcial evadiendo a la Policía Nacional, que patrullaba los mercados para cerrar los negocios que irrespetaban el toque de queda. Este estira y encoge entre autoridades y comerciantes tocó su punto de inflexión el pasado 24 de abril, cuando un incendio destruyó los bienes de los locatarios del Mercado Colón en la quinta avenida de la ciudad. Ahora, denuncian varios de estos locatarios de forma anónima, que la ayuda sigue sin llegar, y que pasó de ser de diez mil lempiras mensuales a trescientos lempiras semanales, pero que nadie ha visto un lempira del apoyo prometido.

Los mercados de Comayagüela lucen abarrotados en el segundo día de lo que el gobierno hondureño ha llamado «reapertura inteligente», 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Un hombre carga un saco en sus espaldas y una bolsa en su mano derecha, luego de abastecerse en los mercados de Comayagüela, 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Dos vendedores acomodan su mercadería en el mercado de la quinta avenida en Comayaguela, durante el segundo día de reapertura de la economía nacional, tras la cuarentena declarada por el gobierno hondureño en el mes de marzo, como un intento por contener la expansión de la COVID-19, 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Un guardia de seguridad toma la temperatura en la entrada del mercado Zonal Belén, de Comayagüela, donde por orden del subcomisionado de policía, Madrid, está prohibido el ingreso de la prensa, 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Una mujer compra verduras en los mercados de Comayagüela, 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Un albañil hace trabajos de reparación dentro de un local en el mercado Quinta Avenida de Comayagüela, luego de que el pasado 24 de abril un incendio destruyera los locales del Mercado Colón, 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Óscar posa entre las ruinas de su local que fue víctima del incendio del 24 de abril en el Mercado Colón de Comayagüela. Este comerciante de ropa y zapatos asegura que sufrió pérdidas de al menos dos millones de lempiras, 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
En medio de las obras de reconstrucción del mercado Colón y Quinta Avenida de Comayagüela, André de cuarenta y dos años, un pintor que lleva nueve años vendiendo pinturas en su pequeña galería de arte, se sienta a pintar la bandera de Jamaica como encargo para un cliente, los trescientos lempiras que le pagarán por esta pintura será lo único que este día haga para comer, 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Un trabajador de las obras de reconstrucción del Mercado Colón carga en sus espaldas varias piezas de madera. Comayaguela, 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Karen y David son vendedores de refrescos naturales en los mercados de Comayagüela, 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Un vendedor de pescado acomoda el producto en exposición, esta pescadería es de los pocos negocios que no ha cerrado durante toda la cuarentena en el Mercado San Isidro de Comayagüela, 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.

En las afueras del Mercado San Isidro, un puesto ambulante de especias y recados, Comayagüela, 9 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Mi familia, de lado materno y paterno, procede de un pueblo que se llama San Marcos, está ubicado en Guaimaca, un municipio de Francisco Morazán. En este lugar las casitas son de campo. Hay muchas plantas y animales domésticos, la gente hace sus propios cultivos en los patios de sus casas, algo muy diferente al lugar donde actualmente vivo. Por cosas de la vida me mudé hace veinte años a Tegucigalpa y vivo en un apartamento con una ventana que conduce a la calle. Del otro lado de esta ventana hay unos contenedores que sirven para depositar basura, por eso a veces no puedo dormir, porque escucho cómo en repetidas ocasiones tiran la compuerta y la hacen sonar fuerte. El ruido me despierta y, a decir verdad, esto me irrita bastante. 

Un día de estos —otra vez por el ruido— me asomé súper molesta a la ventana. Pero en esta ocasión pude observar que se trataba de un señor que tenía alrededor de unos setenta años. Usaba una mascarilla y cargaba una pequeña mochila gastada. Afuera llovía y hacía un poco de frío. El señor estaba buscando entre la basura, sacaba algunas latas, cartones, y desperdicios de comida (desde mi perspectiva): algunos plátanos de esos que la cáscara ya está bastante oscura y parecen no servir. 

Por un momento me quedé congelada, me sentía mal al ver tal situación, ya es la cuarta vez que me toca presenciar este tipo de escenarios, que me parecen dolorosos. Pensé en ayudarle —ya lo he hecho con otras personas—, pero esta vez no me sentía bien. Preparé una bolsita con comida para entregársela. Le hablé y le dije que me esperara en la puerta y muy alegre siguió mis indicaciones. Cuando salí, noté que se encontraba empapado. No pude evitar sentirme mal. Él ni siquiera se me quería acercar, me dijo: «ponga la bolsa en el suelo, para no acercarme a usted». En ese momento reafirmé que ante esta crisis soy una privilegiada y de que la cuarentena no es igual para todas las personas.

Tuve la percepción de que el señor pensaba: «Dios la bendiga porque me da un bocado», también de que yo le tendría asco, por eso no se quería acercar a mí. Eso me  provocó un inmenso dolor, me destruyó el corazón. Pensé: «con este señor lo voy a hacer diferente». Entonces le dije que me esperara, y entré a preparar un poco de café para compartir y quizá platicar un poco.

En fin, ambos nos sentamos en la entrada del edificio. Tomamos café en tazas de vidrio y conversamos un largo rato (con la distancia recomendada por la COVID-19). Me dijo que él amaba el café, que era un «cafetero», ese era su vicio. Después de charlar un poco, me contó que era originario de Patuca, en el oriente del país y que no había podido regresar a su pueblo porque no hay trasporte. Es agricultor y había venido a Tegucigalpa a comprar algunas cosas. Una señora en el mercado le dio posada en una bodega, porque tampoco tiene como pagar un hotel o cuarto. 

Mientras seguíamos nuestra conversación, le dije: «debe ser muy difícil estar en su situación con todo esto que sucede», y él con mucha dignidad me contestó: «es difícil para todos, no solo para mí». En aquel momento sentí tanto poder en sus palabras que no tenían espacio para la derrota y la humillación.

Entre tanta plática le pregunté su nombre —se llama José — y él el mío, y llegamos a conversar acerca de nuestras raíces ancestrales, y resultó que hace años había conocido a mi abuelo paterno, Roberto Raudales, a quien la palabra respeto y solidaridad lo definían. 

Mi abuelo era un hombre muy amable, querido por la gente del pueblo y su familia. Él era muy popular, al punto de que cinco generaciones después, pocas personas me conocen por mi nombre, pero todos me conocen por ser su nieta. Cuando don José me dijo: «¡ah, sí!, yo conocí a Roberto Raudales en Guaimaca, en una ocasión cuando andaba comprando algunas cosas, y él me ayudó a encontrar una dirección», sentí como la sensación de un dejavú, y sentí en este señor, una proyección de mi abuelo, al que nunca conocí y crecí escuchando lo bueno y solidario que era. Por un momento, sentí que mi abuelo me había visitado a través de don José.

Creo que este encuentro no ha sido casualidad porque también me ha hecho pensar en mi abuela Elvia, que siempre nos decía: «hay que ayudar al prójimo sin importar sus condiciones, no sabemos las vueltas de la vida y yo quisiera que si mis hijos un día piden ayuda, alguien se la brinde de la misma manera». Ella era la madre de ocho mujeres y un varón, el abuelo Roberto había fallecido y tuvo que encargarse de la crianza ella sola. Mi abuela sabía lo difícil que podía resultar la vida y de que nadie está exento de necesitar apoyo en algún momento. 

Muchas personas podrían pensar que solo resolví su necesidad primaria y yo misma lo siento así. Pero luego de compartir una taza de café caliente y conocernos más, él muy amable me dio mil bendiciones en nombre de Dios, yo ni siquiera soy creyente, pero le dije «amén». Brindar «ayudas» a la gente más vulnerable y tratar con la dignidad que todos los seres humanos merecemos, esa fue mi lección.

Alberto Romero de Urbiztondo*

@aromero0568

La pandemia por COVID-19, llegó a nuestro continente. Los pueblos centroamericanos nos estamos enfrentando a su propagación desde la vulnerabilidad de nuestras economías dependientes, de sistemas democráticos —en muchos casos— poco consolidados, con altos índices de pobreza y desigualdad social. Además, con sistemas públicos de salud no priorizados y dotados de  pocos recursos humanos y presupuestarios. 

Con diversa intensidad y normativas, los gobiernos de la región han adoptado la estrategia de higiene y lavado de manos, el distanciamiento físico y la declaración de cuarentenas y confinamiento domiciliario, tal como lo dictan las recomendaciones de la Organización Panamericana de la Salud y con base en la experiencia de países que han enfrentado la pandemia antes que Centroamérica. Los resultados sanitarios son diversos.

Algunos países como Costa Rica, ya se encuentran en una etapa de control del contagio y se están recuperando con cierta normalidad, otros, como Nicaragua, apenas empiezan a reconocer la existencia de la pandemia. Pero además del impacto en la vida y salud de la población, esta situación de emergencia está generando graves efectos sociales, económicos y políticos que también afectan de manera diferente a mujeres y hombres.

El confinamiento y la cuarentena prolongada —para evitar la propagación de contagio— puede ser difícilmente soportable para aquella población que habita en pequeñas viviendas, con pocos servicios y altos índices  de hacinamiento. Las niñas y mujeres pueden tener que enfrentar acoso sexual y violencia por miembros de su propia familia, viéndose obligadas a convivir durante un largo periodo con su agresor,  sin poder salir y apartarse, ni poder denunciar y buscar ayuda.

Desde diferentes países se reporta el incremento de feminicidios y abuso sexual agravado. Los servicios de recepción de denuncia y atención para estos casos de violencia, están prácticamente desactivados por la pandemia, al no ser considerados prioritarios, según sus respectivos gobiernos.

Una tensión extra que afrontan muchas mujeres es la dificultad para acceder a anticonceptivos que antes recibían de los servicios de salud sexual y reproductiva. En muchos países no han sido priorizados y se encuentran desactivados. Esta situación según previsiones del Fondo de  Población de Naciones Unidas (UNFPA), supondrá un incremento de 122 967 embarazos adicionales en Centroamérica y República Dominicana.

En el ámbito económico, la pérdida de empleos, el no reconocimiento de salarios durante los períodos de cuarentena y el hecho de que más del 50% de la población genera sus ingresos en la economía informal, hace que el confinamiento prolongado suponga una reducción grave de ingresos económicos. Esto, en ocasiones, está llevando a sectores de la población a situaciones de hambre.

Es necesario señalar, que la economía del cuidado no se ha paralizado, sino que por la situación de confinamiento se ha incrementado y ha recaído especialmente en las mujeres que deben de atender alimentación, aseo, cuidado de menores y adultos mayores. Además, en muchos casos, han visto incrementado su trabajo al tener que apoyar en tareas docentes a su hijas e hijos por el cierre de las clases presenciales. 

Para la gestión de las acciones de prevención y atención de la pandemia, los gobiernos han tomado medidas legales que concentran el poder en el órgano ejecutivo, con restricción temporal de derechos constitucionales de la ciudadanía y de supervisión y control de sus actuaciones. En este marco de concentración de poder, la presencia y atribuciones de policías y militares se ha visto sensiblemente incrementada.

Las medidas de confinamiento domiciliario han debilitado los espacios de socialización y el tejido social y comunitario. Se promueve la familia: la patriarcal —por supuesto— y la heteronormativa, como el lugar donde todas las personas deben refugiarse, aislarse de vecinos, familiares, organizaciones y espacios colectivos, que se proyectan como amenazas portadoras del virus que nos puede contagiar. Se promueve un enfoque «familista», en el que  se le reasigna a la mujer su rol de cuidadora y se celebra su vuelta al hogar.

La casa  se convierte en el espacio de control, por parte del Estado, de donde ya no será necesario salir, pues en ella se desarrollará el teletrabajo, la educación virtual de los hijos e hijas, el teleconsumo y el teleocio. En algunos  países ya se realiza el telecontrol, a través de los teléfonos inteligentes.

En este escenario estamos asistiendo al surgimiento de liderazgos populistas que desprecian la institucionalidad democrática y la separación de poderes del Estado, sustituyendo la participación ciudadana y la democracia por gobernantes fuertes y autoritarios. 

Como sociedad centroamericana, debemos aprender de esta emergencia y superar la amenaza de contagios de la pandemia. Es importante promover una ciudadanía informada y consciente, y la articulación de los sectores económicos y sociales de los países en la búsqueda de alternativas de ámbito regional,  que reconozca los intereses de niñas y mujeres.

Además, la exigencia de que sean incorporadas en las políticas públicas, que demanden y prioricen el carácter público de la sanidad, el agua como bien público y reformas fiscales que permitan ir disminuyendo las brechas de desigualdad y exclusión. 

* Integrante de La Sombrilla centroamericana. Organizaciones por los Derechos Sexuales y los Derechos Reproductivos

El presidente Juan Orlando Hernández, sostuvo una reunión con la Asociación Hondureña de Salones de Belleza (Ahsab), y la Asociación Nacional de Barberos de Honduras la semana pasada. Verificando personalmente las normas de bioseguridad para la apertura inteligente en el sector de salones de belleza y barberías, prometió la ayuda gubernamental para el sector a través del Banco Hondureño para la Producción y la Vivienda (Banhprovi) y el Servicio Nacional de Emprendimiento y Pequeños Negocios (Senprende). Ofreció financiamientos y salvoconductos para que puedan volver a trabajar y amortiguar el impacto de la pandemia, en el marco de lo que el gobierno ha llamado la «reapertura inteligente» que recién el 1 de junio comenzó en su etapa de preparación, esto coincide con el aumento de la curva de infección. La realidad supera las promesas.

José va por Tegucigalpa sorteando los retenes policiales y militares. Sin un salvoconducto que le permita circular, le ha tocado arriesgarse a que lo metan preso por veinticuatro horas. Además se arriesga a que le decomisen su carro durante el resto de la cuarentena por irrespetar el toque de queda y circular en días en que, según su número de identidad, no debería. Pero lo hace, sale todos los días de su casa ubicada en la colonia La Providencia, en el sector San José del Pedregal —uno de los barrios que en Tegucigalpa está controlado por una pandilla—, y lo ha hecho desde que inició la cuarentena.

Sale de su casa a pesar del miedo profundo que siente a contagiarse de coronavirus y contagiar así a su hija de un año, a su pareja, a sus padres que son personas de la tercera edad. Lo hace porque durante la cuarentena, José, ofrece a domicilio el servicio de barbería a clientes que han ido solicitando su trabajo debido al cierre de todos los negocios, tras las medidas tomadas por el gobierno hondureño en su intento por contener la expansión en el país de la COVID-19.

José cuenta que su vida cambió hace unos años, a raíz de un accidente. En 2014 una persona en estado de ebriedad impactó su carro contra él, su pareja y un amigo, cuando José acudió para ayudar al amigo a quien se le había averiado el auto, mientras lo empujaban e intentaba llevarlo a un lugar seguro en el bulevar Centroamérica. José y su pareja sobrevivieron, su amigo no tuvo suerte, murió en el instante. Desde entonces la vida para este barbero de treinta y cuatro años es distinta.

Luego del accidente y la larga recuperación que vino después, decidió aprender el oficio que de alguna manera había estado en la familia. Un tío suyo fue barbero durante muchos años, tuvo su barbería en la colonia Kennedy. Ahora él sigue los pasos de su tío, pero no quiere ser un barbero más. Sueña junto a algunos amigos con fundar su propia asociación de barberos, sueña con dar un servicio de calidad a sus clientes y sueña también con que la gente recuerde su nombre por la calidad de su trabajo y sacar su barbería de la sala de casa.

Ha estudiado barbería, se ha capacitado y certificado en las medidas de bioseguridad que debe tomar ahora que la COVID-19 acecha. José es estricto: limpia cada instrumento, cada trapo, cada máquina. Todo es desinfectado con acuciosa responsabilidad entre cliente y cliente. Un proceso que puede llevarle al menos cuarenta minutos cada vez, pero que no deja por ningún motivo de hacerlo. La bioseguridad para José va más allá de usar guantes y mascarilla. Está convencido que a pesar del miedo al contagio quiere ejercer su oficio.

José tiene otro trabajo en una universidad privada donde es técnico en instalación de cámaras y redes de seguridad, pero su verdadero sueño es ejercer el oficio de la barbería más allá de lo que se conoce en el país. La pandemia y el aislamiento que vino con ella, le ha ofrecido la oportunidad de ensayar el servicio a domicilio, algo que está empeñado en llevar más allá de la cuarentena. Cuando se vuelva a la relativa normalidad, él seguirá ofreciendo este servicio sin importar la hora —explica— y el lugar.

Por lo pronto, y ante el reto que implica para el país entero la reapertura de la economía nacional, José y su máquina de cortar pelo, atienden el llamado de aquellas personas que no se permiten el desaliño durante el aparente fin del mundo.

José le corta el pelo a su padre en la sala de su casa, donde ha instalado su barbería. Tegucigalpa, 4 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Al menos una vez a la semana, Daniel de diecisiete años, acude a la casa de su vecino José, para cortarse el pelo. Tegucigalpa, 4 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Daniel se ve al espejo y observa detenidamente su corte de pelo recién hecho. Este joven que cursa el octavo grado de secundaria, en el instituto San José del Pedregal, prefiere a su vecino antes que ir a una barbería. Tegucigalpa, 4 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Doña Iris, de sesenta y tres años, barre el pelo que cae al suelo de su sala luego de que su hijo termina de atenderlos. Tegucigalpa, 4 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
José se desinfecta antes de entrar a cada casa, para lo que siempre va con una bomba atomizadora manual. Tegucigalpa, 5 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
José, desinfecta una máquina de cortar pelo con un desinfectante que evita la corrosión de las piezas de metal. Esta acción la realiza antes de comenzar con cada cliente. Tegucigalpa, 5 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Sobre el tonó de un carro, José, improvisa su barbería a domicilio en el garaje de un cliente. Tegucigalpa, 5 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Dasiel es compañero de trabajo de José, en la universidad privada donde este barbero es técnico de instalación de cámaras de seguridad. También es uno de los clientes que él atiende a domicilio. Tegucigalpa, 5 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Por llamada telefónica, José, se pone de acuerdo con el próximo cliente a quien debe acudir para atender en su casa. Tegucigalpa, 5 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Moisés es ingeniero agrónomo. Conoció el trabajo de José por recomendación de su novia. Ahora Moisés es parte de la cartera de clientes a domicilio a los que José atiende durante la pandemia. Tegucigalpa, 5 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.
Dylan de siete años se corta el pelo en el porche-garaje de su casa, donde ha llegado José para atenderlo. Tegucigalpa, 4 de junio de 2020. Foto: Martín Cálix.

Honduras ronda ya los 6000 casos confirmados de personas que se han contagiado de COVID-19 en los últimos tres meses. Los datos no son certeros, hay un retraso de quince a veinte días en la entrega de resultados. No se conoce cuántas de esas personas siguen enfermas pero los hospitales destinados para la atención están colapsados. El presupuesto ejecutado hasta el momento aumenta a 4 100 millones de HNL (167 millones USD). Los hospitales móviles se han retrasado, las compras de equipo médico y de bioseguridad no han seguido los lineamientos adecuados y las mejoras a los hospitales no se completaron. Mientras tanto, varios centros hospitalarios denuncian que aún no reciben el apoyo de las autoridades para atender la pandemia.

«Nosotros también somos víctimas de cómo se ha trabajado en esta pandemia. Nuestra obligación es denunciar, no crear falsas expectativas de la población porque no las hay», dice la doctora Suyapa Sosa, presidenta de la Asociación de Médicos del Instituto Cardiopulmonar —también conocido como El Tórax—, en Tegucigalpa, durante una conferencia que ofreció a medios de comunicación.

Expertos de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (Unah), habían presentado entre sus proyecciones que el pico más alto de la pandemia se daría en junio. Esto se considera la etapa cinco de la pandemia, cuando hay una alta incidencia de casos que sobrepasa la capacidad instalada. 

La emergencia por la pandemia del COVID-19 en Honduras, no solo ha dado lugar a múltiples quejas de parte del sector salud que atiende en primera línea a las personas contagiadas, sino también a denuncias e investigaciones de posibles actos de corrupción en las compras realizadas durante la pandemia. En algunos casos, las denuncias vinieron de parte de la ciudadanía a través de medios de comunicación o redes sociales, otras en auditorías e informes producidos por organizaciones de sociedad civil.

La información actualizada hasta el 22 de mayo en el portal de la Secretaría de Finanzas (Sefin), señala que la ejecución del presupuesto de 167 millones USD se utilizó para la contratación de personal de salud, compra de equipo médico, equipo de protección, kit de pruebas de laboratorio, medicamentos, mejoras de infraestructura, hospitales móviles y entrega de alimentos a través del saco y la bolsa solidaria.

El presupuesto de Trabajo y Seguridad Social comprende 5 millones HNL para las personas afiliadas al Régimen de Aportaciones Privadas (RAP), y 353 millones para los empleados del sector maquilas. Mientras que el programa Código Verde, utilizó 65 millones destinados para la contratación de personal asistencial en los centros de atención hospitalaria en el país, a través del programa Chamba Comunitaria.

Hasta el momento, Invest-h es la institución que más presupuesto ha recibido para atender a la pandemia en Honduras, con un total de 2000 millones HNL (84 millones USD), del total del presupuesto. Esto fue utilizado, entre otras cosas, para la compra de los hospitales móviles por un monto de  1174 millones HNL (46 millones USD). Se esperaba que los hospitales comenzaran a llegar a partir de junio, sin embargo, el director de Invest-H, Marco Bográn, anunció en un medio televisivo que llegarán hasta julio: «se está retrasando la producción en Turquía y el transporte internacional está colapsado a nivel mundial, pero aún así estamos recibiendo algunos insumos que ya están entrando para el equipamiento de los hospitales».

A pesar de que las órdenes de compra de los hospitales se hicieron en marzo, a mediados de mayo, la Cruz Roja Hondureña, quien se había dicho que sería la institución encargada de manejarlos, decidió terminar el contrato que mantenía con Invest-h debido a que no se le dio las especificaciones técnicas a tiempo y no se pudo preparar y capacitar al personal. Hasta el momento solo se conoce que quienes manejarán los hospitales móviles serán gestores descentralizados de la Secretaría de Salud.

Además de esto, Invest-h también se encargó de la compra de medicamentos para la Secretaría de Salud. Los medicamentos adquiridos forman parte del esquema de tratamiento denominado CATRACHO y el otro denominado MAIZ, que están utilizando para pacientes con COVID-19 en tercera y primera etapa respectivamente. CATRACHO utiliza: colchicina, antiinflamatorio, toz tocilizumab, ivermectina, anticoagulante, hidroxicloroquina, oxígeno de alto flujo y pronación. Mientras que MAIZ utiliza microdacyn, azitromicina, ivermectina y zinc, este último aplicado a pacientes que no se encuentran graves.

Invest-h compró 1 500 000 pastillas de hidroxicloroquina, a un monto de 13  700 000 HNL (548 000 USD) y 7000 bidones de 5 litros de la solución antiséptica microdacyn a 6 millones HNL (245 000 USD). También, en su página web aseguran estar entregando a la Secretaría de Salud un lote de 18 000 tabletas de ivermectina, pero este medicamento no aparece en la página de Sefin, dentro de las compras realizadas. En el caso de la hidroxicloroquina, a pesar de que no existen suficientes estudios rigurosos que hayan demostrado la efectividad del medicamento para tratar o prevenir el COVID-19, el pasado 24 de abril, Donald Trump sostuvo una llamada con Juan Orlando Hernández, en la que, según Trump, Hernández le reportó que el uso de hidroxicloroquina ha tenido «resultados increíbles» en Honduras. 

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Sin embargo, el doctor Osmín Tovar, director del Hospital Escuela Universitario (HEU), durante una conferencia de prensa dijo haberle enviado una carta a la Secretaría de Salud para denunciar que están utilizando medicamentos sin los controles de investigación y médicos adecuados. Tovar señaló sentirse preocupado de que la hoja de consentimiento que firman los pacientes asegura que los medicamentos son efectivos y que no se está informando sobre los riesgos.


Dentro de la «Carpa Covid» del Hospital Escuela Universitario, el doctor José Padilla de 32 años y la enfermera Felipa Cálix de 53 años, atienden a los pacientes sospechosos de Covid-19. Tegucigalpa, 16 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

La situación de los hospitales y su abastecimiento

La Secretaría de Salud ha ejecutado un presupuesto de 527  500 000 HNL para la compra de medicamentos y equipo de bioseguridad. Tres meses después de que inició el estado de emergencia por el COVID-19, las condiciones no parecen haber mejorado.

Tovar del HEU dice que no tienen las condiciones para atender a más pacientes, tanto en personal como en equipo. Mientras tanto, Suyapa Sosa, del Tórax, señaló esta misma situación y además apuntó en su comunicado que el Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (Sinager), institución encargada de la emergencia con todo y sus recursos, no ha llegado al centro hospitalario. «No podemos cargar con culpas ajenas, no podemos seguirle mintiendo a la población hondureña (…) no es justo que sigamos siendo víctimas los que estamos trabajando y los demás se estén robando el dinero y no estén dando la cara o una respuesta» expresó.

Lisandro Rosales, comisionado de la presidencia para la atención al COVID-19, negó en medios de comunicación que la capacidad del Tórax esté a punto de colapsar. También señaló que el Centro de Atención en el polideportivo de la Unah se habilitaría cuando los hospitales estén a un 85% de ocupación. Sin embargo, Sinager ya trasladó a veinte pacientes con síntomas leves de COVID-19 a las ciento treinta camas preparadas en esa instalación.

Después de que se conocieron los primeros dos casos en el país, el Congreso Nacional aprobó en abril, vía decreto ejecutivo 033-2020, la autorización a realizar contrataciones directas desde varias instituciones del Estado. Para el Foro Social de la Deuda Externa y Desarrollo de Honduras (Fosdeh), las contrataciones directas «se han convertido en una herramienta utilizada por los promotores y ejecutores de la corrupción para apropiarse y obtener ventaja en las negociaciones que realiza el Estado con terceros».

Una de las primeras contrataciones que se hizo fue la mejora y remodelación del Tórax, para esto la Comisión Permanente de Contingencias (Copeco) desembolsó 4 millones de HNL a la empresa JF Construcciones. «Queda acreditado que estos fondos fueron derrochados en obras inconclusas y de mala calidad», dice un informe presentado a finales de abril, por el Consejo Nacional Anticorrupción (CNA), una organización que se dedicó a auditar independientemente las compras que hicieron varias instituciones estatales.

El informe del CNA, detalla que las mejoras realizadas al centro asistencial consistieron en camas con estructuras básicas que no son recomendables para pacientes hospitalarios, construcciones sobre zonas con agrietamientos, falta de rejillas para las lluvias y falta de pavimentación de concreto hidráulico para la acera donde se trasladarían las camillas con pacientes. Además, señalan que no se construyó una sala de triaje como se tenía estipulado en el contrato.

El mismo informe detalla que 450 ventiladores Breas Vivo 65, que se compraron al iniciar la emergencia, no contaban con las especificaciones técnicas requeridas para atender a los pacientes en estado grave. Fueron entregados al Tórax, 10 ventiladores, de forma incompleta, «actualmente se encuentran almacenados en su bodega sin poder ser usados por los médicos», menciona el documento. Esta situación fue confirmada por la doctora Sosa, quien manifestó que a varios meses de haber recibido el equipo aún están intentando conseguir las piezas que les faltan para funcionar, y que así puedan ser utilizados en pacientes que no están en un estado tan grave.

En otro informe presentado a finales de abril, el CNA reveló una supuesta sobrevaloración de 57,7 millones HNL (2 millones USD), en la compra de mascarillas N95 y descartables, adquiridas por Invest-h, contraparte nacional de la Cuenta del Milenio, a las sociedades Dicohonsa, Grupo GYT y Access Telecom, por un valor total de 126 millones HNL (5 millones USD).

El CNA identificó un sobreprecio de un 46% del monto adjudicado a las tres sociedades, semanas después del informe se canceló la compra con dos de los proveedores, aparentemente derivado de la veeduría sobre el proceso. «Respetamos y compartimos el punto de vista del Grupo GYT, en el sentido de que no se puede llevar adelante un proceso de contratación tan injustamente cuestionado, que ha llevado a los detractores del mismo, incluso a incurrir en informes públicos difamatorios que serán respondidos oportunamente», señalan en el comunicado que publicó Invest-h, para dar a conocer la cancelación de la compra.

De esas empresas únicamente quedó vigente la compra a Access Telecom, una empresa ubicada en Estados Unidos con rubro principal en venta de celulares y accesorios electrónicos. Una investigación de Contracorriente, reveló que Arturo Maduro, sobrino del expresidente Ricardo Maduro, ha estado vinculado con la empresa Access Telecom, y según denuncias de empresarios nacionales habría sobrevalorado el precio de los implementos de bioseguridad hasta por un 100%.

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Para el magistrado del Tribunal Superior de Cuentas (TSC), Roy Pineda, Invest-h no ha tomado las decisiones correctas en las compras para la emergencia, «no ha habido una planificación de las compras o de las necesidades biomédicas, en ese sentido, se ha comprado más hospitales a precios altísimos que pasarían al abandono», dijo el funcionario.

Mientras tanto, de manera oficial, la Asociación por una Sociedad más Justa (ASJ), trabajó auditorías sociales a las compras realizadas por Invest-h, en cinco procesos de compras de equipo de bioseguridad, 290 ventiladores mecánicos pulmonares, 7 7 hospitales móviles de aislamiento y 7 plantas de tratamiento de desechos médicos, 450 ventiladores mecánicos pulmonares y 250 000 kits de pruebas COVID-19. De las últimas dos ya presentó informes públicamente.

«Aún en tiempos de emergencia, el Estado debe cumplir ciertos pasos mínimos, incluyendo la documentación de consultas con los expertos de Sesal y otra necesaria para asegurar que se están adquiriendo los productos adecuados» señalan ambos informes de auditoría. Si bien en ambas compras encontraron que tanto la calidad como los precios y tiempos de entrega eran buenos, no existen pruebas de que las autoridades hayan hecho análisis previos para saber si los productos eran los indicados para la crisis, antes de proceder a la compra.

«No está claro quién ni cómo se decidió la compra de estas pruebas, a este precio y con esta empresa, las decisiones fueron tomadas en cuatro días» añade la auditoría sobre los kits de pruebas, en este caso a la compra le faltaron los reactivos que necesita el equipo de laboratorio para poder realizar las pruebas.

En la evaluación señalan que el país no tiene capacidad para realizar 3000 pruebas diarias, número ideal para enfrentar la pandemia y dar uso a los productos adquiridos. Actualmente se realizan entre quinientas y seiscientas diarias y el tiempo de procesamiento de resultados es de 20 días. «Estamos demandando que debe de haber una planificación adecuada. Cuando presentamos el primer informe la excusa era que no se podía planear, está bien, pero han pasado varias semanas», señaló Carlos Hernández, director ejecutivo de la ASJ. 

La enfermera Felipa Cálix, de 53 años, vuelve a llenar de alcohol gel un bote dispensador dentro de la «Carpa Covid» en el Hospital Escuela Universitario. Tegucigalpa, 16 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Problemas con transparencia de las compras

El IAIP realizó una evaluación de transparencia durante la pandemia. De 305 instituciones evaluadas, 165 obtuvieron calificaciones malas y deficientes. La institución peor evaluada fue Copeco, que solo logró una calificación de 55 % de transparencia «no tiene ningún tipo de evidencias de liquidación ni de presupuesto», señalaron los comisionados del Iaip.

En ese mismo informen señalan que la mayoría de los organismos tuvieron problemas para cumplir la ley, sobre todo en las partes de planeación, compras y contrataciones. Además, denunciaron que en el portal de transparencia de la Secretaría de Finanzas la información no está publicada bajo los lineamientos del Iaip. Otra de las observaciones que realiza el Iaip en su informe es que Invest-h publicó mucha información que no se encuentra en el idioma español, sino que únicamente en inglés y esto de alguna forma impide el acceso a la ciudadanía.

«Lastimosamente las facturas proforma lo envían con el idioma de origen, no hemos tenido la oportunidad de hacer la traducción», explicó Marco Bográn, director de Invest-h, en declaraciones a medios. Los proveedores de los hospitales se conoce que son de origen estadounidense, aunque la fabricación se está dando en Turquía. Mientras que la mayoría de insumo médico se compró a Estados Unidos y las pruebas para detectar COVID-19 a Corea.

Julio Raudales, expresidente del colegio de economistas, señala que la forma en que se ha presentado la información en la página de la Secretaría de Finanzas genera desconfianza en su uso «Sí, se han llevado a cabo (las compras) porque se ha visto una atención al problema de la pandemia. Pero la verdad es que cuando uno entra a la página de Finanzas no se está cumpliendo con lo que está establecido en la Ley del acceso a la información pública, que obliga a que todos estos procesos se hagan con la mayor transparencia, evidentemente esto levanta mucha suspicacia».

La semana pasada el diputado por el Partido Libertad y Refundación, Jorge Cálix, pidió en una sesión virtual del Congreso Nacional que se conformara una comisión para investigar las compras realizadas por Copeco e Invest-h, en el marco de la emergencia sanitaria. Sin embargo, la junta directiva se negó a aprobar la moción.

Honduras Solidaria: el segundo rubro con más presupuesto

El gobierno inició a finales de marzo la operación Honduras Solidaria, con la que, supuestamente, llevarían 800 000 raciones de alimentos a 3,2 millones de personas en el país. Sin embargo, durante su implementación surgieron denuncias acerca del producto distribuido.

Para Honduras solidaria se utilizaron fondos provenientes de la medidas aprobadas en el decreto ejecutivo PCM-020-2020, publicado el 16 de marzo en La Gaceta, que detalla austeridad y contención del gasto en todas las instituciones del sector público. Esas medidas incluyen la reducción de todos los presupuestos que no pertenecen a salud, educación, energía, seguridad y defensa para obtener el 2 % del total aprobado para 2020.

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El total utilizado fue de 912 200 000 HNL, ejecutado a través de la Secretaría de Gobernación, Justicia y Descentralización, que utilizó 642 millones (25 millones USD) y la Suplidora Nacional de Productos Básicos (Banasupro), que utilizó 269 millones HNL (10 millones USD).

La Secretaría en Gobernación, Justicia y Descentralización ejecutó fondos para Honduras Solidaria en fase I y II. En total aseguran que dieron 1 237 816 de bolsas, a un precio unitario de 500 HNL. En la primera etapa le entregaron a 292 municipios y en la segunda, se disminuyó el número a 227.

Choloma, San Pedro Sula y Tegucigalpa, junto a tres municipios más, forman parte de la modalidad centralizada de la operación Honduras Solidaria. La entrega estuvo a cargo de Banasupro y comprendía una ración alimenticia y un kit de higiene. Sin embargo, no especificaron la cantidad de raciones entregadas ni el precio individual de cada una.

Un informe del Plan de Acción para el Acompañamiento y Fiscalización de los Recursos Públicos que el TSC está ejecutando en los procesos de compras y contrataciones durante la emergencia, señala que el Consejo Directivo de Banasupro no aprobó el presupuesto de gastos ejecutado para la elaboración de sacos y bolsas solidarias en la primera etapa.

El informe del TSC, añadió que las órdenes de compra no eran firmadas por los proveedores, ni existieron contratos firmados para el personal que integra la operación Honduras Solidaria, además de que no se disponía de un presupuesto asignado. De igual manera, señalaron que en la verificación que realizaron a los productos de la bolsa solidaria, en algunos casos, no se cumplía con el peso establecido en los granos del frijol, en 2 o 3 bolsas no tenían la manteca o la bolsa de espaguetis. Además, señalaron que en las actas de entrega de bolsas a las Fuerzas Armadas solo se escribía la cantidad en número y no en letras, situación que no garantiza suficiente transparencia.

La situación económica y el presupuesto para 2021

Para el economista Julio Raudales, el problema con el manejo en las compras durante la pandemia inició cuando la Secretaría de Finanzas no realizó un nuevo presupuesto para aprobación al Congreso Nacional. «El presupuesto que estaba vigente no es realista, las condiciones han cambiado muchísimo. Se debió hacer y aprobar un nuevo presupuesto, primero para tener una planificación adecuada y segundo para que haya una mejor transparencia», añadió.

Estimaciones del Fosdeh detallan que después de los 1200 millones USD, en los que Honduras se endeudó durante la pandemia, hará que el pago de la deuda ya no sea del 27 % del presupuesto anual, sino que estará entre un 30-35 % en 2021.

El economista Hugo Noé Pino, señaló durante un webinar realizado por la iniciativa Congreso Primero, que la deuda impactará en la economía los próximos años: «es importante que la ciudadanía ponga un elemento de atención porque después de que pase esta emergencia sanitaria, que espero pase con las menores consecuencias negativas para Honduras, viene el problema de la deuda que vamos a enfrentar en los próximos años», añadió Hugo Noé Pino.

Para la ASJ, todas las compras debieron partir de una estrategia documentada, un documento que se ajuste semana a semana a las condiciones nacionales que se analice a diario con expertos en todos los rubros. El informe de la ASJ señalaba que al país aún le quedaban uno o dos meses antes de registrar el pico más alto de contagio, lo que da tiempo a crear una estrategia integral.

Personal del Hospital María atiende a las personas en la carpa de Triaje, donde toman la temperatura y ejecutan un breve cuestionario para descartar sospecha por Covid-19. Tegucigalpa, 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Sin embargo, la situación que han reportado varios de los principales centros hospitalarios de Tegucigalpa no es tan alentadora. Esta semana el HEU, denunció ya no tener capacidad para recibir pacientes con COVID-19 y que, de no recibir una respuesta de las autoridades encargadas, deberán atender a pacientes en condiciones no adecuadas.

En ese centro asistencial se conoce que hay al menos 26 contagios por COVID-19 en el personal y el fallecimiento de un microbiólogo con sospechas y cuya prueba parece haberse perdido, según denuncias de familiares. El doctor Osmín Tovar, director del HEU, señaló que el fin de semana pasado recibieron 50 casos y hubo 6 defunciones en la sala COVID-19, «la planificación es buena pero hay momentos para planificar y momentos para actuar, y nosotros estamos atrasados para actuar, si no tomamos acciones vamos a seguir viendo muertos» sentenció Tovar. 

Mientras tanto, las posibilidades de investigación y sanción sobre las compras durante la pandemia son inciertas. El Ministerio Público solo se pronunció en abril, cuando dijo que investigaría las compras realizadas por la Comisión Permanente de Contingencias. A esto se le suma que a finales de mayo el Congreso Nacional aprobó la interpretación de tres artículos del nuevo Código Penal que limita la capacidad de confiscar documentos y emprender acciones para la lucha anticorrupción. Esto se suma a las otras leyes aprobadas el último año que limitan a un Ministerio Público que aún no termina de investigar y sancionar el desfalco al Instituto Hondureño de Seguridad Social, que se dio a conocer hace seis años.

Las elecciones primarias en Honduras —donde cada partido político inscrito tendrá que elegir a sus candidatos para elecciones presidenciales y municipales—, están programadas para realizarse dentro de nueve meses. La crisis sanitaria que enfrenta el país ha retrasado procesos de reforma que a nivel nacional e internacional se han apuntado como esenciales tras la crisis política de 2017. Esta crisis dio lecciones sobre la situación del sistema de partidos y la capacidad estatal para garantizar transparencia y justicia en los comicios electorales. La Comisión Técnica del Congreso Nacional que trabaja en la nueva Ley Electoral, contempla incluir la segunda vuelta o balotaje entre las reformas esenciales para su aplicación en las próximas elecciones.

Nueva ley electoral y segunda vuelta

«Si no se incluye en toda esta discusión el tema de la segunda vuelta será nada o muy poco lo que estamos haciendo. Aunque las reformas sean correctas. En política y en estas cuestiones lo más importante es la percepción», apunta el doctor Augusto Aguilar, miembro del Consejo de Expertos Electorales de Latinoamérica y expresidente del TSE, quien además forma parte de la comisión del Congreso Nacional que elabora la propuesta de la nueva Ley Electoral.

Se espera que esta ley pueda ser presentada a la Comisión de Dictamen, para someterse a su aprobación en el pleno legislativo la próxima semana, quienes, según Aguilar, también tendrán que decidir si impulsan la reforma constitucional que requiere la aprobación de una segunda vuelta electoral y la discusión de regulación de la reelección y conformación de mesas receptoras. Estos temas que no lograron consenso dentro de esta comisión conformada por dos miembros de cada uno los partidos mayoritarios: Libre, Nacional y Liberal.

«Si no se introduce para esta próxima elección la implementación de la segunda vuelta, caeremos otra vez en la crisis de 2017 y 2013. Organismos internacionales han pedido que se reforme la constitución y se aplique la segunda vuelta pero el Partido Nacional no ha querido», concluye.

Nelson Márquez, uno de los sesenta y un diputados nacionalistas que conforman la bancada de ese partido en el Congreso, no establece un punto de vista claro cuando se le pregunta sobre la posición de la institución política a la que representa. Al cuestionarlo en relación a la segunda vuelta en procesos electorales, afirma que «para algunos sectores puede ser una forma de deslegitimar a un gobierno». 

Contrario a estas declaraciones, en un comunicado emitido por la Asociación por una Sociedad más Justa (ASJ), en enero de este año, aseguraban que «con la inscripción y participación de nuevos partidos, y tres fuerzas políticas con opciones reales de ganar una elección, la fragmentación del voto continuará produciendo márgenes estrechos, que resultan con un presidente o presidenta elegidos con porcentajes bajos a su favor, por ende, insuficiente legitimidad ciudadana. La adopción de una segunda vuelta es necesaria para asegurar que el gobierno electo pueda tener el apoyo popular».

Justamente fue la falta de apoyo popular en el nuevo gobierno, resultado de la debilidad institucional y facilidad de manipulación del TSE, en las elecciones de 2017,  lo que llevó a que a inicios del año pasado se aprobara su disolución y la creación del Consejo Nacional Electoral (CNE) y el Tribunal de Justicia Electoral (TJE), que de ahora en adelante se encargarán de organizar, dirigir, administrar y vigilar los procesos electorales. Sin embargo, se han dejado las otras reformas engavetadas.

El doctor Aguilar —que ha conocido desde el inicio la controversia que ha llevado la discusión de la segunda vuelta en lo interno de los partidos políticos—, asegura que en este momento existe voluntad a medias donde el Partido Liberal y el Partido Libre, están pidiendo que se haga esta reforma para que se ratifique en febrero de 2021 y se aplique en las próximas elecciones; sin embargo, el Partido Nacional pide que no se aplique en este proceso sino que hasta en 2025.

Una mujer ejerce el voto durante las últimas elecciones generales hondureñas. Tegucigalpa, 26 de noviembre de 2017. Foto de archivo: Martín Cálix / Contracorriente.

La rueda que nunca se detiene

El 20 de mayo pasado, con un saludo codo a codo se oficializaba la alianza política entre Ricardo Álvarez, designado presidencial, y Mauricio Oliva, presidente del Congreso Nacional. Álvarez deponía sus aspiraciones para llegar a ser el candidato del partido oficialista, para las elecciones generales de noviembre de 2021 y se unía al movimiento de Oliva que busca lograr la victoria frente al movimiento liderado por Juan Nasry Asfura, actual alcalde del Distrito Central, que goza del apoyo del actual presidente de la República reelegido ilegalmente en 2017.

En el evento, Álvarez aseguró que con su adhesión al movimiento Juntos Podemos, «estamos asegurando la democracia de nuestro país» recordando las especulaciones de una posible nueva reelección por parte de Juan Orlando Hernández. 

Para Aguilar, «siempre existe el temor de que el presidente decida inscribirse o querer una segunda reelección, eso no se quita de la mente pero analizándolo detenidamente lo veo muy poco probable porque el mismo partido nacional reformó sus estatutos para no dejar oportunidad de una nueva reelección».

En noviembre de 2019, durante la preconvención del Partido Nacional, realizada en la ciudad de Danlí, El Paraíso, se aprobó una moción para reformar los estatutos de esta institución política al adicionar el artículo 99-A, donde se establece que quien aspire a la presidencia de la República solo podrá reelegirse por una sola vez de forma continua o alterna. Esta modificación en los estatutos del Partido Nacional, dejó sin posibilidades de una nueva reelección a Juan Orlando Hernández, ya que ningún movimiento que lo incluya podría ser inscrito a lo interno de dicho partido.

Para Augusto Aguilar, de lo que sí existe la posibilidad es de que todos los partidos políticos presenten una candidatura única ante las dificultades de las estructuras menos organizadas de cumplir con los requisitos. Y así poder inscribirse ante el CNE para participar en las elecciones primarias, que según su criterio no sería totalmente negativo ya que el Estado podría ahorrarse unos mil millones de lempiras en el proceso.

Sobre el presupuesto que se le asignan a los comicios primarios y generales del próximo año, el Foro Social de la Deuda Externa y Desarrollo de Honduras (FOSDEH), apuntó en un informe presentado el pasado abril, que de los 204,6 millones aprobados para las elecciones primarias y generales de 2017, se ejecutaron más de 1200 millones HNL, un 600 % más de lo aprobado. El mismo patrón en 2012 cuando se ejecutó más de 1000 % con respecto al aprobado.

Otra reforma electoral que impulsa la Comisión Técnica que trabaja en la nueva ley, es la regulación presupuestaria para la deuda política. En un principio se estaba proponiendo desaparecer el porcentaje que se le paga a los partidos minoritarios por la cantidad de votos que obtiene el ganador de las elecciones y subir el arancel de pago por voto de 20 a 60 HNL. «Si el Partido Nacional sacaba un millón de votos y lo que se pagó por deuda política son 40 HNL, porque además de lo base se le reconoce gastos de transporte y divulgación de programas, estamos hablando de 48 millones entonces, todos los partidos minoritarios se les pagaba el 15 % de 48 millones que eran entre 6 y 9 millones», explica Aguilar.

Esta medida fue criticada incluso por el precandidato nacionalista Mauricio Oliva, por lo que según explica Aguilar, finalmente se decidió desde la comisión dejarlo como estaba en la ley anterior: 20 HNL, pero anular el porcentaje hacia los minoritarios que representaba casi siempre entre 6 y 9 millones de HNL. Aguilar concluye que «esa deuda política más las credenciales,  servía como estímulo para que la gente se quisiera hacer millonaria organizando un partido político» .

Fachada del edificio del antiguo Tribunal Supremo Electoral en la ciudad de Tegucigalpa. 7 de enero de 2020. Foto: Martín Cálix.

Entrega del nuevo censo e identidad

Otra de las dudas que se plantean ante las dificultades por la pandemia es la entrega del nuevo censo electoral y la nueva tarjeta de identidad por parte del Registro Nacional de las Personas (RNP), que estaban programadas previo a las elecciones primarias. Los diversos sectores aseguran que lo más probable es que ese proceso de elección se hará con el mismo censo y documento de identidad, siendo ese el factor principal para oponerse a la realización de las elecciones primarias. Xiomara Castro, candidata presidencial del Partido Libre, publicó en sus redes sociales que «con el censo de la corrupción y los fraudes sería un suicidio ir a un proceso electoral».

Sin embargo, Oscar Rivera, comisionado del RNP por el mismo partido que Castro, asegura que el primero de junio iniciará el levantamiento de los datos y se entregará el censo definitivo en las fechas y plazos que ya están establecidos. «En todo viaje de barco puede haber una tormenta en medio. Lo que nosotros estamos trabajando es asegurando que con nuestros tiempos y nuestra planificación es factible llevar a buen puerto este proyecto», concluye.

Ante las dudas de la población con respecto a la emisión y entrega de la nueva identidad, Rivera, mencionó que que en diciembre llegará el primer lote de identidades para entregar de manera masiva a nivel nacional, el segundo lote en enero y el último a mediados de febrero. Además, sobre los cuestionamientos de la comunidad trans en relación a la nueva toma de fotografía, aseguró que «vamos a asegurar que las personas se identifiquen tal como se comportan en el día a día, pero no podemos asegurar el cambio de nombre en el caso de esta comunidad».

Además, Rivera asegura que diferentes sectores han mostrado oposición a la entrega del nuevo censo, «pero la responsabilidad que nosotros hemos asumido es clara y haremos la labor de entregar el documento en tiempo y forma». Es así como el movimiento político frente a las elecciones primarias en Honduras no se ha detenido frente a la pandemia. Paulatinamente se agregan actores que ejercen influencia en el voto de un país que sin reformas profundas podría enfrentarse a una nueva crisis política.

Me gusta mucho el nuevo video de Residente, «Antes que el mundo se acabe», porque allí quedó plasmado el beso de mi hermano Roy Barahona y su esposa Emma Pastrana, dos atletas hondureños por quienes siento mucho orgullo. En  el video podemos apreciar una cadena de besos de muchas parejas, como  la de Leo Messi y su esposa Antonella, entre otras. Y justo en el tiempo 7 min 6 s aparecen Emma y Roy. Debo agregar que también los respeto y admiro por el amor que han creado y por todos los logros que han cosechado.

Recuerdo que se conocieron gracias a la natación, pues desde niños incursionaron en el deporte. Tienen una historia de compañeros y rivales. El entrenamiento para un atleta requiere de mucha disciplina y empeño, varias horas de práctica y de ejercicio para alcanzar óptimos niveles y poder participar en competencias nacionales e internacionales. Se requiere de mucha perseverancia, apoyo familiar, y el deseo profundo de ser campeón. Emma y Roy se encontraron en varias competencias internacionales. Mientras compartían viajes y espacios juntos, se apoyaban el uno al otro. Aprendieron a cultivar una bonita amistad.

Con el paso del tiempo, Roy Felipe, logró participar en los juegos Olímpicos de Atenas en el año 2004, y ser finalista en los Juegos Panamericanos en 2003 y 2007. Todos estos logros en la natación hicieron que él pudiera estudiar, a través de una beca, en San Juan, Puerto Rico. Allí vivió casi más de diez años y logró destacarse como el mejor de la universidad por cuatro años consecutivos. Esto, entre otros logros, lo enlazaron con Residente.

Mientras tanto, Emma se convertía en la primera medallista hondureña en los Juegos Centroamericanos, que participaba en la modalidad de aguas abiertas. Además, la primera hondureña que clasificaba —siempre en la modalidad de aguas abiertas—, en los Juegos Panamericanos. Esos solo son algunos de sus logros, ya que juntos suman más de quinientas medallas obtenidas en diferentes competencias. Siempre continúan activos en la disciplina a nivel regional y masters. 

Año con año, compartieron la misma piscina. Con el paso del tiempo esto se cristalizó en amor y de esta relación nació mi sobrina Claudia Fiorella, a quien, de manera cariñosa, le decimos Fio, en nuestra familia. Ella tiene una chispa similar a la de sus padres. En la familia soñamos con que será una futura promesa de la natación hondureña, sin duda alguna, pues ya se destaca en su aprendizaje.

Emma y Roy, en la actualidad son visionarios emprendedores. Hasta hace unos meses, se dedicaban exclusivamente a la natación —negocio familiar “Summergete” y “Fundación Fundaswim”, donde buscan crear programas, eventos y oportunidades a través del deporte—, pero se necesita la piscina para poder seguir enseñando y continuar con todos los proyectos. Ahora deben esperar a que se abran de nuevo las instalaciones de Summergete y Villa Olímpica, contactar otra vez a sus estudiantes, y ver si existen condiciones físicas y económicas para poder continuar impartiendo las clases. Todo es incertidumbre en este momento.

Desde hace tiempo, ambos elaboraban jugos para su propio consumo, sin embargo, a raíz de la pandemia y para poder generar ingresos para su subsistencia, ahora los elaboran para venderlos a domicilio. Esta producción es lo que los mantiene a flote. Además, están incursionando en una pastelería. Por el momento se encuentran a la espera de una relativa normalidad hasta que abran los establecimientos para poder desarrollar las actividades propias de la natación. Día a día los veo cómo trabajan mano a mano, sin caer, sin detenerse, intentando crear luz dentro de una atmósfera que podría estar oscura. 

Esta hermosa pareja me ha permitido entender que con amor, sueños, entrega, disciplina, constancia y determinación se puede forjar un mundo mejor. Si bien, el deporte de la natación les abrió paso a viajar y destacarse, se han inventado otras oportunidades. A través de ellos he logrado entender que se puede llegar tan lejos  y tan alto como lo querramos. 

Ver a mi hermano y a mi cuñada en la pantalla, unidos a ese mensaje de amor para el mundo, a través del video de Residente, me llena de esperanza y me hace tener la certeza de que siempre el amor prevalece ante toda adversidad. Aunque nos abatan todos los problemas, aún en medio de la pandemia, aunque el futuro sea incierto, debemos seguir luchando por  nuestros sueños, sembrando, trabajando con esfuerzo y dedicación y sobre todo con amor, porque llegará el momento de recoger la siembra.

El impacto de la pandemia en las mujeres hondureñas es triple por la violencia intrafamiliar, la presión económica y laboral. Ante esas dificultades, el intercambio de productos, emprendimientos de bioseguridad, comunicación comunitaria y apoyo emocional por llamadas, han sido las claves para sobrellevar la crisis de la COVID-19. Roxana, Marta y Alejandra cuentan cómo sortean la crisis sanitaria y las complejidades que acarrea desde uno de los países más violentos para las mujeres en Centroamérica. 

Publicado originalmente en Divergentes

Texto: Jennifer Ávila

Ilustraciones: Divergentes

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Tegucigalpa, Honduras-. En los últimos dos meses, tras el confinamiento por la pandemia en Honduras, hubo un aumento del 20 % en las denuncias por llamadas al 911 por violencia doméstica e intrafamiliar. Al mismo tiempo, se activaron redes telefónicas de mujeres para apoyar y hacer frente a esto. Pero también hay otro tipo de violencia, más silenciosa, como la que viven las madres solteras que en Honduras representan el 33.5 % de las jefaturas de hogar (unas 722 054 mujeres), según la última encuesta de hogares en 2018 del Instituto Nacional de Estadística (INE). Ellas enfrentan la pandemia en la calamidad que ha traído el desempleo y la restricción de salir a la calle a ganarse el sustento para sus familias, mientras cuidan de sus hijos y se encargan de las actividades domésticas.

Jessica Isla, de la Coalición Todas, que aglutina diversas organizaciones feministas y de mujeres en Honduras, asegura que así como le llegan llamadas de mujeres sobrevivientes de violencia que no han sido correctamente atendidas en su emergencia, también recibe reportes de hospitales que niegan el derecho a la salud de las mujeres y de comunidades donde se ha politizado una ayuda alimenticia del gobierno que es insuficiente para las familias en precariedad. «Muchos frentes se han politizado también, porque se les da la bolsa solidaria y los víveres, pero no ha habido una mirada estratégica a las necesidades de las mujeres, mucho menos de las mujeres que sufren violencia, madres solteras, jóvenes con necesidades de su salud sexual reproductiva», explica.

Según un reporte de la Secretaría de Trabajo, el impacto económico de la pandemia en Honduras ha dejado alrededor de 120 000 personas suspendidas de sus trabajos. En todo el país, 276 empresas se han acogido al decreto de emergencia que contiene la Ley de auxilio al sector productivo ante los efectos de la pandemia de COVID-19, que permite la suspensión por 4 meses del personal sin goce de salario. Muchos han sido despedidos. El apoyo prometido por el presidente Juan Orlando Hernández ante la crisis económica consiste en una bolsa de alimentos valorada en 20 USD y distribuida a través del programa Honduras Solidaria, cuestionado por corrupción en el manejo de la emergencia.

Isla, agrega que hay muchas mujeres desempleadas en el rubro de servicios y en el de la educación. «Por ejemplo maestras en la universidad, que han sido contratadas por hora y las han despedido. Muchas son madres solteras, no hay claridad de una salida para ellas. Tenemos muchas redes de mujeres que estamos viendo cómo sobreviven. Hay una red de intercambio de productos, pero incluso eso es difícil por el tema de la movilización. Lo otro es que las mujeres que están en el mercado, en las calles sobreviviendo, están más expuestas al contagio», explica.

Jessica Isla también es madre y asegura que uno de los retos más grandes además de la carga de trabajo es el impacto emocional que este encierro implica. «El tema de la sororidad en estos tiempos difíciles es importante, las redes de cuidado. Es difícil para nosotras cuando alguien nos llama y no podemos atenderla y que la patrulla no va. Terminamos llorando nosotras también, no hay atención integral para las que cuidamos. Aquí también hablamos de las doctoras, las enfermeras que son agredidas porque dicen que ellas son un peligro de contagio», dice Isla.

Son tiempos de relaciones de ternura a la distancia —añade— y de pensar las formas en que se pueden sostener estos esfuerzos económicos y de redes de mujeres. Ahora han funcionado las redes sociales, el whatsapp, pero poco a poco los recursos disminuyen. Las redes de distribución de bienes para el consumo son cooptadas, el Estado se vuelve más represivo, el camino es más difícil. Tres mujeres hondureñas nos cuentan cómo ha sido sobrellevar esta presión múltiple, porque han decidido no quedarse de brazos cruzados. 

Roxana Corrales, sosteniéndolo todo

Roxana Corrales es una mujer de 29 años que vive en una de las 12 comunidades de la península de Zacate Grande, en el Golfo de Fonseca, al sur de Honduras. Una comunidad rural, postergada y con conflictos por la tierra. Según la base de datos del proyecto transnacional Tierra de Resistentes, en los últimos diez años en esta zona se registraron 50 ataques, entre acoso judicial y amenazas. Roxana es parte de la única organización comunitaria que enfrenta esto, la Asociación de Defensa de Zacate Grande (Adepza).

Ahora con el encierro por la pandemia, ha tenido que organizarse para tomar sus clases virtuales y las de su hija de 12 años. Roxana sigue estudiando en la universidad y cuando logra conectarse a internet —si el servicio no falla y la energía eléctrica tampoco— se turnan las dos. «Apago el micrófono mientras atiendo la clase y apoyo a la niña en la suya», explica, mientras dice sentirse como una de las pocas privilegiadas en su comunidad. Muchas madres solteras no saben leer ni escribir y se les dificultaría apoyar a sus hijos con las tareas o clases virtuales, aún teniendo un celular inteligente.

Pero Roxana no solo tiene que sortear el vaivén del internet o la energía, sino sus múltiples trabajos también. Una vez a la semana, los jueves por la tarde, Roxana se encarga de la programación de la radio comunitaria donde informan las últimas noticias que ocurren en el país, una responsabilidad muy grande en esta zona donde la radio es el único canal para enterarse de lo que sucede, ya que muy poca gente tiene acceso a internet. También trabaja en proyectos para Adepza y se involucra en la organización comunitaria para la prevención de la COVID-19.

En su comunidad no hay casos positivos aún, pero se han organizado para controlar la entrada y salida de personas y la desinfección de las mismas. Esto también ha generado problemas en la comunidad, cuenta Roxana: «Para quienes hemos sido más visibles en las comunidades por la lucha por la tierra es más difícil, porque ya saben que vamos a ser nosotros vigilantes de que las cosas se hagan bien. En los cercos epidemiológicos en la comunidad, por ejemplo, unos pocos deciden quién puede entrar y quién no y tenemos que velar que se respeten los derechos de todas y todos. Aquí se nos ha acusado de querer que la gente se contagie. Una vez velamos por una mujer que regresó de Tegucigalpa para estar con su niña en la cuarentena, y no la dejaban entrar. Nosotros estuvimos en discusiones con el mismo alcalde y la policía y con la gente de la misma comunidad que cuidaba el paso, porque le estaban violando el derecho a ella de estar con su hija, todo porque aquí se cree que quienes vienen de Tegucigalpa están contagiados y eso genera estigma», relata. 

Roxana lidia con esto a diario, pero también con el miedo. «El miedo hace lo suyo. A veces me pregunto si a mi hija le pega esta enfermedad, ¿qué voy a hacer? En el centro de salud no hay test . Hay medidas de protección de rociar con cloro a quienes entran pero en todo el municipio no hay lugar especializado ni personal capacitado para esto. Tendría que buscar un vehículo para llevarla al hospital que está a una hora y media de aquí. El miedo hace su labor y una sobredimensiona todo», dice Roxana.

¿Lo sobredimensiona todo?…

Marta Izaguirre, adaptándose a la crisis

Marta Izaguirre tiene 41 años y dos hijos, uno de 23 años y su hija de 25 que, como ella, también es madre soltera. Marta es el sostén de toda la familia después de que su esposo terminara en la cárcel tras agredirla. A su hija le pasó lo mismo, solo que su agresor no terminó en la cárcel, al menos sí lejos de sus vidas. Marta dice que toda su vida ha tenido que sobrevivir a la adversidad por sus hijos y que este tiempo de pandemia no es la excepción para ponerse creativa. «Yo nunca he recibido apoyo del gobierno. Aquí no podemos quedarnos de brazos cruzados. Hay bastantes madres solteras en mi comunidad, ayer estuve con dos de ellas que venden baleadas, hojaldras, hay otras que lavan ropa ajena para ganar algo de dinero, y yo que me he estado ayudando con la venta de mascarillas, siempre me encargan», cuenta Marta, haciendo un poco de tiempo mientras costura en la sala de su casa el pedido más reciente de mascarillas de tela que confecciona.

Marta trabajaba antes de la pandemia reparando ropa de segunda mano en una tienda en Tegucigalpa, a 32 km de su comunidad. Ahora, sin poder salir, se las ha ingeniado para confeccionar mascarillas y venderlas por pedido. En Honduras, el uso de mascarillas es obligatorio y las de tela son aceptadas para uso preventivo. Marta cree que la ayuda de los gobiernos no es suficiente. En todo este tiempo de confinamiento la alcaldía envió dos raciones de alimentos, cada una valorada en 15 USD (las raciones del programa Honduras Solidaria).

Además, sostiene que las mujeres deben cuidarse entre ellas en las comunidades, y lo dice porque Honduras es un país letal para las mujeres… solamente en tiempo de pandemia se registraron 26 femicidios, según la base de datos del Centro de Derechos de Mujeres (CDM). «En esta comunidad hay varios hombres que han migrado y por eso las mujeres han quedado solas, pero otras, casi la mayoría, hemos quedado solas porque hemos sobrevivido a la violencia doméstica. Como mujeres nos tenemos que valorar y cuidar unas a otras, en mi caso yo tuve mi hija bien joven y me fue mal con el papá de ellos, pero no hay que darnos por vencidas. A veces cree una que no va a poder, pero de una u otra manera se sale adelante. Hay que esforzarse, salir a buscar el dinero honradamente, buscar de qué trabajar. Dios no desampara a nadie», concluye.

¿Hemos quedado solas?…

Alejandra Vásquez, entre el estigma y la salud

Alejandra tiene 32 años y una hija de 10. El padre de su hija vive en Estados Unidos, así que la crianza recae en ella, pero es apoyada por varias mujeres de su familia: su hermana y su sobrina. Alejandra es técnica en laboratorio clínico y antes de que la pandemia cambiara nuestras vidas, ella tenía una clínica como negocio familiar donde era la encargada del laboratorio. Ahora está contratada temporalmente para atender el laboratorio del Centro de Salud de Choloma, una ciudad en el norte de Honduras, epicentro de la COVID-19. 

«Donde trabajo hay personas infectadas entonces nos hacemos las pruebas seguido para estar seguros de no habernos contagiado. Trabajamos sin los insumos adecuados. La Secretaría de Salud no nos está proporcionando el equipo necesario, nos abastece semanalmente de mascarillas, batas y gorros. En lo personal me he puesto en una posición positiva porque si me pongo con mucho miedo entonces se me bajan las defensas. Tengo mi familia y tengo que estar con el ánimo arriba», cuenta Alejandra. Hace dos meses fue contratada por el gobierno en el marco de la emergencia, pero no le han pagado su salario. La obligan a trabajar en alto riesgo al no brindarle los implementos de bioseguridad diariamente, en una zona de alto contagio por COVID-19.

La situación no es fácil para Alejandra, sobre todo porque el personal de salud ha sufrido hostigamiento y discriminación durante esta pandemia. La Red Lésbica Cattrachas, presentó un informe que evidencia que «el miedo a contagiarse de la enfermedad ha propiciado que grupos que no habían sido discriminados, sean el nuevo foco del estigma. Pacientes de COVID-19, sus familiares y el personal de salud han sufrido en las últimas semanas amenazas contra sus vidas, desalojos ilegales, ataques a su integridad física y discriminación en la prestación de servicios, por ser considerados erróneamente como “fuentes de contaminación”».

Alejandra ha sido vista en la calle como portadora del virus, solamente por llevar puesto su uniforme. También ha sido discriminada porque en su familia dos personas resultaron infectadas. «Necesitamos la solidaridad ahorita, la empatía. Mi hermano fue contagiado, los miembros del patronato (organización vecinal) de su colonia se dieron cuenta, investigaron quién era y querían sacarlo de allí. De dos formas he sentido la discriminación por el miedo de la gente que con la falta de conciencia e información los hace actuar de tal forma», relata Alejandra, quien asegura buscar energía todos los días para no sucumbir. 

En Honduras no se habla de prevención más allá del uso de mascarillas, gel de alcohol o uso excesivo de cloro. No se habla de la salud mental y de mantener fuerte el sistema inmunológico para vencer el virus. Alejandra dice que en la medida de lo posible buscan comer saludable y mantenerse fuertes, a pesar de solo contar con su salario mínimo y la poca ayuda del padre de su hija y lo que la familia apoya. Ya vio a dos de sus familiares vencer el virus sin complicaciones.

Además, una de las razones por las que Alejandra prioriza mantenerse activa y positiva es su hija, quien padece un retraso moderado en el aprendizaje y rasgos de autismo. «Esta condición de encierro la estresa mucho, no le exijo tanto. De mi trabajo voy a la casa a colaborar con las tareas de ella. Tengo en mi casa el apoyo de mi sobrina y una tía de la niña. Es una tarea bien ardua venir, estar feliz y crear ideas para trabajar con ella, por eso en casa cantamos, bailamos, hacemos karaoke, nos ponemos a hacer coreografías, a tratar de tocar instrumentos musicales. Todas esas actividades nos fortalecen y nos mantienen tranquilas», cuenta.

Hay una frase recurrente en las mujeres enfrentándose a esta pandemia: «no nos podemos quedar de brazos cruzados». Alejandra también lo dijo y como ellas, miles de mujeres en Honduras están en este momento buscando opciones para vencer esta nueva adversidad.

Tras el avance mundial de la pandemia por COVID-19, los deportistas de todas las disciplinas han debido adaptarse a una realidad de encierro y medidas de bioseguridad, y convivir con la autoexigencia de no perder ritmo y forma deportiva. Para muchos en el mundo, el deporte que practican es su trabajo, pero para otros aunque forma parte integral de sus vidas, las condiciones de adversidad económica y logística de sus países y sus federaciones, no les permite vivir del deporte. Eso sucede en Honduras, donde los deportistas de otras disciplinas —que no es el fútbol— han tenido siempre que arañar presupuestos mínimos y seguir en el olvido institucional y mediático.

«En México, hacían fila para que nosotros les firmáramos autógrafos porque éramos seleccionados nacionales de otro país, aquí te dicen “caete con el phone” y vos “dale pues”», cuentan entre risas los hermanos Víctor Zepeda y Diego Zepeda, miembros del equipo nacional de taekwondo, mientras comparan cómo es ser un atleta en Honduras con el trato que les han dado en el extranjero.

El taekwondo como deporte olímpico no fue reconocido hasta los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, a casi medio siglo de su incorporación como arte marcial en Corea del Sur, por el General Choi Hong Hi, en 1955. 

Confinados por la expansión de la COVID-19, Víctor y Diego entrenan en la sala de su casa, se conectan al zoom todas las mañanas con otros compañeros del equipo nacional de Taekwondo, y siguen las instrucciones del entrenamiento. Por las tardes, realizan una rutina de ejercicios donde se suma el resto de su familia: José —el mayor de los tres hermanos— e Isabel, madre y guía de esta familia.

Con doce y quince años, comenzaron a entrenar, y desde ahí no pararon. Los hermanos reconocen que sin el apoyo incondicional de su madre no habría carrera deportiva. Desde 2010, Víctor y Diego, son cinturón negro, una de las categorías más alta de la disciplina.

Mientras los encuentros deportivos y las actividades masivas sigan dentro de las prohibiciones levantadas por el gobierno hondureño, como intento de frenar la pandemia en el país, Víctor y Diego —así como el resto del equipo nacional de taekwondo—, avanzan por un estrecho camino de incertidumbre, pero sin paralizarse, sabiendo que deben conservar la disciplina que los mantiene en ritmo, «porque cuando esto termine las competencias se van a reactivar y todo mundo debe estar en forma», explican.

Isabel, quien no ha salido desde que la cuarentena comenzó en el país, crió a sus tres hijos luego del fallecimiento de su esposo, con su salario de maestra. Sus hijos se convirtieron en ingenieros civiles —dos de ellos en deportistas—, siguiendo el camino del padre. «En otros deportes no estudian y con el tiempo hasta llegan a ser diputados. La gente cree que todos los deportistas somos iguales, que somos tontos», dicen.

No ha resultado fácil, crecer con la violencia de este país, practicar un deporte casi invisible para las instituciones correspondientes, y además egresar de una ingeniería. Pero Víctor y Diego —a quien ya le falta poco para terminar sus estudios universitarios—, lo han logrado, y hoy también sueñan con echar andar el proyecto de la academia de Taekwondo,propiciar una nueva generación de deportistas mejor que ellos, confían.

Están conscientes del cambio que implica la vida después de la COVID-19, pero lejos de las adversidades, Diego, explica que para ellos es una oportunidad, «de adaptarse al cambio», dice. Así parece que los deportistas siempre están en movimiento, en este caso es un movimiento que parece implicar un prever del futuro, augurar el cambio: «van a quedar atrás los que no tengan la capacidad de adaptarse, porque quizá antes estabas en una zona de confort donde todo fluía, y ahora tenés otras complicaciones».

Mientras tanto llega ese futuro, continúan entrenando frente al televisor, en medio de los sofás y el juego de comedor de la sala de su casa.

Víctor entrena junto a Diego —su hermano menor—. Los hermanos Zepeda han convertido la sala de su casa como lugar de entrenamiento, ante la adversidad que representa la pandemia por la COVID-19. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Víctor Zepeda, de 30 años, hace ejercicios de estiramiento en la sala de su casa. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Diego y Víctor, toman un breve descanso durante la jornada de ejercicio matutino. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Sin condiciones para entrenar, los atletas de alto rendimiento han tenido que adaptarse a los retos que representa el confinamiento debido a la COVID-19. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Si las condiciones para los atletas hondureños ya eran adversas, con la llegada del nuevo coronavirus, han tenido que adaptarse a las escasas posibilidades que la cuarentena permite. En esta fotografía, los hermanos Zepeda, hacen pechadas en la sala de casa. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Víctor, lanza una patada en un entrenamiento en casa, mientras se turnan con Diego a ser sparring de cada uno. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
07-3487: Diego, realiza ejercicios de una clase como parte de sus responsabilidades académicas en la facultad de Ingeniería Civil, en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Diego, interrumpe brevemente sus estudios para acariciar a Samus, la mascota de la familia. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
José y Víctor, dialogan mientras toman un curso online. Los dos hermanos son ingenieros civiles, igual que su padre. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Isabel, habla con sus hijos durante el almuerzo. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Víctor, proyecta desde su laptop al televisor el video de rutina de entrenamiento que realiza con su familia todos los días a las cuatro de la tarde. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
El entrenamiento vespertino es inaplazable. La familia entera se junta en la sala de casa para ejercitarse. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Isabel y Diego, se felicitan al terminar el entrenamiento. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Isabel, ve una película en la sala de su casa. Tegucigalpa, 19 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Diego Zepeda (30 años), y su hermano, Diego Zepeda (27 años), miembros del Equipo Nacional de Taekwondo, posan con sus uniformes en la sala de su casa. Allí entrenan, estudian, trabajan y comen, debido al confinamiento producto de las medidas adoptadas en el país para intentar contener el avance de la COVID-19. Tegucigalpa, 28 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.

Texto: Ana Irías
Fotografía de portada: Archivo/ Martín Cálix

Ante la crisis en el sector agrícola por la pandemia de COVID-19, el gobierno ha decretado el concesionamiento de tierras nacionales a 100 HNL por manzana para la producción agrícola. Este no es el único paso para reactivar este rubro, pero sí el más agresivo. El PCM 040-2020, establece reformar los artículos 4,5 numeral 1 del decreto PCM 030-2020, ordenando a la Dirección Nacional de Bienes del Estado (DNBE), crear un registro de las tierras nacionales y revisar los contratos de arrendamiento o concesiones que existan a la fecha.

La declaración de que es prioridad nacional el apoyo al sector productor de alimentos y de la agroindustria, conlleva una serie de medidas para lograr el aseguramiento de la soberanía alimentaria. La producción que se genere mediante el uso de estas tierras deberá ser utilizada para el abastecimiento del mercado nacional, siendo supervisado por la Secretaría de Estado en los Despachos de Agricultura y Ganadería (SAG), y el Instituto Hondureño de Mercadeo Agrícola, según la ley.

José Benítez, viceministro de la SAG, ha dado a conocer que hasta los momentos no tienen un dato exacto de cuántas tierras ejidales hay en el país, pero que se está trabajando en recopilar ese dato y que ya cuentan con un equipo en conjunto con el Instituto Nacional Agrario (INA) y varias alcaldías. «Hasta el día de hoy no hemos realizado ninguna reunión definitiva, pero el equipo ya se está conformando para así darle la mejor respuesta en relación al cumplimiento del PCM», explicó a Contracorriente, el viceministro Benítez. 

El gobierno ha activado apoyos al sector agricultor, como el agro crédito con un monto de 3000 millones, el bono solidario y cafetalero con 500 millones, el programa de riego con 150 millones, y cajas rurales también con una inversión aproximadamente de 150 millones HNL.

«Puedo asegurarle que el gobierno está actuando de manera responsable y no solo en esta pandemia, sino desde antes, ya que el sector agroalimentario productor actualmente representa el 46 % de la población nacional, con este apoyo se han beneficiado en 15 departamentos del país a 91 000 mil campesinos», agregó Benítez.

De igual manera, ha dado a conocer los avances de la entrega del bono cafetalero. Esto consiste en la distribución de fertilizante a productores de café, que han registrado su cosecha en el Instituto Hondureño del Café (Ihcafe), esto en el periodo 2018-2019. A la fecha se ha entregado un total de 296 976 quintales de fertilizantes a 47 701 productores, esto en compañía del Ihcafe. En total, se entregarán 555 399 quintales de fertilizantes de alta calidad.

Por otra parte, el programa Honduras Solidaria, ha sido el ente encargado de brindar la alimentación a la población hondureña durante esta pandemia. Lo ha hecho de la mano de diferentes alcaldías y las Fuerzas Armadas del país, siendo estas últimas las encargadas de las entregas de las raciones de comida en los barrios y colonias de todo Honduras. Con esto se ha beneficiado a 710 744 familias, según datos brindados por la Secretaría de Desarrollo e Inclusión social. 

La Unidad de la Cadena de Suministro del Programa Mundial de Alimentos, luego de realizar su Estudio de Mercadeo y Estudio de Hogares a nivel nacional, encontró que más del 90 % de los hogares encuestados, no contaban con reservas de alimentos para abastecerse por más de un mes. El PMA en coordinación con el Gobierno (Sedis e IHMA) realizaron la entrega de 472 toneladas métricas de frijoles, pertenecientes al PMA escolar, el cual se entregó a la operación Honduras Solidaria, a solicitud del gobierno para la respuesta de emergencia sanitaria que se vive en el país. 

Lea más en: Bolsas de promesas para la pandemia en Honduras 

Distribución de las tierras

El diputado por el Partido Liberal de Honduras, Mario Segura, también se ha referido al tema, haciendo alusión a que las tierras nacionales son propiedad del Estado, y por esa razón se deben poner a disposición de sembrar granos básicos y así evitar una crisis alimentaria, una vez finalizada la pandemia. 

Enfatizó que esta nueva medida va de la mano con el acceso a préstamos, como el agro crédito con un interés del 8.7 %, dando así la facilidad a que todos tengan acceso a sembrar los granos básicos.

Pero  el  PCM-030-2020 contradice el artículo 170 de la Ley de Reforma Agraria. Un decreto del Consejo de Ministros, no puede estar por encima de esa Ley y la Constitución de la República, ya que las tierras nacionales, fiscales o ejidales son destinadas para los fines de la reforma agraria. Eso quiere decir que deben ser distribuidas a campesinos y pueblos indígenas y el decreto no menciona a ninguno de estos sectores. 

El Centro de Estudios para la Democracia (Cespad), en su informe Coyunturas de los territorios, cuestiona que más allá de la concepción y gestión del programa agrario inscrito en el PCM, el tema de acceso a tierra es de preocupación para el movimiento campesino, ya que el artículo 4, del PCM-030-2020 establece que la SAG es la que administra el control de las tierras fiscales, nacionales y ejidales, cuando esta tarea es exclusividad del INA. 

Según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDESA), realizada entre los años 2011-2018, en la zona rural del país el 65 % de los hombres y el 86 % de las mujeres no tienen acceso a la tierra. En la zona urbana el 83 % de los hombres y 90 % de las mujeres tampoco tienen acceso a tierra. 

Por esa razón, los campesinos sostienen la idea de que dichas tierras van a parar a las manos de los grandes terratenientes y al control de las grandes empresas agroindustriales, ya que el PCM no se refiere a la entrega de dichas tierras al sector campesino, pequeños y medianos productores y en ningún momento se menciona de forma clara y precisa qué tipo de contratos serán utilizados para la utilización de las tierras como tampoco define el papel que debe jugar el INA. 

Campesinos niegan que han sido beneficiados por ayudas del gobierno

Mientras tanto Jasmín López, coordinadora general de las mujeres campesinas pertenecientes al Consejo para el Desarrollo Integral de la Mujer Campesina (Codimca), condena esta aprobación que ella denomina como abuso de poder, ya que este PCM solo habla de la reactivación de la agroindustria, bloqueando así el acceso a los pequeños productores del país.

«Esa aprobación se refiere a la reactivación de las agroindustrias, es decir las grandes empresas nacionales y transnacionales. No habla de apoyar a las campesinas en este caso, es por eso que afirmamos que es un PCM que atenta una vez más a la violación de los derechos humanos hacia el sector campesinado, ya que los financiamientos aprobados para reactivar el agro no son beneficios para nosotros».

De igual manera señala que el gobierno solo se ha aprovechado del movimiento campesino: «A nosotros el gobierno no nos ha apoyado en nada, a saber dónde y con quienes han invertido esas cantidades millonarias porque de nosotros solo se han aprovechado. Es por eso que como organización hemos tenido que reactivar nuestra vida orgánica y cada uno de los equipos comunitarios, para lograr producir algunos granos y hortalizas en lugares donde podemos tener acceso de un pedacito de tierra». López, asegura que la mayoría logra cultivar en los propios patios de sus casas, así que trabajan en los huertos familiares porque aunque las autoridades digan lo contrario, es a la crisis alimentaria a la que ellos se están enfrentando.

Según el último informe agrícola presentado por el Comité Nacional de Recursos Fitogenéticos de Honduras (Conarefih), se estima que el territorio nacional cuenta con un territorio, de alrededor de 11,2 millones de hectáreas, el cual contiene 1,8 millones de hectáreas de  tierra cultivable y los pastizales en más de 2,5 millones de hectáreas. Los sistemas de riego están relativamente poco desarrollados, y se estima que solamente el 15 % de las tierras regables cuenta con riego. 

Aproximadamente el 14.3 % del PIB de Honduras viene de la agricultura que ocupa casi el 40 % de fuerza laboral. La principal actividad agrícola está basada en el cultivo de los granos básicos: maíz, frijol, arroz y sorgo para el consumo. Además son importantes los productos hortícolas como el melón, que es básicamente un producto de exportación, igual que las hortalizas orientales (berenjena, cundeamor, ocra, chive y bangaña). También el tomate para consumo nacional y un porcentaje para exportación, igual que la sandía, el chile dulce y el pepino. En el caso del repollo, la yuca, la papa y la cebolla son para el consumo nacional. Los cultivos perennes más importantes en términos de volumen producido son la caña de azúcar, la palma africana, el banano, la naranja, la piña, el café, el plátano, el mango y la toronja.

Codimca, en su análisis de distribución de tierras, reafirma que esta ha sido distribuida en manos de las grandes empresas transnacionales. También que en Honduras, desde hace muchos años, se presenta una acelerada degradación de la tierra, lo que conduce a un incremento de los procesos de desertificación y sequía. Esta situación se debe a los impactos de actividades extractivas de recursos naturales, como la industria forestal, agronómica y ganadera, que al realizar prácticas insostenibles han contribuido a degradar la tierra. 

Por otra parte, la pandemia y el confinamiento ha golpeado fuertemente a la economía nacional, sobre todo a la microempresa y a quienes viven del día a día con las ventas en las calles, es por esa razón que José Sánchez, vendedor de frutas en uno de los bulevares de Tegucigalpa, se encuentra sumamente preocupado, ya que antes de que iniciara la pandemia él tenía su puesto en un mercado de Comayagüela, pero este quedó destruido después de un incendio que se suscitó el pasado 24 de abril, así que ha tenido que ingeniárselas y en compañía de sus hermanos se han apostado al final de un bulevar en su carro, y así lograr vender algo.

«Mire, esto está difícil, los precios han aumentado en un 4 a 7 % en las frutas. Además de eso, las ventas han bajado y a veces el producto se ha terminado arruinando, ya que no tenemos la certeza de qué días serán buenos o no. La situación es bien difícil, el riesgo a contagiarse cada vez es mayor, pero no hacemos nada con quedarnos en casa. Por lo menos aquí hacemos para la comida al día, ya que ayuda por parte del gobierno no se ha visto y para nosotros al rubro que nos dedicamos es algo complicado», relata Sánchez.

Mociones en el Legislativo para mitigar pérdidas

Para mitigar las pérdidas por la pandemia del COVID-19, el diputado por el departamento de Intibucá por el Partido Libertad y Refundación (LIBRE), Lenin Laínez, presentó un proyecto en sesión de Congreso Nacional que consiste en una asignación presupuestaria a cada familia productora de granos básicos no mínima de 10 000 HNL. «Este proyecto va encaminado en solucionar la emergencia alimentaria que se vive a lo largo y ancho del país. Por eso exigimos una asignación presupuestaria a las familias productoras, esto mediante estudios socioeconómicos. Esta asignación debe de estar valorada en un mínimo de 10 000 HNL, y así ayudar a nuestros productores a que puedan sembrar y producir los granos básicos».

La Ley de Seguridad Alimentaria, estipula que esta es una política de Estado de prioridad nacional, con un enfoque integral, en el marco de los objetivos y metas del Plan de Nación y Visión del País, que promueven el desarrollo nacional, mediante la ejecución de estrategias nacionales, sectoriales y regionales para brindar disponibilidad de alimentos, consumo de los alimentos y acceso de alimentos a toda la población hondureña. 

Mientras tanto la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO), sostiene que la disponibilidad alimentaria en Honduras se encuentra en una situación difícil, ya que la agricultura —y consecuentemente la capacidad nacional para producir alimentos— muestra una tendencia decreciente, que se agudiza en los últimos años. 

A principios de los años setenta, la agricultura contribuía con el 36 % al PIB, mientras que a inicios de esta década su aporte bajó al 14.3 %. Tal problema asociado a la ocurrencia de sequías anuales, causadas por el fenómeno de El Niño, provocando crisis alimentarias recurrentes en las regiones sur, centro y occidente del país, donde se localiza la mayor población campesina, que depende de su propia producción de alimentos básicos para sobrevivir. La sequía del 2001 provocó pérdidas de 145 000 toneladas de granos básicos, cifra que correspondió a más de tres cuartas partes del área sembrada. Aunque la producción nacional de alimentos creció entre los años ochenta y noventa, declinó en la segunda mitad de estos últimos años, por lo cual su crecimiento no ha sido suficiente para cubrir el crecimiento de la población.  

Mientras tanto, la expansión de la palma africana en el país ha generado pérdidas y destrucción de bosques y humedales, disminución y desvío de los cursos de agua, contaminación de aguas y suelos debido al uso de  agrotóxicos en estos monocultivos en gran escala. Esto ha impactado directamente en la salud de hombres, mujeres, niños y ancianos de las poblaciones donde se realizan estas prácticas. Las tierras que antes producían alimentos han sido transformadas ahora en grandes monocultivos de palma, y la población local pasa a depender de los mercados foráneos, que además de impactar en el costo de los alimentos impone cambios en el tipo de alimentación. Esto pone en riesgo a las comunidades de los pueblos originarios de Honduras por la defensa de su territorio, debido a la imposición de proyectos de alto impacto social, ambiental y cultural, como los monocultivos de palma africana. 

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El diputado recalca que es importante abastecer a los campesinos de fertilizante, de igual manera que puedan obtener un sistema de riego. «Es para esto que se debe utilizar el bono agrícola porque es un derecho de nuestros campesinos y que en esta crisis se necesita como una medida urgente y contundente. El Estado no debe vacilar para afirmar el tema alimentario de nuestros pueblos y es hoy que nuestros campesinos necesitan de medidas verdaderas», finaliza Laínez.

El economista Renan Barahona sostiene que, para paliar el impacto económico en sectores como el productor, se debe impulsar políticas públicas de calidad, orientadas a promover facilidades de crédito a las micros, pequeñas y medianas empresas, las cuales generan el 70 % de los empleos en el país. «Uno de los mayores problemas del campesinado es el acceso a los créditos, insumos y maquinarias para poder producir porque al final nada de esto está disponible para los pequeños productores, provocando así la escasez de alimentos». 

También menciona que ante esta crisis se podría dar una mayor escala de precios, es por esa razón que el gobierno debe de enfocarse en la verdadera ayuda, ya que sería lamentable que atravesando una crisis sanitaria, Honduras, tenga que enfrentar una crisis alimentaria.

Hace aproximadamente tres meses realicé un cambio momentáneo en mi perfil de Facebook. Cambie la información de mi género y la expresión de quien soy. Le llamé «experimento social». No todas las personas lo entendieron y algunas (muchas) de ellas criticaron. Me dijeron que era una locura, que no sabía quién era ni lo que quería para mi vida. Yo también me lo he cuestionado a lo largo de muchos años. Y es que por momentos quiero ser mujer y en otros quiero ser hombre. Mi cuerpo entero se presta para realizar estos cambios y verme bien de ambas formas. 

Mi nombre legal es Allan y jamás lo he ocultado. Pero también me gusta que me llamen Violeth, ese es el nombre con el que me siento más identificada en este capítulo de mi vida. En este momento he decidido hacer un cambio. Sin embargo, el saberme señalada y juzgada provocó que en el algún momento sintiera que mi salud mental estaba en juego y quise resolverlo porque sentía que mi vida perdía un rumbo. 

Hace un tiempo, siendo Violeth, sentí que me estaba perdiendo en la vanidad. Estaba preocupada por siempre verme bien para otros, mas no para mí. ¿Las redes sociales influían en todo? Sí, quizá estaba siendo absorbida por los cánones de belleza que nos ha impuesto el sistema  —aunque a veces pienso en que dentro de cuarenta años ya no me veré igual y quiero aprovechar para hacer todas las maravillas que me regala la juventud—. Así que decidí cambiar. De Allan se me hacía fácil el salir sin tanta producción, estar bien y complacer a muchas de las personas que me rodeaban, el vestir y actuar se me hacía más fácil. Pero ya no soy él, por ahora no me siento cómoda en ese personaje. 

Hace un tiempo conocí a un chico gay. En una ocasión comentó que sentía atracción por mí, pero que no le gustaba como Violeth, sino como Allan. Él también me gustó, siempre me llamó la atención. De esa experiencia entendí que la orientación sexual y la expresión de género son cosas muy diferentes, pero ¿qué podía hacer si él me gustaba? Decidí cambiar por la aceptación de esta persona. Pero la realidad era que yo extrañaba mucho ser Violeth y no era feliz. Entonces, un día tomé más valor y decidí detener todo y aprender que si le importo a alguien en realidad, tiene que aceptar todo de mí: el pasado, el presente y el futuro de lo que seré. Si no, no es lo que busco y merezco.

Mi familia y amigos, una vez más, estaban sorprendidos al verme actuar y salir con vestimentas diferentes a lo ya conocido de Violeth.  Para ellos todo estaba mejor cuando me identificaba como Allan. En algunos casos, como el de mi padre y mi madre, se preocupan porque piensan que al ser Violeth corro más riesgo por la discriminación y ataques que existen en contra de las personas como yo. Sé que para mis padres es una especie de luto el verme todos los días como Violeth, ya que para ellos siempre seré aquel niño pequeño llamado Allan David y los entiendo y no los juzgo. Pero él no está más, ahora soy quien soy. Sé que ellos me aman tanto y una de sus maneras de demostrarlo es respetándome, tal como lo hacen. 

A mis amigos (si son amigos reales) no les importará ningún cambio porque soy la misma persona, la misma esencia.

Haber hecho este cambio momentáneo me ayudó a darme cuenta de lo que valgo y a aceptarme como soy, sin miedo. Cuando me visto y actúo como Violeth me siento plena, segura, con mucha confianza y belleza. También me hace sentir más visible y me hace olvidar todo lo que viví siendo Allan. Sí, soy una persona trans y eso ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida.

Al criarme con padres separados, creo que para mí fue un poco más fácil expresar quién era y quién quería ser. A pesar de eso la experiencia al contar la verdad fue diferente con ambos. Existe mucho apoyo, pero a la vez confusión, tristeza y preocupación de su parte. Y les entiendo, solo quieren protegerme.

Por muchos años sentí que algo diferente pasaba en mí. Aunque al principio no sabía qué era o cómo se llamaba eso que me sucedía, ahí estaba. Desde temprana edad jugaba con barbies, me gustaba el color rosa, prefería estar con niñas que con niños (quizás con ellas podía ser yo). Hacía muchas cosas que en el esquema tradicional eran roles asignados para las mujeres, pero yo disfrutaba mucho haciéndolas .

Al conocer que a las siglas LGTB hoy en día se les agregó un signo más (LGTB+), sentí que pude encontrarme e identificarme aún mejor. Sé que ahora soy una persona transgénero, pero también sé que soy de género fluido o no binario. Puedo sentirme, verme y actuar como una mujer o como un hombre si así lo quiero y siento en determinado momento, o puede que no me sienta de ninguna manera. También puedo mezclar ambos géneros y tener endogeneidad, por eso al inicio hablé de un cambio «momentáneo».

Claro, no me cierro a que un día me levante y no quiera más esa parte femenina. Sin embargo, de cierta forma siento mucha tranquilidad porque reconozco que no se trata de falta de identidad, que no se trata de ningún desequilibrio mental. Por el contrario, soy quien quiero ser en el momento que me plazca. No debo de responder a ninguna etiqueta, a ningún patrón. Amo mi libertad.

Marchas políticas, actividades masivas, veladas boxísticas y ataques del presidente a la campaña #QuédateEnCasa. El régimen de Daniel Ortega desafía las recomendaciones de la OMS para prevenir la covid-19 e impone el secretismo.

Juan Carlos Bow para Otras Miradas*

Gregorio no se pudo despedir de su padre. Cuando se enteró que había muerto, unos hombres uniformados de pies a cabeza con un mono blanco impermeable y mascarillas, ya lo sepultaban en el cementerio norte de la ciudad de Masaya, la mañana del lunes 11 de mayo. Nadie de la familia estuvo presente en las exequias. Médicos del hospital local Dr. Humberto Alvarado solamente les informaron que falleció de una “neumonía atípica” y que la directriz del Ministerio de Salud (Minsa) era enterrarlo “inmediatamente”.

La última vez que este hombre de más de 30 años vio a su padre fue el viernes 8 de mayo, cuando ingresó de emergencia con un fuerte dolor en el pecho y tos seca, los síntomas más conocidos de la covid-19, causada por el coronavirus SARS-CoV-2. Sin embargo, en el hospital apenas les dijeron: “Al parecer, padece neumonía”.

El caso del padre de Gregorio, que podría ser insólito, no es único en Nicaragua. Desde la primera semana de mayo, decenas de vídeos y testimonios anónimos dan cuenta de entierros semiclandestinos o sin presencia de deudos, algunos en horas de la noche o por la madrugada. Todos los ataúdes van herméticamente sellados. Las ciudades de Masaya (en Suroriente) y Chinandega (en Occidente), son donde más sepelios de este tipo se han visto.

Decenas de familiares han señalado que la epicrisis de sus parientes mostraba muerte por “neumonía atípica” o “neumonía grave”, lo que no sería un impedimento para velarlos en casa, como es tradición en Nicaragua.

Por eso, la orden gubernamental de enterrar “inmediatamente” a los muertos por “neumonía” y otros padecimientos crónicos, enciende las alarmas entre médicos nicaragüenses, que consideran que el Gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo intenta minimizar la gravedad de la pandemia de covid-19.

Rótulos en Managua engrandecen la gestión de Daniel Ortega y Rosario Murillo, mientras las críticas a su manejo del Covid-19 alcanzan dimensiones internacionales. Foto: Nicaragua Investiga.

Silencio gubernamental

El martes 5 de mayo, el Minsa dejó de brindar su reporte diario sobre la situación de la covid-19 en Nicaragua. Ese día —más de mes y medio después de la confirmación del primer caso positivo de coronavirus—, el secretario general de Salud, Carlos Sáenz, dijo que Nicaragua mantenía cuatro casos activos y cinco fallecidos, acumulando 16 casos confirmados desde el 18 de marzo. El resto de la semana no hubo ningún otro reporte oficial.

Sáenz reapareció siete días más tarde ante las cámaras de los medios oficialistas, los únicos que tienen acceso a la conferencia de prensa del Minsa sobre un tema de interés nacional. El funcionario reportó nueve casos nuevos de covid-19 y admitió otras tres muertes por la pandemia.

“Se presentaron otros fallecimientos de personas que han estado en seguimiento, causados por tromboembolismo pulmonar, diabetes mellitus, infarto agudo de miocardio, crisis hipertensiva y neumonía bacteriana”, dijo Sáenz, sin precisar la cantidad exacta de muertos, que han sido enterrados de inmediato, como el padre de Gregorio.

El silencio sobre el estado de la pandemia es santo y seña del Gobierno de Nicaragua. El presidente Daniel Ortega pasó 34 días —entre el 12 de marzo y el 15 de abril— sin aparecer en público, resguardado en su vivienda y despacho del barrio El Carmen, una especie de ciudadela amurallada y vigilada por decenas de policías, que controlan un circuito de varias manzanas, que incluye un parque y calles circundantes.

Una señora espera su turno para ser atendida en un centro de salud de Managua. Foto:Nicaragua Investiga

Al cumplirse el día 34, Ortega reapareció en una cadena nacional de televisión para hablar desde su búnker sobre la covid-19. “Aquí (en Nicaragua) si se deja de trabajar, el país se muere, y si el país se muere, el pueblo se muere, se extingue”, dijo Ortega para atacar la campaña cívica #QuédateEnCasa y defender el papel de su Administración frente a la pandemia. La respuesta ha sido criticada por organismos y expertos nacionales e internacionales. El balance unánime es que el régimen pone en “riesgo” la salud de la población.

Nicaragua es el único país de Latinoamérica que oficialmente no ha cerrado sus fronteras, mantiene clases presenciales para la educación pública de primaria y secundaria, y promueve las actividades masivas, como una velada boxística de entrada gratuita que se llevó a cabo en la capital, el sábado 25 abril, mientras el mundo del deporte está en pausa por el coronavirus.

Dos jóvenes realizan su rutina diaria en Managua con guantes y mascarillas ante la creciente propagación del Covid-19. Foto:Nicaragua Investiga

El país de lo insólito

“¡Nicaragua hace realidad un hito mundial: somos el único país con un evento deportivo en vivo!”, repitió una y otra vez el animador oficial de la velada: una cartelera boxística transmitida por el programa ESPN KnockOut, de la cadena ESPN Latinoamérica. La actividad en plena pandemia volvió a colocar a Nicaragua en el radar de la prensa internacional.

Las noticias que trascienden desde este país de seis millones de habitantes son los actos insólitos contra la covid-19: la ausencia del presidente en plena pandemia; una caminata de “Amor en los tiempos del covid-19” con la participación de “brigadistas” que luego han ido casa a casa, visitando “más de 350.000 hogares”; y la convocatoria a todo tipo de actividades deportivas, turísticas y culturales, que en el segundo fin de semana de mayo sumaron 2,500, según confirmó la vicepresidenta Rosario Murillo, esposa de Ortega y vocera oficial. Designada por su marido desde el regreso del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) a la Presidencia, en 2007, Murillo ha impuesto una “estrategia de información incontaminada”: todo lo que hace y dice el Gobierno pasa por su soliloquio de al menos una hora al día. La directriz no ha cambiado ante la pandemia y más bien la información se ha centralizado al extremo.

El Gobierno también ha sido sordo a los llamados de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). “Nos preocupa la falta de distanciamiento social, la convocatoria a aglomeraciones. Nos preocupan las pruebas (de covid-19), el rastreo de los contactos y la notificación de casos. También nos preocupa lo que vemos como inadecuado en cuanto a control y prevención de la infección”, dijo Carissa Etienne, directora del organismo, a principios de abril, pese a que la funcionaria ha sido señalada como cercana al régimen.

En los días siguientes, nada ha impedido que Murillo siga llamando a actividades masivas. “Así somos y así vamos, invocando todos los días a Dios Nuestro Señor, y trabajando duro para avanzar. Mercaditos Campesinos en todo el País; Casa del Maíz, Concierto; Producción y Tecnologías de Patio, en la Plaza 22 de Agosto se presenta este Fin de Semana, y hay una cantidad de Ferias y Festivales Gastronómicos en todo el País (sic.)”, dijo la vocera el 14 de mayo, tras recitar, durante su monólogo, versos del poeta Manolo Cuadra.

La entrada gratuita y el acceso a transporte desde los barrios de Managua hacia el Polideportivo Alexis Argüello, no fueron suficiente incentivo para un lleno masivo que presenciara los ocho combates de la noche. La reciente estructura deportiva —construida como una de las sedes principales de los Juegos Centroamericanos de 2017— tiene aforo para unas 8,000 personas, pero los asistentes no superaron el millar.

“El quédate en casa, destruye el país. Por esa vía se destruye el país”, alegó Ortega durante otro discurso desde su residencia y despacho el 30 de abril, el segundo en casi cincuenta días.

Dora María Téllez, comandante guerrillera y exministra de Salud durante el primer Gobierno sandinista, que también dirigió Ortega, en los años ochenta, increpó que éste “es un régimen represivo, incapaz, inepto y descarnado”. Para la historiadora y cofundadora del Movimiento Renovador Sandinista (MRS) —disidente del FSLN—, “los que pasan todo el día en su casa, escondidos hasta del sol, le dicen a todos que salgan al contagio”.

Pese al ataque de Ortega a la campaña #QuédateEnCasa, los nicaragüenses han optado por una “autocuarentena” o aislamiento voluntario para evitar un contagio masivo de covid-19.

A principios de abril, los centros comerciales lucieron con poca actividad; el Mercado Oriental —considerado el más grande de Centroamérica— estuvo semiparalizado; en las escuelas, universidades e institutos faltaron estudiantes; las iglesias también oficiaron misas sin feligreses.

El Informe de Movilidad Comunitaria de Google reportó que, en esos días, un 45% de los nicaragüenses redujo sus salidas, y cinco semanas después un 35% sigue quedándose en casa.

El golpe de realidad

Un Protocolo de Preparación y Respuesta ante el Riesgo de Introducción del Coronavirus en Nicaragua, elaborado por el Minsa, calculó en febrero que el país tendría 32,500 afectados por la covid-19, y de ellos 8,125 serían pacientes de gravedad. “Si se toma de referencia la letalidad del 2.5% de los contagiados, podríamos tener 813 muertos. Los fallecidos son el 80% de los pacientes que requieren Unidad de Cuidados Intensivos”, admitió el Minsa en el protocolo revelado a principios de marzo por Confidencial.

Dos meses más tarde, el Gobierno reconoció 25 casos positivos y ocho fallecidos, colocando a Nicaragua en la cola de contagios en Centroamérica, pero a la cabeza en el porcentaje de muertes. Así, aún ceñidos a esos datos oficiales: más del 30% de los pacientes con covid-19 fallecían en Nicaragua, siendo el país con el mayor índice de letalidad.

Una semana después, en el informe semanal del Minsa, los casos incrementaron un 1,016%, pasando de 25 a 279 casos positivos. Los muertos, pese a las denuncias de “entierros exprés”, como el del padre de Gregorio, subieron de 8 a 17.

La información oficial es escasa. El 27 de abril, el secretario general del Minsa leyó por televisión un comunicado en menos de un minuto. “Casos activos: tres. Personas/contactos en seguimiento: toda persona que lo amerite. No tenemos transmisión local comunitaria. Seguimos trabajando con respeto, paciencia, prudencia y agradecimiento infinito a Dios nuestro señor”, dijo escuetamente.

Las cifras del Gobierno también son ampliamente cuestionadas. La Asociación Médica Nicaragüense, que reúne a cientos de profesionales de la Salud, ha criticado “la manera poco clara con que en Nicaragua se han manejado los reportes estadísticos en relación con la incidencia y progresión de la pandemia”. En el país tampoco se sabe la cantidad de pruebas de covid-19 realizadas, ni los resultados de las mismas, que están centralizados por el Minsa.

Establecimientos comerciales, bancos y empresas han implementado medidas de prevención por su cuenta ante falta de iniciativa oficial. Foto:NicaraguaInvestiga

La misma OPS admitió a finales de abril, que no cuenta con “datos para hacer una evaluación” sobre la situación de la covid-19 en el país, según dijo el subdirector, Jarbas Barbosa da Silva. “No están reportando la verdad, ni los verdaderos resultados de las pruebas realizadas en el laboratorio del Centro Nacional de Diagnóstico y Referencia (CNDR), aseguró a Confidencial una fuente vinculada al Gobierno, que ha tenido conocimiento de los resultados de las pruebas del Complejo Nacional de Salud “Conchita” Palacios, sede central del Minsa, donde está centralizada la realización de test.

Tres fuentes vinculadas al Ministerio de Salud con acceso parcial o total a las pruebas del CNDR coincidieron en una investigación de este medio que “los informes oficiales están maquillados por criterios políticos”. “Se han procesado unas 5.900 pruebas, de las cuales 4.300 dieron negativo, y 1.600 positivo”, para una tasa de contagio del 27%. “Con esta tendencia se deberían hacer miles de pruebas diarias en todo el territorio nacional, para conocer la verdadera dimensión de la pandemia y, sobretodo, la circulación de casos asintomáticos”, añadió una fuente del Minsa.

El Gobierno, sin embargo, hace caso omiso a los requerimientos de la OPS y al llamado de transparentar los datos de las pruebas de covid-19, y hasta ahora sigue sin admitir explícitamente que el país ha entrado en la fase de transmisión comunitaria, que precede el incremento exponencial de los casos y el eventual colapso del precario sistema hospitalario. Nicaragua dispone de menos de 6.000 camas hospitalarias y solo 160 ventiladores, que a marzo de este año, según fuentes médicas, estaban usados en un 80% por pacientes con otras patologías.

Ante la falta de información oficial, un grupo multidisciplinario autoconvocado creó a principios de abril el Observatorio Ciudadano COVID-19, que reporta el avance de la pandemia, a partir de las denuncias de la población.

Hasta el 22 de mayo —fecha de su reporte más reciente— el Observatorio Ciudadano registraba ocho veces más casos que los reconocidos por el Gobierno, con un acumulado de 2.323 presuntos contagios. Esta cifra incluye 465 muertes, presumiblemente por covid-19 (404), según los médicos que colaboran con el Observatorio, o por algún tipo de neumonía (61), como la que el Minsa afirma que mató al padre de Gregorio, en Masaya.

La cifra también incluye a no menos de 180 médicos y personal de Salud que han presentado sintomatología asociada a covid-19. Pese a estar en la “primera línea” contra la pandemia, hasta mediados de abril el Gobierno prohibía el uso de mascarillas, guantes o alcohol en gel entre el personal hospitalario “para no alarmar” a la población.

“Dijeron que todo estaba bien, que había pocos casos, y que si usábamos tapabocas íbamos a alarmar a la gente”, relató Graciela, una doctora que trabaja para el Minsa desde hace más de una década.

“Están exponiendo a todo el personal médico”, reclamó el doctor José Antonio Vásquez, miembro de la Unidad Médica Nicaragüense (UMN), una organización gremial de doctores del sector público y privado. “Esto —agregó— sucede a nivel de centros de salud, donde también se atiende a la población con síntomas sospechosos de coronavirus, y en los grandes hospitales de las ciudades. Es algo que se está repitiendo en todas las unidades de salud”.

Pese a que el Gobierno de Ortega ha hecho su propia realidad sobre la pandemia, y camina en sentido contrario a las recomendaciones internacionales para prevenir los contagios, las alarmas se siguen encendiendo.

La Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides), independiente, alertó en un informe de abril que, si el Gobierno no establece medidas de prevención, a mediados de junio habrá 119.703 contagiados y al menos 650 muertos por covid-19 en este país centroamericano.

“El discurso de Ortega es criminal”, valora la exministra de Salud, Dora María Téllez. “Ya no es simplemente negligencia, sino que es una acción deliberada que pone en riesgo la salud de la población. Cuando Ortega, que tiene una voz de autoridad, dice que no va a pasar nada, hay gente que simplemente, dentro de su humildad, le cree”.

La ciudadanía nicaragüense toma sus propias medidas de protección, como este vendedor ambulante que se protege con mascarillas para realizar su jornada en las calles soleadas de Managua. Foto:Nicaragua Investiga

Un modelo de salud “familiar”

El Gobierno de Ortega y Murillo ha basado su estrategia de lucha contra el coronavirus en su “modelo de salud familiar y comunitario” que, según los funcionarios estatales, ha sido efectivo para enfrentar epidemias globales, como la H1N1, y locales, como la leptospirosis o la malaria.

Ese modelo está integrado por unidades de Salud departamentales y municipales. Los municipios han sido divididos por sectores, que constantemente son vigilados y visitados por funcionarios de Salud.

La oposición nicaragüense representada en la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, y la Unidad Nacional Azul y Blanco, surgidas tras las protestas de abril de 2018, han propuesto acciones para prevenir el contagio, que incluyen promover el distanciamiento físico, realizar y descentralizar las pruebas masivas de covid-19 y transparentar sus resultados, además del acceso a recursos para enfrentar la pandemia y asistir a la población económicamente vulnerable, en un país donde siete de cada diez nicaragüenses trabaja en la economía informal.

La propuesta incluye una reforma del Presupuesto General de la República, la creación de un fondo de emergencia, la liberación de los presos políticos, el restablecimiento de derechos constitucionales, así como una moratoria de tres meses del pago de servicios básicos, del Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI), el Impuesto de Valor Agregado (IVA), la Cuota Fija y otros tributos.

La respuesta oficial a la propuesta vino desde la Asamblea Nacional, dominada por el FSLN. El diputado oficialista, José Antonio Zepeda, reclamó: “¿Por qué no se sacan (el dinero) de sus bolsas? Creo que las demagogias, los discursos no nos convencen a los trabajadores que a diario sabemos lo que es desarrollar actividades económicas, políticas y sociales”. El parlamentario del FSLN es maestro, pero tiene años de no ejercer la docencia, dedicado a su carrera política primero como líder sindical y después como legislador.

El orteguismo prefiere seguir apostado por las visitas casa a casa en todo el país, pese a la reprobación de los expertos, que alertan sobre la exposición al contagio de la población y de los funcionarios.

Gregorio no recuerda que su vivienda en Masaya haya sido visitada por alguna unidad médica del Gobierno. La última vez que vio un trabajador de Salud fue cuando le dijeron que su padre había muerto, sin decirle abiertamente que fue de covid-19. Siempre tendrá la duda. Pero, por lo pronto, tomará las medidas de prevención para evitar otro caso de “neumonía atípica” en su familia. Y terminar enterrado sin vela, en un país donde los gobernantes insisten en negar el impacto de la pandemia.

Puede escuchar el podcast relacionado AQUÍ

*Otras Miradas es una alianza de periodismo colaborativo integrada por medios independientes de México y Centroamérica. Como parte de esta iniciativa presentamos la serie “Coronavirus desde otras miradas” en la que participan Desinformémonos (México), Chiapas Paralelo (México), Agencia Ocote (Guatemala), No-Ficción (Guatemala), Gato Encerrado (El Salvador), Contracorriente (Honduras), Radio Progreso (Honduras) Nicaragua Investiga (Nicaragua), Onda Local (Nicaragua) y Confidencial (Nicaragua).

                                                        La belleza es el sueño de una tarde, el sur, donde descansan los hombres que liban las colmenas de lo invisible.

 Carlos Ordóñez 

Nací en el sur de Honduras y apenas con unas cuantas horas de vida mis abuelos me recibieron en su casa en Orocuina (un pueblito rodeado de ríos y montañas). Han pasado muchos años y muchas almas desde entonces. Ahora vivo en Tegucigalpa, pero de Orocuina guardo los recuerdos más hermosos de mi infancia. Aquellos enormes árboles, el jardín que cuidaba mi abuela, las historias y leyendas que se contaban todas las tardes, eran parte del maravilloso universo que disfruté en ese hogar que se convirtió en mi refugio y uno de mis más preciados tesoros. En aquel lugar aprendí a escuchar a los pájaros, a ver las flores, a cuidar de las plantas y de los animales, a ser sensible, a no tener miedo. Este sigue siendo el hogar de mi abuela Adela, y a pesar de la distancia cada vez que puedo viajo para verla. Llevo más de dos meses sin visitarla, a causa de la pandemia.

A raíz de la muerte de mi abuelo, mi abuelita manifestó recaídas y nuevos padecimientos en su salud. A pesar del apoyo y compañía de sus hijos y nietos, y de ser una mujer fuerte, la ausencia de su compañero de vida la golpeó muchísimo. Ha tenido que someterse a algunos tratamientos, cirugías menores y a una nueva dieta alimenticia. En sus días de crisis traté de bloquear cualquier pensamiento que me llevara a la posibilidad de que ella me faltara pronto y ahora en medio de la amenaza viral también lo hago.  

Mi abuelo y abuela se enfrentaron juntos a muchas circunstancias complejas a lo largo de sus vidas. Por ejemplo, fueron testigos de muchas de las atrocidades que ocasionó el huracán Fifí en el año 1974. Mi abuelito siempre contaba muchas historias sobre esos días y todos los problemas económicos que ocasionó este fenómeno en su hogar y el de muchas familias en el país. Una de las actividades a las que él se dedicaba era a la ganadería, y el paso del Fifí  dejó secuelas muy graves que obstaculizaban el traslado de los animales y la producción de la leche y los cultivos. 

El tiempo pasó y de alguna manera lograron recuperar sus pérdidas y salir adelante. Pero años más tarde un nuevo desastre azotó al país entero: el huracán Mitch. En esta ocasión yo tenía 14 años y desde Tegucigalpa viví la angustia de saber que mis abuelitos estaban en Orocuina y corrían peligro. Una pequeña quebrada que pasaba a 200 metros atrás de sus casas se desbordó y su fuerza logró derribar el muro de aquel hermoso patio. Mi abuelo se resistía a dejar su casa y sus cosas, mientras tanto mi abuela estaba siendo trasladada a otro lugar más seguro. Aquel fue un día lleno de incertidumbre y angustia: perdimos la comunicación con mi abuelo. Mientras mi mamá trataba de convencerlo para que saliera de casa, la llamada telefónica se cortó y no supimos más de él el resto del día y de la noche.

Mi papás, mis hermanos y yo nos quedamos durmiendo juntos. Decidimos pasar la noche en la misma habitación porque estábamos atentos a cualquier llamado, a cualquier comunicación que nos diera noticias de mis abuelos. Al siguiente día, mi papá logró comunicarse con alguien del pueblo que vivía en una zona más segura, entonces pudimos constatar que mis abuelitos estaban a salvo y bajo el cuidado de una parte de nuestra familia. 

Para ellos fue duro saber que su casa estaba en ruinas. Después de muchos días,  lograron regresar a su casa, construir un muro más fuerte y seguro, y comenzar a reconstruir su hogar. Muchas cosas no volvieron a ser iguales, el huracán se llevó recuerdos materiales que significaban mucho para la memoria de mi  familia. Hasta el día de hoy mi abuela siente nervios y no puede dormir cada vez que llueve. 

Nunca he pensado tanto en mi abuela como en estos días de confinamiento. Esto me ha llevado a dudar sobre la manera en que nos han enseñado a valorar la vida humana. Es que no considero la edad como una categoría para definir el comportamiento y la importancia de una persona. Tampoco estoy de acuerdo con que la edad sea un indicador del derecho de alguien para seguir viviendo. La vejez no es un diagnóstico. Así como pienso en mi abuela también pienso en el resto de las personas de su edad. Cuando inició esta pandemia, muchos y muchas se mostraron indiferentes al escuchar que los adultos mayores eran los más vulnerables ante el virus. Al parecer, tener setenta u ochenta años significa ser menos importante y que a estas edades vivir o morir no es un tema relevante. «Ya está viejito, ya se puede morir», «está robándole oxígeno al planeta más bien», son comentarios que he tenido la desafortunada oportunidad de escuchar.

En Honduras, por ejemplo, el Estado no crea políticas públicas convenientes para la población de adultos mayores. Sin embargo, podría ser más rentable protegerla y apoyarla, ya que el 99.5 % de los hondureños con más de sesenta años pertenece a la población económicamente activa. Un gran porcentaje de todos los hogares del país es sostenido por un adulto mayor: una abuela o un abuelo que sale a trabajar todos los días para ganarse el alimento diario. En el interior del país, muchos trabajan en espacios tan fundamentales para nuestra vida cotidiana como la agricultura, la pesca y la construcción. En Honduras, miles de personas mayores no se pueden dar el lujo de «ser una carga». No tienen quién se encargue de sus necesidades básicas ni de su bienestar. Tienen que ganarse la vida trabajando de manera ardua y pasan sus años de senectud pensando y luchando por el sostén de sus familias.

El pasado 14 de abril cumplí 36 años. Desde que tengo memoria, todos los años en esta fecha, recibo una llamada que sale de la casa de mis abuelitos maternos. En esta ocasión ya no estaba la palabra de mi abuelo Juan Pablo, porque como lo dije antes, hace un par de años falleció. A pesar de eso, mi abuela Adela continúa con esa hermosa tradición, tan esperada por mí. Conversamos, entre muchas cosas, sobre el confinamiento. Le conté sobre mi trabajo, le dije que la extraño y que iré a verla en cuanto se pueda. Por su parte, me dijo que se siente agradecida porque la vida le ha permitido vivir desde desastres naturales hasta una pandemia, porque ha sido creadora de vida, porque ha conocido el amor, el dolor, y todas las bondades y adversidades del universo. 

Dicen que nuestras abuelas maternas nos cargan en sus vientres al mismo tiempo que lo hacen con nuestras madres. Leí por ahí que cuando fuimos gestadas, ya portábamos todos los óvulos que íbamos a tener durante toda la vida, en forma de ovocitos inmaduros. Me gusta mucho esta teoría porque me hace sentir más cercana a mi abuelita Adela y porque me confirma el amor y todas esas historias que hemos tejido juntas.

Mis abuelitos me dieron el lenguaje de la gratitud y el amor, que para mí es todo. Añoro el momento en que pueda abrazar a mi abuela de nuevo. Mientras tanto aguardo en casa e imagino que pronto llegarán los días en que los abrazos y los besos ya no sean posibles armas letales. Nos sentaremos juntas a escuchar a mi abuelito a través del viento y del canto de los pájaros, a contemplar la belleza de su jardín, a seguir recordando y a disfrutar de su inmensa palabra.

Las calles de una megalópolis como Ciudad de México se han vaciado con la reclusión forzosa de la ciudadanía, y la noche adquiere un aspecto siniestro para las miles de trabajadoras sexuales, con menos clientes y más expuestas al abuso y la extorsión.

David Avendaño (Krizna) y Gloria Muñoz para Otras Miradas*

Las populares calles del barrio de La Merced, en el centro histórico de la ciudad, las banquetas de la colonia Obrera, los alrededores del Monumento a la Revolución, la congestionada avenida Tlalpan–todas ellas zonas en las que se ejerce el trabajo sexual–, están prácticamente desiertas.

Las 7,500 mujeres y trans que viven del comercio sexual en la Ciudad de México enfrentan la peor crisis de la que tienen memoria. Aseguran quela clientela ha decaído hasta en un 90%,y muchas no sólo se han quedado sin trabajo, sino también sin casa, pues vivían y trabajaban en los hoteles que fueron cerrados el pasado 1 de abril a causa de la Covid-19.

“No hay lugar para la esperanza”, dice Sandra, 42 años, en una desolada avenida Tlalpan, su lugar de trabajo desde hace más de dos décadas. A las extorsiones policíacas, las violaciones, las agresiones de clientes, agentes y explotadores ahora se suma la crisis económica, que ha dejado a algunas de ellas en la calle, sin comida ni techo. Una tarjeta de mil pesos (42dólares) para tres meses es la ayuda que han recibido del Gobierno de la ciudad.“Peor es nada”, dicen, mientras hacen fila para recibir el documento.

La Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer Elisa Martínez, que respalda a las trabajadoras sexuales desde hace más de 25 años, publicó a finales de 2019 un informe con un listado de 30 indicadores para medir la violencia hacia las trabajadoras sexuales en México. Actualmente, a la luz de la emergencia sanitaria, han detectado un incremento de las agresiones en 21 de los30 indicadores, entre los que destacan la violencia institucional y económica.

“Ante la prohibición del comercio sexual, el crimen organizado y delincuentes de barrios donde había trabajo sexual, han ‘acogido’ a trabajadoras sexuales, que son víctimas de violencia, extorsión, robo, violación y privación de libertad”, relata el informe.

Sandra, trabajadora sexual trans, ofrece sus servicios sobre avenida Tlalpan, en la Ciudad de México, a pesar de la pandemia. Foto / Brian Torres.

La Brigada Callejera da cuenta del aumento “del señalamiento y estigmatización de las trabajadoras sexuales, ya que no pocos sectores de la población, de los grupos políticos gobernantes y de la prensa mexicana, las consideran un grupo que contagia el covid-19 a sus clientes”. El comercio sexual no ha desaparecido a pesar de la pandemia, y ha aumentado la extorsión de funcionarios públicos, que exigen mayores cuotas para dejarlas trabajar. Paralelamente, continúan los asesinatos y desapariciones en todo el país.

“La autoorganización ha sido la mejor respuesta de las trabajadoras sexuales ante la amenaza de contagio delacovid-19”, subraya la Brigada Callejera, “y también frente a las acciones que el Gobierno ha emprendido y que han afectado a su economía familiar, el acceso al trabajo, al hospedaje y en general al disfrute de sus libertades y derechos”. La organización autogestionada del colectivo facilita comedores y colectas de víveres, medicamentos, colchonetas, cobijas y dinero para las más desprotegidas. Uno de los fundadores de la Brigada Callejera, Jaime Montejo, falleció el 5 de mayo por Covid-19 después de recorrer siete hospitales, que le negaron el ingreso por falta de cupo. Grupos de trabajadoras sexuales le rindieron un último homenajeen la calle.

Mascarillas, gel antibacterial y nada de besos

Sandra todavía hace servicios en algún rincón de la calle o en el automóvil del cliente. Se cuida, dice, con mascarilla, gel antibacterial y no da besos. En cambio Laura, de 40 años, lleva cinco trabajando en las calles del centro histórico, y ha tenido que decir basta desde que se declaró el estado de emergencia sanitaria en México. No por voluntad propia, sino a causa del cierre de los hoteles. Vive en el municipio de Chalco, Estado de México, uno de los de mayor contagio de todo el país. Tiene dos hijos que no saben a qué se dedica y que dependen económicamente de ella. De un día para otro se quedó sin dinero para comida, azúcar, jabón, gas, luz y alquiler. Ahora, con el dinero que gana con la venta de cosméticos por catálogo come “un día sopita, otro día frijoles, y una vez a la semana, pollo”.

Como la mayoría de sus compañeras, Laura se enteró de la pandemia por la televisión. Al principio no se lo creía. Después vinieron las medidas sanitarias y se fue adaptando. Los primeros días, cuando los hoteles seguían abiertos, trabajó con gel y mascarilla, “y los clientes también traían y se la dejaban durante el acto sexual”.

Hasta un 90 por ciento ha decaído el trabajo sexual en las calles de la Ciudad de México. Foto / Brian Torres.

Tiene, al menos dónde dormir. Otras mujeres acudieron a un albergue provisional que el Gobierno abrió durante dos días, y después, las que tienen familiares pudieron encontrar acomodo. Hay otras, obligadas a deambular por los alrededores de los hoteles, que esperan la reapertura en cualquier momento.

Claudia Torres Patiño estudia doctorado en Derecho en la Universidad de Harvard (EEUU). Investiga sobre el trabajo sexual y además es voluntaria de la campaña Haciendo calle, que apoya a las trabajadoras. En entrevista telefónica advierte que en distintas zonas de la Ciudad de México, como Puente de Alvarado, Jardín de San Fernando,Tláhuac y en la salida del metro Los Olivos, el trabajo no sólo ha disminuido a causa de la Covid-19, sino “ya desde antes por la crisis económica, porque hay menos dinero para pagar el trabajo sexual, y no hay tantos clientes”.

En la calle, advierte, hay muchas formas de violencia, y una de ellas, específica de las trabajadoras, es la violencia emocional. “Son mujeres que crecieron sintiéndose no merecedoras de amor, les es difícil dar y recibir confianza, lo que dificulta las relaciones sociales y personales.Viven en un ambiente hostil, en una selva de hormigón”, situación que, explica, las hace más vulnerables frente a la pandemia.

A las extorsiones policiacas, violaciones y golpes, se suma ahora una crisis económica sin precedentes para las trabajadoras sexuales. Foto / Brian Torres.

En opinión de Claudia Torres, hay una gran falta de información: “Muchas desconocen la dimensión del contagio; otras son conscientes del virus, pero de cualquier forma tienen que trabajar; y otras, con o sin información, se han quedado sin trabajo”. Torres considera que el cierre de los hoteles de trabajo es una medida discriminatoria, porque “tuvo un impacto diferenciado y desproporcionado sobre un grupo históricamente excluido, y dejó a la gente en la calle sin medidas paliativas”. “No tienen ahorros, viven al día, tienen hijos y la mayoría es jefa de familia”.

Luna, Laura, Sandra, Betza y Estrella, todos nombres ficticios para trabajar, padecen una situación económica difícil. Betza tiene 32 años, de los que ha pasado 10 en las calles del barrio de la Merced. Mantiene a su hijo, a sus padres y a su pareja, pero el trabajo ha caído en un 80%. La violencia económica hoy es la peor de todas. Constantemente recibe insultos y extorsiones de la policía. “¡Puta barata!”, le gritan a su paso. Y ahora se siente más discriminada por continuar trabajando. “Me dicen que los puedo contaminar, pero yo cumplo con las medidas sanitarias y me protejo”, precisa. “Hay clientes que les incomoda la mascarilla y me piden que me la retire. Y, pues,me la quito”. A Betza su “representante” le comunicó que había un virus, pero, dice,“ pensé que era un mito. Empecé a creer que era verdad cuando todos se comenzaron a guardar en sus casas,y empezó a verse poca gente en la calle”.

Acostumbrada a vivir en un clima de violencia, Betza lamenta que la policía no la cuide y que, por el contrario, la hayan golpeado, amenazado e insultado. “Para el Gobierno, no valemos nada, por eso nos ofrece mil pesos para tres meses, porque hay desprecio”.

Ingrid, afuera de El Encanto, uno de los muchos hoteles que fueron cerrados por la pandemia.Foto / Brian Torres.

Estrella viste un pantalón ajustado gris y una blusa negra. No trabaja y espera su turno en la fila para recibir el subsidio del Gobierno. Tiene 40 años y es una de las miles de migrantes internas que llegan a la Ciudad de México en busca de oportunidades. Nació en el estado norteño de Zacatecas, y mantiene sola a tres hijos de 7, 4 y 2 años de edad. En época normal tenía hasta siete clientes al día. Ahora, apenas llega a uno por día. Trabaja, además, como empleada doméstica y gana 80 pesos diarios (menos de cinco dólares). Teme que su trabajo “se va a acabar”.

La Casa de las muñecas

A norte de la Ciudad de México, en la zona popular de Cuautepec, hay el refugio Casa de las muñecas Tiresias y albergue Paola Buenrostro. Kenia Cuevas, directora general, defensora de derechos humanos y promotora de la prevención del VIH-SIDA, recibe a Desinformémonos en su oficina, que ahora se ha transformado en una pequeña bodega de víveres para ser repartidos durante la pandemia.

Kenia, 46 años, es trans. Hace cuatro años presenció el asesinato de su amiga Paola Buenrostro y ha padecido las omisiones del Gobierno de la ciudad en la prevención de la violencia contra las trabajadoras sexuales, razón por la que decidió organizarse para proteger a sus compañeras. El trabajo y su compromiso crecieron hasta organizar un espacio de intervención integral, para la reinserción laboral, económica y social de las trabajadoras sexuales transgénero, sin “pelearse con esta actividad”,que ha ejercido desde los 9 años,y que cada día“conlleva más riesgos para la comunidad trans”. Así nació la Casa de las muñecas Tiresias, un espacio inaugurado en diciembre pasado para albergar a trabajadoras en riesgo, pero que tres meses después, en plena pandemia, se abrió a “las chicas más vulnerables, que tenían su residencia en hoteles y fueron expulsadas a la calle”.

«Cerrado por contingencia», es el letrero que en los hoteles en los se ejercía el trabajo sexual. Foto / Brian Torres.

Como no pueden atender a todas en el albergue,algunas salen a la calle para distribuir comida en puntos estratégicos del trabajo sexual. También apoyan a familias de bajos recursos, a personas que viven en la calle, consumidores de drogas y a personas privadas de su libertad con VIH.

En la Casa de las muñecas predomina el color blanco y resaltan grandes ventanales por los que entra la luz. Las inquilinas van y vienen por el interior, se juntan para la comida y para organizar el apoyo durante la contingencia sanitaria. Michael Calderón, trans de 50años, se encarga de la administración del albergue y de la organización de las redes sociales, a través de las cuales llama a toda la comunidad a respetar las medidas sanitarias y el confinamiento.

Karina Cruz, otra de las colaboradoras, tiene también 50 años pero aparenta más. No son sólo las arrugas, sino las cicatrices de una agresión brutal por parte de dos policías, que le vaciaron disolvente y le prendieron fuego. Ahora trabaja como estilista a domicilio, y desde el refugio pide a sus compañeras trabajadoras que “se busquen otro oficio” y, si no pueden, “que se cuiden mucho”.

“El Gobierno obviamente no tiene la capacidad de mantener a todas las personas necesitadas, ni de garantizar sus condiciones de vida de antes de la crisis. Con las tarjetas de apoyo se trataba de mantener niveles de subsistencia, pero con mil pesos,ni para frijoles”,dice la doctorante de la Universidad de Harvard, Claudia Torres.

Fila para la entrega de tarjetas con ayuda económica para las trabajadoras sexuales más vulnerables. Foto / Brian Torres.

Falta coordinación entre las instancias de gobierno e información, hay un exceso de burocracia y, sobretodo, el apoyo institucional para enfrentar la emergencia de las más de 7.000 trabajadoras sexuales es insuficiente.

“Entre ellas hay un sentimiento de traición y de humillación”. El panorama, concluye Torres, “es más que desolador”. Pero podrían apoyarlas si reabrieran los hoteles y funcionaran como residencias temporales, de tal manera que al menos se resolviera el problema de vivienda. De lo contrario “seguirán vulnerables al contagio y al hambre”.

Ivana muestra la tarjeta que la acredita para recibir mil pesos (37 euros) como ayuda para sobrevivir tres meses durante la emergencia sanitaria. Foto / Brian Torres.

*Otras Miradas es una alianza de periodismo colaborativo integrada por medios independientes de México y Centroamérica. Como parte de esta iniciativa presentamos la serie “Coronavirus desde otras miradas” en la que participan Desinformémonos (México), Chiapas Paralelo (México), Agencia Ocote (Guatemala), No-Ficción (Guatemala), Gato Encerrado (El Salvador), Contracorriente (Honduras), Radio Progreso (Honduras) Nicaragua Investiga (Nicaragua), Onda Local (Nicaragua) y Confidencial (Nicaragua).

Recuerdo el primer día del restaurante, todos los meseros estaban nerviosos (eran menores de 20 años y nunca habían trabajado). Arrancamos con pocos cocineros que sí tenían experiencia y estaban acostumbrados a hacer turnos con muchos pedidos, al punto de no poder levantar la cabeza en todo el día. Estaban emocionados y nerviosos. Javier (mi esposo) y yo no cabíamos de la emoción y de los nervios, pero jamás nos esperamos lo que pasó.


Abrimos en un edificio nuevo que nadie conocía, al sol de hoy, la mayoría de la gente en Tegucigalpa todavía no lo conoce. Abrimos con las paredes casi blancas y cero decoración, porque nuestro presupuesto no nos lo permitía. El proveedor de las mesas y sillas nos quedó súper mal: ¡eran horribles! Solo teníamos un horno de leña gigantesco, sin estufa y el equipo básico en el área de meseros. Recuerdo también que vendimos nuestro amado carrito, con el que anduvimos recorriendo todo Honduras. Comenzamos con la ayuda de un socio que siempre creyó en nosotros y que fue y ha sido un apoyo importante desde el inicio y, obviamente, con el apoyo de nuestra familia por la cual todo comenzó.

Abrimos las puertas en mayo de 2016, exactamente a las 11:30 a. m., y para las 12:15 p. m.  estábamos a full capacidad, ¡fue un desastre maravilloso! Los meseros estaban totalmente confundidos y nerviosos, los cocineros dando el todo para sacar las órdenes lo más rápido posible. Javier y yo nos mirábamos y nos reíamos con nervios y pensábamos: ¿de dónde salió toda esta gente? Les tengo que explicar que no habíamos hecho ninguna gira de medios, no habíamos contratado ningún especialista en marketing, no hicimos inauguración con corte de cinta y champagne, ningún padre regó agua bendita, no había ningún diario o revista, es más, creo que no teníamos ni siquiera redes sociales cuando abrimos.

Desde el primer día de apertura nunca paramos. Corregimos los errores en el camino y cada vez más mejorábamos nuestro servicio. Los meseros fueron agarrando confianza, nuestro menú se fue expandiendo de un par de pizzas y entradas, a un menú completo. Tuvimos que equipar bien la cocina porque los clientes nos pedían cada vez más variedad. 

En este mes de mayo, estaríamos cumpliendo 4 años desde ese primer día caóticamente bello. Desde ese día hasta el 15 de marzo de 2020 pasaron miles y miles de historias, recuerdos, experiencias, días malos y días buenos. Tanto que podría hacer un libro de varios volúmenes contándolo todo.

Abrir un restaurante es para valientes, locos, o un poco de ambas, pero el mundo de la hospitalidad «es un mundo de piratas», como dijo Anthony Bourdain en su libro Kitchen Confidentials. Las horas son interminables, no hay feriados ni días libres. Mientras todos están de vacaciones o relajados, la vida en un restaurante nunca para. Javi y yo entramos al mundo de la gastronomía por puro amor y pasión a la cocina, crear momentos y recuerdos en los paladares de las personas. En mi caso, poco sabía de las consecuencias de meterme a este mundo en el que, como en muchas o en casi todas las profesiones, es el doble de difícil para las mujeres. Poco sabía que muchas veces iba a tener que decidir entre cumplir mi turno o dormir a mis hijos, o que los domingos iba tener que pasar el día cocinando y atendiendo clientes recién salidos de sus misas e iglesias, solo para soportar en algunos casos sus tratos de tipo «esclavistas» (ellos los dueños, nosotros sus esclavos). Muy poco sabía, que al meterme a este mundo, mis hijos iban a comer, hacer tareas, en algunos casos aprender a caminar, a decir sus primeras palabras y a veces hasta dormir en el restaurante, hasta que mami y papi terminaran el turno y cerraran el restaurante.

Ahora que lo pienso este año fue el primero en que trabajé en el día de la madre, desde que me convertí en mamá hace 11 años. Tuvo que aparecer una pandemia, para que pudiera descansar por primera vez en el día de la madre. No me malinterpreten, amo mi profesión, amo lo que hago y durante los últimos 13 a 14 años que he estado en este mundo, he vivido y he aprendido muchísimas cosas, tanto dentro como fuera de la cocina. He trabajado desde mesera hasta asistente de cocina. En la carrera de cocina nos enseñan desde cómo limpiar los baños del restaurante, hasta cómo manejar el el puesto más alto en la cocina.

Tener un restaurante es casi como tener un hijo. En nuestro caso, el restaurante nos abrió las puertas para conocer a muchísima gente increíble, muchos de los cuales ahora se han convertido en amigos, casi en familia. No creo que en otro trabajo lo hubiéramos logrado de la forma en que lo hicimos con nuestro propio restaurante. Muchos clientes se convirtieron en amigos,  llegamos a querer a colaboradores como a nuestros propios hijos, muchos proveedores se convirtieron en nuestros aliados, esto, es lo más maravilloso que pudimos haber sacado de estos últimos 4 años.

Antes de que el gobierno anunciara la cuarentena, nosotros ya sentíamos que algo no estaba bien, ya que cuando por fin las ventas estaban subiendo, de un día a otro bajaron drásticamente y trabajamos hasta donde pudimos. Lastimosamente no nos podíamos dar el lujo de cerrar desde antes que anunciaran las medidas de confinamiento, como otros restaurantes que sí pudieron hacerlo. Obviamente, sabíamos que estábamos hasta cierto punto exponiendo a nuestro equipo y a nosotros mismos, finalmente tomamos la decisión de no abrir hasta saber que iba a pasar y al día siguiente, declararon cuarentena absoluta.

No pudimos despedirnos de nuestro staff, no tuvimos una última «comida familiar» con nuestro equipo, no pudimos estar con ambos turnos juntos. Tampoco pudimos despedirnos del cliente chileno que llegaba todos los días a comer solo y pedía lo mejor del menú con 2 copas de vino, no nos pudimos despedir de nuestro cliente dentista que llegaba a tomarse una copita de vino y a platicar con los meseros. No nos pudimos despedir de nuestro proveedor de hielo con quien teníamos una relación de amor y odio porque siempre dejaba el piso mojado justo cuando lo acaban de limpiar. No nos pudimos despedir de nuestros chicos… creo que esto es lo que todavía me pone mal. Pensar que el 14 de marzo fue nuestro último día de servicio, me hace sentir que no tuve el cierre que merecíamos. Simplemente no hubo un final justo y era necesario ese cierre definitivo para poder seguir adelante con nuestras vidas. Así es como se siente recordar el último día que abrimos.

Hay varias razones por las cuales abrir un restaurante no volverá a ser igual. La primera es porque creo que los Hondureños en general, somos desconfiados —puede ser por que desde el principio de nuestra historia hemos sido engañados: los españoles, los gringos con su chiquita banana y por supuesto los políticos que a través de la historia solo han sabido saquear y torturar a su mismo pueblo—, por lo tanto hacer que el consumidor regrese a un restaurante, donde hay más de 20 personas a distancias muy cortas, donde probablemente y por un buen tiempo, lo primero que se nos va a venir a la mente es que todas las cosas y todo el mundo tiene coronavirus, va a ser bien difícil de superar y no solo en Honduras si no que a nivel mundial. Probablemente ni yo voy a querer que alguien se me acerque mucho, y no voy a querer tocar ni las mesas, ni los menús —de por sí ya tengo una manía con la higiene y limpieza, no digamos ahora—. 

La segunda razón: lastimosamente después de la cuarentena se viene una recesión económica mundial. Miles de personas sin trabajo, miles de negocios cerrados. Los negocios en línea van a aumentar exponencialmente, los trabajos desde casa también aumentarán, incluso la educación,  habrá un giro en la forma de enseñar. De repente nos estamos dando cuenta, que hay varias cosas que podemos hacer en línea y que no es necesario presentarnos físicamente en algún lugar —como los restaurantes lastimosamente—.

Incluso se me han cruzado por la mente, varias razones para no volver abrir un restaurante propio de nuevo. Pero la razón principal es porque se sacrifican muchas áreas de la vida personal, por ejemplo: mi tiempo con mi familia. 

Espero que algún día podamos regresar a la interacción humana que se da en los restaurantes, que la gente llegue porque al primo o al compañero de trabajo le fascinó y se lo recomendó, que la gente llegue porque quiere probar algo nuevo y diferente sin perder la calidad y que lo disfrute con amigos, familia, compañeros de trabajo y pasen un buen tiempo; porque al final se trata de brindar una experiencia en todos los sentidos y porque son el corazón del lugar, los clientes, —incluso esos, a quienes queremos prohibir la entrada para siempre—.

Mi mamá siempre me ha dicho: “puede ser que ahorita no entendás por qué pasan las cosas, pero todo pasa por algo y Dios tiene todo planeado”. Para mí siempre había sonado como una excusa para justificar todo lo malo que estás pasando, pero con los años, es como que me han quitado una venda y ya puedo entender esa frase que mi mami me ha dicho toda la vida. No tenemos la menor idea de lo que pasará, no sabemos siquiera por dónde volver a empezar, pero irónicamente estas últimas semanas son las que mas tranquilos hemos estado, hemos podido pasar tiempo con nuestros hijos —a veces se siente que son parte tan parte de mí que ni al baño puedo ir sola— estas últimas semanas, Javier y yo nos hemos consolidado más como pareja, hablamos más de nosotros, de nuestra relación y de que queremos en el futuro y pues, hemos llegado a la conclusión de que sobre todas las cosas, queremos paz y queremos ser felices.

Nuestro futuro es muy incierto, así como el de miles de personas, pero una lección que si hemos aprendido de todo esto es que la vida no se trata de cosas materiales, ni dinero, ni éxito, si no de estar en paz con uno mismo y con tus seres queridos… y de ser felices.


Sabemos que la próxima etapa de nuestras vidas no va ser fácil y así mismo va a ser para muchas personas en nuestro país y el mundo. Pero algo que todos deberíamos sacar de estos meses en cuarentena, es que tenemos que cambiar nuestra forma de pensar, de actuar, de tratar a los demás y volvernos más humanos, valorar más las cosas que no tienen valor económico, —como nuestras relaciones personales, familia, amistades, el prójimo, el medio ambiente, los valores, el trabajo honesto, el arte, la cultura, la música, en fin, tantas cosas que valorar—, y más ahora, cuando hasta hace un par de meses, lo dábamos todo por hecho.

El nuevo Código Penal de Honduras entrará en vigencia el próximo 24 de junio. A pesar de los señalamientos por parte de diversos sectores de la sociedad hondureña, se sigue sin contemplar las reformas y derogaciones que organizaciones nacionales e internacionales han exigido desde que el 18 de enero de 2018 se aprobó en el pleno del Congreso Nacional.

Más de dos años después y con tres vacatio legis a cuestas, organizaciones como el Consejo Nacional Anticorrupción (CNA) han señalado que esta ley debe ser derogada en su totalidad, debido a que es una legislación que incrementa la impunidad. Además, organizaciones defensoras de Derechos Humanos señalan que entre los 635 artículos del nuevo Código Penal, se han reducido las penas por delitos relacionados con narcotráfico, explotación ilegal de recursos naturales y en contra de las mujeres, y se penaliza la libertad de expresión.

La impunidad que señalan estas organizaciones se daría en un contexto de país en el que la extinta Misión de Apoyo Contra la Corrupción e Impunidad en Honduras (Maccih) en conjunto con el Ministerio Público, presentó 11 casos relacionados con actos de corrupción en los juzgados. Esto implica al menos a 80 funcionarios públicos, además de una administración pública plagada de señalamientos a los que se suma la interpretación que el Congreso Nacional hizo al Código Procesal Penal que limitaría el actuar del Ministerio Público en el secuestro de documentos para investigación.

Impunidad para corruptos

«He hablado con muchos actores, evaluando diversidad de opiniones y posiciones, con el propósito de darle tranquilidad al pueblo hondureño. He decidido convocar a sesión del Congreso Nacional para discutir la ampliación de la vacatio legis» que apuntaba el 8 de mayo, Mauricio Oliva, presidente de la junta directiva del Congreso Nacional, en un video subido a su perfil en Twitter. Oliva quien es precandidato del Partido Nacional —partido político que ha permanecido en el poder durante los últimos 10 años—, concluía su mensaje mencionando que «escuchar, dialogar, reflexionar y llegar a consensos es lo que Honduras necesita hoy, más que nunca. Dios bendiga a Honduras».

El lunes 10 de mayo entraría en vigencia la nueva normativa, pero la sesión virtual del legislativo convocada por Oliva conseguiría la aprobación de una nueva ampliación. El decreto número 46-2020 apunta que debido a la dificultad que han presentado los procesos de capacitación dados a operadores de justicia, en medio de la suspensión de garantías constitucionales por la pandemia del COVID-19,  se decretó una extensión de 45 días.

Sin embargo, Guillermo López Lone, juez del Tribunal de Sentencia en Tegucigalpa y miembro de la Asociación de Jueces por la Democracia (AJD) apunta que esta ampliación de la vacatio legis es «una medida de carácter político para complacer las voces críticas que hay desde la sociedad, empresa privada y desde diferentes sectores. La junta directiva del Congreso no está haciendo más que una medida de populismo legislativo». Además, López Lone asegura que el interés sobredimensionado de que entre en vigencia es sospechoso y se confirma en los argumentos de la sociedad civil que indican que este es un Código Penal que tiene destinatarios ya establecidos: «Son los altos funcionarios de gobierno que dentro de unos años ya no serán funcionarios y podrían ser investigados y llevados a los tribunales, que les interesaría que tal y como están establecidas las penas en el nuevo código, que son penas bastante leves, sean las que les impongan, hay varios beneficios de los cuales podrían acogerse. Es un código penal que surge para favorecer a determinados sectores de la administración pública y las personas que ya han sido juzgadas».

Entre 2016 y 2019 la Maccih impulsó la creación de una Unidad Fiscal Contra la Corrupción de la Impunidad (Ufecic), del Ministerio Público, y en conjunto detectaron un daño al patrimonio del Estado por un valor de casi 310 millones de lempiras (12 891 millones de dólares) en diferentes actos de corrupción: desvío de fondos, irregularidades en concesiones, sobrevaloraciones en equipo médico o contratos con el Estado, así como un pacto de impunidad que intentó frenar las investigaciones contra funcionarios.

En ese sentido Luis Javier Santos, exfiscal de la Ufecic y actual jefe de Unidad Fiscal Especializada Contra Redes de Corrupción (Uferco), señaló en su cuenta de Twitter que con el nuevo Código Penal y la Ley de Liquidación de Fondos Públicos, aprobada en 2019, «miles de casos de corrupción que implican miles de millones van destino a quedar en la impunidad».

Además, el pasado jueves el Congreso Nacional aprobó una interpretación al Código Procesal Penal, en el que la Fiscalía del Ministerio Público tendrá que solicitar una orden judicial previo al secuestro de documentación relacionada con la investigación de delitos. Según Santos esta interpretación implica imponer límites en la investigación de casos de corrupción, quitando el elemento sorpresa en la pesquisa.

Un índice del World Justice Project (Proyecto de Justicia Mundial) indica que Honduras es uno de los cuatro países con menos Estado de Derecho en Latinoamérica. Esta valoración se hace midiendo indicadores como límites al poder gubernamental, corrupción, derechos fundamentales, justicia civil y justicia penal.

Terrorismo y libertad de expresión

El tercer capítulo del nuevo Código Penal contiene las figuras delictivas de injuria y calumnia. Estas tienen penas de seis meses a un año, con multas que aumentan si se realiza con «publicidad», que según esta legislación es cuando «se efectúan a través de impresos, televisión, radio, internet, redes de información, ante una multitud de personas o a través de otros medios de eficacia semejante».

En ese contexto, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Oficina de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos en Honduras (Oacnudh) en un comunicado de prensa de julio del año pasado, manifestaron su preocupación ante lo que señalan como restricciones desproporcionadas a la libertad de expresión, la libertad de prensa, así como determinadas disposiciones que por su formulación pueden afectar el derecho a la protesta y a defender derechos humanos en el país. Estas dos instancias internacionales expresaron en ese momento una especial preocupación por la tipificación de la «responsabilidad penal en delitos cometidos a través de medios de difusión», y por mantener la tipificación de los delitos de injuria y calumnia, además de la inclusión del concepto de «publicidad».

En su momento el Colegio de Periodistas de Honduras (CPH) se manifestó en contra de estas secciones de la legislación y presentó una propuesta para despenalizar dichos delitos; además, anunciaron reuniones entre Dagoberto Rodríguez, presidente del CPH, y Mauricio Oliva, donde celebraban la decisión del Congreso Nacional de eliminar del nuevo Código Penal todos los artículos relativos a los delitos contra el honor. Sin embargo, hasta el momento solo se han derogado las secciones que responsabilizaban a los dueños de medios por faltas de los periodistas.

Según López Lone hay un desacierto en cuanto la regulación de los delitos que puedan darse en el tema de libertad de expresión y apunta que aunque desde su punto de vista no es un derecho absoluto y debe ser regulado, esto debe estar de acuerdo a estándares internacionales: «Lo que correspondía es que los delitos contra el honor, de calumnia e injuria fueran despenalizados y que estos delitos pudieran ser perseguidos únicamente en las instancias de carácter civil, lo que significa que ya no habrían consecuencias de privación de la libertad para los periodistas que estuvieran acusados».

López Lone también señala la inclusión de la figura de terrorismo que también ha sido señalada por organizaciones de derechos humanos como una amenaza a la protesta social, donde se establece que va dirigido a las asociaciones de dos o más personas que tienen «la finalidad de violentar el orden o provocar un estado de terror en la población o parte de ella. Este tipo penal no se ajusta conceptualmente a lo que debe proteger, que debe ser la seguridad del Estado, el orden constitucional, esto tendrá que ver fundamentalmente con eso, que las actuaciones atenten contra el orden constitucional, pero se necesita que quede restringido y no tan amplio, porque es un tipo penal abierto que puede ser aplicado como usted bien lo dice  a ciertas expresiones de la lucha social que hay en el país y que podrían existir en un futuro».

En relación a estos tipos penales el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil) también se sumó a las organizaciones que han manifestado su preocupación y en un comunicado apuntaron «los efectos que la inadecuada regulación de estas conductas podría tener en la criminalización de la labor que realizan las personas defensoras de derechos humanos, pues estas permiten que se realice un uso arbitrario del derecho penal para limitar  derechos fundamentales, como ya ha venido ocurriendo en los últimos meses en el país».

Entre la derogación y la reforma

Aunque organizaciones de sociedad civil como el CNA y treinta organizaciones aglutinadas alrededor, han solicitado la derogación absoluta de esta normativa, e incluso presentaron una iniciativa ciudadana con más de 12 000 firmas, que luego fue rechazada por el Congreso Nacional. Hay otros sectores que han apuntado cierto avance comparativo con el Código Penal vigente que data de 1983, en cuanto a la realidad actual y las formas del delito. «Yo creo que el código penal ha sido un esfuerzo bastante importante que han hecho los proyectistas, no tanto el Congreso Nacional porque fueron los proyectistas que elaboraron esa versión que está bastante actualizada desde el punto de vista de las nuevas corrientes o formas de delinquir. Pero eso no quiere decir que no tenga sus desaciertos y cosas que debe corregir,  es necesario que se reformen aquellos artículos que están siendo altamente cuestionados por la ciudadanía», apunta López Lone.Aunque no parece que reformas profundas se realicen en un mes que resta de vacatio legis, Oacnudh ha recordado al gobierno a través de un comunicado que las observaciones y recomendaciones hechas al Estado de Honduras por los mecanismos de derechos humanos en relación al contenido del nuevo Código Penal, continúan vigentes y pendientes de implementarse.

La pandemia por COVID-19 que confinó al país desde el 17 de marzo, encerró también a muchas mujeres con sus agresores. Analistas señalan que las conductas violentas de muchos hombres incrementaron por el aislamiento y aunque aumentaron las denuncias por violencia doméstica en el Sistema Nacional de Emergencia 911, solo el 13 % llegó a tribunales y fue declarado con lugar durante la cuarentena.

Entre marzo y abril, la línea 911 recibió 15 996 llamadas de denuncias por violencia doméstica en Honduras. De estas llamadas, solo 651 llegaron al Ministerio Público y apenas 125 tuvieron sentencia en los tribunales. Las denuncias en el 911 aumentaron en un 20%, según informó esta unidad a la primera dama, Ana García de Hernández. Sin embargo, este mecanismo no logra responder a todas las afectadas.

Un ejemplo es el caso de Alejandra, una mujer atendida por la organización Foro de Mujeres por la Vida, cuya historia forma parte del boletín Violencia Doméstica en Cuarentena. A Alejandra se le negó la atención  por un fallo en el sistema eléctrico en la Primera Estación de Policía de San Pedro Sula. La organización, de manera posterior, hizo una llamada al 911, y dos horas después se presentaron agentes a su hogar proponiéndole la conciliación.

«Luego de una semana de haberse realizado la denuncia no se interpusieron medidas de seguridad para proteger a las víctimas y alejar al agresor de su hogar. Según la Fiscalía de turno, Alejandra y sus hijos deben esperar una nueva agresión para poder sacar a su victimario de la casa», explica el boletín del Foro de Mujeres por la Vida, en el cual el caso está documentado.

Este tipo de situaciones se presentan también en las postas policiales de Tegucigalpa, según el Centro de Derechos de Mujeres (CDM). Esta organización asegura que conoce de varios casos en que los que agentes policiales buscan conciliar al momento de la detención y también utilizan la excusa de la pandemia para no atender a las mujeres. «Eso es totalmente fuera del proceso porque la Ley contra la violencia doméstica dice que no se puede hacer conciliación en estos casos, lo que deben hacer los policías es una investigación y garantizar que serán llevados a los juzgados», señala Helen Ocampo, del Observatorio de Derechos Humanos de las Mujeres del CDM.

La violencia 24 horas al día

De acuerdo con Miriam Fonseca, psicóloga de la Pastoral Social Cáritas en San Pedro Sula, la violencia doméstica siempre ha existido porque vivimos en una sociedad patriarcal, pero «el confinamiento hace que tenga a ese agresor encima y se va volviendo un cuentagotas que se va acelerando con la convivencia y el ejercicio desigual del poder. El hombre siente que tiene el control y debe someter a la mujer y lógicamente desencadena episodios de violencia».

Juliette Tinoco, fiscal delegada del Módulo de Atención Integral Especializada (MAIE) del Ministerio Público en San Pedro Sula, concuerda en que las cifras se elevaron por el encierro. «La mujer queda expuesta en el hogar, sola, con sus hijos. Yo atendí a una mujer que me dijo: “abogada, yo prefiero que mi esposo esté trabajando, me hostiga día y noche, ya no lo soporto”». Para Tinoco se debe motivar a las mujeres a denunciar, aunque sea vía teléfono, pero además se debe actuar de forma responsable para proteger los derechos de las mujeres en cualquier lugar y en cualquier momento. Es necesario entender las dificultades que tienen las mujeres para movilizarse durante la cuarentena.

El Ministerio Público señala que detuvieron en flagrancia a 184 agresores y se decretaron 125 sentencias condenatorias por violencia doméstica, cuya resolución exige a los agresores hacer trabajo comunitario y recibir consejería familiar. «La convivencia obligada con algunos perpetradores de violencia contra las mujeres durante el toque de queda, limita que las mujeres interpongan sus denuncias ante las instancias correspondientes. Adicionalmente existe desconocimiento de la ciudadanía sobre los lugares y mecanismos para denunciar los casos de violencia contra las mujeres durante el Estado de Excepción», señala un documento de Naciones Unidas Honduras.

Por su parte, Ocampo señala que el Estado debería establecer medidas distintas para atender a las mujeres víctimas de violencia, porque la línea 911 no es suficiente. «Sabíamos que esas medidas no funcionaban antes y en este contexto donde las mujeres ni siquiera pueden salir de sus casas o si salen a poner la denuncia pueden ser detenidas por salir de sus viviendas, menos están funcionando», añade.

Los registros del CDM contabilizan que en los últimos 10 años el Ministerio Público estaba recibiendo 56 denuncias diarias. En promedio, durante la cuarentena, recibieron apenas 10 al día. «Eso demuestra que el Estado no está respondiendo y que la violencia está quedando otra vez en el silencio, en las casas, Con la excusa del coronavirus no se está priorizando atender a estas mujeres», añade Ocampo. Esto a pesar de que la Secretaría de Seguridad publicó el 8 de marzo el oficio DGPN-DNPSC-DEG No. 0053- 2020 en el que ordena a los agentes a que presten atención a las denuncias por violencia doméstica. «La no atención a la misma podría considerarse negligencia que podría terminar con la pérdida de una vida humana», dice el oficio enviado por la comisionada Sulma Selena Reyes Amaya, jefa de la División de Equidad de Género de la Policía Nacional.

Hasta el momento, el Observatorio de Derechos Humanos de las Mujeres del CDM a través del monitoreo de medios de comunicación escritos y digitales registró 26 femicidios desde la entrada en vigencia del toque queda. La falta de atención a las denuncias por violencia doméstica, en muchas ocasiones termina en femicidios.

Lea más aquí: Un femicidio que el Estado pudo evitar

Refugio en cuarentena

La situación de violencia doméstica a nivel mundial se agravó. Es por ello que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) pidió a los Estados fortalecer sus respuestas a la violencia de género en el contexto de confinamiento y aislamiento social. Entre las recomendaciones se encuentra «crear mecanismos alternativos de denuncias, la ampliación de la oferta de refugios para víctimas de violencia doméstica y el fortalecimiento de la capacidad de agentes de seguridad y actores de justicia para ofrecer respuestas oportunas en el contexto de la pandemia».

Uno de los mayores problemas de Honduras para atender con eficiencia la violencia doméstica es la falta de refugios para mujeres víctimas. Actualmente en el país existen 7 centros ubicados en Tegucigalpa, Santa Rosa de Copán, La Ceiba, San Pedro Sula, La Esperanza, Choluteca y Puerto Cortés. Todos nacen de iniciativas privadas, fundaciones u organizaciones no gubernamentales.

Sin embargo, la diputada por el Partido Innovación y Unidad (PINU) Doris Gutiérrez, denunció que no se les dio un salvoconducto a las defensoras de mujeres en casas refugios para poder circular durante el estado de sitio por la emergencia. «Directamente desde el Congreso Nacional no hemos hecho nada sobre el incremento de las denuncias por violencia doméstica durante la cuarentena», añadió, a la vez que dijo que ninguna iniciativa presentada en las sesiones virtuales ha dado respuesta a las mujeres víctimas de violencia.

Sobre esto, la diputada nacionalista y coordinadora de Comisión de Equidad de Género del Congreso Nacional, Sara Medina, durante un foro virtual realizado por el Instituto Holandés para la Democracia Multipartidista (NIMD, por sus siglas en inglés) señaló que la Comisión no tiene mora legislativa.

«Se está trabajando en elaborar un solo dictamen que reúna tres propuestas en el tema de violencia doméstica, violencia política y violencia callejera. Aunque en este momento yo siento que la prioridad es la Ley de las Trabajadoras Domésticas, asegurar que las transferencias municipales incluyan a las Oficinas Municipales de la Mujer y el tema de las casas refugio».

Para Helen Ocampo del CDM, la única forma en que se mejoren las condiciones de las mujeres víctimas de violencia, durante la pandemia, es priorizando la atención en los Juzgados de Paz, y que las autoridades entiendan que es importante evitar que las mujeres mueran de coronavirus, pero hay una incongruencia cuando al mismo tiempo no se está evitando que mueran por un femicidio.

La COVID19 llegó a las cárceles hondureñas. Por eso, en este episodio, Jennifer Ávila entrevista a diversos actores alrededor del Sistema penitenciario para profundizar en la situación de las cárceles en Honduras.

Hacinamiento, masacres, incendios, militarización y ahora la pandemia, en Honduras se está lejos de ver esto como un asunto de Derechos Humanos con la violencia imperante en las calles y la desidia del Estado por cumplir con las sentencias internacionales de la CORTEIDH en este ámbito.

Guión y entrevistas: Jennifer Avila
Edición, montaje y música original de Gabriel «El Flow» Laínez.

Médicos en servicio social han anunciado que se encuentran en calamidad económica en medio de la pandemia. Después de 90 días, alrededor de 170 de ellos han comenzado el proceso de firma del acuerdo con la Secretaría de Salud. Este contrato les asegura el salario beca de 7700 lempiras mensuales, que desde hace tres meses se les adeuda, sin embargo esto no les garantiza que recibirán el pago de inmediato. 

Boris Fúnez, médico en servicio social en el departamento de Olancho, relata que por no tener salario en los últimos tres meses, varios de sus compañeros no cuentan con el equipo de bioseguridad en los hospitales. Esto aumenta su posibilidad de contagio de COVID-19. «Hay compañeros a los cuales se les ha exigido, de manera obligatoria, pagar más de 450 lempiras por su equipo de bioseguridad, lo cual condenamos, ya que la misma Secretaría de Salud debe de suplir estas necesidades», enfatizó Fúnez. 

Fúnez, pide a las autoridades correspondientes brindar todo el apoyo solicitado porque ellos están dispuestos a continuar en los principales centros hospitalarios para atender a la población, «pero hay cosas que no se pueden hacer sin que ellos nos proporcionan nuestro pago y las medidas de bioseguridad», agregó. Los médicos en servicio social son asignados, de manera primordial, al área de emergencia de los hospitales. También se encuentran dirigiendo diferentes centros de salud en pequeñas comunidades, esto a pesar que las autoridades de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras ha solicitado que los pasantes no estén frente a la emergencia por falta de equipo de bioseguridad. 

El 13 de abril, en San Pedro Sula, se reportó un médico en servicio social contagiado por COVID-19. «Él ya está recuperado, pero tuvo muchos problemas para obtener sus pruebas, así que exigimos que si un médico en servicio social pide que le realicen una prueba, no se la nieguen. Además de eso, varios compañeros han denunciado que los resultados de los exámenes PCR se han perdido y se han  tenido que realizar nuevamente las pruebas. No podemos continuar así», afirma Danielle Castro, médica en servicio social.

A pesar de haber comenzado con la firma del acuerdo, los médicos en servicio social continúan denunciando más atropellos ya que al presentarse a las instalaciones de la Secretaría de Salud, les solicitan diferentes requisitos y al no tenerlos firman pero no tienen el derecho de pago.

Castro cuenta que ha tenido que renunciar a su salario beca, porque al firmar debía regresar a su centro de trabajo y teme por las represalias, tras sus denuncias. “La doctora Mireya Fuentes me dijo que ella sabía perfectamente quién era yo, además querían enviarme nuevamente hasta el hospital de Yoro sabiendo que allá no hay equipo de bioseguridad y esa es una de nuestras exigencias” relata. 

Representantes de los médicos en servicio social piden a las autoridades que mejoren esta situación, porque de no ser así se retirarán en su totalidad de las áreas de emergencia. Por medio de un comunicado oficial, el Colegio Médico les ha informado que su colegiación provisional venció el 16 de marzo, pero que será extendida en un periodo de seis meses, esto para continuar ejerciendo.

La médica en servicio social, Danielle Castro de 28 años, retratada en su casa de la ciudad de Tegucigalpa. Danielle ha quedado sin poder volver al Hospital Manuel de Jesús Subirana de Yoro, donde está asignada, debido al toque de queda decretado por el gobierno hondureño el pasado 15 de marzo a raíz del Covid-19, Tegucigalpa, 13 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.

Congreso Nacional aprueba contratación de personal médico 

Mientras los jóvenes de servicio social no cuentan con el equipo de bioseguridad y su sueldo correspondiente por prestación de servicios sanitarios, el Congreso Nacional aprobó la contratación permanente del personal médico que está al frente de la emergencia sanitaria. Estos contratos se realizaron por medio de la Secretaría de Salud y uno de los programas beneficiados será el denominado Código Verde, el cual ha sido señalado por representantes del Sindicato de Enfermeros del Hospital Escuela de ser un programa para brindar empleos a activistas del Partido Nacional.

El programa Código Verde fue creado en 2015 y se desprende del proyecto «Con chamba vivís mejor», ambos creados en el gobierno de Juan Orlando Hernández. Este programa brinda oportunidades de empleo a estudiantes y se les paga un salario de 4300 lempiras en pequeñas jornadas. Los jóvenes son estudiantes de secundaria y universitarios, con orientación en las áreas de medicina, enfermería, servicio social y leyes. Su labor consiste en facilitar las gestiones de los pacientes y familiares. Ante la emergencia sanitaria actual, el el presidente solicitó a las autoridades del programa contratar personal médico para que atendieran las principales salas de emergencia de todo el país. Según datos brindados por este mismo proyecto, se han contratado, de manera aproximada, a 550 personas, entre enfermeros, médicos especialistas y médicos generales. 

Sin embargo, Javier Lara, secretario del Sindicato de Enfermeros cuestiona esto, ya que, según él, se contratará solo activistas del Partido Nacional. «En estas contrataciones se tomará en cuenta el personal médico y sanitario contratado bajo la modalidad del programa Código Verde. Es por esta razón que tememos que solo activistas nacionalistas sean contratados, ya que es un secreto a voces el hecho de que ellos son los que laboran para dicho proyecto. Además hay que tomar en cuenta que tenemos compañeros que tienen 7 a 8 años de estar laborando por contrato y merecen su permanencia, ellos están al frente de la emergencia». 

El Código de Trabajo en su artículo 48, estipula que es nula la cláusula de un contrato de trabajo en que el trabajador se obligue a prestar servicios por término mayor de un  año, pero la nulidad solo podrá decretarse a petición del trabajador. Es decir que después de un año se tiene el derecho de obtener su permanencia en cualquier área laboral. 

«Muchos de los médicos corren riesgo en su vida. Si son contagiados no cuentan con los beneficios, y si llegan a morir, a causa del virus, no cuentan con un seguro de vida. Es por ello que solicitamos a las autoridades el nombramiento inmediato de los médicos, tal y como lo establece el decreto aprobado en el Congreso Nacional», recalca Javier Lara.

El decreto aprobado por la cámara legislativa ha autorizado a la Secretaría de Salud y al Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS), a emitir los acuerdos de nombramientos permanentes del personal médico, sanitario, asistencial y de apoyo, que actualmente labora bajo la modalidad de contrato. La Secretaría de Salud, Secretaría de Finanzas y el IHSS, serán los encargados de definir el procedimiento para la creación y otorgamiento de las plazas permanentes en un periodo de gracia de 30 días hábiles. Asimismo, serán beneficiados para ser contratados de manera permanente, con la misma modalidad, el personal de la Comisión Permanente de Contingencias (Copeco) —entidad que ha manejado todo lo relacionado a la pandemia del COVID-19—, y el Sistema Nacional de Emergencia (911), especialmente el equipo que ha estado al frente de en el servicio de la telemedicina, así lo enfatiza dicha aprobación.

Una enfermera aplica una inyección a un adolescente en la sala de dengue del Hospital Escuela Universitario, Tegucigalpa, 13 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.

El peligro es latente

Médicos, enfermeras y personal auxiliar son parte de los 26 casos positivos de COVID-19, en el Hospital Escuela. Así lo ha confirmado su subdirector, Franklin Gómez: «Este personal se encuentra estable y en sus casas, en aislamiento. El personal médico de este centro asistencial tiene mayor riesgo de contagiarse, ya que nos exponemos al atender a la población que llegan al centro hospitalario con diferentes patologías. La mayoría asintomáticos al virus», explica. También ha informado que a diario se están realizando 80 pruebas PCR  al personal que ha tenido contacto con los casos positivoS. De igual manera, afirma que están dotados de todo el equipo médico para atender a la población.

El Código de Salud enfatiza, en su artículo 104, que todos los empleadores o patronos son responsables de adoptar medidas efectivas para proteger y conservar la salud de los trabajadores. La instalación, operación y mantenimiento de sistemas y de equipos de protección —necesarios para la prevención de los accidentes de trabajo y enfermedades ocupacionales—, está a cargo de los empleadores.

Mauricio Corrales, representante del Sindicato del Hospital Escuela, asegura que dicho artículo no se cumple. «Si se cumpliera no habrían casos positivos en este hospital», dijo. Además condenó que el personal médico no cuenta con los insumos básicos de bioseguridad: «Después de nuestra denuncia en varios medios de comunicación como Sindicato, las autoridades del hospital hicieron la entrega de 2 kits de bioseguridad en las salas de hospitalización. Esto quiere decir que los tenían almacenados y esto va contra el derecho a la vida de los trabajadores. Es aberrante que este equipo solo puede ser usado en caso de tener un paciente positivo en alguna sala de emergencia».

En cuanto al tema de las indemnizaciones, los empleados del Hospital Escuela se rigen por la Ley del Seguro Social. En este caso, se deberá incapacitar al empleado el tiempo que requiera su recuperación. «Por esa parte el empleado debe estar tranquilo. El riesgo aquí es la muerte y que más compañeros continúen contagiándose», afirmó Corrales.

En la carpa frente al portón número 3 del Hospital Escuela Universitario, dos enfermeras con alcohol en gel y un termómetro digital en manos, esperan a las personas que ingresa al centro médico, Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.

Estigmatización en contra del personal de salud

Durante las primeras semanas de confinamiento los médicos y todo el personal de salud, recibió centenares de mensajes por redes sociales e infinitos aplausos por parte de la población. Fueron catalogados como héroes, por ser parte del personal que se encuentra en primera línea frente a la emergencia sanitaria. Sin embargo, también han sido agredidos de manera verbal en diferentes espacios, en sus propios hogares, bancos y hasta supermercados. Por redes sociales los galenos han denunciado estos atropellos, ya que muchas veces si portan el uniforme médico no se les permite el ingreso a dichos locales.

Contracorriente habló vía telefónica con una joven practicante en el área de rayos X, en uno de los centros hospitalarios, quien pidió anonimato. La llamaremos A. Ella vive en una colonia residencial y nos comenta que desde que inició el confinamiento ha recibido tratos pésimos por parte de sus propios vecinos: «Ellos han solicitado a los guardias de seguridad que me hagan bajar de mi carro para ser desinfectada. De no permitirles eso no me dejarían pasar la tranca de seguridad. Es horrible tener que vivirlo, sobre todo ahora que soy un caso positivo y el caso cero en este sector. Ni siquiera tengo la certeza de cómo me contagie y ahora temo contagiar a mi familia».

Ante estos actos discriminatorios la  Red Lésbica Cattrachas ha presentado un informe donde dejan en evidencia que «el miedo a contagiarse de la enfermedad ha propiciado que grupos que no habían sido discriminados, sean el nuevo foco del estigma. Pacientes de COVID-19, sus familiares y el personal de salud han sufrido en las últimas semanas, amenazas contra sus vidas, desalojos ilegales, ataques a su integridad física y discriminación en la prestación de servicios, por ser considerados erróneamente como ‘‘fuentes de contaminación”», reza el informe. 

También sostienen que «los medios de comunicación han contribuido a este odio entre la sociedad hondureña, donde el  miedo focalizado en el COVID-19 ha desviado de la mirada de los medios y de los fundamentalistas, a las personas LGBTI como los principales receptores de la discriminación (…) La homofobia, la lesbofobia y la transfobia siguen incrustadas en la estructura social, pero en este momento, han sido sobrepasadas por un miedo insuperable, inmediato y urgente para la población: la “covidfobia”», explican. 

En el portón número 1 del Hospital Escuela Universitario, una enfermera toma la temperatura al personal que labora en el centro médico a la hora de ingresar a turno A, Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.

A teme por la seguridad de su familia porque todos los vecinos saben que es positiva y ya han solicitado a sus padres, de manera verbal, que se vayan del lugar. A tiene miedo a que todo sea peor si ella pone una denuncia. Además hará que más gente se dé cuenta que está infectada. «Mejor me quedo aquí, entre menos bulla haga, menos se acordarán de mi existencia», explica. A pide a la población que no siga creando morbo en redes sociales y mucho menos indagar  a quiénes están contagiados, con el fin de agredirlos, ya que en estos momentos lo que se necesita es el apoyo de la comunidad, sobre todo a los familiares que también sufren las consecuencias. 

El vicepresidente del Colegio de Psicólogos de Honduras, Felipe Maldonado lamenta que la población esté reaccionando de esta manera. Esto es algo que tiene que ver con la falta de educación, pero también con la falta de confianza en las instituciones. La gente cree que no hay datos confiables, lo cual genera dudas y termina en la estigmatización del personal de salud y de todos aquellos que estén al frente de esta pandemia.

«La incertidumbre es latente, no sabemos quién está contagiado, quién no, pero eso no nos da derecho de agredir a nadie. Hay que tratar de mantener la calma, mantenernos activos en casa, con alguna lectura, ejercicio, o alguna otra actividad que le ayude a relajarse, ya que el confinamiento hace que las personas tengan actitudes agresivas. Es importante no realizar planes a corto plazo, dado que genera frustraciones que también aumentan el odio. Además no se puede olvidar que gracias a ese personal que está en primera fila, usted y yo podríamos salvarnos de perder nuestras vidas», indica Maldonado. También recomienda al personal médico que, durante la pandemia, descansen lo más que puedan, que realicen ejercicios de meditación y relajación, alimentarse saludablemente, mantener una comunicación permanente con sus familiares más cercanos, de esta manera, disminuirán los miedos y temores que tengan.

El Colegio de Psicólogos ha puesto a disposición sus servicios gratuitos, de manera virtual por video llamada o llamada telefónica normal, para toda aquella persona que necesite orientación psicológica. Estos servicios funcionan las 24 horas del día y los 7 días de la semana. La población puede solicitar la ayuda a los números telefónicos: 3291-0855, 8773-9248 y 9653-0673.

Actualmente no se tiene un dato exacto de cuánto personal de salud se ha contagiado del virus en el país. El pasado 11 de mayo, se cumplieron 60 días desde que se detectó el primer caso de coronavirus en el territorio hondureño y a la fecha 3100 personas es el acumulado de personas que se han diagnosticado positivas con el virus, 151 han muerto y 355 se han recuperado, según los últimos datos brindados por el Sistema de Nacional de Riesgos (Sinager).    


El coronavirus llegó a los centros penales. Luego de la confirmación de dos casos —uno fallecido—, la información sobre protocolos de seguridad durante la emergencia es manejada como un secreto por las Fuerzas Armadas, que tienen a cargo el sistema penitenciario desde diciembre de 2019. Dos cárceles, incluida la de mayor hacinamiento, han sido cerradas temporalmente de manera que no se permitirán nuevos ingresos a las mismas.

Jennifer Ávila para Otras Miradas*

A través de un cuestionario, se realizó una evaluación médica a 70 privados de libertad que compartían módulo con Rafael Herrera, quien tenía 52 años y fue el primer fallecido por COVID-19 dentro de la cárcel de máxima seguridad El Pozo. La información sobre cómo se contagió y lo que pasa en todo el sistema penitenciario es incierta y está vedada. El Instituto Nacional Penitenciario pone en duda el diagnóstico, ya que la prueba confirmatoria de coronavirus se realizó tres días después de que él había muerto, el 23 de abril pasado. 

Un mes después, en la Penitenciaría Nacional ubicada en Támara, a 19 kilómetros de Tegucigalpa, se identificó otro caso positivo. Las autoridades aducen que fue una persona que ingresó el 30 de abril al recinto, quien fue puesta en cuarentena. Se ha oficializado un cierre temporal de esta prisión y no se admitirán nuevos reclusos, tal como ocurrió con las instalaciones donde falleció Herrera.

Honduras tiene una población penitenciaria de 22 007 personas, distribuida en 25 centros penales y tres anexos en sedes militares, con fallas de infraestructura y en condiciones de hacinamiento. Este es uno de los países más violentos del mundo, con una tasa de 43,6 homicidios por cada 100 000 habitantes y con alta incidencia del delito de asociación ilícita, narcotráfico y extorsión. El Pozo, está destinado a recluir a los condenados por esos delitos. 

El 17 de diciembre de 2019, el Ministro de la Presidencia, Ebal Díaz, anunció que debido a la crisis que atravesaba el sistema penitenciario, este pasaría a ser administrado por las Fuerzas Armadas en coordinación con la Fuerza de Seguridad Interinstitucional (Fusina). Esta medida fue tomada después del asesinato del exdirector de El Pozo, Pedro Idelfonso Armas, quien había sido suspendido de su cargo luego de que el recluso Magdaleno Meza fuera asesinado dentro de ese penal. 

Las junta interventora está a cargo del INP y del Instituto Nacional para la Atención a Menores Infractores. El coronel de infantería José A. González Maradiaga, es el nuevo director del INP, según el Decreto Ejecutivo PCM-068-2019.

Tito Livio Moreno, jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de Honduras en conferencia de prensa en las oficinas del Instituto Nacional Penitenciario, Tegucigalpa, 17 de diciembre de 2019. Foto: Martín Cálix.

El Pozo, está ubicada en Ilama, en el departamento de Santa Bárbara, a 241 kilómetros de Tegucigalpa, la capital de Honduras y tiene capacidad para 1550 privados de libertad. En los últimos dos años, en esta cárcel se han registrado seis asesinatos de privados de libertad. En octubre de 2018 hubo un enfrentamiento en el módulo de mínima seguridad donde murieron dos reclusos. Y en junio de 2019, durante una protesta dentro de la cárcel, fueron ultimados dos miembros de la mara Salvatrucha. Ese mismo año, en octubre, un recluso fue encontrado asfixiado y el reconocido narcotraficante Magdaleno Funez fue asesinado. El video de este hecho se filtró a medios de comunicación.

Tres cosas destacan de la situación de la población penitenciaria hondureña: las condiciones de hacinamiento en la que viven, el poder que llegan a ejercer los grupos criminales desde su interior y el intento del Estado por recuperar el control. 

La muerte de Herrera por COVID-19 en El Pozo debió poner en alerta a todo el sistema penitenciario, pero la información sobre lo que allí pasa es imprecisa. La Ministra de Salud, Alba Consuelo Soto, dijo a este medio que no sabía cuántas pruebas se hicieron, pero confirmó que sí se habían realizado PCR y que todas habían dado negativo hasta el momento.

Realizamos una solicitud de información en el sistema del Instituto de Acceso a la Información Pública para que la Secretaría de Salud respondiera con los datos exactos sobre las pruebas realizadas en las cárceles en alerta por COVID-19. La institución dijo que en Ilama se realizaron 9 pruebas PCR más la realizada al fallecido y que en la Penitenciaría Nacional de Támara han realizado 13. En el primer caso, 70 privados de libertad más compartían módulo con el fallecido por COVID-19 y, en el segundo caso, Támara cuenta con 7000 privados de libertad.

La vocera del Instituto Nacional Penitenciario (INP), Digna Aguilar, informó que los médicos del Sistema Nacional de Riesgo (Sinager) fueron a Ilama y que ellos diseñaron el protocolo de bioseguridad para el sistema penitenciario que se ha implementado en todos los centros. «Los privados de libertad no están teniendo contacto con personas externas, no están recibiendo visitas ni de familiares ni abogados, no se les está sacando a hospitales ni a juzgados, el personal de seguridad ha estado confinado allí, el personal administrativo no tiene contacto con ellos, por eso estamos pidiendo una investigación», afirma Aguilar.

En contraste con esa posición oficial, la directora del Comité Nacional para la Prevención de la Tortura (Conaprev), Glenda Ayala, asegura que la Secretaría aplicó un cuestionario  y que las pruebas realizadas en Ilama fueron a cuatro privados de libertad que compartían celda con el fallecido, a un policía militar, al médico, a la enfermera y a una persona de aseo de la clínica del centro penal, todas con resultado negativo.

A pesar de la pandemia y un muerto por coronavirus, la Junta Interventora militar no acata las disposiciones del Poder Judicial. El 30 de abril, el Poder Judicial publicó un comunicado en el que denunció que el INP no había acatado una resolución que ordenó la realización de pruebas a todos los privados de libertad para identificar casos de COVID-19.  

Después de la muerte de Herrera, el Conaprev visitó El Pozo. Los funcionarios de este organismo estatal constataron con los privados de libertad que compartían módulo con el fallecido, que el personal de seguridad, los policías militares que vigilan los accesos, fueron cambiados 15 días antes. Según Ayala, esto pudo haber sido un factor de riesgo para que el virus llegara al recinto y aseguró que, diez días antes de morir, Herrera fue atendido por un médico que le dio tratamiento para una enfermedad respiratoria, pero éste no le dio mayor seguimiento.

Un niño se acerca al portón de entrada de la prisión de máxima seguridad El Pozo para conversar con los militares que resguardan la entrada, Ilama, Santa Bárbara, 8 de abril de 2018. Foto: Martín Cálix.

El riesgo de contagio en las cárceles es un tema de preocupación para los expertos en América Latina. En las últimas semanas se han registrado incidentes en Brasil, Colombia, Argentina, Bolivia, Ecuador, Panamá, Perú, República Dominicana y Uruguay. Según un estudio de Pedro Rodríguez y Patricia Domínguez, publicado el 22 de abril pasado, por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), hay al menos 1,2 millones de personas que cumplen penas de prisión en la región: «la mayoría en cárceles sobrepobladas, donde las malas condiciones aumentan los riesgos de infección».

Lo anterior descibe muy bien la situación de Honduras. En 2019, un informe de Conaprev, el Poder Judicial y la Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos (Oacnudh), difundido por el Centro de estudios para la democracia (Cespad), reveló que en El Pozo habían 1804 privados de libertad y para resguardarlos se contaba con 140 miembros de la Policía Militar, 52 agentes penitenciarios y 20 de la Fuerza de Control Penitenciario. Solo el 37 % de la población carcelaria en este recinto tiene condenas y no hay una separación en las celdas que distinga a los procesados de los sentenciados y entre los que cometen delitos graves y los que ingresan por leves.

El Juzgado de Ejecución Penal informó que la población penal en este presidio es de 1400 personas, 150 menos que su capacidad física. A pesar de no estar sobrepasado en su capacidad, las condiciones carcelarias de este centro han causado reclamos de los familiares de los detenidos. En 2017 y 2018, algunos de ellos realizaron manifestaciones demandando una mejora en el trato a sus familiares y que los privados de libertad tuvieran acceso a la salud, ya que muchos padecían de tuberculosis y otras enfermedades.

En la última comunicación a inicios de mayo, la vocera del INP insistió, sobre el caso de El Pozo, que hasta el momento nadie ha presentado síntomas de gripe, tos o fiebre, que hagan suponer que se trata del coronavirus.

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Honduras lleva ya dos meses de estado de sitio por la emergencia sanitaria. Desde entonces hubo 300 nuevos ingresos a las cárceles en este país. A eso se suman los 2000 detenidos por violar el toque de queda que han sido recluidos durante 24 horas en postas policiales y centros temporales de detención, sin las condiciones ni controles adecuados.

El viernes 15 de mayo, se anunció el primer caso de coronavirus en la cárcel en Támara, razón por la cual la Junta Interventora del INP anunció el cierre temporal del centro para evitar la propagación del COVID-19. 

Mediante comunicado en medios de comunicación, las autoridades penitenciarias reportaron que un privado de libertad con COVID-19 fue ingresado el 30 de abril al centro con medidas de cuarentena. Sin embargo, Conaprev, ha insistido en los últimos dos meses que las medidas de aislamiento para los nuevos ingresos son inútiles en centros con hacinamiento y sin las medidas de bioseguridad para prevenir el contagio. La Penitenciaría Nacional es la prisión con mayor hacinamiento, con 7000 personas recluidas, a las cuales ahora se suman 190 personas que fueron recluidas durante la cuarentena. 

Antes de que este caso fuera conocido, la Asociación de Familiares de Privados de Libertad publicó un comunicado expresando su preocupación por la amenaza que representa la pandemia en los centros penales.

«En Támara están sin agua, las personas que atienden son médicos generales, cuando van a consultas no hay medicamentos, ni siquiera acetaminofén, no se pueden tomar las medidas de higiene. Además, están proporcionando la cantidad de comida como si hubiera 6000 reos y son 7072. Y aunque se suspendieron las visitas, el riesgo está porque el personal que trabaja entra y sale de los centros penales y no sabemos qué tipo de control se está llevando con estas personas», explica Delma Carolina Rubí, presidenta de la asociación de familiares.

Retén militar en la entrada a la aldea de Támara donde se encuentran la Penitenciaría Nacional, la Penitenciaría Nacional Femenina y el Centro para menores infractores Renaciendo. Las visitas están canceladas y no hay paso para nadie después de este retén. Tegucigalpa, 5 de mayo de 2020. Fotografía: Jennifer Avila

El 31 de marzo, siguiendo las recomendaciones del Subcomité Internacional para la Prevención de la Tortura de las Naciones Unidas, el Conaprev presentó un recurso de habeas corpus humanitario para pedir la liberación de 6243 personas vulnerables ante el coronavirus. La Sala de lo Constitucional no ha respondido, pero el organismo supo extraoficialmente que se ha declarado sin lugar. Según el Conaprev, para la investigación de este recurso, el Poder Judicial nombró a jueces ejecutores y defensores públicos, quienes en sus informes expusieron que las personas se encontraban en perfectas condiciones en las prisiones y que no ameritaban su egreso.

Hasta el cinco de mayo, el Poder Judicial había emitido resoluciones de preliberación para 1087 personas, 593 que ya gozaban de ese beneficio, 212 con libertad condicional, 185 conmutaciones, 64 que ya habían cumplido su pena, 32 menores con revisión de medida y una persona con enfermedad terminal. Si bien las órdenes fueron dadas al INP, eso no significa que las personas fueron liberadas.

En general, la situación de salud de la población penitenciaria es otro foco de preocupación. Durante una inspección que realizó Conaprev a nivel nacional, se determinó que 2424 presos tienen padecimientos o enfermedades crónicas y 756 son ancianos. Para estas personas, la privación de libertad ya quedó sin efecto y podrían ser liberadas para descongestionar los centros penales, sobre todo el de Támara, explica Ayala. Conaprev solicitó también que las personas que ya cumplan con los requisitos para gozar del beneficio de preliberación o libertad condicional, que ya suman 797, sean evaluadas por consejos técnicos para dar trámite a esos beneficios. También identificaron 696 personas condenadas a penas menores de cinco años, quienes podrían sustituir la prisión con trabajo comunitario o pago de multa, según el mismo organismo de defensa de derechos humanos. 

La vocera del INP asegura que «las excarcelaciones no dependen del Instituto, es el Poder Judicial el que debe emitir una resolución ya sea cambio de medidas, sobreseimientos o arrestos domiciliarios. El Poder Judicial hace una resolución, la envía al centro penitencial y se libera la persona. El INP no puede liberar a nadie».

La abogada Glenda Ayala, de Conaprev, explica que en su inspección por los centros penales, los directores desconocían la resolución judicial: «Todavía el miércoles 29 de abril que estuve en Ilama, no se habían ido los de preliberación porque el director se había negado a cumplir esto. Prácticamente se le coaccionó y se le dijo que si no lo hacía lo denunciaríamos por violación de los deberes de los funcionarios por desobedecer una orden judicial ¿cuál sería la actitud correcta de una comisión interventora? Si hay una orden de un juez, acatarla, si no lo hace no podemos avanzar».

Mientras esa resolución no fue acatada, el Poder Judicial ha trabajado durante la cuarentena, realizando audiencias a puerta cerrada o por videoconferencia para avanzar en el proceso de sentencia y preliberación y reducir la mora judicial. Ha identificado a 1240 personas con prisiones preventivas vencidas, que superan los dos años y seis meses de estar recluidas y que no han ido a juicio o que ya fueron pero que no se ha dictado su sentencia. 

Uno de los casos más destacados en ese sentido es el del ambientalista Jeremías Martínez, judicializado por tentativa de usurpación de espacios públicos y daños en perjuicio de Inversiones Los Pinares, una empresa instalada en un área protegida en el norte.

Por ese conflicto, 31 defensores han sido procesados, 8 de ellos actualmente encarcelados. El caso de Martínez constituye una pena anticipada por haber cumplido su tiempo de prisión preventiva sin sentencia. En las condiciones actuales, diversos organismos internacionales han pedido su liberación. En los últimos 10 años, en Honduras se registraron 424 casos de acoso judicial contra defensores en medio de conflictos medioambientales. 


Familiares de los presos políticos de la comunidad de Guapinol en el Valle del Aguán realizan una manifestación y recolección de firmas frente al Ministerio Público, Tegucigalpa, 27 de agosto de 2019. Foto: Martín Cálix.

Con la pandemia, el Comité de Familiares de Detenidos-Desaparecidos de Honduras, una organización de sociedad civil que promueve y defiende los derechos humanos localmente, presentó un habeas corpus correctivo con la finalidad de lograr la excarcelación de personas consideradas presos políticos, entre ellas aquellas por conflictos ambientales, pero no hubo respuesta por parte de las instancias jurisdiccionales.

Juana Zúniga, familiar de uno de los defensores recluidos y miembro de la resistencia a la minera, asegura que, aunque no se han dado cuenta de que alguno de sus compañeros esté enfermo en la cárcel, están preocupados por lo que les pueda pasar. Después de dos meses sin visitas es poco lo que saben de las condiciones en las que están. «La situación es cada vez más difícil: siete meses con los compañeros presos, tenemos hijos pequeños y no tenemos una respuesta para saber cómo va el caso. Ellos estaban acostumbrados a que cada domingo los visitáramos, solo les queda ahora adaptarse a la comida que les proporcionan allí en la cárcel. Solo hemos sabido que les visitó un doctor y ha estado pendiente de ellos», cuenta Zúniga.

El poder de los militares

A pesar de estar demostrado que es erróneo medir la seguridad a través del número de personas encarceladas, se siguen llenando las prisiones de personas para demostrar el éxito de una política de seguridad. Los gobiernos han sabido justificar sus políticas de «mano dura» y de encarcelación masiva, aunque el sistema de justicia sea ineficaz. En plena pandemia, los arrestos han continuado.

La Fuerza Nacional Antimaras y Pandillas (FNAMP), creada en 2013 dentro de la Fuerza Interinstitucional Nacional (Fusina), es una estructura con la que se le dio potestad a las Fuerzas Armadas para combatir el delito, investigarlo y juzgarlo, con jueces especiales dentro del recinto militar. Esta es una de las acciones más agresivas de militarización que el gobierno del nacionalista Juan Orlando Hernández impulsó al inicio de su primer mandato en 2013. Ellos son los responsables de que las cárceles de máxima seguridad estén llenas.

El jefe de la FNAMP es el teniente coronel Amílcar Hernández, quien en comparecencia de prensa junto a Hernández, detalló las operaciones que han realizado durante la emergencia por coronavirus en el país, en las cuales uno de los resultados son las capturas. El alto oficial dijo que «hubo 144 detenidos, de los cuales el 100 % son personas que han quedado presas porque han sido judicializados de manera correcta cada una».

Las consecuencias de la militarización, además del incumplimiento de las resoluciones judiciales, pueden verse en que la Junta Interventora del INP no ha presentado informes mensuales sobre el proceso de reestructuración del sistema penitenciario. Esta época de pandemia y el caso específico de las cárceles muestran a la sociedad que no hay nada encima del poderío militar. 


Glenda Ayala, abogada directora del Comité Nacional para la Prevención de la Tortura, revisa resoluciones judiciales, informes de visitas a los centros penales y cuestionarios aplicados a los recluidos para confirmar su estado de saud. Tegucigalpa, 4 de mayo 2020. Fotografía Jennifer Avila

Ayala tiene cuatro años en la dirección del Conaprev que, desde su creación en 2008, ha visto cuesta arriba la defensa de los derechos de los privados de libertad y la lucha por la no militarización del sistema penitenciario. «Hoy recibí un audio de una doctora de medicina forense donde dice que fue al centro penal a evaluar a la persona para emitir el dictamen, pero resulta que la doctora del centro no le dio acceso a la información que hay en el expediente clínico del centro. Para cumplir esto necesitamos una voluntad desde arriba. No hay voluntad ni de cumplir la resolución judicial. Las Fuerzas Armadas son un organismo jerarquizado. Al ser él (el director de la junta interventora) notificado sobre esto, inmediatamente debía enviar una circular a toda su gente para cumplirlo, pero no lo hizo. Desde allí partimos de la voluntad que denota para cumplir la ley y los reglamentos en el ámbito penitenciario», explica Ayala.

Las Fuerzas Armadas, tras la transición de la época de golpes de Estado militares en la década de los 80, volvieron a sus cuarteles. Durante el gobierno de Carlos Roberto Reina, en 1994, se abolió el servicio militar obligatorio pero fue en 2002 cuando salieron de nuevo a las calles. 

Las políticas de «mano dura» han marcado la agenda de los gobiernos del Partido Nacional, el mismo que ahora está en el poder. En 2003, el presidente Ricardo Maduro aprobó una reforma al Código Penal que aumentaba las penas por el delito de asociación ilícita, además que incluía descripciones de los miembros de maras y pandillas. La portación de tatuajes era una de ellas. A esto se le llamó Ley Antimaras y fue en esa época en la que los militares comenzaron a hacer labores policiales en el cuidado de los buses de transporte público. En 2010, el gobernante era Porfirio Lobo Sosa quien llegó al poder con una campaña que se titulaba «Puño firme», por estar dirigida a tener «cero tolerancia» a delitos como el de asociación ilícita. En 2013 Hernández asumió la presidencia del país y entregó la seguridad pública al Ejército.

A lo largo de su mandato, el actual mandatario ha impulsado un creciente involucramiento de los militares en su proyecto político, lo que contribuyó a su reelección en 2017, a pesar de existir una prohibición constitucional. Él mismo estudió en el Liceo Militar, y sus hermanos, legal o ilegalmente, han estado vinculados a las fuerzas armadas. Su hermano José Amílcar Hernández, actual asesor de seguridad, es un coronel retirado que participó activamente en el golpe de Estado que derribó a Manuel Zelaya en 2009. Su otro hermano, «Tony» Hernández, fue sentenciado por una corte en Nueva York por traficar drogas a los EE. UU., usando, entre otras entidades públicas, a la institución militar. 

Hernández intentó, en su primer mandato, elevar la Policía Militar del Orden Público a rango constitucional, violando los artículos constitucionales que hablan sobre las funciones de las Fuerzas Armadas, entre las cuales no está incluida la de policía. La reforma no pasó, pero la Policía Militar y otras fuerzas especiales militarizadas tienen el control de la seguridad pública y de algunas áreas del sistema de justicia como las prisiones.

«El que le demos potestades al Ejército para que detenga, investigue y cuide, eso es definitivamente catastrófico y contrario a la convención contra la tortura y protocolos facultativos. Una de las cuestiones que hemos visto con preocupación es el tema de la criminalización inclusive como institución defensora de derechos humanos porque el personal que está dirigiendo lo mira a uno como el enemigo (…) En las últimas intervenciones que he tenido con el señor responsable de la Fuerza Antimaras y Pandillas le digo: prácticamente usted me está diciendo que soy parte de la organización delictiva por preguntar qué trato le está dando al detenido», explica Ayala, directora del Conaprev.

Los abusos de derechos humanos están entre los principales cuestionamientos. «¿Hay tortura en Honduras? Sí hay. Legitimamos a fuerzas militares como la Fuerza Antimaras y Pandillas a que se lleven a los detenidos a oficinas clandestinas que no son postas, no tienen ni rótulos y que allí se llevan a las personas para interrogar y después se presentan ante un juez. La detención se vuelve arbitraria cuando una persona es conducida o llevada a un lugar no autorizado en la ley. Pero ¿qué dice el comisionado por los derechos humanos o la Fiscalía de derechos humanos? brillan por su ausencia», concluyó la defensora.

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Tragedias y políticas de seguridad

La tragedia carcelaria más grande de América Latina ocurrió en Honduras. En 2012, un incendio en la granja penal de Comayagua cobró la vida de 361 privados de libertad y una mujer que estaba en visita conyugal. Pero esta no fue la primera vez que una cárcel se quemó y cobró cientos de vidas. En 2003 y 2004 ocurrieron incendios en cárceles del norte de Honduras. En La Ceiba murieron 68 y en el centro penal de San Pedro Sula 107 privados de libertad. Por este último caso, Honduras fue condenado en la CIDH en abril de 2012 en la sentencia del caso Pacheco Teruel y otros vs. Honduras. Otros motines en ese mismo período dejaron más muertos.

El 29 de marzo de 2012 fue decapitado en un motín el jefe de presos Mario Henríquez. Don Mario y los doce presos de su círculo más cercano fueron asesinados. Fue un cambio de liderazgo que terminó de manera violenta. Luego, un grupo de 18 expandilleros que estuvo en ese motín fue trasladado a Támara, donde fueron asesinados. Don Mario representaba el poder que tenían los presos en los centros penales. En 2017, la cárcel de San Pedro Sula fue cerrada. Según el presidente Hernández, entre 2016 y 2017 cada vez que se trasladaron reos de alta peligrosidad a cárceles de máxima seguridad, los índices de muertes diarias se redujeron hasta en cinco puntos.

El abogado Carlos Paz, de la organización Cáritas Honduras ―una de las partes demandantes en el caso Pacheco Teruel ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH)―, asegura que no hubo un cambio sustancial en las históricas violaciones a los derechos humanos en los penitenciarios desde el incendio en el Centro Penal de San Pedro Sula. Según el jurista, hay 8761 reos por encima de la máxima capacidad de los penales. «Algunos establecimientos como los de Puerto Cortés o Támara, el hacinamiento supera el 200 por ciento. Esto nos da una idea de lo que puede significar si el COVID-19 llega a uno de los centros penitenciarios. El 9 de abril, la propia Corte IDH emitió una declaración en la cual urge a los Estados a manejar esta crisis desde la óptica de los derechos humanos. Desgraciadamente, en nuestro país, la óptica desde donde se acentúan las acciones es desde la corrupción e impunidad», explica Paz. 

Cáritas de Honduras, el Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC) y la Pastoral Penitenciaria demandaron al Estado por las violaciones de derechos humanos en el incendio de la cárcel de San Pedro Sula. La sentencia de abril de 2012 establece medidas de reparación a las víctimas. En su Informe de Fondo, la Corte IDH señaló como presuntas víctimas a 107 reclusos, 22 de los cuales estarían detenidos preventivamente con base únicamente en el delito de asociación ilícita. Se identificó como víctimas por su propio derecho a 83 familiares de 18 reclusos fallecidos.

La garantía de no repetición es una de las partes esenciales del fallo, así como el compromiso del Estado de tomar medidas para hacer efectivo el ejercicio de los derechos de los reclusos. Antes de que la pandemia paralizara el país, varias organizaciones de sociedad civil iban a reunirse para solicitar una audiencia, en vista de la falta de cumplimiento de Honduras. La Corte IDH comenzó el procedimiento interno pidiendo la anuencia del Estado, pero luego vino la emergencia. Según Paz, tampoco se ha cumplido el compromiso ante el Comité contra la Tortura de que un proceso de desmilitarización se iniciaría en 2016, tanto del sistema penitenciario como la sociedad en general.

El año pasado, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) visitó cinco instalaciones penitenciarias y advirtió en un informe que «el hacinamiento, la falta de higiene e inadecuada ventilación, constituyen una seria amenaza para la salud de las personas detenidas. Lo anterior, debido al incremento del riesgo de contagio de enfermedades de tipo infeccioso, tales como la tuberculosis». 

Ahora en plena emergencia, algunas mujeres recluidas en la Penitenciaría Nacional Femenil de Adaptación Social (PNFAS) lograron enviarnos mensajes pidiendo ayuda en que contaban sobre la escasez de agua y el trato a sus compañeras enfermas con diabetes y tuberculosis, además de las carencias tras la cancelación de visitas. «Antes nosotras sobrevivimos porque venían nuestros familiares. Ahora no vienen a dejarnos nada porque está con esa cosa de que no pueden salir a ningún lado, viven largo. No hay medicamentos, no hay papel higiénico, sobrevivimos porque nos ayudamos unas a otras. Aquí hay un montón de enfermas, diabéticas, hipertensas, gente que padece del pecho, tuberculosis. El agua nos la tiran solo una hora al día, a veces nos bañamos con eso. Aquí no ha venido nadie de la secretaría de salud, es la misma doctora y la misma enfermera de aquí, pero sigue sin haber medicina», dicen los mensajes. 

Para Paz, en Honduras ya hubo intentos de amotinamientos durante este tiempo de pandemia y la respuesta ha sido represión. El abogado estima que si el COVID-19 llega a las cárceles, «sería catastrófico».

El INP rechaza los cuestionamientos. La versión oficial es que en Ilama hay diez médicos asignados que han estado trabajando por turnos durante la emergencia y que ahora, por esta situación, están permanentes. 

«En todos los centros penitenciarios hay personal médico para cubrir las 24 horas del día. También se ha contratado personal de enfermería. Es falso que no hay agua en Támara, en PNFAS hay agua potable todos los días. Si no hubiera, esas mujeres no tendrían llenos los tendederos de ropa. Los privados de libertad están conscientes de que las medidas que se han implementado son para su bien y el de sus familiares», expresó la vocera del sistema carcelario.

Tocar la puerta del INP para hablar con el director de la junta interventora, puede llegar a ser humillante. Aunque tenían mascarillas, pude notar la risa de los policías en la entrada del Instituto Penitenciario cuando pedí ver al jefe militar después de haber intentado programar una entrevista por medio de la vocera . «El coronel no tiene tiempo», me dijo un oficial. Me prometieron que la vocera respondería a mis preguntas sobre el funcionamiento de la junta interventora y el manejo del Sistema Penitenciario. Eso no pasó.

*Otras Miradas es una alianza de periodismo colaborativo integrada por medios independientes de México y Centroamérica. Como parte de esta iniciativa presentamos la serie “Coronavirus desde otras miradas” en la que participan Desinformémonos (México), Chiapas Paralelo (México), Agencia Ocote (Guatemala), No-Ficción (Guatemala), Gato Encerrado (El Salvador), Contracorriente (Honduras), Radio Progreso (Honduras) Nicaragua Investiga (Nicaragua), Onda Local (Nicaragua) y Confidencial (Nicaragua).

El confinamiento forzoso para evitar la propagación del coronavirus se ha convertido en caldo de cultivo de otro virus de efectos devastadores: la violencia machista. Las llamadas de auxilio y denuncias de mujeres maltratadas se han disparado en México, El Salvador y Honduras.

Gloria Muñoz Ramírez, Karen Moreno, Iolany Pérez y Héctor Madariaga para Otras Miradas*

Alejandra, de 19 años, y Lucero, de 30, (ambas utilizan seudónimos por motivos de seguridad) están ingresadas desde hace unas semanas en un refugio para mujeres maltratadas en la Ciudad de México. Intentan recuperarse del tormento. En plena pandemia del Covid-19 el marido de Alejandra mató a su bebé de nueve meses y la emprendió a golpes contra ella. Lucero vivía encerrada en casa. Su pareja no la dejaba salir y el abuso era constante. Ante la amenaza de la violencia machista y del coronavirus, el confinamiento en una casa refugio es la protección de Alejandra y Lucero, que no tienen ningunas ganas de volver a su “normalidad”.

Las cifras por violencia de género en México eran alarmantes antes de la pandemia. María de la Luz Estrada, coordinadora del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF), que agrupa a 40 organizaciones de 22 estados del país, señala que unas diez mujeres eran asesinadas cada día. Según el Sistema Nacional de Seguridad Pública, el primer trimestre de 2020 ha sido el más violento para las mujeres mexicanas en los últimos cinco años, con 964 homicidios. Pero el presidente Andrés Manuel López Obrador declara que la tendencia en el feminicidio “está a la baja”.

Con apenas 19 años de edad, Alejandra vive refugiada durante la contingencia sanitaria. Foto/Refugio de mujeres

Lo que ocurre, precisa María de la Luz Estrada, es que de los 964 asesinatos, 720 están clasificados como homicidios dolosos y sólo 244 como feminicidios. Este último término define el asesinato de una mujer por la condición de serlo, cometido siempre por un hombre y con una clara connotación machista. Un número creciente de países han incorporado el feminicidio a su legislación penal.

El primer caso de Covid-19 en México se detecta el 28 de febrero. En las semanas siguientes se dictan medidas de aislamiento preventivo, y el 23 de marzo, con 316 casos confirmados y dos muertes, la Secretaría de Salud declara la Jornada Nacional de Sana Distancia, y poco después la campaña “Quédate en casa”. El 30 de marzo se declara una “emergencia sanitaria por causa de fuerza mayor” y el 21 de abril comienza la fase 3, con medidas que extienden el confinamiento. Los casos de violencia de género, –agresión física, sexual y emocional—se disparan de manera alarmante, según advierten mujeres víctimas de violencia, madres de mujeres asesinadas, activistas, y organizaciones feministas y de defensa de derechos humanos.

Una joven es encontrada sin vida el 2 de mayo en la Ciudad de México, en plena fase 3 de la pandemia.Foto / Brian Torres

Machismo y misoginia en El Salvador

Son más de las 2 de la madrugada del 29 de abril en una vivienda humilde del municipio de Mejicanos, en San Salvador. Cristina, de 17 años, salta de la cama al escuchar ruido. A través de la cortina que divide el cuarto minúsculo vislumbra la silueta de su padre. “¡Qué haces!”, le grita. Salta por encima de la litera donde duerme su hermano de 10 años, enciende la luz y ve una escena dantesca. La madre ensangrentada en su cama, con el cuerpo del marido encima que trata de ahogarla. La muchacha consigue apartar al padre, y levanta a la mujer malherida.

Los gritos despiertan a su tío, Marvin Regalado, quien da un brinco y ve en el cuarto contiguo a su cuñado Edwin Alexander López Rivas, con los brazos extendidos, cubiertos de sangre. “Mátame, mirá lo que he hecho”, susurra el agresor. Detrás ve a su hermana, Susan Daly Regalado, que se tambalea agonizante.

Edwin Alexander López, esposado, justo después de haber asesinado a su esposa en la madrugada, en presencia de su familia. Foto/Cortesía

Marvin avisa a la policía, mientras su sobrina recuesta a su madre, con los ojos cerrados y la lengua fuera. De camino al hospital Marvin graba con su teléfono celular a Susan, recostada en el asiento posterior del vehículo policial, con una toalla ensangrentada en la cabeza. Tiene puñaladas en el cuello, mejilla y frente. En pocos minutos llega a la casa otra patrulla de la Policía, que detiene al agresor. 

A las 3 de la madrugada, frente al Hospital Zacamil, en San Salvador, un médico sube a la parte trasera del vehículo policial para auxiliar a Susan. Demasiado tarde. “Lo siento, ya no se puede hacer nada. Está muerta”.

Edwin Alexander López, antes de la audiencia inicial en el Juzgado Segundo de Paz de Mejicanos, San Salvador. Foto/Émerson Flores

El 1 de mayo se presenta ante el juzgado el requerimiento fiscal contra Edwin Alexander López, por el delito de feminicidio agravado de Susan Daly, que en El Salvador está tipificado y sancionado con una pena de entre 30 y 50 años de prisión. López Rivas está detenido por orden judicial y Fiscalía sigue realizando diligencias en la etapa de instrucción.

El confinamiento forzado de la población a causa de la pandemia ha agravado la violencia contra las mujeres. El Gobierno ha olvidado otro virus, más letal y menos combatido: el machismo y la misoginia. Desde la entrada en vigor de la cuarentena en marzo, el covid-19 ha causado la muerte de al menos cinco mujeres hasta el 13 de mayo. En el mismo período ha habido 18 asesinatos de mujeres, según la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (Ormusa), y el Centro de Atención Legal ha recibido 158 denuncias, que representa un aumento de la violencia del 58% respecto de meses anteriores.

Una “condena” de dos meses en Honduras

En los últimos cuatro meses el Sistema de Emergencia 911 de Honduras ha registrado más de 32.500 llamadas telefónicas de auxilio de mujeres, que denuncian agresiones de su marido o de algún otro miembro de la familia. Según el Ministerio Público, durante el confinamiento se presentan entre 15 y 20 denuncias diarias por violencia doméstica sólo en Tegucigalpa y San Pedro Sula, las dos principales ciudades del país.

Una de esas llamadas fue de una joven, Angie García, hasta ese momento desconocida para el gran público, que denuncia a su marido por maltrato físico y verbal. La noche del 13 de abril, la Policía detiene en su domicilio, en Tegucigalpa, a Román Rubilio Castillo, futbolista de la selección hondureña y delantero centro del emblemático club Motagua.

El vídeo de la detención se hace viral en redes sociales, así como una foto de la paliza que Castillo propinó a su esposa y madre de un hijo. El futbolista pasa 24 horas en dependencias policiales, tal y como estipula la legislación de Honduras, donde la violencia doméstica es tipificada como falta y no como delito.

Jueza Claudia Isabela López–Honduras / Foto Radio Progreso

El Ministerio Pública confirma que el deportista estaba ebrio cuando fue detenido. Después de varios rodeos el caso ingresa en el juzgado de familia, y Castillo es “condenado” a dos meses de trabajo comunitario. Melvin Duarte, portavoz del poder judicial, afirma que el acusado reconoció los hechos denunciados por su esposa, “por violencia psicológica y física”, lo que fue confirmado “por un dictamen preliminar en materia forense”.

En Honduras 390 mujeres fueron asesinadas en 2019. El 60% de las víctimas, por ataques de sus parejas, exparejas o alguien con quien tuvieron una relación afectiva, según un informe del Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Las organizaciones de mujeres registran más casos, y alertan sobre la altísima impunidad: nueve de cada 10 crímenes contra mujeres no se investigan y los asesinos están libres.

Cristina Alvarado, dirigente feminista de la Organización de Mujeres Visitación Padilla, asegura que la violencia de género en las familias es una constante en Honduras. “La pandemia del Covid-19 sólo ha evidenciado la realidad histórica que viven las mujeres, producto de la violencia en el hogar. Esto lo venimos denunciando desde hace años las organizaciones feministas y de mujeres”, dice Alvarado.

La presión de la sociedad civil

En México, durante el primer mes de confinamiento las llamadas y mensajes de auxilio a los refugios de mujeres aumentan en un 80%, según explica Pilar Sánchez Rivera, directora de Espacio Mujeres para una Vida Digna y Libre de Violencia, uno de los 69 centros de la Red Nacional de Refugios. Pero el presidente Andrés Manuel López Obrador declara en una de sus conferencias de prensa “mañaneras” que el 90% de las llamadas de auxilio sobre violencia contra las mujeres son falsas, aunque los registros oficiales hasta marzo digan lo contrario.

Marilú Rasso, directora ejecutiva del mismo refugio, asegura que en la situación de encierro por el covid-19 “a las mujeres se les vuelve a meter en un papel de servicio obligatorio, y cualquier pretexto funciona para que el agresor ejerza violencia”.

En marzo, Alejandra y su hija de nueve meses sufren una vez más las agresiones del marido y padre. La pequeña pierde el conocimiento y la madre logra escapar con el bebé, que llega al hospital sin vida. El personal sanitario llama al Servicio Médico Forense y a la Fiscalía. “Les dije que en casa vivía amenazada, y que el papá nos golpeó a mi hija y a mí. No estaba borracho ni drogado, sólo se aburría porque no trabajaba”.

Un informe de la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) da cuenta de un 97% de impunidad en los feminicidios. Entre el 3% restante se encuentra el marido de Alejandra, que está en la cárcel por homicidio.

La historia de maltrato de Lucero empieza poco después del comienzo de la relación con su pareja hace 11 años. Madre de cuatro hijas de 10, 8, 6 y 5 años de edad, Lucero es víctima primero de violencia emocional. “Me insultaba, me decía que yo no valía nada y que si salía de la casa no iba a poder sola”. Cansada de los golpes y del engaño, Lucero da el paso: “Sin pensar agarré lo que pude y me fui con mis hijas. Una amiga nos acompañó hasta el Centro de Justicia.” Los exámenes físicos y psicológicos demoran una semana por falta de recursos humanos derivada de la contingencia, y después envían a la madre y a tres de sus hijas a un refugio. La mayor inquietud de Lucero es que la hija mayor está con el padre.

Despliegue militar contra el virus y las pandillas

En El Salvador, el Gobierno del presidente Nayib Bukele convierte una base militar en el primer centro de confinamiento para las personas que llegan del exterior. El 14 de marzo, la Asamblea Legislativa aprueba la “Ley de Restricción Temporal” o régimen de excepción, y el estado de emergencia y calamidad, para hacer frente al coronavirus. El plan Control Territorial, cuyo contenido era desconocido por la sociedad civil, había permitido anteriormente el despliegue militar y policial en todo el país para actuar contra las pandillas Mara Salvatrucha-13 y Barrio 18. El Salvador, un país de 6,7 millones de habitantes, tiene uno de los índices de violencia más alto del mundo.

Los datos del Ministerio de Justicia y Seguridad Pública indican que en 2019 se cometieron 230 asesinatos de mujeres, de un total de 2.398 homicidios, casi 1.000 menos que el año anterior. El Gobierno presenta esta tendencia a la baja como un éxito del plan Control Territorial, que entró en vigor en junio de 2019.

Las autoridades policiales y militares cierran las calles para implementar el cerco sanitario y habilitan un acceso. Foto/Emerson Flores.

Con la ejecución del último decreto aprobado “la Fuerza Armada mantiene el 100% de sus efectivos colaborando en la lucha contra el covid-19”, declara el ministro de Defensa, René Merino Monroy. Las personas que, a juicio de las fuerzas de seguridad, no tienen una justificación válida para salir de casa, son detenidas. Más de 2.420 personas están retenidas en condiciones inmundas en centros de contención por violar la cuarentena.

La arbitrariedad de la actuación policial en muchos casos ha provocado choques del presidente con la Corte Suprema de Justicia (CSJ). Bukele ha desafiado al alto tribunal al hacer caso omiso a las resoluciones judiciales, y la CSJ ha admitido innumerables habeas corpus de personas que denuncian arbitrariedades.

Si bien El Salvador fue uno de los primeros países en cerrar el aeropuerto para vuelos comerciales, la improvisación ha sido la nota predominante en la estrategia de Bukele. Adultos mayores, los más vulnerables ante el contagio, han sido confinados en los mismos centros que las personas procedentes de países considerados focos infecciosos.

Los militares y policías comandan los más de 800 cordones sanitarios implementados en el territorio nacional. Foto/Émerson Flores

El regreso del agresor a casa

La pasividad de la Justicia hondureña provoca que muchas mujeres retiren las denuncias, y que los familiares de las víctimas renuncien a luchar. El miedo se apodera cuando el Estado es claramente ineficiente y no responde a las víctimas.

El caso del futbolista Castillo, denunciado por agresión por su esposa, da un vuelco en cuestión de días, cuando Angie García se retracta de sus acusaciones y dice, a través de las redes, que su marido puede volver a casa.“No entraré en polémica, simplemente quiero aclarar que las fotos expuestas en redes sociales no son de mi persona. Pido respeten mi privacidad, no es justo que mi familia sea el centro de atracción”, escribe la cónyuge del jugador.

La legislación permite a las autoridades ordenar la puesta en libertad del agresor, para regresar a casa y convivir de nuevo con la víctima, si no es un caso reincidente. En opinión de la dirigente feminista Cristina Alvarado, la vuelta del agresor al hogar supone un alto riesgo para la víctima. “Lo que estamos promoviendo como organización es que las mujeres agredidas vayan a las casas refugio, o con familiares o amigos. Por lo general, el gran problema es que la violencia doméstica está tipificada como una falta y no como un delito, entonces el enfoque de la ley es preventivo nada más”.

La jueza Claudia Isabela López puntualiza que, si el agresor no cumple con las medidas que dicte un juzgado, el proceso se convierte en penal. “El antecedente de violencia doméstica, cuando es reiterativo, pasa a ser un proceso judicial”.

Ciudad Juárez, cuna del feminicidio

La propagación del virus ha provocado la suspensión de las clases en todos los niveles educativos de México. Muchas madres y padres que aún trabajan han dejado a sus hijos en manos de familiares. Es el caso de Miguel Ángel Z y María Guadalupe M, en Ciudad Juárez (Chihuahua), que quedan al cuidado de su nieta de seis años. El padre de la niña no vive en la ciudad. El 11 de abril, en plena contingencia sanitaria, la pequeña presenta una insuficiencia respiratoria grave que acaba con su vida. La primera sospecha de los padres apunta a coronavirus, pero el informe médico revela que la niña fue violada, golpeada y estrangulada.

El abuelo es el principal sospechoso y es detenido junto con su esposa. Yadira Soledad Cortés, coordinadora de la Red Mesa de Mujeres Juárez, dice que éste es uno de los muchos casos en plena pandemia: “La violencia sexual infantil se da principalmente por un conocido o un familiar, y las niñas confinadas están más expuestas”.

Diez mujeres son asesinadas en México todos los días. Foto / Brian Torres

Ciudad Juárez es un municipio emblemático de los asesinatos de mujeres en México. En los primeros años de la década de los 90 se propagó en esta ciudad fronteriza una ola de homicidios de mujeres, en su mayoría trabajadoras de las maquilas y habitantes de las colonias populares. Aquí nacieron organizaciones de defensa de mujeres como “Ni una más”, “Nuestras Hijas de Regreso a Casa” y “Mesa de Mujeres Juárez”, que aglutina a una decena de colectivos.

Del 1 de enero al 14 de mayo se han registrado en esta ciudad 65 feminicidios, un 27% más que en el mismo periodo de 2019, según la Mesa de Mujeres.

El aumento de la violencia de género se repite en todo el país. En enero hubo 15.851 denuncias por violencia familiar en México, en febrero, 13.000, y en marzo, ya con las medidas de confinamiento, se abrieron 20.000 casos. Las llamadas al teléfono oficial de emergencia (911) se multiplican cada mes.

El panorama ya era difícil antes de la pandemia, señala Irinea Buendía, madre de una joven estrangulada por su pareja y referente nacional en la búsqueda de justicia. “Vivíamos una emergencia nacional, pero nadie nos hizo caso, y por eso hubo una manifestación histórica el 8 de marzo, y un paro nacional de mujeres, sin precedentes en México, el 9 de marzo”. Pero al presidente López Obrador “en ese momento le importaba más el sorteo simbólico del avión presidencial y despreció nuestras denuncias”, acusa Buendía.

Mujeres trabajando en una recicladora de plástico en Ecatepec, el municipio con mayor número de feminicidos en todo el país. Foto / Brian Torres

Mensaje de impunidad

La historia de El Salvador está marcada por la muerte, la guerra, levantamientos campesinos, mártires y dictaduras militares. El conflicto armado de los años 80 entre la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y el Ejército, generado por la injusticia social, se prolonga 12 años, hasta la firma de los Acuerdos de Paz de Chapultepec en 1992. El problema de fondo, como en toda la región, se resume en dos palabras: desigualdad y exclusión de la gran mayoría. Según Oxfam, los 160 más ricos acaparan el 87% de la riqueza. Y la mayoría vive al día.

“El presente no está desvinculado del pasado”, subraya Silvia Juárez, de la organización de mujeres Ormusa, que cita como ejemplo el informe De la locura a la esperanza, elaborado por la Comisión de la Verdad tras la firma de la paz. Dicho informe describe la violencia sexual como un hecho colateral y no como una violación sistemática contra las mujeres.

Tras la firma de los acuerdos de paz no hay un proceso de reconciliación nacional. El año siguiente, en 1993, la Asamblea Legislativa aprueba la ley de Amnistía General para la Consolidación de la Paz, que pone en libertad a todos los presos involucrados en violaciones de derechos humanos durante la guerra civil.

Después de décadas de reclamos por parte de las víctimas, en 2016 la Corte Suprema anula la ley de Amnistía. Los enfrentamientos en la Asamblea Legislativa continúan y el 26 de febrero pasado, el pleno aprueba una ley de amnistía disfrazada, la llamada Ley Especial de Justicia Transicional, Reparación y Reconciliación Nacional. “Si ni siquiera se reconoce esta violación, estamos lejos de construir la paz”, lamenta Silvia Juárez. 

López recibió instrucción con detención provisional por el delito de feminicio agravado, contra su esposa Susan Daly Regalado. Foto/Émerson Flores

En El Salvador, la violencia deja las trincheras y muta en forma de grupos pandilleros. Hasta el 30 de abril, la Fiscalía General de la República (FGR) reporta dos casos en los que hay indicios de asesinatos de mujeres a manos de pandillas o maras desde que comenzó la cuarentena domiciliaria.

La coordinadora de la mujer de la Fiscalía, Graciela Sagastume, explica que no hay diferencia en cuanto al procedimiento de mujeres asesinadas por integrantes de maras, porque en todos los casos se aplica el protocolo de feminicidio. Según las reglas de las pandillas, las mujeres no tienen voz y no pueden opinar ni decidir. La coordinadora fiscal considera que los feminicidios dentro del mundo de las pandillas son un problema estructural. “En la medida que el Estado invierta en problemas sociales, las mujeres podrán salir de ese mundo”. 

San Pedro Sula, violencia y emigración

Iberoamérica es la región más violenta del planeta, según un estudio de la ONG mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal. De las 50 ciudades con más homicidios 15 están en México (con Tijuana a la cabeza), dos en Honduras (San Pedro Sula y Tegucigalpa), y una en Guatemala (Ciudad de Guatemala) y una en El Salvador (San Salvador).

San Pedro Sula, la capital industrial de Honduras con 1,1 millones de habitantes, estuvo considerada durante cuatro años consecutivos, de 2011 a 2014, la ciudad más violenta del mundo. Llegó a registrar 142 homicidios por cada 100.000 habitantes, según el Observatorio de la Violencia de la Universidad Autónoma de Honduras. San Pedro Sula es también el epicentro del éxodo migratorio de Centroamérica hacia Estados Unidos.

Una de las zonas más conflictivas de la ciudad es Chamelecón, un suburbio pobre, de calles de tierra, donde pandillas y grupos criminales ligados al narcotráfico libran su propia guerra por el control territorial. Aquí se registra el 5 de mayo un caso de violencia que sacude la ciudad. Un abogado asesina a su esposa, después a su hijo y finalmente se suicida. Los vecinos declaran que escucharon gritos y una fuerte discusión.

Para la abogada y feminista Karol Bobadilla, quien integra el Foro de Mujeres por la Vida, en Honduras no hay condiciones para que las mujeres permanezcan en cuarentena y, sobretodo en casos donde tienen un agresor al lado.

¿Qué explicación tiene tanta violencia en Honduras? Tiene raíces profundas, según detalla un análisis político del sacerdote Ismael Moreno: “La acumulación de riqueza, tierra y recursos en pocas manos, y la acumulación de poder en instituciones del Estado controladas por esas mismas personas ha generado una violencia que hoy nos parece incontrolable”.

La oligarquía hondureña, bajo la tutela del capital multinacional y con el aval de las instituciones del Estado, ha logrado el control de todos los hilos: del capital comercial, especulativo y agroindustrial, de la energía, las comunicaciones, el turismo y el transporte. “Las decisiones que de verdad pesan son las que toman estas familias, que en su conjunto no pasan de doce apellidos”, explica Moreno.

Una segunda característica es la cantidad de conflictos sin resolver: “Educación y salud deficientes, recaudación de impuestos, inseguridad y violencia. Es como una enorme olla de presión a punto de estallar”.

El tercer rasgo, según Ismael Moreno, es la subordinación del Estado al sistema de partidos políticos. “Es una institucionalidad que genera violencia, y que sirve como refugio a personas que se dedican a delinquir, a establecer alianzas con organizaciones criminales transnacionales, convirtiendo a instituciones enteras, como la Policía Nacional, en maquinarias delictivas”. La violencia impregna toda la sociedad hondureña y abona el sistema patriarcal, que convierte muchos hogares en campos de batalla, donde muchas de las víctimas son mujeres.

Inseguridad en la UNAM

Antes de que el coronavirus llegue a México, las movilizaciones de mujeres contra las distintas formas de violencia de género están en un punto álgido. La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la de mayor prestigio de América Latina, según la página UniRank, vive una convulsión inédita debido al incremento de la violencia y a la falta de respuesta de las autoridades universitarias.

Durante más de cinco meses, hasta el 14 de abril, la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM ha estado ocupada por un colectivo de mujeres estudiantes denominado Mujeres Organizadas, que exigen el fin del acoso sexual, de las violaciones y desapariciones de estudiantes en la facultad y en el resto de la Universidad. La alumna Mariela Vanessa desapareció en 2018 sin dejar rastro, cuando se dirigía desde su casa a la facultad.

Mientras dura la protesta, las ocupantes de la facultad de Filosofía y Letras son “vigiladas, perseguidas por todos los medios posibles, agredidas y criminalizadas”. Lo que no consiguen las amenazas ni las autoridades lo logra la pandemia, y finalmente tienen que desalojar las instalaciones al no contar con “las herramientas necesarias para hacer frente” al covid-19.

Protesta de trabajadoras de la salud en Ciudad de México por la falta de insumos en los hospitales. Foto / Brian Torres

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Las historias de México, El Salvador y Honduras, reflejadas en este trabajo colectivo, ponen de relieve que la pandemia del covid-19 sólo echa más leña al fuego de la violencia machista. El confinamiento forzoso ha convertido muchos hogares en auténticos infiernos para las mujeres.

La conclusión más tremenda, a la luz de lo que ocurre en estos tres países, es que la violencia intrafamiliar o de género no es por temporadas, ni se detendrá una vez pasada la pandemia. Como afirma la fiscal salvadoreña Gabriela Sagastume, la violencia hacia la mujer está sostenida por los patrones socioculturales que imperan en El Salvador, que no difieren mucho de los de México o de Honduras.

Antes del coronavirus las agresiones de toda magnitud a mujeres, incluido el feminicidio, se repetían diariamente en cada uno de los tres países. La pandemia esboza una nueva realidad llena de claroscuros. Las instituciones del Estado brillan por su ausencia cuando son más requeridas que nunca, pero en contrapartida la sociedad civil muestra vigor y capacidad de presión para ser tenida en cuenta. En medio, las mujeres, las víctimas, empiezan a perder el miedo y a romper el silencio.

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*Otras Miradas es una alianza de periodismo colaborativo integrada por medios independientes de México y Centroamérica. Como parte de esta iniciativa presentamos la serie “Coronavirus desde otras miradas” en la que participan Desinformémonos (México), Chiapas Paralelo (México), Agencia Ocote (Guatemala), No-Ficción (Guatemala), Gato Encerrado (El Salvador), Contracorriente (Honduras), Radio Progreso (Honduras) Nicaragua Investiga (Nicaragua), Onda Local (Nicaragua) y Confidencial (Nicaragua).

Ciento cuarenta millones de personas sobreviven en América Latina y El Caribe en trabajos informales, según la OIT. La pandemia ha desnudado la precariedad y la vulnerabilidad en la que viven y también los hace asomarse al abismo de la hambruna. En Centroamérica han empezado a usar banderas blancas para mostrar su tragedia y en México los comerciantes lamentan la falta de protección del Estado.

Este trabajo forma parte del especial para OtrasMiradas*

Desde El Salvador: Julia Gavarrete

Desde Nicaragua: Houston Castillo

Desde Guatemala: Alejandra Gutiérrez

Desde México: Gloria Muñoz

Para vender la fruta y las semillas, ella debe saber muy bien en qué calle moverse. Ser vendedora informal no es fácil en un país donde hay líneas invisibles que dividen los territorios controlados por pandillas. Pasar desapercibida e intentar escabullirse es parte de su día a día antes de realizar la venta de su producto ambulante en un par de organizaciones o lugares donde se sienta segura.

En los últimos años, Ana María se mudó cinco veces, una persecución que inició en 2016. Por ser defensora de derechos de las mujeres se metió en problemas con las pandillas. A sus 46 años, es madre de dos hijos adolescentes y por seguridad no quiere que se publique su nombre real.

La emergencia de la COVID-19 complicó más su caso hasta llevarla a un aislamiento total y a un feroz recuento de días de desesperanza y pobreza en que solo espera que todo pase para salir a trabajar cuanto antes. “No vamos a tener dinero y habrá más personas enfermas”, asegura.

Si bien fue beneficiada con los 300 dólares que repartió el gobierno de Nayib Bukele a 1.5 millones de hogares—considerados los más vulnerables—el fondo lo ha usado para ayudarle a un par de vecinos, ancianos y también vendedores informales, que no tienen comida para pasar el encierro. “Yo estoy fregada”, repite, pero “de hambre no se van a morir”. Ellos no lograron el beneficio y la situación les ha llevado a sobrevivir de ayudas. La entrega del bono sigue recibiendo críticas por economistas que consideran que el ejecutivo lo hizo de forma inadecuada, como lo documentó Revista Gato Encerrado,lo que no permitió que llegara a las personas que realmente lo necesitan.

Antes de la cuarentena domiciliaria, impuesta por el gobierno desde el 21 de marzo, su día arrancaba a las 4:00 a.m. en el mercado La Tiendona, en la capital, una central de abastecimiento de puestos apilados al aire libre, caóticamente organizados, donde se mueve el comercio mayorista del país. Allí adquiría el producto que luego revendía y por el que lograba ganancias de entre siete y diez dólares diarios si le iba bien.

Flor Núñez, de 40 años. Vendedora ambulante en el mercado central, San Salvador. Foto\Émerson Flores

Separada de su pareja, por violencia intrafamiliar, se dedicó a defender a otras mujeres que sufrían como ella.Su historia, víctima de la persecución por pandillas, comenzó cuando asistió a una joven, golpeada por un pandillero. En ese momento, se convirtió en blanco delas mismas.En el país más diminuto de la región, con6.4 millones de habitantes, la Mara Salvatrucha y la Barrio 18 son las dos que más controlan los territorios, incluso en tiempos de COVID-19. Ambos grupos son los que imponen su poder y su fuerza en los lugares donde habitan los más vulnerables a la pandemia.

A quien incumple la cuarentena le va mal, así de simple. En los barrios han llegado al punto de declarar “toque de queda”, según una publicación de El Faro. Ella no solo se enfrenta a un panorama de supervivencia diaria por las pandillas o por vender en las calles, sino que ahora todo luce más complejo con el impacto de la pandemia. Hasta la segunda semana de mayo, en El Salvador se reportaron un poco más de1,000casos de coronavirus. El primero positivo se registró desde el 18 de marzo.

Ana María es parte de los 140 millones de personas que en América Latina y El Caribe sobreviven en el sector informal, como lo reflejan datos de 2014 de la Organización Mundial de Trabajo (OIT), sin un salario fijo ni protección social. Una realidad que se repite en países como México, Nicaragua y otros como Honduras y Guatemala. En las dos últimas naciones, el empleo informal ronda el 80 por ciento. En el caso de El Salvador, hasta 2018, el 70 por ciento de los hogares tenían al menos un integrante en el subempleo.

Ana María Pérez es una trabajadora informal que, además de enfrentar la crisis, no puede vender sus productos en todas partes por el control territorial de las pandillas. Foto\Émerson Flores

La crisis solo vino a desnudar la vulnerabilidad de un sector que subsiste al día y que ha comenzado a manifestarse en El Salvador colgando pancartas en la entrada de sus comunidades o listones blancos afuera de sus casas recalcando que ahí pasan hambruna. En Centroamérica, 45 de cada 100 centroamericanos ya vivían en condiciones de pobreza antes de la pandemia, de acuerdo con Jonathan Menkos, director ejecutivo del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi). Son cerca de 22 millones en total, según cálculos, de los que 18.4 sobreviven en Guatemala, El Salvador y Honduras. “El COVID solo exacerba problemas estructurales que venimos acarreando”, dijo Menkos.

La Comisión Económica para América Latina y El Caribe (Cepal), en un informe publicado el 3 de abril sobre los efectos económicos y sociales por la pandemia, precisó sobre el impacto que recibirán las poblaciones que dependen de la economía informal. Es un hecho que medidas de encierro y de parálisis económica “puede llevar a muchos trabajadores a situaciones de pobreza”.

A Ana María ya se le agotó lo que ahorró con mayor esfuerzo previo a la cuarentena domiciliaria. El día que supo que El Salvador declaraba emergencia nacional por el coronavirus, incrementó su jornada de trabajo e intentó vender por lo menos tres dólares más al día. Ahora,los alimentos que consume son donados.

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Mientras en El Salvador sus ciudadanos sobreviven al virus y al control territorial de las pandillas, en México el Ejército hace presencia para hacer cumplir las medidas tomadas por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Antes de que terminara abril, cuando se registró un repunte de los casos de COVID-19 en ese país, las autoridades declararon de manera oficial la Fase 3 en el manejo de la crisis. Entre algunas de las medidas emitidas estuvo obligar casi al 100 por ciento de los comerciantes ambulantes a dejar sus ventas.

El tianguis “El Salado” es un mercado con 40 años de existencia, ubicado al oriente de la Ciudad de México, donde a los comerciantes los obligaron a parar sus ventas con presencia militar. Los seis kilómetros de extensión, que se convierten en veredas muy bien alineadas de mercadería que se ofrece en las calles, fueron visitados por militares que custodiaron a las autoridades de la Alcaldía Iztapalapa al momento de dar el aviso del fin de labores a todos los vendedores.

Una vista aérea de este mercado mexicano, que tiene 40 años de existencia y donde trabajan unos 6 mil comerciantes.Foto\ Brian Torres e Irving Cabrera

Visto desde el aire, El Salado se ve como un zigzagueante río. Cualquier cosa imaginable aquí se encuentra: desde una acuamoto, el vaso de una licuadora antigua, un tornillo de una vieja máquina de coser, un traje de buzo, montañas de zapatos viejos, guitarras, revistas, llantas, muñecas, ropa, herramienta, cascos, libros o bicicletas.La zona oriente del tianguis, sin embargo, es un foco rojo de contagios de coronavirus. Ahora, siete mercados han suspendido las ventas y con esta medida hay más de 57 mil personas que son afectadas.

Los únicos puestos que pudieron permanecer en El Salado son los de alimentos, con la condición de que los compradores no consumieran la comida en el lugar. Para cuando las autoridades divulgaron las medidas de salud para evitar el contagio del COVID-19, los vendedores se resistían a quedarse en casa no por rebeldía, sino porque viven de lo que ganan al día.

En el tianguis El Salado se encuentra de todo. Trabajadores informales se debaten en la disyuntiva de morir de hambre o por coronavirus.Foto\ Brian Torres e Irving Cabrera

Emilia Sánchez Peña, madre soltera de 60 años y originaria de San Vicente, es una de las personas que no puede dejar de vender. No cuenta con ayuda del gobierno mexicano, por lo que dejar su empleo sería condenarse a no tener ninguna entrada de recursos a su hogar. “En vez de venir a quitarnos del tianguis, que es nuestra vía para vivir todos los días, ¿por qué nos encierran si no nos dan una ayuda?”, asegura desde el puesto ambulante donde ha vendido durante 22 años.

Cada miércoles, El Salado se llena. Ahí convergen unos 7 mil comerciantes que ofrecen mercadería nueva y productos usados.Emilia asegura que no dejará de trabajar a menos de que le garanticen una ayuda para ella y para la gente con hijos pequeños. Eso pelea.“Si no se mueren de la enfermedad, se van a morir de hambre”, reitera preocupada.

La misma OIT ha reconocido que los trabajadores informales no tienen todos los medios de subsistencia, “por ello enfrentan un dilema que prácticamente no puede ser resuelto: morir de hambre o por el virus”. Así lo repite también Emilia.

Los militares acompañan a las autoridades municipales para informarles de las nuevas medidas adoptadas a raíz del aumento de casos de COVID-19. Foto\ Brian Torres e Irving Cabrera

El aumento de las medidas de restricción por la crisis sanitaria en México está afectando a más de 30 millones de personas, 60 por ciento de la población activa según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Para Héctor de la Cueva, coordinador de Centro de Investigación Laboral y Asesoría Sindical (CILAS), los trabajadores informales han pasado de un estado de crisis permanente a una situación “desesperante”.

La mayor parte de personas que dependen de la economía informal, señala de la Cueva, “viven al día haciendo cualquier chambita”. La respuesta a la crisis de López Obrador es considerada también insuficiente por este experto. El ejecutivo pondrá en marcha un programa de un millón de microcréditos por 25 mil pesos para pequeños comerciantes que estén inscritos en el programa Tandas para el Bienestar. Sin embargo, “hay una política bastante inconsistente de ayuda. Incluso para los trabajadores formales no hay medidas para apoyar a quienes pierden su empleo injustamente, sino que lo central es que se mantienen programas sociales que ya venían”.

Como ocurre con Emilia Sánchez, María Guadalupe Vargas también tiene años laborando en El Salado. Originaria de Querétaro, ella creció en Ciudad de México. Cuando la situación comenzó a complicarse en su casa, ella buscó maneras para ayudarle a su familia. Se metió de comerciante y lleva cerca de 33 años como vendedora en el tianguis. Sin embargo, hoy, la crisis por el COVID-19 la ha llevado a sentirse atada de manos. “Nos están pasando a liquidar de plano, de plano, en lo económico y en lo anímico”.
Entre las pláticas con otros comerciantes es cada vez más frecuente la expresión del “hoy no salió nada, hoy me fui a cero”. Las bajas en las ventas han comenzado a generar molestias. María Guadalupe está de acuerdo con portar mascarilla, con el uso de lentes y lavarse las manos, pero cree que controlar el virus depende de las ganas de salir adelante.

Otra imagen, que muestra la vivacidad,de uno de los mercados populares de México, El Salado.Foto\ Brian Torres e Irving Cabrera

La pobreza se repite en los centros de compras de la región. En Nicaragua, el 70 por ciento de la fuerza de trabajo ocupada pertenecían hasta 2016 al sector informal, según el economista Adolfo Acevedo. Norma Valentina Calero, de 20 años, se las ingenia para superar al virus y ganarle al hambre en el Mercado Oriental.

Cuando concedió una entrevista para este reportaje, ella esperaba atenta sobre la calle, con un banco para sentarse al lado y su venta de agua helada. Su piel blanca —pero enrojecida, y el cuello quemado, sensible al calor— fue testigo de cómo le fue en la jornada.


Norma Valentina empezó a trabajar a los nueve años en ese centro de compras, considerado uno de los más grandes de Centroamérica. Antes, lo hacía acompañada de su mamá. La venta, en medio de la pandemia, la inició con una pequeña inversión de 15 dólares que tuvo que prestar y que sirvió como su capital semilla. Con eso compró tres bolsones, que lleva cada uno en su interior unas 50 bolsas pequeñas de agua helada. Del dinero que prestó, 6 dólares ya estaban comprometidos: eran un adelanto que debía dejarle a una casa ubicada en el mercado donde guarda el agua que le sobra.

En el mercado principal de Managua,Norma Valentina Calerotiene miedo al contagio, pero debe buscar alimentar a su familia. Vive en una casa de hojalata con once personas más. Foto\Houston Castillo
Norma Valentina Calero, de 20 años, vende en el Mercado Oriental en Managua, uno de los más grandes comercios de Nicaragua, adonde el gobierno ha sido cuestionado por no tomar medidas para evitar el contagio del virus. Foto\Houston Castillo

A la emergencia económica de siempre se une la sanitaria. Las medidas en Nicaragua para controlar el virus tienen perpleja a la comunidad internacional por su inexistencia. La Organización Mundial de la Salud ha mostrado su preocupación, mientras la población trata de protegerse contra un virus del que tiene poca información. El gobierno de Daniel Ortega no ha puesto en marcha ni el confinamiento ni cierre de fronteras, lo que ha llevado a que organismos como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) se pronuncien al respecto. La gente, ante la poca respuesta estatal, hace lo que puede.

Esta comerciante continúa levantándose en la madrugada para cocinarles el desayuno a sus hijas antes de salir a su negocio improvisado, ubicado en el sector conocido como Gancho de Camino. No tiene ninguna caseta o tramo para resguardarse mientras trabaja. Madre de dos hijos, una de dos años y otra de tres meses, vive con su pareja, William Bermúdez, de 30 años, y otras diez personas; apuñados todos en un espacio diminuto dividido por paredes de hojalata ubicado en el barrio Julio Buitrago, conocido como Barrio Maldito. De la docena de personas que conviven, solo dos trabajan formalmente. 

La OIT recalca en sus más reciente informe que el COVID-19 afectará 1600 millones de personas que dependen de la economía informal, de los 2000 millones que hay en el mundo.


A pesar de la cuarentena, la vida en las calles de Guatemala sigue. Pero, al barullo cotidiano —de antes de la pandemia— se ha sumado una nueva imagen: cientos, miles de personas, que desde las banquetas, o las orillas de las carreteras, ondean trozos de tela, de papel, de bolsas plásticas blancas que envían un mensaje tácito: tienen hambre, piden comida. Lo hacen ancianos, hombres, mujeres, niños, agitando trapos blancos.

Tienen vergüenza, se cubren el rostro cuando la cámara de los periodistas los enfoca. Un cuadro similar se vivió en Colombia, donde la gente sacó banderas rojas porque, en medio de la crisis, ya no tienen alimentos.
Una gran porción —imposible tener cifras, de quienes ahora piden comida en las vías— pertenecen al sector del trabajo informal. Son vendedores ambulantes, personal de limpieza, empleadas domésticas, jardineros, guardias de seguridad, trabajadores de la construcción, campesinos, que no cuentan con contratos de trabajo. Todo esto, frente a un Estado que no los protege y con un sistema de salud precario.

Una vista a la comunidad Las Mercedes en Guatemala. La situación de los trabajadores informales era precaria desde antes, pero ahora se agudizó con la pandemia.Foto\Julio Serrano Echevarría

La comunidad Las Mercedes es un ejemplo que se repite por miles. Está ubicada a 50 kilómetros de la capital, en Jocotillo, del municipio de Villa Canales, en Guatemala. Allí viven 250 familias. Es un paisaje desértico, donde se cultivan hectáreas de piña. Las calles son de tierra compacta y todo es color ocre. Las paredes divisorias entre terrenos son alambre espigado con láminas de zinc oxidadas. Se instalaron allí en 1998 tras el paso del huracán Mitch, recordado como el causante de una de las grandes catástrofes naturales en Centroamérica.

Elizabeth Tambriz vive en Las Mercedes. Ella es trabajadora doméstica, una de las 250,000 mujeres que limpian, cocinan y cuidan niños para ganarse la vida. Elizabeth trabaja desde los 12 años, cuando dejó Mazatenango su pueblo natal, para ir a vivir a la capital. Desde allí no ha dejado de hacerlo, tiene 42 años y ningún ahorro.

A partir del 13 de marzo, en que se hizo público el primer caso de contagio en Guatemala y que se declaró la cuarentena y se cerró el transporte público, Elizabeth no volvió a ninguna de las tres casas donde trabaja. Desde hace dos meses no recibe el salario de 100 quetzales por día, unos 13 dólares. Una de sus patronas sí la ayuda un poco, dice. Los empleadores de Elizabeth viven en las zonas 10 y 14 de la capital, dos áreas acomodadas para familias de clase media alta y clase alta.

La guatemalteca Elizabeth Tambriz es trabajadora doméstica, una de las 250,000 mujeres que limpian, cocinan y cuidan niñospara ganarse la vida. Foto\Julio Serrano Echevarría

En el trabajo doméstico usualmente no hay contratos (aunque por ley sería válido un trato verbal), la mayoría no recibe prestaciones ni indemnización cuando se retiran. Para Elizabeth, en este momento, su única aspiración —y el de otras vecinas— es poder tener trabajo. Por ahora, sobreviven con su esposo y su hija de 13 años, con el salario reducido de él, que es conductor de autobuses: 800 quetzales (100 dólares).

El Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi) ha esbozado escenarios sobre los efectos que tendrá la COVID-19 en Guatemala, y en Centroamérica. Uno de estos: la caída de un tercio de los ingresos del turismo, caída del 20 por ciento del flujo de remesas que provienen de los migrantes, la caída del 20 por ciento de las exportaciones. Esto provocaría el quiebre de empresas, un aumento de pobres y, con ello, de las brechas de desigualdad. El peor de los escenarios, según este organismo, llevaría a una ingobernabilidad democrática.

Sembradío de piña en una comunidad guatemalteca.El economista Jonathan Menkospronostica que la pérdida de empleos en ese país puede llegar a 555 mil empleos. Foto\Julio Serrano Echevarría

En Guatemala, casi el 80 por ciento de la población trabaja en el sector informal, una de las cifras más altas de Centroamérica, de acuerdo con el Icefi. La solución para Menkos, es una estrategia de ingreso básico garantizado, en que todos los ciudadanos reciban un bono, que garantice la subsistencia e impida discrecionalidad en el reparto de la ayuda.

El economista Jonathan Menkos, director ejecutivo del Icefi y excandidato vicepresidencial por el partido Semilla en las elecciones recién pasadas, asegura que “en el caso de Guatemala, la pérdida sería de 555,000 empleos.

Y eso para Guatemala significaría la pérdida de los últimos seis años de empleos formales generados. El país genera tan pocos empleos formales, 25,000 empleos registrados en el IGSS (Instituto Guatemalteco de Seguridad Social) al año, en una sociedad de 16 millones de habitantes. Es nada”.

Para Menkos, las medidas de encierro podrían propiciar un aumento en la tasa de pobreza en los hogares guatemaltecos del 57.15 por ciento a 65.5 por ciento. Debido a la pérdida de ingresos ya que casi ningún hogar tiene ahorros, ni seguros de empleo, ni transferencias condicionadas. “Si la pérdida de ingresos en los hogares de Guatemala persiste por cuatro meses, podríamos tener un incremento de la pobreza de 1,236,000 personas”.

Matilde Alonso, líder de la comunidad Las Mercedes en Guatemala, sostiene que le tocó nacer en la raza de los vulnerables. Foto\Julio Serrano Echevarría

Matilde Alonso es un líder comunitario de Las Mercedes y trabaja con Elizabeth Tambriz en la organización vecinal. Para Alonso, como la prioridad en este momento es la salud, “sucede que todo el mundo está hablando de esto: de los más vulnerables, de los más necesitados. Pero, en realidad, nosotros todo el tiempo hemos estado necesitados”.

“A nosotros nos tocó nacer así, aquí en la raza más vulnerable”, explica.
En efecto, la ayuda del Gobierno para atender tanto la emergencia sanitaria relacionada directamente con el virus, como todos los daños colaterales de ésta, llegan a cuentagotas. Pese a la aprobación de préstamos millonarios, la promesa de bonos de ayuda y de bolsas de alimentos, que representan un paliativo para la crisis, se necesita más y tampoco se cubre a toda la población que se enfrenta a la disyuntiva de mantenerse a salvo del virus en sus casas o ganarse con su trabajo el bocado del día.

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*Otras Miradas es una alianza de periodismo colaborativo integrada por medios independientes de México y Centroamérica. Como parte de esta iniciativa presentamos la serie “Coronavirus desde otras miradas” en la que participan Desinformémonos (México), Chiapas Paralelo (México), Agencia Ocote (Guatemala), No-Ficción (Guatemala), Gato Encerrado (El Salvador), Contracorriente (Honduras), Radio Progreso (Honduras) Nicaragua Investiga (Nicaragua), Onda Local (Nicaragua) y Confidencial (Nicaragua).

Este episodio producido por Ocote en Guatemala, es parte de la alianza Otras Miradas, na alianza de periodismo colaborativo integrada por medios independientes de México y Centroamérica. Como parte de esta iniciativa presentamos la serie “Coronavirus desde otras miradas” en la que participan Desinformémonos (México), Chiapas Paralelo (México), Agencia Ocote (Guatemala), No-Ficción (Guatemala), Gato Encerrado (El Salvador), Contracorriente (Honduras), Radio Progreso (Honduras) Nicaragua Investiga (Nicaragua), Onda Local (Nicaragua) y Confidencial (Nicaragua).

Diez medios de México y Centroamérica reportamos cómo viven el día a día de la pandemia migrantes, trabajadores informales, mujeres que viven violencia, trabajadoras sexuales y personas privadas de liberad. Nos juntamos para investigar desde #OtrasMiradas

Otras Miradas es una alianza de periodismo colaborativo integrada por medios independientes de México y Centroamérica. Como parte de esta iniciativa presentamos la serie “Coronavirus desde otras miradas” en la que participan Desinformémonos (México), Chiapas Paralelo (México), Agencia Ocote (Guatemala), No-Ficción (Guatemala), Gato Encerrado (El Salvador), Contracorriente (Honduras), Radio Progreso (Honduras) Nicaragua Investiga (Nicaragua), Onda Local (Nicaragua) y Confidencial (Nicaragua).

 

Hambre o coronavirus

Ciento cuarenta millones de personas sobreviven en América Latina y El Caribe en trabajos informales, según la OIT. La pandemia ha desnudado la precariedad y

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Estados Unidos registra más de 20 000 expulsiones entre marzo y abril, cuando el COVID-19 aumentó en la región. El miedo al contagio convirtió, en algunos casos, el regreso de estos migrantes a sus comunidades de origen en un tenaz rechazo, mientras el drama de los que quedaron varados es palpable en la frontera de Guatemala y México.

Texto: Sofía Menchú y Ángeles Mariscal para Otras Miradas*

Portada: Un migrante guatemalteco mira a través de la ventanilla de un autobús después de ser deportado de Houston, Texas, EEUU, junto a otros 74 migrantes, el lunes 4 de mayo del 2020. Foto\Oliver de Ros

La campana de la comunidad guatemalteca de Santa Catarina Palopó repicó varias veces para convocar a la gente a la plaza aquel domingo 19 de abril. Eso sólo ocurre cuando hay una emergencia. Decenas de personas se juntaron antes de que el toque de queda fuera efectivo a las cuatro de la tarde, cuando se enteraron del retorno de un migrante deportado desde Estados Unidos.

A sus 19 años, Carlos Cumes pasó mes y medio en cuarentena en un centro de detención estadounidense. Allí le hicieron la prueba de COVID-19 que salió negativa y el propio Ministerio de Salud guatemalteco le certificó el resultado, pero el revuelo en el pueblo continuó ese domingo hasta las siete de la noche, cuando entró una ambulancia con él a la comunidad. Reinaba el miedo.

En el canal de televisión local, desde el cual se transmitió en directo la llegada de Cumes, se pudo ver a los bomberos vestidos con trajes plásticos, enormes lentes y mascarillas como si fuese aquella una película. Era el regreso del joven lanchero que salió, como miles cada año en Guatemala y Centroamérica, a buscar una mejor vida en suelo estadounidense.

Ahora es el retrato de otra realidad: el rechazo que están sufriendo en sus lugares de origen los deportados, que sumaron 20 mil 860 de distintas nacionalidades entre marzo y abril, según el gobierno estadounidense, justo cuando los casos de coronavirus aumentaron en la región. Al llegar a sus comunidades, en algunos casos fueron tratados como apestados.

“Él venía ya con sus papeles, pero las personas no se quedaron conformes, nos dijeron que nos iban a linchar igual a mi hermano y a toda la familia”, cuenta su hermano Juan Cumes. Al no poder llegar a su vivienda, la Policía lo trajo a la capital y lo llevaron a un hospital destinado para enfermos de COVID-19y finalmente lo enviaron al centro médico de Sololá—en la cabecera departamental de Santa Catarina Palopó—donde debía finalizar la cuarentena.

Pasados quince días de aquel episodio, las cifras oficiales explican el miedo colectivo que generó Cumes. Según los datos reportados hasta inicios de mayo, 103 de un total de 630 casos positivos de coronavirus registrados en el país centroamericano correspondieron a migrantes. Así que esa tarde de abril, mientras el vehículo zigzagueaba para llegar a la casa de Cumes, algunos vecinos fueron a la vivienda del alcalde y otros protestaron frente a la municipalidad, porque querían que se prohibiera su ingreso a la localidad.

Migrantes guatemaltecos hacen cola para entrar a un autobús después de ser deportado de Houston, Texas, EEUU, junto a otros 74 migrantes, el lunes 4 de mayo del 2020. Foto\Oliver de Ros

Escenas de repudio contra los migrantes se repitieron en Suchitepéquez. Las autoridades de esta comunidad, ubicada a 154 kilómetros de la capital del país centroamericano,negaron el siete de abril la entrada a dos personas que llegaron deportados desde México, pese a que también se les realizó la prueba médica y tampoco tenían síntomas, según Ana Lucía Gudiel, portavoz del Ministerio de Salud. Como ocurrió con Cumes, los vecinos de estos nuevos deportados tampoco los dejaron ingresar. Fueron llevados a otro centro hospitalario, en la ciudad, para que ahí cumplieran su cuarentena.

La propuesta del gobierno del médico Alejandro Giammattei, en estos casos, ha sido ubicar a los migrantes en hospitales, hoteles o en albergues temporales para alejarlos del resto de la comunidad. Poco a poco, la pandemia se ha convertido en otro muro para los migrantes que ya enfrentaban férreas restricciones desde que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, asumió el gobierno en 2017.

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Según el director del Programa de Migración, Remesas y Desarrollo de Diálogo Interamericano, un centro de análisis que promueve la gobernabilidad democrática, la prosperidad y equidad social en América Latina, el nicaragüense Manuel Orozco, el 20 por ciento de la fuerza laboral en Estados Unidos son migrantes.

En los últimos años, la Casa Blanca ha promovido la política de “America First”, en la que la migración es vista como una amenaza. En pleno aumento de casos por la pandemia, el gobierno estadounidense modificó el 21 de marzo pasado el título 42 del código relativo a la Salud Pública y Bienestar Social, lo que permite ahora la expulsión de extranjeros a su último país de tránsito, dado el “riesgo que representan para la salud”.

Manuel Orozco,director del Programa de Migración, Remesas y Desarrollo del Diálogo Interamericano. Foto\Cortesía de Diálogo Interamericano

Esa nueva reglamentación, sumada a otras medidas migratorias, permitió con la anuencia de países como México, Guatemala, El Salvador y Honduras la deportación masiva. A finales de abril, el gobierno norteamericano reconoció el contagio de 297 personas que se encontraban en los centros de detención, lo que se tradujo en preocupación para las comunidades de origen de los migrantes como muestra la historia de Cumes.

El impacto económico de la pandemia, que incluye a los migrantes y sus familias,es objeto del interés de los expertos de este tema en la región. Orozco, funcionario de Diálogo Interamericano y quien se radicó en Washington desde los años ochenta, explica en un documento sobre el impacto económico sobre las remesas, publicado el 24 de abril pasado, que la recuperación de los migrantes es crítica para el envío de remesas y el crecimiento económico de sus países de origen y de aquellos donde residen.

Para el especialista, el efecto económico de la pandemia tiene varias facetas: los costos del tratamiento médico, el efecto del desempleo que, según sus consideraciones, se refleja en una pérdida grande depuestos. Orozco estima que al menos el 13 por ciento “de la fuerza laboral migrante total de América Latina y el Caribe en los Estados Unidos perderá sus empleos”, lo que equivale a 3,009,365 millones de trabajadores.

Una mujer sostiene una bandera blanca como símbolo de que necesita ayuda o alimentos, en el parque central de Ciudad de Guatemala, el 13 de mayo de 2020.Foto\Oliver de Ros

Además, él considera que el impacto será drástico en las remesas, dado que el potencial del desempleo puede durar más de nueve meses desde marzo.“Una caída del 20 por ciento en las remesas se traduce en una disminución de 17 mil millones de dólares en las remesas no enviadas y de 4 a 5 millones de hogares que no reciben”, añadió.

De acuerdo con su visión, es importante tener en cuenta que los flujos hacia América Latina y el Caribe se originan en Estados Unidos (75 por ciento, 50 por ciento de las migraciones); la propia región (10 por ciento, 30 por ciento), mientras Europa y el resto del mundo equivalen al 15 o 20por ciento.Daniel Villafuerte, economista del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica (CESMECA), especializado también en el tema de la migración, diceen entrevista para este reportaje que, en el marco de la crisis provocada por elCOVID-19, el escenario para los migrantes será más crítico.

“En los próximos meses, se reducirá el monto de las remesas familiares debido a la recesión en Estados Unidos; las medidas de control en las fronteras se endurecerán aún más; y la violencia en los países de origen tenderá a agudizarse debido a que la opción de dejar el terruño se verá más restringida”, lamenta Villafuerte.

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Mujeres y niños se mantienen firmes en su deseo de migrar al norte. La pandemia no los detiene, sólo los retrasa. Foto\Ángeles Mariscal

Quienes quedaron varados en la ruta del viaje a Estados Unidos viven ahora un momento más difícil que cuando la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia el 11 de marzo. Hasta mediados de ese mes, era accesible llegar a algún punto de los 948 kilómetros de la frontera sur de México, con Guatemala y Belice, ya fuera para continuar rumbo al norte o a fin de regresar al país de origen.

Para finales de abril la situación dio un vuelco. En ese momento se podían contar con los dedos de las manos a las personas migrantes que podían hacer el camino de ida o vuelta. Desde marzo los países centroamericanos fueron cerrando sus fronteras como medidas para prevenir los contagios, a excepción de Nicaragua. Guatemala prohibió el tránsito de personas entre los distintos departamentos, y en la línea fronteriza con México, las garitas migratorias también fueron cerradas. A la par, el ejército guatemalteco realiza, desde entonces, rondines para “persuadir”a quien intenta entrar ilegalmente.

Los militares observan la frontera que conforma el río Suchiate, que tiene 161 kilómetros de longitud. Se centran en las balsas donde antes cruzaban migrantes, y ahora sólo transportan mercancía y a personas que viven en los poblados colindantes. Durante un recorrido, realizado para contar esta historia, se pudo encontrar a cuatro mujeres migrantes sentadas en una banca improvisada en interior del albergue “Jesús el Buen Pastor”, ubicado en la colonia popular de Tapachula. A su alrededor, niños y niñas corren,mientras algunos hombres juegan cartas para matar el tiempo. Otros sólo se sientan a mirar sus teléfonos. Hay dos ancianos.Antes del cierre de las fronteras, en este lugar hubo 800 personas y hoy son 250.

Militares y agentes migratorios contienen protestas de quienes demandan agilidad en sus procesos en México. Foto\Ángeles Mariscal

Hay cuartos y oficinas alrededor de un patio central. Son los migrantes quienes mantienen limpio. Aquí hay historias de historias. El 28 de abril entró un hombre procedente de Guatemala, uno de los pocos que han podido esquivar retenes y vigilancia. La encargada del lugar dice que llegó al refugio el mismo día que cruzó la frontera. Iba muy golpeado, huyendo de una situación de violencia que lo hizo arriesgarse en medio de tantas restricciones.

La mayoría no se identifica por completo cuando se les dice que es para una entrevista. Algunos aceptan sólo mencionar su nombre, excepto dos mujeres consultadas. Nolvia Maribel Flores, originaria de Honduras, es una. Ella atravesó la frontera a mediados de marzo, apenas dos días antes que cerraran los cruces; Jenny y Zoila llevan poco más de dos meses en el albergue, y Alma Iris Rugama Gónzalez, originaria de Nicaragua, dice que buscó refugio en este lugar desde agosto de 2019.

Jóvenes migrantes quedaron atrapados en la frontera sur de México, sin posibilidad de continuar su ruta al norte o regresar a su país. Foto\Ángeles Mariscal

Hasta este sitio, a estas mujeres y al resto les llegan las malas noticias de sus comunidades de origen sobre el impacto del COVID-19. “Me dijo(mi hija): mira mami que ya hay más de 60 contagiados y no podemos salir a la calle”, relata Floresque, como los otros migrantes, vieron también cómo las restricciones se fueron endureciendo en México.

Zoila recuerda que un día les dijeron que iban a cerrar el albergue para evitar contagios. Muchos se fueron, pero a otros, como ellas, les permitieron quedarse porque no tenían adónde ir. Cada atardecer, todos se acomodan para dormir en colchonetas, en el piso, en literas, dónde se pueda.

Entre los problemas que tienen, ya comienza a escasear el alimento. Las donaciones disminuyeron, y,sin recursos suficientes para que compren su propia comida, es mayor la preocupación.Tienen miedo también al contagio. Las habitaciones no son tan espaciosas, como para mantener el distanciamiento social que recomiendan los expertos para evitar la propagación del virus.

Las centroamericanas Alma, Nolvia, Jenny y Zoila ven pasarlos días mientras esperan refugiadas en un albergue de la ciudad de Tapachula.Foto\Ángeles Mariscal

El albergue es apenas una muestra de lo que viven. Otros migrantes van cada día hasta las oficinas del Instituto Nacional de Migración para evaluar su situación. Varios de ellos se aglomeran en estas oficinas estatales, pero les dicen que les enviarán la respuesta por correo electrónico. El sitio es siempre frecuentado por militares.

El guatemalteco Anderson Lima luce desesperado. Lleva dos semanas visitando las dependencias gubernamentales. Un día lo hizo desde las cuatro de la mañana, pero fue en vano. “¿Sabe cuánto va a durar esto? ¿Cuándo va a acabar la pandemia?”, pregunta. Insiste. No lo dice así, pero él espera un milagro.“Estoy rentando un cuarto,pero ya se acabó el dinero y debo seguir para enviar (dinero) a mis hijos aunque sea unas mil lempiras(40 dólares)”. Anderson dice que ‘cuando esto acabe’, va a seguir al Norte, “aunque sea a Monterrey (noreste de México), porque allá sí hay trabajo”.

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La presencia de los deportados desde Estados Unidos, que se encuentran varados en la frontera, también ha provocado algunas tensiones en poblados como Talismán, una comunidad rodeada de montañas, ubicada en la línea que divide México con Guatemala.

Al amanecer del 8 de abril, nueve autobuses con alrededor de 480 migrantes se estacionaron a unos 300 metros del puente fronterizo con Guatemala. Encontraron cerrada la frontera por policías y militares de ese país. Estas personas habían sido protagonistas de reclamos a las autoridades migratorias en al menos cuatro estaciones desde una semana antes, en las cuales demandaban ser llevados a sus países de origen.

Pobladores de ciudades fronterizas en México instalaron retenes para impedir que migrantes transiten por su territorio. Foto\Ángeles Mariscal

El caso más destacado de estas protestas ocurrió el 31 de marzo cuando un migrante de Guatemala, quien viajaba con su esposa y un hijo, murió asfixiado en la estación de Tenosique, Tabasco, cuando otros de ellos prendieron fuego a los colchones.

“Alrededor de las 19:45, un grupo de hombres-en su mayoría originarios de Honduras–(…) incendió colchonetas como medio de presión para exigir el retorno a su país de origen, tras el cierre de fronteras derivado de la contingencia sanitaria”, informó en un comunicado la Secretaría de Gobernación de México.

El ocho de abril, ante la imposibilidad de volver a sus países, un grupo de los 480 migrantes empezó a caminar rumbo al centro del poblado de Talismán. Eso encendió las alarmas entre la población local, quienes les cerraron el paso. Llegó la Policía, el Ejército mexicano, “y gracias a Dios pudimos regresar a esas personas (…) desconocemos si los migrantes vienen enfermos. El acuerdo es no permitir el paso de estas personas”, dijo Virgilio Castillo.

Los balseros que antes cruzaban migrantes hacia México, ahora esperan que pase la pandemia para recuperar la bonanza del negocio transfronterizo. Foto\Ángeles Mariscal

A partir de ese día los lugareños instalaron un campamento formal a orilla de la carretera. El mensaje fue que se cerraban para evitar el contagio.Es lo mismo que sucedió en algunos sitios de Guatemala.

Crispin García, vicepresidente de la junta directiva de los 48 cantones de Totonicapán, explica que,cuando llega un deportado, la familia debe avisar a la municipalidad. En el vecino departamento de Quetzaltenango, el alcalde prohibió en un primer momento la entrada a los migrantes que llegan por tierra desde México. Flexibilizó la medida, lo que permitió habilitar un albergue dentro de un centro recreativo estatal, llamado Atanasio Tzul. Los vecinos se opusieron.

“¡Qué se los lleven! ¡Nosotros, señores, aquí estamos arriesgando la vida de nosotros y de nuestra familia. Nosotros no estamos pidiendo otra cosa más que se los lleven! ¡Qué se vayan! ¡Los llevan o los quemamos!”, gritaron los vecinos afuera del lugar la tarde del 15 de abril, cuatro días antes que se encendieran las alarmas con la llegada de un deportado al pueblo Santa Catarina Palopó.

En este nuevo caso se trataba de 80 deportados. “Si los que vienen en avión vienen contaminados ya no digamos los que vienen vía terrestre. Esa es la preocupación”, dice Oscar Nimatuj, líder de vecinos. Aunque muchos de sus compañeros llevaron palos y gritaron enardecidos,él “aclara”que no había una intención real de quemar nada, pero sí de pedir que los desalojaran para evitar contagios. Dejaron allí a los migrantes durante cinco días y después los enviaron a cuarentena a sus casas. Uno de ellos resultó ser positivo en la prueba de coronavirus según las autoridades guatemaltecas.

*Otras Miradas es una alianza de periodismo colaborativo integrada por medios independientes de México y Centroamérica. Como parte de esta iniciativa presentamos la serie “Coronavirus desde otras miradas” en la que participan Desinformémonos (México), Chiapas Paralelo (México), Agencia Ocote (Guatemala), No-Ficción (Guatemala), Gato Encerrado (El Salvador), Contracorriente (Honduras), Radio Progreso (Honduras) Nicaragua Investiga (Nicaragua), Onda Local (Nicaragua) y Confidencial (Nicaragua).

Crecí en un barrio que tiene los mismos problemas de toda comunidad que convive en medio de la pobreza y la marginalidad. Los primeros años de mi infancia viví en una cuartería (vecindad). Ahí crecí junto con mis hermanos y aprendí a conocer las primeras redes de protección feministas: nunca ir al baño sin mi hermana o mi mamá. No permitir que ninguna persona me llegase a tocar. Nunca entrar a otro cuarto sin antes avisar. Luego nos mudamos a una casa (siempre en el mismo barrio), entonces las reglas eran las mismas. Ya para ese entonces se miraba un grupo de jóvenes del barrio que «cuidaba» sus territorios a puño limpio. Nada fuera de lo que parecía normal entre la convivencia diaria: piedras, palos y vergazos.

Fui entonces a la escuela donde estudiaba junto con los hijos e hijas de las dueñas de las chicleras y pulperías, vendedores ambulantes, maestros, costureras, bodegueros del mercado, y también con los hijos y hermanos de los mareros de la zona. Aprendimos a estudiar y convivir juntos en el mismo ambiente, con la misma realidad comunitaria. Desde entonces aprendí a tener empatía con las historias de abuso de drogas, violencia intrafamiliar, abandono familiar, delincuencia, violencia sexual, persecución, narcomenudeo, extorsión, corrupción policial y un sin fin de cosas que eran las pláticas de pasillo, que con asombro escuchábamos. Pero yo, hija de una secretaria (profesión que nunca ejerció, sino más bien mesera) y un empleado público, no estaba tampoco exenta de esa realidad. Pero aún no me daba cuenta. 

Un día mientras me encontraba en la escuela, escuché una ráfaga de disparos que parecía no acabar. Lo que yo no esperaba, es que en poco tiempo alguien llegaría a recogerme a la escuela. Recuerdo que me desviaron y me llevaron a la casa de mi abuela. Por las expresiones en sus rostros, sabía que algo malo había sucedido. Y en efecto así era. En horas de la mañana, en mi casa mientras mi mamá disponía a sacar una silla para sentarse en el patio con su amigo, casi hermano, llegó un hombre, y asesinó frente a mi mamá a este hombre tan querido por mi familia. Yo lo llamaba tío, por el cariño con el cual habíamos crecido. Mi mamá vivió con ese trauma y miedo durante muchos años. Sin darse cuenta que solo estaba esperando que llegaría otro peor. 

Mi mamá lavó la sangre del patio, como quien intenta limpiar los errores y complejidades de un sistema al que le valés verga. Y ese fue el tema de conversación durante días en la calle. Yo escuchaba a todos cuestionar lo que ya parecía «normal»: ¿por qué habrá sido?, ¿quién lo habrá matado?, ¿seguirá sucediendo esto en el barrio? De esas tres preguntas, la única que tuvo respuesta afirmativa fue la tercera. Aquellos grupos iban creciendo, eran más violentos y también más poderosos. La policía ya no les perseguía. Llegaban, pusieron posta policial, negociaban con ellos y los dejaban trabajar. 

Pasó el tiempo y me inscribieron en un colegio público ubicado también en una zona de mucha peligrosidad. Algunos (muy pocos) de mis compañeros lograron conseguir trabajos de lo que aprendieron en los talleres del colegio: mecánicos, electricistas, soldadores, carpinteros, etc. La otra mayoría de ellos fueron asesinados, desplazados y como siempre marginados. Durante el período de Pepe Lobo, en varias ocasiones, los mareros decretaban (como todo gobierno interno) toque de queda, para salvaguardar la vida de los jóvenes, ya que los escuadrones de la muerte (militares) llegaban a hacer limpieza social. De mi colegio en una de esas redadas mataron a cinco estudiantes (no eran mareros ni nada, solo estudiantes). Y así fue cómo aquellos grupos decidieron implementar, un plan de control territorial para establecer circuitos de seguridad (banderas, punteros, mensajeros, vendedora de baleadas, etc.).

Cuando ya casi terminaba el colegio, llegó el episodio que nubló del todo a mi familia: asesinaron a mi hermano Walter. Y fue ahí cuando desperté de golpe. Apagaron la vida de mi hermano y los dolientes no eran los vecinos, ¡éramos nosotros! Y menciono a mis vecinos, porque justo el día en que mi hermano murió, estábamos saliendo de la misa de cuerpo presente de mi vecino y novio de infancia, quien fue brutalmente golpeado por integrantes de una barra deportiva o barra brava, como se le llama (otro asunto con el que también tenemos que lidiar). Mi mamá, mi papá y yo salimos de la iglesia junto a mi hermano, y ahí afuera, frente al templo en el que nos congregábamos, apagaron su vida. No pudimos acompañar a los vecinos al cementerio. En ese momento solo pensé en venganza. El odio me ayudaba a minimizar el dolor. El café me mantuvo despierta durante la vela. Mis amigos me consolaban y me entretenían, pero la realidad siempre impera, siempre se queda. 

Al Estado, a los gobernantes, a la iglesia y a los empresarios, no les interesa darle solución a estos problemas. Les resulta más útil usar estos grupos como una buena alternativa en función de un mensaje de control social, que como poder político y económico buscan enviar siempre al imaginario colectivo. Y así, usando algunos medios de comunicación nos siguen enfocando en criminalizar las maras y pandillas, como la causa, y no como consecuencia. De esta manera lograron convertir a las pandillas y maras en el «demonio» a perseguir, como la supuesta causa de todos nuestros males sociales: «usted joda al de abajo y deje tranquilo al de arriba». Y con eso también, han venido justificando la aplicación de políticas represivas que nos llevan a todos y a todas de encuentro, mientras tanto los mareros siguen operando. Haciendo de este flagelo un problema únicamente para los sectores más pobres de la sociedad, ya que es donde se mueven como su espacio natural: barriadas pobres de las grandes urbes. ¿O han visto ustedes a la mara extorsionando a grupo Intur, a Diunsa, a cadenas de tiendas? No, extorsionan a Pedro, María, Juan, al que está ahí en su ambiente inmediato. 

Y sí, efectivamente es cierto que, hoy por hoy, sus actos constituyen casi siempre demostraciones de la más espantosa crueldad e inhumanidad: matan, violan, descuartizan a sus víctimas, extorsionan. Pero también ejercen una función de protección comunitaria en sus barrios donde brindan apoyo económico a los ancianos, construyen viviendas, dan alimentación, estudios, «trabajo», y complementan un sin fin de elementos que el sistema niega a esa población empobrecida. Se han colocado como la sustitución estatal en sí misma. Donde crecí, escuchaba más «admiración y respeto a la mara» que al mismo podrido sistema estatal. 

Créanme, miles de familias hondureñas, se verían más beneficiadas, si aquellos que hoy les extorsionan, amenazan, desplazan y hasta matan, no hubiesen tenido nunca razones que los impulsaran a ser sus victimarios. Es decir, ¿de qué nos sirve que una vez muerto tu pariente, cerrado tu negocio, o exiliado tu familiar venga el Estado con sus instituciones de justicia fallidas, a decirte quién lo hizo (algo que ya sabíamos), perseguir penalmente a un sólo individuo? Quitan un marero y nos dejan el huevo incubado de 10. Siguen gobernando a favor de la sostenibilidad de este sistema de mierda.  ¿O para que creen que crearon todos esos cuerpos militares?, ¿para reprimir a la gente o para proteger al régimen? Ambas son correctas. 

Fuimos formados para atacar a los pobres, a nuestros  iguales, pero algunos nos desligamos de esa basura impuesta (muchos aún no). En muchas cabezas todavía existe la narrativa que intenta naturalizar la persistencia de la desigualdad, desde una posición privilegiada de la que no gozan. Aducen que solo se trata de gente exitosa y trabajadora que supo aprovechar sus habilidades individuales y otros poco agraciados y potenciales delincuentes que se merecen su pobreza. Y así los tienen y entretienen, creyendo que en una sociedad desigual, pueden existir igualdad de oportunidades. Y es que lastimosamente muchos no son capaces de contextualizar y relacionar el éxito con el peso de la cuna.  

Ya han pasado 10 años desde el asesinato de mi hermano, y sigue doliendo como el primer día. Pero el tiempo, las experiencias vividas y la empatía hacía el resto de esa humanidad existente (buena, mala y maldita), nos ayudó como familia a no concentrarnos únicamente en la persona que jaló el gatillo. Lo más común es que a alguien que te hizo un daño, le querrás aplicar la ley de talión. Pero el resto de ellos y el resto de nosotros seguiremos existiendo ahí en la comuna violenta. Entonces ¿de qué forma le ayuda a mi barrio o a mi comunidad la muerte o cárcel de un transgresor? Si la convivencia del día a día seguirá estando igual. Y ahí es cuando todo empieza a tomar sentido y te empieza a sacudir la realidad: ¡el maldito asesino no es el problema!

El problema de fondo no son estos jóvenes y hombres en sí mismos, sino las causas por las que se convierten en esos transgresores que tanto daño y odio generan. Yo no los defiendo, y ojalá algún día dejen de existir como grupos criminales, y el sistema les permita ser y convivir como seres humanos. Que le brinde la oportunidad de pescar desde la buena mar, y no desde el naufragio donde ya hace mucho, a la mayoría de la población han ahogado.

Aunque, de manera oficial, el Hospital Escuela Universitario (HEU) no es un centro de asistencia para atender la pandemia, el principal centro médico de Honduras tiene un protocolo de identificación de posibles casos positivos por COVID-19: dos carpas de recepción —una por cada portón de entrada— y una carpa donde son remitidas las personas con sospecha de haber contraído el virus, y a la vez en cada sala enfermeras y médicos monitorean los pacientes.

La semana pasada, la administración del hospital confirmó 13 casos positivos del personal que labora en el centro médico: 6 enfermeras auxiliares, 2 médicos, 2 licenciadas en enfermería, 1 ayudante de enfermería y finalmente 2 empleadas de limpieza.

En medio de esta crisis sanitaria, las personas encargadas de brindar la seguridad han redoblado esfuerzos. 80 guardias de seguridad pasaron de trabajar en turnos de 12 horas a hacerlo en turnos de 24 horas. La empresa para la que laboran ha logrado facilitar el traslado de los guardias de seguridad desde sus casas hasta el hospital, y de regreso. De otra manera, muchos de estos agentes no podrían llegar desde los barrios en donde viven.

Para ser guardia de seguridad, uno de los requisitos es haber servido en el Ejército o la Policía Nacional de Honduras, todas las empresas de seguridad en el país exigen la constancia de alguna de estas instituciones.

Según el estudio «La seguridad privada en conflictos territoriales, ambientales y agrarios en Honduras» realizado en 2017 por Fabricio Herrera para la ong Diakonia, existen inconsistencias en cuanto a los datos sobre el número de guardias de seguridad en el país, mientras la Secretaría de Seguridad indica que existen unos 32,800 guardias de seguridad, Naciones Unidas afirma que en el país son al menos unos 14,787 agentes de seguridad, donde la cifra se dispara es con la Comisión de Seguridad del Congreso Nacional que apunta hacia los 80 mil guardias de seguridad. El mismo estudio explica que «por cada guardia inscrito y bajo aparente control, hay 5 en situación irregular». En Honduras podrían existir al menos 706 empresas de seguridad según las Naciones Unidas, apunta Herrera en su estudio.

Honduras es un país con altos índices de violencia. Según el Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, desde el 5 de enero, al 1 de mayo, se presentaron 11 homicidios múltiples que cobraron la vida de 41 personas, de las cuales 10 son mujeres. El 71 % ocurre en 5 municipios de 3 departamentos: Distrito Central, San Pedro Sula, Choloma, Esquipulas del norte y Catacamas. Incluso en tiempo de pandemia la violencia es el día a día en el país, esto ha justificado la militarización de la seguridad pública y la proliferación de empresas de seguridad privada en los últimos años.

«Los guardias de seguridad tenemos mala fama, dicen que somos unos perros, pero solo cumplimos con el protocolo de seguridad», explica, un poco entre risas, Junior Mendoza, el supervisor de turno. Junior es padre soltero desde que a su pareja le surgió la oportunidad de trabajar en España. Él decidió apoyarla esperando un mejor futuro para ellos y sus dos hijas —que durante sus largas jornadas de trabajo quedan a cargo de la madre de Junior—, a quienes ha visto adaptarse con facilidad a los mecanismos de bioseguridad que ha implementado en su hogar: no abrazarse cuando él regresa del hospital, sino hasta después del baño, quitarse la ropa y sumergirla en un balde con agua y detergente, saludarse con el codo, y usar las mascarillas y gel en caso de salir.

Acostumbrarse a vivir de esta manera y estar preparado para adaptarse con disciplina —porque es la clave para seguir órdenes y que no suceda nada— , son cosas en las que coinciden todos los guardias de seguridad del hospital, pero sobre todo no bajar la moral, explican. De esta manera afrontan sus puestos de trabajo los guardias de seguridad del principal centro médico del país, quienes ahora deben procurar también no contraer el virus.

Para Núñez, un exagente de la Policía Nacional, lo más difícil que ha tenido que afrontar durante la cuarentena es el abastecimiento de su familia, que su familia tenga lo que necesita. Núñez vive con su esposa y sus cuatro hijos en la colonia El Zapote Norte —un barrio de Comayagüela—. Luego de servir durante 22 años en la Policía Nacional ha pasado los últimos 4 años de su vida siendo guardia de seguridad.

Los guardias de seguridad en el HEU reciben a las personas y las orientan hacia dónde deben ir según lo que necesiten, son los primeros en atender a las personas, y son los últimos que ven al salir, pero existen muchos momentos de tensión que terminan en discusiones e insultos hacia los agentes.

Si bien la cuarentena ha bajado el flujo de personas hacia el hospital, también ha acumulado la frustración cotidiana en un país con enormes diferencias económicas, y donde uno de los mayores retos es el acceso a la salud.

«Él no sabe quién soy yo. Yo fui entrenada como agente élite pero también para tener paciencia», explica Sindy, una exagente de la Policía Militar que ahora trabaja como oficial de seguridad en el HEU, luego de recibir insultos y amenazas de un joven que llevaba dos días intentando entrar para ver a su esposa. La expolicía militar toma un vaso de refresco y respira hondo para volver a tomar su posición en uno de los portones de entrada del hospital.

Junior, quien también trabajó durante muchos años en la seguridad de la Embajada Estadounidense, está convencido que los guardias de seguridad saldrán fortalecidos de la pandemia, que esta crisis ha reforzado que lo más importante es la disciplina, y que serán mejores profesionales cuando esto termine.

Junior Mendoza, supervisor de seguridad, es la persona responsable de uno de los turnos con 40 agentes de seguridad bajo su cargo en el HEU. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
El oficial de seguridad Núñez, de 39 años, hace guardia en la sala de Emergencia de Medicina Interna. Núñez fue policía durante 22 años y lleva 4 años siendo guardia de seguridad. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
En el portón número 3 del HEU, un joven amenaza a la oficial de seguridad Sindy García. Sindy, de 38 años, es madre de 4 hijos. Ha sido guardia de seguridad los últimos 2 años y antes de este periodo fue Policía Militar por 3 años. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
En el portón de salida para vehículos, Carlos revisa un documento de salida de un paciente. Los guardias de seguridad están obligados a comprobar y revisar detalladamente la información de salida y realizar revisiones exhaustivas de los vehículos. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Dos guardias de seguridad utilizan alcohol en gel para desinfectar sus manos durante el cambio de ronda y antes de las nuevas asignaciones. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
El almuerzo de Jefry es una mezcla de arroz, frijoles, huevo, mortadela, quesillo y tortillas. Con 24 años de edad, Jefry, lleva 4 años siendo guardia de seguridad. Vive con su pareja y su hija de 16 meses. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Con la llegada del COVID-19 al país, los guardias de seguridad han pasado a trabajar en turnos de 24 horas. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
En total, un grupo de 79 guardias de seguridad brindan su servicios en el HEU. De este grupo, apenas 9 son las mujeres asignadas al principal hospital del país. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
El joven agente de seguridad, Junior Escalante de 24 años, observa el cielo esperando que llueva durante la tarde, mientras hace guardia a pocos metros de «la carpa COVID» que está a sus espaldas en el HEU. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
En la entrada de pediatría, Yamileth Cerrato de 35 años, dialoga con la familiar de una paciente. Cerrato fue agente de la Policía Nacional durante 9 años, y los últimos 3 años ha sido guardia de seguridad. Es madre soltera de 2 hijas, una de ellas es policía.
La oficial de seguridad, Sindy García, toma datos a los pacientes de medicina interna del HEU, para luego poder explicarles el estado actual a sus familiares que esperan en las afueras del centro médico. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Un agente de seguridad asignado en el HEU acompaña a un joven de vuelta a su sala luego de haber intentado escapar del centro médico. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
En horas de la noche, un oficial de seguridad asignado en el HEU, compra un refresco en una venta de golosinas en las afueras del centro médico. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Previo a subirse al bus que la llevará hasta su hogar, una joven del personal de aseo del HEU observa cómo sus pertenencias son revisadas por una agente de seguridad como parte del protocolo de seguridad. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
El oficial de seguridad Berríos de 38 años hace guardia nocturna en el portón de salida de vehículos del HEU. Tegucigalpa, 14 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.

El miércoles 11 de marzo se confirmaron los primeros casos de COVID-19 en Honduras. Mis abuelitos paternos, que residen en Ocotepeque, se encontraban de visita en San Pedro Sula y mi papá había planeado un almuerzo con ellos. Los vi y compartimos un rato hermoso. Entre nuestra plática fue inevitable tocar el tema de la pandemia, pero su despreocupación en cuanto a eso me reconfortó muchísimo es ese momento. Mis abuelitos, que son pastores de una iglesia, dijeron que «ninguna plaga entrará en nuestra morada». Entonces, por ese instante, cuestioné mi exageración al preocuparme mucho, pero claro, apenas habían dos personas infectadas en el país. 

Por suerte, antes que cerraran las calles y las ciudades, mis abuelos pudieron partir hacia San Marcos de Ocotepeque. Aunque sé que ningún lugar está exento del virus, siento más seguridad de que estén en sus casas, en lugar de haberse quedado en San pedro Sula, hoy epicentro de la pandemia. Además, acá en estas ciudades, al menos yo, siento que la vida humana se valora un poco menos, sobre todo si se trata de las personas de tercera edad. En medio de esta pandemia, pienso en mis abuelas y abuelos, y en todo lo que representan para mí, sobre todo las mujeres de mi familia. 

Mi abuela Berta, es mi abuela paterna, mamá de cuatro hijos hombres, maestra jubilada que nunca ha dejado de ser una mujer activa y fuerte. Cuando tengo la oportunidad de visitarla, siempre me ofrece café por la tardes, es una de una de las maneras que tiene de consentirnos a sus nietos y nietas. Dicen que una vez dijo que a falta de hijas mujeres, le abundarían las nietas mujeres y dicho y hecho, empezando con que sus nietas primogénitas todas somos mujeres. Ella siempre, en sus oraciones, pide de manera ferviente por sus nietos y nietas. Yo creo que la fe de una abuela es muy poderosa, y en este confinamiento el solo hecho de saber que estoy en sus oraciones me hace sentir protegida. 

Mi abuela materna se llamaba Danelia, ella murió cuando mi madre estaba pequeña, tiempo después mi abuelo materno se casó con mi abuela Mercedes, la mujer que crió a mi mamá desde los ocho años. Las dos son mujeres a las que admiro mucho, aunque a una de ella no tuve la oportunidad de conocer. De mi abuela Mercedes respeto y tengo muy presente su participación en las luchas sociales, su convicción y su fortaleza. Ella estudió Pedagogía al mismo tiempo que criaba a sus hijos. Incluso recuerdo que en muchas ocasiones me llevaba a la escuela, donde también se desempeñaba como maestra en las mañanas. Mi abuela Mercedes, además, perteneció a organizaciones magisteriales y abogaba por los derechos de los y las maestras. Ella también, como mi abuela Berta, ya es una maestra jubilada, pero nunca pierde la actividad. A mi abuela Mercedes no le gusta estar encerrada en la casa, ella siempre ha acostumbrado salir con sus amigas, porque es una mujer extrovertida y este encierro le está alterando mucho ese estilo de vida al que está acostumbrada. 

Creo que la vida me ha premiado con mis abuelas, y es que a todas estas mujeres que he mencionado, no me las imagino ni un poquito débiles, o desvaneciéndose por una pandemia. Hay gente cree que las personas de la tercera edad ya no cumplen ninguna función, sin embargo hacen muchas cosas más que a veces nosotras mismas, personas jóvenes, no hacemos. Como nos mencionaron al principio que el COVID-19 era más agresivo con las personas de tercera edad, mucha gente se lo tomó como un alivio. En las redes sociales se publicaban muchos comentarios: «Pero no se preocupen, solo los viejitos se pueden morir en caso de gravedad del virus». Claro, en ese momento tampoco se sabía muy bien lo que estaba pasando. Ahora, hasta las personas más sanas y jóvenes temen contagiarse y no sobrevivir, porque si algo sabemos es que mucho y muchas han muerto. En Honduras, por ejemplo, una niña de nueve años es la víctima más joven del COVID-19, así que no, no solo son nuestros abuelos y abuelas que están en peligro. 

Esta vez me dediqué a hablar de las abuelas de mi familia, eso no significa que mis abuelos, Juan de Dios, y mi abuelo Isaías, sean menos importantes para mí, son historias que debo contar aparte porque son tantas las cosas que he aprendido de ellos. El amor que les tengo, a ellos y a mis abuelas, es lo que me mantiene pensando que aunque no sean los únicos en peligro en esta pandemia, les tenemos que cuidar muchísimo más, aunque esto implique tomar distancia y no poder verlos en estos momentos. Duele, pero hay que cuidarlos por todo lo que significan y porque solo ellas y ellos sabrán después cómo enseñarnos a contar la historia, porque yo solo hago un poquito el intento.

Las familias productoras de flores están reportando pérdidas por el cierre de sus floristerías debido a la pandemia por COVID-19. Algunas de estas familias hablan de pérdidas que se estiman en 800 000 lempiras por cada familia productora. Otras ni siquiera han estimado el impacto económico de la pandemia en este rubro que no representa una necesidad básica para las familias hondureñas.

Están conscientes, que aunque intenten gestionar para ser beneficiadas por el plan de rescate que el gobierno hondureño anunció, la posibilidad es escasa. Este plan de rescate económico para sectores afectados por la pandemia representa 350 millones de lempiras para el agro nacional en calidad de préstamos.

Luego que se decretara el toque de queda absoluto y las demás medidas que restringen la movilidad y que prohíben mantener abiertas las tiendas que no sean proveedoras de servicios de primera necesidad, las floristerías han pasado a ver en el 2020 un año cuesta arriba.

En la zona de El Piligüin, más de mil familias, que durante generaciones se han dedicado a la producción y venta de flores, están a punto de perder el trabajo de sus vidas. Ante la incertidumbre de un apoyo gubernamental hacia el sector, algunas familias se preparan para que este año sea el último año que produzcan flores.

Las principales fechas para este rubro son el Día del Amor y la Amistad (14 de febrero) y el Día de las Madres, que en Honduras se celebra cada segundo domingo de mayo.

Como un intento —que podría ser el último— algunas floristerías han abierto en la semana previa al día de las madres, exponiéndose al cierre de sus negocios, a una multa, a ir presas por violar el toque de queda e incluso a contagiarse por COVID-19. En el bulevar Suyapa de la ciudad de Tegucigalpa, algunas mujeres y sus familias abrieron aunque no se les esté permitido, aunque comprar flores no sea una necesidad fundamental, aunque podrían enfermarse, porque a fin de cuentas es Día de las Madres y estas madres buscan seguir trabajando para sobrevivir con dignidad.

Vanessa coloca unos girasoles en floreros de metal que ayudan a exponer sus productos. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
En la apertura temporal, las floristerías del bulevar Suyapa han tenido que vender más barato, intentando que las pérdidas no sean mayores. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Ismenia Coello, retratada en su floristería contiguo al cementerio Jardines de Paz Suyapa. Su familia ha vendido por generaciones, es madre de 3 hombres. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
María Antonia Hernández, de 59 años, vende flores desde hace 10 años. Atiende una floristería que no es suya en el bulevar Suyapa, es madre de 2 hijas y 1 hijo. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Mirian Ortega de 57 años, vende flores hace más de 30 años con toda su familia. Es madre de 3 hombres y 2 mujeres. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Gladis Ríos de 67 años y vendedora de flores, desde hace más de 10 años es madre de 1 mujer, 2 hombres y tiene una nieta. A Gladis se le ha hecho imposible quedarse en casa en la semana previa al día de las madres. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Matrín Cálix.
María Cristina Ríos de 73 años, vende flores hace más de 40 años. «Aquí me hice viejita», explica luego de recordar los años que lleva en el negocio de las flores. Es madre de 2 hijos. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Malissa Estrada, de 27 años y madre de un niño y una niña, trabaja con su esposo y el resto de su familia en la venta de flores. Su matrimonio pertenece a la nueva generación de vendedores de flores, quienes temen no puedan recuperarse tras la crisis del coronavirus. Tegucigalpa, 7 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Un hombre compra flores en una de las floristerías de las mujeres de El Piligüin, ubicada al finalizar el bulevar Suyapa, contiguo al cementerio Jardines de Paz Suyapa y bajo la imponente basílica construida en honor a la virgen de Suyapa —patrona de Honduras—. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.

Portada: Tomada de Pixabay

Estar en casa ha sido una gran oportunidad para recordar los momentos bonitos que viví en mi infancia. Por ejemplo, el otro día me recosté por un momento y al cerrar los ojos disfruté de un sueño lúcido: fue toda una remembranza de cuando tenía siete u ocho años. Me veía en la comunidad donde nací, en el departamento de Colón, bajo las plantaciones interminables de palma africana (que ahora me parecen un terrible daño para las comunidades). Me encontraba caminando descalzo en tierra húmeda por un nacimiento de agua superficial, incluso podía oler la tierra mojada y sentir la brisa cálida en mis mejillas. Siendo consciente que era un sueño, aproveché para arrancar una planta diminuta nacida de alguna semilla de palma africana, me apresuré a morder el suave tallo y disfrutar de ese fresco sabor, tal como lo recuerdo.   

Solo fue un momento fugaz. Sin embargo, ese breve tiempo no evitó que recordara más cosas bonitas sobre mi niñez: las historias que el abuelo Conce (que en paz descanse) nos contaba cuando llegaba la noche y esas tardes interminables jugando con todos mis primos y primas en el patio de la casa. Recordé el riachuelo que atravesaba el solar y la pequeña cocina de mi abuela América, con paredes de tierra y techo de manaca, con su delantal bordado a mano. Siempre tenía agua fresca en un cántaro de barro, y agua caliente en la hornilla para hacerle café a cualquier visita inesperada. Ella siempre estaba sonriente, con sus profundos ojos azules y pelo teñido en blanco por las canas prematuras. La recuerdo de pie en la puerta con una sonrisa tan grande que parecía tener sus ojos cerrados. Yo sabía que mi abuela siempre estaba dispuesta a cuidarme, como las veces en que mis padres se enojaron conmigo a causa de alguna travesura, corría a la casa de la abuela sabiendo que al estar con ella todo estaría bien. De mis cuatro abuelos, mi abuela América es la única que aún está con vida. 

Con la pandemia por COVID-19, sabemos que las personas de edad más avanzada, así como las que padecen enfermedades crónicas como diabetes o enfermedades del corazón, corren un mayor peligro de desarrollar síntomas graves. Mi abuela América y yo nos encontramos a 336 kilómetros de distancia. Ella tiene más de 90 años y su confinamiento lo pasa en casa de mi tío Nelis, donde se encuentra bajo los cuidados de la familia. Es casi ajena a lo que pasa en las calles, pero a la vez tan vulnerable. 

En medio de esta pandemia, imagino a mi familia comiendo malanga hervida con sal en el desayuno, el almuerzo y la cena. Tal como lo hicimos en aquella ocasión cuando no teníamos dinero para comprar comida, después de que el huracán Mitch nos dejó sin casa. Sí, mi familia estaba dentro de la cifra de un millón de damnificados que aquella terrible catástrofe natural dejó. Tuvimos que irnos a vivir lejos, de manera temporal, donde mi abuelo materno. Él vivía apenas a unas casas de mi abuela América y esa es la época de la que más recuerdos tengo con ella. Con mis hermanos la visitabamos casi a diario. Jugábamos entre las plantas del patio, y cada vez que rompía mi camisa la abuela tenía hilo y aguja para dejarla como nueva. Recuerdo cómo disfrutábamos de los frijoles refritos con mantequilla que nos servía en la cena, acompañado de las tortillas pequeñas y regordetas típicas del occidente (a pesar de vivir durante décadas en el Valle del Aguán , su origen santabarbarense es reflejado en su cocina). Mientras tanto los adultos tomaban café y platicaban de sus cosas. A pesar de que en algunos aspectos nunca superamos esa catástrofe, aprendimos a vivir con ella. 

Tengo 13 años de vivir en San Pedro Sula y soy consciente de que la situación de mi pueblo ha cambiado. No puedo evitar pensar cómo se vive la pandemia allá. ¿Estarán respetando la cuarentena para proteger a las abuelas y abuelos?, ¿seguirán las recomendaciones de usar mascarilla, lavarse las manos y usar gel antibacterial? Con la escasez de empleo, ¿cómo consiguen dinero para comprar comida? La principal fuente de ingresos en estas comunidades son las remesas, pero en Estados Unidos la pandemia está azotando muy fuerte a la población. Sin embargo, algunos compatriotas se arriesgan a trabajar porque saben que en este país su familia depende de ese dinero. Muchos otros se quedaron sin trabajo por cierre temporal de las fábricas.

En medio de la emergencia por COVID-19 lo cierto es que, en alguna medida, depende de los jóvenes que nuestros ancianos y familiares estén o no expuestos al virus. No solo en las comunidades rurales, también en las ciudades como San Pedro Sula, que ha sido declarada el epicentro de la pandemia en Honduras. A pesar de esto, hoy circulan vehículos en el centro de la ciudad, casi de manera regular. En los barrios populares las familias caminan con normalidad, como si el virus no pudiera llegar allí. Algunos religiosos siguen desarrollando sus cultos, las pandillas siguen peleando territorio. Parece ser que la gente se está resignando a vivir con la pandemia, como lo hicieron con todas las crisis naturales, políticas y sociales que le precedieron.  

Me consuela saber que en este momento mi familia cuida de mi abuela, y hace un esfuerzo por no exponerse al virus. Aún así es inevitable que me preocupe. Sé que aunque ella no salga de casa, el riesgo es palpable. Es terrible imaginar que podría despedir a mi última abuela por un virus proveniente de China, que en un principio parecía tan lejano que nunca llegaría hasta mis seres queridos. 

Extraño a mi abuela, y cómo no extrañar a esa abuelita que, a pesar de todos lo momentos difíciles en su vida, nunca ha perdido la alegría, ni la empatía. Cómo evitar que rueden mis lágrimas cuando recuerdo la última vez que la vi, pues dijo solo estar esperando el momento de partir de este mundo. Estoy lejos de ella, pero espero con ansias que salgamos con bien de la crisis para hacerle otra visita inesperada y alegrarle el día a la abuelita América.

«Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar». Estas palabras fueron pronunciadas por Jorge Luis Borges a su amigo, el narrador mexicano Juan Rulfo, en el atardecer de un día de 1973. En las sombras escuchaba el cálido recibimiento que México le daba a su llegada. En su laberinto de destellos, la oscuridad no es solo oscuridad, también es luz o algo que intuye el futuro.

Oir un país —los ruidos de su país— es lo que hace Darlin desde hace once años, cuando producto del glaucoma juvenil que padeció, quedó finalmente ciego. Darlin y su madre explican que tras una operación de transplante de córnea se le aceleró la ceguera. «Fui víctima de negligencia médica», dice. A Darlin y su familia, entonces, solo le quedó acostumbrarse a algo que pudo tardar un poco más en llegar a sus vidas y que desde los 21 años le acechó. Fue un camino lento en su mayoría, pero hacia su final avanzó veloz por una mala praxis médica: la saturación errónea del trasplante de córnea y el que nunca le suministraran una válvula que evacuara la presión sobre sus ojos.

Luego de una depresión profunda, de la que salió —gracias a aquellos amigos que no sintieron lástima por él y le apoyaron siempre, por los cuidados de su madre, por la poesía y la docencia—, conoció a Xiomara, su pareja, con quien se reencontró en un viaje laboral. En aquel entonces Darlin trabajaba en la escuela para personas ciegas Pilar Salinas, y Xiomara en la escuela Manos Felices, una escuela para personas sordas.

Con la llegada del COVID-19 a Honduras, la rutina de la vida cambió para esta pareja de docentes que lleva más de 40 días en confinamiento. Se quedan en casa, excepto un jueves cada quince días —con base en las nuevas disposiciones del gobierno— que es el día que le toca salir para poder ir al banco y luego al supermercado, según el último dígito del número de identidad de Darlin.

En cada salida, únicamente tienen hasta las 9 a. m., la hora en que los supermercados atienden en preferencia a las personas de la tercera edad y personas con discapacidad. Algunos supermercados, incluso, es hasta la única hora que los atienden, pero los bancos solo los abren después de las 9 a. m.

En la primera ocasión que Xiomara y Darlin salieron, un supermercado les negó la posibilidad de comprar. «Explicamos que el banco no los abren más temprano y yo no uso tarjeta de débito porque los cajeros automáticos no pueden ser usados por una persona como yo», cuenta Darlin. Para Xiomara fue doloroso presenciar el abuso contra su esposo. Llora al recordar que por un instante pensaron que no tendrían nada que comer en una semana, al negarles la entrada para abastecerse —lo resolvieron comprando en otro lugar—, pero aún se ruedan las lágrimas de sus ojos, y algo le oprime el pecho.

En casa no solo se acompañan durante la cuarentena, Darlin y Xiomara también se apoyan mutuamente para realizar sus jornadas de teletrabajo. Xiomara le lee un libro o cocinan juntos, en las tardes toman café en compañía de Reina —madre de Darlin— que vive justo al lado. De la vida antes del COVID-19 extrañan la peatonal y su ruido, sus alumnos y la familia de Xiomara que no han visto más que por videollamada, luego de casi dos meses de convivir con las medidas extremas decretadas por el gobierno hondureño, en su intento por contener el virus.

—¿Qué extrañás de ver?

—Si pudiera volver a ver, aunque sea un día, quisiera que fuera el día que el Real España vuelva a ser campeón. Luego me sentaría a leer—, contesta Darlin entre risas, evadiendo la pregunta, buscando quizá esa visión entre las sombras.

«Solo los ciegos sueñan con el sol. Sueñan en negativo, de ahí que el sol de sus visiones derrame siempre una luz negra», estas palabras fueron escritas por el poeta mexicano Balam Rodrigo en su libro Braille para sordos, donde con su poesía narra cómo Diane Arbus vio a Jorge Luis Borges mientras lo retrataba en el Central Park de la ciudad de Nueva York, en el año de 1969.

Si bien, Darlin y Xiomara le apuestan a la felicidad, hoy lo hacen en un país con tasas elevadas de contagio y muerte por COVID-19.

Loris Dostoyevski le canta al oído a Darlin. Esta lora frente naranja es la mascota que le regaló su madre. Tegucigalpa, 5 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Xiomara atiende una videollamada de trabajo, apoyada por su esposo, quien debe sostener el teléfono para que ella pueda comunicarse en lenguaje de señas. Tegucigalpa, 5 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Darlin es el bibliotecario de la Escuela José Cecilio del Valle en el municipio de Santa Lucía. Para sus alumnos graba un video donde les habla del 1 de mayo, de la huelga bananera de 1954, y les recomienda leer la novela de Ramón Amaya Amador, Prisión verde. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Luego de aplicarse lágrimas naturales para evitar la irritación y el enrojecimiento de sus ojos, Darlin se seca con un pañuelo. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Xiomara y Darlin cruzan una calle del casco histórico de la capital hondureña, luego de hacer compras en un supermercado. Tegucigalpa, 7 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
En una farmacia de Comayagüela, Darlin le compra medicinas a su madre. 7 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
En el Paseo Liquidámbar del casco histórico, Darlin posa para la fotografía, se apoya de su bastón. La peatonal capitalina es uno de los lugares que más extraña ver. Tegucigalpa, 7 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
En una pulpería de su barrio, Cerro Grande, zona 8 —a pocos kilómetros del crematorio municipal—, Darlin hace compras para el almuerzo. Tegucigalpa, 5 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Reina ríe junto a Darlin y recuerdan anécdotas de la infancia de sus hijos. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
En el álbum fotográfico familiar se guarda un recorte de un diario local, donde se felicitó a Darlin para su cumpleaños. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
En sus manos, Reina sostiene un ejemplar de Tribilín y el pez luna, un cuento infantil publicado por Disney. Estos cuentos regalados por su madre fueron los primeros acercamientos de Darlin a la literatura durante su infancia. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Darlin sostiene y acaricia un ejemplar de Naufragando en el tiempo de un verso, su único libro publicado. Ahora con la ayuda de su esposa, escribe sus próximos libros. Tegucigalpa, 5 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Xiomara y Darlin cocinan juntos unos espaguetis para el almuerzo. Tegucigalpa, 5 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Xiomara responde mensajes de su trabajo desde su celular durante el anochecer. Tegucigalpa, 6 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Reina conversa con su hijo, con quien se ríe y abraza. Tegucigalpa, 5 de mayo de 2020. Foto: Martín Cálix.

La atención a mujeres en salud reproductiva y en casos de violencia sexual siempre ha sido restringida en Honduras. Pasaron tres semanas, desde de que se decretó cuarentena para que la Secretaría de Salud se asegurara de que los centros de atención facilitarían anticonceptivos. Si bien no hay cifras oficiales por casos de violencia sexual durante la pandemia, organizaciones e instituciones que atienden a las mujeres aseguran que hay un aumento, y con las medidas de confinamiento, el acceso a la salud y a la justicia es cada vez menor.

Entre marzo y abril, el Ministerio Público realizó dos requerimientos fiscales por violación, tres audiencias iniciales por los delitos de violación y tentativa de violación, además de 13 detenciones in fraganti de sujetos acusados de violación, actos de lujuria y violación en su grado de ejecución de tentativa.

«Uno de los obstáculos principales es el transporte. A las mujeres se les hace difícil movilizarse desde su casa o desde el lugar en donde están, hacia la clínica», explica Maleny Barrera, psicóloga de Médicos Sin Fronteras (MSF), que labora en Choloma, departamento de Cortés y epicentro del COVID-19 en el país. En Honduras el transporte público se paralizó desde el 15 de marzo y se prevé que hasta junio se habilitará de nuevo. Esta situación pone en mayor vulnerabilidad a las mujeres, ya que la calle se convierte en un escenario de acoso callejero y violencia sexual. 

La pandemia, que ha cambiado las formas de vivir al mundo entero, también ha obligado a modificar el servicio de atención prioritaria que ofrece MSF a sobrevivientes de violencia sexual. Aún brindan el tratamiento médico y una atención psicológica inicial, pero ahora tienen que hacer un seguimiento vía teléfono.  «Entonces es más difícil tratar de contener a una persona que acaba de sufrir violencia sexual vía teléfono. Es más difícil trabajar la sintomatología y ese acompañamiento emocional», añade Barrera. 

Toda la situación se complica aún más cuando Honduras mantiene una prohibición en la venta, uso y distribución de la pastilla anticonceptiva de emergencia (PAE). Este es un medicamento básico para evitar un embarazo después de una agresión sexual. En el país tampoco se cuenta con un protocolo integral de atención a sobrevivientes. 

Del total de mujeres embarazadas después de una atención por violencia sexual en MSF entre 2016 y 2018, el 81% consideró que su embarazo fue producto de la agresión. «El único método para prevenir un embarazo no deseado básicamente es el método Yuzpe», comenta Ana Ligia Chinchilla, ginecóloga del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS), a la vez que asegura estar recibiendo más casos de violencia sexual durante la pandemia.

El método Yuzpe es un método anticonceptivo de emergencia. Consiste en administrar pastillas anticonceptivas, de uso oral, que contengan levonorgestrel. Se aplican en dosis más altas. Dependiendo de la marca pueden ser entre dos y cuatro pastillas. Se toman de la misma manera que las PAE: la primera dosis dentro de las 72 horas después de la agresión sexual, y la segunda dosis 12 horas después de la primera toma. Se ha identificado que este método tiene mayores efectos secundarios que una PAE.

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«El gobierno tiene que priorizar el acceso a la salud de las mujeres. Es necesario que no solo se brinde alimento, sino también anticonceptivos», menciona, Ana Rivera, integrante de la plataforma feminista Somos Muchas. 

Dos jóvenes sostienen carteles en alusión a la defensa de los derechos sexuales de las mujeres y la despenalización de la Pastilla Anticonceptiva de Emergencia, Tegucigalpa, 24 de enero de 2020. Foto: Martín Cálix.

La impunidad en casos por violencia sexual 

El 20 de abril se cumplió un año desde que al menos tres jóvenes agredieron sexualmente a Alejandra, una adolescente de 16 años que se encontraba de vacaciones en un complejo turístico en La Ceiba, Atlántida. El caso de Alejandra se conoció después de que su madre, Flor Sosa, titular del juzgado de violencia doméstica de La Ceiba, denunciara públicamente un retraso en el proceso de captura y enjuiciamiento de los implicados, probablemente por influencias de los familiares de los agresores.  A pesar de haber cumplido con los análisis médico-forenses y las pruebas testimoniales, el MP tardó varios meses antes de emitir los requerimientos fiscales. 

Para muchas personas, el caso de Alejandra demostró una estructura de justicia que le falla a las mujeres. Sosa aún lucha por justicia y uno de los involucrados está prófugo y se presume que salió del país. «Reproducir actos procesales, interactuar con agentes del Estado que carecen de sensibilidad y las demoras en las actuaciones del sistema de justicia, incrementan el sufrimiento de Alejandra. Produce una enorme decepción ver que ha pasado un año y no existe fechas para la celebración de un juicio», dijo Flor Sosa, madre de Alejandra, en un comunicado que publicó la plataforma feminista Somos Muchas.

Solo en 2018 el Ministerio Público recibió 3444 denuncias por delitos en contra de la libertad sexual. Esto aglutina los delitos de violación, actos de lujuria, acoso sexual, estupro, incesto y rapto. En ese mismo periodo de tiempo, apenas 569 ingresaron a la Corte Suprema de Justicia. Información recopilada por Contracorriente señala que la mayoría de los casos que ingresan por este tipo de delitos, terminan en sobreseimiento definitivo, a favor de los acusados. «La nula coordinación, demoras injustificables en la investigación y enjuiciamiento de actos de violencia sexual dificultan la atención, obstaculizan la superación de los hechos y niegan por completo el derecho a la justicia», menciona el pronunciamiento de Somos Muchas. 

Mientras tanto, la Dirección de Medicina Forense asegura que los centros integrados, especializados en atención a víctimas de violencia doméstica y sexual, se encuentran en funcionamiento las 24 horas durante la cuarentena. Estos centros únicamente se encuentran en Tegucigalpa, San Pedro Sula, La Ceiba, Santa Rosa de Copán y Comayagua, mientras que 27 clínicas forenses locales a nivel nacional atienden todo tipo de delitos.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), pidió a los Estados incorporar la perspectiva de género en las respuestas a la crisis por el COVID-19 con el fin de «combatir la violencia sexual e intrafamiliar, así como la discriminación que afecta a las mujeres en ese contexto (…). Garantizar la disponibilidad y continuidad de los servicios de salud sexual y reproductiva durante la crisis de la pandemia, incrementando, en particular, las medidas de educación sexual integral y de diseminación de información en medios accesibles y con lenguaje adecuado».

Decenas de mujeres hacen fila para obtener una ración de alimentos por parte de la barra deportiva Ultra Fiel en un acción solidaria llevada a cabo en Lepaterique, 19 de Abril. Foto: Martín Cálix.

La anticoncepción y el embarazo durante la pandemia

Otra de las preocupaciones que manifiestan las organizaciones en cuanto a la atención hacia las mujeres durante la pandemia, es que el asesoramiento y la entrega de anticonceptivos se han interrumpido o reducido como respuesta a la pandemia de COVID-19. Según denuncias que recibió la organización Acción Joven en Honduras, varios departamentos no estaban dando anticonceptivos ni acceso a sus controles prenatales a las mujeres. Esto de debe a una ordenanza de la Secretaría de Salud (Sesal) que pedía que solo se atendieran pacientes sospechosos de COVID-19. 

Esta situación llevó a que el doctor Alcides Martínez, director general de Redes Integradas de la Sesal, emitiera un oficio en el que exige que se mantenga el acceso de métodos anticonceptivos a la población a través de la entrega de condones masculinos, anticonceptivos orales (utilizando mercaditos, pulperías o algún colaborador comunitario). Sin embargo, el oficio detalla que la aplicación del anticonceptivo inyectable trimestral, los dispositivos intrauterinos (DIU) y los implantes subdérmicos se podrán aplicar únicamente a pacientes que lo hayan usado antes, no a quienes quieran usarlo por primera vez.

Para Ana Rivera de Somos Muchas, la colocación del DIU siempre ha sido una dificultad para las mujeres en el país, debido a que existen médicos que intentan convencer a sus pacientes de no colocárselo si no han tenido hijos. «Ese es un problema bastante grande que ahorita en la cuarentena se acentúa. Los doctores y doctoras están atendiendo otros casos antes que procedimientos de DIU, por ejemplo, o también amarres de trompas», añadió. 

El Secretario General de la ONU emitió hace un par de semanas un llamado para que los Estados no olviden la prestación continua de servicios de salud sexual y reproductiva, como el acceso a anticonceptivos sin receta médica durante la crisis.

Contracorriente contactó a la ministra de salud, Alba Consuelo Flores, y al viceministro, Roberto Cosenza para ampliar la información sobre la atención en planificación familiar durante el COVID-19, pero no tuvo respuesta. Hasta el momento, la cifra oficial de mujeres contagiadas por COVID-19 es de 674, el 40 % de los 1685 casos oficiales en el país hasta el ocho de mayo. 

Mientras tanto, Piedad Huerta, representante de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en Honduras, señala que han recomendado mecanismos para poder hacer disponibles los anticonceptivos a nivel de las comunidades, de manera que las mujeres y las adolescentes puedan tener acceso sin correr riesgo de contaminación. Maleny Barrera de MSF, explica que tuvieron que abrir la clínica de Planificación Familiar tres días a la semana en Choloma, ante la demanda. «Hay un aumento en la necesidad de métodos anticonceptivos por el poco acceso al que están teniendo las personas a ir a su consulta de planificación familiar, ahorita los centros de salud solo están atendiendo a un número reducido de personas que tienen que llegar muy temprano y eso deja por fuera un montón de mujeres que están en búsqueda de esos métodos», señala.

Sin embargo, uno de los problemas más graves a los que se enfrentan las mujeres que buscan planificar es la movilidad y el desabastecimiento. Según la información de Acción Joven, la mayoría de las mujeres de la ruta lenca, en la zona occidente del país, utilizan el implante subdérmico Implanon con una duración de tres años. «A la mayoría ya les tocaba cambio ahorita y la preocupación es que la Sesal no había enviado lotes de Implanon ni anticonceptivos orales, ya que hay escasez a nivel nacional», explicó Rosales. 

Chinchilla añade que «desde la Sociedad de Ginecología y Obstetricia se ha hecho énfasis, en la mayoría de los hospitales, que se insista siempre en los métodos, y se le ha insistido a la secretaría para que las personas que llegan a consultar por los métodos tenga siempre disponibles».

La Federación Internacional de Ginecología y Obstetricia (FIGO por sus siglas en inglés), recordó a los Estados que la reducción repentina en el comercio fronterizo, utilizado para la fabricación de métodos anticonceptivos, podría provocar escasez, «los gobiernos deben planificar con anticipación los suministros y productos específicos en sus cadenas de suministro, así como garantizar los requisitos de supervisión y logística para garantizar que los suministros lleguen a los clientes e instalaciones en la última milla», añadió. 

Para el caso de la atención a mujeres embarazadas, la mayoría de los hospitales y centros de salud están atendiendo, en atención prenatal, únicamente a aquellas que tienen más de 40 semanas o si pasan por un embarazo de alto riesgo. «Hay un detalle que pasaba incluso antes de la cuarentena y es que las mujeres que están en labor de parto o con emergencia obstétrica llegan muy tarde, ya sea porque no encuentran transporte, viven en las periferias de la ciudad o inclusive lejos», agrega Rivera. 

A finales de marzo, una mujer que no pudo conseguir movilización ni siquiera a través del servicio 911 para emergencias, llegó en el proceso expulsivo del parto. Intentó ingresar por una puerta destinada a casos sospechosos de COVID-19 en el Hospital Escuela Universitario. Según denunciaron familiares, no la dejaron entrar al llegar y tuvo su parto en la entrada del centro asistencial. «Esto lo que sugiere es una gran preocupación para las organizaciones que trabajamos en esta temática, porque las autoridades del país no están haciendo estrategias integrales en salud. No tienen que dejar de lado estos servicios que son tan importantes», finaliza Rosales.

Don Salvador alcanzó ya sus 75 años de edad y todavía debe trabajar para subsistir. Diariamente camina —con mucha dificultad— por colonias y barrios de la ciudad de El Progreso, Yoro; al norte de Honduras. Lo hace para vender las hamacas de diferentes tamaños y colores, que carga en su hombro. Con paso lento recorre la «Perla del Ulúa» (como le dicen a su ciudad) bajo la inclemencia de un sol y temperaturas que sobrepasan la sensación térmica de 44 grados. La realidad socioeconómica que actualmente vivimos es igual de agobiante como la temperatura de esta Ciudad. Hoy estamos viviendo una pandemia mundial y muchos nos encontramos confinados en nuestras casas, al menos quienes podemos hacerlo. La realidad es que  —sin importar la edad— no todas las personas gozan de este «privilegio».

Conocí a don Salvador en el marco del golpe de Estado, nos encontrábamos en las marchas que organizaba el pueblo en resistencia de aquel entonces. Luego coincidí con él en otros espacios y manifestaciones que organizaban grupos de sociedad civil. Siempre es de buena plática, es un luchador social incansable, pues ya ha vivido lo suficiente, tiene muchas experiencias y bien conoce la repercusiones al mantenerse estático e indiferente en un convulsión social.

Don Salvador representa la imagen de la tercera edad que debe trabajar para poder aspirar a tener lo básico. Hoy, el panorama para los adultos mayores en Honduras no es alentador, incluso es desafiante, pues los adultos mayores son parte de la población en riesgo en el contexto del COVID–19. A esto le agregamos los fríos números que el Instituto Nacional de Estadística (INE)  afirma: la población de adultos mayores arriba de 60 años es de 777 905 que representa el 8 % de la población total, de este número solo 252 886 (el 33 %) recibe pensión por vejez de parte del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS), y el 43 % vive en extrema pobreza.

Yo soy profesora en un Instituto público de educación media de El Progreso, Yoro, donde estudia uno de los nietos de don Salvador (este también es otro espacio en el que coincidimos). Hace algunos meses, llegó para saber sobre el progreso de su nieto en sus actividades académicas. Ese día aproveché para hacerle el encargo de una hamaca que quería colocar en el patio de mi casa. La siguiente semana estaba puntual mostrándome toda la variedad que tenía y mientras lo hacía me insistió en que me quedara con la más grande. Entre risas yo le decía que lo más seguro es que ni siquiera iba a poder disfrutarla porque entre el trabajo y otras ocupaciones casi nunca estoy en mi casa, pero con palabras sabias me aseguro: «Ya vendrán tiempos para que pueda disfrutarla». Hoy esa hamaca contribuye a aliviar la tensión que me provoca el confinamiento y se ha convertido en el lugar donde puedo descansar y distraerme durante horas en el día. 

Me contaron que don Salvador se encuentra en su casa, acompañado de su esposa y uno de sus hijos. Desde antes de la cuarentena ha dejado de caminar porque tiene un problema en una de sus rodillas y en este momento no tiene posibilidades de realizar un tratamiento adecuado. Entre algunos vecinos y familiares se han organizado para compartirle alimentos y estar pendientes de él, de su esposa y de su hijo. No puede salir a trabajar porque en la ciudad está prohibido por las medidas de seguridad, a raíz de la pandemia. Es un adulto mayor más que no cuenta con un seguro médico para cuidar de su salud, que no cuenta con una pensión alimentaria para poder subsistir y sentirse seguro en sus años de senectud. 

En Honduras, los padres y las madres de la historia de nuestras generaciones deambulan por la calle en busca del sustento. No tienen acceso a la salud pública, son víctimas de la escasez de medicinas que hay en los centros hospitalarios administrados por el gobierno. A sus edades proliferan las enfermedades como diabetes, hipertensión y otras asociadas al paso de los años. En cierto momento esto nos hizo pensar que los más golpeados, según la experiencia de esta pandemia en otros países, iban a ser nuestros adultos mayores, sin embargo, en Honduras, contra todo pronóstico no tienen los mayores porcentajes en las estadísticas. A pesar de eso  el gobierno no ha tomado medidas contundentes que los beneficien y les proporcione el trato digno que se merecen y al que tienen derecho.  

Don Luis murió la mañana del 30 de abril, horas después de que los médicos que lo observaban en el Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS) de la ciudad de San Pedro Sula, le dijeron a sus familiares que estaba mejorando. Él padecía de una neumonía bilateral que estaba afectando sus pulmones y que lo hizo sospechoso de ser un caso positivo de COVID-19. Le hicieron la prueba molecular para comprobar el contagio, pero varios días después de su muerte la familia sigue sin tener el resultado. «En el acta de defunción pusieron que fue por COVID-19, y en eso se basaron para no entregar el cuerpo», cuenta Sandra, en medio del dolor que sufre con la familia de su pareja a quienes les negaron incluso el derecho de reconocer el cadáver.

En Honduras, la pandemia lleva 1055 casos positivos y 82 fallecidos hasta el 4 de mayo. Esto significa que el país tiene la segunda tasa de letalidad más alta de Latinoamérica, según datos de la Universidad John Hopkins. Los números han subido por la cantidad de pruebas que se están realizando: un máximo de 300 pruebas diarias, aún insuficientes. Esta situación sumada a los antecedentes de falta de transparencia e incapacidad en el manejo de la crisis por parte del gobierno central, plantean un panorama incierto para las familias en luto que posiblemente colmen el país en las próximas semanas.

Destino incierto para los cadáveres

Desde la mañana en que don Luis murió, los familiares —­sin tener el resultado de la prueba— iniciaron una lucha con las autoridades sanitarias para que permitieran darle sepultura en un cementerio privado. Finalmente, en la tarde, les avisaron que entregarían el cuerpo a la funeraria para el entierro que se realizaría a las 9 de la mañana del día siguiente, pero que según las disposiciones del Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (Sinager) y la Secretaría de Salud, no les permitirían velar el cuerpo y solo podrían asistir diez familiares. La familia hizo todos los gastos funerarios, pero en el momento en que los agentes de la Fuerza de Seguridad Interinstitucional Nacional (Fusina) tenían que entregar el cadáver para trasladarlo al cementerio, no lo hicieron y amenazaron a la familia con llevarlo a una fosa común sin ubicación confirmada, en el departamento de Cortés.

Un informe de la Unidad de Vigilancia de la Salud indica que del total de muertos a nivel nacional, el 82 % se encuentra en Cortés. Solo en San Pedro Sula, su cabecera departamental, produce aproximadamente el 63 % del producto interno bruto,  pero que ahora se ha vuelto el epicentro de la pandemia y se encuentra en toque de queda absoluto y con medidas de abastecimiento suspendidas.

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Ante el crecimiento acelerado de los casos de COVID-19 en todo el país, Sinager a través de un comunicado emitido el pasado 3 de abril, instruyó a los gobiernos municipales para que busquen terrenos aptos para fosas comunes en caso de entierros masivos, que podrían darse «al rebasar la capacidad local para el manejo de cadáveres».

En el caso de San Pedro Sula, Fátima Mena, regidora de la Alcaldía Municipal, asegura que la intención de esa administración es no enterrar cadáveres en fosas comunes, por lo que estarían construyendo un nuevo cementerio municipal en las próximas semanas. «Como ciudad no estamos hablando de fosas comunes, sino la habilitación de cinco manzanas para poder garantizar dignidad al momento de enterrar a las personas. Estamos en un estado de excepción donde los derechos fundamentales de la ciudadanía han sido suspendidos. Yo creo que como un gobierno transparente, limpio y competente deberían de asegurar que todos los procedimientos sean correctos. Creo en no apostar por fosas comunes, sino prever las proyecciones y asegurar que estamos preparados para poder dar sepultura de forma digna a las víctimas», aseguró Mena.

En el caso de los entierros masivos pesar, las autoridades de esta ciudad parecen tener una idea diferente a la del gobierno central. En el caso de don Luis, fue Fusina quien tuvo la última palabra al no permitir el traslado del cuerpo al cementerio y amenazar con enterrarlo en una fosa común.

En un mensaje emitido por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), Andrés Rodríguez, coordinador forense de esa institución, mencionó que «la recomendación en las muertes masivas es el uso de tumbas individuales. Eso garantiza el respeto por el trasfondo religioso y cultural de la sociedad y garantiza la trazabilidad de los cuerpos. Además esto está muy relacionado con el trato digno de los cuerpos».

Además el CICR ha recomendado a las autoridades de los países que se permita un momento en el que las familias tengan la posibilidad de despedirse de su ser querido: «Eso se puede hacer en un velorio o en el momento de la inhumación, obviamente esto debe estar alineado con la reglamentación que cada país tenga. Claramente pueden haber restricciones en el número de personas que asistan a este tipo de eventos. Habrá que limitar al máximo el número de personas y limitar el tiempo en que esas personas están juntas, pero por lo menos sí dejar el espacio para que exista ese cierre del duelo, esa reflexión religiosa que muchas familias requieren».

En Honduras el Lineamiento para el manejo de cadáveres por casos de COVID-19 , emitido por la Secretaría de Salud, indica que antes de proceder al sellado y traslado del cadáver, debe permitirse el acceso de no más de dos familiares para una despedida, sin establecer contacto físico. Además en el entierro deben participar un máximo de quince familiares cercanos conservando una distancia mínima de un metro entre cada asistente. Toda esta teoría no sirvió de nada para la familia de don Luis, con quienes, según Sandra, jugaron sentimentalmente en un momento de mucho dolor y no les permitieron identificar el cadáver ni despedirse de forma adecuada.

Entrada al Centro de Medicina Legal y Ciencia Forense, Tegucigalpa, 23 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Los negocios detrás de la muerte

Sandra cuenta que cuando los oficiales de Fusina amenazaron con enterrar a don Luis en una fosa común con otros muertos, que también murieron a causa del COVID-19, solo dejaron una opción para los familiares: cremar el cadáver. Según la Asociación Nacional de Industrias y Funerarias de Honduras, a nivel nacional solo existen tres empresas que ofrecen este servicio en las que el precio ronda los 40 000 lempiras. La familia de don Luis, para evitar la pérdida del cadáver, comenzó a gestionar ayuda de amigos y conocidos para recolectar el dinero, y finalmente lo lograron.

Esa misma presión recibió la familia de la doctora Denise Roxana Murillo Martínez, primera doctora en morir en servicio por la pandemia en Honduras. El pasado 1 de abril, su hija denunció en redes sociales que el gerente de la empresa funeraria Jardines del Recuerdo, estaba obligándoles a cremar el cuerpo de su madre, si no lo hacían tendrían que llevarse los restos mortuorios a otro lugar.

Aunque Sandra asegura que es mayor el perjuicio emocional que el económico para las familias, la presión de las autoridades y empresarios por la cremación de los fallecidos se vuelve sospechosa. En el caso de Villanueva, el alcalde Walter Perdomo confirmó que ante las dificultades presentadas en otras comunidades, las autoridades decidieron que serían los encargados de recibir a la mayor parte de los muertos por COVID-19 de la zona del Valle de Sula, donde se ubican un total de 18 municipios. Para eso, representantes de Copeco firmaron un acuerdo con los dueños de la funeraria Angelus Terra, ubicada en la aldea Dos Caminos, para que habilitaran lotes para la excavación de fosas comunes.

Hasta el momento las autoridades de Copeco no han dado respuesta a nuestras solicitudes de entrevista. No hay documentos públicos que confirmen el costo de esta negociación que se hizo con esta empresa, que hasta 2019 tuvo como socio al fallecido Jorge Faraj Rishmagüi, reconocido banquero fundador de Banco Ficohsa.

Perdomo aseguró: «El municipio de Villanueva no hizo el acuerdo. Nosotros solo fuimos veedores y certificamos el lugar, pero no tuvimos nada que ver con la contratación ni con los otros términos por los que se escogió el terreno. Solo nos aseguramos de que no contamine en el futuro, que los entierros sean dentro de los protocolos y que se cumpla con los registros para que luego los familiares puedan poner sus placas, coronar y visitar a sus familiares».

En el caso de San Pedro Sula, ante la directriz de no optar por fosas comunes y adquirir un predio de cinco manzanas para la construcción de un nuevo cementerio municipal, la regidora del municipio, Fátima Mena, aseguró que «eran de una inmobiliaria que forma parte de un grupo de la Azucarera Hondureña. Para evitar compras fraudulentas, que es uno de los temas que más señalamiento ha tenido, se está aceptando para que se reciba en forma anticipada, en concepto de áreas verdes».

La inmobiliaria a la que se refiere Mena es Lotificadora de Sula S.A que tiene entre sus socios a Guillermo Bueso Anduray, presidente ejecutivo de Banco Atlántida. Ante el pago anticipado del 10 % de áreas verdes que tienen que desarrollarse en cada proyecto inmobiliario, tienen aseguradas 50 manzanas de inversión. «Si bien es cierto no estamos pagando nada por estos terrenos, sí estamos reconociendo que nos estén entregando de forma anticipada áreas verdes para que en un futuro, cuando realicen proyectos, ellos puedan decir: “bueno de estas cinco que formen parte de las áreas que nosotros ya habíamos entregado”», concluye Mena.

Familias y víctimas estigmatizadas

Edwin Lanza es presidente de la Asociación Nacional de Industrias y Funerarias de Honduras. Asegura que desde hace 60 días están solicitando al gobierno apoyo y coordinación para abordar la crisis por el COVID-19, que según sus valoraciones dejará escenarios como el ocurrido en Ecuador, donde el sistema sanitario colapsó y decenas de cadáveres permanecían en las calles. Según el Índice Global de Seguridad Sanitaria elaborado por la Universidad Johns Hopkins, Honduras es uno de los países menos preparados para una pandemia en Latinoamérica, solo Venezuela tiene peores condiciones sanitarias según dicha escala. «Nosotros con este sistema tan precario en salud, ¿estamos esperando que no nos impacte así el virus? El Gobierno ni sabe cuántos cementerios hay a nivel nacional», señala Lanza.

Entre todas las dificultades a las que se han enfrentado como sector funerario Edwin destaca algunas historias que muestran el «futuro sombrío» que, según él, le espera al país. Una de esas historias se dio en un hospital privado en San Pedro Sula. «Esta persona murió y los familiares llamaron a la funeraria para llevar el ataúd en el que se colocaría el cadáver, los encargados de la empresa solicitaron el acta de defunción para poder seguir el proceso posterior a la muerte, el hospital no tenía el acta de defunción en ese momento y le estaban pidiendo a los cipotes de la funeraria que metieran el cuerpo y se lo llevaran, nosotros tenemos una orden interna de que nadie retire un cuerpo sin acta de defunción para saber de qué falleció, el hospital negó rotundamente entregar el acta de defunción».

Cementerio Santa Cruz Memorial, varios de los fallecidos por Covid-19 han sido enterrados en este cementerio, Tegucigalpa, 25 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Omitiendo el nombre del hospital privado, Lanza cuenta que cuando finalmente entregaron el acta se mencionaba como causa de muerte: «posible COVID». Sin contar con el debido cumplimiento de las disposiciones de manejo de muertos por el virus, los encargados dejaron el féretro en manos de los familiares que sin saber qué hacer y sin ayuda del personal médico, decidieron ellos mismos meter el cadáver de su familiar en el ataúd y se llevaron el cuerpo a la ciudad de Choloma de donde eran originarios. «Por eso estamos pidiendo el protocolo para diferentes situaciones, porque si el hospital no entrega el acta de defunción por lo menos la funeraria tiene un protocolo», apunta Lanza.

La entrega del cadáver en los hospitales solo es el inicio de los problemas para los familiares de las víctimas de la pandemia. Muchas comunidades se han organizado para evitar el entierro de los fallecidos a causa del COVID-19 o incluso de quienes ellos creen estuvieron contagiados. «Se han presentado muchos problemas, las personas de los pueblos no permiten entierros, inclusive no permiten que se entierren personas por otras enfermedades. Los alcaldes no están haciendo nada. La verdad es que la policía, los bomberos e incluso medicina forense no se va a hacer cargo de las personas que fallezcan».

El precedente de esta situación, según Lanza, se dio a finales de marzo en la ciudad de Villanueva —la tercera ciudad del país con más casos positivos de COVID-19—, cuando los encargados de Sinager y el Comité Permanente de Contingencias (Copeco), que tenían que dar sepultura a dos personas que fallecieron en el hospital Leonardo Martínez de San Pedro Sula, abandonaron los cuerpos y dejaron solo al personal de la funeraria que en coordinación con la municipalidad contrató a personas particulares para concluir el trabajo de sepultura. Además, la comunidad cercana al predio donde se había habilitado la fosa común para la pandemia en ese municipio, días después salió a manifestarse ya que aseguraban estar en riesgo de contaminación.

Sobre la estigmatización que han recibido las familias de los fallecidos y los mismos cadáveres de las personas que han muerto por el virus, el doctor Carlos Umaña, presidente de los médicos del IHSS en la zona norte del país asegura que los cadáveres no transmiten el COVID-19: «La unidad de cuidados intensivos tiene bolsas especiales. Antes de embolsar el cadáver no se vuelve a tocar, se llama a los ayudantes de hospital que llegan con trajes de bioseguridad. Con una solución desinfectante, el cuerpo se rocía totalmente y se introduce en una bolsa, esa bolsa se vuelve a fumigar y se sella completamente, son bolsas especiales que no permiten la salida de nada. Posteriormente, se introduce en el ataúd y se fumiga el féretro, después se cierra herméticamente, y se vuelve a fumigar. Luego se traslada a la ambulancia y se desinfecta el vehículo, junto a las personas que van con él, de esa forma es casi imposible que suceda algo anómalo», asegura.

Este mismo procedimiento es respaldado por el CICR, que como medida adicional recomienda el uso doble de la bolsas para cadáver y la recomendación a los familiares para que use un equipo de protección personal mínimo: mascarilla, guantes y bata desechable; esto en el caso de que las autoridades acaten su recomendación de permitir la presencia de al menos 15 personas en el momento de la sepultura.

Sin embargo, para Edwin Lanza el mecanismo de manejo que más le preocupa es el de levantamiento de cuerpos en las calles, donde posiblemente quedarán muchos muertos por el virus, que no pudieron ser atendidos por el sistema de salud público o privado. «Preguntamos en la reunión del lunes pasado a un representante de salud qué iba a suceder con las personas que fallezcan y sean de escasos recursos, la respuesta de ellos fue simple: iban a enterrarlos en bolsas plásticas. En este lineamiento de manejo de cadáveres con COVID-19 hay millones de lempiras puestos. A nosotros  como sector funerario nos metieron a los alcances que tiene, pero sin consultarnos. Allí hay millones de lempiras por los que no se está dando fe de nada, simplemente se están gastando», asegura.

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El limbo, según la tradición católica, es un lugar de incertidumbre donde los muertos esperan redención. En nuestro contexto de país, posiblemente es un sitio que se parece mucho al futuro incierto que le depara a los muertos que vendrán, y que países con sistemas de salud sólidos no lograron contener.

Edwin Lanza, cuenta que ha tratado con las mayores catástrofes que se han tenido en el país —desde el huracán Mitch en 1998, hasta el incendio en la granja penal de Comayagua en 2012—, y cuestiona que «en el plano de esta enfermedad, si al gobierno le interesan muy poco los vivos, imagínese los muertos».

Han pasado siete meses del juicio de Antonio «Tony» Hernández —hermano del presidente Juan Orlando Hernández— condenado por traficar cocaína y armas en gran escala a Estados Unidos. Las declaraciones expuestas en ese juicio siguen revelando las redes de narcotráfico en Honduras y su relación con el poder político. Pero también, el rol clave de instituciones como la Policía Nacional en los negocios ilícitos. Los fiscales del Distrito Sur de New York acusaron la semana pasada al exdirector de la Policía Nacional, el Comisionado General Juan Carlos Bonilla, por delitos de narcotráfico y posesión de armas y artefactos destructivos. Un policía cancelado en un proceso de depuración limitado y sin acusaciones por parte de los entes de justicia hondureños. 

 

Texto: Vienna Herrera y Jennifer Avila
Fotografía tomada de El Heraldo

«Que caigan las personas que están involucradas, que allá (en Estados Unidos) las están diciendo y que se siga desenredando. Esto es sano para el país, demasiado dolor tenemos», dice Hilda Caldera, viuda de Alfredo Landaverde, quien por su lucha contra el crimen organizado fue asesinado en 2011 tras denunciar en medios de comunicación que el dinero del narcotráfico infiltró políticos, el sistema de justicia, la empresa privada y la Policía Nacional de Honduras (PNH). Hilda Caldera sostiene, en tono de enojo, en una entrevista vía teléfono con este medio, que otros directores y ministros tuvieron el informe que involucraba a policías en el asesinato de su esposo. Un reportaje del New York Times , publicado en 2016, reveló que el exgeneral Juan Carlos «Tigre» Bonilla, cuando fue director de la PNH en 2012, tuvo acceso a ese informe. Caldera asegura que no se hizo nada. 

«Nosotros nos entrevistamos con el ministro Pompeyo Bonilla y Juan Carlos Bonilla y estábamos buscando, solicitando respuesta (…) pasaron varios directores de la policía que supieron del informe, hay una suerte de personas que lo recibieron y ahora es que nadie lo vio. Hubo demasiada información de personas que dicen saber quién asesinó a mi esposo y seguimos en el silencio. Entonces eso quiere decir que aquí no les interesa saber la verdad», añade Hilda. Cuando Bonilla conoció ese informe, de acuerdo con acusaciones de una corte de Nueva York, ya había trabajado con los narcotraficantes Alexander Ardón, Devis Leonel Maradiaga alias Cachiro y «Tony» Hernández.

El «Tigre» Bonilla está siendo acusado en esa corte de Estados Unidos por conspirar para importar cocaína, además de delitos relacionados con armas, «supervisó el transbordo de cargas de cocaína de varias toneladas con destino a los Estados Unidos, usó ametralladoras y otras armas para lograrlo, y participó en violencia extrema, incluido el asesinato de un traficante rival, para promover la conspiración», señala el documento de la Corte del Distrito Sur, publicado el jueves.

El caso del «Tigre» Bonilla no es aislado. «Mi esposo decía que el narcotráfico funciona con una larga cadena de gente, sobre todo operadores de justicia, políticos y gente que está en la empresa privada que lava activos», afirma Hilda Caldera.

Las acusaciones contra Bonilla derivan del juicio contra «Tony» Hernández que aún espera por una sentencia, hasta ahora programada para el 29 de junio. 

En el informe de la Corte, que resume las acusaciones contra el «Tigre» Bonilla, se señala que Amílcar Alexander Ardón (CW-1), exalcalde de El Paraíso, Copán, narcotraficante confeso y testigo cooperante de la Fiscalía de Nueva York, acusó al «Tigre» Bonilla de haber asesinado al presunto narcotraficante Franklin Arita, rival de «Tony» Hernández, porque quería impedir el tráfico de cocaína hacia Guatemala por Santa Rita, Copán. Según Ardón, «Tony» Hernández fue quien ordenó el asesinato en el que Arita fue atacado por sicarios que usaron bazucas. 

En aquel momento, el «Tigre» Bonilla era el jefe regional de la Policía Nacional en occidente y declaró en medios de comunicación que el asesinato se trató «de un ajuste de cuentas con una operación tipo emboscada, porque tal como se dan las cosas tuvo que haber un seguimiento, luego una ubicación y después una emboscada».

Los fiscales señalan, además, que un testigo criteriado por la corte federal, a quien solo se conoce como CW-2 y quien era una persona que manejaba el transporte de los cargamentos de la cocaína, declaró haber visto al «Tigre» Bonilla facilitar el traslado de cocaína cuando pasaba por retenes policiales sin ser detenido ni examinado. Según CW-2, «Tony» Hernández sobornaba a miembros de la Policía Nacional a cambio de no detener la carga en ningún retén, en particular al «Tigre» Bonilla. «Si usted me dice que los señores narcos mueven libremente las drogas en esta frontera, yo le digo que sí, porque nunca he decomisado ni un granito de cocaína», dijo Bonilla en un reportaje publicado por El Faro en 2011.

La trama que se desarrolla entorno al crimen organizado hace que los roles se inviertan constantemente, una vez se tiene el poder para ordenar en la próxima se tiene el poder para delatar y negociar.

Se señala en el informe que el narcotraficante Víctor Hugo «Rojo» Díaz (CW-3), también testigo de la fiscalía, declaró que cuando Juan Orlando Hernández (CC-4) fue presidente del Congreso Nacional, benefició al «Tigre» Bonilla para escalar posiciones dentro de la Policía Nacional y que este «protegía su tráfico de drogas a cambio». El «Rojo» además informó que «Tony» Hernández le había contado que «El «Tigre» era de confianza de Hernández Alvarado (Tony) y CC-4, que Bonilla Valladares era muy violento, y que Hernández Alvarado y CC-4 le asignaban tareas especiales, incluso asesinatos». 

Las acusaciones además señalan que Devis Leonel Rivera Maradiaga (CW-4) se reunió con el «Tigre» en 2003 para que le ayudara a localizar y asesinar a un narcotraficante hondureño que era su rival. A cambio se le pagaría al «Tigre» Bonilla y otros miembros de la Policía Nacional 300 000 dólares por completar ese plan. Rivera Maradiaga asegura que al final esa persona fue asesinada después, de otra manera. Aunque los fiscales no detallan a quién planeaban asesinar, el periodista estadounidense Jeff Ernst, en su twitter explicó que probablemente se trató de Jorge «Coque» Echeverría Ramos, quién en aquel momento dirigía el cartel del Atlántico. 

El presidente y la depuración policial

Esta última acusación contra Bonilla presiona más al presidente Hernández, quien ha sido mencionado por fiscales de Nueva York en varias ocasiones por sus vínculos con el narcotráfico. El documento señala que Bonilla «presuntamente abusó de su cargo (…) en nombre del excongresista hondureño convicto, «Tony» Hernández, y su hermano el presidente, supervisó el transbordo de cargas de cocaína de varias toneladas con destino a los Estados Unidos, utilizó ametralladoras y otras armas para lograrlo».

Como respuesta, mediante un comunicado, la Presidencia de la República dice que las referencias al presidente Hernández son falsas: «las acusaciones provenientes de narcotraficantes confesos no son creíbles». En el comunicado detallan que Hernández le pidió al expresidente Porfirio Lobo Sosa, nombrar a un nuevo líder en la Policía Nacional en 2013: «ningún presidente que fuera cómplice de un jefe de la policía, como se establece en el falso testimonio, habría reemplazado la cúpula policial. El presidente Hernández sí lo hizo porque no tenía nada que temer». 

En ese mismo comunicado, mencionan que el Woodrow Wilson International Center (Wilson Center) de Estados Unidos elaboró un informe de evaluación sobre el proceso de depuración policial en el que, en palabras de Eric Olson en una presentación del informe se «subrayó la voluntad política de las autoridades gubernamentales».

Sin embargo, Eric Olson director para Centroamérica de Seattle International Foundation y consultor del programa latinoamericano del Wilson Center, explica que Hernández aceptó que la Policía Nacional pasara por una depuración, debido a la presión popular «el encubrimiento en los asesinatos de Arístides González y Alfredo Landaverde, creó una situación totalmente inaceptable para el pueblo hondureño, el gobierno en ese contexto tuvo que aceptar un proceso que se trató de controlar desde el principio, pero no se logró completamente». Es así como, en 2012, se juramenta la Comisión para la Reforma de la Seguridad Pública (CRSP) y se crea la Dirección de Investigación de la Carrera Policial (DIECP).

Juramentación de comisión depuradora.
Juramentación de comisión depuradora. Foto: http://www.consejosecretariosdeestado.gob.hn

Josué Murillo, excoordinador de la Alianza por la Paz y la Justicia (APJ) y que conformó esa comisión, señaló que  «Hernández, al ver que eran independientes y apuntaban a las raíces del problema, los destituyó y conformó la Comisión Especial para la Depuración y Transformación de la Policía Nacional, que comenzó a funcionar en 2016 y depuró un aproximado de 6500 elementos policiales, del cual apenas un 33 % se remitió al Ministerio Público». 

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Puede leer el informe del Wilson Center completo AQUI

Mientras tanto, el informe del Wilson Center indica que, aunque se dijo que la DIECP tendría «autonomía funcional, administrativa y financiera», con la esperanza de que reemplazara el trabajo de la unidad de asuntos internos de la PNH, en las audiencias de abril de 2013, «un diputado del Congreso acusó que el DIECP había renunciado a su independencia y estaba permitiendo al director de la PNH, Juan Carlos Bonilla, decidir qué miembros de la institución serían sometidos a pruebas de investigación». La DIECP dejó de existir en diciembre de 2017 y fue sustituida por la Dirección de Asuntos Disciplinarios de la Policía (Didadpol).

Aurora Pineda ha impulsado el proceso de depuración policial. En 2011 miembros de la PNH asesinaron a su hijo, Carlos Pineda, junto a Rafael Alejandro Vargas, hijo de Julieta Castellanos, en ese entonces rectora de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (Unah). Pineda dice que la depuración es un proceso largo que no debe ser descuidado: «a la Didadpol la veo un poco dormida, aletargada, no se le ve su actividad o su función. No ha rendido informes de cómo está la depuración porque eso no es de un día para otro, sino que es un proceso que dura muchos años para que el ciudadano sienta confianza y se sienta protegido».Ella argumenta que tuvo conocimiento de por lo menos 500 expedientes de policías que estaban involucrados con el narcotráfico: «Yo no veo que se le ha dado seguimiento a estos casos que están en los expedientes en el Ministerio Público. Ahí hay jefes de policías, altos funcionarios policiales que se vieron en una serie de delitos como los asesinatos del general Arístides González y el de Alfredo Landaverde».

Según Pineda, la Didadpol debería seguir los procesos judiciales a los policías depurados que se les comprobó vínculos con algún delito y obtener sentencias. Sin embargo, las autoridades de esa institución señalan que Didadpol solo se encarga de investigar y seguir un proceso interno, pero que las sanciones le corresponden al ministro de de la Secretaría de Seguridad, quien debe actuar y despedir a los oficiales.


Un oficial de la Policía Nacional ayuda a un compañero a acomodarse su indumentaria policial previo a mitin frente al edificio de las Naciones Unidas en la capital hondureña, Tegucigalpa, 30 de abril de 2019. Foto: Martín Cálix.


Eric Olson agrega que «en el caso de Honduras, si bien ha habido mejoras y algunos pasos importantes, el contexto político amplio sigue siendo bastante difícil para la creación de una policía democrática. La política de Estados Unidos debería ir por el lado de apoyo a los procesos de legitimación de la institucional del país y por eso construir una policía civil confiable que no abusa de los derechos, que protege a la ciudadanía, que combate al crimen organizado real es prioridad y no lo está siendo».

La ruta del exgeneral Bonilla

Bonilla formó parte de la PNH durante más de 30 años, entre 2012 y 2013 fue director de la Policía Nacional, antes de eso era el jefe regional en occidente, la frontera con Guatemala, y que tiene importancia estratégica para el paso de la droga en el país. 

Antes de eso, Bonilla había sido denunciado por participar en ejecuciones extrajudiciales. En 2002 Bonilla fue requerido por el Ministerio Público por suponerlo responsable del asesinato de Jorge Luis Cáceres (presunto miembro de una banda investigado por el secuestro y asesinato del exministro de economía Reginaldo Panting). En 2004 Bonilla fue absuelto de todos los cargos y la comisionada en condición de retiro, María Luisa Borjas, en aquel momento jefa de asuntos internos de la PNH, fue despedida de la policía por realizar los informes que denunciaron esta situación. En 2007 un informe del Departamento de Estados Unidos sobre Derechos Humanos estableció que Bonilla era sospechoso de una serie de asesinatos cuando fue inspector penitenciario. Cinco años antes en San Pedro Sula, se le inculpó de crímenes contra personas que se dedicaban al secuestro y otros delitos. 

En 2012, cuando Bonilla era director de la PNH, el Departamento de Estado anunció que suspendería la ayuda a los cuerpos policiales que dependían de Bonilla hasta que se investigaran los señalamientos de que el «Tigre» participó en violaciones a los derechos humanos una década atrás.

El secretario de Estado Adjunto para la lucha antidrogas en Estados Unidos, William Brownfield, dijo en 2013: «No he visto que se haya alcanzado ninguna conclusión que apoye las acusaciones de algunos grupos sobre la historia del liderazgo de la policía hondureña (…). Respeto el trabajo que está haciendo el «Tigre” Bonilla, lo admiro y creo que es bueno para Honduras».

Ese mismo año, Bonilla fue acusado públicamente por Ramírez del Cid, quien fue director de la PNH antes de Bonilla, como el principal sospechoso del asesinato de su hijo Óscar Ramírez. A finales de 2013, Bonilla fue destituido y su cargo lo tomó el exgeneral Ramón Sabillón, quien posteriormente también fue destituido, y Bonilla fue enviado a Colombia como agregado policial a la embajada de Honduras en Bogotá. 

Según el informe del Wilson Center, el «Tigre» había eliminado su registro de servicio de los archivos PNH  al dejar su puesto en 2013, y se negó firmemente a entregárselo a la comisión, «intentó negociar, ofreciendo a los comisionados información comprometedora sobre los vínculos entre elementos criminales y otros oficiales de policía, sector privado figuras y políticos». Bonilla pedía a cambio permanecer en la PNH hasta su retiro, cinco años después, pero como Honduras no poseía una ley de negociación en ese momento, los comisionados se negaron negociar en esos términos.

Ahora, con las acusaciones de la corte de Nueva York encima, Bonilla comenzó a dar declaraciones muy polémicas. «Aquí a través de la institucionalidad se detuvo. Se enjuició al tío de Reinaldo Sánchez que era un delincuente, narcotraficante, asesino y eso causó malestar en Reinaldo Sánchez (…). No me puede decir Reinaldo que no era él quién le mandaba seguridad al alcalde de El Paraíso Copán (Alexander Ardón)» dijo el «Tigre» Bonilla en una trasmisión en vivo del programa El Perro Amarillo. 

Bonilla manifestó que su cargo en la Policía Nacional fue cancelado por denunciar estos hechos ilícitos. Ante esa situación, Reinaldo Sánchez, ministro de Desarrollo e Inclusión Social y actual presidente del Partido Nacional, envió un comunicado a diferentes medios en los que pidió que Bonilla presentara las pruebas en el Ministerio Público de los señalamientos en su contra.

El «Tigre» Bonilla además reveló en otra entrevista que tuvo una relación conflictiva con el exsecretario de Seguridad, Arturo Corrales, y que él vio como «sacaban dinero de la Oficina Administradora de Bienes Incautados (OABI) diciendo que era para operativos de la Policía Nacional y eso era completamente falso. Hay documentos de eso». Bonilla asegura que esa documentación la presentó ante la Fiscalía, la Comisión Depuradora de la Policía Nacional y otras instituciones, pero «nunca se hizo nada».

Bonilla señaló en la misma entrevista que el actual ministro de Seguridad, Julián Pacheco Tinoco aparecía en informes donde se le vinculaba con el narcotráfico. Además, dijo que en enero de 2016 le llamó para pedirle su renuncia de la PNH, «con una opción a un cargo político y que me iban a dar 2 millones de lempiras para que renunciara». Dijo que se presentó a una reunión con la Comisión Depuradora y aunque pidió información sobre la situación de la PNH, en junio de 2016 le anunciaron su cancelación.

Hasta el momento, Julián Pacheco no ha dado declaraciones sobre la situación. Sin embargo, Omar Rivera, miembro de la Comisión Depuradora, aseguró que la destitución de Bonilla fue porque «no era una persona, a criterio de la Comisión, apta para continuar en el servicio policial y se interrumpió su servicio a partir de la recomendación que le hicimos al ministro de Seguridad Julián Pachecho (…). No se adaptaba a la nueva estructura ni a las exigencias de una renovada cúpula policial», sostuvo. Julián Pacheco ha sido mencionado en la corte de Nueva York, por supuestamente haber recibido un soborno en dólares, aunque no se conoció la cantidad. El testimonio lo ofreció Rivera Maradiaga alias Cachiro, ese día también aseguró haber sobornado al presidente Hernández con 250 000 dólares. 


Un policía sostiene un extintor luego de que en una protesta manifestantes quemaran una farmacia en el bulevar Fuerzas Armadas en protesta para pedir la renuncia al presidente luego de ser señalado de complicidad en el juicio contra Tony Hernández , Tegucigalpa, 24 de octubre de 2019. Foto: Martín Cálix.

Para Olson, quien participó en el estudio del Wilson Center, uno de los mayores problemas a los que Honduras se enfrenta es que hay mucho cuestionamiento al presidente, «especialmente en la corte de Nueva York que cada vez rodea más al presidente y que en esta última acusación, me llamó mucho la atención, el fiscal mismo lo conectó con el presidente Hernández (p. 10). La legitimidad del presidente y la razón por la cual sigue gobernando ante las acusaciones que continúan apareciendo en la Corte de Nueva York se debe a que Hernández es considerado un aliado clave de la administración del presidente estadounidense, Donald Trump, para detener el flujo de migración desde Centroamérica como se vio con la firma del acuerdo del «tercer país seguro», pero que además le sirve a Trump para respaldar su posicionamiento en otros temas.

El pasado 24 de abril, Trump señaló, durante una conferencia de prensa, que sostuvo una llamada con Hernández en la que le reportó que el uso de hidroxycloroquina ha tenido «resultados increíbles», como tratamiento para pacientes con COVID-19 en Honduras. Esto después de que la campaña de Trump a favor del uso de este medicamento en los Estados Unidos generara críticas debido a la falta de sustento médico y científico sobre su pertinencia para el tratamiento de este coronavirus y sobre los efectos secundarios que podría tener. 

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«Es muy evidente porque el presidente Trump lo ha dicho muchas veces, la prioridad principal para Estados Unidos y para este presidente ha sido limitar, detener y prohibir la migración (…). Creo que la visión de construir la legitimidad del Estado hondureño en que la ciudadanía confía, no solo en su presidente, sino también en su gobierno y en las instituciones, debe ser prioridad número uno porque sin esa legitimidad y confianza de parte de los ciudadanos, la gente está desamparada», concluye Eric Olson.

La pandemia por COVID-19 ha afectado en mayor medida a las personas de la tercera edad en todo el mundo. En Honduras, donde solo el 6 % de la población pertenece a este grupo etario, las políticas públicas no han priorizado la atención a esta población que sufre de abandono, maltrato y discriminación. Y por si eso fuera poco, el Estado está respondiendo a la pandemia reorientando los fondos de pensiones para atender la crisis, en un proceso cuestionable. 

Fondos de las pensiones serán utilizados para la red hospitalaria

Héctor Escoto, presidente del sindicato del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS), asegura que la Ley de aceleración económica y protección social, es «una medida sin justificación, la cual se aprobó de manera irregular, poniendo de carnada la pandemia». No se puede seguir sacrificando la institución y sacarle fondos, sin que nadie haga o diga nada, agregó. La ley consiste en la inyección de 10 000 millones de lempiras (420 millones de dólares), monto que aseguró el secretario de la presidencia, Ebal Díaz, será destinado para la construcción de la red hospitalaria de 94 centros de atención de salud en todo el país y para 10 000  contrataciones de personal médico. La red será creada con fondos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el fondo de pensiones del IHSS, el cual pondrá este presupuesto en garantía en el fideicomiso. 

El personal médico de la institución también se ha pronunciado. Aseguran que esta ley pone en riesgo el fondo de pensiones del IHSS, específicamente el fondo de vejez y muerte, sin haber hecho la debida socialización, realizando así un nuevo saqueo del seguro social y la tercerización de sus servicios.

Dos mujeres de la tercera edad esperan en la fila su turno para poder abastecerse en el Banasupro del Barrio Guanacaste. Tegucigalpa, 29 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Inversión Económica del Estado

Actualmente el presupuesto del Estado destinado para el 2020 en beneficio del adulto mayor asciende aproximadamente a 6 millones de lempiras. Este presupuesto ha sido distribuido a diferentes organizaciones encargadas al cuidado de los hogares de ancianos, según datos recopilados de la plataforma de la Secretaría de Desarrollo e Inclusión Social (SEDIS). A pesar de lo anterior, representantes de los asilos de ancianos aseguran que no han recibido ayuda monetaria, y que por el contrario han sido abastecidos de insumos de bioseguridad. 

De igual manera SEDIS informó que entregaría alimentación para un aproximado de 350 000 adultos mayores con una inversión de aproximadamente 113 millones de lempiras. Aseguran que la ayuda económica se distribuiría mediante transferencias del Gobierno a las municipalidades y otras instituciones que manejan centros de cuidado integral del adulto mayor y personas con discapacidad que existen en Honduras, en sus modalidades de hogar permanente, cuidado diurno y otras. 

Un anciano protege con doble bolsa de plástico su compra semanal en el Barrio Guanacaste. Tegucigalpa, 29 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Medidas confusas

Por la pandemia, en Honduras se han tomado medidas de distanciamiento social y restricciones a la circulación, sin embargo las medidas para la población de la tercera edad no han sido claras. Se ha habilitado la circulación según el último dígito de su identificación personal, dando preferencia a las personas de la tercera edad para que visiten bancos, supermercados y farmacias en un horario de 7 a. m. a 10 a. m. El portavoz de la Secretaría de Seguridad, Jair Meza informó que este solo es de manera preferencial y que los adultos mayores pueden visitar estos establecimientos en cualquier hora del día, pero los propietarios de los mismos no les permiten el ingreso después de las 10 a. m.

Ese fue el caso de Rubén Sánchez, un anciano de 71 años, quien se dirigió ayer desde la colonia El Reparto, de Tegucigalpa, para comprar su provisión alimenticia en un supermercado ubicado en el barrio el guanacaste de Tegucigalpa, pero no se le permitió el ingreso ya que el guardia de seguridad le informó que su horario de compra había finalizado hace 20 minutos. «Aunque sé que estas medidas son para evitar que nos enfermemos, deberían de tener más consideración con nosotros. Yo vengo de largo, caminando y ya estoy viejo, tal vez vine muy tarde, pero no podré salir hasta la otra semana. Tendré que ir a comprar comida a otro lado si no me moriré de hambre. A los viejos siempre nos ven como nada, indicó muy molesto don Rubén.

Rubén Sánchez de 71 años, no pudo abastecerse en el supermercado La Despensa, del Barrio Guanacaste, por haber llegado después de las 9 a. m., hora en la que termina la preferencia de compra para las personas de la tercera edad. Tegucigalpa, 29 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Ante esta situación, la Asociación Hondureña al Servicio del Adulto Mayor, ha enfatizado que se asignó un horario preferencial para los ancianos con el fin de protegerlos. De igual manera piden a los encargados de estos establecimientos tener paciencia con este sector, ya que en tres horas es difícil realizar varios trámites cuando ya se tiene una edad avanzada y complicaciones de salud. Los bancos inician la atención para los adultos mayores en un horario de 9 a. m. a 10 a. m., mientras tanto los supermercados y las farmacias de 7 a. m. a 9 a. m. Esta situación no contribuye para nada a que las personas de la tercera edad realicen sus trámites, ya que, si no se cuenta con dinero, es difícil adquirir los insumos.

Tiempo de Jubilación

En Honduras la edad legal para jubilarse depende del sexo, si es hombre a los 65 años, si es mujer a los 60. Los adultos mayores que cumplan los requisitos tendrán el beneficio de jubilación, pensión por incapacidad, beneficios por muerte del participante y beneficio por separación del participante. Según un informe presentado por la  Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), de toda la región centroamericana, Honduras es el país que tiene menor cobertura por jubilaciones, ya que esta representa solo el 7 %. Por delante está Nicaragua, con una cobertura del 17 % y le sigue El Salvador con un 16 %.

Sin embargo, la jubilación es solo un sueño por múltiples razones. La realidad de los adultos mayores es infortuna, un gran porcentaje llega a los 60 años siendo el sustento de sus hogares, viéndose obligados a continuar trabajando, muchas veces con empleos muy pesados y sobre todo mal remunerados. En el mismo informe de la Cepal, al revisar la población económicamente activa (PEA) de este grupo etario, se calcula que de aproximadamente 331 688 personas, el 99.5 % están ocupados y el 0.5 % desocupados. De los ocupados, el 67.5 % son hombres y el 32.5 % son mujeres. Participan en mayores porcentajes, comprendidos en las edades de 60-69 años. 

Un vendedor de helados pasa frente al hogar de ancianos Salvador Aguirre, ubicado en la colonia Villa Olímpica, frente al complejo deportivo José Simón Azcona, uno de los centros designados para ser albergue durante la emergencia del COVID-19. Tegucigalpa, 29 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Tal es el ejemplo de Doña Mary una adulta mayor, de 65 años quien labora actualmente en el comercio informal, tiene un pequeño negocio en una acera del barrio El Guanacaste, vende varios tipos de dulces, chucherías, frutas y  ante la crisis sanitaria que se vive en el país, también ha tenido que reinventarse y vender mascarillas. Tuvo tres hijos, que por diferentes circunstancias no pueden sostenerla económicamente, así que ella se las ha ingeniado para poder subsistir en un país tan desigual, donde la ley de protección al Adulto Mayor es prácticamente ignorada. 

Maria Auxiliadora Juárez, a quien sus amigos de cariño le llaman Mary, vive en el barrio Casamata, uno de los más antiguos del casco urbano. Ella asegura que «el saco solidario» que ha prometido el gobierno, ante este confinamiento no llegó hasta su casa, «la ayuda no me llegó  porque no estoy en la lista de los nacionalistas, así que tengo que trabajar para hacer algo para mi comida», continúa relatando y a punto de llorar dice que no tiene otra opción «en mí no existe el miedo a contagiarme porque hay un Dios en los cielos que me protege, así que no puedo seguir la recomendación del gobierno de quedarme en mi casa si nadie me va a llevar comida», agrega doña Mary,  con un nudo en la garganta. 

Luego de 10 años, Mary sigue vendiendo en la calle para poder vivir. Su única entrada de dinero es lo que logre hacer vendiendo fruta, cigarrillos o mascarillas de tela. Tegucigalpa, 29 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Desde hace cuatro semanas camina desde ese mismo barrio donde tiene su pequeño negocio hasta el Hospital el Tórax para lograr vender algo. Ella se lleva la mitad de su producto  en una carreta de supermercado, mientras uno de sus hijos se queda cuidando el local. Su situación es tan difícil que asegura que en los últimos días solo ha logrado ganar con sus ventas 60 lempiras diarios, lo cual no le rinde para tres tiempos de comida. El Hospital del Tórax es un hospital asignado para atender pacientes con COVID-19. 

La Ley de protección del adulto mayor estipula que las personas mayores de 60 años deben tener trabajo digno, que les permita mantener una situación económica justa, a ser siempre tratado con el respeto y con la dignidad que merecen por su mera condición de personas, a no ser discriminado y no ser calificado como enfermo por su condición de adulto mayor.

El silencio del Estado

El médico geriatra, José Hernández, asegura que se ha buscado la manera de crear una salud integral en nuestro país, pero ha sido muy difícil ya que son muy pocos los médicos especialistas en esta rama. Sin embargo, por medio de la Secretaría de Inclusión Social (SEDIS) han trabajado para lograr que esta atención sea implementada en todos los centros hospitalarios del país.

«Son tantas deficiencias que tenemos a nivel de país. Esto no se trata solo en el ámbito de los adultos mayores, ya que esto no solo tiene que ver con la parte económica en sí, sino que, en la falta de oportunidades, la falta de empleo y tantas deficiencias sociales que tenemos, la falta de atención a los ancianos y el incremento de ellos en las calles, quedando desprotegidos por sus familias y el estado».

Muchos ancianos son abandonados en las calles de las principales ciudades de Honduras. Ellos deambulan y piden dinero en los semáforos, otros viven en aceras o cerca de los contenedores de basura. Aunque no todos corren con la misma desdicha y son acogidos en asilos de ancianos, los cuales se encargan del cuidado de los adultos mayores, les brinda techo, comida, vestuario y si tienen suerte atención médica. el Hogar de Ancianos Salvador Aguirre, ubicado frente al complejo deportivo Simón Azcona, es una de las instituciones que brinda estos cuidados a 85 ancianos, gracias a la colaboración de instituciones privadas y almas generosas, afirma su directora Rosa Lidia Tabora. 

Personal del asilo de ancianos San Felipe cargan un carro de comida hacia el interior del centro en horas del mediodía. Tegucigalpa, 29 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Ante el confinamiento y la propagación del coronavirus, los 9 asilos de ancianos que funcionan en la capital han tomado la decisión de cerrar sus puertas y así evitar el contagio de sus residentes. Por otra parte, el hogar de ancianos del hospital San Felipe amplió el número de camas y habilitó 15 espacios más, para refugiar a personas longevas que vivían en las calles. Pese al abandono que estos hogares de ancianos han sufrido al pasar de los años, en estos momentos sus directoras aseguran que están abastecidos de alimentos, medicamentos y equipos de bioseguridad, este último a sido brindado por SEDIS.

Médicos expertos en el cuidado del adulto mayor, recomiendan tomar varias medidas ante el confinamiento, sobre todo en la atención de nuestros familiares de la tercera edad. Entre estas medidas sugieren realizar un seguimiento de atención emocional, ya sea por medio de internet o llamadas telefónicas —sobre todo si viven solos ya que de ser así podrían presentar cuadros de depresión—, recordarles siempre de manera amorosa que deben de permanecer en confinamiento y así evitar el contagio, de presentar algún tipo de patologías, darles todo el acompañamiento y mantener la calma para darles tranquilidad.

Un informe presentado por Helpage International, organización dedicada al estudio del envejecimiento y de la población mayor en el mundo, asegura que nuestro país es el peor en envejecer. Ocupa el puesto número 82 en la puntuación más baja de América Latina, ya que el 43 % de este grupo poblacional vive en extrema pobreza, sin acceso a vivienda, educación y salud. 

Marta, sus dos hijos y su nieta viven en La Bodega, una aldea del municipio de Santa Ana —en medio del inmenso parque eólico que genera energía, en Honduras, sobre los techos de la gente pobre—. Para poder criar a sus hijos, esta mujer de 41 años ha tenido que ganarse la vida de muchas formas: de niñera, lavando ropa, trabajando en una maquila, reparando ropa en una tienda, y reclutando a otras mujeres para que sean vendedoras en una empresa que ofrece productos por catálogo. En ningún trabajo le dieron derechos laborales.

Marta ha hecho muchas cosas para que su familia conserve la dignidad y que sus hijos crezcan bien. Ahora su hija tiene 25 años y como Marta, también es madre soltera de una niña de 9 años. El hijo menor de Marta tiene 23, abandonó sus estudios y se ha dedicado a trabajar en la construcción, un rubro que apenas está reactivándose en medio de la pandemia. Ante esto, Marta continúa siendo el sostén de su familia.

Antes de la llegada del nuevo coronavirus al país, Marta estaba trabajando en una tienda de ropa de segunda mano, en el Mercado San Isidro de Comayaguela. Ahí reparaba ropa que llegaba en mal estado y ganaba entre 270 y 300 lempiras diarios. De esta tienda no la han despedido, pero durante el período que dure la crisis sanitaria actual, debido al COVID-19, Marta y sus compañeras de trabajo no recibirán salario, por lo que deben buscar otras formas de generar sus ingresos.

Como muchos oficios, la sastrería —oficio que estudió Marta por consejo y apoyo de su abuela— ha decaído, al punto de que los artesanos son simples reparadores, ya no fabrican. Marta jamás tuvo un trabajo estable, algo que le diera a su familia la tranquilidad de una entrada mensual. La incertidumbre económica ha sido parte de esta familia compuesta por tres mujeres y un hombre.

La nueva situación que produce la expansión de una enfermedad de carácter mundial y que ha obligado a muchos a quedarse en casa, ha producido también una oportunidad para el sustento de Marta y los suyos: producir mascarillas de tela en su casa ante el desabastecimiento de mascarillas quirúrgicas en el país. La escasez ha conllevado a aceptar el uso de mascarillas de tela, mismas que al principio de la crisis no eran recomendadas por producir una falsa seguridad en quienes las usan, pero el otro camino era quizá el pánico por no tener una mascarilla para protegerse de un virus más pequeño que una mota de polvo.

Marta hace mascarillas en su casa, sentada en la mesa del comedor. Trabaja produciendo mascarillas por encargo. Los materiales ahora también son escasos debido al cierre de las tiendas y proveedores de materia prima, pero ha corrido con algo de suerte: una exjefa le ha regalado tela para producir sus primeras mascarillas, las que vende a 20 lempiras, cada una.

La materia prima se le está acabando y pronto tendrá que buscar la forma de resolverlo: encontrar un proveedor que le pueda vender telas para seguir produciendo sus mascarillas. Esto que comenzó haciendo para vender entre los vecinos y que la ha llevado a recibir pedidos de algunas clínicas privadas, ya que ven en sus mascarillas la oportunidad de abastecerse de aquello que en las farmacias no puede encontrarse.

Marta explica que empezó a hacer mascarillas porque no tenía dinero. Fue la necesidad la que la llevó a producir mascarillas para vender entre sus vecinos. Santa Ana, 30 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Una de las primeras mascarillas que hizo Marta, cuelga de un tendero vecino. Una familiar suya la usa para protegerse del COVID-19. Santa Ana, 30 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Un viejo alfiletero acompaña las labores diarias de Marta mientras elabora sus mascarillas. Santa Ana, 30 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Apoyada por su abuela, Marta estudió en una academia el oficio de la sastrería. Santa Ana, 30 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Marta muestra una de sus mascarillas. Santa Ana, 30 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Tres niñas juegan fútbol en la comunidad de La Bodega, una aldea del municipio de Santa Ana. 30 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
La mesa de comedor en la sala de la casa de Marta ha sido convertida en un taller improvisado. Ahí trabaja produciendo las mascarillas que le encargan. Santa Ana, 30 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Las mascarillas de Marta son elaboradas con tres capas de tela, la pieza de en medio funciona como filtro, explica la sastre. Santa Ana, 30 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Junto a su perra, Marta camina por su vecindario, donde viven únicamente familiares suyos, por lo que al lugar le dicen «El Familión». Santa Ana, 30 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Crecí en el seno de mis raíces maternas. Mi madre y mi abuela fueron las dos mujeres que me enseñaron a caminar por la vida. Ellas se hicieron cargo de mi crianza. Esto es algo que digo siempre ya que me siento orgulloso y agradecido porque creo, de manera firme, que es un privilegio ser criado por mujeres y aprender de ellas. Pasé toda mi infancia escuchando las enseñanzas y, además, las historias de Nana (así es como llamo a mi abuela). Ella es parte de mi vida y hoy extraño mucho su presencia en casa.

Hace unos meses, Nana fue diagnosticada con cáncer de colon y ha tenido que someterse a tratamientos de radio y quimioterapia. Por su salud, tuvo que irse, de manera temporal, a San Pedro Sula. Extraño mucho ir a su habitación, saludarla y preguntarle cómo está y cómo se siente.  Ella ha vivido cosas muy fuertes en el transcurso de su vida, sin embargo, las ha superado, sobre todo ha quedado en paz. La pandemia la encontró en la ciudad con más incidencia de casos positivos de COVID19, con un catéter en su cuerpo, a veces se queja porque le duele o porque le incomoda. Ya casi llega a los cuarenta días de encierro.

Nana tiene 83 años y la noticia de la pandemia le generó tanta curiosidad como preocupación. Creo que no se imaginó jamás que el COVID-19 llegaría tan pronto a Honduras. Ella es una mujer bastante activa y le gusta mantenerse informada y al día con todo, incluso con las redes sociales, que por cierto utiliza de maravilla. Ha leído e investigado mucho sobre el virus, y su interés incrementó cuando se enteró que afectaría más a las personas de la tercera edad. 

Hubo otro momento en su vida en el que recuerdo haberla visto con tanta preocupación: el huracán Mitch. En aquel tiempo era una mujer joven y quizá con más fortaleza física, en relación a ahora, como es normal que suceda con el caminar del tiempo. Ella siempre hablaba sobre las consecuencias sanitarias, económicas y sociales que vendrían después de ese fenómeno natural. Le atormentaba pensar en la situación de muchas familias hondureñas que habían perdido a sus seres queridos, sus viviendas, sus fuentes de trabajo, incluso sus sueños. Hoy su preocupación la hace pensar mucho en nuestra familia, pero también piensa en tantas familias que están sufriendo la falta de trabajo, la falta de sustento de miles de ciudadanos, la falta de condiciones en el sistema sanitario, entre otras cosas. 

Saber que por sus condiciones inmunológicas es aún más vulnerable al virus, me preocupa muchísimo. Mi abuela ha tenido que descontinuar sus sesiones de quimioterapia, que le habían indicado tomar cada quince días, porque el Seguro Social de San Pedro Sula no es un lugar seguro para ella. Para nuestra tranquilidad una de sus hijas y su yerno (a quien ella considera como otro de sus hijos) son médicos, y ellos están tomando todas las medidas necesarias para tratar su padecimiento. Igual que todos en la familia, ella tiene mucho miedo de salir, porque no queremos ni imaginarnos lo que pasaría si llegara a infectarse. 

A pesar de la distancia física, nos comunicamos casi a diario por distintas redes sociales. Hace unos días me contaba que siente que está llevando muy bien el protocolo ante la emergencia, que está tomando todas las medidas, que no sale para nada de su apartamento. Pero también me ha dicho lo mucho que le cuesta no poder salir, ver a otras personas, poder abrazar a sus nietos y a sus hijos, y a la hora de la comida sentarse sola en la mesa. Uno de mis primos (nieto de ella) es quien la acompaña, pero siempre guarda la distancia. Los saludos para ella son a través del cristal de la ventana de su apartamento, no hay abrazos, mucho menos besos para Nana. Esto me quebranta el corazón.

Pasa la mayor parte del tiempo, buscando en qué entretenerse. A través de su iPad lee algunos libros (aunque se queja de que le cuesta leer), le gusta mucho ver Netflix, resolver Sudoku, pero el Facebook y WhatsApp es lo que la mantiene más activa porque la hace sentirse actualizada y, de cierta forma, comunicada. Ella siempre me cuenta que muchas personas y amistades le escriben, otras le envían oraciones que la hacen sentir fortalecida, porque mi abuela es cristiana y muy creyente.

Sé que Nana está siendo muy cuidada. Sin embargo, debo confesar que saber que se encuentra en el epicentro del COVID-19 me genera preocupación. Saber que nos extraña y que también sufre por no estar cerca de quienes la amamos me duele profundamente. Hoy, en medio del vacío que deja por su ausencia en casa, siento que quiero agradecerle y compartir con ustedes el amor y la admiración que siento por ella. Una mujer resiliente, hermosa, empoderada, que luchó por el bienestar de su familia: esa es mi abuela.

Por suerte, en nuestra familia hemos tenido la oportunidad de retribuirle todo su amor y lucha con nuestros cuidados. Pero también lamento tanto que haya muchos adultos mayores a quienes, el Estado y parte de la sociedad, han sumergido en el olvido, eso es inhumano. En esta crisis del COVID-19 los «abuelos» son parte de la población más vulnerable y, a pesar de eso, el gobierno de Honduras no ha presentado ninguna medida concreta para beneficiarles.

Ya quiero que llegue el día en que pueda ver de nuevo a Nana. Ese día nos sentaremos a comer juntos, y podré darle los besos y los abrazos que por ahora están prohibidos.

Texto: Fernando Silva

Portada: Migrante deportado es trasladado en un bus hacia Villa Olímpica. Arribó a Tegucigalpa en un vuelo proveniente de México en abril 2020/ Martín Cálix

El pasado 25 de abril, un vuelo proveniente de Minatitlán, México, arribó a Honduras con 130 migrantes hondureños deportados. Este grupo —que integraban hombres, mujeres y niños— fue trasladado a uno de los cuatro Centros de Aislamiento Temporal (CAT),que se han habilitado de forma oficial por las autoridades en un gimnasio de la Villa Olímpica, en Tegucigalpa. Esto con el objetivo de que los retornados mantengan las medidas obligatorias de distanciamiento social con el resto de la población en Honduras, por un mínimo de 14 días.

La razón de que estos centros sean habilitados es porque desde que el pasado 16 de marzo se decretó toque de queda absoluto en el país. A pesar de lo anterior, los vuelos con migrantes deportados desde México y Estados Unidos no se han detenido. Al menos en una ocasión, un vuelo utilizado para la deportación de 92 hondureños fue habilitado, de manera posterior, para la repatriación de ciudadanos estadounidenses que lograron llegar a su país de origen. Mientras tanto los migrantes fueron trasladados a un plantel de mecánica privada, para cumplir el tiempo de cuarentena ante la emergencia por el COVID-19.

Además, la recepción de migrantes retornados desde EE. UU. y México —en medio de una crisis sanitaria por la pandemia en el país— se torna más complicada con información de los Centros de Detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE. UU., ya que confirman que al menos 220 migrantes, bajo su control, han dado positivos por el virus. A esto se le suma la inminente puesta en marcha del «Acuerdo de tercer país seguro», firmado por el gobierno de Juan Orlando Hernández  y Donald Trump, publicado el 13 de marzo pasado, en La  Gaceta.

Ante las dificultades que estos acuerdos pueden representar y la continuación del flujo de deportados, aún en medio de la pandemia, Contracorriente (CC) habló con Jorge Peraza (JP), jefe de misión de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) para Honduras, El Salvador y Guatemala. También con Melissa Vega (MV), jefa de prensa para la oficina de OIM en Guatemala.

(CC) ¿Cuál es el apoyo que ha brindado OIM en estos Centros de Aislamiento Temporal?

JP: Ha sido un proceso importante de investigación con el gobierno, para entender las debilidades que existen para el mecanismo de aislamiento temporal. Por eso mismo estamos avanzando con los centros de la Villa Olímpica en Tegucigalpa y con otro centro en el Instituto de Formación Profesional (Infop), siempre en la capital. Uno de los temas que nosotros íbamos planteando, desde un inicio de esta pandemia, era cómo podemos fortalecer las capacidades del gobierno de Honduras para atender las necesidades de los migrantes retornados. Para que se les de una cuarentena digna, para que la gente pueda llegar a atenderse adecuadamente en temas de salud. Por el momento eso va con las necesidades que han identificado los gobiernos. En el caso con el gobierno de Honduras es desde lo más básico: con las camas, equipo de desinfección, equipo esterilizante, todo, básicamente. Estamos tratando de dar un apoyo integral para una solución integral para los migrantes retornados.

(CC) ¿Cuántas personas están atendiendo en estos dos centros?

JP: En la Villa Olímpica hemos venido trabajando con 150 personas y en el Infop con 130. Ahora yo entendería que estas demandas van a ir creciendo sustancialmente. Incluso, yo diría que la tarea siguiente es resolver cómo vamos a gestionar una asistencia integral en San Pedro Sula. Ya venimos desde hace dos o tres semanas apoyando. En algún momento logramos movilizar recursos para atender necesidades en San Pedro Sula, pero este último apoyo en los dos centros en Tegucigalpa es bastante reciente. Parte del desafío es, primero, entender las prioridades, y luego esperar la coordinación entre las instituciones gubernamentales que tienen que dar una respuesta integral: la Comisión Permanente de Contingencias (Copeco), Cancillería, Instituto de Migración, etc. En el caso de la Villa Olímpica, ya empecé a ver fotos del trabajo que han realizado desde hace algunos días.

(CC) ¿Cuáles son las deficiencias que han identificado?

JP: Lo que pasa es que era necesario rehabilitar estos centros, desde cero. Poder establecer esas necesidades desde cero ha sido todo un desafío, tanto para el gobierno como para nosotros. Incluso, los centros que se estarán habilitando de ahora en adelante serán apoyados por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Entonces yo creo que la respuesta es que esta emergencia nos tomó a todos nosotros por sorpresa y poder habilitar centros para que realmente se tuviera una asistencia integral ha requerido una distribución importante de recursos de gobierno y de OIM, y ahí estamos arrancando desde cero.

(CC) ¿Tienen reportes de casos positivos en los centros de aislamiento?

JP: Yo no tengo información sobre eso. No tengo datos sobre casos positivos, no ahorita no… no que yo tenga. Voy a tratar de indagar, pero honestamente creo que en este momento no he escuchado nada.

(CC) ¿Se está llevando a cabo algún proceso especial con los menores acompañados?

JP: Nosotros estamos intentando atender en nuestro protocolo a las diferentes vulnerabilidades. Los casos de menores no acompañados (para trabajar de manera conjunta), no son los únicos casos excepcionales. También hay casos de personas que tienen algún nivel de protección. En nuestra respuesta consideramos estas variables. En general, para nosotros el principio de vulnerabilidad de las personas migrantes es un factor que impacta en nuestros protocolos de acción.

(CC) ¿Seguirá el flujo de vuelos de migrantes retornados a pesar de los casos positivos en centros de detención en EE. UU.?

JP: Es el gran desafío. Al final  esto recae en negociaciones bilaterales entre los gobiernos de los países de El Salvador, Guatemala y Honduras con EE. UU. Como institución, nosotros sí nos estamos preparando para pensar que puede mantenerse un flujo sostenido de retornados, desde el punto de vista de derechos humanos. El asunto es que en EE. UU. y México no sé si se están ofreciendo las mejores condiciones para las personas migrantes. Desde mi perspectiva prefiero en este momento pensar que a los migrantes retornados se les pueda ofrecer mejor atención en su país de origen.

(CC) ¿Qué han representado los acuerdos de tercer país seguro en medio de esta pandemia?

JP: Yo entiendo que los acuerdos, la coordinación y cooperación entre los gobiernos bajo este marco de tercer país seguro en este momento están en pausa. Nosotros entendemos que para ninguno de los países, por ejemplo en el caso de Honduras, que era el que estaba a punto de iniciar actividades, ahora está suspendido.

(CC) El acceso a la información ha sido limitado sobre estos centros de aislamiento, ¿Es posible que los gobiernos brinden información de las condiciones en las que se encuentran los migrantes retornados?

JP: Nosotros estamos preocupados por el estigma que se está generando con respecto a los migrantes retornados, porque en algunos países se han vuelto foco de acciones bastante negativas de parte de la población. El principio rector de todo esto son los derechos humanos. Queremos garantizar que estas personas, que estuvieron afuera trabajando por su comunidad, puedan regresar y vivir en sus casas. Eso será fundamental en las semanas que vienen: no permitir que estas personas se interpreten como un factor negativo para la sociedad y la comunidad. Hemos visto con preocupación en varios países de la región, como las personas migrantes retornadas, entre otros, han sido puestas en el foco de atención como si fueran una amenaza. Tenemos que unir esfuerzos para decir que estas personas, que han trabajado mucho, ahora regresan, y es necesario darles un retorno seguro y con respeto de todos sus derechos humanos.

Tenemos muchas notas sobre lo crítico que está volviendo para los migrantes que trabajan en EE. UU. tener oportunidades laborales, así que seguramente veremos más retornados y veremos más gente que necesita regresar a su país. El mensaje es que a estas personas, que han estado afuera, es necesario ayudarles en sus comunidades y hay que abrirles los brazos y estar listos para apoyarlos. Cualquier acción de estigma pone en riesgo sus vidas.

MV: Hay escenarios que nos preocupan en estos momentos. En este tipo de emergencias hay un componente muy fuerte de confidencialidad de estas personas migrantes que están retornando, de sus nombres, de sus datos, de sus características, de los lugares en los que residen y el tiempo que van a pasar en observación sanitaria, porque así también se está protegiendo su seguridad y la de sus familias. Ya hay indicios de expresiones de discriminación en torno a las personas migrantes que están regresando de EE. UU. y México. Los medios son un sector bastante clave para generar esa resiliencia que buscamos y pueden contribuir a preparar a una comunidad para que puedan sumarse a la reintegración de estas personas. Entendemos que hay una necesidad de fiscalización social o de saber cuántas personas están aisladas o qué características tienen, pero la OIM no tiene acceso a esa información, porque nosotros trabajamos solamente en casos específicos. En la medida en que los gobiernos nos compartan esa información, nosotros podemos sistematizar y conocer más sobre esos escenarios en que están retornando las personas, pero por el momento no es una situación normal, es una situación de pandemia y emergencia y estos factores de confidencialidad y seguridad las debemos respetar.

** Este miércoles por la tarde la OIM confirmó que, además del apoyo en los CAT, brindó apoyo logístico para la compra y transporte —desde Guatemala— de kits de extracción y reactivos, Esto permitirá que se realicen 15 000 pruebas para COVID-19 en Honduras.

Las polémicas declaraciones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sobre las formas de prevenir o hasta tratar COVID-19 han generado alarma por su forma de comunicar el manejo de la emergencia. Donald Trump sostuvo una llamada con Juan Orlando Hernández el pasado 24 de abril en la que, según Trump, Hernández le reportó que el uso de hidroxycloroquina ha tenido «resultados increíbles», como tratamiento para pacientes con COVID-19 en Honduras. Eso sucedió después de que la campaña de Trump a favor del uso de este medicamento en los Estados Unidos, generara críticas debido a la falta de sustento médico y científico sobre su pertinencia para el tratamiento de este coronavirus y sobre los efectos secundarios que podría tener. 

A pesar de que ni en los Estados Unidos, ni en otro país desarrollado del mundo —tampoco en Honduras— existen estudios rigurosos que hayan demostrado la efectividad del medicamento para tratar o prevenir el COVID-19, su uso ya se incluyó en la guía de atención para pacientes con COVID-19, aprobada por la Secretaría de Salud en Honduras. En esta guía —que es un esquema médico— se indica cómo la hidroxycloroquina se administra junto con la azitromicina, más la aplicación de Microdacyn, en la garganta. Los datos sobre si está dando resultados no existen. Esto pone sobre la mesa el debate acerca del manejo riguroso de la información científica en esta emergencia sanitaria, por parte de la máximas autoridades de los países. 

Honduras actualmente tiene deficiencias en la identificación de contagios y recuperaciones. Esto se debe a la falta de pruebas para aplicar a los ciudadanos. Actualmente no hay un dato exacto de cuántas pruebas se realizan. Según información oficial, podrían estarse realizando 80 pruebas diarias y ahora con el laboratorio de virología, en la zona norte del país, se suman 40 pruebas más por día. La ministra de salud, Alba Consuelo Soto, admite que cuesta recolectar todos los datos de los contagiados, pero, sobre todo, de los pacientes recuperados en casa: «Los equipos no tienen capacidad de sacar 1000 pruebas diarias. Hay equipos que no pueden pasar más de 100 pruebas porque se queman (por decirlo sencillamente). En otros países lo que han hecho son pruebas rápidas, que son los PCR que hacemos en Honduras». Los PCR son pruebas de carga viral, de estas, Trump envió 8 mil al gobierno hondureño, luego que Hernández le solicitara una donación de 300 mil.

Mientras tanto, la ministra asegura que los pacientes tratados con hidroxycloroquina han respondido de manera satisfactoria, en cuatro hospitales del país, y que se ha estado usando ese esquema médico desde hace un mes. 

Un artículo de New York Times publicado el 4 de abril, explica cómo el presidente Trump —ignorando la opinión de expertos— impulsaba una especie de campaña para el uso de este medicamento, aprobado por  la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) de Estados Unidos, para tratar la malaria y el lupus. «Si funciona, sería una lástima que no lo hiciéramos antes» . El gobierno federal había comprado y almacenado, para ese entonces, 29 millones de píldoras de la droga. «Los enviamos a varios laboratorios, a nuestras fuerzas armadas, los enviamos a los hospitales». La ministra de salud hondureña coincide con esa frase de Trump: «No hay nada que perder». Y dice que «con el tema del coronavirus se tiene que experimentar. Se está buscando, el país tenía un poco de hidroxycloroquina en existencia y se está gestionando más para obtenerla y seguir el tratamiento. Todos los países están gestionando no solo nosotros». 

Honduras no es el único en la región. El 7 de abril, en El Salvador, el presidente Nayib Bukele anunció la compra de más de 1 000 000 de dosis de este fármaco para tratar a pacientes con COVID-19. «Somos de los países que reciben los tratamientos de hidroxycloroquina gratuitos, de parte de ellos (farmacéutica). Ya va a venir el primer cargamento de 55 000 dosis. Nos van a dar 55 000 dosis regaladas, a parte de eso hemos comprado 1 000 000 de dosis», dijo en cadena nacional. En Honduras, la Secretaría de Salud no ha publicado, hasta ahora, compras de este medicamento en su portal de transparencia. Sí se ha reportado la compra de azitromicina y otros insumos médicos básicos para los hospitales, pero se espera que en las próximas semanas se abastezcan de este medicamento. 

Mucho se habla, pero poco se prueba. Según un análisis del discurso, realizado por CNN, Donald Trump ha mencionado las palabras hidroxycloroquina y cloroquina casi 50 veces, desde mediados de marzo. Y según el artículo de New York Times, «un pequeño ensayo realizado por investigadores chinos, que se hizo público, descubrió que el medicamento ayudó a acelerar la recuperación en pacientes moderadamente enfermos, pero el estudio no fue revisado por pares y tenía limitaciones significativas. Los informes anteriores de Francia y China han generado críticas porque no incluyeron grupos de control para comparar a los pacientes tratados con los no tratados y los investigadores han calificado los informes como anecdóticos. Sin controles, dijeron, es imposible determinar si los medicamentos funcionaron». 

El pasado viernes un comunicado de la FDA advertía sobre el uso de esas drogas para tratar COVID-19. La agencia dijo que estaba al tanto de informes de problemas graves de ritmo cardíaco en pacientes con COVID-19, tratados con hidroxycloroquina, a menudo en combinación con azitromicina u otros medicamentos que pueden afectar el corazón. «La hidroxicloroquina y la cloroquina no han demostrado ser seguras y efectivas para tratar o prevenir COVID-19», dijo la FDA.

«La  hidroxycloroquina se usa para la malaria y no le hace daño a nadie porque los médicos tienen mucho cuidado en pacientes con problemas cardíacos. Todo médico por eso pregunta si se padece de alguna enfermedad porque hay medicamentos que afectan. Entonces no se le receta a los pacientes renales, tampoco a pacientes cardiacos porque no se le puede generar taquicardia. No es que se le va a dar así nomás, siempre hay una evaluación médica», dice por su parte la ministra, al preguntarle sobre esta posición de la FDA. «Ahorita hay una guerra comercial, ustedes (los periodistas) tienen que ser analíticos. No es porque se dice o no, ya verán cuando venga la vacuna, las reguladoras comerciales. Este es un nuevo virus, esto es real, todo el mundo está experimentando en el proceso», agregó. 

En San Pedro Sula —epicentro de la pandemia con el 61 % de los casos a nivel nacional—, el Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS) ha usado los medicamentos en pacientes con COVID-19. El doctor Carlos Umaña, presidente de la asociación de médicos de San Pedro Sula, asegura que aunque los pacientes están siendo dados de alta en este centro hospitalario, no se puede probar que los resultados positivos sean por ese medicamento en específico. «En el IHSS se le da a los pacientes y la evolución es satisfactoria. Que sea por ese medicamento yo no le puedo decir, porque para eso hay que estudiar el medicamento, pero de que hemos tenido buena evolución con los pacientes, los resultados nos avalan. Ya sacamos 9 pacientes de UCI (unidad de cuidados intensivos), pero no existe nadie que esté estudiando el producto en Honduras, uno lo aplica porque está aprobado por la FDA de EE. UU.», dijo Umaña.

Después de toda la publicidad que han hecho los presidentes, el medicamento se ha agotado en las farmacias, asegura Umaña, aunque la ministra de Salud dijo que el medicamento no es de venta libre. «En la población no se debe usar si no hay síntomas. Ese medicamento puede producir consecuencias cardiacas si se usa mal. Cuando la hidroxycloroquina se usa se hacen pruebas médicas. La verdad es que no sabemos si el medicamento está dando resultados per se o si es por la combinación con los otros medicamentos que estamos dando», concluyó Umaña.

El epidemiólogo hondureño William Valladares, explicó que para probar un medicamento se realiza un proceso que requiere una prueba cada siete días. «Se debe identificar la etapa en la que está la enfermedad. La fase 1 es donde está el examen que ha dado positivo, la fase 2, la pulmonar, que es cuando hay efecto en las vías respiratorias, no solo la fatiga, fiebre ni dolor sino un impacto a nivel pulmonar, y está la fase 3, en la que hay una hiper inflamación que es donde hay un sistema respiratorio dañado. Lo primero que hay que identificar es que el medicamento, en este caso la hidroxycloroquina, sea efectivo en las tres etapas, en un ciclo de 7 a 14 días para ir generando o repitiendo la prueba que determina si la carga viral ha bajado. Así que tenemos que esperar un tiempo para establecer el beneficio que ha dado el medicamento. En países como Francia, Italia, Corea, China, Brasil, Costa Rica y EE. UU. se pueden hacer estas pruebas cada siete días para determinar la carga viral y si el impacto del medicamento ha sido positivo o negativo. Pero ahí es donde está la deficiencia, no solo de Honduras, sino a nivel de los países del tercer mundo, en la aplicación de las pruebas, detectar el número de casos positivos o negativos, eso nos dificulta y eso es lo que interviene en la determinación de la eficacia del medicamento. A parte que tiene muchos enfoques, existen patologías que pueden resultar negativas o el medicamento puede ir en contra y el paciente puede fallecer. El sistema se encuentra débil en la capacidad de hacer pruebas, en detectar el número de casos y no hay duda de que hay un subregistro de identificación de casos». El doctor Valladares asegura que el sistema de salud ha hecho lo que puede para controlar la subida de la curva de contagios y que si se flexibilizan las medidas que se han adoptado la situación empeoraría rápidamente. 

Para el 28 de abril, en Honduras, se habían confirmado 738 casos positivos de COVID-19 , 66 fallecidos por la enfermedad y 73 recuperados. Uno de los nuevos contagios identificado fue el de un privado de libertad en la cárcel de máxima seguridad en Ilama, Santa Bárbara, al que se le realizó la prueba tres días después de haber fallecido de un paro cardiaco. «Nosotros no mentimos porque no ganamos nada con eso, usted tiene que saber como periodista que si hay más de 500 infectados, cada persona se relacionó con otros y eso lo hemos informado. Es un tema de sentido común así es que podríamos tener un número de contagiados, pero es irresponsable decirle que tenemos 10 000 o 20 000. Nosotros no sabemos si ahorita la mitad de Honduras está infectada, no sabemos», dice la ministra, que minutos antes confirmaba la efectividad de un medicamento en los recuperados. 

«Él no es doctor», dijo Trump refiriéndose a Juan Orlando Hernández, cuando habló de la efectividad de la hidroxycloroquina en pacientes con COVID-19. Ninguno de los dos presidentes es médico ni especialista, pero recae en ellos tomar decisiones para manejar la emergencia. Desde las medidas restrictivas hasta el uso de los recursos, desde la compra de ventiladores mecánicos que siguen sin utilizarse —porque el presidente decidió hacer caso omiso a la opinión de los expertos—, hasta el uso de pruebas y medicamentos para tratar la enfermedad. Las decisiones tomadas en Honduras demuestran que la concentración de poder no saca lo mejor de los países. 

La pandemia es global y ha hecho que se haga lo que se puede, esto incluye probar medicamentos. Incluso los países que cuentan con la infraestructura científica (universidades, hospitales, laboratorios) necesaria para probar los medicamentos, han demostrado estar superados por la emergencia. Reconocer esa situación es válido. Sin embargo, asegurar el éxito de un tratamiento en Honduras —país que no cuenta con la infraestructura mínima para pasar las pruebas apropiadamente— podría tener implicaciones graves en cuanto al manejo de la información y a la reacción de la ciudadanía, también sobrepasada por la incertidumbre sobre su futuro inmediato.

El Hiphop es el arte de los barrios porque los practicantes habitan allí. Las artes del Hiphop han representado una alternativa de expresión juvenil pacífica y gratuita. Sin embargo, se cree que después de un tiempo de practicar un arte Hiphop este nos hace casi inmunes a muchos flagelos que sufren quienes no lo practican, esto no es verdad.

 En este episodio se cruzan las historias de artistas que han visto muy cerca el desplazamiento por violencia en San Pedro Sula, al norte de Honduras.

 

Asistencia técnica: Catherine Calderón
En colaboración: Juan Enamorado y Jonatan González

Este podcast fue producido con apoyo editorial de Contracorriente y es parte de la convocatoria abierta para producción de podcast que puedes conocer AQUÍ

El Instituto de Acceso a la Información Pública (IAIP), presentó, el pasado lunes, un informe que revela que 213 instituciones publicaron información relacionada a los gastos por la emergencia del COVID-19. Entre ellas 19 instituciones de la administración central y 195 municipalidades, de las 292 que recibieron transferencias.

En su informe, el IAIP detalla los montos ejecutados al 15 de abril de 2020, por un total de 2,949,140,465.4 lempiras (118,855,705.3 dólares). El desglose de montos ejecutados por institución presenta notables diferencias. Invest-H es el ente que reporta el gasto más grande que asciende a 1,846,755,893.5 lempiras (74,598,920.9 dólares). Le sigue la Secretaría de Salud con un monto de 527,526,433.7 lempiras (21,250,891.0 lempiras). De manera posterior, se reporta un total de 420,372,000.0 lempiras (16,814,880.0 dólares), ejecutado por otras instituciones. Esto incluye contratos para hospitales y centros de atención, a través del programa de Chamba Comunitaria. También contratos para sacos solidarios por medio de las 292 municipalidades a las cuales se transfirieron fondos. La Comisión Permanente de Contingencias, Copeco, es la institución con el menor monto de recursos ejecutado: 154,486,138.2 lempiras (6,191,013.5 dólares). 

Luego de haberse presentado estos datos, un informe del Tribunal Superior de Cuentas (TSC) señaló irregularidades en el manejo de fondos por parte de Copeco. Esto terminó con la inmediata destitución del director de dicha institución, Gabriel Rubí, y del administrador Cristian Elias Santeli, de igual forma con otros miembros del personal que brindaron información a la Secretaría de Finanzas sobre las compras, entre ellos el oficial de transparencia de esa institución.

El informe del TSC muestra irregularidades en compras y pagos pendientes y realizados por Copeco, antes de que la comisión de auditores del TSC fuera instalada para acompañar los procesos de compras de esa institución. El TSC reporta que 105 cheques fueron revisados por un total de 49,011,281.21 lempiras. De ese monto ya había sido pagado un total de 32,348,893.21 lempiras, a través de la emisión de 88 cheques, cuya documentación, de acuerdo al TSC, no permite respaldar la transparencia en la gestión de los recursos por no cumplir los controles establecidos por las leyes y por Copeco. El TSC informa en su reporte que se le solicitó al ministro de Copeco la documentación necesaria para respaldar el proceso de compras, pero dicha información no había sido entregada a la fecha de publicación del reporte.

El reporte del TSC indica que 17 cheques, por un total de 16,662,387 lempiras, no fueron emitidos siguiendo los procedimientos establecidos por la ley. Cuatro de esos cheques presentan irregularidades que, de acuerdo al reporte, ameritan que Copeco evalúe la pertinencia legal del proceso de adquisición. Los proveedores para los que están dirigidos esos cheques son Inversiones Bernata, GNM Corporación (dos cheques) y Distribuciones Valencia. 

El IAIP informó en marzo, que todas las instituciones que recibieron fondos para enfrentar la emergencia del COVID-19, deberían brindar información para detallar la inversión de los fondos y ordenó crear un portal de transparencia del Instituto de Acceso a la Información Pública (IAIP) con la estructura de «emergencia COVID-19», para publicar los siguientes informes: planeación y rendición de cuentas, remuneración de empleados, licitación y compras y finanzas. A pesar que la información fue subida al portal, el sistema de acceso a la información en línea no acepta solicitudes para realizar auditoría, los oficiales de transparencia no están respondiendo a la ciudadanía que solicita información detallada.

La sociedad civil exige transparencia 

Diferentes organizaciones han solicitado transparencia en los procesos de adquisición, para demostrar a la población hondureña que estos presupuestos están siendo utilizados correctamente. El Foro Social de la Deuda Externa y Desarrollo de Honduras (Fosdeh), exigió esta semana que las compras se hagan con base a ley y, sobre todo, con transparencia, ya que sus análisis e indagaciones han reflejado diferentes anomalías, entre ellas, la compra de insumos  a empresas de familiares de altos funcionarios, que no tienen la experiencia en vender productos médicos para proveer al Estado y otras no cumplen con los requisitos legales.

Ismael Zepeda, analista económico de Fosdeh, indica que el Ministerio Público y el TSC deben actuar de facto ante estas anomalías y realizar todas las auditorías necesarias para corroborar cada uno de los dictámenes que realicen los especialistas al momento de la compra de los insumos. «Honduras es un país con niveles de pobreza altos, sobre todo de falta de recursos públicos. Además de eso. habrá un sobrendeudamiento más adelante, ya que se habla de definir un plan de reactivación económica, tratándose de una liquidez financiera en el mercado, traer recursos al país para renegociar deudas con micro, pequeñas y medianas empresas (Mipymes), con un presupuesto de 112 millones de dólares. Un endeudamiento más que el pueblo hondureño deberá pagar por años. Cada lempira que se destina al combate del coronavirus va a ser de enorme impacto, sobre todo si se siguen tomando malas decisiones, vamos a pasar dos meses encerrados y, como dijo el presidente, todos vamos a estar infectados y de nada servirá todo el millonario gasto», finaliza Zepeda, en una entrevista brindada a Contracorriente.

La información publicada en los portales de transparencia de las instituciones, presenta irregularidades y hace difícil el acceso a los documentos de compra relacionados con la ejecución de los recursos asignados para enfrentar la emergencia del COVID-19. En el caso de Invest-H, el apartado para la rendición de cuentas que incluye las órdenes de compra, facturas y contratos ha cambiado en diversas ocasiones durante las semanas anteriores. Ha pasado de concentrar  toda la información en un solo documento, con accesos a cada proceso, a una presentación en la que es necesario hacer una búsqueda, mucho más exhaustiva, para encontrar los nombres de los intermediarios que aparecen en cada orden de compra. Esto después de que organizaciones como el Fosdeh y la población en redes sociales accedieron a información que señalaba a un sobrino del expresidente Maduro como intermediario del proceso.

Lea más en Los afortunados en la crisis: el caso de Arturo Maduro y ACCESS TELECOM

Hermes Moncada, comisionado del IAIP, asegura que pese al confinamiento, la institución ha continuado laborando para contribuir a que cada uno de los titulares de las instituciones pueda publicar la información en el portal de forma correcta. «Si bien no estaba en el inicio habilitado el portal en su totalidad, ahora ya estamos haciéndolo, dado que se dictó una resolución para laborar normalmente todo con las medidas de bioseguridad». Moncada también sostiene que las instituciones han estado cumpliendo con el proceso, solo que ahora se realizará de una forma más ágil para que la información llegue a toda la ciudadanía, mediante la plataforma virtual del IAIP. «Los oficiales de información pública y los enlaces de cada institución están obligados a subir la información al portal día a día, de toda la captación de transferencias, de los fondos propios que están manejando las instituciones e igual cada una de las donaciones que se puedan dar, para que toda esta información se canalice y se publique en la plataforma digital», dijo Moncada.

Sin embargo, los señalamientos, denuncias y destituciones demuestran la deficiencia de esta institución, que en su primera fase presentó un informe, pero falta la verificación de 4000 documentos que contienen la información de compras, gastos e inversión aumentando la desconfianza en el manejo de los recursos destinados a la emergencia por COVID-19 en el país. 

Portada: Pixabay


En el último trimestre de 2018 me encontraba atravesando una situación muy difícil. Yo era un joven estudiante, recién salía de Nicaragua, mi país. Huía para salvaguardar mi integridad física de las fuerzas estatales y paraestatales que el gobierno dictatorial de Daniel Ortega organizó, para reprimir a cualquiera que se levantara en su contra. 

Arribé a Honduras en septiembre de 2018. Desde mi llegada al país, se sentía un ambiente de tensión: se estaba gestando la realización de una caravana de migrantes que emprendería un viaje hacia Estados Unidos, en busca de mejor vida para sus familiares (que dejaban atrás). Muchas personas comulgaban con la opinión de que era una movida política de la oposición hondureña para «desestabilizar» al país. Otros expresaban que era algo que se esperaba, debido a la falta de empleo y la estratificación social en el territorio nacional. Pero un buen grupo comentaba que se trataba de una situación que requería completa atención —era una cantidad significativa de personas al mismo tiempo—, debido a que los movimientos migratorios han ido in crescendo en los últimos años y eso representa, en su máxima expresión, lo difícil que es vivir en Centroamérica.

Para el tiempo en que tuve que salir de Honduras, la caravana migrante ya había iniciado su rumbo hacia la frontera con Guatemala. Muchas personas decidieron emprender su camino de forma independiente, en algunos casos porque no habían conseguido dinero para el viaje y en otros porque no tomaron la decisión en el momento preciso. Por la razón que fuere, el contexto me ubicó —en tres sitios diferentes— con personajes que eran parte de la caravana migrante. Cada experiencia fue más conmovedora que la anterior.

La primera vez fue en la estación de buses de San Pedro Sula. Eran las cuatro de la mañana y esperaba un bus que me llevara a la frontera de Corinto. De repente en los asientos que se encontraban en frente de las boleterías, escuché a un grupo de personas hablar de las expectativas sobre su viaje. Entre tantas voces, se escuchaba la de una niña que no quería despedirse de su papá, mientras se sostenía fuertemente en un abrazo —que parecía eterno—, le gritaba: «no te vayas papito, prometo que me voy a portar bien y no le voy a pegar a mi hermanito». De la forma más ruda que pudo e intentando ocultar las lágrimas que corrían por sus mejillas, ese caballero tomó su mochila, abrazó a su hijo más pequeño, le dio un beso a su esposa y empezó a caminar hacia el bus, sin mirar atrás. Es una de las despedidas más fuertes que he visto en mi corta vida.

El segundo episodio fue en el bus que me llevaba a la frontera de Corinto. Se trataba del joven que llevaba a mi lado, un caballero de unos veintitantos años que en todo el camino me hacía preguntas de cómo era mi país y si alguna vez había estado en Estados Unidos. Cuando nos hallábamos cerca de la frontera, y nuestro viaje en común estaba a punto de acabar, Juan (es un seudónimo) me miró y en un arrebato de sinceridad y desahogo me comentó que se dirigía a la frontera de Guatemala con México para incorporarse a la caravana, que en su país ya no quedaba nada porque habían asesinado a su hermano por problemas con pandillas. Su Madre había fallecido de una enfermedad y su padre murió cuando él era muy pequeño. Así que este movimiento migratorio representaba su oportunidad para iniciar de cero y mejorar su vida, aunque confesó que su intención siempre sería regresar a su pueblo.

El tercer episodio fue en el puesto fronterizo, esta es la situación más triste que he podido presenciar en mis veintidós años de vida: un niño, que a lo sumo tenía trece años, de tez morena, cabello negro y ojos entristecidos, cargaba una mochila y un bolso. Tenía a una niña de unos siete años tomada de la mano. Hacían fila en el puesto para sellar su salida de Honduras y entrada al país vecino de Guatemala. Una señora no pudo contener su duda y le preguntó si viajaban con algún adulto, a lo que el niño —con mucho ímpetu— respondió: «no, madrecita. Solo somos mi hermanita y yo, mi mamá murió y mi papá se fue a los Estados hace dos años. Además que vivíamos con una tía que no nos quería. Yo soy papá y mamá para mi hermanita y vamos al norte para buscar mejor vida». Seguido de esa respuesta, se desencadenó un silencio ensordecedor en el resto del tiempo que estuvimos en fila y muchas personas no pudieron contener sus lágrimas.

No puedo afirmar si los niños pudieron salir del puesto fronterizo, pues yo sellé mi salida e ingresé caminando a Guatemala. Cualquiera que haya sido la conclusión de ese episodio, continuará en mi mente durante el pasar de los años. Recién había presenciado esos tristes escenarios e iniciaba mi propio viaje hacia otro destino, pero guardo en mi mente los rostros de esas personas que, por la razón que haya sido, se vieron obligadas a dejar su tierra, a arriesgarse para caminar hacia un sitio donde solo tenían asegurada una cosa: la incertidumbre.

Este es un artículo originalmente publicado en CLIP

Los ciudadanos de la mitad de los países de América Latina no saben cuántos tests del nuevo coronavirus realizan sus gobiernos cada día. Tampoco saben cuántas camas de cuidados intensivos existen actualmente, antes incluso de que lleguen los picos de pacientes que requieren atención médica urgente y especializada.

Hay únicamente dos datos que están universalmente disponibles en 11 países de la región: cuántas personas han sido confirmadas como portadores de Covid-19 cada día y cuántas han fallecido. Ni siquiera la estadística de cuántas personas se han recuperado es pública en todo el continente, subrayando cómo los gobiernos latinoamericanos están apostando por comunicar un mínimo de datos sobre la enfermedad causada por el nuevo coronavirus.

Un grupo de periodistas pertenecientes a 15 medios en 13 países de la región nos juntamos para unir los puntos y entender aspectos de la respuesta a la mayor crisis global de salud pública en un siglo en nuestros países y en los tres estados de Estados Unidos con mayor población hispana. Esto encontramos al mirar qué información está fácilmente disponible y cuál no.

¿Cuántos latinoamericanos tienen Covid-19?

Los 13 países actualizan todos los días sus cifras públicas de casos confirmados de Covid-19, así como las de fallecidos.

Un país, Estados Unidos, no está publicando los números de personas que se recuperaron de Covid-19, un dato crucial porque permite entender la capacidad y calidad de respuesta de los centros médicos ante la cantidad de personas contagiadas. Brasil solo empezó a publicarlo este 14 de abril.

La mayoría de los países sí están haciendo público el origen de cada caso (es decir, si son importados, si están relacionados con esos casos importados o si se trata de transmisión comunitaria), lo que ayuda a los ciudadanos a entender su propagación. Tres países -Ecuador, Brasil y Estados Unidos- no revelan esta información. 

Adicionalmente hay dos países -Brasil y Perú- que no están publicando el rango de edad de sus casos confirmados con Covid-19. En Brasil, anteriormente el Ministerio de Salud publicaba esporádicamente el rango de edad de los pacientes en estado grave, pero ahora solo revela las edades de las personas que murieron.   

La mayoría de países hace pública la ubicación geográfica de sus casos (por ciudad o municipalidad), otro dato que también ayuda a entender la propagación regional. 

No obstante, hay dos países que no los precisan a esa escala. Brasil solo publica datos por estados y Argentina por provincias. Paraguay ha revelado el dato de ciudades a partir del 16 de abril, cuando antes solo lo hacía por departamentos. En el caso de Guatemala, las autoridades dejaron de publicar la información de 22 departamentos y 340 municipios hace una semana, pasando a agruparla en cinco regiones de manera muy general. En Perú, el Ministerio de Salud reporta a nivel regional y solo en el caso de Lima, la capital, a nivel distrital.

Ese no es el único dato relevante de dónde se encuentran los casos confirmados. Buena parte de los países de la región están contándole a sus ciudadanos qué tipo de atención médica están recibiendo quienes han contraído Covid-19, incluyendo si están en casa, en el hospital o en cuidados intensivos. Dos países -Brasil y Guatemala- no hacen público este dato, que permite entender la gravedad del estado de salud de las personas contagiadas. Argentina informa a diario solo el número de personas en cuidados intensivos.

¿Qué tanto nos cuentan del testeo?

Una de las mayores preguntas ciudadanas en la fase inicial de la pandemia es qué tantas pruebas de detección están haciendo los países, bien sea las pruebas moleculares PCR que ofrecen el mayor nivel de confiabilidad o los tests serológicos de diagnóstico rápido que permiten hacer barridos poblacionales más amplios a menor costo.

La información que proporcionan los gobiernos sobre el testeo, que es una de las capacidades técnicas más urgentes de escalar, es en general restringida. 

Menos de la mitad de los países de América Latina revelan de manera consistente los números de pruebas de detección que realizan cada día. Esta información se publica en Colombia, Costa Rica, Perú, México, Argentina, Ecuador y Bolivia. 

En Costa Rica apenas se comenzó a informar el 15 de abril, tras la presión de la prensa y grupos de sociedad civil que exigen cada vez más datos abiertos. Colombia publica un conteo constante de muestras procesadas cada día, pero no se pueden ver tendencias si no sólo por semanas.

De todos, únicamente Bolivia publica datos sobre en qué lugares del país está tomando las muestras.

Asimismo, pocos países están revelando cuántas pruebas están en estado de procesamiento diariamente. Solo Bolivia, Paraguay y México lo hacen.

¿Qué capacidad tienen los hospitales?

Apenas en la mitad de los países consultados hay información pública sobre el número total de camas en Unidad de Cuidado Intensiva (UCI), otro dato importante dado el riesgo real de que en el pico de la enfermedad lleguen más pacientes que requieren la atención médica más especializada que los que permite atender la infraestructura existente. 

Aunque no todos los pacientes con Covid-19 que son hospitalizados requieren cuidados intensivos, es uno de los datos que permiten entender los pasos que han dado los países para escalar su capacidad de brindar atención médica. Esta información es pública en Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Paraguay, Perú y Estados Unidos.   

Sin embargo, ello no significa que la información sea fácil de analizar. En Perú, los números de camas de UCI -así como de ventiladores- no están publicados en ningún lugar, sino que se conocen porque las autoridades nacionales los han revelado en entrevistas cuando se les ha preguntado. Esas cifras son, en todo caso, nacionales y no hay manera de entender cómo están repartidas por regiones u hospitales.

Pero de todos, solo tres países están contando a sus ciudadanos cuántas de esas camas en Unidad de Cuidado Intensivo (UCI) están disponibles, dado que muchas están ocupadas actualmente por pacientes con otros problemas de salud. Esto ocurre en Paraguay, Perú y Estados Unidos. 

En algunos otros países las autoridades ha reportado alguna vez el porcentaje de ocupación en una fecha determinada o hay datos para regiones o ciudades específicas, pero no un panorama nacional que se informe periódicamente.

¿Con qué frecuencia reportan las autoridades? 

En todos los países hay boletines periódicos de las autoridades nacionales de gobierno o salud con datos actualizados sobre el impacto del Covid-19. En varios casos, como Perú y Colombia, el presidente hace alocuciones casi diarias por televisión o redes sociales. En México y Brasil son las autoridades de salud las que comparecen diariamente.

En algunos países, las autoridades locales de departamentos o regiones complementan esa información periódicamente con datos más localizados. En Estados Unidos, esa información de salud pública está bastante descentralizada, siendo los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y las instituciones privadas quienes aportan datos más confiables que los del nivel federal. En Perú, sin embargo, se han reportado desfases entre los sistemas de información en los distintos niveles territoriales, con casos de pacientes con COVID-19 o fallecidos que ya habían sido confirmados oficialmente por las regiones, pero no aparecían en el registro nacional.

En seis países, sin embargo, no hay información de autoridades locales, bien sean regionales o municipales : Bolivia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala y Paraguay. 

¿Se ha limitado el acceso a la información?

Dos países de América Latina, El Salvador y México, han tomado la decisión más drástica de  suspender los términos para solicitud de información hecha en el marco de leyes de acceso de información pública, citando la urgencia de la respuesta a la pandemia. 

En México, la Plataforma Nacional de Transparencia suspendió sus términos y plazos para el acceso a la información pública entre el 23 de marzo y el 17 de abril, al tiempo que el INAI -que es el garante del derecho a la información pública- hizo lo propio con sus sesiones públicas. 

El gobierno de Brasil también lo intentó, pero se lo impidió la rama judicial. El 23 de marzo, el presidente Jair Bolsonaro publicó una medida provisional que permitía a las agencias federales extender los plazos de la Ley de Acceso a la Información, en caso de que los funcionarios estuviesen en teletrabajo y sin acceso a la documentación, o que estuviesen involucrados en la respuesta a la pandemia. También preveía que, en caso de no recibir respuesta, un ciudadano podría volver a enviarla solo hasta 10 días después y que, si ésta había sido denegada, no podría apelar. La medida, sin embargo, fue revocada temporalmente días después por un ministro de la Corte Suprema, por lo que no está actualmente en vigor.

Al menos otros tres países modificaron los términos temporales para solicitudes de información pública, extendiendo los plazos legales o cambiando las condiciones de respuesta. Esto ocurrió en Argentina, Colombia y Perú, significando en los últimos dos que el plazo legal para responder es más largo que la duración de las cuarentenas decretadas por sus gobiernos. 

En Perú también se estipuló que las solicitudes de información no digitalizada se verán afectadas por las limitaciones de movilidad de los funcionarios públicos y que algunos organismos incluso podrían suspender los plazos de estos trámites.

En la mayoría de países, los periodistas sienten que las respuestas a solicitudes de información están tardando más de lo habitual. En Costa Rica, si bien no ha habido cambios en la jurisprudencia que garantiza el acceso a la información pública, las autoridades están más herméticas a responder consultas de periodistas. En Bolivia, que no cuenta con una ley de acceso a la información pública, el Gobierno muestra apertura a atender las solicitudes pero en la práctica son comunes las alusiones a la herencia del gobierno anterior de Evo Morales, a la falta de sistematización de la información o a la inexistencia de los datos.

En todo caso, en los 12 países, sin excepciones, está garantizada la circulación de periodistas en medio de medidas de restricción a la movilidad a la población general.

¿Se está restringiendo el trabajo de periodistas? 

En general los periodistas de América Latina sienten que sí se ha restringido o limitado el acceso a la información pública desde que estalló la emergencia del covid-19.

El caso más extremo es el de Honduras, donde el presidente Juan Orlando Hernández decretó el estado de emergencia y suspendió varios artículos de la Constitución, incluyendo el que protege el derecho a la libertad de expresión.

Esa decisión le ocasionó duros cuestionamientos a su gobierno, que reversó la suspensión del artículo de libertad de expresión dos semanas después a causa de la presión internacional. “Es el tipo de medidas desproporcionada y que afecta el derecho de la población a acceder a información completa sobre el Covid-19”, dijo Edison Lanza, el relator especial para la libertad de expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). “No debe abusar de esas medidas para limitar la libertad de expresión, particularmente en un momento cuando los medios desempeñan un papel fundamental para mantener a la sociedad informada y segura”, dijo el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) global.

Más allá de Honduras, en al menos otros ocho países los periodistas citan una menor disponibilidad de información pública. 

En El Salvador, el gobierno restringe quién tiene acceso a los espacios de información pública  y no permite preguntas a medios que considera críticos, entre los cuales está El Faro, integrante de nuestra alianza.

Aunque el gobierno de Nayib Bukele ha sido enfático en que no busca restringir el derecho a la libertad de expresión, en la práctica ha sido la Asamblea Legislativa la que ha logrado salvaguardarlo. Por ejemplo, cuando aprobó el estado de excepción, fue la Asamblea la que incluyó un artículo que establece que el Gobierno no puede limitar la libertad de expresión. Asimismo, cuando aprobó fondos de emergencia a través de préstamos millonarios y autorizó suspender la Ley de Contrataciones para permitir compras rápidas, el legislativo incorporó cláusulas que prohíben la reserva de información.

Aún así, las oficinas de información y respuesta (OIR) que deben velar por el respeto a la Ley de Acceso a la Información Pública, no están funcionando y anunciaron que solo admitirían solicitudes de información pública tras finalizar la cuarentena decretada, por lo que en la práctica el Gobierno salvadoreño sí ha conseguido restringir de manera temporal el acceso a la información.

Las quejas de que la información disponible es limitada son frecuentes, incluyendo que se ha vuelto más difícil obtener datos adicionales a los que ya son públicos y que no hay respuestas a las preguntas hechas a las autoridades.

En Costa Rica, los periodistas envían sus preguntas a un chat de Whatsapp previo a la conferencia de prensa diaria del Gobierno, pero con frecuencia no son leídas y o no reciben respuestas claras. 

En Guatemala, el secretario de comunicación de la Presidencia ha bloqueado la participación de los periodistas durante varias días en el chat de información oficial del gobierno para evitar cuestionamientos sobre el manejo de la crisis sanitaria, por lo que se publicó un comunicado firmado por 97 comunicadores.

Aunque los periodistas no sienten que sus gobiernos estén usando esta coyuntura para restringir la libertad de expresión, sí creen que los sistemas de información sobre salud pública no son suficientes para permitir un periodismo riguroso, con base en evidencia y que intente mirar la respuesta al Covid-19 en su complejidad.

En Ecuador, por ejemplo, el gobierno de Lenín Moreno creó un mecanismo de ruedas de prensa virtuales mediante el cual los periodistas enviaban sus preguntas, pero no había claridad sobre cuál era el proceso para seleccionarlas, ni quién lo hacía. Después de una queja pública firmada por varios periodistas ecuatorianos, ahora las ruedas de prensa se hacen por Zoom con posibilidad de preguntas.

En Perú, los periodistas piden que se brinde información más segregada por parte del Ministerio de Salud en sus reportes diarios, incluyendo las características demográficas de los casos positivos así como de los fallecidos. Además, piden informar sobre las regiones con el mismo nivel de detalle con el que se informa sobre Lima, tanto los datos de los pacientes como el número de equipos y camas disponibles.

Con muchos gobiernos optando por informar con el menor nivel de detalles posible, los periodistas sienten que investigar y proveer información de calidad sobre la respuesta al Covid-19 se ha vuelto una labor más lenta y difícil, afectando de forma directa a la información que reciben los ciudadanos.

Centinela Covid-19 es un proyecto de periodismo colaborativo y transfronterizo sobre la respuesta al Covid-19 en América Latina, del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), Chequeado (Argentina), El Deber (Bolivia), Agência Pública (Brasil), El Espectador y La Liga contra el Silencio (Colombia), La Voz de Guanacaste (Costa Rica), Ciper (Chile), GK (Ecuador), El Faro (El Salvador), No Ficción (Guatemala), Quinto Elemento Lab (México), El Surtidor (Paraguay), IDL-Reporteros (Perú) y Univision Noticias (Estados Unidos), con el apoyo de Oxfam y el Pulitzer Center on Crisis Reporting.

La tribu tolupana San Francisco de Locomapa, en Yoro, ha sufrido asesinatos, acoso judicial y ataques por su oposición a la industria extractiva que busca explotar madera, minerales y ríos para la generación de energía en territorios donde siempre han vivido, pero que ahora están en disputa. En los últimos 20 años hubo 40 asesinatos de indígenas tolupanes, una población que se enfrenta a su propio exterminio.   

Este reportaje fue realizado por Contracorriente para el Especial Tierra de Resistentes, coordinado por Consejo de Redacción.

Consuelo Soto habla sin dejar de ver al otro lado de la calle, como si esperara otra vez un ataque de miembros de su comunidad que la han hostigado por años. Hace un par de semanas llegaron una última vez a amenazarla. Responde a las preguntas casi en un susurro, frente a su casa que aún conserva la memoria de la violencia que persigue a su tribu.

Consuelo es una de varios líderes tolupanes que enfrentan amenazas y ataques por la defensa del territorio Tolupán de San Francisco de Locomapa en el departamento de Yoro, al norte de Honduras. El conflicto en la tribu se disparó cuando en 2009 las empresas Venta Local de Madera y Transformación Ocotillo (Velomato) y la Industria Maderera Rene Eleazar (Inmare), en conjunto con el Instituto Nacional de Conservación y Desarrollo Forestal, Áreas Protegidas y Vida Silvestre (ICF), desarrollaron planes de manejo forestal que dan lugar a la venta de la madera extraída de los bosques situados dentro del territorio Tolupán.

En San Francisco de Locomapa hay una división que radica en las distintas visiones que hay sobre el manejo del territorio. Aunque los tolupanes se manejan a través de una estructura jerárquica que cuenta con un cacique, quien asesora la toma de decisiones, y un Consejo Directivo de Tribu, encargado de tomarlas, en Locomapa no todos están de acuerdo con las decisiones de ese cuerpo.

A una orilla están el Consejo y unas 800 personas de los 3000 que conforman la tribu, que están de acuerdo con la entrada de las motosierras para extraer madera y venderla. El resto rechaza esa posibilidad o tiene miedo de manifestar una opinión. Para hacerle frente a la contraparte, decidieron crear una entidad paralela llamada Consejo Preventivo de Tribus.

El presidente del Consejo Directivo de la Tribu, José Alberto Vieda, asegura que el bosque es “renovable” y que la mayoría de la tribu está tomando la decisión sobre la venta. El hombre, de más de 40 años, dijo haberle vendido 14.800 metros de madera, a 250 lempiras ($10) cada uno, al empresario hondureño Wilder Domínguez. Asegura posteriormente haber repartido la ganancia en la asamblea. Del total de las ventas, la comunidad le paga un 15% a la Federación de Tribus Xicaques de Yoro (Fetrixy), una organización que agrupa a todas las tribus tolupanas del país, y otras 40 lempiras ($1.62) por metro cúbico tablar por impuestos a la municipalidad, de acuerdo a una investigación del Centro de Estudios para la Democracia (Cespad).

Esto significaría que para la comunidad quedan aproximadamente 2 millones 500 mil lempiras (unos 100 mil dólares). Las aproximadamente 800 personas que se encuentran de acuerdo con los cortes de madera reciben 500 lempiras (20$) por cada 5 mil metros de madera cortada que aprueban en las asambleas, según la información publicada en una página de Facebook del Consejo Directivo. 

Un 93,9% de los tolupanes apenas puede cubrir los costos de la canasta básica alimentaria, lo que los sitúa en la línea de pobreza extrema, de acuerdo a un informe de la relatora de la ONU sobre Pueblos Indígenas. “Enfrentan una situación de discriminación que los hace vulnerables a condiciones laborales injustas y precarias”, dice la relatora Victoria Tauli-Corpuz. 

Su situación de precariedad es notoria incluso en un país que ocupa el puesto 132 de 189 países en el Informe de Desarrollo Humano elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y donde, según otras organizaciones, más de la mitad del país (67.4%) vive en pobreza. 

Como casi todos los pueblos indígenas del país, las condiciones de la tribu de San Francisco de Locomapa son precarias. Sin embargo, el abandono estatal es mucho más evidente para el pueblo tolupan: las calles son de tierra, no hay alumbrado público, ni señal de telefonía celular en casi toda la comunidad y muchos deben movilizarse caminando por horas para asistir a centros de salud. 

Para comunicarse con Consuelo, uno debe esperar a que una vez a la semana ella pague 10 lempiras ($0.45) por cargar su teléfono celular. Cuando lo tiene funcionando, lo coloca sobre baldes cercanos al techo, donde dice que agarra señal a veces.

 

Los tolupanes históricamente se han dedicado a la agricultura, producen especialmente maíz, frijol y café para subsistir. Esta relación les produjo tener lazos cercanos con la naturaleza y tener un sentido de responsabilidad y cuidado sobre el tratamiento que se le debe dar a los bienes naturales.

Llegar al territorio tolupán requiere un carro apto para el terreno de montaña. En medio de los mejores bosques de pino de Honduras y una tierra rica en minerales como óxido de hierro, plata y antimonio, se registran más de 40 asesinatos de indígenas tolupanes en los últimos 20 años, de acuerdo con un informe del Grupo de Trabajo sobre Minería y Derechos Humanos en América Latina que presentó ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Bosque de pino en las montañas del territorio tolupán en la comunidad de Locomapa, 16 de enero de 2020. Foto: Martín Cálix.

En San Francisco de Locomapa los asesinatos vinculados al conflicto extractivo comenzaron en 2013. Desde ese momento el Movimiento Amplio por la Dignidad y la Justicia (MADJ) contabiliza 10 asesinatos que no sólo vinculan al conflicto con la madera sino también al de una mina de antimonio. Ellos fueron María Enriqueta Matute, Armando Funez, Ricardo Soto, Luis de los Reyes Marcía, Eracimo Vieda, Santos Matute, Fermín Romero, Juan Samael Matute Ávila, José Salomón Matute, Milgen Idan Soto Ávila, estos últimos 3 ocurrieron en 2019. 

Uno de los asesinados era el compañero de hogar de Consuelo, Luis de los Reyes Marcía, asesinado en 2015 cuando regresaron a San Francisco de Locomapa luego de vivir fuera de la comunidad durante seis meses debido a las amenazas que también recibió por parte de personas que apoyaban una minera y la venta de madera en la comunidad. 

Consuelo se vio obligada a huir una segunda vez. Regresó un mes después, pero alguien la esperaba para asesinarla en su propia casa. 

“Tuve que volver a salir de emergencia y no me deseo ni acordar -dice Consuelo- Mis hijas me dicen que no denuncie, que espere a que se calmen las cosas y que hay justicia divina. Pero las leyes humanas para eso son, para castigar a quien comete estos crímenes. Pero la ley no sirve para nada porque, si algo estuvieran haciendo, hubieran capturado a todas las personas que cometen los crímenes”.

Consuelo, retratada en el patio de su casa en la comunidad tolupán de San Francisco de Locomapa, Yoro. 16 de enero de 2020. Foto: Martín Cálix.

A mediados de febrero de 2020, el Ministerio Público capturó a uno de los presuntos asesinos de Reyes Marcía: Fredy Antonio Matute Soto. En el comunicado oficial la entidad estatal asegura que “el capturado junto a otros miembros de la banda, han sido los responsables de varios asesinatos de indígenas tolupanes” aunque se desconocen detalles del móvil exacto del crimen. Su captura le ha significado nuevas amenazas a Consuelo. 

Reyes Marcía y Consuelo forman parte de un grupo de 38 personas a las que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA les había otorgado medidas cautelares el 19 de diciembre de 2013 tras el asesinato de otros tres indígenas de la tribu durante una protesta. 

Contra Corriente buscó a Jany del Cid, titular de la Fiscalía Especial de Etnias y Patrimonio Cultural del Ministerio Público, responsable de investigar estos hechos, pero respondió que no está autorizada a dar entrevistas. El área de comunicaciones de la entidad confirmó haber solicitado la información para proporcionar una entrevista sobre el avance de las investigaciones, pero no volvió a dar una respuesta. 

Días después del asesinato de José y Juan Matute, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA conminó a Honduras a investigar sus muertes violentas y recalcó la necesidad de «incluir líneas de investigación donde se analice como hipótesis que el crimen haya tenido como móvil sus actividades como defensores de derechos humanos». La CIDH denunció no tener información sobre el cumplimiento de las medidas que debía implementar el Estado para su protección. 

 

En conflicto con la industria maderera 

 

«Se sataniza un corte de madera en el sentido de que sí está con un plan de manejo aprobado por el ICF, pasando todas las normas técnicas, que no conozco mucho porque no soy ingeniero. Fetrixy no puede negarse a poner el visto bueno porque ellos decidieron. Uno instruye a su pueblo de que es necesario que se hagan proyectos sociales si hacen ventas», manifestó Noé Rodríguez, coordinador de Fetrixy, cuya organización dice dedicarse a la recuperación de territorios.

Consuelo explica que cuando varios miembros de la comunidad se dieron cuenta de los cortes de madera, empezaron a reunirse para protestar en contra y el Consejo Directivo convocó a una asamblea donde no les dieron la palabra. “Al día siguiente aparecieron diciendo que no debíamos estar ahí, que las ventas estaban aprobadas por la asamblea. Y que para eso se había hecho la reunión de asamblea: para que se aprobaran, porque ya habían aprobado el antimonio y las ventas de madera. Pero es mentira porque en la reunión la opinión estaba dividida”, añade Consuelo.

El pueblo tolupán, al igual que otros pueblos originarios de Honduras, viven en una batalla constante por la protección de su territorio. Esa defensa está amparada en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre pueblos indígenas y tribales, del que Honduras es firmante. Ese es el convenio internacional que protege el derecho de no desplazar a los pueblos indígenas por la fuerza y a no adelantar proyectos en los territorios «sin el consentimiento libre, previo e informados de los pueblos indígenas interesados».

Uno de los proyectos de ley que el Congreso Nacional (CN) trabaja actualmente es la Ley de Consulta Libre, Previa e Informada. Después de anunciarlo públicamente en enero de este año, organizaciones de pueblos originarios se manifestaron frente al CN para declararse en contra del proyecto. Sus observaciones incluyen que la ley no cumple con los estándares internacionales al no consensuar con todos los pueblos indígenas y que aborda la consulta desde una perspectiva homogénea, sin respetar las diferencias de cada pueblo.

Esta falta de consulta con comunidades locales ocurre en un ambiente tenso en Honduras. Distintos proyectos extractivos han generado muchos conflictos y episodios de violencia contra líderes e integrantes de comunidades que se han opuesto a proyectos mineros, hidroeléctricos, madereros y de turismo, sin que el Estado haya logrado aclarar las circunstancias o los responsables de cometerlos. 

El asesinato en 2016 de la reconocida líder indígena Berta Cáceres, fundadora del Consejo de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), dio a conocer esa realidad de violencia que enfrentan los defensores ambientales. Sin embargo, Honduras contabiliza muchos más asesinatos por esta causa.  

Desde 2010 hasta 2017 se registraron 120 líderes ambientalistas asesinados, de acuerdo con los informes de la Global Witness, ONG británica que monitorea este tema en todo el mundo. Esa cifra cataloga a Honduras como el país más peligroso para el activismo por el ambiente en el mundo. 

Miembros de OFRANEH y el COPINH protestan por la aprobación de la Ley de Consulta Libre Previa e Informada, o lo que ellos llaman «la Ley Nájera», en alusión al diputado nacionalista Óscar Nájera, que propuso la ley en el Congreso Nacional. Tegucigalpa, 23 de enero de 2020. Foto: Martín Cálix.

Berta Zúniga Cáceres, actual coordinadora de Copinh e hija de Berta Cáceres, se muestra preocupada por el modelo económico extractivo promovido por el gobierno. «El obstáculo principal son los pueblos indígenas que han defendido con su vida, con su cuerpo, con su lucha comunitaria, esos territorios de empresas nacionales y trasnacionales», dice. Además, denunció que en las comunidades indígenas se ha profundizado la miseria para jugar con las necesidades básicas de las personas y prometer proyectos sociales a cambio de aprobar este tipo de leyes.

Esta dinámica existe en San Francisco de Locomapa donde, ante la falta de empleo, las empresas madereras han ofrecido a la gente un sustento y una promesa de traer programas sociales que mejoren la situación de la comunidad. 

En 2001 había 9.617 tolupanes en Yoro y Francisco Morazán (dos departamentos de Honduras unidos por montañas), según el Censo del Instituto Nacional de Estadística. La antropóloga franco-estadounidense Anne Chapman que estudió a los pueblos tolupán y lenca en Honduras, calcula que el primero tiene aproximadamente 5.000 años de existencia. Por su parte, Global Witness establece que «son el grupo indígena más marginado de Honduras, que vive en condiciones de pobreza extrema en zonas rurales remotas, con un acceso limitado a los servicios básicos».

Toda esta situación es aprovechada por las industrias madereras que talan los bosques sin el consentimiento de la comunidad entera.

Inmare, un aserradero que tiene como propietario al empresario Wilder Domínguez, opera con “la compra directa de productos forestales madera en rollo proveniente de diferentes de diferentes sitios aprobados por el ICF”, según una auditoría realizada por el Instituto de Conservación Forestal (ICF) gubernamental en 2018. Uno de ellos es San Francisco de Locomapa.

En la región también trabaja el aserradero Velomato, que pertenece al empresario hondureño Kenton Landa Uclés y se ubica en la aldea Las Tejeras, municipio de Yoro. La madera es utilizada en la empresa Inversiones del Atlántico (Invertlan) que forma parte del Grupo Landa, un conjunto de empresas creadas por su director corporativo, el mismo Kenton Landa Uclés.

Las auditorías del ICF señalan que, en los últimos tres años, ambos aserraderos poseen entradas de madera superiores a las que se reportan en sus informes mensuales. También observa que las ventas de madera aserrada son mayores a los volúmenes producidos con los ingresos de madera, lo que indica que se vendió o salió más madera de la industria producida en la sierra. 

Ambos empresarios tienen conexión a través de la empresa Inversiones del Atlántico (Invertlan), según consta en el Registro Mercantil de la Cámara de Comercio e Industrias de Cortés. Kenton Landa Uclés es socio con 60% de las acciones, mientras que Wilder Domínguez, socio con el 40% de las acciones, también es el gerente general de la empresa. 

Invertlan y Grupo Landa dicen que se dedican a proveer madera tratada o sin tratar para tendidos eléctricos, y son proveedores de empresas gubernamentales y privadas que trabajan en la distribución y administración de energía del país.

Aún no queda claro a donde termina la madera que es cortada por Inmare. Los registros públicos no lo explican y el ICF de Yoro tampoco respondió sobre el destino de esa madera. Igualmente, Invertlan y Grupo Landa comparten un mismo número de teléfono. Contra Corriente intentó comunicarse con ambas empresas pero no obtuvo respuesta. Tampoco respondieron a través de correos electrónicos enviados a sus datos públicos de contacto.

«Si nosotros decidiéramos procesar la madera por nuestra cuenta, nosotros miramos qué parte nos afecta y qué parte no. La empresa no mira eso, no le importa. Ellos ocupan su capital porque de lo que ganan de este bosque se pueden ir a vivir a Miami o cualquier parte del mundo y quiénes quedamos jodidos somos nosotros», dice Celso Cabrera Matute, quien forma parte del rival Consejo Preventivo de Tribus y actualmente está procesado judicialmente por la defensa de su territorio.  

Celso caminó varios minutos desde la montaña que se encuentra atrás de su casa. Sus manos y su ropa aún tienen la tierra fresca que se impregnó durante su trabajo cultivando granos básicos. Vive en una casa de madera muy pequeña, el suelo es de tierra y su techo aún tiene agujeros que, según cuenta, provienen de piedras que le han tirado para amenazarlo.

“Nosotros no tenemos miedo a morir ni a caer preso, pero si debo decirles que me siento un poco mal, una porque perdí a mi Nana (mamá) y las autoridades no han hecho cambios. En su lugar nos siguen procesando”, añade.

Los procesos judiciales contra los tolupanes

 

 

En marzo de 2010, el empresario Kenton Landa Uclés interpuso una denuncia en contra de los indígenas José María Pineda, Tomás Matute, Melvin Castro, Carlos Martínez, Bernardo Martínez, Celso Cabrera Matute, Juan Matute y Armando Fúnez Medina, según consta el expediente 36-2010 en los juzgados de Yoro.

Los acusó del delito de obstaculización de la ejecución de un plan de manejo forestal otorgado por el Instituto Nacional de Conservación y Desarrollo Forestal, Áreas Protegidas y Vida Silvestre (ICF), en perjuicio de su empresa maderera Velomato. 

El proceso duró tres años y tras un fallo de la Corte de Apelaciones de San Pedro Sula en 2013 los tolupanes obtuvieron un sobreseimiento definitivo.

“La protesta indígena no puede ser considerada una acción ‘ilegal’ ya que los mismos estaban legitimados en el Convenio 169 de la OIT el cual les ampara para reclamar su derecho de ser consultados ‘antes’ de emprenderse o autorizarse cualquier programa de prospección o explotación de recursos existentes en sus tierras”, señala el documento de la Corte de Apelaciones. 

Sin embargo, el fallo no fue tomado en cuenta cuando, en enero de 2012, Landa Uclés inició un segundo proceso judicial contra dos de esos miembros de la comunidad (José María Pineda y Celso Cabrera Matute) y otro nuevo (Oscar Cabrera Matute). Una vez más, solicitó que les imputaran el delito de obstaculización de la ejecución del plan de manejo aprobado por el ICF, en perjuicio de su empresa Velomato, después de que la tribu realizara manifestaciones en el predio que ocupa la empresa.

En la audiencia inicial el juez que conoció el caso dictó medidas cautelares para los líderes indígenas, pero finalmente obtuvieron sobreseimiento definitivo. Durante un nuevo fallo de la Corte Suprema de Justicia en 2015, el Estado admitió que la protesta no podía ser considerada ilegal porque el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) contempla el derecho que tienen a ser consultados antes de la explotación de los recursos en sus tierras.

Ante ambas medidas, el informe “Violación de Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas en Honduras: El caso del pueblo tolupan”, realizado por varias organizaciones de derechos humanos, señaló que, “las medidas cautelares que obligaron a los indígenas acusados a presentarse periódicamente al juzgado ubicado en la cabecera departamental de Yoro, por cinco años, también impactó en su precaria economía debido a que la zona de San Francisco de Locomapa es altamente pobre, sin fuentes de empleo y el costo del autobús que debían pagar cada 15 días les privó de situaciones básicas de subsistencia”.

A pesar de tener dos fallos en los que se determinó que la protesta de los indígenas no podía considerarse ilegal, en 2017 nueve miembros de la tribu fueron acusados por el mismo delito, esta vez por la empresa maderera Inmare. Los indígenas acusados fueron: Allison Pineda, Ángela Murillo, Oscar Vieda, Ramón Matute, Sergio Ávila, Wendy Ávila, Oscar Cabrera Matute y por tercera vez, Celso Cabrera Matute y José María Pineda. 

«Estos tipos estaban invadiendo la decisión de la asamblea y estaban obstaculizando un plan de manejo y después de tantos abusos que estaban haciendo ellos, ahí también hubo gente de la asamblea agredida donde ellos lanzaban piedras, tiraban armas de cortopunzantes, pincharon carros, quebraron vidrios», dice José Alberto Vieda, presidente del Consejo Directivo, que es una de las partes demandantes. Según este líder, pusieron la denuncia contra sus autoridades rivales por las constantes protestas que realizaban.  

Para Ariel Madrid, coordinador del área legal del Movimiento Amplio por la Dignidad y la Justicia (MADJ) que ha llevado los casos de los tolupanes, este nuevo proceso judicial es ilegal debido a que la resolución del proceso anterior sentaba jurisprudencia y no se puede declarar ilegal la protesta de los indígenas. Madrid, además, denunció que durante las audiencias la jueza tuvo conductas racistas y pedía que se verificase la pobreza de los indígenas acusados. 

De igual manera, el ICF asegura no conocer los procesos judiciales en contra de los indígenas. «No tenemos conocimiento de procesos que se hayan llevado por lo menos del ICF hacía ellos, lo más que hay es armonía y trabajo conjunto, desconozco si a través de alguna persona tercera hay algún proceso», manifestó Samuel Arturo Núñez, jefe regional del ICF en Yoro. 

Mientras tanto, Celso Cabrera Matute y Oscar Cabrera Matute aún esperan el inicio del juicio oral y público. Ambos son hijos de una de las primeras tolupanas asesinadas en la zona.

Una mina ilegal y el reclamo constante por justicia

En 2013 arreció la violencia. El 25 de agosto, durante una toma de carretera en contra de una mina de antimonio, un grupo de sicarios asesinó a tres tolupanes que protestaban: Armando Fúnez Medina (44), Ricardo Soto Fúnez (40) y María Enriqueta Matute (71), la madre de los hermanos Cabrera Matute.

 

Celso aún vive en la casa donde su madre fue asesinada, señala al suelo, cerca de un poste de madera. «Ahí solo le puso la escopeta en la cabeza y ni sonó», dice sobre la muerte de Ricardo. Uno de los sicarios preguntó quiénes eran los cabecillas de la comunidad en contra de la extracción de madera y minerales, recuerda. Armando Fúnez le respondió que no había cabecillas y que estaban defendiendo los derechos de todos. En ese momento el sicario le disparó a él, causándole la muerte. A su madre la asesinaron por haber presenciado todo.

Una fotografía en la que Enriqueta aparece con su hija menor es sostenida en las manos de su hijo Celso, Locomapa, 16 de enero de 2020. Foto: Martín Cálix.

Consuelo dice que ese día los sicarios habían llegado al lugar preguntando por ella. Que si no hubiera salido antes por unas fotocopias, su nombre formaría parte del listado de los asesinados ese día, meses antes había recibido amenazas con mensajes machistas. «Deja de estar en la calle. ¿Sabes qué estás haciendo? Que te van a matar, mejor salí de esto y anda a tu casa que tenés mucho trabajo en la cocina. No sé por qué andas perdiendo el tiempo», le dijeron en una de las veces que pidieron hablar con ella durante las tomas de carretera. 

Según los miembros de la comunidad, los sicarios tenían vínculos con la empresa minera Lachansa Co, cuya información oficial dice que se dedica a la extracción del antimonio.  

A partir de 2012, los tolupanes vieron cómo el agua del río del río Guayma, una vertiente que baja a San Francisco de Locomapa, comenzó a ponerse café producto de la contaminación durante la extracción del antimonio.

La exposición a este mineral -que sirve para la aleación con otros metales como el plomo y para la fabricación de baterías, armas, revestimiento para cables y otros productos industriales- durante largo tiempo puede provocar irritación en los ojos, piel, pulmones y hasta ulceras estomacales. Aún no se sabe si también podría provocar cáncer o fallos reproductores, según afirma la Agencia para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades de Estados Unidos. 

La alcaldía había dado los permisos de manera irregular, sin consultar a las comunidades. Por eso en 2019 el Ministerio Público (MP) a través de la Fiscalía de las Etnias procesó por abuso de autoridad al jefe de Unidad Medio Ambiental de la Alcaldía de Yoro, Medardo Varela Bustillo. 

 

El Ministerio Público constató que la empresa solicitó a la Unidad Municipal Ambiental permisos de extracción de antimonio en los sitios La Mina y Lagunitas en Yoro (que forman parte de la tribu de San Francisco de Locomapa). La solicitud fue recibida por la alcaldía bajo el número 432688 y, aunque no se especifica la cantidad, está señalado que Varela Bustillo recibió “una suma de dinero” por ésta. Todo se dio sin la debida delimitación que efectúa el Instituto Hondureño de Geología y Minas (INHGEOMIN) en las áreas que se pretendían autorizar proyectos mineros. 

La minería es considerada por científicos y organizaciones sociales como una de las amenazas ambientales más graves en Honduras. En el país existen 310 concesiones mineras otorgadas, de las cuales 92 son metálicas, 210 no metálicas, una artesanal y siete están en suspenso, según la base de datos del Centro Hondureño de Promoción para el Desarrollo Comunitario (CEHPRODEC). Además, existen otras 199 esperando ser aprobadas.   

De aprobarse todas las concesiones que están solicitadas, el 75% de los ríos del país se verían afectados, advierte la ONG internacional Oxfam en su último informe Territorios en Riesgo. Pero no sólo el agua se estaría contaminando, las poblaciones río abajo de las operaciones mineras también se exponen a la contaminación de los cultivos. Al menos un 27% de la tierra utilizada para agricultura en Honduras se encuentra en áreas expuestas a contaminantes vinculados a la minería. 

«La muerte de mi madre fue porque estábamos en la calle defendiendo el medioambiente, la tierra, el bosque, la piedra, la arena, el río, todo. Porque si dejamos ir eso, ¿con qué nos vamos a fortalecer?», dice Celso Cabrera, hijo de María Enriqueta. 

En 2018, el Ministerio Público a través de la Fiscalía Especial de Etnias obtuvo sentencia condenatoria de 45 años de prisión contra Carlos Roberto Luque Varela por el asesinato de María Enriqueta y los otros dos tolupanes. Su comunicado oficial señala que el sentenciado «despojó de sus machetes y asesinó a Ricardo Soto Fúnez y Armando Fúnez Medina, posteriormente le dio muerte a la señora María Enriqueta Matute por haber presenciado los hechos». 

Luque se fugó ese mismo año de la cárcel junto a siete reos más, a través de un túnel y posteriormente fue asesinado por desconocidos . 

En 2019 la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) capturó a Selín Eliazar Fúnez Bonilla, también acusado de esos tres asesinatos y quien desde 2013 tenía una orden de captura en su contra. Actualmente está en prisión, a la espera de un juicio. Las comunidades denunciaron que Fúnez Bonilla ofrecía seguridad a una de las empresas madereras.

El Ministerio Público no dio información oficial sobre la sentencia condenatoria de los autores materiales del asesinato de los tres tolupanes, ni tampoco si existe información sobre una autoría intelectual. Mientras tanto, los hijos de María Enriqueta no sienten que hayan tenido justicia porque los capturados sólo fueron los autores materiales, no quienes ordenaron los crímenes.

 La situación de abandono de los tolupanes

Las tribus tolupanas tienen una historia de desplazamiento. Llegaron a las montañas de Yoro y de Francisco Morazán huyendo de la esclavitud y la violencia que la época colonial significó para los pueblos originarios. Ahora llevan viviendo en estas zonas remotas boscosas desde hace más de un siglo. 

La situación de violencia y esclavitud provocó que los tolupanes estuvieran «recluidos en las sierras y en los densos bosques tropicales de la costa, todavía inaccesibles para los conquistadores buscaban en el aislamiento, la supervivencia de su propia cultura y la libertad”, según cuenta el sacerdote jesuita José María Tojeira en el libro Los Hicaques de Yoro

Por esto, en el siglo XIX el sacerdote Manuel de Jesús Subirana intercedió por los indígenas para que el Estado reconociera y titulara sus tierras con el fin de liberarlos de la esclavitud. Varias tribus tolupanas obtuvieron su título de esta manera: San Francisco de Locomapa lo tiene desde 1864, y aunque ahora lo denominan «ancestral» es un título legal que les fue otorgado por el primer presidente de la República de Honduras, el general José María Medina. 

En la década de 1980, el general del Ejército, Filander Armijo Uclés, que ahora se encuentra retirado, llegó al territorio de la tribu de San Francisco y comenzó a adueñarse de tierras. Llegó a la zona y obtuvo del Instituto Nacional Agrario (INA) un título supletorio, un documento que se utiliza ante la ausencia de un título de propiedad. Esto afectaba directamente el territorio que desde 1864 pertenecía legalmente a los tolupanes. 

En Locomapa ubican a Filander Uclés como un terrateniente con conexiones directas con el clan político de los Urbina, quienes durante los años 90 llegaron al poder en el municipio. Uno de sus líderes es el exalcalde Arnaldo Urbina, quien fue pedido en extradición por Estados Unidos en 2019 acusado de conspirar para introducir cocaína en territorio estadounidense. Aún no ha salido del país porque todavía debe responder en Honduras por 24 presuntos delitos de malversación pública y 87 de abuso de autoridad. 

El ex general Ucles estaba bien conectado. En los años 80 había sido director del Centro Regional Entrenamiento Militar (CREM), como parte de la Doctrina de Seguridad Nacional firmada con Estados Unidos, de acuerdo con un boletín informativo del Centro de Documentación de Honduras (CEDOH). 

En 2014, llegó a la casa de los Córdoba Soto y amenazó con quemar la casa y asesinarlos. Por esto, el general fue condenado en enero de 2019 por daños y amenazas contra la familia indígena. Desde que inició el proceso en 2015 en los tribunales, se le impuso una orden de alejamiento y prohibición de acercarse a la familia, que incumplió al llegar a amenazarlos una última vez en 2015. 

Uclés siempre andaba armado, por lo que los 11 integrantes de la familia Córdoba Soto tuvieron que desplazarse y ahora sólo regresan a la propiedad a limpiar de vez en cuando, según el abogado Madrid. Los Córdoba Soto figuran entre los tolupanes beneficiarios de las medidas cautelares emitidas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en 2013.

Los conflictos sobre las tierras de los tolupanes se repiten en las 31 tribus que se distribuyen en varios  municipios de Yoro, al norte de Honduras, y en los municipios de Orica y Marale, del departamento de Francisco Morazán.

Comunidad de la Tribu San Juan en la Montaña de La Flor, 14 de enero de 2020. Foto: Martín Cálix.

Las tribus que no tienen conflictos contra empresas parecen ser más olvidadas, pero entre sus bosques de pino también hay muerte. En la Montaña de la Flor, departamento de Francisco Morazán, hay 5 tribus tolupanas que enfrentan problemas por la tenencia de tierras. Gertrudis Bustillo, quien fue coordinadora del Consejo de Tribus de San Juan, cuenta que campesinos ladinos (término utilizado para referirse a las personas mestizas que no eran parte de la élite dominante ni de la población indígena) han llegado a sus territorios. Hasta el momento registran ocho tolupanes asesinados por defenderlos. 

Hace cuatro años el Instituto Nacional Agrario (INA) llegó a la zona para hacer una remedición del territorio tolupán después de que en varias ocasiones las comunidades lo pidieran en un intento de mitigar el conflicto con otras personas. Bustillo dice que esa visita les trajo amenazas a los coordinadores y caciques de la comunidad y que no sirvió de nada porque dejaron la medición incompleta. En una visita que hizo el presidente, Juan Orlando Hernández, en 2016, prometió resolver el problema de los títulos de propiedad y que mientras él fuera presidente «la Montaña de la Flor nunca será olvidada».

Los tolupanes en San Juan dicen que les han mentido. «Ahora todo el mundo comenta que ya los indios no valemos nada. Morimos como animales y eso rectifica que es cierto lo que dicen, en leyes ya no creemos», dice Bustillo. 

Anastacio Martínez, el cacique de la tribu San Juan, no quiso dar declaraciones. Señala que ya ha hablado muchas veces, que no ven una respuesta y su situación de vida no mejora.  

«Yo creo que los tolupanes están atravesando por el peor momento de su historia”, asegura Héctor Flores, un sociólogo que ha trabajado de cerca con este grupo. “Se están encerrando tanto en sí mismos que, no importa que les vayas a hacer, están cansados del mundo exterior, hastiados de no encontrar respuesta y están cruzando los brazos”. 

La violencia parece aumentar con el tiempo. En 2015, ante la situación de abandono y violencia, los tolupanes realizaron una huelga de hambre en Tegucigalpa, frente a las instalaciones de Casa Presidencial, exigiendo la captura de las personas responsable de los asesinatos de sus compañeros. Además, exigían el cumplimiento de las medidas de protección otorgadas por la CIDH y la realización de una consulta previa, libre e informada ante la extracción de recursos naturales.

La huelga no logró que el gobierno ni el Estado hondureño asuma sus obligaciones y compromisos con el pueblo tolupan. 

Después de 32 días sin comer, los tolupanes decidieron suspenderla y emitieron un manifiesto. “Nuestra hambre histórica ha llenado y sigue llenando de dolor, luto, insalubridad, ignorancia y despojo a nuestro pueblo –dijeron- La criminal frialdad y dureza de los actuales gobernantes alimentaron nuestra milenaria indignación y rebeldía y hoy más que nunca asumimos nuestro legítimo derecho de impedir, a cualquier costo, todo atropello contra nuestro territorio”.

Casi cinco años después de esa huelga de hambre, las condiciones de los tolupanes parecen haber empeorado. Dos familiares de Santos Matute, uno de los huelguistas, fueron asesinados en 2019. Olvidados en las montañas continúan enfrentándose -a veces gritando, otras en silencio- contra industrias y terratenientes en defensa de sus territorios llenos de riqueza en madera, caudalosos ríos y tierras abundantes en minerales.

Este reportaje forma parte del Especial Transnacional Tierra de Resistentes coordinado por:

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La barra Ultrafiel

Un león bordado en la gorra que viste una niña en la comunidad de Sabana Redonda, el león es el símbolo del Club Deportivo Olimpia, equipo que apoya la barra Ultra Fiel, 17 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Hace dos semanas, recibimos fotografías de una entrega de comida que realizaron peñas organizadas de la barra deportiva Ultra Fiel (hinchas del equipo capitalino Olimpia) a varias comunidades en el norte del país. Este grupo de jóvenes que viven en barrios y comunidades vulnerables, se organizaron para llevar comida a personas en calamidad, tras la emergencia por COVID-19. El líder de la barra, a nivel nacional, Melbin Servellón, nos contaba —en una primera entrevista por teléfono— que en el norte del país reunieron comida para llevar a más de 200 familias que se encuentran en situación precaria. No eran familiares de sus miembros, eligieron según iban viendo la necesidad expresada, tanto en redes sociales o en llamados personales, a algunos miembros.

El valle de Sula entró en fase 4 de contagio. Varios municipios se cerraron totalmente y muchas empresas suspendieron los contratos a sus empleados por 4 meses sin goce de salario. Allí en esa zona, en los municipios de Villanueva, La Lima y San Pedro Sula, la barra Ultrafiel se organizó —así como cuando se organiza para ir a un partido a alentar a su equipo— esta vez para asistir a la gente que más necesita. En el sur del país, en Choluteca, llevaron comida para un grupo de migrantes procedentes de África, Haití y Cuba, que en su tránsito quedaron varados en las calles de esa ciudad.

«Esto no es para limpiar nombres, es para ayudar al pueblo», reitera Melbin, quien además explica que las peñas tienen sus fondos. Entre todos juntan el dinero, compran la comida y arman las bolsas, después de tener ya identificados los barrios, esos que no están en vulnerabilidad por tener muchos casos de coronavirus, sino por la falta de empleo y comida.

Una anciana carga los alimentos que fueron donados por miembros de la barra Ultra Fiel, Lepaterique, 17 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

En Honduras, las barras deportivas son llamadas «barras bravas» y han sido emisoras y receptoras de una violencia que ya ha cobrado cientos de vidas, según los datos de los propios barristas. La dirigencia de la Ultra Fiel registra alrededor de 500 miembros activos de la barra asesinados entre 1998 y 2016, muchos de estos en enfrentamientos con barras contrarias. La violencia ha ido disminuyendo, pero el Observatorio de la Violencia de la UNAH, en su reporte de 2019, resaltó que al menos 17 personas miembros de barras fueron asesinadas y que se reportaron alrededor de 15 denuncias por violencia sexual en estos grupos. En varias ocasiones los han colocado en lista de grupos criminales, junto a las maras y pandillas (cosa que los ha puesto en riesgo mortal). En muchas ocasiones han sido reprimidos en el estadio o a sus alrededores por pleitos entre contrarias.

Por la cuarentena no hay partidos. Aún no se sabe qué pasará con el campeonato y, juntarse solamente, sin necesidad de entrar a los golpes, podría llevarlos a prisión por 24 horas. Con este panorama, los jóvenes de esta barra decidieron reinventarse y usar la organización y la disciplina con la que cuentan, para alentar a su equipo, esta vez para llevar comida a las personas que siguen esperando el saco o la bolsa del programa Honduras Solidaria.

El gobierno ha destinado más de 300 millones de lempiras para el programa Honduras Solidaria y con esto aun no cubrirán ni el 50 % de la población en pobreza extrema de cada municipio. La falta de transparencia en las compras y los actos de corrupción, llenan a la gente de desconfianza y aunque no sea una solución a la crisis social que se ha agudizado por la pandemia en Honduras, la gente busca salidas. Los jóvenes de la Ultra fiel sacan sus ahorros, incomparables con los millones aprobados por el gobierno. 

En Tegucigalpa se juntó primero la peña Santa Fé para visitar el barrio Mirador de Oriente. D (así lo llamaremos), miembro de esta peña, me contó que ese día fueron a visitar 80 casas. «Primero pensamos en nuestro núcleo, las personas con más bajos recursos, a nuestros integrantes de peña y al pueblo en general». Santa fe tiene alrededor de 130 miembros y ese dinero que reúnen les sirve para sus viajes, sus instrumentos, mantas y actividades que realizan como barra. «Es lindo ver la cara de alegría de la gente, porque el gobierno no se pronuncia, ellos son invisibles así como nosotros», explica D.

Un hombre rocía con una mezcla de agua, cloro y detergente a los miembros de la peña Invasores de la Ultra Fiel, a su ingreso a Lepaterique, donde tuvieron una jornada de donación de alimentos y agua, 17 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

La segunda movilización de la barra, en Tegucigalpa, fue de la peña Los Invasores. Decidieron ir un poco más allá y llevarle comida a comunidades rurales en Lepaterique, municipio vecino del Distrito Central. El camino no es fácil para estos jóvenes, aun cuando sus intenciones sean las mejores. El estigma que cargan llena de adrenalina el recorrido. Los retenes policiales y militares son el primer obstáculo: que si no hay permiso, que si vienen con prensa igual es prohibido filmar, y a regañadientes, les revisan con detalle los vehículos y auscultándolos con la mirada, al final los dejan pasar. Luego los retenes comunitarios que —a pesar de la desconfianza de quienes podrían traer el virus al pueblo— no pasan del baño de un líquido que es una mezcla entre cloro, vinagre y bicarbonato, para que la comida llegue a su destino pero bien desinfectada.

Melbin lo dijo en una de las comunidades al repartir alrededor de 40 bolsas de provisión:  «nuestra realidad no es tan distinta a la suya. Esta ayuda sale de los que no tenemos para los que tampoco tienen». En ese momento, una anciana comenzó a llorar, porque lo que se veía allí, enmedio de esas bolsas de comida, era algo mucho más grande. La chica vestida con su camiseta de colores vivos y mascarilla diseñada por ella misma, dando la mano a la madre de 4 hijos, embarazada, que ha quedado sin trabajo por la cuarentena y lleva días sin comer. Allí entre los colores rojo, azul y blanco de la manta de la peña, el contraste con el bosque de pino y los niños desnutridos que aparecían de repente bajando del cerro, lo que se veía era la unión de los excluidos del campo y la ciudad, y la esperanza de que un pueblo así sale de la crisis que se venga.

Güiran: significa «pueblo», en lenca

Todo comenzó por una publicación en su perfil de Facebook, ahora son más de 200 voluntarios fabricando escudos faciales,  filtros de aislamiento, aeroboxes y un ventilador mecánico para respiración artificial en San Pedro Sula. El arquitecto Josué Castro escribió en su muro una invitación a sus colegas para construir el equipo médico de manera gratuita, ante las denuncias de que los hospitales estaban desabastecidos, cuando inició la emergencia por COVID-19 el 21 de marzo de este año. La crisis se aceleró, sobre todo en su ciudad. Castro, comenzó identificando quiénes en San Pedro Sula cuentan con una impresora 3D, identificó 51. Luego descargó una patente que una empresa internacional liberó en internet para construir los escudos. La iniciativa se volvió «viral» (ya no sé si esta sea la mejor palabra). Ahora ya no solo fabrican escudos o caretas de protección facial,  sino que también trabajan en la construcción de un ventilador mecánico para respiración artificial. A la iniciativa se unen médicos, ingenieros en mecatrónica y, de manera temporal, se suma la Universidad Tecnológica de Honduras (UTH) y la Universidad Tecnológica (UNITEC) que aún les apoya brindando un espacio para todo el trabajo.

«Han sido tres semanas intensas, esta es una iniciativa ciudadana y lo organizamos desde el whatsapp y las redes sociales», cuenta el arquitecto Castro, quien ahora ha trasladado todo a una página en facebook que se llama Güiran, el nombre que decidieron ponerle al grupo, una palabra en lenca que quiere decir “pueblo”, «porque es el pueblo el que se volcó a responder a la crisis, en este caso a los médicos y empleados de salud», explica. Castro cuenta que han donado 8000 escudos faciales, valorados en 80 lempiras cada uno, dos filtros de aislamiento (camillas especiales para transportar infectados), valorados en 20 000 lempiras cada uno,  tres cabinas de desinfección, valoradas en 30 000 lempiras cada una. De manera paralela a la fabricación de escudos faciales, se hicieron 60 aeroboxes que son cajas que los médicos utilizan en los quirófanos para entubar a los pacientes sin correr el riesgo de infectarse.

Güiran toma varios nombres en otras ciudades: Fuerza HN, Fuerza Copán, Respira Honduras. Ahora su gran proyecto es el ventilador que debe ser aprobado por los médicos, y cumplir con los estándares necesarios para ser usado en una sala de cuidados intensivos. En todo este trabajo y con toda la gente que se ha unido, cuenta Castro que no ha sido fácil conseguir los salvoconductos, conseguir insumos y transportarlos. A pesar de eso lo han podido hacer gracias a un grupo de voluntarios que creen en el proyecto. «En un principio la idea nace de que esto no debería responder a intereses gremiales, empresariales o políticos y con fines de lucro. Obviamente no podemos estar divorciados y les hemos facilitado escudos faciales a Copeco y ellos han validado los filtros, por ser ellos quienes mueven a los pacientes afectados. El ejército ha ayudado a través de la Fuerza Aérea para llevar y traer equipos de San Pedro Sula y Tegucigalpa, y hasta hemos trasladado una aerobox a La Mosquitia».

Pocas empresas se sumaron a la iniciativa, a pesar de ser San Pedro Sula «la capital industrial». Pero Castro asegura que este es un esfuerzo colectivo de muchos profesionales y empresarios, que no se sintieron cómodos quedándose solo en casa viendo la crisis por la televisión y las redes sociales.

Cuidado comunitario

La zona atlántica de Honduras es la más afectada por los contagios de COVID-19. Al inicio se hizo público el recorrido de la persona que habría llevado el virus al departamento de Colón, procedente de Estados Unidos.  Pero no solo los insultos y la paranoia salió con esto, muchas comunidades en esta zona del país, algunas del pueblo garífuna, han orientado su unidad comunitaria y saberes ancestrales para dar respuesta a la pandemia. 

Juana Esquivel, de la organización San Alonzo Rodríguez, de Tocoa, Colón, explica que a nivel comunitario la respuesta se ha basado en acciones solidarias de autocuidado. El valle del Aguán ha sido una de las zonas más conflictivas del país, por la disputa de tierras que ha provocado centenares de asesinatos en los cultivos de palma africana. La militarización se volvió su día a día, tras el repunte de los homicidios por el conflicto agrario en 2008. Con la emergencia sanitaria por la pandemia, la situación parece agudizarse. Las comunidades garífunas, por su parte, han sido las más golpeadas por el olvido de las autoridades e históricamente amenazadas por industrias turísticas y mineras. En 2019 fue el pueblo originario más golpeado por la violencia homicida.

«En comunidades campesinas, la gente ha tenido crisis principalmente por las restricciones de garantías para salir de sus comunidades a obtener aquellos productos que ellos consumen. La mayor parte de las comunidades tomó como medida inmediata restringir el ingreso y salidas de sus comunidades, pero poco a poco han ido creando ideas. Ahora tienen centros de control donde la gente se lava pies y manos antes de ingresar a la comunidad», explica Esquivel.

Algo que estas comunidades han priorizado es la organización para dar respuesta solidaria a las familias más vulnerables. Comparten los recursos, desde las remesas hasta el dinero de las juntas de agua. «Ha sido muy poco o nulo el apoyo que han tenido de las municipalidades y Copeco. Como parte de la corrupción que corroe estas instancias, han hecho un clientelismo político de la ayuda. Las comunidades semiurbanas o urbanas han sabido responder de mejor manera, ya que han podido sostenerse con la producción que va desde tener una gallina, huevos, reserva de maíz, entre otras. A diferencia de aquellas personas que jornalean, viven del día a día y deben pagar una renta», asegura Esquivel, y dice que son las comunidades garífunas las que han dado el ejemplo sobre tener consciencia del cuidado comunitario, identificar a los más vulnerables y compartir para no morir en el olvido de las autoridades.

Ilustración: Juan Pablo Cortés

Texto: Fernando Reyes

Durante este proceso obligatorio de autoaislamiento, de confinamiento, verse en soledad es quizás uno de los retos más grandes que nos ha tocado vivir como generación.

Se nos reta a probar y aguantar a nuestro propio ser, a reflexionar qué tanto amamos o, en definitiva, que tanto nos amamos a nosotros y nosotras mismas. El coronavirus nos ha traído un proceso de reflexión.

Cada quien lo vivirá de acuerdo a su nivel de conciencia, aunque nuestra Honduras nunca deja de recordarnos lo solitarios y desiguales que estamos.

Si por fortuna tenés una sensación de hogar, pese a este contexto, tu soledad es un privilegio innegable que debe trascender de aguantarse a tenerse, sobre todo si se piensa en los que necesitan un amparo porque viven en situación de calle.

No es fácil para nadie, pero justo cuando se siente que todo se va al carajo, este proceso de preparación —que nos ha traído este virus— corona nuestra soledad y nos pide abrazarnos, sin necesidad de tocarnos, justo en nuestro espacio personal, ahí justo en el corazón, para decirnos al oído: «esto también pasará».

La Leona, Tegucigalpa.

Texto: Fernando Silva

Fotografías: Martín Cálix

Avaros y egoístas, son los adjetivos que Juan Orlando Hernández utilizó para describir a empresarios de la industria de la salud que venden mascarillas —a precios más elevados de lo normal— durante la crisis por el COVID-19. Sin embargo, su llamado a la regulación de los precios dista de ser la realidad en las gestiones que su propio gobierno está realizando: compras sobrevaloradas, empresas opacas y adquisición de equipo inapropiado.

Un ejemplo de las irregularidades es que esta semana se dio a conocer una orden de compra por 88 millones de lempiras (3,5 millones de dólares), ejecutada por Inversiones Estratégicas de Honduras (Invest-H) para adquirir de la empresa Access Telecom equipo de bioseguridad. Access Telecom es una empresa ubicada en Estados Unidos con rubro principal en venta de celulares y accesorios electrónicos. En el documento público de esa orden de compra, se consta el nombre de Arturo Osmond Maduro Zelaya, de 50 años y sobrino del expresidente Ricardo Maduro. Sin embargo, Marco Bográn, director de Invest-H, aseguró después que había sido un error colocarlo como contacto en la orden de compra ya que «no tiene ninguna responsabilidad y no es parte de la empresa». Esta investigación revela que Arturo Maduro, sí ha estado vinculado con la empresa Access Telecom que, según denuncias de empresarios nacionales, habría sobrevalorado el precio de los implementos de bioseguridad hasta por un 100 %.

Dentro de la «carpa covid» en el Hospital Escuela Universitario, Felipa Cálix de 53 años desinfecta su una careta de plástico que forma parte de su equipo de bioseguridad para atender a los pacientes que son sospechosos de haber contraído Covid-19, Tegucigalpa, 16 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

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En una entrevista del 15 de abril, en el noticiero TN5, Bográn cuestionó a quienes preguntan sobre los procesos de compra que están llevando en Invest-H, a pesar de que desde su creación como unidad operativa del gobierno en 2005, nunca se habían dedicado a proyectos del rubro médico. Ahora tendrán que administrar aproximadamente 3700 millones de lempiras entre fondos nacionales y préstamos de organismos internacionales. «¿Cómo es posible que nos pregunten si estamos adquiriendo los insumos a tiempo y a buen precio?, en este momento en el mundo se está adquiriendo lo que se puede», aseguró Bográn, ante la ola de críticas que surgieron en redes sociales cuando publicaron las órdenes de compra que habían realizado, incluyendo el nombre de las empresas con las que habrían adquirido hospitales de aislamiento, ventiladores mecánicos y equipo de bioseguridad.

En apariencia, las ocho empresas involucradas en este proceso parecen no tener irregularidades. Sin embargo, en la compra de insumos de bioseguridad destinados a la Secretaría de Salud, aparece el apellido Maduro como contacto de la empresa Access Telecom, un apellido muy conocido en Honduras. Ricardo Maduro Joest fue presidente de la República entre 2002 y 2006, reconocido por la condonación de la deuda externa, que se logró en su mandato, y la aplicación de cuatro ajustes fiscales que buscaron «rescatar la economía» que se había hundido a raíz del huracán Mitch en 1998. Ahora, Arturo Maduro, un familiar cercano que asiste a todos los eventos sociales donde la familia del expresidente y empresario se presenta, fue el enlace para que Invest-H contactara a la empresa basada en Estados Unidos.

Bográn aseguró en una entrevista que «hubo una confusión, ya que la Secretaría de Salud pasó sus proveedores de insumos y entre ellos venía una empresa estadounidense que había contactado el señor Arturo Maduro, a quien quiero eximir de cualquier responsabilidad. Lastimosamente pensábamos que esta persona, que simplemente mandó el contacto de la empresa estadounidense que ofrece mascarillas, era parte de la empresa y no lo es. Públicamente quiero eximirle de esa responsabilidad, porque no tiene ningún cometido, el error fue nuestro en haber colocado el nombre de esta persona en la orden de compra». Sin embargo, la excusa del error tiene varias inconsistencias.

En primer lugar, el vínculo de Arturo Maduro con la empresa mencionada es mucho más fuerte que el de solo haber sido el contacto casual para ofrecer mascarillas. Según su sitio web y registros abiertos de compañías a nivel mundial, Access Telecom fue fundada en 1999 y su presidente actual es Abraham Benhamu. Su dirección es el local 82 de un edificio en la 97 avenida en el noreste de la ciudad de Miami, Florida. En ese mismo edificio, pero en el local 80 funcionó, de manera activa, entre 2015 y 2017 Distelsa LLC (Limited Liability Company), presidida por Arturo Maduro.

Sin embargo, el vínculo entre el familiar del expresidente y la empresa viene de antes de que compartieran edificio. El 10 de septiembre de 2014, Arturo Maduro participó como miembro del equipo de Access Telecom en la feria de tecnología CTIA en Las Vegas, Nevada y en 2005 inscribió en el registro público de El Salvador a la empresa Teleamerica (razón social de Access Telecom en Centroamérica). En Honduras, Arturo Maduro está relacionado con al menos diez empresas, una de ellas dedicada al comercio y distribución de celulares.

Por otro lado, Bográn describe que Access Telecom fue referida por la Secretaría de Salud como oferente de mascarillas, a pesar de que su rubro es muy diferente pues se dedican al comercio y distribución de celulares, tabletas digitales y accesorios electrónicos. Hasta el momento no hay información de que esta empresa realmente sea un proveedor de insumos médicos para el gobierno hondureño.

Pedro Barquero, presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Cortés, se refirió a esta compra como sobrevalorada. Aseguró que empresarios del norte del país cotizaron las mascarillas y guantes. Confirmaron que con esa misma compra desde China —sumándole los costos por envío y las ganancias—, se podrían vender las mascarillas a la mitad del precio reportado en la mencionada compra hecha a través de Access Telecom. «Esta orden de compra que suma 3,5 millones de dólares, se pudo haber vendido a la mitad en 1,7 millones de dólares. Imagínate cuánta gente se pudo haber alimentado, comprar medicina, cuánto equipo se pudo haber comprado», lamentó Barquero, en una entrevista en un programa de televisión.

Ante los señalamientos, Invest-H emitió un comunicado en el que asegura que todas las compras fueron realizadas en el marco de la ley y que los 62,8 millones de dólares ejecutados hasta el momento han estado bajo la observación del Fondo Nacional de Convergencia (Fonac) y la Asociación por una Sociedad más Justa (ASJ), dos organizaciones altamente cuestionadas por su actuar debido a su  afinidad con el gobierno de Juan Orlando Hernández.

Sin embargo, Carlos Hernández, director ejecutivo de la ASJ, niega que hayan participado en la veeduría de las compras realizadas por Invest-H y asegura que lo que han realizado hasta el momento es el «diseño de una estrategia para hacer un trabajo de veeduría y acompañamiento en los procesos que ellos van a hacer de aquí para adelante. Sin embargo, lo que nosotros le hemos pedido (a Invest-H) es que nos den toda la información que ellos tienen referente a las compras que han hecho, que son justamente respiradores y los hospitales móviles. Nos han provisto toda la información y nosotros con eso estamos generando un informe». Carlos Hernández dice que si hay una unidad del gobierno en la que se puede confiar es Invest-H porque es «uno de los mejores ejecutores del país, ya que es un híbrido entre lo privado y público». La confianza es mutua, pues los funcionarios del gobierno están descargando las preocupaciones de transparencia de la población en esta organización —ASJ—, que también funciona como capítulo en Honduras de Transparencia Internacional.

Por otro lado, Bográn señaló al Consejo Nacional Anticorrupción (CNA) como una institución que «se está aprovechando del amarillismo, para dar a entender que en Honduras estamos en una secuela de corrupción en medio de la pandemia». Según su página web, el CNA ha presentado 101 casos relacionados con corrupción estatal desde su fundación. El pasado viernes presentaron la investigación La corrupción en tiempos del COVID-19, donde por  medio del análisis  comparativo de los precios  establecidos en el portal de  transparencia de la Secretaría de Finanzas (SEFIN) y  los precios de mercado incluidos en el informe de compras de emergencia del Poder Judicial, identificaron una diferencia de 3,6 millones de lempiras en la compra de equipo de protección de su personal. Gabriela Castellanos, directora del CNA, publicó en su cuenta de Twitter que «mientras todos estamos encerrados en casa, en Honduras, los corruptos quedan en libertad: bienvenidos a la cuarentena de la impunidad».

En el baño móvil de la «carpa covid» del Hospital Escuela Universitario, un rótulo indica que es de uso exclusivo para el personal de la carpa, Tegucigalpa, 16 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

¿De dónde sale el dinero?

De acuerdo con el portal de transparencia de la Secretaría de Finanzas (SEFIN), el presupuesto utilizado para atender la emergencia hasta el momento es de 2949.1 millones de lempiras ($188,8 millones). La cifra corresponde a fondos del Presupuesto General de la República 2020 que se han reorientado para la emergencia. Estas medidas forman parte del decreto ejecutivo PCM-020-2020, publicado el 16 de marzo en La Gaceta, que detalla austeridad y contención del gasto en todas las instituciones del sector público. Esas medidas incluyen la reducción de todos los presupuestos que no pertenecen a salud, educación, energía, seguridad y defensa para obtener el 2 % del total aprobado para 2020.

Hugo Noé Pino, doctor en economía y miembro del Instituto de Investigación de Políticas Públicas (IIPP), asegura que lo preocupante de toda la aprobación de fondos para atender la pandemia y también para «impulsar la economía» después de la crisis, es que «el gobierno se maneja en forma muy poco transparente, porque anuncia un plan, pero no dice en qué se van a invertir las cosas ni la fuente de los recursos para que se pueda dar el seguimiento correspondiente».

Las inversiones más significativas durante la pandemia están a cargo de Invest-H, que se encarga de nueve proyectos de infraestructura vial con fondos de bancos internacionales, la Comisión Permanente de Contingencias (Copeco) que normalmente se encarga de situaciones de emergencia climática y la Secretaría de Salud, que se ha limitado a realizar compras de equipo de protección personal y medicamentos. Sin embargo, de ninguna institución queda claro el destino final de las adquisiciones.

El Hospital María ha sido uno de los centros seleccionados como centros de atención directa de la pandemia, y aquí se ha instalado una carpa de recepción a las personas que ingresan al centro hospitalario, donde se les toma la temperatura y se les hace un breve cuestionario verbal, Tegucigalpa, 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

De acuerdo con Hugo Noé Pino, se está recurriendo a estas instancias, que no tienen experiencia en este tipo de situaciones, porque que el gobierno mismo se ha encargado de «desmantelar» las instituciones del estado que sí tendrían esa experiencia. «Por ejemplo, uno de los problemas que yo miro es que Invest-H fue creado con el objetivo de hacer inversiones estratégicas y le pasaron todo el presupuesto que existía en el fondo vial. Yo no sé, hasta ahora, si tiene la capacidad operativa de dedicarse a todos los otros proyectos que tenía en carreteras y ahora simultáneamente dedicarse a la pandemia».

De igual forma, la doctora Ligia Ramos, miembro del Colegio Médico de Honduras (CMH), asegura que «quien debería rectorar cómo le estamos haciendo frente a la pandemia debería de ser la Secretaria de Salud, ya que por ley es la Secretaría que lleva ese mandato. Estas instituciones deberían ser un apéndice solo para dar un poco de ayuda. No deberían estar teniendo control de las decisiones, de las publicaciones ni de todo lo que conlleva insumos médicos para hospitales, ni estrategias ni nada de eso».

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Integrantes del Foro Social de la Deuda externa y Desarrollo de Honduras (Fosdeh) y otros miembros de la sociedad civil, denunciaron esta semana en sus redes sociales que Copeco había comprado televisores, cafeteras, dispensadores de agua y otros equipos con precios sobrevalorados. La denuncia se hizo basada en la información publicada en la página web que la Secretaría de Finanzas habilitó para la transparencia de los fondos ejecutados. Sin embargo, autoridades del Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (Sinager) aseguraron que lo presentado en el portal solo eran precios de referencia y que aún no han comprado el producto.

Ante las negativas sobre la existencia de gastos sobrevalorados, la Secretaría de Finanzas emitió un comunicado en el que señalan que «la ejecución real presentada en el sitio web de la Secretaría de Finanzas fue proporcionada directamente por Copeco y las demás instituciones ejecutoras. Por lo tanto, de existir discrepancias en los datos proporcionados la responsabilidad de ello es totalmente de cada institución». Todo este enredo condujo a que el Tribunal Superior de Cuentas y el Ministerio Público iniciarán procesos de investigación al personal de Copeco. Además, salió a la luz pública un oficio de la Secretaría de la Presidencia en el que se ordenó la suspensión del titular de la dirección administrativa de la institución, Cristian Elías Santelli.

El doctor José Padilla de 32 años desinfecta la entrada a la «carpa covid» en el Hospital Escuela Universitario, esta carpa únicamente sirve para la identificación primaria de los posibles casos positivos por coronavirus, luego son remitidos a los centros de atención de la emergencia, Tegucigalpa, 16 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Además de su cargo en Copeco, Cristian Santelli funge desde 2015 como representante legal de la organización  no gubernamental de desarrollo, denominada Asociación Vivienda Benéfica Hondureña (Vibeh). Entre 2015 y 2019, esa organización recibió un aproximado de 19,6 millones de lempiras como parte de cinco convenios firmados con la Secretaría de Desarrollo e Inclusión Social para la construcción de techos, letrinas y pisos del programa Vida Mejor —un programa asistencialista del gobierno que ha sido señalado por servir para proselitismo político y por actos de corrupción que involucra a fundaciones que pertenecen a la familia del presidente Hernández con la que han recibido más de tres mil millones de lempiras—.  A pesar de manejar millones de lempiras, Vida Mejor no cuenta con página web y su portal en Facebook apenas tiene una publicación.

Lea más en el reportaje Los expedientes perdidos de la primera dama

Santelli fue el encargado de aprobar una compra por 2,3 millones de lempiras a la empresa GNM Corporación, que incluía camas unipersonales, televisores de 32 pulgadas, lavadoras y secadoras, entre otros artículos que supuestamente servirían para los pacientes aislados por el COVID-19. En un comunicado, Copeco publicó las facturas de cada empresa, incluyendo la de GNM, y aunque los rangos de precio parecen normales, una búsqueda un poco más exhaustiva muestra otras irregularidades. El número de teléfono de la empresa no parece funcionar. Al llamar a la empresa contigua que aparece en la dirección de la factura, el encargado dice que lo que hay en el lugar indicado es una bodega de dónde sacan bolsas cada cierto tiempo. El hombre, con asombro en su voz, no cree que allí se encarguen de vender electrodomésticos y asegura que las oficinas de los encargados se ubican en otro lugar por lo que es casi imposible contactarlos.

Un empleado de limpieza vestido con equipo de bioseguridad y una bomba de desinfección rocía una mezcla de agua, detergente y cloro en los pies de las personas que ingresan al Hospital Escuela Universitario, Tegucigalpa, 14 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Sobre las compras efectuadas por Copeco, Carlos Hernández de ASJ dice que tampoco han hecho algún proceso de veeduría, aunque ya se han acercado a los titulares de la institución para iniciar el acompañamiento. «La condición nuestra para hacer un trabajo de veeduría a partir de ahora, es que nos puedan proveer toda la información de lo que han comprado en el marco de la emergencia. Ya en la primera reunión que tuvimos con ellos se les dijo que necesitamos la información, si no dan la información, toda la información, lo vamos a decir y no vamos a acompañar el proceso de veeduría», asegura.

Sobre este acompañamiento, Ligia Ramos asegura que deberían ser otras instituciones las encargadas de fiscalizar el proceso. «Ellos se han vuelto parte de todo lo que hace el gobierno, ellos más bien han acompañado al gobierno en un montón de cosas que no están correctas, entonces no creo que tenga moral para decir lo que dicen. No cuentan con la credibilidad de la población y yo no creo en ellos y en vez de ayudar a que se mejorará el sistema de salud han sido cómplices de lo que ha venido ocurriendo», asegura.

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Ante las denuncias de corrupción el presidente Hernández en una conferencia de prensa, el 14 de abril, aseguró que «no vamos a permitir que un malnacido venga y abuse de los recursos del pueblo hondureño». Mientras tanto los funcionarios de gobierno siguen mintiendo y las influencias construidas en ocho años de gobierno siguen evidenciándose.

El gobierno de Juan Orlando Hernández —reelegido de manera inconstitucional en 2017—, inició a finales de marzo la operación Honduras Solidaria frente a la emergencia por #COVID19. En esta campaña, supuestamente, llevarán 800 000 raciones de alimentos a 3,2 millones de personas en toda Honduras. Sin embargo, cada día surgen más denuncias acerca del producto distribuido y el presupuesto, en sus dos modelos de ejecución, no queda claro ni para las autoridades del Foro Nacional de Convergencia (FONAC), institución a la que el gobierno encargó la veeduría del proyecto. El Progreso, Yoro, es uno de los municipios beneficiados con una transferencia gubernamental de 8 millones 460 mil lempiras, que según el gobierno central deberá representar un total de 16 mil 920 raciones, para igual número de hogares. Según datos de la municipalidad esa cifra sólo abarca poco menos del 15 por ciento de la población en el municipio. La gente ha salido a las calles a protestar desesperada por el hambre, la respuesta gubernamental ha sido represión con gas lacrimógeno. Vean el reporte completo del estallido social que se va generando en el interior del país.

Un reporte de Deiby Yánez para Contracorriente.

En Honduras, diversas iniciativas ciudadanas han desnudado actos de corrupción en el manejo de alrededor de 2 mil millones de lempiras de presupuesto ejecutado para enfrentar la emergencia por #COVID19. Los fondos ejecutados presentan irregularidades como sobrevaloración de bienes e incumplimientos a la ley de contratación del Estado al haber proveedores con vínculos familiares con funcionarios. Ante las denuncias ciudadanas, el Estado se defiende aduciendo que es un error de subida de datos. El abogado y catedrático universitario Ramón Barrios ha identificado un grupo de personas, nuevos empresarios con vínculos políticos, que se están beneficiando de la crisis, aquí lo entrevistamos:

La primera línea. Las que siguen llegando a su puesto de trabajo, puntuales, el ejército —el otro ejército— compuesto de mujeres y algunos hombres que ejercen dos labores vitales: enfermería y aseo.

Esta semana, en el departamento de Cortés se reportaron 70 enfermeras auxiliares en aislamiento, bajo sospecha de haber contraído COVID-19 en el ejercicio de su profesión. Cortés es el departamento con mayor índice de contagios: 320 de los 457 casos en total, para la cuarta semana de emergencia por la pandemia en Honduras. Josué Orellana, presidente de la Asociación Nacional de Enfermeros Auxiliares de Honduras (ANEEAH) confirma que al menos 11 casos han dado positivos. Una de las enfermeras se encuentra en la unidad de cuidados intensivos del Instituto Hondureño de Seguridad Social en la ciudad San Pedro Sula. Sí, 10 casos positivos de la primera línea.

«Forman parte de la primera línea», así se ha referido a ellas el presidente del país. El presidente que ha intentado imponer, a través del miedo y no a través de información eficaz, que las personas pobres se queden en casa para evitar enfermarse por COVID-19, aunque no sepan cómo hacerlo, aunque no tengan condiciones para hacerlo. Los primeros días fueron los días de mayor incertidumbre. El cómo llegar, el cómo volver, eran preguntas que apenas se hacían y que no sabían responder. Esquivaban retenes desde sus barrios hasta sus puestos de trabajo. Ahora, en algunos casos tienen transporte con salvoconducto que les permite circular.

Muchas tienen miedo, un miedo con el que han vivido durante años: el miedo de enfermarse porque sus trabajos las ponen en riesgo, un riesgo real, no metafórico. Ese miedo que han experimentado desde que iniciaron en sus puestos —no por coronavirus, sino por enfermar de cualquier cosa—, las ha acompañado y se ha enraizado tanto en sus vidas que están en los hospitales a pesar de eso. También porque en la mayoría de los casos, de ellas dependen sus familias, que se han quedado sin trabajos porque la pandemia lo mandó todo a una especie de zona de espera, todo excepto el hambre.

Yessi Flores de 39 años, es auxiliar de enfermería en el Hospital María. Yessi es madre soltera de 5 hijos (6, 8, 13, 17, 20), ella y su familia también elaboran flores para eventos: bodas, cumpleaños, y decoración de iglesias. Tegucigalpa, 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Ana Ruth Corea de de 27 años, vive en la colonia Campo Cielo y trabaja para una empresa que facilita el servicio de aseo en el Hospital Escuela Universitario. Ana es madre soltera de una niña de 8 años y un niño de 4 años. Además de sus hijos, su padre de 62 y su madre de 58 dependen también del salario mínimo que gana, limpiando en el principal hospital público del país. Tegucigalpa, 16 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Abigail Rubio de 25 años, vive en la colonia Altos de El Paraíso y trabaja como aseadora en el Hospital María. Abigail es madre soltera de 2 hijos de 5 años y 16 meses. Su madre de 64 y su hermano de 23, también dependen de ella en este momento. Tegucigalpa, 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Abigail Rosado de 61 años, vive en Residencial Plaza, tiene 3 nietos y es madre de 4 hijos. Abigail es enfermera en el Hospital Escuela Universitario. En esta fotografía, hace «turno A» en la carpa de recepción frente al portón 1 de entrada al centro hospitalario. Su trabajo consiste en hacer un breve cuestionario a las personas que ingresan al hospital y hacer toma de temperatura para detectar posibles casos de COVID-19. Tegucigalpa, 16 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Sonia Martínez de 50 años, madre de 2 hijos y enfermera en el Hospital Escuela Universitario. Para poder llegar a trabajar, desde su casa en el municipio de Ojojona, ha tenido que recurrir a la ayuda de una compañera de trabajo para poder movilizarse hasta el hospital. Durante los primeros días del toque de queda, Sonia tuvo que pedir aventón en la orilla de la carretera. En esta fotografía, Sonia está en la carpa de recepción frente al portón 1 del HEU, donde toma la temperatura y hace un breve cuestionario verbal a quienes ingresan al hospital, con el objetivo de detectar posibles casos de COVID-19. Tegucigalpa, 16 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Felipa Cálix de 53 años, vive en Aldea Loarque en la salida al sur de la ciudad. Tiene un hijo de 34 años, una hija de 18 años, y su esposo de 60 años. Debido a la crisis sanitaria actual, al toque de queda y la cuarentena, toda su familia depende de ella que es la única que sale a trabajar. En esta fotografía, Felipa está en la «carpa COVID», un espacio habilitado en el HEU para realizar atención primaria a las personas detectadas como posibles casos de COVID-19. Su labor es ayudar al médico de turno en el cuidado de las personas que luego serán remitidas a los centros de atención de la emergencia. Tegucigalpa, 16 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Brenda Sánchez de 29 años, es supervisora de aseo en el Hospital María. Brenda es madre de 2 niñas de 13 años con 3 meses y un niño de 8 años. Su pareja de 28 años es oficial de seguridad en una empresa de seguridad privada. Tegucigalpa, 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Mariane García de 32 años, es licenciada en enfermería y trabaja en consulta externa y estabilización del Hospital María. Mariane vive sola, sin pareja, sin hijos. Tegucigalpa, 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Isis Gabriela Matamoros de 26 años, vive con su pareja de 23 años y su hijo de 8 años, quienes ahora mismo dependen de ella que es la única que trabaja. Es supervisora de aseo en el Hospital María. Tegucigalpa, 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Pamela Ávila de 40 años vive en La Laguna, una colonia en la salida a Olancho. Es madre soltera de una niña de 9 años. Pamela es hija de una enfermera y hermana de enfermeros. En su casa, además, vive su madre de 69 años. En esta fotografía, Pamela está en la carpa de recepción del portón 3 del HEU. Su trabajo consiste en hacer un breve cuestionario verbal y tomar la temperatura a quienes entran al centro hospitalario, esto para intentar identificar posibles casos positivos de COVID-19. Tegucigalpa, 14 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Mirian Sánchez de 47 años, es madre soltera una adolescente de 15 años y un adolescente de 18 años. Mirian trabaja como enfermera en el HEU, en la sala de emergencia de pediatría. Tegucigalpa, 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Jessica Cerrato de 48 años, es madre de un chico de 21 años y dos chicas de 19 y 18 años. Ella y su familia viven en Barrio Lempira. Jessica trabaja como enfermera en el HEU en la sala de emergencia de pediatría. Tegucigalpa, 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Ingrid Suazo de 47 años, es enfermera en el Hospital María. Es madre de chicas de 18 y 10 años. El día de esta fotografía, se cumplía el noveno mes de fallecimiento de su esposo. Tegucigalpa, 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Abigail Méndez de 24 años es oficial de atención al paciente en el Hospital María, ella vive en la colonia Altos de La Primavera con su padre de 57 años, su madre de 52 y su hermano de 21, debido a la crisis sanitaria actual provocada por la expansión del Covid-19 su familia depende toda de ella. Esta fotografía fue realizada en la carpa de recepción donde ella toma la temperatura y realiza un breve cuestionario verbal a quienes ingresan al hospital con la intención de identificar posibles casos positivos de Covid-19, Tegucigalpa, 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Yeni Rodríguez de 36 años, vive la colonia Los Pinos, con su esposo de 38 años, quien es comerciante individual y que durante la crisis provocada por la llegada al país del COVID-19 ha trabajado esporádicamente. En esta fotografía, Yeni está dentro de la carpa de recepción del Hospital María, donde ella trabaja identificado posibles casos positivos de COVID-19. Les toma la temperatura y les realiza un pequeño test verbal. Tegucigalpa, 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Criselda Rivera tiene 39 años. Es madre de dos chicos de 23 y 20 años y dos chicas de 22 y 11 años. Su esposo de 43 años, trabaja como maestro constructor, pero durante la crisis sanitaria actual no ha podido trabajar, razón por la que todo el peso de la familia ha recaído sobre Criselda. Esta fotografía, fue realizada en el interior de la carpa de recepción, donde Criselda toma la temperatura y realiza un breve test verbal a quienes ingresan al hospital como posibles casos positivos por COVID-19. Tegucigalpa 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Lelys Cárdenas tiene 58 años. Es licenciada en enfermería, madre de dos hijos de 22 y 19 años. Su pareja de 62 años ahora es un trabajador jubilado, ella y su familia viven en la colonia Prados Universitarios. En esta fotografía, Lelys está dentro del área de niños pacientes enfermos de dengue, donde trabaja atendiendo a los enfermos del virus. Tegucigalpa, 16 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Maleny Velásquez tiene 28 años. Es madre de dos niñas de 12 y 6 años, vive junto a su padre de 55 años, su madre de 43 años y su esposo de 27 años. El esposo de Maleny es repartidor para la empresa de delivery, Glovo, y durante la actual crisis no ha dejado de trabajar, pero asegura que la empresa no le ha pagado. Maleny trabaja como aseadora en el Hospital María. Tegucigalpa 15 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.


La población hondureña cumple aproximadamente cinco semanas de confinamiento a causa de la pandemia por COVID-19. A pesar de un toque de queda, absoluto para algunas ciudades, que supone restricciones al uso del espacio público y con ello la reducción de las actividades económicas formales e informales de las que se nutre la extorsión, hay diferentes opiniones y percepciones acerca de las actividades criminales durante la pandemia. De acuerdo a fuentes oficiales, las organizaciones delictivas han continuado operando de manera rutinaria para adaptarse a la coyuntura y continuar con la extracción de recursos a la población y el comercio. Otras fuentes señalan que la reducción de la actividad económica también afecta la generación de recursos que ofrece la extorsión y otras actividades ilícitas.

Honduras es uno de los países más pobres y violentos de Latinoamérica y también  uno de los más desiguales, de ese contexto emergen diversas formas de criminalidad. La extorsión y el sicariato son dos de las actividades ilícitas con mayor impacto en esta sociedad, por su efecto en la economía de las personas y por la pérdida de vidas, según datos recopilados por la Secretaría de Seguridad.

Cada seis horas se detecta un nuevo caso de extorsión que en algunos casos termina con el asesinato de las víctimas de ese delito, especialmente comerciantes y transportistas, según la Mesa temática de criminalidad y la Fuerza Nacional Antiextorsión (FNA), quienes agregan que el sector transporte paga aproximadamente 540 millones de lempiras anuales por extorsión.

El oficial de comunicaciones de la regional de Tegucigalpa de la Fuerza Nacional Antimaras y Pandillas (FNAMP), Mario Fu, asegura que las maras y pandillas se han visto acorraladas ante la crisis sanitaria generada por el COVID-19. Por esa razón, Fu afirma que esos grupos han tratado de cambiar la mecánica criminal para agenciarse de recursos y tratar de subsistir. 

Uno de los «golpes al crimen organizado» más publicitado por la FNAMP, fue la detención de dos supuestos empleados del sector salud que transportaban marihuana en una ambulancia durante el toque de queda el pasado 7 de abril. «También en Comayagua se le dio captura a cinco miembros de una estructura criminal que transportaba varios paquetes de supuesta droga en una llanta de vehículo», afirmó Fu. 

Si bien el mercado ilícito de drogas no parece estar interrumpido por la pandemia, la extorsión está siendo impactada de mayor forma por los efectos de la cuarentena en la economía. Victor Aguilar, presidente de la Asociación de Taxistas de Honduras (Ataxis), asegura que actualmente no han estado pagando extorsión. «Ellos [las pandillas] saben que no hay entrada de dinero y es imposible que uno pueda pagar. No hay dinero ni para tomarnos una bolsa de agua peor para pagar extorsión o cualquier otro impuesto, así que sería el colmo que nos hostiguen por eso ahora», asegura Aguilar, y explica que, desde que inició el confinamiento, no han recibido ningún tipo de amenazas por parte de las maras o pandillas que usualmente les cobran extorsión. 

Por su parte, Carlos Sierra, representante del Centro de Investigación y Promoción de los Derechos Humanos (CIPRODEH), asegura que no se puede evidenciar que la extorsión ha bajado, pero sí las denuncias por extorsión, ya que muchas de las actividades de los cuerpos policiales del país se han concentrado en apoyo de la emergencia nacional y se encuentran cerradas varias instancias donde se realizan las denuncias.

El posible indulto por pago de extorsión no es algo que solo estaría ocurriendo en Honduras. El 26 de marzo una noticia de El Periódico de Guatemala daba a conocer que «los comerciantes de la colonia Kennedy, en la zona 18, señalaron que los dos grupos de pandilleros que los extorsionan en el mercado local, perdonarán el cobro ilegal por una semana, a causa de las ventas irregulares por el estado de emergencia ante el COVID-19. “Solo por una semana” advirtieron».

En El Salvador, la pandemia también modificó las prácticas de control de las pandillas y la extorsión. «Por disposiciones oficiales de las pandillas» se ha determinado que es difícil cobrar la extorsión en medio de la paralización económica que vive el país. Además, las pandillas han impuesto sus propios toques de queda en los barrios. De acuerdo a Juan Martínez, antropólogo especialista en temas de pandillas y violencia social en Centroamérica, la vulnerabilidad social en que los miembros de las pandillas viven podría ser una razón para para hacer valer el toque de queda en sus territorios. «“Mira, Juan, no queremos que esto se expanda. Si nos toca llegar a un hospital y necesitamos un respirador no se lo quitarán a una persona de la colonia Escalón (una colonia de buen estatus económico en El Salvador)”. Lo que me quería decir es, que no desconectarán a un rico para conectar a un pandillero o a alguien de nuestras comunidades», cuenta a Contracorriente el antropólogo salvadoreño.

Martínez explica que los más interesados en que se reanude nuevamente el comercio y la vida normal son las pandillas, ya que la economía formal y la economía criminal están sumamente vinculadas. En el tema de la extorsión se puede ver muy claro, porque esta depende de la actividad comercial, si no hay comercio activo, no hay cobro de extorsión. 

Cuando la crisis del COVID-19 se normalice, ¿qué pasará con los índices de violencia? «En Honduras lamento vaticinar —exactamente en Cortés— una crisis de violencia en los meses que nos vienen ante el desmorone del Estado de derecho en esa zona. Estos grupos criminales recuperan su papel protagónico, porque en Honduras se viene arrastrando una crisis política con un gobierno que no es legítimo ni reconocido. Ya existían manifestaciones de descontento muy fuertes. Hay una institucionalidad muy frágil, sobre todo en San Pedro Sula, y en este departamento hay más agilidad social para hacer cosas como los saqueos», explica Martínez.

Cortés es el departamento más golpeado por la pandemia, acumula el 78 % de los casos confirmados y ya ha entrado en fase cuatro de contagio. Las expresiones de desesperación por el hambre, la incertidumbre y la falta de acceso a la salud, han ido escalando hasta llegar al cierre de calles, protestas, el incendio de un vehículo y el intento de saqueo de algunos almacenes, sobre todo en la ciudad de Choloma. 

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Los cambios que la pandemia produzca en la dinámica violenta y criminal podrán ser de corto plazo en lo relacionado con el el cierre del espacio público y la disminución de la economía formal e informal, el largo plazo depende de las políticas de seguridad y combate al crimen que el Estado no va a cambiar enmedio de la emergencia. En Honduras, la pandemia COVID-19 se suma a la larga lista de precariedades que la población enfrenta día a día y a las que adapta frente a la incapacidad de las instituciones de minimizar el impacto de la mejor manera. Las dinámicas criminales son adaptativas también, especialmente cuando tampoco ha habido una respuesta institucional orientada a superar el problema.

Desde que era niño comencé a cuestionar muchas cosas en torno a mi vida. Me preguntaba por qué tenía que ser como soy y por qué tenía que sufrir por eso. Yo era de uno de esos niños al que desde lejos «se le miraba el gran arcoíris» y a mis maestros esto no les gustaba, por eso en la escuela sufrí de bullying. Cuando era la hora de los juegos tradicionales yo tenía que esconderme, porque en el mundo «normal» hay roles que ya están definidos para quienes son niñas y para quienes son niños, y eso creaba una gran contradicción en mí. Se me hacía muy difícil poder conducirme en este mundo que parecía no estar programado para la gente como yo.

Cuando miraba la televisión junto a mi familia y surgía algún tema relacionado con la homosexualidad, mi mamá comenzaba a hablar muchas cosas que hacían que yo no pudiera exteriorizar lo que pensaba, decirles lo que sentía y comunicarles, de manera abierta, quien era en realidad. Cuando llegó mi adolescencia, empecé a sentir atracción física, sexual y emocional por niños que eran de mi mismo sexo. Por supuesto, que no era algo que podía expresar con la libertad que quería. 

Si fuera posible, yo no querría regresar jamás a los años en los que estuve en el colegio, porque estuvieron llenos de muchas dificultades. Junto a otras compañeras y compañeros sufrimos por ser gays y lesbianas. En realidad, yo siempre defendí lo que creía que era justo, pero a los docentes y autoridades del instituto no les gustaba la manera en que yo hablaba, ni cómo me vestía, me comportaba, me peinaba, en fin. Ejercieron una violencia permanente. 

Salí del closet a los 15 años. Tuve que enfrentarme a mi madre y decirle que yo era una persona que tenía una orientación sexual diferente a la tradicional. Mi mamá nunca me rechazó, pero ella estaba llena de confusiones. Era duro llegar a casa y que no me saludara, que no me preguntara si tenía hambre para cocinarme (como usualmente lo hacía). Y es que mi mamá no entendía nada, no sabía cómo reaccionar frente a esto. Trabajé en sensibilizarla y hacerle saber que ella siempre iba a seguir siendo mi madre, de que muchas cosas habían cambiado, que a partir de ese momento ya no era su hijo, sino que su hija. Todo eso ha sido un proceso que hemos tenido que trabajar mano a mano. 

Los 18 años para mí significaron un portal hacia la libertad. Empezó mi transición: yo tenía una mochila que permanecía con un candadito, en ella cargaba con mi ropa femenina porque ya empezaba a identificarme con quien era, me gustaba todo lo que —me habían enseñado— caracterizaba a una mujer.  Cuando me iba de fiesta me arreglaba muy bonita, pero lo hacía fuera de casa porque mi madre no sabía que «Kendra» ya existía, entonces lo hacía en casa de mis vecinas o amigas.

Yo nunca quise lastimar a mi papá y a mi mamá. En una ocasión mi mamá se desmayó en mis brazos. Uno de mis hermanos le dijo que me habían visto vestida de mujer, esto la impactó demasiado. Con muchísimo dolor tuve que enfrentarme a ella y decirle que en realidad no era yo quien le estaba causando tanto dolor, sino que eran las personas malintencionadas que pronunciaban esos comentarios transfóbicos, que tenían como objetivo hacerme quedar mal ante ella y denigrarme como persona. Yo no hacia nada malo, simplemente merecía verme como sentía que era.

Llegó el momento en el que pensé que tenía que elegir mi nuevo nombre, el que yo quería y cómo quería que me llamaran. El primer nombre que elegí fue Clarisa, pero luego decidí ponerme Kendra en honor al personaje de una serie que me gustaba mucho y con la que me sentía identificada. Me gusta que la gente me llame por este nombre, porque es la identidad que he elegido y es la que me hace sentir bien, respetada y como el ser humano que soy. 

Un día tuve una pelea muy fuerte con uno de mis hermanos. No hubo golpes, pero sí muchas palabras de ofensa y humillación. Decidí marcharme de casa. Yo tenía 20 años. Recibí la llamada de mi madre y fue ese día cuando me dolieron, más que nunca, sus palabras. Me dijo que nunca regresara, que me olvidara de ella y que no anduviera rondándola. Ambas lloramos —aún lloro al recordarlo— y esa fue la primera vez en que me sentí completamente sola. En medio del profundo dolor que sentía, decidí asumirlo. Fui siempre muy apegada a ella. 

Pero no todo en este camino ha sido sufrimiento y oscuridad. Entré en una etapa muy bonita: decidí ser la persona que quería. Pasó el tiempo, fui a casa a buscar a mi madre y a hablar con ella. Regresé a mi hogar. 

Un día le dije a mi mamá que lo sentía, pero que esta vez yo iba a ser tal como era, dentro de mi casa: decidí ponerme guapa y ella logró entenderme. En el caso de mi padre, él solo me miró ir en el camino, nunca me dijo nada, nunca me golpeó ni discriminó. A pesar de eso, en él y en los hombres de mi familia el trabajo todavía no se termina. Para ellos aun siendo Kendra (la mujer que soy), no soy así. Sé que es producto del machismo que todavía tienen. Los hombres tradicionales, en este sistema patriarcal, no dirán abiertamente que tiene una hermana o una hija trans.

A mis 21 años empecé el proceso de hormonización. Quería un cuerpo con formas femeninas. Este es un momento muy importante en mi vida porque significaba sentirme cómoda con mi cuerpo. Empecé a investigar qué hormona podría ser efectiva para mí. Fue duro porque sentía cosas horribles en mi cuerpo: se me ponían los labios y uñas moradas, por ejemplo. En lo personal y con base en mi experiencia, no recomiendo este tipo de tratamientos. No es por egoísmo, sé que cada cuerpo reacciona de distintas formas, pero en mi caso fue un proceso doloroso, porque en realidad esa carga hormonal no era parte de mi organismo. A pesar de todo, desde ese momento empiezo a ponerme más bonita. 

Ya no sueño con tener grandes tetas ni un gran trasero, el tema del maquillaje ya no es para mí. Me gusta ir al gimnasio para mantenerme en forma y saludable porque me gusta cuidarme. Todo esto lo he ido aprendiendo en el movimiento feminista. Junto a otras amigas, hace algunos años, creamos el primer grupo de mujeres trans y mujeres lesbianas feministas. Yo empecé a deconstruir cosas que había construido. La identidad de género me decía que lo tenía que hacer: el pelo largo, el maquillaje, en fin. Pero poco a poco fui deconstruyendo esos patrones. No voy a negar que soy una mujer muy apasionada, sexy, me gusta vestirme bien y que se sienta mi presencia cuando llego a un lugar. 

Hay personas que me han dicho que soy el diablo en vivo, que yo le hago mal a las personas por ser transexual. Pero lo primordial para mí es que mi madre me vea como su hija. Ella se siente muy orgullosa de quien soy, me quiere, me respeta, incluso ha conocido a mis parejas. 

Actualmente vivo con mi familia: mi mamá, mi papá y mis hermanos (yo soy la menor de los cuatro). Trabajo en Médicos sin fronteras, tengo 31 años y decidí llamarme Kendra Stefani Jordany. También, desde diferentes espacios, trabajo por resaltar y visibilizar las luchas de las mujeres trans. Esto nos compete a todos y todas. Jamás he pedido que me acepten, yo pido respeto porque las personas diversas no andamos diciendo que aceptamos a los heterosexuales, porque no va de eso. Soy una mujer feliz, plena, llena de sueños. Soy quien siempre quise ser, quien decidí ser.  

Break in peace

Texto: Juan Carlos Enamorado «JC Rock»

Ilustración: Kelvin Enamorado «Shino Rock»

El sentimiento de soledad solo es tapado por un nudo terrible de agonía y nostalgia. La soledad, en gran medida, es una compañera fiel que nos permite ver hacia adentro y —cuando el subconsciente lo permite— cuestionar nuestro entorno. Hoy puede ser uno de esos momentos que me ha permitido cuestionar mi deprimente realidad.

Ayer me enteré del asesinato de un joven que respondía al nombre de Felipe Hernández. No fue otra muerte más de las muchas que acontecen en San Pedro Sula, siento que fue diferente porque sucedió en plena emergencia mundial por COVID-19. En San Pedro Sula tenemos un toque de queda absoluto. El día que asesinaron a Felipe, era el día que a él le tocaba circular —según las disposiciones del gobierno en la emergencia—. Estaba en el famosísimo Maheco (punto de buses y transporte público de todo tipo), donde decidió vender almuerzos a sesenta lempiras para conseguir un poco de dinero y así sobrellevar la cuarentena. Solo pasaron dos horas de haber publicado en sus redes sociales el anuncio de su venta, cuando llegaron a asaltarlo y matarlo. 

Esto solo nos recuerda, una vez más, la triste y cruel realidad que vivimos: un círculo de injusticia social que lejos de motivar a la juventud a seguir adelante, la orilla a tomar decisiones poco acertadas. Estas decisiones son impuestas por el estigma y discriminación social. Muchos jóvenes son obligados, por la presión de su entorno, a ejecutar aquello que durante tanto tiempo se les dice: «los jóvenes son delincuentes, ladrones, drogadictos». Me atrevo a decir que a Felipe lo mató otro joven que fue vulnerado en su vida, esto lo llevó a hacer realidad lo que por tantos años la sociedad le dijo que era: un asesino. 

Felipe era un joven con mucho talento, conocido en la primera generación de Skateboarding de San Pedro Sula. Ya no estaba activo compitiendo en los diferentes eventos desarrollados a lo largo del año, pero siempre estaba pendiente de qué sucedía y de cómo apoyar. Compartía artes para promocionar los eventos o donaba aportaciones económicas para los premios de los torneos que el Club de Skater de San Pedro Sula organiza de manera local.

Él tenía una aparente vida normal: trabajaba en una joyería y tenía su novia a quien amó hasta sus últimos suspiros. Tenía muchas ganas de triunfar en esta vida, siempre le miraba el lado positivo a la realidad que vivía a diario. Tuve el privilegio de verlo en un par de eventos y torneos que realizamos con la ONGD «Warriors Zulu Nación Honduras» y ahora su muerte me recuerda la injusticia también cometida contra Yovin Villanueva conocido como «Ross One» bailarín profesional de Breaking  y otros jóvenes del país asesinados, con los que compartí en algún momento la  pasión por las artes y deportes extremos.

Este hecho no representa una muerte más para las estadísticas, representa la iniquidad que sucede, más seguido de lo que uno se puede imaginar. Siempre se dice que la víctima tiene la culpa, que lo mataron por algo: «en algo malo andaba ese “wirro”». Pero qué tal si aceptamos la terrible realidad que negamos como sociedad: no necesitamos estar en algo negativo para que el verdugo de la injusticia acabe con nuestra luz. En un análisis realizado para el periodo de 2019-2020 con el equipo de Warriors, contabilizamos al menos nueve jóvenes asesinados en el país, todos formaban parte de la comunidad de atletas y artistas.

Yo que llevo once años en este rubro de la gestión cultural urbana —gestionando espacios recreativos y sanos para la juventud excluida socialmente— he sido estigmatizado por el simple hecho de ser joven e incursionar en el mundo de las artes y deportes extremos del país, por trabajar con jóvenes vulnerados en comunidades de alto riesgo, principalmente . He vivido en ciertas comunidades vulneradas y he podido notar que muchos jóvenes buscan otras opciones para poder resaltar y ser un ciudadano de bien, pero se necesita comprensión, apoyo moral y motivación para lograr lo que se proponen.

Sin embargo, ¿qué hacemos como sociedad para finalizar de una vez por todas esta cadena de violencia cargada de indiferencias, corrupción, apatía, individualismo y conformismo?, ¿cuántos jóvenes más serán asesinados así como Felipe?, ¿acaso es necesario que un amigo o familiar sufra este golpe? Sabemos lo difícil que es ser joven en este país, todas las trabas que se presentan en muchos espacios, incluso por el hecho de residir en comunidades vulneradas.

Hoy la comunidad de Skateboarding de Honduras lamenta esta terrible injusticia, y me permito escribir estos pensamientos en voz alta para cuestionarte a vos que lees esto, motivarte a que juntos aprendamos a leer nuestro contexto y buscar acciones que parecerán pequeñas, pero que generarán grandes cambios. Iniciemos desde nuestro entorno y contagiemos a más personas para lograr un cambio. Ya basta con justificar nuestra miseria y desgracia social, debemos de tomar cartas en el asunto.

Texto: Otto Argueta

Portada: Jimmy Girón

La pandemia del COVID-19 ha llevado a que la mayoría de los Estados dispongan una serie de restricciones a la movilidad de las personas, con el objetivo de reducir el contagio masivo. Hasta el momento, el distanciamiento social parece ser la solución más razonable para evitar que los sistemas de salud colapsen, debido a la velocidad y facilidad con que se transmite la enfermedad. Evitar que las personas se reúnan de manera voluntaria o involuntaria es el gran objetivo y, para lograrlo, los estados utilizan la normativa legal para restringir el uso del espacio público, a través de limitar algunas garantías constitucionales.

Se ha debatido sobre los efectos que estas medidas producen en la economía, pero ¿qué factores condicionan el escalamiento de esta situación en conflictos sociales? En toda sociedad esos factores están relacionados con las instituciones y con la confianza, y con la legitimidad que la sociedad tiene hacia ellas y sus gobernantes. En Honduras, la crisis pandémica es un asunto político bastante susceptible de escalar en conflictos sociales.

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Reducir el impulso gregario del ser humano no es tarea fácil. Requiere enfrentar uno de los logros evolutivos que nos hizo ser lo que somos: una especie que depende de su capacidad de interactuar, de comunicarse, de compartir el conocimiento y, por supuesto, de creer colectivamente en algo —sea un dios o una ley—. Esa cualidad no implica que siempre funcione para el beneficio común de todas las personas. Los niveles de proximidad y de confianza determinan el alcance del beneficio de la acción colectiva. Un grupo buscará la interacción con otro grupo para colaborar y apoyarse o para extorsionarlo, robarle lo que tenga o estafarlo. Eso dependerá de prejuicios, creencias, identidades y también de necesidades.

El contagio del COVID-19 no distingue el motivo de la reunión o de la interacción. Se contagia igual el grupo de religiosos que se reúne en una iglesia, los fanáticos de un equipo de fútbol, los asistentes a un concierto, los compradores en un mercado, los vacacionistas en una playa, los médicos que atienden una emergencia o los políticos que abrazan personas para hacer una buena fotografía. Todos se contagian siempre y cuando interactúen.

Las medidas de restricción son necesarias y el que estas tengan que ser impuestas por el Estado, depende de qué tanto los ciudadanos confían en las instituciones públicas por encima de sus creencias individuales. En los países en que las instituciones públicas son confiables —especialmente las de salud—, bastó con emitir alertas e información para que las personas tomaran medidas de distanciamiento. El Estado informa y recomienda, el ciudadano confía y obedece porque no duda en que las instituciones hacen lo correcto por las razones correctas. Ese pacto social no se crea durante la crisis producida por la pandemia, sino que es el resultado de una larga trayectoria de relaciones Estado-sociedad.

En sentido contrario, la falta de confianza en las instituciones y en los gobernantes hace que las personas antepongan sus necesidades, creencias e intereses a cualquier disposición proveniente de sus gobiernos. En algunos casos, las razones sobran y son justificadas, van desde la necesidad de sobrevivencia hasta la incredulidad de que lo que anuncia un presidente es real y no parte de un engaño más. Si bien eso sucede casi siempre, durante la pandemia se hizo más evidente en países como Guatemala, El Salvador y Honduras. Los gobiernos recurrieron a los estados de emergencia y toques de queda de forma inmediata, luego del reporte de los primeros contagios e incluso antes de que éstos fueran detectados. Los tres gobiernos recurrieron a las fuerzas de seguridad para controlar el movimiento de las personas y a la invocación a dios, para movilizar su voluntad. Al fin de cuentas, ambos mecanismos aluden al miedo, uno vía las armas y el otro vía la culpa. La mayoría de presidentes del continente americano han entregado a las manos de Dios la solución de la crisis. Ese tipo de relación entre Estado y sociedad tampoco se creó durante la pandemia, es la expresión de un patrón político que sustituye la falta de confianza en las instituciones por la fuerza de la represión y de los dogmas religiosos. Los ciudadanos deben atender las medidas porque temen ser encarcelados o castigados divinamente.

El conocimiento sobre la pandemia ha sido progresivo. Se buscó entender primero la naturaleza de una enfermedad que avanzó de manera acelerada por el mundo. Se entendió que había que tomar medidas de distanciamiento social y cerrar las fronteras. Eso llevó a la preocupación sobre los efectos económicos producidos por la pandemia, un debate que ha puesto en contraposición la vida y la economía y que ha dado lugar a expresiones radicales como la de sacrificar a las personas más vulnerables —las de la tercera edad—, con el fin de salvar la economía.

Los préstamos, prórrogas para el pago de impuestos y servicios, remesas en efectivo para evitar la reducción del consumo, entre otras, son medidas que dependen del entorno institucional en el que se implementan. En los países en donde la recaudación de impuestos a individuos y empresas se traduce en servicios públicos de calidad y los derechos laborales están protegidos, las medidas de encerramiento no producen una crisis familiar, las personas saben que sus empleos y lugares de habitación están garantizados, tienen seguridad y si hay alguna emergencia, como por ejemplo un parto, el sistema de salud lo atenderá.

Al contrario, en países en los que se ha privilegiado la acumulación de riqueza de familias, élites económicas y políticas a través de la evasión de impuestos, la corrupción y vínculos político-criminales, los Estados están desfinanciados y han recurrido al endeudamiento público para promover medidas populistas y, en algunos casos, más corrupción. Los estados protegen a los empleadores, los cuales cargan a cuenta de vacaciones de sus trabajadores los días de cuarentena o hacen despidos masivos. En países en donde la mayor parte de la población económicamente activa sobrevive de la economía informal, el encerramiento produce una crisis de sobrevivencia, se aumenta la incertidumbre en la que la mayor parte de la población vive y se buscarán salidas inmediatas a los problemas, cueste lo que cueste.

Este es el nivel del conflicto social, de las consecuencias que las medidas restrictivas producen en la relación entre el Estado y la sociedad, de la forma en que las instituciones abordarán el descontento social y de la forma en que la sociedad buscará sobrevivir la precariedad que aumenta debido a la crisis económica y a los abusos cometidos por empleadores y fuerzas de seguridad.

La pandemia no es el conflicto social. Lo es la tensión existente entre el Estado y la sociedad, y que aumenta debido a la pandemia y que se suma a la trayectoria de conflictos que tiene cada sociedad. ¿Cuáles son los ingredientes de la receta con la que se cocina una escalada de conflictos en el contexto de la pandemia? Aunque tal vez esos ingredientes se pueden identificar en otros países de América Latina, es en Honduras en donde son más visibles y en donde se han manifestado ya con mayor claridad.

Las premisas básicas

Antes de analizar el caso hondureño, es importante mencionar algunas premisas básicas sobre la dinámica de los conflictos sociales.

    • Un conflicto social es la suma de muchos conflictos no resueltos. Con el objetivo de analizar y entender, se diferencian por sus motivaciones, actores o niveles de violencia. Así, se dice que un conflicto es económico, social, político, cultural, violento, pacífico, étnico, religioso, etc. Esa división es útil cuando se trata de identificar y dar respuesta a una demanda específica, pero en realidad los conflictos —las demandas que los motivan— se acumulan en la memoria de los grupos afectados, sobre todo cuando la respuesta no es satisfactoria o es del todo ausente.

    • El Estado está en el centro de los conflictos sociales. No importa si un conflicto es entre dos o más grupos o individuos privados (entre una empresa y una comunidad, entre dos empresas o dos grupos de vecinos) o si la demanda es privada (un contrato fallido, por ejemplo) siempre hay derechos que están siendo vulnerados para una de las partes. La garantía de esos derechos es responsabilidad del Estado, lo cual lo ubica como parte directamente involucrada en el conflicto. El tipo de respuesta que el Estado tenga será entonces determinante en el rumbo que el conflicto tome.

    • La protesta social (salir a las calles) no es el conflicto en sí, sino una expresión de uno o más conflictos. No todos los conflictos conducen a que las personas protesten en las calles. La protesta social es una forma de canalizar un conflicto y, en principio, en un estado democrático, la protesta social es un derecho. Cuando un estado reprime la protesta porque considera que es un conflicto, porque altera el orden público o porque se hace el juego maniqueo de contraponer derechos (de protestar o de circular, por ejemplo), entonces la tensión aumenta y la protesta tiende a escalar. Otra consecuencia es que las personas buscarán otras formas de lidiar con el conflicto. Por ejemplo, la delincuencia se considera como expresión de un conflicto estructural, de largo plazo (la marginalidad, la pobreza, la exclusión, la desigualdad). Así mismo, el saqueo y el vandalismo expresan descontentos sociales que se canalizan a través de acciones radicales.

    • Lo estructural encuentra salidas en lo coyuntural. La estructura social, es decir, la forma en que la sociedad se organiza a través de sus instituciones y relaciones, produce una serie de conflictos que se arraigan a través del tiempo. Sociedades con altos niveles de desigualdad social y económica, de exclusión y marginalidad hacen que grandes grupos de personas acumulen innumerables insatisfacciones que se manifiestan en coyunturas específicas, es decir, cuando existen detonadores que condensan el descontento acumulado y explotan de diferentes formas en momentos específicos, a veces predecibles y en otras ocasiones completamente espontáneos.

    • La violencia es evidencia de la incapacidad del Estado de responder a los conflictos. Cuando un Estado recurre a la fuerza para lidiar con cualquier manifestación de inconformidad, la sociedad responde también de forma violenta. Se establece así una simbiosis que tiende siempre a escalar y que corresponde al Estado interrumpir. El problema es cuando los estados lo quieren hacer de forma violenta y se entra entonces en la dinámica de quién golpea primero y más fuerte. La consecuencia de eso es que la violencia se enraíza en las relaciones sociales y desgasta, hasta disolver, cualquier intento de construir democracias.

    • Todo conflicto es político. Ya sea por sus motivaciones o por la forma en que es enfrentado, todo conflicto expresa una relación de poder que se expresa en la política. La delincuencia, por ejemplo, expresa un conflicto social relacionado con la economía y las condiciones de vida de los grupos sociales. Cuando los gobiernos sacan provecho de eso (en campañas electorales, haciendo pactos con el mundo del crimen o justificando su incapacidad por la existencia de grupos criminales) entonces el problema es político. Cuando un gobierno establece alianzas y favorece a una de las partes del conflicto alejándose de la neutralidad jurídica que debe tener, entonces el conflicto se transformó en político.

Honduras y los signos del estallido social

El gobierno de Juan Orlando Hernández, impuso una serie de medidas restrictivas para enfrentar el COVID-19 que incluyeron limitar la libertad de locomoción, de asociación, las garantías de prisión preventiva y allanamiento, así como la propiedad privada. Se había limitado también la libertad de expresión del pensamiento, pero esta fue posteriormente restituida. Esas medidas ocurren en un contexto en donde los conflictos sociales han sido una constante histórica, especialmente durante el actual período de gobierno y el anterior, ambos presididos por Juan Orlando Hernández. En ese contexto, las medidas restrictivas no constituyen en sí un conflicto social, sino son un detonador de conflictos existentes que en una coyuntura específica aumentan la tensión y podrían derivar en una escalada de conflictos diversos. Los siguientes son algunos de los factores que podrían dar cuenta del riesgo de escalada de conflictos.

Medidas restrictivas, economía informal y conflicto

La policía y los militares, fueron desplegados a las calles de las principales ciudades del país para controlar la circulación de las personas. El 8 de abril de 2020, el gobierno de Honduras reportó que 6000 personas habían sido capturadas por transgredir el toque de queda y que además se habían decomisado 2000 vehículos. Las personas estarían detenidas por 24 horas y se impondrían multas de 600 Lempiras (25 dólares) por vehículo decomisado.

La detención masiva y arbitraria en Honduras es una de las causas del hacinamiento de los centros de detención penal del país y de la saturación del sistema de justicia. La mayoría de los jóvenes de barrios y comunidades vulnerables han sido detenidos en operativos policiales y militares y luego dejados en libertad. De acuerdo a muchos de esos jóvenes, el tener antecedentes penales y policiales se traduce en un obstáculo para su ingreso al mercado laboral. Cada vez que una persona es detenida, aunque sea por 24 horas, la familia es afectada ya que deben incurrir en gastos para costear la burocracia necesaria para la liberación de la persona. En algunos casos, también la corrupción. El arresto temporal y el decomiso de vehículos, además del pago de multas para recuperarlos, lejos de ser un escarmiento por no obedecer una disposición pública, afecta la ya precaria situación de las familias que dependen de la economía informal. Lo lógico será que esas familias saldrán al siguiente día a buscar recursos con más necesidad.

El 73 % del empleo no agrícola en Honduras es informal, es decir, que no es regulado ni paga impuestos al Estado. Sin embargo, esa forma de empleo hace posible que millones de personas obtengan lo necesario para sobrevivir especialmente en un país con un mercado laboral limitado y excluyente. Las medidas de restricción del uso del espacio público afectan directamente a ese grupo de población, al que debe salir día a día a obtener lo necesario para alimentar a las familias.

De igual forma, el transporte público es en Honduras un déficit urbano que afecta a miles de personas diariamente. El único intento municipal por replicar los sistemas de transporte público existentes en ciudades como México, Colombia y la vecina Guatemala terminó en la alteración de las vías más transitadas de Tegucigalpa, la construcción de estaciones que nunca fueron inauguradas porque los buses nunca fueron adquiridos, a pesar de haber sido oficialmente adquiridos. El llamado Trans450 que terminó en un gran acto de corrupción visible a todos, dado que las inútiles obras grises siguen alterando el tráfico de las congestionadas vías de la ciudad. El transporte en ciudades como Tegucigalpa y San Pedro Sula es una combinación de servicios privados formales e informales regidos por diversas mafias.

Los servicios de taxi son la fuente de empleo para miles de familias pobres y son también la fuente de enriquecimiento para unos pocos individuos que controlan unos corruptos mecanismos formales de autorización que funcionan más como instrumentos de extorsión. El ingreso semanal de un piloto de taxi debe alcanzar para pagarle la cuota al dueño del vehículo o del número de autorización del taxi (hay personas que son propietarias de hasta 50 números que los alquilan a los pilotos de los taxis, ya que la institución responsable no emite nuevos números), pagar los impuestos al Estado, el combustible y mantenimiento del vehículo, las diversas extorsiones que imponen los grupos criminales (rentas o impuestos de guerra) y además, alimentar a su familia.

El toque de queda afectó directamente a este masivo gremio el cual dio inicio a protestas por alimentos y por el derecho a trabajar. Representantes del gremio argumentan que más de 35 000 taxistas en todo el país necesitan alimentos para sus familias y que el Estado no ha respondido con los ofrecimientos hechos para enfrentar la falta de circulación durante la pandemia. Los taxis son el medio a través del cual se moviliza el comercio informal y también buena parte de la economía ilegal. Semanas antes del inicio del toque de queda, hubo en Tegucigalpa protestas de taxistas en rechazo a la entrada de servicios que utilizan plataformas similares a las de UBER y exigieron protección debido al elevado riesgo que esa profesión conlleva en Honduras.  Poco antes de eso fue asesinado uno de los principales dirigentes del gremio, Rony Figueroa, quien ya había sido amenazado luego de denunciar la excesiva carga de extorsiones y asesinato de pilotos que el gremio enfrenta. De acuerdo al Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, 18 taxistas fueron asesinados en 2019. 

Usar la fuerza pública de forma represiva como primer y único recurso del Estado expresa la incapacidad de un gobierno de prever las situaciones de conflicto y anticipar medidas no violentas para abordarlos. Una de las prerrogativas del Estado es el monopolio del uso de la fuerza legítima, es decir, las instituciones que incluyen desde militares y policías hasta instituciones de justicia. Sin embargo, la tradición centroamericana presenta dos aspectos particulares respecto del uso de la fuerza. El primero es que el Estado no tiene –nunca ha tenido ni parece buscar– el monopolio de la violencia o del uso de la fuerza. Al contrario, el sistema político es el resultado de una permanente negociación y competencia entre actores públicos y privados, en donde la posibilidad de violencia es constante. Durante la larga historia de disputas entre los partidos liberal y nacionalista en Honduras, la violencia entre ambos grupos fue recurrente, una violencia de actores privados que servía de mecanismo de acceso a lo público, al Estado. Actualmente, el control del territorio urbano está distribuido entre pandillas que durante años estuvieron en guerra y que terminaron por imponer un sistema normativo informal al que la población se ajusta, en silencio. De igual manera, los territorios estratégicos para el tráfico internacional de drogas son controlados por capos locales que imponen su ley a través del ejercicio de la violencia. En ambos casos se establece una relación simbiótica con el Estado, un nexo político criminal que va desde la tolerancia hasta la complicidad y que se diluye en una extensa cadena de relaciones corruptas.

La segunda particularidad es que el uso de la fuerza es la primera respuesta del Estado ante cualquier manifestación de descontento o expresión de conflicto y problemas en la sociedad. El último período de la historia política de Honduras estuvo marcado por intensos episodios de protesta, violencia política y represión. Desde 2009 y seguido de la crisis electoral de 2017, la protesta social se ha expresado a través de la violencia colectiva e institucional. Según datos de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, 22 personas fueron asesinadas además de otras violaciones a los derechos humanos. El Sistema de Estadística Policial en Línea (SEPOL) reporta que entre noviembre y diciembre de 2017 y durante el 2018 hubo 456 protestas pacíficas y violentas distribuidas entre Tegucigalpa, San Pedro Sula y Choluteca. Durante esas protestas hubo numerosas violaciones a los derechos humanos que hasta el momento siguen sin ser investigadas y juzgadas.

Los motivos de esas protestas varían desde demandas gremiales, como las del magisterio y el sistema de salud pública que tienen carácter nacional, hasta demandas locales que varían desde la carestía y precariedad de los servicios públicos hasta el rechazo a explotaciones de recursos naturales a través de la minería o hidroeléctricas. La dinámica de las protestas demuestra que confluyen múltiples demandas en una sola acción de movilización y que estas no necesariamente son convocadas y organizadas por un actor específico. Al contrario, la espontaneidad de barrios y colonias para organizar protestas es notable así como la amplia participación de población joven que se enfrenta con las fuerzas de seguridad.

La prolongación de la dinámica de protesta social y violencia produce diversos efectos en la relación Estado-sociedad. Por un lado, las personas, especialmente la juventud, desarrollan una serie de estrategias de adaptación a un entorno conflictivo constante. Se espera que la protesta termine con la confrontación con la fuerza pública, de lo contrario, pareciera que el ciclo estuvo incompleto. La posibilidad del diálogo es remota, sobre todo porque cuando se ha buscado establecer esos espacios, ha sido el mismo gobierno el promotor lo cual impide generar confianza y proveer de legitimidad el esfuerzo dado que son parte directamente involucrada —si no es que fuente del conflicto—.

Las Fuerzas Armadas, por su parte, no cuentan con las capacidades necesarias para anticipar mecanismos de mediación con las partes involucradas en los conflictos. Esto incluye el que las mismas fuerzas de seguridad no se apropian de su rol en el conflicto que es el de garantizar el derecho de protesta a la vez que el resto de derechos ciudadanos. Para muchos policías y militares, la protesta es el conflicto y las personas que protestan son consideradas criminales. Por otro lado, la retórica oficial que criminaliza la protesta justifica el uso de la represión y anula la posibilidad de salidas no violentas a los conflictos. Cuando un gobierno acusa cualquier expresión de descontento como terrorismo, alteración del orden público o de que son «mareros infiltrados» o antisociales y no reconoce el derecho de protestar sin atender las demandas, la tensión social aumenta así como la desconfianza y la crisis de legitimidad.

Toda esto se intensifica durante el periodo de restricciones impuestas por el gobierno para enfrentar una pandemia. De acuerdo a un recuento llevado por la organización ACI Participa, del 19 al 31 de marzo de 2020, cuatro días después de la entrada en vigencia de las medidas restrictivas dictadas por el gobierno nacional, se produjeron 72 manifestaciones pacíficas en 7 municipios del país. El gremio de médicos fue el primero en denunciar la falta de condiciones adecuadas para atender la emergencia. Así mismo, se ha denunciado que la ayuda que justificó los desembolsos que el gobierno aprobó, no ha llegado al personal médico que atiende la crisis en el país. A pocas semanas del toque de queda, las áreas que rodean los mercados de barrios y colonias han tenido que ser custodiadas por equipos de policía para evitar protestas de personas que exigen el acceso a alimentos y de otras que exigen poder venderlos.

Los cercos epidemiológicos han funcionado de forma diferente en el país. En Tegucigalpa, aparentemente han tenido mayor éxito que en la región norte, donde múltiples factores tales como la composición de la población, el trazo urbanístico y la presencia del Estado, elevan el descontento y, consecuentemente, el rechazo a las medidas dictadas por el gobierno. En Choloma, Cortés, los mercados han sido escenarios de enfrentamientos con la fuerza pública y se han presentado casos de saqueo y vandalismo.

Las protestas por el acceso a alimentos, por el derecho a poder circular y comerciar recaen sobre un terreno minado de conflictos anteriores y la respuesta estatal, lejos de ser diferente, ha fortalecido la represión a través del toque de queda.

Delincuencia, economías ilegales y violencia

Para las ciencias sociales y la criminología, el delito y la delincuencia son expresiones de un conflicto social. El Estado crea el delito al crear la restricción legal, lo que no es permitido pero sí deseado o necesitado por individuos o grupos sociales. La permanente tensión que produce la aspiración del Estado de que se cumpla la norma que prohíbe hacer algo y el deseo de la sociedad por hacerlo, es un conflicto social. Durante el siglo XX, la responsabilidad del Estado de evitar el delito se transfirió a los ciudadanos, a los individuos, quienes pasaron a ser responsables de su propia seguridad. Esto tuvo enormes implicaciones. En primer lugar, los estados renunciaron a abordar la delincuencia como un problema social, es decir, relacionado con las condiciones estructurales de los países, la educación, la salud, el empleo, la recreación, y lo abordaron como un problema de seguridad desde una perspectiva maniquea de «los buenos ciudadanos» (merecedores de derechos y atención pública) y los «malos ciudadanos» (merecedores del peso represivo y violento de la ley, la encarcelación masiva y hasta el linchamiento y la ejecución extrajudicial).

Las pandillas son el mejor ejemplo de esta situación. Surgieron, crecieron y se enraizaron en las comunidades pobres, marginales y carentes de servicios públicos y oportunidades laborales, al punto de que en la actualidad controlan territorios y economías ilegales, a través del uso de la violencia. La deuda de atención social a la población se remonta varias generaciones atrás. Cuando los gobiernos decidieron abordar el problema de las pandillas lo hicieron a través de la represión y la violencia, por un lado, pero también a través de los pactos informales con ellas.

La oferta de sobrevivir a través de la violencia y las economías ilegales se amplía proporcionalmente al cierre de otras oportunidades, desde las que ofrece el escaso empleo formal hasta las que existen en la economía informal. La sociedad se depreda a sí misma cuando tiene que buscar la sobrevivencia del grupo cercano a cualquier costo, así sea otro grupo que se encuentra en las mismas condiciones.

A diferencia de la protesta social, que implica un enfrentamiento directo con el Estado o con un actor privado con poder (una empresa, por ejemplo), la delincuencia y las economías ilegales no se enfrentan con el Estado, son parte de sus espacios vacíos, de sus nexos indebidos y de su colusión con el mundo del crimen. Esa delincuencia, la social, ocurre entre personas de la misma clase, un joven sicario de origen marginal es contratado por otra persona de ese mismo estrato social. Las drogas que se venden en puntos controlados por las pandillas la consumen jóvenes de esos mismos barrios carentes de servicios sociales y oportunidades laborales.

Un escenario que concentra las dinámicas de economía informal e ilegal, corrupción y precariedad institucional y que es susceptible de un estallido social es el sistema de prisiones del país. Se calcula que para agosto de 2018, en 25 centros penales en Honduras,  20 489 personas estaban privadas de libertad. Menos de la mitad de esas personas están recluidas bajo sentencia firme, el resto se encuentra en proceso. Todos los centros penales están en condiciones de hacinamiento y precariedad en materia de servicios básicos como la salud, alimentación, recreación y rehabilitación penitenciaria. Los centros penales funcionan gracias a un sistema de corrupción interno que se nutre de otro externo. La precariedad en la asignación de recursos y los contratos anómalos hacen que las personas privadas de libertad sobrevivan en condiciones que violan sus derechos humanos. Es gracias al sistema interno de corrupción que se logra obtener desde lo básico, para quien no tiene dinero, hasta lo suntuoso, para quien puede pagarlo.

Con las medidas restrictivas del COVID-19, las visitas en los centros penales fueron canceladas y no hay posibilidad de obtener información sobre la situación de salud de las personas internas. A través de las visitas, las personas internas obtienen comida, artículos de aseo personal, ropa, teléfonos, cigarros, alcohol y también droga, algo que en esas condiciones de vida se convierte en necesario. Todo eso pasa por un sistema de corrupción. Al no ser posible abastecer la economía informal que funciona dentro de las prisiones (tiendas y comedores) la situación de la mayoría de personas quedará en el nivel de lo que el Estado provee, que es precario y por lo tanto, podría presentar un escenario de protestas y motines. Es preocupante que esta situación no sea pública ya que la tradición ha demostrado que prevalece la idea de que en las prisiones las personas no merecen nada más que una muerte lenta que, cuando se puede, se acelera.

Para muchas personas que viven la línea de la pobreza, que es la mayoría de la población de Honduras, y que sobreviven a través de la economía informal, el periodo de encierro que pueden soportar antes de salir desesperadamente a conseguir recursos para alimentarse es sumamente corto. Puede extenderse un poco debido a los controles de las fuerzas de seguridad y a las innumerables estrategias de la «rebusca», es decir, de la creatividad transgresora. Sin embargo, será la economía ilegal y con ella la violencia la que reciba a grandes cantidades de personas que aceleradamente están buscando sobrevivir el toque de queda.

Migración y deportaciones

La migración masiva que caracteriza a Honduras puede entenderse como una expresión del conflicto social estructural del país. Es una válvula de escape de la tensión que produce un modelo de sociedad que expulsa masivamente a sus ciudadanos por la falta de empleo o por la explotación irracional a que son sometidas las personas; por la absoluta incertidumbre jurídica en que vive la mayoría de la población que sabe no tener ninguna garantía de que sus derechos serán respetados; por la violencia que en todas sus expresiones afecta especialmente a mujeres, niños, niñas y adolescentes y porque desde la infancia se aprende que en este país la mejor aspiración es irse lo más pronto posible.

Por las razones que sea, la conflictividad social migra con las personas y retorna un aliciente económico para las que se quedan, las remesas. El 24 % del producto interno bruto del país proviene de las remesas, que constituyen la principal fuente de divisas para el país, muy por encima de las exportaciones y de la inversión extranjera directa. Las remesas sostienen el consumo y las importaciones, la economía formal y la informal. También sostienen la economía ilegal ya que los puntos para la venta de droga y las extorsiones se instalan en zonas que tienen alguna actividad económica, no en lugares en donde ni las remesas llegan.

La deportación, por otro lado, engrosa las filas de personas que quedan a merced de dos opciones, una, volver a migrar lo más pronto posible y la otra, ingresar a la economía ilegal para obtener recursos de forma inmediata para migrar otra vez cuando se pueda.

Durante la crisis producida por el COVID-19 se sabe que las deportaciones han continuado a pesar del riesgo que implican dado que provienen de los Estados Unidos en donde los controles y medidas para contener la enfermedad han sido precarios. Por otro lado, las personas deportadas han llegado a instalaciones que no cuentan con ninguna preparación para atender a personas que podrían estar en riesgo. En San Pedro Sula, un grupo de deportados fue instalado en bodegas privadas sin ningún tipo de atención adecuada para la crisis. De hecho, la información sobre estos viajes fue escasa pero se supo que hubo algunos deportados que lograron escapar a las autoridades. En Guatemala, deportados detuvieron los buses amenazando a los pilotos y huyeron.

Hasta el momento no se sabe en qué medida el cierre de las fronteras ha frenado los flujos constantes de migrantes hondureños. Se puede suponer que la migración irregular no depende de que los puestos fronterizos estén abiertos o cerrados. Sin embargo, en el caso de que esos flujos se reduzcan, la consecuencia será que la conflictividad social de la cual los migrantes buscan escapar, quedará atrapada dentro del país que justamente quieren dejar atrás. La economía informal de una familia que una vez generó los recursos para que uno de sus miembros pudiera migrar, será usada para la sobrevivencia en medio de la crisis económica que produce la pandemia. Mientras tanto, las familias que sobreviven con remesas ven reducidos sus ingresos debido a la crisis de empleo para migrantes en Estados Unidos y algunos países europeos.

Los posibles cambios en las dinámicas de migración y deportación que se producen durante la pandemia afectarán de forma directa el riesgo de escalamiento de los conflictos sociales, ya sea a través de protestas o de delincuencia como se ha mencionado anteriormente.

La pandemia y el conflicto político

La pandemia ha demostrado las enormes divergencias que existen entre la perspectiva médica del problema y la perspectiva política. Para los médicos, extender las medidas de distanciamiento social, equipar los hospitales y proteger al personal son prioridades. Los gobernantes se encuentran sometidos a la presión de una pandemia que hace colapsar los sistemas de salud y que obliga paralizar a la sociedad, por un lado, y a la presión del sector económico que reclama pérdidas y exige del Estado apoyo e incentivos, por el otro. Esta situación ha dado lugar a cuestionar la capacidad de los Estados de priorizar lo público por encima del interés privado. Si bien no hay país que escape a esta tensión, la forma en que se ha abordado depende del sistema político y de sus instituciones, además del momento político, la confianza y legitimidad del sistema y de sus gobernantes. Así, inevitablemente, la pandemia se convierte en un problema político.

En Honduras, el gobierno de Juan Orlando Hernández se encuentra en la víspera de un nuevo proceso electoral y carga con un pesado legado de conflictos políticos que se remontan a 2009 cuando el golpe de Estado polarizó al país y definió un nuevo escenario de fuerzas contendientes, algunas públicas, otras vinculadas al mundo del crimen y la corrupción. Poco antes de que la pandemia monopolizara el debate público, miembros de la familia del presidente Hernández y prominentes figuras del Partido Nacional eran acusadas en Nueva York por su participación en el narcotráfico y en el financiamiento ilegal de campañas electorales. La DEA había señalado al presidente como el responsable del control de negocios ilícitos relacionados con el tráfico de drogas. Paralelamente, la sombra de la posible segunda reelección del actual presidente, elevaba las alertas de la oposición política y vislumbraba un escenario de conflictos violentos durante el período electoral. Un aspecto que generaba preocupación era la desviación de fondos públicos para la campaña electoral vía corrupción de alto nivel.

La primera decisión que tomó el gobierno nacional de Honduras fue la de tramitar préstamos millonarios para atender la crisis. Se estima que más de 300 millones de dólares han sido asignados a través de préstamos a organismos financieros internacionales y readecuaciones del presupuesto nacional. De estos fondos, una parte fue invertida en la compra de respiradores artificiales que luego fue cuestionada porque el equipo adquirido no es el adecuado para atender los casos más graves de esta enfermedad. Por otro lado, el gremio de médicos ha denunciado en diversas ocasiones que el equipo necesario no ha sido entregado y los casos de contagio en el personal médico aumentan.

El asistencialismo es uno de los rubros que está siendo cubierto con esos fondos. El gobierno de Hernández ha ofrecido compensar la pérdida de ingresos de las familias más pobres a través de la entrega de bolsas de alimentos. En otros países, como El Salvador, se optó por la entrega de dinero en efectivo. Ambos mecanismos son asistencialistas y no son sostenibles frente a lo que se proyectó que durarán, o deberían durar, las medidas restrictivas.

Este tipo de medidas no son nuevas en la historia de las catástrofes. Hay experiencias de asistencialismo luego de guerras y devastaciones que permitieron sostener mínimamente la sobrevivencia de las personas y reducir el colapso de la economía. Sin embargo, se espera que para cuando un gobierno anuncia esas medidas, los mecanismos para implementarlas ya existen. En Honduras (lo mismo sucedió en El Salvador), se anunció la medida antes de considerar cuáles serían los mecanismos para implementarla y a quiénes. El retraso en la entrega de las bolsas ha generado protestas en diversos puntos del país además de que el número de personas que el gobierno ofreció beneficiar, 3,2 millones de personas en todo el país, está lejos de alcanzarse.

El conflicto político emerge cuando el asistencialismo despierta las sospechas de corrupción. Los cuestionamientos a la operación Honduras Solidaria, que es la acción de gobierno para distribuir las bolsas de alimentos, giran en torno a la falta de transparencia en el gasto de los recursos y la pertinencia de lo que se entrega, por ejemplo, el hecho de incluir cartillas de evangelización.

Es lógico que un gobernante busque mejorar su imagen a través de las acciones que implementa durante una crisis, de eso se trata la política. Algunos gobernantes fueron muy activos desde el inicio, otros optaron por la negación del problema atribuyéndolo a conspiraciones provenientes de la oposición o de un espectro político que controla el mundo. El momento político en que esto sucede es crucial para su desenlace en términos de confianza y legitimidad. Por ejemplo, Nayib Bukele en El Salvador y Alejandro Giammattei en Guatemala, son dos presidentes que enfrentan la crisis pandémica a pocos meses de haber iniciado sus períodos de gobierno. Con sus respectivas diferencias, cada uno de ellos ha buscado legitimar sus acciones ya sea vía la fuerza de la retórica autoritaria o bien, la confusión en la presentación de la información. Luego de algunas semanas, ambos han enfrentado las consecuencias de décadas de abandono del sistema de salud, de deslegitimación de la política por la excesiva corrupción y la falta de confianza de una ciudadanía que sobrevive al día a día.

El caso de Juan Orlando Hernández es diferente al de sus vecinos por el momento político en que la pandemia ocurre. En este caso, el gobierno se encuentra en una fase defensiva, con altos niveles de desconfianza y con poca legitimidad. La reducción de la inversión en salud recae en gran medida sobre los hombros de este gobierno y se expone crudamente durante la pandemia. En 2010, se invirtió aproximadamente el 15 % del presupuesto general del Estado en la secretaría de salud. En 2020, esa inversión representa el 11 %. El ICEFI alertó a finales del año anterior que el nuevo presupuesto aprobado presentaba recortes en las áreas de educación y salud, especialmente cuando se calcula que 1,8 millones de personas no tienen acceso a los servicios de salud en el país. Vuelve a saltar a la vista que el rubro de defensa y seguridad continúe por encima del de salud, con el 14.4 % versus el 10.2 asignado a la salud para el 2020.

El asistencialismo y los préstamos gestionados para la crisis no resolverán los déficits estructurales que las decisiones políticas tomadas durante los últimos años han profundizado. ¿Hasta qué punto el asistencialismo está orientado por criterios clientelistas? ¿Hasta qué punto el dinero asignado para la atender la crisis será malversado para financiar la campaña electoral? ¿Hasta qué punto reducir las medidas restrictivas de forma temprana es el resultado de las presiones hechas por el sector empresarial o por la carrera electoral?

La dinámica de conflictos que surja en los siguientes meses podrá dar indicios para responder esas y otras preguntas. Los análisis prospectivos en materia de conflictos deberían servir para implementar medidas orientadas a reducir el riesgo de escalamiento de la violencia. Sin embargo, el nivel de preocupación por el conflicto social también es un asunto político ya que abordarlo dependerá de la escala de prioridades que define un gobierno. En Honduras, esas prioridades han sido privadas, ya sea empresas, iglesias o familias y si bien eso no ha reducido la conflictividad en que vive el país, tampoco ha llevado a un quiebre institucional. Un gobierno depende de algo más que una persona, se requiere de instituciones clave, como los militares; también de otras no estatales pero con poder dogmático, como las iglesias y, por supuesto, otras con poder económico, empresas legales e ilegales.

Los conflictos que se disparen en el contexto de la pandemia no serán nuevos, serán la continuidad de otros existentes que en esta coyuntura detonan. Hasta el momento, no hay signos de que la situación será abordada con algo diferente a la represión, el asistencialismo clientelar y la demagogia religiosa. Si esos tres recursos han logrado estabilizar la crisis política durante los últimos años, se puede esperar que lo harán durante la crisis pandémica ya que en este país la precariedades, nuevas y viejas, se normalizan y pasan a formar parte del conjunto de adversidades que la mayoría de la población enfrenta a través de la «rebusca», de la economía informal e ilegal o de la migración. Queda también abierta la peligrosa opción de las respuestas sociales violentas que van desde el cierre de calles para exigir dinero a cambio de transitar, el imperio de sistema normativo de las pandillas en barrios y comunidades y el principio aquel de «muerto el perro se acabó la rabia», es decir, el ataque a personas infectadas o a sus familias. Esto último, peligrosamente legitimado por el dogma religioso —y oficial— de que el COVID-19 es castigo por los pecados que como sociedad cometemos, como el aborto o el matrimonio igualitario.

Fotografías tomadas por Jimmy Girón en San Pedro Sula durante toque de queda absoluto por emergencia COVID19.

La doctora especialista en dermatología y miembro de la Plataforma en defensa de la salud y la educación en Honduras, Ligia Ramos, asegura que hay un subregistro, casos que no están entrando al conteo, además la centralización de las pruebas PCR está afectando el acceso en diferentes zonas del país.

Para Ramos esta emergencia no está siendo llevada por personas capacitadas, y COPECO quiere engañarnos con sus proyecciones y datos.

En esta entrevista la doctora habla además sobre las medidas de prevención y sobre la solidaridad en las comunidades como respuesta a la pandemia y para romper el estigma que también puede ser letal en países conflictivos como el nuestro.

Con imágenes de Martín Cálix y Catherine Calderón.

Decenas de familias, con hambre y encierro acumulado, salieron este viernes a las calles de la López Arellano, en el municipio de Choloma, en el norte de Honduras. Reclamaron que desde hace varias semanas las autoridades prometieron llevar raciones de alimentos para sobrevivir al toque de queda absoluto que el gobierno decretó en esa zona desde el 6 de abril. Esto implicaba que las familias no tenían la posibilidad de abastecerse en supermercados, farmacias y gasolineras como en la mayor parte del país.

La quema de llantas, el intento de saqueo a un supermercado y el cierre de calles, no son las únicas muestras del hambre y desesperación desde que empezó el encierro en Honduras, pero sí podrían significar la agudización de una crisis sanitaria y social en el país más pobre de América Latina (según datos del Banco Mundial).

Ante esa situación, el gobierno de Juan Orlando Hernández —reelegido de manera inconstitucional en 2017—, inició a finales de marzo la operación Honduras Solidaria. En esta campaña, supuestamente, llevarán 800 000 raciones de alimentos a 3,2 millones de personas en toda Honduras. Sin embargo, cada día surgen más denuncias acerca del producto distribuido y el presupuesto, en sus dos modelos de ejecución, no queda claro ni para las autoridades del Foro Nacional de Convergencia (FONAC), institución a la que el gobierno encargó la veeduría del proyecto.

Un pelotón del Ejército hondureño descarga provisiones para ser entregadas a beneficiarios del proyecto gubernamental «Honduras solidaria», Tegucigalpa, 8 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Irregularidades

«Esa bolsa solidaria es indigna, es jugar con la dignidad de los humanos», dice Dennis Galeas, mientras observa cómo reparten las bolsas solidarias frente al local donde solía vender productos plásticos y útiles escolares en el mercado Los Dolores, en el centro de Tegucigalpa. Aunque Dennis asegura que esa bolsa, con un par de libras de harina, arroz, frijoles, jabón y sardina, le durará como máximo dos días, tiene que tomarla para sobrevivir junto a su esposa y sus tres hijos. Después de eso, cuando se acaben los productos hará lo que ha hecho los últimos días: salir a la calle para vender las mascarillas de tela que él mismo confecciona.

Este mercado ha permanecido cerrado desde que inició el toque de queda el 16 de marzo. Las familias que se sostienen de las ventas de carne, lácteos, comida preparada y otros productos varios, han sufrido las consecuencias. Sin embargo, el miércoles  por la mañana la presidenta de la asociación de vendedores del mercado avisó a los dueños de los locales que el gobierno haría entrega de 407 raciones de comida como parte de la operación Honduras solidaria. El 21 de marzo pasado, Juan Orlando Hernández anunció una «operación gigantesca» para la entrega del «saco solidario» que incluiría productos básicos que, presuntamente, alcanzarían para el sustento de cada familia durante 15 días. Sin embargo, en el transcurso de los días los beneficiarios comenzaron a denunciar que era una bolsa con una cantidad mínima de productos la que se estaba distribuyendo.

En el decreto ejecutivo PCM-025-2020 se define que serán el FONAC junto a la Federación de Organizaciones No Gubernamentales para el Desarrollo de Honduras (FOPRIDEH) los encargados de la veeduría del proyecto. Sin embargo, ha sido el FONAC, liderado por el ingeniero Omar Rivera, quien ha llevado la titularidad de la fiscalización de forma pública. «Aspectos logísticos hicieron modificar la decisión del Estado porque ese saco era muy pesado e imposibilitaba que a todos, de manera simultánea, se les pudiera dar. La última persona necesitada iba a recibirlo en 4 meses, entonces lo que se hizo fue tener raciones más pequeñas que duran entre 7 y 15 días para llegar a más personas de forma inmediata», comenta Rivera, quien a pesar de estar a cargo de la veeduría de la operación dice desconocer el valor específico de cada bolsa que se distribuye.

Las personas que sean beneficiadas con la bolsa solidaria que entregan los militares en nombre del gobierno de Juan Orlando Hernández, deben llenar una sencilla acta de entrega, Tegucigalpa, 8 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

En la página que la Secretaría de Finanzas asignó para la transparencia de los fondos en medio de la crisis sanitaria por el COVID-19, se refleja que, como parte del primer modelo de la operación Honduras Solidaria, se han hecho transferencias por 355 millones de lempiras entre 292 municipios para abarcar un total aproximado de 711 000 familias beneficiadas. Los alcaldes de estos municipios tienen que comprar los productos para llenar cada bolsa, al dividir la cantidad transferida entre el total de familias se refleja el valor que Rivera dice desconocer: 500 lempiras (20$) por bolsa solidaria, o al menos eso debería ser el monto.

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Recientemente, se hizo público un informe de veedores que indica irregularidades en una entrega en el municipio de Catacamas, Olancho, desde la falsedad en el peso de los productos hasta el incumplimiento del valor asignado por bolsa solidaria. Al solicitar información sobre esta denuncia, la oficina de comunicaciones del FONAC aseguró que un equipo de esta institución se encontraba en el proceso de verificación para luego poder trasladar dicha irregularidad a la secretaría ejecutiva. Sobre la cantidad de denuncias hasta el momento se limitaron a decir que «son muchas», tantas que no hay un registro oficial hasta el momento. Sin embargo, en este momento se está llevando a cabo un proceso para habilitar, la próxima semana, una plataforma digital para el registro y estadística de las denuncias a nivel nacional.

Para Dennis, la entrega de bolsas solidarias solo es una jugada proselitista más de este gobierno, que se aprovecha de la situación para ocultar las deficiencias que el pueblo ha exigido que sean solucionadas desde 2014, cuando inició su gobierno. «Está utilizando la pobreza extrema del país para jugar con la dignidad de los hondureños. Están tratando de engañar al pueblo con una bolsa solidaria, cuando eso no llena las expectativas de los ciudadanos. Las expectativas siempre han sido tener buena educación, buena salud, un trabajo bien remunerado y sin violaciones a derechos humanos», concluye.

Dudas sobre la veeduría

El pasado jueves 9 de abril, en un manifiesto público, emitido por más de 20 organizaciones sociales en Honduras, se detalla el repudio hacia el FONAC en asuntos de auditoría. Aseguran que «no representa a la sociedad civil». Además lo señalan de «barnizar el rostro de la corrupción y criminalidad del actual gobierno». Este no es el único señalamiento hacia el ente veedor de miles de millones de lempiras del Estado. Esta pandemia no estaba en la conciencia de la población, hasta hace unos meses.

El 26 de diciembre de 2019, mientras una gran mayoría de la sociedad hondureña pujaba por la renovación de la Misión de Apoyo Contra la Corrupción y la Impunidad (MACCIH), se reactivó el FONAC, en búsqueda de un mecanismo que formulara un sistema anticorrupción en el país. Un mes después se oficializaba la no renovación de la MACCIH y diez días después sería elegido Omar Rivera como titular de la institución reactivada, quien anteriormente fungía como director de Incidencia Política de la Asociación para una Sociedad más Justa (ASJ), donde fue cuestionado por avalar procesos irregulares del gobierno actual.

Joaquín Mejía, abogado e investigador del Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC-SJ), cuestiona la credibilidad de Rivera y la institución que dirige. Señala, además, que debería ser el Consejo Nacional Anticorrupción (CNA) quien esté al frente de esta fiscalización de los recursos en la pandemia. «El FONAC está bajo la dirección de una persona con falta de legitimidad y que representa a un sector de la sociedad civil muy cercano al régimen de Juan Orlando Hernández. Y resulta que al momento de hacer veeduría social se excluye al CNA, único órgano que ha denunciado los actos de corrupción del régimen».


En el marco de la emergencia sanitaria por el covid-19, una de las tareas del Ejército hondureño ha sido entregar víveres en los barrios más pobres del país, Tegucigalpa, 8 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Mejía, solicitó directamente en sus redes sociales que Omar Rivera exigiera la inclusión del CNA en el proceso de veeduría de todos los fondos asignados para la crisis. Ante esto, Rivera señaló que «no se trata de que lo inviten a uno para hacer veeduría social, si es un derecho constitucional. Nadie necesita invitación del gobierno para hacer auditoría, mal hacemos en excluirnos ante el deber que tenemos». Por su lado, Mejía señaló en entrevista con Contracorriente que esta respuesta es una mentira, ya que se está ocultando información a quienes quieren involucrarse en el proceso de veeduría, incluidos miembros del CNA.

El manifiesto firmado por más de 20 organizaciones también hace un llamado para «demandar la conformación de un sistema transparente de rendición de cuentas conducido por personas e instituciones independientes». Hasta el momento este llamado no ha sido atendido por el gobierno.

Más vulnerables que nunca

A doña María Elena se le llenan los ojos de lágrimas en dos ocasiones. Primero, cuando recuerda que no ha tomado su medicamento para la hipertensión y que posiblemente no podrá comprarlo cuando lo necesite, ya que su local de comida Doña Tere, en el mercado Los Dolores, está cerrado desde hace casi un mes. Segundo, cuando menciona a sus nietos, que son casi sus hijos, a quienes tiene que alimentar. Esta mujer, que pasa los sesenta años, es presidenta de la Asociación de Vendedores del Mercado Los Dolores, por lo que el gobierno le encargó levantar las listas de los locatarios que serían beneficiados con la operación Honduras Solidaria. Por esta razón, también tuvo que esperar, por varias horas, la mañana del miércoles, en el estacionamiento del Instituto Nacional de Formación Profesional (INFOP), donde miembros de las Fuerzas Armadas de Honduras le facilitaron las 407 bolsas solidarias para distribuir en el mercado.


En el mercado Los Dolores del Centro Histórico de la capital hondureña, María Elena Amador del Comedor Doña Tere, revisa las actas de entrega que sirven como prueba que la bolsa solidaria ha sido entregada, ella es parte del grupo que gestionó para los locatarios del mercado, Tegucigalpa, 8 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Más que la entrega de estas bolsas, doña María Elena asegura que lo que necesitan, como pequeños empresarios, es apoyo del gobierno. Que se les faciliten préstamos con bajas tasas de interés, y aunque Hernández ha asegurado que después de la crisis podrán acceder a créditos de la banca privada, dice que necesitan sobrevivir en este momento: «Si esta cosa sigue así, Honduras no va a sobrevivir. Tengo mis nietos a los que estoy criando porque la delincuencia me quitó a mis hijos. Yo no puedo tirarlos a las calles. Si nuestra economía ya estaba en decadencia, ahora para que nos levantemos nos va a costar a saber cuánto. Creo que es peor que el Mitch, pero esto es peor que un huracán porque está paralizada toda la economía. Nosotros vivimos del día a día».

Un informe del Foro  Social de Deuda Externa  y Desarrollo de Honduras (FOSDEH) denominado Análisis y Propuestas del FOSDEH Frente a la Crisis del Coronavirus, indica que hasta el momento, el gobierno ha destinado a  través de transferencias y donaciones, un monto aproximado  de 80 000 millones de lempiras (aproximadamente US$ 3,2 millones),  dirigidos principalmente «a  atenuar  las consecuencias  sanitarias, económicas  y sociales provocadas por  el COVID-19 en Honduras».  Como  comparativa,  a las municipalidades  se les ha transferido el  0.42 % del monto total de  los recursos destinados para hacer frente al COVID-19, para la ejecución de Honduras solidaria. El informe sigue explicando que «las  transferencias  monetarias o alimentarias  realizadas a través de las  Municipalidades son insuficientes para garantizar una canasta de bienes y servicios básica, cuyo costo, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), ronda los 11 000 lempiras. Sin mencionar que la medida tiende a ser excluyente, al no abarcar al total de personas en condición de pobreza».

Doña María Elena no sabe si el gobierno la llamará otra vez para cumplir con las raciones de comida que necesitan, así que tendrán que racionar, todo lo posible, los productos que se les brindó. Sin embargo, esta no es toda la ayuda a la que ella puede acceder, ya que la Secretaría de Desarrollo e Inclusión Social ha reorientado fondos del sector discapacidad y adulto mayor para llevar 328 000 bolsas de ayuda humanitaria a personas en situación de vulnerabilidad. Doña María Elena tendrá que esperar si la solidaridad o ayuda humanitaria llegan a su puerta.

Cada bolsa solidaria entregada a las familias pobres por el Ejército hondureño lleva en su interior un ejemplar del «Libro de vida», un libro cristiano diseñado para jóvenes latinoamericanos en edades entre los 16 y los 21 años, Tegucigalpa, 8 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Presupuestos inciertos

Arnaldo Bueso, titular de la Secretaría de Educación, publicó un video en twitter la mañana del viernes en el que mencionaba: «En Choloma hemos tenido que suspender la operación dado que obstaculizaron el paso de los camiones que llevaban el alimento. Pedimos a los pobladores de la López Arellano que por favor tengan paciencia». En los videos que muestran los disturbios en el sector de la López Arellano, se muestra a mujeres y hombres de todas las edades, algunos con mascarillas para protegerse del virus y otros sin ningún tipo de protección. Se ven desesperados por abrir un supermercado al que no habían logrado acceder durante toda una semana. El hambre les llevó a la desesperación. Durante el tiempo en que no lograron salir de sus casas escucharon que la operación Honduras Solidaria llegaría a sus hogares con sacos o raciones de comida, pero no sabían que no sería de la misma manera que en la mayoría de los municipios del país.

Choloma junto a cinco municipios más, en los que se incluyen San Pedro Sula y Tegucigalpa, son parte de la modalidad centralizada de la operación Honduras Solidaria. En ese modelo no hay desembolso a las municipalidades y las raciones de comida son administradas y distribuidas directamente en los hogares por el Sistema Nacional de Gestión de Riesgos y las instituciones que lo conforman. No hay datos claros de los fondos que se están asignando bajo ese modelo, ya que no se han mencionado públicamente ni están disponibles en los portales de transparencia habilitados por la Secretaría de Finanzas y el Instituto de Acceso a la Información Pública (IAIP).

Al consultar sobre este presupuesto a la abogada Mercy Monroy del FONAC, asegura que la institución también desconoce la cantidad de fondos asignados a estos municipios y el origen de dichos recursos en el presupuesto. La falta de transparencia en la administración de los recursos es evidente, a pesar de las distintas plataformas que el gobierno ha anunciado, pero que apenas cuentan con la información que ya se brinda en las cadenas de radio y televisión.

Ante esta problemática, el Tribunal Superior de Cuentas se ha sumado a la labor de fiscalización. Ha colocado en su página web las acciones y denuncias que han atendido hasta el momento. Entre ellas se informa la «inspección a la bodega del Comité permanente de Contingencias (COPECO) y la emisión de recomendaciones como el acompañamiento de documentos que amparan las salidas de insumos, una copia de la autorización de la salida de insumos propios de la Emergencia. Asimismo, el establecimiento de un área dentro de la bodega que agrupe los insumos recibidos en calidad de donación para diferenciarlos de los insumos adquiridos con fondos asignados a la institución».

Ante las denuncias y las irregularidades ya detectadas, aun sin que el FONAC cuente con la información que la veeduría debería proporcionar, Rivera asegura que «si la corrupción apareciese, no solo aplica la sanción administrativa sino también el papel que pueda jugar el TSC y el Ministerio Público. Los fiscales, investigadores deberían estar en la calle haciendo el esfuerzo de verificar que nadie transgrede la ley».

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Desde hace más de 10 años que Edilberto Sánchez, zapatero, no hace zapatos, su oficio venido a menos, se ha reducido únicamente a la reparación de calzado, él es uno de los locatarios del mercado Los Dolores que esperan ser beneficiados con una bolsa solidaria, Tegucigalpa, 8 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

En el mismo mercado Los Dolores, don Edilberto Andino permanece sentado frente a un viejo televisor en su pequeño local de reparación de zapatos. Sus ojos sobre la mascarilla denotan ansiedad. Lleva varias horas esperando que entreguen la bolsa solidaria que le prometieron y que le da un respiro, porque gastó todo el dinero que tenía ahorrado para sobrevivir, junto a su familia, durante las semanas que no ha estado trabajando.

Algunos zapatos yacen sobre su lugar de trabajo. Tenía unas cinco entregas pendientes que le iban a permitir ganarse unos 800 lempiras, ahora no sabe cuándo volverá a trabajar «El gobierno ha actuado mal en esta crisis porque no hay ninguna ayuda verdadera. imagínese que ni le ayudan a los médicos, peor que le vayan a ayudar a la gente. Una bolsita de esas no es ayuda porque puede ser que solo sea una y ahí quede todo», asegura don Edilberto, mientras sintoniza el canal HCH, uno de los más populares del país.El abogado Joaquín Mejía dice que esta crisis «le ha caído como anillo al dedo» al gobierno actual, y recuerda que  en el periodo presidencial de Carlos Flores, después del huracán Mitch, el mismo mandatario se benefició económicamente de la ayuda internacional. Don Edilberto también está de acuerdo que esta crisis puede traer consecuencias peores que las del huracán Mitch. Además, aunque no está seguro si habrá más bolsitas o ayuda mientras dure el encierro, sí está seguro de algo: «Ellos cuidan las grandes empresas porque ellos se lucran, más el presidente que es un inservible».


El suministro de alimentos para las familias hondureñas parece complicarse a medida que avanza la crisis sanitaria en el país. Por un lado, a pesar de que existe un decreto que congela algunos productos de la canasta básica de alimentos, los precios en mercaditos y pulperías continúan siendo altos. Por el otro, hay un desabastecimiento de mascarillas, gel de manos, alcohol y los productos obligatorios para poder salir de casa. Esto que provoca que lo poco que hay en el mercado tenga un costo hasta diez veces mayor a su precio regular.

En medio de la crisis por el abastecimiento, el alza de precios y la venta de producto, una empresa en Tegucigalpa que se dedica a impresiones digitales señalaba en redes la venta de gel de mano de 70 mililitros que contiene 80 % de alcohol etílico, a un precio de 80 lempiras, esto, aunque el gobierno ya había estimado una tabla de precios en la que un gel de 60 mililitros debe costar 23 lempiras. Al asistir al local y probarlo, el gel no parecía contener alcohol.

A pocos kilómetros de la imprenta, una farmacia anuncia en redes sociales: «tenemos mascarillas, alcohol y gel de manos». En la publicación no especifican los precios y cuando se consulta, responden asegurando tener mascarillas N95 a 100 lempiras. Sin embargo, al comprar en la tienda lo que ofrecen es una mascarilla quirúrgica, la misma que antes de la crisis costaba un máximo de 3 lempiras en farmacias. 

«Es un daño al consumidor, independientemente del precio. Si le están vendiendo mascarilla quirúrgica por N95 tiene que hacer el reclamo o la denuncia a través del correo electrónico en de la página de internet para nosotros darle el seguimiento», dice Mario Castejón, director de la oficina de Protección al Consumidor. Además señala que desde que inició la crisis en marzo, han encontrado solo a 20 empresas (pulperías y mercaditos) que no respetaron la estabilización de precios en Tegucigalpa. De estas, dos son por la venta de gel de manos. Sin embargo, asegura que las denuncias son más y a nivel nacional se están coordinando con fiscales del Ministerio Público para proceder en los próximos días.

Una pareja camina luego de hacer sus compras en la colonia Toncontín, Tegucigalpa, 22 de marzo de 2020. Foto: Martín Cálix.

Entre las empresas que incumplen los acuerdos, la Fiscalía del Consumidor ha detectado que existe un aumento de el 10 % y 15 % en los precios de varios productos, como huevos, manteca, aceite y azúcar. Por el momento los términos legales para proceder están suspendidos por el toque de queda, por lo que, de manera momentánea, solo realizan un levantamiento de acta por incumplimiento. 

Para Adalid Irías, presidente de la Asociación para la Defensa de la Canasta Básica en Honduras, la canasta en realidad ha subido hasta un 30 % y por esa razón los inspectores deberían visitar todos los barrios y colonias. «Deben darles sanciones administrativas fuertes para persuadir a los demás que si están en esta situación serán penalizados» señaló. 

Aunque el congelamiento de precios no parece haber funcionado con el gel de manos, el alcohol y la canasta básica, la Secretaría de Desarrollo Económico decretó un congelamiento en los precios de mascarillas: las quirúrgicas deben costar 18 lempiras ($0.75), las N95 sin válvula a 120 lempiras ($4.75) y las N95 con válvula a 200 lempiras ($8).

El desabastecimiento de las mascarillas y el aprovechamiento de la crisis provocó que la ciudadanía comprara hasta 10 veces más de su precio normal. Una mascarilla quirúrgica, que es de un solo uso, puede encontrarse en pocas farmacias a un precio mínimo de 25 lempiras ($1), pero otros negocios y vendedores particulares las estaban ofreciendo a 100 lempiras ($4). 

Un vendedor de verduras revisa su balanza, Tegucigalpa, 22 de marzo de 2020. Foto: Martín Cálix.

La discusión sobre el uso de mascarillas

En Honduras es obligatorio, desde el martes 7 de abril, usar una mascarilla al salir de casa. Según las autoridades, en ese momento, dos de cada tres personas ya las utilizaban como medida de protección. En el comunicado se señaló que los centros de abastecimiento aprobados para operar no deberán atender a clientes que no porten una y los negocios deberán mantener ese protocolo en sus empleados. 

Según Gabriel Rubí, director del Comité de Contingencias (COPECO), el desabastecimiento es a nivel mundial: «nos encontramos en una encrucijada entre comprar lo que hay y buscar lo que no hay por la alta demanda en el mundo y los precios alterados que tienen muchas empresas. Por ejemplo, esa mascarilla de dos horas (la quirúrgica) costaba 1.50 lempiras y ahora la unidad está costando 10 lempiras. Hay un desabastecimiento y una sobredemanda». Mientras tanto, el gobierno planteó como solución la creación de mascarillas a través de la Industria Militar que se encuentra confeccionando 3 000 a diario y hasta el momento ya hizo entrega de 40 000 mascarillas.

Juan Ramón Soto, gerente de la Industria Militar, asegura que estas mascarillas solo son para abastecer al personal de las Fuerzas Armadas y algunas dependencias del Sistema Nacional de Gestión de Riesgo de Desastres (SINAGER). Además asegura que estas fueron certificadas por el Hospital Militar de Honduras para que puedan utilizarse al salir a la calle, pero que no podrían proteger a una persona dentro de un centro asistencial. «Queremos ser responsables en eso. Estas mascarillas son para utilizarlas como medida de prevención cuando uno sale a la calle, compararla con una N95 no lo vamos a hacer y tampoco vamos a decir que usted puede estar seguro en un hospital con ella. Lo que podemos hacer es asegurar que los soldados anden protegidos en la calle», añadió el coronel Soto, y dice que realizarán 20 000 mascarillas para proporcionar a ciudadanos particulares.

Miembros del Ejército se colocan guantes de látex y usan tapabocas rosados durante una jornada de entrega de alimentos del programa «Honduras solidaria», Tegucigalpa, 8 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Las mascarillas que produce la industria son de tela revestida de un material conocido como pelum que posee un plástico que, al fusionarlas, logran hacer un filtro de aire. Estas se pueden utilizar 5 o 6 veces, con el cuidado de limpiarlas cada vez que se utilizan y dejarlas reposar en un contenedor con agua, cloro y jabón por varios minutos, para lavar sin frotar y que no pierda la forma. 

El presupuesto utilizado para la fabricación de este equipo es parte del presupuesto asignado para la Industria Militar y con material que ya formaba parte de la industria que han readecuado para la emergencia, además de materia prima que proviene de la maquila. El coronel Soto dice que solo recibió órdenes de ir a traer esa materia a las maquilas, por lo que no podría asegurar que son donaciones o que es parte de algún otro presupuesto. De igual forma, la industria está produciendo caretas 3D para la protección de personal de salud y las han distribuido en los centros hospitalarios de Tegucigalpa. Además se encuentran en proceso de certificar trajes de bioseguridad y respiradores mecánicos, pero que de estos últimos hay equipo necesario que no se encuentra a nivel mundial. 

«El uso de las mascarillas es obligatorio, si no tiene una profesional hágala en su casa y para mayor seguridad hágale un doblez», señaló Juan Orlando Hernández en un medio televisivo. Mientras tanto, la Organización Mundial de la Salud (OMS), acaba de publicar un nuevo informe en que reafirma que «no hay evidencia científica de que llevar una mascarilla, ya sea médica o de otro tipo, pueda prevenir la infección por coronavirus en personas sanas».

Sin embargo, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC por sus siglas en inglés) recomiendan que todos las utilicen, después de que en estudios recientes comprobaran que una cantidad significativa de personas con el nuevo coronavirus son asintomáticas y pueden contagiar a otras aún antes de manifestar las señales de la enfermedad. «Al haber interacción cercana —al hablar, estornudar o toser— puede ocurrir el contagio sin que el infectado se percate de ello, y un cubreboca ralentizaría la propagación del virus», señalaron los CDC, a la vez que recomiendan llevar una mascarilla de tela a los lugares públicos donde es difícil mantener el distanciamiento de metro y medio que se sugiere para no ser infectado.

Los CDC aseguran que una mascarilla casera no tendrá la eficacia que ofrecen las quirúrgicas o las N95, pero que las personas sin síntomas deberían utilizar mascarillas de tela y no asumir que garantiza protección: «Sirven para desacelerar la propagación del virus y ayudar a evitar que las personas que podrían tenerlo y no saberlo transmitan el virus a los demás», además así se puede evitar el desabastecimiento para el personal de salud. Mientras tanto, la OMS señala que aunque no recomiendan su uso en personas sin síntomas, es crucial que las mascarillas de un solo uso no se reutilicen y que a medida que se humedezcan por llevarlas, se cambian por una seca. 

En medio de la discusión entre las entidades de salud, lo único en lo parecen estar de acuerdo es en las medidas de seguridad como lavarse las manos antes de colocarla y después al retirar las mascarillas, y en que el uso de solo mascarilla no garantiza que no vaya a haber infección a menos que se apliquen las demás medidas: lavarse las manos, mantener la distancia y usar gel de manos. 

Mientras tanto, Taiwan envió una donación de 180 000 mascarillas quirúrgicas para su distribución en el personal de salud hondureño. Sin embargo, la transparencia en el manejo de las donaciones y los fondos aprobados ha sido muy cuestionado por distintas entidades.  

Un equipo técnico del Tribunal Superior de Cuentas (TSC), después de inspeccionar la bodega de COPECO, recomendó que la dependencia de Ayuda y Asistencia Humanitaria de la institución debería hacer documentos que certifiquen la salida de insumos y establecer un área para agrupar los insumos que reciben como donación, porque no se diferencian de los insumos adquiridos con fondos asignados a la institución. 

Un militar gana una bolsa solidaria durante una jornada de entrega de alimentos, Tegucigalpa, 8 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Un presupuesto cuestionado que sigue en aumento 

De acuerdo con el portal de transparencia de la Secretaría de Finanzas (SEFIN), el presupuesto utilizado para atender la emergencia es de 2,195.9 millones de lempiras ($87.8 millones). La cifra, actualizada hasta el 3 de abril, corresponde a fondos del Presupuesto General de la República 2020 que se han reorientado para la emergencia.

Estas medidas forman parte del decreto ejecutivo PCM-020-2020, publicado el 16 de marzo en La Gaceta, que detallan austeridad y contención del gasto en todas las instituciones del sector público. Entre ellas la reducción de todos los presupuestos que no pertenecen a salud, educación, energía, seguridad y defensa para obtener el 2 % del total aprobado para 2020. 

Otras disposiciones incluyen la restricción de nuevas plazas permanentes, nombramiento de personal con salarios mayores a lo establecido en otros decretos, compra y arrendamiento de vehículos, así como compra de mobiliario y equipo de oficina para aquellos departamentos que se mudarán al Centro Cívico Gubernamental, entre otras. «El gasto no ha sido mayor, se han hecho transferencias a las instituciones, pero no ha sido ejecutado ese presupuesto porque en primer lugar no estamos ni siquiera en el 15 % de la fuerza con que el coronavirus va a atacar a Honduras», señaló Gabriel Rubí, comisionado del Comité Permanente de Contingencias (COPECO), en declaraciones a un medio. 

Mientras tanto, el portal de transparencia de la Secretaría de Finanzas, detalla que se hizo una compra de 450 ventiladores mecánicos, sin especificar el modelo, por un total de 324 millones de lempiras ($13 millones) a través del presupuesto ejecutado por Inversión Estratégica de Honduras (INVEST-H), contraparte nacional de la Cuenta del Milenio, encargada de gestionar proyectos y programas de desarrollo con fondos internacionales y nacionales.

Mientras tanto, las autoridades de SINAGER dieron a conocer que de los primeros 140 ventiladores mecánicos comprados por el gobierno ya se han instalado al menos tres en el Hospital Cardiopulmonar del Tórax y ahora cuentan con 6 respiradores. El Tórax es uno de los principales centros de atención en la capital. Los demás centros asistenciales que recibirán ventiladores son el San Felipe, en Tegucigalpa, el Mario Catarino Rivas y el Leonardo Martínez en San Pedro Sula, el Hospital de Atlántida en La Ceiba y el Salvador Paredes en Trujillo. De igual manera, los hospitales de Santa Bárbara, Ocotepeque, San Lorenzo, Valle, Roatán y Danlí. 

Finanzas también señala que se hizo la compra de 7 hospitales móviles, cuatro de 51 camas, uno de 91 camas, dos que no especifican su capacidad. El monto total es de 1 159 millones de lempiras ($46 millones). Anteriormente el portal de Finanzas señalaba que uno de estos hospitales móviles estaba en el Aeropuerto Toncontín. Según señala Gabriel Rubí, titular de COPECO, inicialmente se planteaba tener uno en Toncontín y otro en Roatán, pero estos no se instalaron porque las terminales aéreas cerraron y llegaron más tarde de lo previsto. Sin embargo, los hospitales se pueden ubicar en otros lugares. Ante el brote creciente de COVID-19 en Cortés, las autoridades están definiendo si lo instalarán en Choloma o Villanueva. 

Hasta el momento el gobierno aprobó 144 millones de dólares en préstamos, más 424 millones de dólares a través del Congreso Nacional y el Consejo de Ministros. Han utilizado 87 millones de dólares provenientes del Presupuesto de la República, el total es de 638 millones de dólares para atender la emergencia. 

Por su parte, el Foro Social para la Deuda Externa (FOSDEH) señala que «debemos tener sumo cuidado con el uso del nuevo endeudamiento para enfrentar la emergencia del COVID-19, por los compromisos que esto significaría a futuro», a la vez que recuerda que para que el país supere esta pandemia «no sólo es necesario la transparencia y rendición de cuentas en el uso de los recursos, sino también, el conocer los escenarios durante y después de la crisis».

Un vendedor de verduras se lava las manos después de hacer una venta, Tegucigalpa, 22 de marzo de 2020. Foto: Martín Cálix.

En el Valle de Sula, cada año durante abril, las nubes se pierden y las sustituye un cielo gris a causa del humo que provoca la quema de cañaverales, una práctica que ni las medidas de encierro por COVID-19 han pausado. El calor es intenso y hoy es viernes de la Semana Santa, con toque de queda absoluto, en esta zona del país. Acaban de ser comprobados 265 casos positivos de COVID-19 que en Honduras ya cobró la vida de 23 personas, 22 de ellas residentes del departamento de Cortés.  La ciudad que produce aproximadamente el 63 % del producto interno bruto (PIB), San Pedro Sula, se ha convertido en el epicentro de la pandemia en Honduras, rompiendo el mito de que en temperaturas altas el virus no sobrevive.

La medida de cerrar el departamento de Cortés y la ciudad aledaña de El Progreso, Yoro, fue anunciada a través de una cadena nacional el domingo 5 de abril de 2020, luego de comprobar que los días de circulación asignados para todo el país no estaban siendo funcionales para ciudades como San Pedro Sula y Villanueva, que representan puntos críticos de la pandemia. Durante la semana antes del cierre, muchos comercios habían conseguido operar de manera remota: a domicilio y autoservicio, un factor determinante para la propagación del virus. Además, en las primeras semanas de la emergencia, varias empresas maquiladoras no cerraron operaciones. 

El aislamiento o período de cuarentena que se lleva hasta el momento no es suficiente, indica el doctor Carlos Umaña, presidente de la Asociación de Médicos del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS). «Hemos entrado a la fase cuatro, cuando el contagio es exponencial y autóctono. Cuando empecemos a reportar mil casos cada tres días, entonces habremos entrado a la fase cinco de la enfermedad y hasta que no se haga una cuarentena total, no se logrará reducir la curva», enfatiza Umaña. También indica que una cuarentena total quiere decir que las empresas que elaboran alimentos no deben estar operando o movilizándose, hasta que no se cumplan periodos de cuarentena con estos empleados. «Claro, en otros países ha sido posible porque son países desarrollados y esperaría que esto no tenga que suceder acá. Espero no tengamos que llegar a la situación de que las empresas improvisen albergues adentro, para mantener la cuarentena de sus empleados y poder seguir trabajando», dice Umaña y asegura que los casos van a seguir aumentando y que no se verán resultados de la cuarentena, hasta la primera semana de mayo. 

Mujer realiza una llamada en las afueras del Hospital Leonardo Martínez, donde están atendiendo emergencias por coronavirus, 2 de abril de 2020. Foto: Jimmy Girón

Según las Proyecciones y recomendaciones en el marco de la pandemia COVID-19 en Honduras, realizadas por la Universidad Autónoma de Honduras (UNAH), se estima que los casos podrían incrementarse a 16,558 casos a nivel nacional para el 30 de abril de 2020. 

La medida de aislamiento se inició el 20 de marzo de 2020 a nivel nacional. No obstante, las medidas de circulación no fueron tan restrictivas como ahora, que se cuenta con una tasa de mortalidad del 6.02 % y una economía colapsada que no estaba preparada para este escenario. Según estimaciones de la Asociación Nacional de la Micro y Pequeña Industria de Honduras (ANMPIH) se espera que alrededor del 25 % de las micro empresas en el país cierren operaciones. 

Un mercado vacío ubicado en el lateral de una maquila en Villanueva, este mercado también funciona como paso a las colonias que se encuentran en los cerros de atrás de la maquila, Villanueva, Cortés, 2 de abril de 2020. Foto: Jimmy Girón

Para Esperanza Escobar, presidenta de esta asociación en San Pedro Sula, lo que está sucediendo es un reto pero también una oportunidad de demostrar lo resiliente que puede ser la microempresa. «Nosotros tenemos experiencia en este sistema, si quebramos hoy en un negocio, pues mañana abrimos el otro. Estamos para mantener a nuestras familias y no nos estamos yendo del país, y esas convicciones que tienen los empresarios que deciden abrir una pequeña empresa».

Esperanza tiene el optimismo de que la microempresa logrará adaptarse a esta nueva era. También es consciente que no se logrará sin el apoyo del Estado de Honduras. Considera que en muchas ocasiones el apoyo que brindan o el dinero que destinan para equilibrar y apoyar a la empresa privada, no están destinados a los que realmente tienen la experiencia en el manejo de fondos. Es por eso que, desde la asociación junto a más de trescientos microempresarios, han empezado jornadas de trabajo a través de llamadas telefónicas y video llamadas en internet para presentar un proyecto en el que solicitan 300 mil lempiras al Estado. Esto vendría a apoyar a estas microempresas a pagar planillas, gastos de energía eléctrica y capital de trabajo que les permita continuar con sus empresas abiertas. 


Según la encuesta de análisis de resiliencia empresarial ante crisis por #COVID-19, elaborada por la Cámara de Comercio e Industrias de Cortés junto a organizaciones del sector privado y la UNAH, indica que alrededor del 11 % de la pequeña y microempresa en el Valle de Sula ya cerró sus operaciones. El resto se prepara para cerrar en unos meses más, si no se encuentra una forma viable de hacerle frente a esta crisis.

Gráfico de efectos a corto y mediano plazo provocados por el COVID-19 según Encuesta de análisis de resiliencia empresarial ante crisis por #COVID-19, elaborada por la Cámara de Comercio e Industrias de Cortés junto a organizaciones del sector privado y la UNAH.

«Somos empresas pequeñas, a las cuales les ha costado abrirse camino en la banca. No somos personas que vienen con herencias o que conocen todo lo riguroso del sistema bancario. Por eso hemos estado impulsando las cajas de ahorro, con las que hemos logrado que muchas iniciativas se formalicen», explicó Escobar. La ANMPIH está incidiendo para que el gobierno además de apoyarles con el proyecto de los 300 00 lempiras, también pueda incidir en la banca para que les brinden el congelamiento de cuotas de préstamos, por lo menos para los próximos 3 meses, algo que el gobierno ya anunció como medida económica, pero que no se ha implementado aún. 

Gráfico del tipo de financiamiento que tienen las empresas actualmente según Encuesta de análisis de resiliencia empresarial ante crisis por #COVID-19, elaborada por la Cámara de Comercio e Industrias de Cortés junto a organizaciones del sector privado y la UNAH.

El presidente Juan Orlando Hernández, a través de sus redes sociales, mediante vídeo, el 7 de abril anunciaba: «En las últimas horas hemos tomado la decisión de reducir las inversiones obligatorias a través del Banco Central de Honduras o lo que le llaman el encaje legal, que hacen los bancos y entidades financieras». Con estas medidas los bancos, las cooperativas y las entidades financieras serán más flexibles y ágiles para prestar dinero en mejores condiciones, con tasas más bajas, por ejemplo, explicó Hernández. 

Por su parte, el Banco Central de Honduras (BCH) mediante un comunicado de prensa del 8 de abril indicó: «En el marco del Programa Monetario 2020-2021, en el cual se estableció como medida monitorear permanentemente los impactos del COVID-19 sobre la economía nacional y adoptar de manera oportuna las medidas adicionales, que permitan reducir el impacto en la economía hondureña, el Directorio del BCH aprobó un conjunto de medidas de política monetaria tendientes a continuar flexibilizando las condiciones financieras, facilitando el funcionamiento del sistema financiero y de pagos del país al disponer de liquidez para atender las necesidades de los agentes económicos en estos momentos de alta demanda, y a su vez propiciar el acceso al crédito a los distintos sectores económicos, que ayuden a mitigar el impacto derivado de la pandemia». 

Aunque el sector gobierno ya ha declarado dichas acciones, la banca y seguros de Honduras aún no han comunicado que llevarán a cabo estas medidas propuestas por el BCH. Para Escobar, de la ANMPIH, esto es sumamente importante para poder garantizar que la microempresa continúe operando. Considera que la banca debería estar atendiendo durante este período, para que cuando las medidas de restricción sean suspendidas, las empresas ya tengan asegurado el capital para trabajar. «Necesitamos crear nuevas plataformas financieras, que sean disruptivas para que esta población pueda acceder a fondos» indica que los cambios deben ser en paralelo, considerando que la microempresa y pequeña empresa, está lista para trabajar y reinventarse a esta nueva etapa, pero que será imposible sin poder tener una estabilidad financiera que solo la banca puede brindar en estos momentos. La ANMPIH representa el 76 % de la microempresa en Honduras y según sus estadísticas genera alrededor del 70 % a 80 % de empleo incluyendo a trabajadores informales. 

Según la encuesta de análisis de resiliencia empresarial ante crisis por COVID-19, en San Pedro Sula, el  31 % de microempresas han tenido que negociar la suspensión de sus empleados en promedio. Estas empresas generaban alrededor de veinte empleos de los cuales, al menos, seis contratos de empleados permanentes han sido suspendidos. 

Los invisibles en las estadísticas económicas 

Todas estas medidas están alejadas de personas como Gilberto Paredes, quien luego de trabajar 11 años sin contrato formal y sin derecho a seguro social, décimo cuarto y aguinaldo, se ha quedado sin trabajo y junto a él, 34 familias más a quienes les despidieron recientemente de una empresa que se dedica a la producción y distribución de productos de la canasta básica, a través de una contratista. Este despido se da luego de no haber accedido a quedarse hasta el amanecer cargando furgones con producto para exportación. «Nosotros nos quedamos hasta tarde, pero no pudimos quedarnos más, estábamos cansados. Hemos estado trabajando jornadas extendidas y sin que nos garanticen derechos o permisos para andar circulando. El día que nos despidieron llegamos temprano a trabajar y terminar de cargar el camión y lo que recibimos fue esta noticia», relata Paredes. 

Los días que Gilberto y sus compañeros estuvieron yendo a trabajar, tuvieron que ingeniárselas para que los retenes militares no les pararan o terminaran detenidos 24 horas por infringir la ley de circulación. Hasta el momento 6 000 hondureños han sido detenidos por no respetar el toque de queda absoluto durante la emergencia por el coronavirus, informó este miércoles el portavoz de la Secretaría de Seguridad, comisionado Jair Meza. En algunas ocasiones, cuenta Gilberto, no les dejaban pasar dentro de la fábrica, porque no llevaban mascarillas y guantes, algo que según él era imposible cumplir cuando hubo escasez de estos productos, apenas tenían dinero para comprar la comida del día. 

Trabajos como los que realizaba Gilberto, no están regulados por un contrato de trabajo directo con la empresa, sino que a través de una contratista quién también ha quedado sin trabajo. Gilberto cuenta que en los peores días lo más que lograba generar eran 60 lempiras ($2.5) diarios y en los mejores días 114 lempiras ($4.6), que representaban un ingreso semanal de 800 lempiras ($32.5) para mantener a sus dos hijos y pareja. «Imagínese, tanto tiempo callándome para no perder la única entrada de dinero, callándome que no me daban mis derechos o no había formalidad, yendo a trabajar en medio de todo esto, arriesgándome porque ni implementos nos daban para protegernos, siendo fumigados sin mascarilla, para que el producto vaya bien, rociado de químicos», cuenta mientras hace una pausa larga. El grupo de exempleados ha decidido organizarse para llevar este caso al Ministerio de Trabajo. 

El día que conocí a Gilberto, estaba junto a un amigo y su hijo esperando, en su carro de paila, que le dieran noticias de su hermano que había llegado deportado y tenían en cuarentena en un plantel de la 33 calle de San Pedro Sula. «Vengo por mi hermano menor, vengo a ver si me lo dan para que vaya a despedirse de mi otro hermano en mi pueblo. Él está muriendo y no quiere irse hasta que no vea al que vino. Espero que acá me ayuden y pueda pasar los retenes hacia la casa de mis papás»,  me decía a través de su mascarilla. 

Gilberto esperaba a su hermano que había sido deportado en el primer vuelo registrado de Estados Unidos a Honduras, durante el cierre de fronteras. En este primer vuelo hubo 92 deportados quienes fueron puestos en una cuarentena de 14 días en un plantel de la empresa privada Tranycop S.A, en San Pedro Sula y custodiada por militares. El hermano que agonizaba era quien trabajaba con él en Choloma y le habían diagnosticado con el síndrome de Guillain-Barré. «A él esa enfermedad le llegó de pronto. En menos de una semana ya estaba muy mal y en el Catarino (Hospital Mario Catarino Rivas) nunca supieron decir qué era lo que tenía. Decidí llevarlo al Hospital del Valle, para ver qué tenía, pero casi que me salía 200 000 lempiras de hospitalización y sin mucha esperanza de vida. Por eso me lo llevé para el pueblo. Realmente es decepcionante cómo nos toca vivir», relataba mientras se limpiaba el sudor de la frente. 

Gilberto me dijo ese día afuera del plantel, que tenía miedo de brindar declaraciones y que cuando estuviera listo me llamaría. Me llamó esta semana al enterarse que luego de estar trabajando 11 años lo despedían sin ningún beneficio. Su hermano trabajaba con él en la misma empresa, murió sin atención de salud con calidad. Gilberto siente que las condiciones en que trabajaba son las que al final mataron a su hermano de manera abrupta. 

Entrada al plantel del taller de mecánica de equipo pesado en Tranycop S. A. que funciona actualmente como albergue para la cuarentena de deportados de Estados Unidos, algunos vehículos ingresan a dejar donaciones para los retenidos y camiones militares que llevan a los policías que custodian el lugar, 33 calle de San Pedro Sula, 23 de marzo de 2020. Foto: Catherine Calderón

Protestas, deportados y miedo al virus 

El Valle de Sula, en especial ciudades como Choloma, Villanueva y San Pedro Sula, son conocidas por sus altos índices de violencia. Según un informe difundido por medios de comunicación nacional el 4 de febrero de 2020, las ciudades con mayores índices de homicidio eran San Pedro Sula y El Progreso con 27 y 12 asesinatos respectivamente, aunque han reducido durante la cuarentena. En los barrios históricamente excluidos, las normas sociales de los grupos delictivos siguen siendo las que se obedecen, así que si a esto le sumamos que hay un miedo intensificado por la sobreinformación y  noticias falsas alrededor del COVID-19, muchos lugares que aún siguen esperando el apoyo del Estado de Honduras, han decidido imponer sus propias reglas. 

En el sector Rivera Hernández, pasajes y colonias enteras han decidido regular la entrada y salida de los transeúntes, como una medida de prevención del contagio del virus, para algunas personas que habitan en este sector, los vecinos solo tienen miedo y están confundidos de cómo funciona el contagio. «Acá hay personas que ya tenían enfermedades respiratorias, pero hubo un señor que, seguramente por el estrés, se puso mal del pecho (dificultad al respirar). La gente empezó a decir que ya tenía el virus y que tenían que sacarlo de la colonia, gracias a Dios consiguió una nota médica que decía que él tenía otra enfermedad. Pero la gente se volvió loca, ni siquiera dejaron entrar muertos al cementerio, porque decían que tenían COVID-19 y que preferían meterle fuego antes de dejar pasar gente» relata una joven que, por seguridad, ha decidido no brindar su nombre real y le llamaremos Karen. 

Cesar Flores de 51 años, vive en la calle desde hace unos meses que llegó de Santa Bárbara en busca de oportunidades de trabajo, luego de no poder volver a trabajar como albañil a causa de una lesión que tuvo. Ahora pide ayuda en la calle sosteniendo un rótulo que dice «Ayuda- Dios le bendiga» en las calles de San Pedro Sula.

Karen, relata lo sucedido el 2 de abril: vecinos del sector Rivera Hernández con palos y piedras bloquearon el paso al personal de COPECO que se dirigía a enterrar a una de las personas fallecidas en el Leonardo Martínez, aduciendo que solo ahí iban a enterrar a las personas que fallecían por la infección. «En efecto hay pobladores de algunos lugares, particularmente de la colonia Rivera Hernández, donde no permiten el ingreso de cadáveres que vengan por muerte de coronavirus, Se ha hablado con estos pobladores para que puedan permitir el acceso a estos cadáveres, pero las autoridades de salud tienen diferentes accesos a otros cementerios y de esa manera se ha permitido enterrarlos en otros lugares», señaló el subcomisionado Hugo Miranda, jefe noroccidental de comunicación estratégica de la Policía Nacional.  

En sectores como la López Arellano y Quebrada Seca en Choloma han decidido salir a realizar protestas con bloqueos de calles, quema de llantas y carteles exigiendo apoyo del gobierno y comida. En varios de los rótulos se podía leer «Tenemos hambre», rótulos que desde que inició la cuarentena se han podido leer en diferentes sectores del departamento de Cortés. 

Ayer, las manifestaciones terminaron al cabo de una hora, mientras que la de hoy, 10 de abril de 2020, se mantuvo más de una hora y sin acatar las medidas impuestas del toque de queda absoluto. Las personas se aglomeraron en la carretera que dirige a Puerto Cortés, quemaron un vehículo y rodearon un supermercado que pretendían abrir. Ante esto. las autoridades publicaron una nota que decía que los días de circulación o medidas para abastecerse de comida, que se mencionaban en el comunicado de ayer, no eran aplicables para los municipios de Cortés y la ciudad de El Progreso, Yoro. Desde las 8:30 a. m. hasta las 11 a. m. las personas empezaron a ser reprimidas por parte de la Policía Nacional, quienes llegaron con una tanqueta de agua y dispararon gases lacrimógenos. 

Archivo:  Toque de queda en Choloma como solución a la violencia

Varios vecinos lograron grabar en el momento que los policías le daban persecución a los pobladores que se manifestaban. También el 29 de marzo los pobladores de Aldea El Carmen  en San Pedro Sula, se habían organizado para exigir comida al estado de Honduras. Al preguntarle ayer al subcomisionado Miranda, sobre estos posibles saqueos, indicó que las medidas son claras y que no pueden circular, que debemos comprender que la ciudad podría llegar a presentar alrededor de mil casos de COVID-19 diarios, sino se toman las medidas correspondientes.

En la 13 calle del barrio Medina en San Pedro Sula, varias personas se juntaron a recibir la bolsa solidaria que se está brindando con el programa Honduras Solidaria. Se podía observar la molestia y desesperación, ya que no a todos les llegó la bolsa o por la inconformidad de que la provisión no les ajustará para 15 días. 

En medio de protestas, patrullajes y demás acciones rutinarias de la Policía Nacional, se están ejecutando varias órdenes de captura por asesinato. Algunas de estas órdenes son de personas que están viniendo en vuelos de deportados de Estados Unidos, según el subcomisionado comisionado Miranda.  «Hay personas capturadas en estos vuelos. De igual manera, la Dirección Policial de Investigaciones está trabajando para poder ubicar personas que tengan orden de captura. En ese sentido se están capturando por lo menos dos personas diarias en la ciudad de San Pedro Sula por tener orden captura pendiente por diferentes delitos», manifestó.

Subcomisionado Hugo Miranda, jefe nor- occidental de comunicación estratégica de la Policía Nacional, mientras brinda entrevista a medios de comunicación en la posta policial de tránsito, San Pedro Sula. Foto: Catherine Calderón

Miranda además confirmó algo que hemos preguntado en varias ocasiones a la Cancillería de la república y no hemos obtenido respuesta: alrededor de cuatro a cinco vuelos de deportados, de aproximadamente  100 personas cada uno, están llegando al país en medio de la crisis. Todas las personas a excepción de quienes tienen orden de captura son revisadas por las autoridades correspondientes. Se les llena una ficha y se verifica que no tengan o presenten síntomas de coronavirus para que puedan ser despachados a sus casas. Miranda también agregó que la mayoría de ellas han estado en albergues de tres a cuatro meses antes de ser deportados, por lo que en dichos lugares las autoridades también verifican que no presenten síntomas. 

Un reporte de la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE) en Estados Unidos, indica que hay, al menos, cuatro migrantes que han dado positivo por COVID-19 en sus centros de detención. Dado lo anterior, organizaciones y familiares han exigido la liberación de los detenidos. Los deportados que han llegado no han sido reportados por las autoridades correspondientes de migración. Desde el primer vuelo de marzo, se solicitaron entrevistas en los lugares claves como el aeropuerto, albergues improvisados, pero no se obtuvieron respuestas. En la mayoría de los casos, quienes atendieron a Contracorriente fueron la policía migratoria y policía militar, que indicaron no tener autorización para brindar declaraciones. De igual manera, se contactó a personal de ACNUR y OIM para conocer su posición ante esta crisis de salud y de migración. Al menos para saber si tenían conocimiento de las condiciones en que se encontraban estas personas. No obtuvimos respuestas, ya que ambas instituciones indicaron tampoco tener información. 

Crisis sanitaria ya existente 

El sistema de salud en Honduras ya estaba colapsado antes de la pandemia, durante meses en 2019 el sector de educación y salud, iniciaron una serie de protestas ante la posible privatización del sistema educativo y salud. Los médicos en aquel momento junto a estudiantes de medicina que hacían su trabajo social exigían al gobierno mejores condiciones de trabajo, exigían implementos para poder atender con mejor calidad a la población hondureña. 

Actualmente los médicos han decidido dividir sus esfuerzos para no dejar de atender otras personas que no estén infectadas con el COVID-19, pero que sí presenten otro tipo de enfermedad. «Los médicos estamos luchando con dos patologías, una es la patología normal como vesículas, hernias, apendicitis, accidentados en motos, carros que no deberían de haber pero hay, han habido como 3 accidentes que hemos atendido , una gran cantidad de cesáreas que siempre existen y estamos luchando contra el COVID. El Hospital Catarino Rivas y el Seguro Social están divididos para atender ambas patologías, y evitar que pacientes que llegan por otras enfermedades o atenciones se infecten. Es preocupante,  pero no tenemos otra alternativa porque muchos de los pacientes deben ser vistos en los hospitales, como los hipertensos, diabéticos entre otros. Estamos trabajando en guardias de 12 horas continuas para que el personal de salud no esté expuesto también a la enfermedad del COVID-19», expresa Umaña, haciendo hincapié en que el sector salud está haciendo su lucha, pero que necesita que las personas comprendan la importancia de la cuarentena. 

Actualmente, el Seguro Social está realizando alrededor de 50 pruebas diarias. «Nos están llegando bastantes personas. Las pruebas no se le hacen a cualquier persona, ya que se busca primero algo que se llama rasgo epidemiológico, como por ejemplo si ha estado con una persona que estuvo tosiendo, si viene de una ciudad donde el COVID-19 estuvo presente y con ese criterio hemos estado realizando la pruebas rápidas, las confirmatorias, tengo entendido que en el país se están haciendo de 400 a 500  pruebas diarias». 

El miércoles 8 de abril, durante una cadena nacional, el Consejo Hondureño de la Empresa Privada (COHEP), brindaba declaraciones que la población interpretó como un mensaje de que el lunes 12 de abril, algunos comercios se reactivarían. Esto causó una conmoción en las redes sociales y generó que tanto el COHEP como también el titular de Cámara de Comercio de Industrias de Cortés, Pedro Barquero, quien en su cuenta de twitter publicó una encuesta sobre qué pensaban de reactivar la economía hondureña, aclararan que en ningún momento se había pretendido o se había insinuado que se suspende la cuarentena y que los únicos que podían determinarlo eran los profesionales de la salud. 

«Honduras va a tener que reactivar esto, lógicamente, pero va a suceder cuando la curva se aplaque, o sea cuando usted empiece a ver que bajen los casos y usted va a poder regresar a trabajar. Lo que se tiene que hacer es poco a poco  ir re-incorporando la industria y el comercio informal. La expresión de que el COVID-19 está entre nosotros y se quedó a vivir con nosotros, es correcta, Nos tenemos que acostumbrar a vivir con él, porque mientras no exista una vacuna, que creemos los expertos va a venir como en febrero del próximo año, la humanidad se va a seguir infectando, Se calcula que más o menos el 60 % de la humanidad va a infectarse, de ese 60 % el 7 % va a morir», dice Umaña.

Uno de los factores por los cuales la zona norte ha sido el foco de la epidemia es debido a su actividad comercial. «Hay cientos de miles de personas trabajando en las maquilas y un comercio bastante importante en centros comerciales,  pero quizás el aspecto más importante es el comercio informal. Tenemos una gran cantidad de vendedores ambulantes en las carreteras, en las ciudades y bastantes mercados. Esto hace que sea un caldo de cultivo para el virus , la gente se aglomera, son abundantes emprendedores. En cambio en Francisco Morazán, no es así, allí está la sede del gobierno central. Si bien es cierto una cantidad de vendedores, no tantos como acá en el norte del país, y aunque hay centros comerciales también tiene que ver la distribución, no hay tantas plazas como allá y no existen carreteras que conecten tantos municipios como aquí la carretera CA-5», según el doctor Carlos Umaña esto influyó mucho en la toma de decisiones de la cuarentena. 

Muchos negocios al inicio de marzo, siguieron abriendo y operando de manera normal, a pesar de que existía una alerta roja por parte del gobierno, una medida que sin duda afectaría posteriormente a la zona norte del país, cuando lo ideal hubiese sido haber restringido la circulación tal cual sucedió en el sur del país. 

Ahora, con la mayoría de casos de COVID-19 en Honduras, el Valle de Sula, en medio de la incertidumbre y la sorpresa, cerró sus entradas y salidas. Es verano y en las calles de San Pedro Sula solo se escucha el  parlante de la patrulla que da indicaciones para que los vecinos, que salen por las tardes a observar las calles vacías, no estén en grupos. La famosa Tercera Avenida y sus puestos de baleadas 24/7 llevan cerrados un mes. La ciudad no es la misma, el parque lo han tomado policías municipales que no permiten se acerque nadie, ni siquiera periodistas.

Y, aunque no es la misma, en los alrededores de la ciudad, a orilla de la carretera, hay una industria que se resiste a apagarse. Los deportados siguen llegando, los siempre olvidados ahora salen a protestar. Gritan que no los olviden otra vez después de ser sustituidos por uniformados de la policía nacional y militar en las calles donde antes se ganaban la vida.

En Honduras, las proyecciones realizadas por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) y las expresadas por el titular de la Comisión Permanente de Contingencias (COPECO), no están mínimamente cerca. La primera, estima que en junio, Honduras alcanzará la cumbre de la curva de contagios con 2 millones ochocientas mil personas infectadas en su punto máximo. La segunda, dice que en junio se llegarán a 75 000 contagios. «Esto podría dejar hasta 1 200 muertos y hasta 75 000 personas contagiadas. Datos que podrían verse reflejados en el mes de junio», así lo aseguró Gabriel Rubí, comisionado de COPECO. La desconfianza en los números oficiales aumenta en países como Honduras, que tiene en su gabinete de gobierno a personas cuestionadas por corrupción. Tal es el caso del presidente Juan Orlando Hernández, desde su ilegítima reelección hasta el involucramiento de su hermano en crímenes de narcotráfico.

Hasta el  9 de abril, después de un mes de haber sido detectado el primer caso de COVID-19 en Honduras, hay 382 casos positivos, 23 muertos y 7 personas recuperadas. La zona norte del país es la más afectada. Las medidas de prevención han tenido ajustes en las tres semanas de estado de sitio. A partir de la próxima semana —aunque se ordene la salida de las personas con el número de su documento de identidad— la mayoría de los comercios abrirán de lunes a viernes en horario completo. 

Una de las preocupaciones que también surgen en este momento, es la capacidad que tiene el país para manejar un número alto de muertes por esta enfermedad. El alcalde de Villanueva Cortés, Walter Perdomo, relató a nuestro medio de comunicación, que no han tenido mucho apoyo de las autoridades encargadas de la emergencia, para la sepultura de las personas fallecidas por COVID-19.  «Apoyo de las autoridades de SINAGER no hemos tenido. Nosotros y salud pública hemos realizado el entierro de los cadáveres. La población se ha mostrado molesta porque no quiere que estos sean enterrados en cementerios cercanos al grupo poblacional, es por esa razón que la alcaldía está en busca de un terreno para realizar dicho procedimiento», cuenta Perdomo.

Las imágenes de Ecuador: cadáveres en la calle, escasez de ataúdes, personas desesperadas pidiendo, durante días, que se lleven el cadáver de su ser querido que murió en casa por COVID-19, parecen un presagio para Honduras. 

La Secretaría de Salud en Honduras ha creado un protocolo para el manejo de cadáveres. Este consiste en que las personas que fallezcan a causa del virus no sean veladas por sus familiares y que sean enterradas de manera inmediata para evitar el riesgo de contagiarse. Los velorios están prohibidos durante la emergencia para evitar la aglomeración de personas. Por otra parte, los cadáveres no pueden pasar por el protocolo común de realizarles una autopsia, ya que su muerte es considerada «muerte natural». La Dirección General de Medicina Forense (DGMF) establece —de forma prioritaria—  la identificación del fallecido y el llenado de ficha de información que ya tiene un formato único. Esta institución continúa laborando de manera cotidiana las 24 horas en los Centros Integrados del Ministerio Público (MP) ubicados en Tegucigalpa, San Pedro Sula, La Ceiba, Santa Rosa de Copán y Comayagua.

El procedimiento que se debe realizar al momento de sepultar los cadáveres es el siguiente: desinfectar todos los insumos a utilizar, se requiere de manera obligatoria bolsas herméticas, las personas que realicen la manipulación de los cadáveres deben usar el equipo de protección: batas plásticas, guantes látex y gorros. Los cuerpos deben de ser enterrados lo más pronto posible y no pasar más de 10 horas, todo esto en compañía de las Fuerzas Armadas y SINAGER. 

Foto: Martín Cálix.

Se agotan los ataúdes

La Asociación de la Industria de Funerarias de Honduras expresó su preocupación esta semana, ya que la operación de este sector se ha reducido en un 80 % por falta de acceso a las materias primas para la elaboración de ataúdes. Solo cuentan con 5 000 féretros, los cuales pueden agotarse en una semana, según Edwin Lanza, presidente de la asociación. Lanza, además asegura que tampoco tienen un salvoconducto para poder laborar con normalidad, esto impacta de manera directa a los trabajadores de las funerarias a nivel nacional, ya que han tenido que suspender a sus trabajadores porque es imposible sostener el pago de los salarios. La cremación no suele ser una opción viable en este caso. Su costo es elevado, ronda entre los 30 a 40 mil lempiras, pero Lanza asegura que ese costo podría reducirse si se logra consensuar con el gobierno, ya que es un momento de emergencia nacional y la Asociación de Funerarias del país podría contribuir.

SINAGER habla de un aproximado de 1 200 muertos a causa de esta pandemia. Sin embargo, si se juntan las proyecciones de infectados con la falta de acceso a la salud, el número es cuestionable. Según datos del Centro de Estudio para la Democracia, el país tiene una población de 9,3 millones de habitantes, pero solo cuenta con unas 6 590 camas en el sector hospitalario, lo que se traduce en 9.5 camas por cada 10 000 habitantes. Según la UNAH, al 30 de abril estaríamos teniendo 16 mil personas infectadas. 

Por otro lado, la doctora Suyapa Figueroa, presidenta del Colegio Médico de Honduras (CMH), afirma que tampoco los centros hospitalarios privados del país no están preparados para enfrentar esta pandemia. Por esta razón, este sector ha solicitado en reiteradas ocasiones que se administre bien el presupuesto destinado para esta crisis y que no se realicen compras de material que no se necesite, que sean de calidad, cantidad y con conocimiento científico. Figueroa hizo referencia a la compra de más de un centenar de ventiladores que no cumple con los requisitos: «Los equipos que trajeron no sirven para esta emergencia, lastimosamente no cumplen con los requisitos que se necesitan para dar soporte a un paciente con una neumonitis viral, como la que provoca el coronavirus», afirmó.

Ante esta situación y las declaraciones que brindaba el alcalde de Villanueva, Cortés, a nuestro medio de comunicación, existe la interrogante de que si estamos preparados para enfrentar lo que nos dicen las proyecciones. Roberto Cosenza, subsecretario de la Secretaría de Salud asegura que cada alcaldía ha cavado 10 fosas, en caso de que tengan que realizar la sepultura a personas que pierdan la vida a causa del coronavirus, pero el que quiera y tenga la posibilidad de que su familiar sea enterrado en un cementerio privado puede hacerlo perfectamente.

«Esperamos no tener que llegar a la apertura de fosas comunes, de ser así son las alcaldías las que deben de estar preparadas»  indicó.

Nadia es la paciente cero por COVID-19 en animales, eso creen los científicos que han atendido a la tigresa en el zoo del Bronx en Nueva York, han explicado que el contagio vino de uno de sus cuidadores que estaba en una etapa asintomática de la enfermedad. Se han dado uno o dos casos más en animales domésticos en el mundo, pero no más que eso. Las alarmas se levantan, quizá por el posible escenario que implica que un virus como el SAR-CoV-2 se salga de control entre la vida silvestre, un escenario donde lo que estaría en peligro no es la vida de los seres humanos, sino algo que es un poco más grande: la vida en el planeta. Por ahora, al autorregulación de la naturaleza nos hace estar lejos de ese escenario apocalíptico y los zoológicos toman sus precauciones y entran en cuarentena.

Cada cuatro días en el zoológico El Picacho se utilizan 30 mil galones de agua y varios cientos de toneladas de comida. Agua y comida son las necesidades primarias, dos cosas que ahora mismo es complicado conseguir, la primera por el racionamiento en el servicio que brinda el SANAA y la segunda porque la cuarentena hace difícil adquirirla.

La emergencia sanitaria que ha estallado por la expansión del COVID-19 en el país, ha dejado postergados a los postergados de siempre: personas pobres y en el caso más extremo, a los animales —y al personal que cuida de ellos— en el zoo de Tegucigalpa. Quienes les cuidan han tenido que eludir el toque de queda saliendo mucho más temprano de sus casas, algunas de ellas en barrios periféricos de la ciudad. La primera semana del toque de queda estuvo llena de incertidumbre, el personal se vio obligado a cruzar retenes y explicar que hay seres que dependen de ellos porque de otra manera se morirían, han tenido que dejar el encierro precautorio y hacer caso omiso al llamado de quedarse en casa porque realizan un trabajo que no puede parar. Cuidadores, biólogos, veterinaria, personal de cocina, el equipo del zoo no tiene la opción de quedarse en casa para salvarse del coronavirus.

De los más de 400 animales —64 especies, entre reptiles, mamíferos y aves— que habitan el zoo al menos el 70 % de ellos han sido rescatados del tráfico de especies, y en su mayoría, reinsertarlos a la vida silvestre y a un hábitat donde puedan tener libertad es imposible. Económica y logísticamente es una opción inviable, por lo que el Estado hondureño ha debido cargar con ellos y garantizarles el menor de los traumas en lo que resta de sus vidas.

En cuarentena, los horarios se duplican. Suelen comenzar a las 6 a. m. y no tener horario de salida, explica Hugo, encargado de la logística del zoo. La institución también ha tenido que garantizar la llegada y la salida de sus empleados, pedir un salvoconducto y hacer un uso eficiente de los recursos: dos equipos que se turnan los días, y un motorista que debe acarrear la comida y llevar y traer al personal porque en este momento no hay transporte público.

El zoológico El Picacho es una dependencia de la Secretaría de Energía, Recursos Naturales y Ambiente (MiAmbiente). Al menos en la primera semana del toque de queda, hubo problemas para movilizar a su personal porque la burocracia estatal tardó en otorgarles el salvoconducto que les permitía llegar a trabajar. En el segundo mes de la pandemia en el país, las gestión de necesidades son de agua y comida.

Una de las tareas que se ha complicado más durante el toque de queda es encontrar proveedores para alimentar a los animales, las restricciones para circular afectan a quienes venden comida y, como en cadena, a quienes la necesitan. El alimento también debe priorizarse para los seres humanos, las razones pueden variar, pero la escasez de alimento podría convertirse en una situación de riesgo y que mantiene preocupados a la administración del zoo.

Javier Valenzuela, el director interino del zoológico, explica que un tercio del presupuesto total de la institución —4 millones de lempiras— deben ser invertidos en la alimentación de los animales. A esto debe sumarse las donaciones de algunas empresas que colaboran con el zoológico haciendo donación de carne. El zoo necesita cerca de los 12 millones de lempiras para funcionar, para poder pagar personal y el suministro de combustible. Los ingresos por taquilla por ahora no están llegando y no lo harán hasta que la crisis sanitaria llegue a su fin.Según estimaciones de la facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, en un documento publicado este abril de 2020, a un mes de la llegada de la pandemia a Honduras, la curva de infección no ha alcanzado su punto máximo todavía. Esto sucederá hasta junio, entre el 8 y el 18, y la curva no va a bajar hasta septiembre, entre el 17 y el 26 de septiembre. Por lo que la vida con relativa normalidad no va a ser posible quizá hasta agosto, esto va a dejar sin visitantes al zoo por mucho tiempo. Deberán confiar que durante estos meses no serán víctimas de la reducción del presupuesto estatal. El zoo, como todo el país, está cuarentena. De resultar ciertas las estimaciones, al país entero le quedan meses oscuros por delante. Nunca el final de algo significó tanta esperanza junta.

Entrada al Parque Nacional El Picacho donde está ubicado el zoológico, Tegucigalpa, 9 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Un trabajador del zoológico El Picacho limpia la jaula de los jaguares, Tegucigalpa, 7 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
En el interior del corral de los chanchos de monte, Julio hace labores de limpieza. Julio vive en Barrio El Bosque, uno de los barrios en las faldas de El Picacho, pero su acceso al parque implica caminar varios kilómetros, Tegucigalpa, 9 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
La cuarentena ha guardado a los visitantes del zoo, las únicas personas que lo caminan son sus trabajadores, Tegucigalpa, 7 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Un trabajador del zoo abastece de fruta la jaula de los pericos, Tegucigalpa, 7 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
En una zona restringida para el público del zoo, Mario Donaldo, alimenta a los monos araña. Para él, llegar a trabajar implica caminar varios kilómetros desde la aldea Jutiapa, ubicada en el Parque Nacional La Tigra, Tegucigalpa, 7 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Un mono araña come fruta durante el desayuno en el zoo, Tegucigalpa, 7 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Dentro de un refrigerador se guardan el alimento de los carnívoros, Tegucigalpa, 7 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
En su hogar, Sofía es la única persona que ha quedado con trabajo y recibiendo un salario, su esposo (albañil), sus dos hijos mayores ( electricistas) no tiene trabajo en este momento, por lo que el peso de su hogar ha recaído en ella, Tegucigalpa, 7 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Hugo, encargado de la logística del zoológico, desinfecta un auto asignado al zoo, Tegucigalpa, 9 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
La doctora veterinaria, Diana Echeverría, realiza limpieza a una herida en la pata de una ocelote, es asistida por los biólogos Julio y Heydi, Tegucigalpa, 9 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Desde la pantalla de su teléfono celular, Diana Echeverría, veterinaria del zoo, explica que hay dos tipos de coronavirus: el alpha coronavirus para el reino animal y el beta coronavirus para la humanidad, Tegucigalpa, 9 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Una ocelote aún con los efectos de la anestesia es cargada en brazos por la bióloga Heydi Carballo luego de la limpieza en una herida, Tegucigalpa, 9 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Un pavo real en su ritual de apareamiento, Tegucigalpa, 7 de abril de 2020. Foto: Martin Cálix.
Simba, el león del zoo, ronronea cuando Alejandro se acerca a saludarlo, Tegucigalpa, 9 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Dentro del serpentario del zoo, una timbo permanece enrollada, esta especie de serpiente venenosa puede llegar a crecer más de 50 centímetros, es una especie endémica de Honduras, Tegucigalpa, 9 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.
Debido a la escasez de agua, la fuente frente al edificio administrativo del zoológico permanece vacía, Tegucigalpa, 7 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Un total de 19 incendios forestales se reportan en lo que va del año en el Parque Nacional la Tigra, pero 3 incendios diarios han sido provocados en los últimos días a pesar del confinamiento de la población por la llegada de la pandemia del COVID-19 en Honduras. Las autoridades no atienden las denuncias de los incendios por atender la pandemia, o al menos esa es la excusa, explica Jorge Luis Palma, director técnico de  la Fundación Amigos de la Tigra (Amitigra).

Según estudios del Centro de Información Toxicológica (Centrox), de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacia, de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, la contaminación por humo a causa del tabaco, la industria y los incendios forestales, aumentan de manera significativa el riesgo de propagación del coronavirus. Sin embargo, los incendios en el Parque Nacional La Tigra en el departamento de Francisco Morazán no deberían preocuparnos solo por eso. Este parque fue declarado como la primera área protegida de Honduras en 1980. Cuenta con un patrimonio forestal de 24,040 hectáreas, donde se produce el 30 % de agua que abastece el noreste de Tegucigalpa y 104 caseríos de los municipios de Cantarranas, Valle de Ángeles y Santa Lucía.

Amitigra registra entre 30 y 40 incendios por año, con una afectación promedio de 1,000 hectáreas. En Contracorriente (CC) entrevistamos al director técnico de Amitigra, Jorge Luis Palma (JP) quien asegura que también se debe poner atención a esta problemática aunque todos los esfuerzos estén orientados a atender la pandemia. 

CC: ¿Cuántas hectáreas de bosque han sido dañadas a causa de los incendios en este año?

JP: Sin contar los dos incendios suscitados el día martes, serían 305 hectáreas afectadas. En las últimas semanas se han reportado hasta tres siniestros al día.

CC: ¿Qué impacto produce la contaminación a causa de los incendios y quienes son los más afectados?

JP: La población se ve afectada en sus vías respiratorias, ya que la quema de las plantas son las que más emiten gases a la atmósfera, los más afectados siempre son los niños, las personas adultas mayores y quienes tienen padecimiento de problemas como rinitis y asmáticos.

CC: ¿Qué tipo de trabajos está realizando Amitigra para contrarrestar los incendios forestales?

JP: En estos momentos un equipo de alrededor de 20 personas —tomando todas las medidas ante la alerta por la pandemia que azota el país—  nos mantenemos en puntos estratégicos. Las cuadrillas se ubican en el sector de Cofradía, en Jutiapa y en El Hatillo. Contamos con la ayuda de cuatro torres que están instaladas en el parque para alertar cuando el fuego se propaga.

CC: ¿Amitigra cuenta con el apoyo de otros sectores al momento de una alerta de fuego?

JP: Nos colabora el Instituto de Conservación Forestal (ICF), el Cuerpo de Bomberos de Honduras y muchas veces los vecinos de las comunidades salen a combatir el fuego en apoyo a nuestras cuadrillas, entre otros.

CC: ¿De dónde se abastecen de agua para lograr apagar los incendios?

JP: Nosotros no utilizamos agua para contrarrestar el fuego, porque no contamos con fuentes de agua accesibles para las zonas montañosas, es por esa razón que los incendios se combaten por medio de la ronda «corta fuego», que consiste en construir una ronda por donde se dirige el fuego, para que cuando llegue hacia esa ronda se detenga ahí y allí se apague. 

Fotografía cortesía de AMITIGRA.

CC: ¿Quiénes provocan estos incendios? 

JP: En el parque nacional La Tigra todos los incendios son provocados por la mano humana. Muchas veces son provocados por personas que ingresan a la montaña a sacar miel y, para alejar las abejas, inician el fuego que luego se les va de control.

CC: ¿Ante esta situación cuál es el trabajo de las autoridades para detener esto?

JP: Tenemos muchas debilidades en cuanto eso, sobre todo en el marco legal porque para enjuiciar estas personas se exigen muchas pruebas, casi que debería estar el fiscal o la persona que va a denunciar al momento que cometen el hecho, además en estos momentos por la emergencia ante el COVID-19 las autoridades no están atendiendo.

CC: ¿Cuál sería el llamado a la población en general para evitar que nuestra área protegida continúe siendo afectada?

JP: Todos debemos aportar en el cuidado de nuestros recursos naturales. Si se utilizara fuego, se tiene que ser responsable. Al final cuando quemamos impactamos en el ciclo de lluvia, la calidad de nuestra agua y después nos vemos sumamente afectados, ya que cada vez más tenemos menos agua disponible.

Este año, en Suecia, hemos tenido un invierno singular. Las consecuencias del cambio climático han sido evidentes. Soy hondureña y desde que me mudé a Lund, hace casi 14 años, esta es la vez primera que no hemos visto nieve en el sur, aunque las temperaturas han oscilado entre 10 °C y -1 °C. Hemos recibido poco sol y mucha lluvia bajo un cielo nublado. En ese ambiente de días grises, el 31 de enero, las redes sociales, la  radio y la televisión daban a conocer que el primer caso de COVID-19 estaba confirmado en la ciudad de Jonköping. Una persona que estuvo de visita en Wuhan —primer epicentro del COVID-19— era la primera portadora del virus.  El 24 de febrero se presentó el segundo caso, justo después de la semana sportlov que aconteció entre el 17 y 21 de febrero. Esa semana es conocida en Europa como la vacación de invierno y gran parte de la población se desplaza hacia Italia, Austria y otros países para esquiar.  Al inicio se reportó que de los primeros casos 444 personas obtuvieron el virus en el norte de Italia y 201 en Austria.  

No han transcurrido ni siquiera dos meses desde el primer caso, sin embargo según los reportes oficiales de la agencia de salud pública, actualmente existen 9141 casos confirmados,  793 han fallecido.  

Aunque países vecinos como Noruega y Dinamarca han declarado cuarentena y  cerrado escuelas y fronteras , al día de hoy en Suecia, se recomienda no hacer viajes innecesarios de y hacia Suecia, y no hay medidas de aislamiento obligatorio. El gobierno ha decidido no cerrar las escuelas primarias y secundarias, y para justificarlo existe una razón: alrededor de un millón de niños son menores de 10 años y en un país donde el servicio doméstico es nulo, uno de los progenitores tendría que permanecer en casa. Eso significa que alrededor de un millón de personas no podrían trabajar por un período indeterminado. En cuanto a la aglomeración de personas, solo se han restringido eventos donde asistan más de 50 personas. 

Las universidades han cerrado sus clases presenciales y las han reemplazado por las aulas virtuales, donde la igualdad en el acceso a internet y a los portátiles son la clave para continuar con la educación en el nivel superior.  

Las opiniones a favor o en contra de las medidas moderadas del gobierno no se han hecho esperar, pero la población en general está de acuerdo en seguir las recomendaciones de la agencia sueca de salud pública, tales como: evitar el contacto social, no asistir al trabajo a la escuela si se presentan síntomas de resfriado o COVID-19, restringir de manera absoluta el contacto con la población mayor de 70 años y, por supuesto, continuar con las medidas de higiene preventivas. 

Presas del pánico y la posibilidad de que la cuarentena sea una medida que llegará  tarde o temprano, el papel higiénico y ciertos productos alimenticios como la pasta y la avena  desaparecieron por unos días de los supermercados. Con todo, el gobierno sueco ha prometido que no habrá escasez de alimentos  —tampoco de papel higiénico—.

En contraste, Honduras, el país donde crecí, vive de crisis en crisis y la pandemia ha venido a desnudar la ya vieja y calamitosa situación del sistema de salud. Hacerle frente a la pandemia con las uñas será un reto que seguramente costará muchas vidas.  También es preocupante la forma en que se difunde la información. El miedo y la angustia se convierten en armas de doble filo. Por un lado se pretende asustar a la gente para que se quede en casa —de ser posible— , por otro puede dar lugar al caos. La  histeria que ahora enfrenta Ecuador donde la gente  rechaza al que contrae el virus y ni siquiera pueden hacer frente al entierro de los fallecidos, es un escenario probable para Honduras, si la gente no obtiene educación e información adecuada y veraz.

Hasta ahora, Suecia y Honduras enfrentan el COVID-19 de formas distintas. Aquí no hay cuarentena obligatoria, en Suecia la gente decide quedarse en casa a base de las recomendaciones del gobierno. Se trata de disciplina y seguramente de legitimidad. La transparencia en el manejo de millonarias inversiones para salvar a las empresas, los fondos destinados para el fortalecimiento del sistema sanitario, es algo que damos por hecho. A nadie se le ocurriría pensar en compras secretas, posible desvío de fondos o hacer uso de la crisis para perfilar candidaturas, situación que se presume pasa en Honduras.

La individualidad se transforma en solidaridad 

Suecia es conocida internacionalmente por su sistema tributario como base fundamental del estado de bienestar.  El sistema promueve la autonomía y la autosuficiencia, asegurando que en casos de necesidad el Estado garantiza a la persona joven, enferma o mayor no tener que depender de otros para subsistir, ya sea de familiares, amistades o cualquier otra red de protección.  Aunque los suecos mantienen sus círculos de amistades muy cerrados, para ellos ser humano y solidario implica demostrarlo a través de ese sistema que, a su vez, les permite ofrecer igualdad de oportunidades a sus habitantes.  

Esto también ha tenido un efecto colateral y ha creado familias independientes, donde los mayores son autosuficientes en la vejez. Los ancianos  —al menos en las familias de origen sueco—  no viven con sus hijos como en el sur de Europa o en Latinoamérica. Frente a la pandemia esto disminuye el riesgo de que sean contagiados, pero también mantiene a los mayores más aislados. 

Pero el COVID-19 ha despertado otro tipo de solidaridad: jóvenes ofrecen a sus vecinos mayores hacer el supermercado para disminuir el riesgo de contagio, las redes sociales son canales para difundir mensajes de cooperación. Por ejemplo, los estudiantes de carreras técnicas universitarias han creado en Facebook una red de más de 200 voluntarios para dar clases virtuales de matemáticas a alumnos de escuelas secundarias que permanecen aislados.  

Yo trabajo en el área de Derechos Humanos. Actualmente soy Gerente de Proyectos y Sostenibilidad de Drivkraft,  una organización no gubernamental financiada por la empresa privada, las alcaldías y la princesa Victoria de Suecia. Drivkraft tiene por objetivo que todos los niños y  jóvenes tengan igualdad de oportunidades, que puedan terminar la escuela y reducir los índices de desigualdad. También Suecia tiene problemas de inequidad, pero cuando pienso en Honduras es difícil no sentirme conmovida. Pienso en cuántos niños no podrán alimentarse hoy. Pienso en todos los que de manera eventual verán morir a sus seres queridos. Pienso en cuántos de ellos serán víctimas de la pandemia y de un sistema de salud que no tiene las condiciones para hacerse cargo de sus cuidados.

Percibo que la propagación agresiva del virus es preocupante, pero —a diferencia de Honduras— en Suecia la población está informada, la mayoría sabe que  no mostrará síntomas o que estos serán leves. La gente sabe que solo los grupos en riesgo deben buscar atención hospitalaria en caso de ser necesaria, a fin de evitar colapsar el sistema de salud. No obstante, me parece que la mayor preocupación es que a pesar de que no se ha declarado cuarentena el aislamiento ha desencadenado en un efecto negativo para la subsistencia de la pequeña y mediana empresa. Hoteles, cafés y restaurantes son parte del rubro más afectado. Pero también empresas multimillonarias como la línea aérea sueca SAS se encuentran en aprietos. SAS ha despedido temporalmente a la mayoría de sus empleados y ha advertido que sin la ayuda del Estado, enfrentarán la bancarrota a partir de mayo. 

Para mí el COVID-19 está dejando tres lecciones concretas al menos en esta parte del mundo: La primera, es que en tiempos de crisis el uso de libertades debe asumirse con enfoque colectivo y no individual.  Las cifras demuestran que la propagación agresiva del virus y la mayoría de infectados se disparó justo después de que regresaran al país después de tomar vacaciones de invierno en Austria e Italia, identificadas previamente como zonas de riesgo. La segunda, es que según las proyecciones es inevitable que al menos el 70% de la población adquiera el virus y que con o sin restricciones la responsabilidad de cada persona es vital para asegurar de alguna manera que el virus se propague lentamente y no de forma descontrolada. Y, la tercera, es que sin duda vivimos tiempos difíciles y que a pesar de esto, solamente la creatividad en una era digital y la solidaridad en un momento dramático nos permitirá levantarnos de esta crisis, reinventarnos y asegurarnos nuevos comienzos. 

Escribo este texto desde Costa Rica, donde cumplo veinte días de estar a la espera de un vuelo que me lleve a Honduras. El gobierno ha comunicado que los hondureños han podido regresar al país, pero eso es una verdad a medias y las medidas no han sido claras. Se habilitaron vuelos para Tegucigalpa y San Pedro Sula, pero todo aquel que sea de otra región del país quedará encerrado en cualquiera de estas dos ciudades, ya que —por orden del gobierno— sus salidas y entradas permanecen cerradas. Y ese es mi caso.  

Nací en Honduras, de donde partí, hace 11 años. Mi madre, mi hermana y gran parte de mi familia viven allá. Me vine a vivir a los Estados Unidos cuando apenas tenía 10 años. Mi madre se vino conmigo, pero cuando comencé  la universidad, ella se regresó a Honduras. Siempre he sentido que mi hogar está donde ella se encuentre, por eso, cada vez que puedo o tengo vacaciones me voy a visitarla.

Estudio Derechos Humanos con especialización en Cultura Latinoamericana. Como parte del currículum de la carrera, los estudiantes, podemos hacer un programa de intercambio, y —emocionada de poder embarcarme en una experiencia nueva— el 3 de marzo de 2020 me enviaron a Jordania. Días después, el mundo se vió afectado por una pandemia. En Jordania decidieron cerrar fronteras como medida preventiva y me vi obligada a organizar mi regreso en menos de tres días, de lo contrario me quedaría varada en Oriente Medio. El 16 de marzo, el día que mi vuelo salía, recibí la llamada de un amigo a las 3 a. m. (eran las 7 p. m. del día anterior en Honduras). Me avisó sobre la nueva medida que había tomado el gobierno de Honduras para limitar el brote de COVID-19. 

«Mami, Mami, cerraron las fronteras de Honduras», las palabras se me escaparon antes de poder sentir el peso en mi propio corazón. Las dos empezamos a llorar. Cinco horas antes habíamos estado conversando de lo lindo que iba a ser estar en familia, incluso si los primeros catorce días tuviese que estar en cuarentena. Mi realidad cambió en un instante y la verdad es que nunca imaginé que las fronteras de mi país se cerrarían, al menos no para mí y mis compatriotas. No obstante, entiendo que en un país como Honduras, donde el sistema de salud ya no da abasto —incluso sin la presencia de una pandemia—, las medidas extremas son necesarias.

Cuando el gobierno tomó la decisión de cerrar las fronteras desde el 15 hasta el 22 de marzo, solo le dio a la población unas cinco horas para salir o entrar al país. Sin embargo, indicaron que «se exceptúa del cierre de las fronteras el ingreso de hondureños, residentes permanentes y temporales, así como cuerpo diplomático acreditado». Al enterarse mi madre, la mañana del 16 de marzo, hizo una llamada al Aeropuerto Toncontín, donde le informaron que no había vuelos aterrizando al territorio nacional y que por ende, ningún ciudadano podría entrar. Me vi obligada a venir a Costa Rica, donde seres queridos (personas que se han vuelto en una segunda familia) me aceptaron en su hogar, mientras esperaba que las fronteras de mi país se abrieran para estar de nuevo con mi mamá.   

Honduras declaró toque de queda absoluto desde el 20 hasta el 29 de marzo en todo el territorio nacional. Tal medida alargó el cierre de las fronteras, pero a cambio del comunicado del gobierno, la Secretaría de Seguridad indicó que solo se exceptuaba al personal de carga de ingresar o salir del país. 

El 26 de marzo, Sinager publicó que se habilitaría de manera temporal todo tipo de vuelo para el ingreso de hondureños. Al darme cuenta de la medida, me puse a buscar vuelos de Costa Rica a Honduras. El resultado de la búsqueda: «no se han encontrado vuelos en las fechas especificadas». Luego, me enteré que habilitaron vuelos en ciertos aeropuertos estadounidenses. Y cuando le avisé a mi mamá, me dijo: «pero Jalileh, las carreteras hacia Siguatepeque están cerradas. Nadie puede entrar ni salir». Soy de Siguatepeque, Comayagua, a 125 kilómetros de la capital, eso implicaba que al llegar a Honduras me quedaría de nuevo varada, solo que esta vez en Tegucigalpa, sin poder regresar a casa y en medio de un toque de queda. Como lo dije antes: las medidas son necesarias. Sin embargo, cerrar las fronteras sin dar aviso previo es dejar a hondureños con mucha incertidumbre en el exterior.

A pesar de vivir en Estados Unidos, siempre estoy pendiente de lo que sucede en Honduras. Primero, porque tengo a mi familia allí, y segundo, porque hago la cobertura de Honduras para Central American News, donde mi trabajo consiste en recopilar las noticias que ocurren todas las semanas. Es interesante ver cómo el discurso del gobierno se enfoca en ayudar a personas de escasos recursos, mejorar escuelas y el sistema de salud, sin embargo, el tiempo pasa y el cambio es nulo. Se hace la promesa que los militares son los que mantienen la seguridad. Si fuera cierto, Honduras  — el país de Centroamérica con mayor inversión en tal sector—  sería el país más seguro en la región. Además, resulta contradictorio ya que las Fuerzas Armadas son responsables de muchas violaciones a los derechos humanos en contra de los hondureños, entonces, ¿qué tipo de protección provee y para quién?

Continúo en Costa Rica, sin ningún tipo de protección y auxilio de parte del gobierno de Honduras. Por suerte, tengo amigos y familiares que estuvieron dispuestos a cuidar de mí, no obstante, esta no es la realidad de todos. Creo que la frustración que siento se rige de una inconsistencia comunicacional por parte del gobierno. Si las fronteras están cerradas, que se cierren para proteger al país donde ya se vive una situación social precaria, y si las fronteras están abiertas a los ciudadanos hondureños, que se hagan las medidas necesarias para el bien de la salud pública y, a la vez, asegurar el paso seguro de los ciudadanos. Lo que no se puede hacer es comunicar una cosa y hacer otra, aunque esto no le sorprende a ningún hondureño que ha visto cómo el gobierno hace más promesas de las que cumple. 

Estudiantes, exalumnos y miembros del curso de Periodismo de la Universidad de Columbia están impulsando una sección en el medio digital Medium que se llama #Whenthisisover o en español #CuandoEstoAcabe. La dinámica es responder lo siguiente: «La pandemia COVID-19 ha expuesto todos los vacíos, fallas, debilidades y desigualdades en nuestra sociedad —y en nuestras vidas privadas—. Pero habrá un día después, y ¿luego qué?, ¿qué deseas para el momento cuando esto acabe?».

Quisimos retomar la iniciativa de la Universidad de Columbia para analizar cómo sería esa respuesta en un país como Honduras. Con un estado de excepción que se ha extendido por cuatro semanas y que aún no sabemos por cuántas más se ampliará, nos lo preguntamos de diferentes maneras: ¿cuándo volveremos a la normalidad?, ¿a qué normalidad es a la que regresaremos?

La emergencia por COVID-19 que ha generado un shut down global , nos encerró en nuestras casas de la noche a la mañana, nos recordó que el Estado es el único que puede tomar las riendas de una situación como esta y que las decisiones que tomen los mandatarios se traducirán en un número de muertes. Entre más alto, más alta la probabilidad que la decisión se haya tomado de manera equivocada. Ahora mismo, esto le está restando puntos en popularidad a presidentes como Donald Trump. En Honduras, la falta de legitimidad del presidente se traduce en una enorme desconfianza en su gestión de los recursos y medidas de prevención. Sin embargo, #CuandoEstoAcabe y la curva de contagios haya bajado, cualquier medida que se establezca para recuperar la economía devastada o para regresar a la normalidad será un logro que puede hacer olvidar que las decisiones que se tomaron en primera instancia nos dejaron incontables muertes. Nos pasó con el huracán Mitch en 1998, al presidente Carlos Flores Facussé se le conoce por ser el presidente que «hizo lo que pudo», porque en situaciones como esta, eso es lo que se agradece.

En este oficio, nosotros trabajamos para que #CuandoEstoAcabe no se nos olvide que esta crisis nos puso en la cara que la poca inversión en la salud pública nos pone en riesgo de muerte. A inicios de año discutimos en este medio sobre el poco presupuesto para salud y la priorización de la seguridad y la defensa nacional en la inversión del dinero público. El sistema público de salud no estaba listo ni con las condiciones mínimas para esta pandemia, la epidemia de dengue nos lo mostró el año pasado. La OPS señaló en septiembre de 2019 que Honduras vivía la epidemia «más grave» de dengue de su historia. Hubo un gran número de personas infectadas y fallecidas. El 70% de los casos graves de dengue en Centroamérica estaban en Honduras y su índice de letalidad en Latinoamérica era el segundo más alto, después de Brasil. Los hospitales colapsaron, no había suficientes máquinas de medición de líquidos, 155 muertos se reportaron en el tercer trimestre del año.

Hemos cuestionado que la privatización de la salud, el debilitamiento del gremio médico y de profesionales de la salud y los saqueos millonarios al sistema público sanitario son inhumanos. Creemos con certeza que un país debe priorizar el bienestar de su población, la salud, y no la compra de armas, la reparación de aviones o la compra de un buque de guerra. Ahora con la pandemia #COVID-19 vamos por la tercera centena de infectados y ya tenemos el índice de letalidad más alto de la región. Estamos a la espera de que la curva de contagios suba aún sin saber cómo enfrentarlo. Tenemos un sistema de salud precario y los millones aprobados y prestados destinándose al asistencialismo o quizá a esperar el peor momento. #CuandoEstoAcabe tememos que no lograremos saber cuántas personas se llevó la pandemia. Tampoco sabremos cuántos millones sí se invirtieron para enfrentarla y cuántos otros se fueron a unos cuantos bolsillos.

Es cierto, priorizar los recursos en temas de seguridad se justifica en un Estado controlado por mafias. Tenemos un gobierno con miembros señalados por usar el Estado como una vía para lavar dinero y brindar seguridad a narcotraficantes mientras pasa por el territorio un alto porcentaje de la cocaína que en Estados Unidos consumen. Pero también es cierto que en Honduras la gente está enferma, muchísima gente muere de diarrea, de dengue, de enfermedades que se podrían prevenir y tratar si hubiera voluntad política. Y ahora, la gente enferma y no tiene acceso a la salud, ahora tiene que enfrentar a un virus que justamente se lleva a los más vulnerables.

En fin, nos preguntamos ¿qué vamos a hacer cuando todo esto —así como la violencia— se acabe normalizando? Porque aquí no se vuelve a la normalidad, aquí se normaliza la precariedad que se suma a las ya existentes. 

Honduras, desde 2008 entró en una vorágine de violencia que hizo que entre 2008 y 2010 fuéramos el país más violento del mundo. Aunque hemos ido reduciendo la tasa de homicidios de 86,5 por cada 100 mil habitantes en 2011— su punto máximo— a 42 por cada 100 mil habitantes en 2019, las múltiples expresiones de la violencia y de la vida precaria en este país nos llenan el día, aun en medio de la emergencia. En este tiempo de encierro los homicidios se redujeron un 3.7%, según la Secretaría de Seguridad. Según el Sistema Estadístico Policial en Línea (SEPOL), en marzo de 2020 se contabilizaron 225 homicidios, 74 homicidios menos que los 299 de febrero. Sin embargo, el mismo promedio del año pasado. No es que bajara a cero, sino que ocurrieron, al menos, 7 homicidios diarios en esta época de «distanciamiento social».

#CuandoEstoAcabe la violencia no habrá acabado, nos va a quedar el luto y el dolor, porque la pandemia nos está dejando muertos — a quienes no podemos ni siquiera enterrar en familia—. También nos quedarán más muertos por exacerbación de la «violencia común», porque no todo mundo pudo sobrevivir encerrado, porque en los hospitales la atención se focalizó en una sola enfermedad —teniendo una población con afectaciones diversas y graves—, porque no hay dinero ni trabajo y eso solo puede llevar a la violencia. Además, tenemos un Estado que solo se muestra fuerte en la represión, pero no en la inversión de sus recursos para el bienestar social.

Pero quizá una de las cosas más tristes que ocurrirán, #CuandoEstoAcabe, es que vamos a regresar a la normalidad de la bulla electoral, porque la publicidad de las «buenas acciones» en cuarentena, sale más cara que incluso la bolsa solidaria valorada en 20 dólares que se le pudo repartir a la gente en algunos barrios y porque alguien tiene que salir ganando de la crisis. Quizá esa misma publicidad nos diga que nos abracemos de nuevo, que salir vivos de este apocalipsis es una «bendición». Los líderes religiosos insinuarán que Dios hizo su elección y que los vivos deben tomar eso como recompensa porque algo bueno habrán hecho. Luego seguirán recibiendo dinero y poder para tomar decisiones que limiten los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Cercenarán el estado laico y desviarán fondos de sectores fundamentales como la salud y la educación para programas asistencialistas y adoctrinamientos religiosos.

Según el informe de FM Global Resilience Index, Honduras está en el puesto 121 en un rank de 130 países que evalúan la capacidad de resiliencia de un Estado para enfrentar amenazas naturales, crisis económica, riesgo político, y su capacidad de gobernanza, control de la corrupción y calidad de su infraestructura. Pero en Honduras, al normalizar las crisis, hemos desarrollado la capacidad de seguir, arrastrando los males, pero seguir. 

#CuandoEstoAcabe tendremos que ser creativos para juntarnos un poco más, aún con el tejido social casi destruido, la clase media quizá ya no lo sea y los más empobrecidos harán lo que están acostumbrados a hacer: seguir sobreviviendo. Nos toca pensar que debemos mejorar nuestro nivel de resiliencia, tejer redes comunitarias, unir agendas de sociedad civil, sacar algo de esta crisis, una posibilidad de pensarnos para el futuro y allí sí, seguir. Eso es lo que deseamos #CuandoEstoAcabe, ¿ustedes qué desean?

Iris Argentina Álvarez, defensora del territorio en la zona sur del país, fue asesinada en un desalojo violento el 2 de abril, mientras seguía en vigencia el toque de queda absoluto y estado de excepción decretado el 16 de marzo por el gobierno de Juan Orlando Hernández, ante la llegada del COVID-19 al país. El hecho se dio cuando sesenta familias, aproximadamente, fueron desalojadas por una empresa de seguridad privada. Sin embargo, organizaciones de derechos humanos apuntan la responsabilidad de la  Policía Nacional de Honduras, quienes son los encargados de mantener el control en un país donde —se supone— solo se puede circular para abastecer alimento y medicamento. Según información de esa misma institución, desde el 1 de abril han sido detenidas más de 13 mil personas por incumplir estas medidas.

En Honduras, la estrategia para detener la propagación del virus ha sido liderada por la Secretaría de Seguridad y las Fuerzas Armadas, quienes además de entregar víveres y confeccionar mascarillas han sido denunciados por violar derechos humanos y se han mostrado incapaces de frenar la cantidad de muertes violentas en el país.

En un retén militar en la zona Toncontín, un oficial del ejército hondureño dialoga con un conductor, el toque de queda absoluto y el llamado a la aislamiento en los hogares ronda la tercera semana, pero la gente sigue circulando en la ciudad, Tegucigalpa, 22 de marzo de 2020. Foto: Martín Cálix.

Violencia en toque de queda

Según denuncias hechas por Hedme Castro, coordinadora general de la Asociación por una Ciudadanía Participativa (ACI PARTICIPA), agentes de seguridad privada de la empresa Azucarera La Grecia iniciaron el desalojo violento en el sector de Los Chanchos en el municipio de Marcovia, Choluteca, enfrentándose a las familias que en 2019 ocuparon varias manzanas de la propiedad para la siembra de productos básicos. Dispararon en contra de niños, mujeres, ancianos y  asesinaron a Iris Argentina. «Hubo una alianza entre los empresarios y la policía porque aunque no participaron, permitieron que dispararan en contra de la gente», dice Castro.

Estos hechos relacionados con la defensa del territorio, no son la única muestra de que la dinámica de  violencia no se detiene en el país. El jueves 19 de marzo tres hombres fueron asesinados en una masacre en la colonia Las Colinas del sector López Arellano de Choloma, Cortés, y de esa misma manera el 26 de marzo, cuando se oficializó el primer muerto por COVID-19 en el país, también se reportó el día con más asesinatos durante la cuarentena, hasta el momento.

Según el Sistema Estadístico Policial en Línea (SEPOL), en marzo de 2020 se contabilizaron 225 homicidios. Esto representa una reducción en relación a los 299 de febrero y 269 de enero, sin embargo, se mantiene el mismo promedio del año pasado. Según datos del Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (OV UNAH), el promedio diario de asesinatos en el primer trimestre de 2019 fue de 9 personas. Un informe de Insight Crime indica que Honduras cerró el año pasado como el país más violento de Centroamérica con 41.2 muertes violentas por cada 100 mil habitantes. La licenciada Migdonia Ayestas, directora del OV UNAH aseguró que «los que viven de las acciones ilícitas no importa si están en cuarentena, porque al contrario, tienen mayor oportunidad de realizar los delitos, lo único que han disminuido son las muertes violentas de empleados del transporte público pero es porque no hay transporte público».

La crisis sanitaria no ha disminuido la violencia, pero sí ha dejado a las familias sin la posibilidad de velar los cuerpos de sus seres queridos ante las disposiciones del Sistema Nacional de Gestión de Riesgos (SINAGER) que limitan las ceremonias para evitar la concentración de personas. Esas mismas disposiciones indican que «los gobiernos locales deberán localizar terrenos aptos para fosas comunes en caso de entierros masivos al rebasar la capacidad local para el manejo de cadáveres».

Un conductor muestra sus documentos de identidad a un oficial de la Policía Nacional de Honduras en un retén en el bulevar Los Próceres, Tegucigalpa, 27 de marzo de 2020. Foto: Martín Cálix.

Violaciones a los derechos humanos

«La suspensión de garantías constitucionales implica una violación directa de los derechos humanos, como la que se dio con esas familias, porque están usando el toque de queda para hacer detenciones selectivas», señaló Castro, y asegura que ahora las familias desalojadas en Choluteca duermen en la calle expuestas al virus.

Un informe del Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras (COFADEH) recoge al menos 22 mil violaciones a derechos humanos entre suspensión de trabajadores, desalojos y detenciones ilegales hechas por la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas desde el inicio de la suspensión  de las garantías hasta el 31 de marzo. La estrategia de contención del virus que propuso el presidente Juan Orlando Hernández ha sido liderada desde el primer día por la policía y el ejército. En sus redes sociales han establecido una estrategia de publicidad en la que se muestran como héroes en medio de la pandemia.

El informe publicado por COFADEH indica que en respuesta al COVID-19 está concurriendo no solo una movilización de los recursos sanitarios públicos y la modificación del presupuesto, sino que también de «las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado», incluyendo el Ejército y a la Dirección Nacional de Investigación, como se ha visto en los últimos 10 años. El informe concluye que «seguramente son medidas inevitables, pero plantean desafíos evidentes por lo que toca a la salvaguarda de las libertades ciudadanas y al mantenimiento de los límites legales».

Además de todas las tareas de vigilancia y apoyo, encargadas a las Fuerzas Armadas, Juan Orlando Hernández también asignó la confección de mascarillas de tela a la Industria Militar, encargada normalmente de la confección de uniformes militares. «Pedí que pongamos a toda capacidad la producción de mascarillas, máscaras de polietileno y batas quirúrgicas. Tenemos que repotenciar esta capacidad instalada», aseguró Hernández. Esto supone que en un futuro se apruebe un mayor presupuesto de seguridad en la producción de mascarillas de tela que, según el Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades, «pueden aumentar el riesgo de infección debido a la humedad, la difusión de líquidos y la retención del virus». Las mascarillas de tela bien pueden representar una analogía del fracaso de la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas ante la violencia aun entre la pandemia.

El gobierno de Juan Orlando Hernández, autorizó la transferencia de 355,372,000.00 lempiras a las alcaldías municipales por medio de la Secretaría de Finanzas, ya que estas se han sumado a la operación denominada «Honduras Solidaria». Esta campaña se lleva a cabo con el fin de comprar alimentos y equipo de higiene para distribuirlo en los municipios a más de 750 mil familias en hogares de mayor vulnerabilidad, ante la pandemia de COVID-19. 

Referente a este desembolso, la Asociación de Municipios de Honduras (AMHON) ha dicho mediante un comunicado posteado en sus redes sociales, que el gobierno debe enfocarse en los hogares más pobres, atendiendo la indicación de proveer como mínimo 500.00 lempiras ($20) por familia en raciones alimenticias para un periodo de 15 días. También ha solicitado que se integre al equipo de entregas a las Fuerzas Armadas de Honduras (FFAA). Si se revisa el portal donde han subido las transferencias municipales, podemos ver que el número de hogares multiplicado por 500 da como resultado es el total transferido por el programa Honduras Solidaria, es decir, que 500 lempiras es el valor fijo para cada bolsa solidaria, unos 20 dólares. 

«El problema grande que se puede encontrar con las alcaldías, es que no cuentan con una estructura que les permita hacer una distribución transparente. Entonces lo que hacen ellos es tomar listados de su partido político y ya. Además un saco con 500 lempiras de alimentos no va a ser suficiente para poder enfrentar esta crisis que empeora cada vez más», expresó el exregidor del Distrito Central, Cárlenton Dávila, uniéndose a las múltiples voces que exigen una auditoría a la entrega de este presupuesto. 

Rocío Tabora, Ministra de Finanzas, ha dado a conocer que en el marco de la crisis se autorizó un presupuesto de  3,804 millones de lempiras de los cuales ya han sido ejecutados un aproximado de 1,700 millones, sobre todo por la Secretaría de Salud, Copeco e Inversión Estratégica de Honduras (INVEST-H) en la compra de equipo médico para atender a la población en general. Además, esta semana el Fondo Monetario Internacional (FMI) informó en su plataforma web que las autoridades hondureñas «accederán a recursos por un monto de 143 millones de dólares que se encuentran disponibles bajo el Acuerdo Stand-by (SBA) y el Acuerdo de Facilidad de Crédito (SBA/CFA), aprobado en julio de 2019 por un total de 312 millones de dólares».  

El trabajo del gobierno no deja de ser cuestionado por diferentes organizaciones. El Consejo Nacional Anticorrupción (CNA), ha hecho un llamado a activar mecanismos de vigilancia social para evitar que se continúen cometiendo actos de corrupción, ya que sostienen que Honduras cuenta con uno de los sistemas de salud pública con mayor precariedad en la región, sin olvidar los actos de corrupción de los que ha sido víctima. El CNA ha presentado 35 líneas de investigación desde 2014 a la fecha y han concluido que 2,100 millones de lempiras fueron malversados, «este dinero pudo ser utilizado para la compra de 100,000 respiradores artificiales», puntualizó en un comunicado divulgado en sus redes sociales. De igual manera, el presidente Juan Orlando Hernández informó en cadena nacional, el pasado 31 de marzo, que este dinero será auditado por organizaciones como el Foro Nacional de Convergencia (FONAC), representantes de la iglesia católica, la confraternidad evangélica y el Fondo las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). 

Las ciudades que fueron afectadas en los primeros días de la pandemia: Tegucigalpa, Choluteca, La Ceiba, San Pedro Sula, Villanueva y Choloma, serán atendidas de manera centralizada. Es por esta razón que a sus municipalidades no se les deposita ninguna cantidad económica para la emergencia, ya que los alimentos están siendo enviados directamente por parte del gobierno para ser distribuidos por miembros del programa «Vida Mejor» en compañía de las Fuerzas Armadas.

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Son 20 mil raciones las que se distribuirán en Villanueva, Cortés, con un presupuesto de 500 lempiras cada una, según datos brindados a nuestro medio de comunicación por parte del alcalde de ese municipio, Walter Perdomo. 293 Municipalidades son las que han recibido las transferencias, todas con diferentes cantidades, según las necesidades de cada una. Las transferencias fueron realizadas el 31 de marzo para que los alcaldes iniciaran el proceso de compra de víveres y a la vez la distribución de los mismos. 

Una pareja conversa en una banca del parque central de Villanueva en el departamento de Cortés mientras esperan ser atendidos con el alcalde de la ciudad, han llegado para solicitar su ayuda para poder comprar comida y pañales desechables, tienen un familiar enfermo, postrado en una cama, Villanueva, Cortés, 2 de abril de 2020. Foto: Jimmy Girón.

Según datos brindados por el alcalde Perdomo, en Villanueva, Cortés son aproximadamente 25 mil familias afectadas, las cuales viven en calamidad y están sufriendo las consecuencias por esta cuarentena decretada por el gobierno de la república. Estas familias viven del día a día. En este sector el miedo es inminente, hasta la fecha se han contabilizado 24 pacientes positivos de COVID-19, tres fallecidos y 30 que se encuentran en aislamiento por ser contactos directos de los casos positivos. «Es por eso que las autoridades de este municipio hemos hecho una alianza en conjunto con los entes policiales, bomberos, Cruz Roja, Salud pública, la municipalidad y otras organizaciones, para enfrentar esta situación todo con fondos propios de la alcaldía municipal, los cuales son el pago de impuestos de la población», afirma Perdomo.

Mientras tanto, el Distrito Central que también es uno de los municipios más afectados en el territorio y el único en el departamento de Francisco Morazán, cuenta con aproximadamente 1 millón 200 mil habitantes. En algunos sectores de Tegucigalpa, y según el recuento de la organización Aci Participa durante las tres semanas de estado de excepción, se han realizado 41 protestas pacíficas solicitando a las autoridades alimento a los hogares más vulnerables.  Intentamos hablar con el Alcalde Nasry Asfura Zablah sobre el manejo de la emergencia y, aunque es el único autorizado en brindar información sobre el presupuesto y el manejo del programa Honduras Solidaria en la capital, no respondió a nuestras solicitudes. 

Algunas personas protestan exigiendo ayuda del gobierno de Juan Orlando Hernández a la altura del bulevar Fuerzas Armadas en el sector de El Carrizal, Tegucigalpa, 1 de abril de 2020. Foto: Martín Cálix.

Los comités de emergencia Municipal al frente de la alerta roja  

El representante del Comité de Emergencia Municipal (CODEM), del Distrito Central, Mario Reyes, informó que ellos continúan laborando, ya que están distribuyendo de 40 mil a 50 mil galones de agua a diario en la capital. Asimismo realizan el lavado y desinfección en las calles de diferentes sectores como en mercados públicos y privados citadinos, entre ellos el San Isidro, Colón, Las Américas, San Miguel, Quinta y Séptima Avenida de Comayagüela, Los Dolores, San Miguel, Barrio Guanacaste, Jacaleapa, Perisur, la Feria del Agricultor y el Artesano ubicada a inmediaciones del Estadio Nacional y las ferias del agricultor de las colonias Villa Nueva y la Alemán. Han realizado este mismo trabajo en los centros asistenciales de la capital.

El agua que ha sido utilizada para el lavado de calles y centros hospitalarios ha sido extraída de pozos. El líquido que se está distribuyendo es parte del proyecto denominado «Agua para vivir» del Servicio Nacional de Acueductos y Alcantarillados (SANAA)  para ser distribuido en diferentes barrios y colonias de la capital, según el gerente del CODEM. Se presume que las raciones que serán distribuidas por estas municipalidades incluirán arroz, sardina, azúcar, café molido, frijoles, harina de maíz, harina de trigo, manteca, pasta alimenticia, pasta de tomate, sal yodada, sopa de pollo, cubitos, gel antibacterial, jabón para lavar ropa y jabón para lavar platos.

En Honduras el 70% de la población económicamente activa es parte del comercio informal (el sector más golpeado ante la pandemia), quienes han tenido que abandonar sus trabajos y regresar a casa a la espera de una ayuda del gobierno o de otra mano solidaria que se acuerde de ellos.

Existe miedo por parte de la población. Doña María Ponce, quien reside en el sector de La Lomita, en el barrio La Sosa de Tegucigalpa, tiene dudas sobre quiénes lograrán recibir la ayuda. Ella tiene 68 años y desde hace más de 15 años se dedica a la venta de tortillas en su barrio, uno de los más violentos de la capital. Con este negocio, que se ha visto severamente afectado por las medidas de encierro por la pandemia, ha sostenido a sus dos hijos quienes presentan trastornos psicológicos desde su niñez y necesitan medicamentos que no siempre ha podido proveerles el hospital psiquiátrico Mario Mendoza. Ahora está preocupada que esa bolsa solidaria de apenas 500 lempiras no llegue a su casa. «Yo tengo miedo que a mí no me den una ayudita, porque yo no soy del partido de ellos y las señoras que van a repartir lo que puede llegar aquí, no son mis amigas», expresa doña María. Para ella la distribución de ayudas se trata de un proceso de clientelismo político, del que tenga «cuello» para conseguir algo. 

El bulevar Centroamérica de la capital hondureña luce prácticamente vacío en horas de la tarde, el acostumbrado tráfico en este tramo de la ciudad está casi desaparecido debido al toque de queda producto de la declaratoria de emergencia nacional por COVID19, Tegucigalpa, 31 de marzo de 2020. Foto: Martín Cálix.

Estado con otras prioridades

En los últimos diez años el gobierno de Honduras ha deprimido la inversión en la Secretaría de Salud. En 2010 esta secretaría representaba aproximadamente el 15% del presupuesto general del Estado. En 2020 representa nada más el 11%. Este resultado, más con la confirmación de 264 casos positivos por COVID-19 y 15 muertes por esta enfermedad, denota el colapso del sistema.

Representantes del Foro Social para Deuda Externa de Honduras (FOSDEH) exigen que las medidas del aislamiento social, para poder prevenir la propagación del COVID-19 en el país, vayan acompañadas con medidas humanitarias. Con esto, se garantiza la alimentación a todas aquellas familias que hoy no cuentan con un empleo que les permita llevar el sustento a sus hogares. Además, condenan la sectorización de estas ayudas ya que solo están abriendo la puerta a una crisis humanitaria que puede llevar a un estallido social. Alejandro Kaffati, miembro de esta institución, enfatiza que el endeudamiento que ha adquirido Honduras a causa de esta pandemia, generará presiones fiscales que puede llevar a una reducción en el gasto social (principalmente educación e infraestructura productiva). 

Ayer, en el Congreso Nacional, se aprobó que la secretaría de finanzas para el ejercicio fiscal 2020-2021 pueda adquirir deudas directas hasta por un monto de 2,500 millones de dólares. Kaffati asegura que es un monto extraordinario y que es preocupante, ya que no existe una instancia veedora que goce de credibilidad por parte de la ciudadanía en medio de esta crisis sanitaria. 

La deuda del Estado de Honduras, a finales del 2019, era de 11,600 millones de dólares, de los cuales, 6,500 millones (aproximadamente) corresponden a deuda externa. Ahora, el país podría registrar niveles de endeudamiento hasta por el 58% del PIB que serían al menos unos 14,243 millones de dólares, principalmente con organismos internacionales, un pago que será trasladado a los contribuyentes que en Honduras, sin un pacto fiscal, seguirán siendo los que menos ingresos tienen. 

En el mercado de la colonia Kennedy de la capital hondureña, un joven intenta vender alcohol en gel en botellas de agua, guantes y mascarillas de tela, insumos médicos que han sido vendidos hasta agotar las existencias en las farmacias del país, Tegucigalpa, 27 de marzo de 2020. Foto: Martín Cálix.

El Congreso Nacional de Honduras, en su última sesión legislativa aprobó que el Poder Ejecutivo pidiera hasta 2,500 millones de dólares en préstamos. Esto se suma a los más de 420 millones de dólares de la primera etapa de aprobaciones presupuestarias para combatir la actual crisis sanitaria que desencadenó la expansión de la COVID-19 en el mundo. Oxfam asegura que «acatar una cuarentena sin ayuda económica resulta casi imposible para los 140 millones de latinoamericanos que trabajan en la informalidad, sin beneficios sociales e ingresos garantizados».

En la misma sesión legislativa de este 2 de abril de 2020, mediante una propuesta presentada por los diputados del partido Libertad y Refundación, el Congreso Nacional dejó ir la oportunidad de aliviar la —cada vez más difícil— situación económica de los más pobres del país. La bancada de la oposición pedía que se suspendieran los pagos de agua, energía, cable, internet y alquiler, que se garantizara el salario mínimo de los trabajadores de la economía informal (1.3 millones, según la intervención del diputado Jorge Cálix) de la reservas internacionales. Lo anterior fue tildado como una medida populista por parte de diputados liberales y nacionalistas.

En las ciudad de San Pedro Sula y Tegucigalpa —las principales del país— se aprecia un parcial cumplimiento del toque de queda decretado por el gobierno hondureño. Quienes desacatan la disposición y no pueden quedarse en casa suelen ser quienes pertenecen al 62% de la pobreza en el país, dato del Instituto Nacional de Estadística.

«Yo decidí trabajar en lo propio porque no me gustaba ser empleado de nadie, igual tener lo propio es difícil, pero al menos es de uno», expresa Ernesto, un vendedor de hot dogs que ha trabajado por 20 años en las cercanías de las maquilas ubicadas en la ciudad de San Pedro Sula. «Tengo casi toda mi vida de hacer esto para vivir y sostener a mi familia», concluye.

«Yo tengo 17 años de tener este puesto, amiga, y he visto pasar cualquier cantidad de enfermedades, sobre todo porque trabajo frente a este hospital. Sé que con las medidas adecuadas de usar el gel, dárselo al cliente y mantener limpio y la distancia necesaria, esa enfermedad no me va a pegar, además siempre me encomiendo al de arriba» dice doña Reyna, con una sonrisa mientras se unta gel antibacterial para seguir mostrando su producto.

Esta galería intenta mostrar ese silencio parcial, ese murmullo leve de quienes —si se quedaran en casa— aseguran que morirían de hambre, de quienes al salir a trabajar —porque dependen de lo que hagan a diario— arriesgan sus vidas ya que se exponen al contagio por COVID-19.

Algunos han cambiado sus ventas, para ponerse a vender los productos de temporada: alcohol en gel, guantes de látex y mascarillas de tela —aunque muchos médicos han explicado que no son recomendables para protegerse del virus, puesto que no evitan el contagio y generan una falsa sensación de seguridad—. Las mascarillas quirúrgicas están agotadas en muchas de las farmacias del país. Ante esta situación, funcionarios del gobierno, que van desde el mismo presidente Juan Orlando Hernández hasta el doctor Francis Contreras, vocero de la Secretaría de Salud para la emergencia sanitaria, alientan a la población hondureña a hacer sus propias mascarillas en casa, contradiciendo a las recomendaciones de los médicos.

El icónico mercado Guamilito ha tenido que cerrar debido al estado de emergencia nacional y la medida del toque de queda para intentar evitar la propagación de la COVID19 en el país, San Pedro Sula, 23 de marzo de 2020. Foto: Catherine Calderón.
Atardecer en el bulevar Centroamérica de la ciudad de Tegucigalpa, luce vacío cerca de las 4 de la tarde, la hora cuando comienza el mayor tráfico en este bulevar que es uno de los principales accesos de la ciudad capital, Tegucigalpa, 31 de marzo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Con 17 años vendiendo frente al hospital Mario Catarino Rivas, Reyna Burgos, no puede quedarse en casa porque depende de lo que pueda vender aunque haya toque de queda, San Pedro Sula, 2 de abril de 2020. Foto: Catherine Calderón.
Antes de la crisis sanitaria que desencadenó la expansión de la Covid 19, Maritza vendía cosméticos en el mercado de la colonia Kennedy; ahora vende mascarillas (de tela y quirúrgicas), guantes de látex, y alcohol en gel, Tegucigalpa, 27 de marzo de 2020. Foto: Martín Cálix.
En el barrio Guanacaste del Centro Histórico de Tegucigalpa, un joven vende mascarillas de tela y alcohol en gel, estos productos están agotados en muchas farmacias de la ciudad, Tegucigalpa, 27 de marzo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Adán Antúnez, tiene 37 años y le dicen Marathón por ser hincha del club de fútbol sanpedrano, hace un año que vende tortillas y antes de esto trabajaba en un carwash, San Pedro Sula, 23 de marzo de 2020. Foto: Catherine Calderón.
Un grupo de personas entre los barrios Las Palmas y Cabañas se aglomera junto a un camión de BANASUPRO para poder abastecerse de alimentos, esto sucede frente al antiguo Centro Penal de San Pedro Sula, 23 de marzo de 2020. Foto: Catherine Calderón
En el mercado de la colonia Kennedy, un niño vendedor de frutas y verduras luce una mascarilla de tela negra mientras espera clientes en su puesto de venta improvisado en la paila de un pick-up, Tegucigalpa, 28 de marzo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Ernesto Rivera, tiene 42 años y hace 20 años vende hot dogs, aprovechó que muchos vehículos hacen fila para entrar a la ciudad de San Pedro Sula para poder vender y así llevar sustento a su familia, San Pedro Sula, 23 de marzo de 2020. Foto: Catherine Calderón.
Un puesto de venta de producto de higiene personal frente al hospital Mario Catarino Rivas, San Pedro Sula, 2 de abril de 2020. Foto: Catherine Calderón.
Atardecer sobre el parque central de la ciudad de San Pedro Sula que luce vacío luego de que el gobierno central ordenara la prohibición de reuniones masivas de personas y un toque de queda que se ha extendido a su tercer semana, San Pedro Sula, 2 de abril de 2020. Foto: Jimmy Girón.
Interior del mercado Guamilito durante la cuarentena, como medida de prevención para evitar el contagio de la COVID19, San Pedro Sula, 23 de marzo de 2020. Foto: Catherine Calderón.
Mayra Perdomo de 30 años, es madre de dos hijos, tiene 9 años de trabajar en el mercado Guamilito, uno de los mercados más icónicos de la ciudad de San Pedro Sula, 23 de marzo de 2020. Foto: Catherine Calderón.
Un oficial del Ejército hondureño luce una mascarilla rosa durante su turno en un retén de control durante el toque de queda absoluto en el bulevar Los Próceres, Tegucigalpa, 27 de marzo de 2020. Foto: Martín Cálix.
Un hombre espera su turno para entrar en una farmacia en la zona de Toncontín, Tegucigalpa, 22 de marzo de 2020. Foto: Martín Cálix.

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