Don Salvador alcanzó ya sus 75 años de edad y todavía debe trabajar para subsistir. Diariamente camina —con mucha dificultad— por colonias y barrios de la ciudad de El Progreso, Yoro; al norte de Honduras. Lo hace para vender las hamacas de diferentes tamaños y colores, que carga en su hombro. Con paso lento recorre la «Perla del Ulúa» (como le dicen a su ciudad) bajo la inclemencia de un sol y temperaturas que sobrepasan la sensación térmica de 44 grados. La realidad socioeconómica que actualmente vivimos es igual de agobiante como la temperatura de esta Ciudad. Hoy estamos viviendo una pandemia mundial y muchos nos encontramos confinados en nuestras casas, al menos quienes podemos hacerlo. La realidad es que —sin importar la edad— no todas las personas gozan de este «privilegio».
Conocí a don Salvador en el marco del golpe de Estado, nos encontrábamos en las marchas que organizaba el pueblo en resistencia de aquel entonces. Luego coincidí con él en otros espacios y manifestaciones que organizaban grupos de sociedad civil. Siempre es de buena plática, es un luchador social incansable, pues ya ha vivido lo suficiente, tiene muchas experiencias y bien conoce la repercusiones al mantenerse estático e indiferente en un convulsión social.
Don Salvador representa la imagen de la tercera edad que debe trabajar para poder aspirar a tener lo básico. Hoy, el panorama para los adultos mayores en Honduras no es alentador, incluso es desafiante, pues los adultos mayores son parte de la población en riesgo en el contexto del COVID–19. A esto le agregamos los fríos números que el Instituto Nacional de Estadística (INE) afirma: la población de adultos mayores arriba de 60 años es de 777 905 que representa el 8 % de la población total, de este número solo 252 886 (el 33 %) recibe pensión por vejez de parte del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS), y el 43 % vive en extrema pobreza.
Yo soy profesora en un Instituto público de educación media de El Progreso, Yoro, donde estudia uno de los nietos de don Salvador (este también es otro espacio en el que coincidimos). Hace algunos meses, llegó para saber sobre el progreso de su nieto en sus actividades académicas. Ese día aproveché para hacerle el encargo de una hamaca que quería colocar en el patio de mi casa. La siguiente semana estaba puntual mostrándome toda la variedad que tenía y mientras lo hacía me insistió en que me quedara con la más grande. Entre risas yo le decía que lo más seguro es que ni siquiera iba a poder disfrutarla porque entre el trabajo y otras ocupaciones casi nunca estoy en mi casa, pero con palabras sabias me aseguro: «Ya vendrán tiempos para que pueda disfrutarla». Hoy esa hamaca contribuye a aliviar la tensión que me provoca el confinamiento y se ha convertido en el lugar donde puedo descansar y distraerme durante horas en el día.
Me contaron que don Salvador se encuentra en su casa, acompañado de su esposa y uno de sus hijos. Desde antes de la cuarentena ha dejado de caminar porque tiene un problema en una de sus rodillas y en este momento no tiene posibilidades de realizar un tratamiento adecuado. Entre algunos vecinos y familiares se han organizado para compartirle alimentos y estar pendientes de él, de su esposa y de su hijo. No puede salir a trabajar porque en la ciudad está prohibido por las medidas de seguridad, a raíz de la pandemia. Es un adulto mayor más que no cuenta con un seguro médico para cuidar de su salud, que no cuenta con una pensión alimentaria para poder subsistir y sentirse seguro en sus años de senectud.
En Honduras, los padres y las madres de la historia de nuestras generaciones deambulan por la calle en busca del sustento. No tienen acceso a la salud pública, son víctimas de la escasez de medicinas que hay en los centros hospitalarios administrados por el gobierno. A sus edades proliferan las enfermedades como diabetes, hipertensión y otras asociadas al paso de los años. En cierto momento esto nos hizo pensar que los más golpeados, según la experiencia de esta pandemia en otros países, iban a ser nuestros adultos mayores, sin embargo, en Honduras, contra todo pronóstico no tienen los mayores porcentajes en las estadísticas. A pesar de eso el gobierno no ha tomado medidas contundentes que los beneficien y les proporcione el trato digno que se merecen y al que tienen derecho.
2 comentarios en “La precariedad que viven los adultos mayores en medio de la pandemia”
Excelente análisis de la Master Aguirre parece que decir tercera edad es ser excluido de todos los ambitos de la vida, se requiere inclusión real de esta maravillosa generación que son la base de una sociedad.incluyan y den oportunidad aún se conserva la inteligencia, energía para abonar al.desarrollo de nuestra Honduras.
Excelente Ms.C Aguirre me parece una descripción Anali Licia de la realidad que viven casi ese millón de sexagenarios que rondan la cuarta edad y que desafortunadaMente es un segmento de la población abandonada e ignorados, cuando por lógica y por conciencia social deberían ser los más protegidos por las políticas públicas … pero esa es la realidad. Que bien que como buenos ciudadanos y conscientes que debemos ayudar a los micro empresarios y vendedores ambulantes que con su esfuerzo fortalecen la economía informal de más de 2 millones de hondureños desempleados…