La responsabilidad individual y colectiva frente al COVID-19: una mirada desde Suecia

Este año, en Suecia, hemos tenido un invierno singular. Las consecuencias del cambio climático han sido evidentes. Soy hondureña y desde que me mudé a Lund, hace casi 14 años, esta es la vez primera que no hemos visto nieve en el sur, aunque las temperaturas han oscilado entre 10 °C y -1 °C. Hemos recibido poco sol y mucha lluvia bajo un cielo nublado. En ese ambiente de días grises, el 31 de enero, las redes sociales, la  radio y la televisión daban a conocer que el primer caso de COVID-19 estaba confirmado en la ciudad de Jonköping. Una persona que estuvo de visita en Wuhan —primer epicentro del COVID-19— era la primera portadora del virus.  El 24 de febrero se presentó el segundo caso, justo después de la semana sportlov que aconteció entre el 17 y 21 de febrero. Esa semana es conocida en Europa como la vacación de invierno y gran parte de la población se desplaza hacia Italia, Austria y otros países para esquiar.  Al inicio se reportó que de los primeros casos 444 personas obtuvieron el virus en el norte de Italia y 201 en Austria.  

No han transcurrido ni siquiera dos meses desde el primer caso, sin embargo según los reportes oficiales de la agencia de salud pública, actualmente existen 9141 casos confirmados,  793 han fallecido.  

Aunque países vecinos como Noruega y Dinamarca han declarado cuarentena y  cerrado escuelas y fronteras , al día de hoy en Suecia, se recomienda no hacer viajes innecesarios de y hacia Suecia, y no hay medidas de aislamiento obligatorio. El gobierno ha decidido no cerrar las escuelas primarias y secundarias, y para justificarlo existe una razón: alrededor de un millón de niños son menores de 10 años y en un país donde el servicio doméstico es nulo, uno de los progenitores tendría que permanecer en casa. Eso significa que alrededor de un millón de personas no podrían trabajar por un período indeterminado. En cuanto a la aglomeración de personas, solo se han restringido eventos donde asistan más de 50 personas. 

Las universidades han cerrado sus clases presenciales y las han reemplazado por las aulas virtuales, donde la igualdad en el acceso a internet y a los portátiles son la clave para continuar con la educación en el nivel superior.  

Las opiniones a favor o en contra de las medidas moderadas del gobierno no se han hecho esperar, pero la población en general está de acuerdo en seguir las recomendaciones de la agencia sueca de salud pública, tales como: evitar el contacto social, no asistir al trabajo a la escuela si se presentan síntomas de resfriado o COVID-19, restringir de manera absoluta el contacto con la población mayor de 70 años y, por supuesto, continuar con las medidas de higiene preventivas. 

Presas del pánico y la posibilidad de que la cuarentena sea una medida que llegará  tarde o temprano, el papel higiénico y ciertos productos alimenticios como la pasta y la avena  desaparecieron por unos días de los supermercados. Con todo, el gobierno sueco ha prometido que no habrá escasez de alimentos  —tampoco de papel higiénico—.

En contraste, Honduras, el país donde crecí, vive de crisis en crisis y la pandemia ha venido a desnudar la ya vieja y calamitosa situación del sistema de salud. Hacerle frente a la pandemia con las uñas será un reto que seguramente costará muchas vidas.  También es preocupante la forma en que se difunde la información. El miedo y la angustia se convierten en armas de doble filo. Por un lado se pretende asustar a la gente para que se quede en casa —de ser posible— , por otro puede dar lugar al caos. La  histeria que ahora enfrenta Ecuador donde la gente  rechaza al que contrae el virus y ni siquiera pueden hacer frente al entierro de los fallecidos, es un escenario probable para Honduras, si la gente no obtiene educación e información adecuada y veraz.

Hasta ahora, Suecia y Honduras enfrentan el COVID-19 de formas distintas. Aquí no hay cuarentena obligatoria, en Suecia la gente decide quedarse en casa a base de las recomendaciones del gobierno. Se trata de disciplina y seguramente de legitimidad. La transparencia en el manejo de millonarias inversiones para salvar a las empresas, los fondos destinados para el fortalecimiento del sistema sanitario, es algo que damos por hecho. A nadie se le ocurriría pensar en compras secretas, posible desvío de fondos o hacer uso de la crisis para perfilar candidaturas, situación que se presume pasa en Honduras.

La individualidad se transforma en solidaridad 

Suecia es conocida internacionalmente por su sistema tributario como base fundamental del estado de bienestar.  El sistema promueve la autonomía y la autosuficiencia, asegurando que en casos de necesidad el Estado garantiza a la persona joven, enferma o mayor no tener que depender de otros para subsistir, ya sea de familiares, amistades o cualquier otra red de protección.  Aunque los suecos mantienen sus círculos de amistades muy cerrados, para ellos ser humano y solidario implica demostrarlo a través de ese sistema que, a su vez, les permite ofrecer igualdad de oportunidades a sus habitantes.  

Esto también ha tenido un efecto colateral y ha creado familias independientes, donde los mayores son autosuficientes en la vejez. Los ancianos  —al menos en las familias de origen sueco—  no viven con sus hijos como en el sur de Europa o en Latinoamérica. Frente a la pandemia esto disminuye el riesgo de que sean contagiados, pero también mantiene a los mayores más aislados. 

Pero el COVID-19 ha despertado otro tipo de solidaridad: jóvenes ofrecen a sus vecinos mayores hacer el supermercado para disminuir el riesgo de contagio, las redes sociales son canales para difundir mensajes de cooperación. Por ejemplo, los estudiantes de carreras técnicas universitarias han creado en Facebook una red de más de 200 voluntarios para dar clases virtuales de matemáticas a alumnos de escuelas secundarias que permanecen aislados.  

Yo trabajo en el área de Derechos Humanos. Actualmente soy Gerente de Proyectos y Sostenibilidad de Drivkraft,  una organización no gubernamental financiada por la empresa privada, las alcaldías y la princesa Victoria de Suecia. Drivkraft tiene por objetivo que todos los niños y  jóvenes tengan igualdad de oportunidades, que puedan terminar la escuela y reducir los índices de desigualdad. También Suecia tiene problemas de inequidad, pero cuando pienso en Honduras es difícil no sentirme conmovida. Pienso en cuántos niños no podrán alimentarse hoy. Pienso en todos los que de manera eventual verán morir a sus seres queridos. Pienso en cuántos de ellos serán víctimas de la pandemia y de un sistema de salud que no tiene las condiciones para hacerse cargo de sus cuidados.

Percibo que la propagación agresiva del virus es preocupante, pero —a diferencia de Honduras— en Suecia la población está informada, la mayoría sabe que  no mostrará síntomas o que estos serán leves. La gente sabe que solo los grupos en riesgo deben buscar atención hospitalaria en caso de ser necesaria, a fin de evitar colapsar el sistema de salud. No obstante, me parece que la mayor preocupación es que a pesar de que no se ha declarado cuarentena el aislamiento ha desencadenado en un efecto negativo para la subsistencia de la pequeña y mediana empresa. Hoteles, cafés y restaurantes son parte del rubro más afectado. Pero también empresas multimillonarias como la línea aérea sueca SAS se encuentran en aprietos. SAS ha despedido temporalmente a la mayoría de sus empleados y ha advertido que sin la ayuda del Estado, enfrentarán la bancarrota a partir de mayo. 

Para mí el COVID-19 está dejando tres lecciones concretas al menos en esta parte del mundo: La primera, es que en tiempos de crisis el uso de libertades debe asumirse con enfoque colectivo y no individual.  Las cifras demuestran que la propagación agresiva del virus y la mayoría de infectados se disparó justo después de que regresaran al país después de tomar vacaciones de invierno en Austria e Italia, identificadas previamente como zonas de riesgo. La segunda, es que según las proyecciones es inevitable que al menos el 70% de la población adquiera el virus y que con o sin restricciones la responsabilidad de cada persona es vital para asegurar de alguna manera que el virus se propague lentamente y no de forma descontrolada. Y, la tercera, es que sin duda vivimos tiempos difíciles y que a pesar de esto, solamente la creatividad en una era digital y la solidaridad en un momento dramático nos permitirá levantarnos de esta crisis, reinventarnos y asegurarnos nuevos comienzos. 

Sobre
Verenice Bengtsson es abogada hondureña viviendo en Suecia. Actualmente es la coordinadora de Malmöandan, una plataforma creada para fortalecer el diálogo entre políticos locales, funcionarios municipales y actores de la sociedad civil. Es también presidenta de la organización Business and Professional Women Malmö.
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Escritora, no labora en Contracorriente desde 2022.
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1 comentario en “La responsabilidad individual y colectiva frente al COVID-19: una mirada desde Suecia”

  1. Excelente reflexión Abogada Verenice, en Honduras estamos a la buena de Dios, el “quédate en casa” sin que las familias tengan alimentos y otras necesidades seguirá siendo estrategia fallida.

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