La abuelita América

Portada: Tomada de Pixabay

Estar en casa ha sido una gran oportunidad para recordar los momentos bonitos que viví en mi infancia. Por ejemplo, el otro día me recosté por un momento y al cerrar los ojos disfruté de un sueño lúcido: fue toda una remembranza de cuando tenía siete u ocho años. Me veía en la comunidad donde nací, en el departamento de Colón, bajo las plantaciones interminables de palma africana (que ahora me parecen un terrible daño para las comunidades). Me encontraba caminando descalzo en tierra húmeda por un nacimiento de agua superficial, incluso podía oler la tierra mojada y sentir la brisa cálida en mis mejillas. Siendo consciente que era un sueño, aproveché para arrancar una planta diminuta nacida de alguna semilla de palma africana, me apresuré a morder el suave tallo y disfrutar de ese fresco sabor, tal como lo recuerdo.   

Solo fue un momento fugaz. Sin embargo, ese breve tiempo no evitó que recordara más cosas bonitas sobre mi niñez: las historias que el abuelo Conce (que en paz descanse) nos contaba cuando llegaba la noche y esas tardes interminables jugando con todos mis primos y primas en el patio de la casa. Recordé el riachuelo que atravesaba el solar y la pequeña cocina de mi abuela América, con paredes de tierra y techo de manaca, con su delantal bordado a mano. Siempre tenía agua fresca en un cántaro de barro, y agua caliente en la hornilla para hacerle café a cualquier visita inesperada. Ella siempre estaba sonriente, con sus profundos ojos azules y pelo teñido en blanco por las canas prematuras. La recuerdo de pie en la puerta con una sonrisa tan grande que parecía tener sus ojos cerrados. Yo sabía que mi abuela siempre estaba dispuesta a cuidarme, como las veces en que mis padres se enojaron conmigo a causa de alguna travesura, corría a la casa de la abuela sabiendo que al estar con ella todo estaría bien. De mis cuatro abuelos, mi abuela América es la única que aún está con vida. 

Con la pandemia por COVID-19, sabemos que las personas de edad más avanzada, así como las que padecen enfermedades crónicas como diabetes o enfermedades del corazón, corren un mayor peligro de desarrollar síntomas graves. Mi abuela América y yo nos encontramos a 336 kilómetros de distancia. Ella tiene más de 90 años y su confinamiento lo pasa en casa de mi tío Nelis, donde se encuentra bajo los cuidados de la familia. Es casi ajena a lo que pasa en las calles, pero a la vez tan vulnerable. 

En medio de esta pandemia, imagino a mi familia comiendo malanga hervida con sal en el desayuno, el almuerzo y la cena. Tal como lo hicimos en aquella ocasión cuando no teníamos dinero para comprar comida, después de que el huracán Mitch nos dejó sin casa. Sí, mi familia estaba dentro de la cifra de un millón de damnificados que aquella terrible catástrofe natural dejó. Tuvimos que irnos a vivir lejos, de manera temporal, donde mi abuelo materno. Él vivía apenas a unas casas de mi abuela América y esa es la época de la que más recuerdos tengo con ella. Con mis hermanos la visitabamos casi a diario. Jugábamos entre las plantas del patio, y cada vez que rompía mi camisa la abuela tenía hilo y aguja para dejarla como nueva. Recuerdo cómo disfrutábamos de los frijoles refritos con mantequilla que nos servía en la cena, acompañado de las tortillas pequeñas y regordetas típicas del occidente (a pesar de vivir durante décadas en el Valle del Aguán , su origen santabarbarense es reflejado en su cocina). Mientras tanto los adultos tomaban café y platicaban de sus cosas. A pesar de que en algunos aspectos nunca superamos esa catástrofe, aprendimos a vivir con ella. 

Tengo 13 años de vivir en San Pedro Sula y soy consciente de que la situación de mi pueblo ha cambiado. No puedo evitar pensar cómo se vive la pandemia allá. ¿Estarán respetando la cuarentena para proteger a las abuelas y abuelos?, ¿seguirán las recomendaciones de usar mascarilla, lavarse las manos y usar gel antibacterial? Con la escasez de empleo, ¿cómo consiguen dinero para comprar comida? La principal fuente de ingresos en estas comunidades son las remesas, pero en Estados Unidos la pandemia está azotando muy fuerte a la población. Sin embargo, algunos compatriotas se arriesgan a trabajar porque saben que en este país su familia depende de ese dinero. Muchos otros se quedaron sin trabajo por cierre temporal de las fábricas.

En medio de la emergencia por COVID-19 lo cierto es que, en alguna medida, depende de los jóvenes que nuestros ancianos y familiares estén o no expuestos al virus. No solo en las comunidades rurales, también en las ciudades como San Pedro Sula, que ha sido declarada el epicentro de la pandemia en Honduras. A pesar de esto, hoy circulan vehículos en el centro de la ciudad, casi de manera regular. En los barrios populares las familias caminan con normalidad, como si el virus no pudiera llegar allí. Algunos religiosos siguen desarrollando sus cultos, las pandillas siguen peleando territorio. Parece ser que la gente se está resignando a vivir con la pandemia, como lo hicieron con todas las crisis naturales, políticas y sociales que le precedieron.  

Me consuela saber que en este momento mi familia cuida de mi abuela, y hace un esfuerzo por no exponerse al virus. Aún así es inevitable que me preocupe. Sé que aunque ella no salga de casa, el riesgo es palpable. Es terrible imaginar que podría despedir a mi última abuela por un virus proveniente de China, que en un principio parecía tan lejano que nunca llegaría hasta mis seres queridos. 

Extraño a mi abuela, y cómo no extrañar a esa abuelita que, a pesar de todos lo momentos difíciles en su vida, nunca ha perdido la alegría, ni la empatía. Cómo evitar que rueden mis lágrimas cuando recuerdo la última vez que la vi, pues dijo solo estar esperando el momento de partir de este mundo. Estoy lejos de ella, pero espero con ansias que salgamos con bien de la crisis para hacerle otra visita inesperada y alegrarle el día a la abuelita América.

Sobre
Nacido el 18 de agosto de 1990 en departamento de Colón, vive en el sector Chamelecón de San Pedro Sula desde el 2008. Actualmente estudia Pedagogía en la UNAH VS, es gestor cultural y artista multidisciplinario (músico, rapero, graffitero y bailarín de danza Hiphop)
Correctora de estilo
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Escritora, no labora en Contracorriente desde 2022.
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1 comentario en “La abuelita América”

  1. Maribel Enamorado

    Gracias primo por traer tantos recuerdos hermosos a mi vida. Mi ágüela América una mujer muy bella por dentro y por fuera

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