“Adulto: Persona que en toda cosa que habla, primero ella”
Andrés Felipe Bedoya, 8 años. Libro Casa de las Estrellas.
Ya había sonado como diez veces esa canción: “arroz con leche, me quiero casar”, también la horrible canción militarista del “Chuchúa”, cuando me detuve para hacer un análisis de lo que sucedía. Le puse mute a las cancioncitas y miré sonrisas, saltos, piñatas de colores, caritas pintadas. Si ponemos la escena en cámara lenta hasta da miedo. Así se celebra el día de la niñez hondureña, un día en que los adultos queremos compensar el daño que a diario les hacemos a los más pequeños.
El día internacional del niño se celebra el 20 de noviembre tras que en 1954 la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) recomendara que se instituyera una fecha exclusivamente consagrada a reafirmar los derechos de los niños y niñas y a destinar diversas actividades para lograr el bienestar de ellos. En Honduras esta fecha es el 10 de septiembre.
La noticia no es que en Honduras los derechos de los niños y las niñas son sistemáticamente violados, eso ya se normalizó. Tampoco es que al niño se le celebra un día, pero al cumplir 12 años ya podría convertirse en enemigo del Estado, así como lo quería establecer en la ley el actual presidente bajando la edad punible a doce. Y por desgracia, la noticia tampoco es que los niños son un grupo vulnerable en Honduras y que los están matando, más de 9 mil niños han sido asesinados en los últimos 15 años.
La noticia, algún día debería ser que los adultos por fin entendimos que los niños y las niñas son personas y no nuestra propiedad. A todos nos indignan esas noticias que leemos, las que mencioné arriba, pero nos sentimos ajenos a esa realidad. ¿Cuántas veces hemos culpado a los mismos niños de su muerte? O peor aún ¿cuántas veces hemos culpado a sus padres, señalando que por un error de estos, los niños deben pagar?
Celebramos el día del niño con las cancioncitas estas sin preguntarles a ellos ¿cómo están? ¿Cómo se sienten? ¿Qué les gusta? Les regalamos a todos los niños carritos y a todas las niñas muñecas, reforzando los roles que colocan a la niña en el trabajo doméstico y al niño en el espacio público. Los ponemos en parejitas y que se den besitos porque se ven bien tiernos y hasta celebramos cuando un niño repite un piropo callejero porque es pícaro desde pequeño, sin jamás pensar en educarlos para relaciones sanas entre hombres y mujeres. Y los ridiculizamos para chiste nuestro.
Los enfermamos desde pequeños. Les mostramos que solo hay un día para celebrar y solo se puede celebrar con regalos, las cancioncitas esas poco inteligentes y con juegos sexistas. No los estamos escuchando y eso sucede principalmente porque seguimos sin escuchar a nuestro niño interior porque nos da miedo, también lo lastimaron mucho.
Cuando veo a mi hija y escucho su criterio y cómo a sus tres años con necedad lo defiende ante las ideas que intento imponerle, recuerdo que así es mi niña interior y que me dolió mucho la represión, la idea de que las niñas no son personas, sino propiedad de alguien. Los padres y las madres tenemos el deber de cuidar y guiar a nuestros hijos pero sin usarlos o moldearlos para nuestros propósitos y ese mal hábito de la adultez es muy difícil de quitarlo.
Cuando los adultos nos agachemos para escucharlos, para hablarles, cuando los veamos como personas, cuando los niños y niñas se sientan libres de opinar, de inventar, de elegir, dejaremos de titular cada año “se celebra el día del niño en deuda con ellos” o “un año más celebrando en medio de la precariedad” o de publicar los informes anuales que ponen a los niños como un número más, un indicador de desarrollo o de violencia.
Le di play de nuevo a la musiquita insoportable y vi a mi hija seria, extrañada por el alboroto que hacen los adultos ese día y por tanta atención exagerada. Estaba seria porque tanta cosa la aturdía y porque ella solo quería darle a la piñata y comer todos los confites que pudiera. Pero también estaba seria porque así se pone ella cuando está interiorizando algo, cuando graba los instantes para hacerme preguntas una semana después. Me toca prepararme para hablar menos y escuchar más.