¿Qué construiremos en Honduras gracias a la resiliencia de su ciudadanía?

Sí, hay un cambio de rumbo en la política hondureña, y también resistencia por parte de los políticos que aspiran a continuar en el poder; éstos se resisten a cambiar sus hábitos de hacer política clientelista, mientras el cambio de rumbo lo han dado los miles de hondureñas y hondureños que han dejado atrás la idea de que el partido político se lleva en la sangre o que el voto tiene un costo, un costo que políticos corruptos están dispuestos a pagar. Pero ¿construiremos democracia o torceremos el camino hacia otro tipo de autoritarismo?

Por Jennifer Avila
Portada: Persy Cabrera

La población hondureña es resiliente. Me contaba una mujer que fue a votar en las pasadas elecciones internas, que ella no suele votar y menos en unas elecciones internas, pero que en estas decidió ir a pesar de todos los retrasos, porque quería participar en elegir a quien según ella merecía ser candidata a la presidencia y porque estaba resistiendo ante las amenazas de fraude. Para mí, escuchar lo que me dijo ella y ver los centros de votación a oscuras llenos de gente a la medianoche esperando poder votar o las personas que incluso votaron una semana después,  son muestras de resiliencia de la población hondureña.

Desde el golpe de Estado de 2009 y el quiebre en los partidos políticos y sus reglas como los habíamos conocido, las elecciones se convirtieron en un momento de sumo interés para la ciudadanía, ya no solo por las promesas de los políticos y sus dádivas, sino por el interés genuino de participar en las decisiones del país y la esperanza de que esa participación se traduzca en una mejor vida, aunque muy poco haya cambiado el sistema de votaciones y las acciones clientelistas para captar votos continúen. 

Los datos de las últimas tres elecciones primarias no demuestran cambios significativos. En 2017 hubo 2,541,456 votantes, en 2021 fueron 2,508,426 y en estas de 2025 con un promedio del 66.71% de las actas escrutadas van unos 1,682,215 ciudadanos contados como votantes, la cifra podría asemejarse a la de 2021. En las generales tampoco hubo mucha variación con respecto a 2017 porque tanto ese año como en 2021, la gente salió masivamente a votar, sobre todo como castigo al Partido Nacional que había generado un clima de ingobernabilidad con los actos de corrupción por parte de sus máximas autoridades, la cooptación del Estado por parte del crimen organizado y la ejecución de una reelección inconstitucional. En las elecciones generales de 2017 votaron 3 476 419 personas, en 2021 fueron 3,580,527. En ambas elecciones hubo actores nuevos, partidos políticos, alianzas y Salvador Nasralla como el personaje outsider que a mucha gente le llama a votar, por ser alguien que supuestamente no está manchado por la corrupción estatal.

Según el Índice de Transformación Bertelsmann en su informe para 2024, Honduras junto con Kenia y Líbano estaba entre los regímenes más desorganizados, despilfarradores y corruptos del mundo además de haber sido gobernado en los últimos periodos de forma autocrática. Es por eso que un actor como Nasralla llama a la gente a votar, aun en medio del caos. Es solo el impulso irracional hacia alguien que no ha sido parte de la gobernanza del Estado, a pesar que ha dado señales de autoritarismo, discriminación y volatilidad en sus decisiones políticas y en sus posturas ideológicas lo que lo convierte en un líder político errático e impredecible, siempre dispuesto a ajustar sus asideros éticos a los cambios en la marea política del momento.

Sobre la clase política hondureña hay mucho que decir, pero inevitablemente se termina cayendo en los mismos sacos una vez los matices que hacen la diferencia están debidamente tamizados. Ahora, quiero enfatizar la resiliencia de la ciudadanía hondureña demostrada en la participación en el primer proceso electoral de este año porque sustenta la democracia y la confianza en el sistema a pesar de las crisis que han sucedido, las muertes en las protestas, los apagones del sistema, el caos logístico, etcétera. Lo hago en este momento porque en 2021, esta misma ciudadanía hizo de las elecciones una fiesta, con mucha esperanza por el cambio, a pesar de que Nasralla había cedido la candidatura presidencial a Xiomara Castro, ex primera dama, parte de una familia caudillista del Partido Libre y antes del Partido Liberal. 

Pocos meses duró la esperanza y la fiesta de haber derrotado en las urnas a una dictadura como fue la de Juan Orlando Hernández y su partido. Desde 2022, con la crisis interna de la alianza política, las acciones autoritarias para tener control del Congreso Nacional, la fiscalía y la Corte Suprema de Justicia, la polarización y el ataque a la disidencia, un estado de excepción sin resultados reales y que permite la opacidad de compras directas y la represión; la decepción llegó a gran parte de esa ciudadanía, mientras que otra parte fue cooptada por el partido oficialista con los recursos del estado invertidos en el clientelismo político y la contratación en la burocracia estatal.  

Después de tres elecciones y un período de gobierno es normal que el Partido Libre mejore sus números de militancia, aunque es de resaltar que a pesar de eso es quizá el partido más fragmentado hasta este momento. A nivel de opinión pública, el partido quiere mostrarse fuerte en números, pero en este proceso electoral obtuvo la mayor cantidad de votos nulos y blancos en comparación con los otros partidos y un nivel de pleito entre caudillos que supera la idea de que es un partido fortalecido. A  pesar del dinero público que invirtió este partido en el clientelismo a través de las subvenciones en el Congreso y el uso de secretarías para ejecutar proyectos con fondos para los diputados, en su propia militancia comienza la más feroz crítica a sus prácticas políticas arcaicas, por muchas de las cuales la ciudadanía castigó al Partido Nacional en su momento. 

Las perspectivas si Libre gana la presidencia y la mayoría en el Congreso Nacional no son muy variables respecto a lo que ya han hecho, su agenda ha sido clara desde el inicio y es la misma que llevarán adelante por cuanto tiempo se puedan mantener en el poder. Si gana el Partido Nacional con el exalcalde capitalino Nasry Asfura quien fue acusado por corrupción, las expectativas son bajas, no hay nada que demuestre que su agenda sea distinta a la que ya conocemos de ese partido al gobernar.  Sin embargo, poco se ha desarrollado la idea de qué pasará si realmente llega Nasralla a ganar las elecciones de noviembre de 2025, con un partido que no es el suyo, un partido dirigido por figuras tan cuestionables como el ex convicto Yani Rosenthal, o exalcaldes caciques de sus municipios por décadas como Alexander López. Las propuestas concretas de quienes dicen ser un cambio, no circulan más que los discursos impulsivos de Nasralla denigrando a sus opositores. Grupos que se alinean con los discursos de la ultra derecha global son quizá los que más concretos han sido sobre lo que esperan de Nasralla si este le quita la oportunidad a Libre de gobernar de nuevo y es aquí donde es posible ver el tipo de gobierno que podría constituirse después de la autocracia de Libre, uno que admira a Bukele, Milei y Trump. 

¿Está lista y dispuesta la ciudadanía hondureña para construir democracia después de noviembre de 2025? ¿Es democracia lo que la ciudadanía hondureña quiere? ¿Será un giro extremo el que le espera a Honduras tras noviembre de 2025? La resiliencia de la ciudadanía hondureña se expresa en que aún confía en el sistema electoral a pesar de las múltiples razones que la clase política da para dejar de hacerlo. Si eso es así, entonces esta ciudadanía votará confiando nuevamente en que su elección, cualquiera que sea, traerá una mejora a su situación de vida. ¿Están los partidos políticos y liderazgos contendientes listos o al menos concientes para asumir esa responsabilidad?

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Directora de Contra Corriente Periodista, artista y documentalista. Amante del cine, la música y la literatura. Cofundadora de Contra Corriente.
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