De tales partidos, tal democracia

De tales partidos, tal democracia

Con el doble de presupuesto del proceso electoral pasado, las elecciones internas marcan el inicio de una campaña política agresiva y proselitista ya conocida en Honduras. El costo no solo se eleva por lo presupuestado para el sistema de votación, también por el uso de fondos públicos por parte de funcionarios para clientelismo y directamente para hacer campañas políticas. Mientras tanto, la democracia por la que pagan con sus impuestos las hondureñas y hondureños sigue en función de partidos políticos manchados por la falta de transparencia, la corrupción y el narcotráfico. 

Por Jennifer Ávila
Portada: Persy Cabrera

El decorado de las elecciones primarias en Honduras exhibe típicamente la naturaleza de la democracia en este país. Escenas de la ministra de Defensa rodeada de militares caminando en cámara lenta por algún lugar remoto de Honduras, o las declaraciones del diputado que aspira a ser candidato presidencial a partir de cómo Francisco Morazán le habló en sueños, ambos precandidatos del partido oficialista Libre; o escenas de la esposa del expresidente convicto por narcotráfico a quien compara con Nelson Mandela, o la del exalcalde capitalino con pantalones desteñidos bailando en la calle una canción de Kendrick Lamar, ambos precandidatos por el Partido Nacional; o el espectáculo de dos precandidatos que se cambiaron de partido a último momento para revivir al Partido Liberal y que este les sirva de estructura; o las fotos de los miles de precandidatos irreconocibles en los postes cargados de cables en las ciudades de Honduras. 

Esas son algunas de las postales preelectorales hondureñas, porque ha llegado el momento cúspide de la democracia, todo un año respirando propaganda para ir a las urnas en dos momentos: las elecciones primarias y las generales. 

En pocos días, Honduras va a su primer proceso electoral del año, las elecciones primarias en donde los partidos eligen a sus candidatos a todos los cargos de elección popular. Pero no solo eso. Allí, en esas urnas y en ese sistema que el Estado hondureño les entrega, los partidos políticos miden el pulso, registran a su militancia y calculan cuánto les falta o con quién se negocia un triunfo en las elecciones generales. 

Las elecciones internas —o primarias— han sido catalogadas por los estudiosos de la democracia como fundamentales para garantizar el proceso de democratización de los partidos y, consecuentemente, de todo el sistema político. En la teoría, este proceso electoral dinamiza a los militantes, los hace partícipes de decisiones importantes de la vida partidista, y sobre todo elimina prácticas caciquistas y clientelistas. En la teoría. En la práctica, en Honduras tenemos otra cosa. 

El proceso interno de Honduras, en el que además se probará un nuevo sistema de votación que, como cada cuatro años, promete ser antifraudes, tiene un costo para el Estado de L1,492,000,000.00 más una reciente ampliación de L 561,045,280.00 solo para garantizar el sistema de votación. 

Este 9 de marzo, tres partidos van a elecciones primarias, las tres principales fuerzas políticas del país: Partido Libre, Partido Liberal y Partido Nacional. Los tres tienen representación en el liderazgo del Consejo Nacional Electoral, porque en Honduras es así; literalmente, así como el ratón cuida el queso, los partidos cuidan el proceso electoral. 

De los tres partidos, quizá el que presenta la práctica menos democrática en este proceso es el partido oficialista, el Partido Libre, que ha concentrado la mayoría de sus movimientos en una sola candidata presidencial. La precandidata, que además es la actual secretaria de Defensa y que ha acumulado el poder dentro de ese partido, es Rixi Moncada, a quien los Zelaya-Castro han dado su bendición. El otro precandidato que apenas tiene un movimiento en el Partido es Rasel Tomé, el diputado que asegura que salvó el Congreso Nacional tras tirar patadas en una trifulca por obtener la junta directiva de ese poder del Estado para beneficio del Poder Ejecutivo en 2022. 

El otro partido que ha presentado prácticas inadecuadas para estas internas es el Partido Liberal —rebajado a tercera fuerza política tras el golpe de Estado—, que en una práctica poco democrática hacia su militancia incorporó a dos precandidatos que venían de otros partidos políticos, solo porque esto podría darle un impulso para retomar la carrera electoral con algo más del 3 % de los votos. Pero, sobre todo, lo hicieron para tener herramientas con las cuales jugar el juego político hondureño, especialmente con los caciques del Partido Libre que, no olvidemos, vienen del Partido Liberal. 

Los precandidatos agregados son Jorge Cálix, que viene del Partido Libre, y Salvador Nasralla, que ha pasado ya por varios partidos. Los otros dos precandidatos son Maribel Espinoza, quien es actualmente diputada, y Luis Zelaya, que ha sido precandidato ya en varios procesos electorales. 

El Partido Nacional lleva cuatro precandidatos, y también juega en esta cancha para medir su músculo, pero al final de cuentas  —porque así lo han demostrado en procesos anteriores— todos los movimientos se alinearán con quien gane en las internas, pues, aunque controversiales, todos representan los valores de ese partido por mucho desprestigiado: la esposa del expresidente convicto, Ana Hernández; el exacalde de Tegucigalpa, cuestionado y procesado en el pasado por corrupción Nasry Asfura; el periodista cuestionado por supuestamente recibir coimas en el gobierno anterior, Jorge Zelaya; y Roberto Martínez Lozano, de larga data nacionalista, también cuestionado por corrupción. 

Según el analista José María Pérez Gómez, si las elecciones primarias se llevaran a cabo con  mayor transparencia, modificaciones en el sistema electoral, una firme autoexigencia ética de sus miembros y uso de las nuevas tecnologías para favorecer la participación ciudadana en el proceso de toma de decisiones, se podría paliar la «patología organizativa» de los partidos políticos, y así recuperar la confianza perdida de los electores. 

Honduras tiene uno de los índices más altos de desconfianza en los partidos políticos. Según el Sondeo de Opinión Pública del Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC), un 86.2 % por ciento de la población percibe a los partidos políticos como corruptos, solo seguido por el Congreso Nacional, la Policía Nacional y el Gobierno Central. Según el Latinobarómetro, Honduras es de los países con menor apoyo a la democracia, con un alto porcentaje de su población que se muestra indiferente a si el régimen de gobierno es democrático o no. 

Esta decepción con la democracia proviene justamente de las prácticas corruptas, clientelistas y caciquistas de los partidos políticos a los cuales, además de pagarles una deuda política y garantizarles con fondos del Estado sus elecciones internas, se les deja sin vigilancia al momento de la colecta de su financiamiento.

¿De qué sirven las elecciones primarias cuando los partidos políticos no se apegan a las reglas democráticas básicas? Al no hacerlo, ¿acaso no se contribuye a desacreditar aún más la democracia como conjunto de reglas básicas de la competencia política y como base fundamental de la confianza de la ciudadanía en sus instituciones?  

Distorsionar un procedimiento democrático para afianzar prácticas antidemocráticas es la razón por la que el conformismo nos hace repetir incansablemente que «así son las cosas en Honduras», o que «esto solo aquí pasa». Una vez más, y ratificado por nuestra historia política, vale decir que «si así son las vísperas, cómo serán las fiestas», es decir, si así son las primarias, cómo será el nuevo gobierno. Al final, sea quien sea que gane la elección general, será la ciudadanía la que con su participación política, con el voto y la vigilancia permanente, puede cambiar el rumbo que ha trazado la tradición partidaria de Honduras.

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Directora de Contra Corriente Periodista, artista y documentalista. Amante del cine, la música y la literatura. Cofundadora de Contra Corriente.
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