Rebeliones sin masas y la anulación del tiempo como ejercicio de memoria en Guatemala

En el Pasaje Rubio –un edificio que se erige como un símbolo de la memoria latente en la sexta avenida de la Zona 1 en Guatemala–, el presidente Bernardo Arévalo de León y el historiador Arturo Taracena hablaron sobre la construcción histórica de la memoria y su importancia para entender los mitos del pasado vigentes en el presente, especialmente en países con una democracia incipiente o en constante riesgo.

La conversación fue generada y guiada por la editorial Catafixia, que publicó en marzo de 2024 el libro Rebeliones sin masas: los «30» golpes contra Arévalo y el inicio de la Guerra Fría en América Latina (1944-1951), de Arturo Taracena y Rodrigo Véliz. La presentación del libro llevó a varias reflexiones, sobre todo alrededor del presente de Centroamérica y los paralelismos históricos que nos presenta la situación política actual de Guatemala. 

Por: Jennifer Avila
Fotografías cortesía de Margarita Cossich

Bernardo Arévalo de León, el presidente de Guatemala, caminó desde el palacio presidencial hacia el Pasaje Rubio, un edificio amarillo que parece detenido en el tiempo. Caminó mientras saludaba a la gente a su paso. Al llegar, saludó a miembros de su gabinete y diputados, y también a la audiencia que llegó ese día a escuchar la presentación del libro «Rebeliones sin masas» de los historiadores Arturo Taracena y Rodrigo Véliz, que recoge las conspiraciones e intentonas de golpe de Estado contra el expresidente Juan José Arévalo Bermejo, padre del actual presidente, que a su vez ya ha sobrevivido a los riesgos propios de intentar gobernar de manera democrática en una región y tiempo de dictadores.

Carmen Lucía Alvarado, cofundadora de la editorial Catafixia, le dio sentido a la escena que se estaba viviendo en ese edificio detenido en el tiempo y a los latidos de una herida que continúa allí, en la entrada del Pasaje Rubio. Carmen contó que el objetivo de Catafixia siempre fue publicar poesía, aunque ese día presentaron un libro de historia. Resulta que desde 2013, cuando comenzaron a publicar libros que no eran de poesía, se cuestionaron si eran una editorial de poesía, un enredo que como poetas (ella y Luis Méndez, el otro cofundador de Catafixia) resolvieron de maravilla: si la poesía tiene como principio anular el tiempo, también los libros de memoria pueden considerarse poesía. 

El sábado 27 de julio de 2024, los Catafixia anularon el tiempo (de nuevo) con la conversación entre las ideas de los presidentes Arévalo (padre e hijo), los periódicos del pasado que leyó Arturo Taracena con información que parece del presente, con la visión de un presidente que aún no sabe responder a la interrogante sobre si su gobierno es una vuelta de tuerca para la dinámica guatemalteca, o solo un hito histórico que algún día recordaremos con nostalgia. 

El pasaje estaba lleno esa noche y el presidente le hablaba también a la imagen que yace en la entrada del edificio. Aquí, de frente al presidente, está una placa que dice que el líder estudiantil Oliverio Castañeda murió asesinado durante el conflicto armado interno en octubre de 1978 cuando conmemoraba la Revolución de 1944. Ahí está presente Oliverio, ahí también se anuló el tiempo.

Fotografía cortesía de Margarita Cossich

Los treinta golpes

Es parte del relato colectivo guatemalteco que el gobierno del presidente Juan José Arévalo resistió y sobrevivió a 30 golpes de Estado. El historiador Arturo Taracena se dio a la tarea de entender de dónde sale este mito, cuál es el número, si se puede determinar uno, y cómo estaban fraguadas las estrategias golpistas en un contexto global de transición entre la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. En su investigación, en la que le faltó acceso a los archivos militares y policiales, encontró en cables de la embajada de EE. UU. y periódicos de la época, que las acciones en contra del gobierno de Arévalo fueron 22; solamente a tres de ellas las catalogó como intentos de golpe de Estado, y el resto las catalogó como complots y conspiraciones. 

Estos complots, al menos los que ocurrieron después del primer intento de golpe de Estado en 1944, tras las elecciones, buscaban replicar las dictaduras anteriores de Jorge Ubico y Federico Ponce con personajes que conspiraban desde las embajadas de los países vecinos, hundidos en las dictaduras de Tiburcio Carías en Honduras, Anastasio Somoza en Nicaragua y Salvador Castaneda Castro en El Salvador, liderados en su frente autoritario por el dictador Trujillo en República Dominicana. 

¿Dónde están las fronteras de la memoria? Taracena defiende el oficio del historiador en momentos de revisionismo histórico y frente a la narrativa que solamente se basa en las memorias individuales y colectivas enmarcadas en un «opinionismo», como él lo llamó. «Para eso hay que esclarecer la memoria», dijo. Y como lo escribió en la nota aclaratoria con la que abre el libro, aunque él comenzó su investigación antes de la sorpresa electoral de 2023 en la que Bernardo Arévalo, hijo de Juan José Arévalo, ganó la presidencia, este momento histórico en Guatemala «le vino a dar una actualidad que nos permite darlo a luz en la medida en que el ganador de las elecciones presidenciales recientes viene enfrentando un golpe de Estado». 

Bernardo Arévalo se asumió esa tarde, al lado de Taracena, como hijo de Juan José Arévalo, un personaje histórico y crítico para la historia del país; como sociólogo, intentando entender el devenir del país; y como político que en este momento ocupa la primera magistratura «como expresión de un eco histórico que lo que hace es tratar de reclamar la aspiración de dignidad que nos movía entonces y nos sigue moviendo», dijo. 

Debo decir que leer el libro de Taracena es una lección y un llamado a entender cómo llegamos hasta donde estamos, no solo como Guatemala, sino como Centroamérica. El gobierno de Bernardo Arévalo se vio como una oportunidad para cambiar el predominio mafioso del Estado y la vida entera del país, una ambición demasiado grande si vemos las décadas que nos preceden, los actores que ganaron tras el respiro democrático que hubo en Guatemala en plena Guerra Fría. Ganaron los corruptos y las mafias en cada giro de timón que dio el país, en la época de golpes, en el conflicto armado, en la época de la lucha anticorrupción, y pareciera que van ganando ahora, aun cuando la ciudadanía somató la mesa en unas elecciones esperanzadoras. 

De Honduras podría escribir muchas páginas. Pensé mucho en las oportunidades perdidas: el despertar ciudadano tras un golpe de Estado, el primero del siglo en la región que, aunque con nuevos mecanismos, fue igual de devastador; o el despertar ciudadano con el movimiento indignado; o ahora mismo, tras el juzgamiento del presidente narcotraficante que pudo haber marcado un cambio para limpiar el país y cambiar las dinámicas político-criminales que nos dominan. Para eso habrá otro artículo, pero lean el libro y quizá lo conversemos más. 

Fotografías cortesía de Margarita Cossich

El presidente Arévalo habló de la importancia de los puntos de inflexión históricos en el desarrollo de un país y de la diferencia entre un hito histórico y un hecho histórico detonante de cambios sostenidos que logran transformar las dinámicas.

«Las coyunturas críticas son las oportunidades que tienen los países para cambiar las dinámicas en las que venía encarrilado por su condicionamiento. Cuando tienen éxito, esas coyunturas se convierten en el inicio de una nueva historia, y cuando no tienen éxito se convierten en hitos históricos. La revolución del 44 marcó el punto de partida de una nueva época en Guatemala; allí comienza el siglo XX para el país, los intentos de golpe y conspiraciones que identifica Arturo [Taracena] son momentos de hibridez política donde se da la inestabilidad que caracteriza los períodos revolucionarios», explicó.

El segundo punto, señaló, es que no todo es producto de las condiciones internas de un país, «lo exógeno como endógeno, es decir, las situaciones externas que impactan en las dinámicas locales. En el 44 era el fin de la Segunda Guerra y el inicio de la Guerra Fría, un gran tablero internacional manejado por las autoridades estadounidenses, primero democráticas y después hostiles».

Por último, señaló un tercer punto, más bien algo como un eco: «Seguimos peleando por la democracia, a 80 años de distancia este país sigue en un intento de afianzar instituciones democráticas». Y brevemente hizo un recorrido histórico desde que en el 44 hubo un corte con «un pasado finquero», luego el proceso de democratización, la guerra, los acuerdos de paz y después el retroceso, un proceso de desdemocratización antes que la democracia se afianzara.  

En todo ese proceso se han abierto y cerrado candados, se han institucionalizado los procesos antidemocráticos, actores que antes no existían hoy son fundamentales, como los narcotraficantes. Y por supuesto, hay acciones como las que hizo Juan José Arévalo para evitar las conspiraciones, complots e intentonas de golpe de Estado, que hoy Bernardo Arévalo, si las hiciera, se convertiría en un dictador más en Centroamérica. 

A pesar de los reclamos por falta de fuerza, por no retirar a la fiscal Consuelo Porras, por no tomar las riendas del país, si Bernardo Arévalo suspendiera garantías constitucionales, cancelara partidos políticos, desterrara a sus enemigos del país, como lo hizo Juan José Arévalo en los años cuarenta, nada diferenciaría al gobierno de Arévalo de la dictadura de Ortega en Nicaragua. La base ciudadana que hoy le pide ser fuerte no aceptaría esos mecanismos, y tampoco la comunidad internacional, aunque se ganaría el guiño de los dictadores vecinos. 

En el péndulo de la historia, Guatemala intentó hacer frente a las dictaduras de la región; luego quedó aislada tras el retiro del apoyo de Estados Unidos en esa misión; luego se unió al concierto autoritario; ahora está al borde del aislamiento regional y el fracaso local. Mientras se define ese futuro, que también estuvo presente en la conversación sobre el libro de Taracena, Bernardo Arévalo enfatizó en que hay que ver la democracia no solamente desde una retórica institucionalizada, sino desde la priorización del derecho a una vida digna. «Como en 1944, y como en todo lugar del mundo, al final la pregunta es cómo se logra la sostenibilidad, porque lo que logra que un hito histórico, como en este caso las elecciones de 2023, se convierta en un hecho fundante, requiere la sostenibilidad de los cambios».

«Sabemos en dónde estamos, con un Ejecutivo que ha asumido este reto, pero con élites político-criminales que mantienen secuestrado el Estado. La pregunta es cómo logramos en las condiciones reales lograr operar con esa relación de fuerzas, generar la sostenibilidad que permita que las elecciones de 2023 sean el punto de partida, de inflexión, una oportunidad para cambiar el curso histórico y no un hito que nos haga regresar a ese pasado tan reciente». 

Y agregó: «Lo que importa no es el ruido que hace un cambio cuando irrumpe, sino la sostenibilidad que logra en el tiempo. Los cambios graduales, sostenidos, generan una inercia que logra cambiar la historia de un pueblo. El respaldo de la ciudadanía es donde se encuentra la fuerza para romper la dinámica de los grupos que intentan mantener el control corrupto».

Taracena agregó que es importante la ciudadanía colectiva e integral, y la enseñanza que han dado los pueblos indígenas que defendieron la democracia en la que han puesto las esperanzas de cambio para el país. Por otro lado, también es fundamental el trabajo de relaciones exteriores para obtener el apoyo de los gobiernos de EE. UU. y Europa para la sostenibilidad del gobierno y del proyecto político que pretende generar un cisma en la historia guatemalteca. 

El escritor Arnoldo Gálvez, socio y cofundador de Catafixia, dijo al inicio del evento algo con lo que quiero terminar este texto. Gálvez, quien es un reconocido escritor guatemalteco de ficción, inició diciendo que «no puede haber democracia sin circulación de ideas ni confrontación de ideas; el libro es la herramienta para eso». En este caso, el libro de Taracena nos ayuda a encontrar en el pasado aprendizajes para no dar por sentadas las conquistas que nos han llevado donde estamos, en el caso de Guatemala con una ciudadanía activa que luchó por el respeto a su voluntad popular. Arnoldo habló –a propósito del camino de la cruz que recorre el gobierno de Bernardo Arévalo– del optimismo y el pesimismo: «Ser pesimista es la salida fácil, el optimismo exige inteligencia y creatividad y es nuestra responsabilidad ética».

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Directora de Contra Corriente Periodista, artista y documentalista. Amante del cine, la música y la literatura. Cofundadora de Contra Corriente.
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