Por: Jennifer Ávila
Fotografías: Catherine Calderón
«¡Inocente!».
Ovania escucha esa palabra salir de la boca del juez y grita, llora, se pega a ella misma y le pega a él, a Gilbert Reyes, el hombre que asesinó a su sobrina y sus amigas. Se pega y le pega fuerte; entonces despierta, agitada con el eco de los golpes que le duelen en la piel.
Han pasado cuatro meses desde que Nikendra fue encontrada sin vida junto con sus dos mejores amigas, María y Dione, en el barrio French Harbour en Roatán, y han pasado apenas unas semanas desde que el sospechoso de ejecutar el triple femicidio fue capturado en República Dominicana después de huir de la isla hondureña donde vivía desde hacía cuatro años. Desde el día en que ocurrió esa captura, Ovania tiene una pesadilla recurrente: en el juicio, Gilbert es declarado inocente.
Hay silencio esta tarde en el restaurante donde trabaja Ovania en West Bay, la zona más turística de la isla. Aún no hay clientes, así que ocupamos una mesa en el centro del lugar. Allí, Ovania me cuenta sus pesadillas, una, la que llega todas las noches al dormir, y la otra, en la que despierta todas las mañanas desde el lunes 8 de enero, cuando se dio cuenta de que Nikendra no volvió a casa.
Nikendra, María y Dione salieron aquel domingo con Gilbert Reyes, un hombre de nacionalidad estadounidense que había sido pareja de Dione y con quien tenía un hijo de cuatro años. Fue en Roatán, una isla de 83 kilómetros cuadrados y alrededor de 70 mil habitantes en la que no es difícil que la gente se conozca, sobre todo que los lugareños se encuentren en los mismos bares y discotecas, se crucen en sus pocas calles asfaltadas y trabajen en las mismas y escasas opciones laborales que hay; así que mucha gente conocida vio a las tres con Gilbert Reyes esa noche, primero cuando fueron a Punta Gorda, y luego en el bar Blue Marlin, en Coxen Hole.
Me cuenta sus pesadillas, una, la que llega todas las noches al dormir, y la otra, en la que despierta todas las mañanas desde el lunes 8 de enero, cuando se dio cuenta de que Nikendra no volvió a casa.
Pero amaneció y las chicas no llegaron a sus casas. Dione y Nikendra tienen hijos pequeños; sus madres les ayudaban a cuidarlos mientras ellas no estaban, así que cuando amaneció y no las vieron, se dieron cuenta de que algo malo había sucedido, pues ellas nunca se quedaban a dormir fuera de la casa, y menos sin avisar. La madre de María incluso la llamó en repetidas ocasiones a la una de la madrugada, porque su bebé recién nacido no paraba de llorar. Pero ella no respondió.
Ovania cuenta lo que las madres de las otras chicas le contaron, y repasa el último día que estuvo con Nikendra y el siguiente, cuando transcurrieron las horas más largas de su vida mientras la buscaba. El relato de Ovania es un ir y venir entre el recuerdo de cómo Nikendra llegó a su vida y el horror de cómo fue arrancada de ella.
Nikendra fue criada en dos casas, vecinas una de la otra, en donde viven la madre de Ovania, sus hermanas mellizas Johanna y Jovanna, y una prima con su esposo. Llegó allí con apenas unas semanas de nacida. Era hija de uno de los hermanos de Ovania y una mujer miskita que había emigrado a Roatán y ambos, según Ovania, no cuidaban bien de la bebé.
Un día, una vecina llamó a Ovania para decirle que la bebé Nikendra, siendo apenas una recién nacida, no paraba de llorar, llevaba varias horas encerrada y sola en casa. Ovania y sus hermanas forzaron su entrada a la casa y se llevaron a la bebé. La madre les pidió que se quedaran con ella porque ya no podía cuidarla y el padre estaba ausente.
Esa imagen de Ovania rescatando a la bebé Nikendra irrumpe en el relato, lo atraviesa, le recuerda el dolor que siente ahora por no haber podido salvarla una vez más, sobre todo cuando intentó encontrarla con vida a ella y a sus amigas el lunes 8 de enero de 2024.
Ovania cuenta que cuando las madres de Dione y María se dieron cuenta de que tampoco ellas habían llegado a casa después de salir juntas, se comunicaron entre sí para salir a buscarlas. Primero fueron al Centro Integrado Expedito de Justicia (CEIN), un edificio vacío, como un cascarón, ubicado en French Harbour, una comunidad al centro de la isla, con poca infraestructura turística y un puerto en donde se estacionan los barcos pesqueros.
Ahí está el CEIN, pero decir que funciona como un centro integrado para atención de denuncias, con policía de investigación, fiscales, médicos forenses, todo en un solo lugar, es mucho decir. Las familiares fueron juntas y pusieron una denuncia por desaparición, pero les dijeron que tenían que pasar 24 horas para declarar a alguien desaparecido.
«”A saber dónde están pasando la borrachera”, dicen los policías cuando uno va preocupado por sus hijas. “Yo preferiría que las busquemos y si las encontramos borrachas nos reímos de la situación después, pero hay que buscarlas”», cuenta Ovania que respondió.
En el CEIN un fiscal les tomó las declaraciones, pero no hubo reacción rápida para buscar a las chicas. Para las 9 de la mañana, los únicos que les habían ayudado eran familiares, vecinos y los reporteros del canal de televisión local Roatán Hable Claro, quienes pusieron en redes sociales las fotos de María, Dione y Nikendra, reportando que estaban desaparecidas.
«”A saber dónde están pasando la borrachera”, dicen los policías cuando uno va preocupado por sus hijas. “Yo preferiría que las busquemos y si las encontramos borrachas nos reímos de la situación después, pero hay que buscarlas”», cuenta Ovania que respondió.
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Tengo que juntar el paraíso y el infierno en un solo párrafo para describir dónde estoy. Roatán es la isla más grande de Islas de la Bahía, el departamento insular de Honduras conocido por su belleza natural, que alberga una red de corales fundamental para la vida marina en Mesoamérica y cuya riqueza natural, abandonada por el Estado, ha sido aprovechada por la industria turística y por extranjeros que tienen sus casas de verano allí, muchos de ellos dueños de la industria del turismo y de la generación de energía y agua potable; otros, nacionales y extranjeros, señores que controlan el narco, las redes de trata de personas, prostitución y el tráfico internacional de especies naturales que son extraídas del resto del país.
En Roatán se encarna el extractivismo más brutal que he visto en Honduras, todo se explota: el mar, el gas natural, el sol, el territorio, las comunidades garífunas, los miskitos pescadores, las mujeres, las niñas. Y todo eso ocurre en silencio, porque nadie quiere arruinar la imagen de postal de ese pequeño paraíso en medio de la barbarie hondureña.
Muchas cosas pasan en Roatán, pero en comparación con la Honduras de tierra firme, sigue siendo un lugar pacífico. El subjefe de la Policía Nacional en Roatán, el subcomisario Leiva, me contó que la mayor incidencia de delitos y faltas en la isla es la conducción irresponsable de personas en motocicletas, y orgulloso mostró decenas de motocicletas decomisadas como evidencia de su efectividad enfrentando los problemas de la isla.
En 2023, Islas de la Bahía fue el segundo departamento con menos homicidios del país; Roatán registró 24 de los 29 homicidios en ese departamento integrado por tres islas mayores. Hasta mayo de 2024, según datos del Sistema Estadístico Policial en Línea (Sepol), se han registrado 12 homicidios, de los cuales cuatro fueron víctimas mujeres.
Respecto al tema de violencia doméstica, el subcomisario Leiva dijo que apenas se reciben unas tres denuncias semanales, y que ahora hay más mujeres policías para enfrentar este problema, porque desde lo que pasó con los últimos casos se aumentó el número de policías en la isla; ahora son 235 (70 policías más), y la jefatura de policía la ostenta una mujer, la subcomisionada Nazareth Posadas.
A pesar de esos datos, la percepción de la gente local ya no es la misma de hace años. Ahora hay más hombres armados en la isla, hay mucha incidencia de violencia doméstica y poca confianza en la policía para denunciar. Existe la percepción de que hay sobreprotección hacia las personas extranjeras, y esto genera un sentimiento de abandono más grande en los isleños. «Aquí, los de Roatán no valemos nada, si no tienes apellido ni dinero, no tienes nada», me dice Ovania.
En los últimos meses, una de las noticias que más ha llenado páginas de periódicos y ha levantado toda clase de teorías conspirativas fue la desaparición de Angie Peña, una joven turista que desapareció en Roatán mientras daba un paseo en una moto acuática. Por este caso se ha investigado en la isla algo que ha sucedido desde hace mucho tiempo, pero que era un secreto bien guardado: las redes de trata y explotación sexual y la complicidad de las autoridades para permitirlo.
«Yo espero que la encuentren, que la encuentren viva a Angie, porque eso era lo que yo esperaba cuando busqué a Nikendra», dice Ovania, y se ahoga en llanto.
El 8 de enero, mientras ponían la denuncia en el CEIN, alguien contactó a la madre de Dione para decirle que Gilbert Reyes estaba en el aeropuerto y había comprado un boleto para viajar a Miami ese mismo día. Ovania, sus hermanas y Thelma, la madre de Dione, pidieron a los fiscales que hicieran algo para interrogar al sospechoso, pero ellos dijeron que debían esperar 24 horas.
Entonces ellas mismas fueron al aeropuerto y rogaron que las dejaran pasar, que solo querían saber qué había pasado la noche anterior, y el único que podía responderles era Gilbert Reyes. Pasaron las horas más largas allí, desesperadas, el único que podía saber dónde estaban sus hijas estaba allí, esperando un vuelo retrasado que lo llevaría a Miami. A eso de las dos de la tarde Gilbert se fue. Nadie lo detuvo, nadie le preguntó por las chicas, salió de Honduras por la puerta grande de la impunidad.
Esa misma tarde, los vecinos y las familias empezaron a buscar, y la policía finalmente reaccionó. En la noche encontraron un vehículo negro con tres cuerpos sin vida. Eran ellas. Hasta el día siguiente pudieron corroborarlo, porque hasta en eso fue lento el Estado, en abrir el vehículo y llevarse los cadáveres para determinar la causa de muerte. Para ese momento Gilbert ya estaba en Estados Unidos. Pasaron los días, y para cuando Gilbert Reyes ya había huido de Estados Unidos hacia República Dominicana, en Honduras apenas se estaba determinando que la causa de muerte de Dione, María y Nikendra fue una bala en la cabeza.
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«Dione está parada en puntillas sobre una silla, grita y pide ayuda, está como en un hoyo oscuro. No puedo ayudarla, pero le digo que escape. Estoy viéndola y ella se cae. Allí ya no la veo y me pega un dolor fuerte. Me despierto porque me duele mucho el vientre. Está muerta. Mi hija está muerta.»
Thelma Dixon dice que todos los días son el mismo día para ella, como si estuviera encerrada en un cuarto oscuro, justo como en el que miró encerrada a Dione en sus sueños esa noche en la que ella ya no volvió.
Reprocha que nadie le dijo nada sobre cómo encontraron a las chicas, si estaban desnudas, si estaban descompuestas. No la dejaron verlas.
«“Mi papá mató a mi mamá”, eso me dice el niño, me lo dice casi todos los días cuando va a saludar a su mamá en la tumba. Me destroza verlo», dice Thelma, mientras Gilbert, de cuatro años, juega con las nueces que caen de las palmeras y rodean la tumba de Dione, su mamá.
El cementerio está a unos diez metros de la casa, es como su patio trasero; por eso, cuando Gilbert, el hijo menor de Dione, quiere buscar a su mamá, solo sale corriendo y rápidamente llega a su tumba. A veces lo acompaña su hermano mayor, de nueve años, pero él prefiere no hablar con su madre ni sobre ella, apenas voltea a ver la tumba.
Dione llevaba un mes en la isla después de haber regresado de Alaska, donde estuvo durante siete meses con visa, trabajando en una pizzería. Había regresado feliz y dispuesta a comenzar una nueva vida, me cuentan sus padres. En sus celulares tienen las fotos que Dione les mandó de Alaska, con su ropa de invierno muy a la moda y su peinado afro, sonriendo. «A ella le encantaba vestirse bien. Siempre quiso ir a un lugar con nieve», dice Thelma, mientras me enseña videos, estados de Whatsapp y fotos de Dione.
El padre de Dione guarda los últimos mensajes que intercambió con ella, en los que discutían sobre su decisión de dejar definitivamente a Gilbert Reyes. En esos mensajes se lee a una Dione empoderada, dispuesta a salir adelante con sus hijos, pidiendo comprensión y apoyo a sus padres, soñando con un futuro sin la violencia en la que estaba encerrada con su entonces pareja, el hombre que finalmente acabó con su vida.
Thelma Dixon dice que todos los días son el mismo día para ella, como si estuviera encerrada en un cuarto oscuro, justo como en el que miró encerrada a Dione en sus sueños esa noche en la que ella ya no volvió.
En ese mes que estuvo en Roatán, Dione estuvo apoyando a Nikendra, su mejor amiga y vecina desde que estaban en el kinder. Trabajaban en el papeleo para que Nikendra optara por la misma visa de trabajo. Estaban haciendo planes de irse juntas y enviar dinero a sus familias, sobre todo a sus pequeños hijos.
El día que Dione y sus amigas salieron con Gilbert Reyes también iba el hermano de Dione, quien en algún momento de la noche se separó del grupo y se fue con unos primos. Thelma dice que ahora su hijo siente que le reprochan.
Todos en esa familia están quebrados y cada uno de sus pedazos está cargado de culpa. Por no haberlas acompañado hasta el final, por haber apoyado a Gilbert cuando no tenía trabajo, y cuando les pedía su intercesión porque Dione lo amenazaba con irse y nunca volver; por haberlo hecho enojar cuando le exigieron no llevar armas a la casa, o cuando le dijeron que ellos se encargarían del bebé. «Gilbert nos mató a todos, la mató a ella y nos mató a nosotros», dice el padre de Dione, señalando a su esposa y a él mismo.
Thelma me muestra su casa, que está al lado de la casa que había construido Gilbert Reyes para Dione y sus hijos. Ahora está vacía y aún no saben qué harán con ella. La casa de Thelma estaba en remodelación, pero desde que Dione fue asesinada el proyecto está paralizado. La parte nueva de la casa, el segundo piso, estaba diseñado para que fuera el hogar de Dione y sus niños. Dos cuartos, un baño, una sala y una terraza con vista al mar. «Allá está mamá con Jesús», dice Gilbert, de cuatro añitos, en esa terraza, señalando el cielo que se difumina con el mar en un cuadro turquesa brillante, apacible.
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Honduras es un país femicida. En el gobierno de la primera mujer presidenta, el país enfrenta una crisis de violencia hacia las mujeres. En los años que lleva el actual gobierno han sido asesinadas 769 mujeres, según datos recabados por el Centro de Derechos de Mujeres (CDM), organización que también hace el recuento de denuncias recibidas en el 911 por violencia doméstica, el cual muestra que en lo que va de este gobierno suman ya 77,585 denuncias.
Con un pragmatismo que bordea la resignación, el ministro de Seguridad, el general de Policía Gustavo Sánchez, dice que es un problema cultural. Pero el Estado debería poder hacer más; por ejemplo, puede evitar que una sobreviviente de violencia doméstica se convierta en víctima de femicidio, o hacer que una mujer desaparecida sea buscada a tiempo para no siempre tener que encontrarla muerta.
Dice Ovania que ella espera que haya cambios en las leyes, por ejemplo, que existan alertas como en otros países, en los que no se espera 24 horas para que una mujer sea buscada si fue reportada como desaparecida. O que haya refugios para sobrevivientes de violencia doméstica, para que no tengan que regresar con sus maridos violentos.
El Estado también puede cuidar de las víctimas colaterales de un femicidio, por ejemplo, brindando apoyo en salud mental a los niños que quedan huérfanos, como los hijos de Dione, Nikendra y María, cinco niños que han perdido a sus madres. Ovania lo desea para Honduras, pero antes, antes de abogar por todo esto, ella quiere justicia.
«Que la gente tenga más knowledge [conocimiento] sobre el abuso, hay mujeres que están viviendo eso y no lo saben. Dione quizá pensó que era una salida de reconciliación, que iba con sus amigas, y ese hombre quizá ya lo tenía planeado, él salió preparado, salió con su pasaporte, él lo tenía planeado, sabía a lo que iba», dice Ovania. Y cuando habla sobre violencia doméstica, Ovania también está hablando de su propia historia.
Es sorprendente cómo el dolor conecta a tantas mujeres diversas viviendo en lugares distantes. Cuando una mujer te dice «yo también lo viví», no es solo empatía, es porque la violencia se ha vuelto tan común. A veces ni siquiera lo dicen en voz alta. ¿Cuántas mujeres asienten cuando escuchan a otra contar cómo sobrevivió con el trauma de una violación? O cuando una mujer cuenta que fue tratada como culpable cuando fue a demandar por manutención a su expareja y el sistema de justicia la revictimizó. O cuando una mujer cuenta que al poner una denuncia por violencia doméstica le preguntaron dónde estaban los golpes, las heridas, y le dijeron que sin sangre no se puede detener a un agresor.
«Yo les digo a las mujeres de Honduras que sean valientes. Vivir en abuso no es necesario, tienen toda una vida por delante; bellas, jóvenes, inteligentes, tal vez piensan que están enamoradas, pero si te sientas a aguantar, eso no es amor. Yo viví violencia doméstica en mi primer hogar y puse denuncia. Me dijeron que tenía que estar herida, golpeada con un arma; yo les dije: el día que me maten ya no vendré porque estaré muerta. Mi hermano me sacó de allí», cuenta Ovania, y dice: «también le pasó a Nikendra y nosotras la sacamos de allí y la apoyamos».
El día que la gente en la isla supo del triple femicidio «era como que todos estábamos en el mismo equipo», dice Ovania, pues ayudaron a buscar, exigieron, alzaron la voz. También en su comunidad se celebró como un pequeño triunfo de justicia la captura de Gilbert Reyes en República Dominicana. Pero claro que hubo gente y medios de comunicación que repitieron lo de siempre: «fue un crimen pasional, algo aislado, no es que en la isla pasen estas cosas». Ella lo había denunciado a él, él a ella la denunció una vez por «robarle dinero», pueden verse como «asuntos personales». Pero ¿hasta cuándo seguiremos minimizando y justificando la violencia si estos «asuntos personales» terminan incluso en un triple femicidio?
Porque la imagen de la Roatán paradisíaca donde no pasa nada es la que sostiene la industria del turismo. La misma Nikendra trabajaba en esa industria dando tours a extranjeros en los canopy. También Ovania trabaja para esa industria en un restaurante ubicado en la zona más turística de la isla, cuyo propietario es un extranjero.
Sí, el turismo genera trabajo, pero el miedo a perderlo ha generado una burbuja de impunidad que ya les estalló a todos. Eso es lo que Ovania quiere que cambie con este caso, y por eso ella y los familiares de las otras víctimas piden y esperan que Gilbert Reyes sea juzgado en Roatán, que su juicio sea oral y público, y que al ser encontrado culpable se dé un mensaje: ninguna mujer debe ser asesinada, ni en Roatán ni en el resto del país.
Marlon Duarte, el abogado contratado por las familias como acusador privado, dice que desde la acusación privada se tienen todas las pruebas que establecen la participación directa de Gilbert Reyes en el triple femicidio.
«El comportamiento del imputado durante el proceso no ha sido el adecuado y lo que más ha hecho es buscar huir y no estar presente en la tramitación del proceso, por lo tanto, no se le puede imponer otra medida que no sea la detención judicial. Esperaremos que una vez que el auto de formal [procesamiento] esté firme se eleve la causa a juicio oral y público en donde esperamos que se señale la audiencia en Roatán porque lo que quiere la población de Roatán es que el proceso sea público», dice el abogado.
Y sigue explicando: «Después de una acción penal recae responsabilidad civil, la cual buscaremos, en la cual podemos perseguir bienes a esta persona para determinar algún daño reparable en beneficio de los familiares y los hijos de las fallecidas, para sus estudios, manutención, medicinas, lógicamente en lo que se pueda buscar la reparación del hecho en materia civil ya que es imposible una reparación por lo atroz que sucedió, pero los hondureños merecemos una justicia pronta y efectiva y que eso no le quede duda a quienes presencien el juicio».
Por ahora se está a la espera de la audiencia de extradición para que Gilbert Reyes sea extraditado de República Dominicana.
Ovania y Thelma creen que hay más por saber sobre cómo Gilbert Reyes pudo asesinar a tres mujeres jóvenes, esconderlas y luego partir hacia Estados Unidos sin ser atrapado oportunamente. ¿Cómo fue a EE. UU. y luego a República Dominicana sin que Interpol lo detuviera? ¿Cómo pudo salir tan tranquilamente de Roatán después de asesinar y esconder los cuerpos? Ovania piensa que hay cómplices, no se conforma con una idea simple de cómo sucedió el asesinato.
Según el abogado Marlon Duarte, hay testigos que resolverán muchas dudas sobre la participación de Gilbert Reyes en esto, aunque aún no se habla de cómplices en el caso.
«Los testigos que vamos a proponer van a presentarse, ni siquiera necesitamos protección a testigos, sabemos que la isla es muy segura, son actos esporádicos que no deben venir a empañar el buen trabajo que están haciendo las autoridades para mantener el turismo, la seguridad, y si bien es cierto que han habido unas situaciones por explotación sexual, han sido esporádicas, lo que se busca aquí es sentar un precedente de justicia, que si una persona ha cometido un delito como este, se hará lo humanamente posible para detenerlo», dice el abogado.
Desde que encontraron los cuerpos en el carro, Ovania busca en Google casos similares; pregunta en el buscador cómo se debería ver un cuerpo descompuesto después de haber fallecido la persona en X cantidad de horas y bajo X grados de temperatura, pregunta si hay diferencias cuando el color de la piel de la víctima es oscuro. Se pregunta si hubo alguna droga de por medio, si Gilbert utilizó químicos para que sus cuerpos quedaran más deshechos.
Nada le termina de dar respuestas, y su cabeza se llena de todas esas preguntas, algunas que solo son ruido para ocultar, por un momento, el hecho de que Nikendra ya no está en casa, haciendo sus berrinches y preocupándose por tener deudas de 200 lempiras con sus vecinas. Ovania se ríe cuando cuenta cómo era la personalidad de Nikendra: alocada, soñadora, se estresaba con poco, pero también se alegraba con poco.
Ovania tiene un instinto de protección que la supera. En su vida ha visto a muchas niñas y niños vulnerables deambulando por las playas, siendo abusados por turistas que llegan y se van en sus cruceros; ha intentado arrebatarlos de esas manos, ha intentado formar grupos de apoyo para exigir mayor responsabilidad a los padres y madres de su isla, ese lugar que tanto le duele pero que tanto ama.
«Yo quiero justicia para todas las mujeres asesinadas, no importa cómo era ni qué hacía, todas tenemos derecho a vivir», dice Ovania.
Son tan extremos los contrastes en esta isla que algunos de ellos parecen fantasías. ¿Me creerían ustedes, lectoras y lectores, si les digo que esta isla es también un refugio para extranjeros millonarios que buscan prolongar la vida, hacerse eternos? Estuve unos días dentro de una Zona Especial de Empleo y Desarrollo (ZEDE) en donde comienza a surgir una ciudad para buscar la vida eterna «la muerte es apenas una opción» dice su slogan. Por eso vino a mi mente una última pregunta para Ovania.
—¿Ovania, y usted qué piensa de la ciudad que están construyendo aquí en la isla, en donde dicen que la muerte es opcional, o sea que las personas pueden parar el proceso de envejecer y morir?
Ovania mira hacia arriba, como si estuviéramos hablando de una ciudad en lo alto, como en el Olimpo, y se ríe: «¿Yeah? ¿Vivir para siempre en el mundo que estamos viviendo ahora?».
Sí, porque en Roatán es así, los contrastes son radicales, crudos, fantasiosos.
1 comentario en “Las pesadillas en la isla”
Increíble la narrativa de ésta historia, comencé a leer y no podía parar.
Han mostrado una cara de Roatán que nadie se atreve a divulgar.