Honduras y su eterna tragedia. Hoy todas y todos los que vivimos en este país perdimos a Gustavo Moreno, un ser con una energía de luminosidad incalculable, un talento que daba esperanza a quienes lo pudimos escuchar o a quienes pudimos escapar de la caótica Tegucigalpa en su proyecto cultural “Cien años”.
Las noticias informan que Gustavo se suicidó, la comunidad artística comienza a escribir desde el dolor, desde la sorpresa que causa una tragedia como esta. A Gustavo lo perdimos en la oscuridad de este rincón violento y desesperanzador donde nos ha tocado vivir y donde nos empecinamos en construir espacios diferentes.
Yo no fui su amiga, tampoco pertenezco al grupo de artistas bohemios de Tegucigalpa, una ciudad que no solo ahoga a sus artistas con la violencia y la falta de espacios públicos donde crear, sino que también los ahoga con altas tarifas por promover el arte. Soy una periodista y artista de San Pedro Sula, una ciudad represora, un lugar donde también me he sentido presa, donde también crear tiene un alto costo. Se que este país puede dañarnos y a quienes tenemos el privilegio de soñar, de no pensar solo en sobrevivir, nos hiere sabernos atrapados.
Muchas veces, incontables, escuché el disco de la banda de los Cien años, propuse que sonara en la radio donde entonces trabajaba, se lo compartí a mis colegas artistas de mi región y lo escuchamos con mis amigos de Son de Pueblo. A mí me daba esperanza el proyecto, esperanza en una generación que quiere una Honduras más culta, amigable, constructiva, alegre; a pesar de vivir en una dictadura que nos reprime de muchas formas.
En este país tan pequeño, que solo interesa cuando de aprovecharse de él y su gente se trata, se suicida una persona cada día, eso dicen los reportes del Observatorio de la Violencia. Hace poco entrevisté a un psiquiatra de San Pedro Sula y me dijo que aunque él era especialista se daba cuenta que apenas podía dar pastillas a la gente, pero la depresión que hay en este país no se cura con eso. Solo la controla, pero mientras la gente viva en indefensión, frustración, en un país donde reina la corrupción y la impunidad, esta depresión colectiva va a seguir apagando vidas como la de Gustavo.
Nos da miedo hablar del dolor que se ha apoderado de nuestra sociedad, de la epidemia que también está cobrando vidas, de la desesperanza que causa vivir en un país donde los criminales gobiernan y las consecuencias de eso se traducen en miles de personas que no conocen una vida digna. Nos hacen falta esos espacios donde sacar el dolor y buscar salidas o al menos utopías que nos pongan a caminar juntos.
Siempre sentí que Gustavo era un artista auténtico, que su potente voz la usaba para dar un mensaje, para gozar la vida y no para hacerse famoso o millonario (ni que aquí se pudiera). Creo que esa autenticidad, esa luz que Gustavo irradiaba puede seguir alumbrándonos y puede seguir brillando por más de cien años.
Qué brille su luz y que esto nos saque de nuestros individualismos.