Mujeres que nadan a contracorriente

En Honduras, cada 22 horas es asesinada una mujer. Las mujeres son noticia por  la violencia. Se habla de ellas como víctimas y hasta como culpables de sus destinos trágicos, pero poco se habla de ellas como sobrevivientes, como sostén de la economía familiar, como líderes comunitarias, como mediadoras en los conflictos, como artistas, como sujetas de derecho. En Contracorriente escribimos historias donde las mujeres son esas sujetos que buscan la vida en medio del dolor, que cuestionan el poder y que a pesar de estar inmersas en dinámicas de violencia patriarcal luchan por su dignidad y la de su comunidad. Este es un resumen del año en 15 fotografías donde las mujeres son protagonistas.

En la comunidad campesina de Guadalupe Carney en el Valle del Aguán, las hijas y los hijos de El Tumbador, hablan desde el miedo, desde el temor que sienten por sus vidas. Son jóvenes que no superan los 25 años, son jóvenes que no se van a pesar del futuro incierto que se vislumbra en sus vidas y las amenazas constantes. Esta generación de dirigentes campesinos, mujeres y hombres, asume la liberación de las tierras como una lucha heredada, como tributo a las vidas que se han ofrendado durante décadas de enfrentamiento entre campesinos, terratenientes, narcotráfico, y bandas de sicarios.

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Una manifestante lanza una tabla de madera al fuego durante las manifestaciones contra el fraude electoral el 27 de enero del 2018 en la ciudad de Tegucigalpa, mientras Juan Orlando Hernández se imponía como primer Presidente reelecto, aunque la Constitución de la República no se le permitiera.

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Plantón de la Colectiva Matria el 8 de marzo en el Redondel Bolívar en el bulevar Los Próceres, Tegucigalpa.

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Donatila Banegas, madre de Javier Banegas (18) preso en El Progreso, Yoro tras la crisis postelectoral. En la fotografía con sus hijas, hermanas de Javier.

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Una jugadora lanza el balón durante un partido de fútbol entre los equipos femeninos Israel y Centro Lempira que se enfrentan por la semifinal de la liga femenina de fútbol en La Moskitia. En la liga femenina de fútbol femenino de Puerto Lempira juegan 6 equipos, juegan partidos de 20 minutos por tiempo en una cancha que además es atravesada por una calle y está ubicada a la par del cementerio de la comunidad de Usumpú.

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Al momento de esta foto, «Lucía», de 16 años, tenía cuatro meses de embarazo. Un embarazo producto de una violación mientras intentaba regresar a Honduras –un país que no conocía– desde Guatemala, huyendo de la violencia de su hogar. Buscaba mejores oportunidades para su futuro, buscaba estudiar, ahora vive en una casa hogar, un refugio para niños y adolescentes, donde siente que ya no encaja debido a su embarazo.

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Anaida es la persona responsable de cuidar a las guaras y las loras nuca amarilla que son rescatadas del tráfico ilegal de especies en La Moskitia. La comunida de Mavita significa el último refugio para animales como la guara roja cuyo precio en el mercado negro ronda entre los 2mil y 3mil dólares. Actualmente hay 600 especímenes de guara roja en estado silvestre en los pinares de Gracias a Dios y reintroducidas 36 en el Parque Macao Mountain en Copán y en la isla de Zacate Grande, según el biólogo Héctor Portillo quien por 20 años ha estudiado esta especie.

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La poeta hondureña Mayra Oyuela, durante una de sus lecturas en el Festival Internacional de Poesía de los Confines en Gracias, Lempira.

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Una chica integrante de la Peña Santa Fe de la barra Ultra Fiel sostiene una bandera de su equipo previo al clásico de la liga nacional de fútbol, Olimpia vs Motagua. Las barras deportivas son llamadas «barras bravas» y han sido emisoras y receptoras de una violencia que ya ha cobrado cientos de vidas, según los datos de los propios barristas. La dirigencia de la Ultra Fiel cuenta alrededor de 500 miembros activos de la barra que ha sido asesinados entre 1998 y 2016, muchos de estos en enfrentamientos con barras contrarias. En la Barra Ultra Fiel se calculan al menos 1,800 mujeres, un 15% del total de miembros. Una minoría que no la tiene fácil, por el estigma que recae desde afuera y la desconfianza que desde adentro impide que ejerzan el poder igual que los hombres.

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Berta Zúniga Cáceres, Coordinadora del COPINH e hija de Berta Cáceres durante una conferencia de prensa en la ciudad de Tegucigalpa en agosto de 2018. El primer juicio por el asesinato de la líder indígena Berta Cáceres ha quedado sin representación legal de las víctimas desde el 20 de octubre pasado. En este juicio, que la acusación privada califica de reduccionista al solo tomar en cuenta los hechos del 2 de marzo donde Cáceres fue asesinada, están compareciendo ocho de los nueve acusados, pero parece dejar en el olvido a los autores intelectuales de un crimen que podría involucrar a algunas de las personalidades más importantes del poder político y económico del país.

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Yeni Ferrera pidió ayuda para salvar su vida en varias ocasiones: en la Fiscalía de la Mujer de El Progreso, Yoro cuando denunció a su esposo por violencia doméstica, en las postas policiales de la misma ciudad y en la de San Pedro Sula con los golpes marcados en todo su cuerpo y el terror que sólo puede poseer un rostro que sufrió años de abusos e intimidaciones. Finalmente lo hizo, rogó por su vida frente a su femicida, Óscar Humberto Mejía. Nadie la escuchó. El padre de sus dos hijas la asesinó frente a una de ellas.

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Ericka, de 59 años –aunque quizá tenga más edad– vive en Mirador de Oriente, un barrio en la periferia de Tegucigalpa, donde no hay red de distribución de agua potable ni alcantarillado. Algunos botes reciclados que posee los logró llenar el día anterior cuando carros cisternas privados llegaron a la comunidad para vender agua potable y ella se acercó para rogarles que le dieran el agua que les sobraba de la venta. Les ruega que mejor se la den en lugar de botarla, porque ella no tiene para pagar los 30 lempiras que cuesta el barril lleno de agua. Ésta es una comunidad pobre y los que tienen alguna fuente de ingreso pagan hasta 1400 lempiras mensuales para tener agua potable suficiente para tres semanas.

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Una anciana con fiebre intenta descansar en una colchoneta en el albergue de la colonia Betania. En el mes de octubre la lluvia hizo que distintas zonas vulnerables de la ciudad capital colapsaran ante la crecida del río Choluteca.

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«Yo no sabía ni que existían las PAE –Pastilla Anticonceptiva de Emergencia–, siete años atrás me violaron cuando le dije a mi mamá y mi papá que no me gustaban los hombres. Mi papá me abusó, me dijo que me iba a hacer mujer de verdad», Ana, susurra su historia y mira al suelo, con nervios se toca las manos. Tenía 13 años y producto de esa violación resultó embarazada, su padre era miembro de una mara y amenazó con matarla a ella y a su madre si decía algo.

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Una joven se arrodilla frente al altar a Berta Cáceres en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en la ciudad de Tegucigalpa.

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