Los rostros encarcelados

Tu risa me hace libre, me pone alas. Soledades me quita, cárcel me arranca.

 

Miguel Hernández | fragmento de «Nanas de la cebolla»

  Cuando el poeta español Miguel Hernández escribió el poema «Nanas de la cebollas» pensaba en su compañera y en su hijo que lo único que tenían para comer era pan y cebollas. El poeta murió luego de tuberculosis en las húmedas mazmorras en las que el fascismo confinó a quienes atentaran contra su poder, contra su hegemonía, a quienes soñaban con una libertad construida desde las trincheras de una lucha que finalmente ganó quien tenía el control del Estado y sus instituciones. Aquella ansiada libertad pensada más allá de las banderas sigue ausente, lo saben ahora en una barricada lejana de la tumba de Miguel Hernández y de la Guerra Civil española, una barricada que se llama Honduras. Entre los meses de diciembre y enero, los meses de la crisis post electoral, el gobierno del reelecto Juan Orlando Hernández metió presos a 26 hombres y una mujer. Llevados 18 de ellos a las cárceles de máxima seguridad, cárceles que fueron hechas bajo el argumento de meter en ellas a los tipos más peligrosos, miembros de maras y pandillas, narcos. Poco se habla hoy de ellos en los medios de comunicación, nada en la incipiente legalidad hondureña los nombra «presos políticos», sin embargo lo son, y la tensión en las calles parece haber desaparecido. Cuáles son entonces los rostros de quienes les esperan en casa, de quienes no les han visto ni escuchado en meses, los rostros de quienes lloran a sus familiares. Encerrados en qué pensarán ellos, en qué pensará ella.
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