
Ricardo, Corazón de León
«¡Jueputa, jueputa, jueputa!», fueron las tres primeras palabras que pronunció don Ricardo años después de aquel accidente automovilístico que lo dejó mudo y parapléjico, que lo aisló del mundo como si estuviera en coma.
«¡Jueputa, jueputa, jueputa!», fueron las tres primeras palabras que pronunció don Ricardo años después de aquel accidente automovilístico que lo dejó mudo y parapléjico, que lo aisló del mundo como si estuviera en coma.
Texto: Xavier PanchaméIlustración: Pixabay Sin un rescoldo de cariño, Jimena se marchó de la ciudad. Se puso los mitones azules para despistar a los avergonzados
Texto: Dar Barahona Ilustración: Pixabay «Hay quienes se consideran perfectos, pero es sólo porque exigen menos de sí mismos». H.H. «¡Te voy a azezinar!», así
En el balcón de la casa el viento movía las Begonias. Cinco macetas sostenían con dificultad los manojos que colgaban desde la ventana del comedor.
Los sueños de Sandra solían ser bastante extraños, pero, entre todos, tenía un sueño muy peculiar y este consistía en que ella se arrancaba pedazos de piel con sus dientes y luego se cortaba cada uno de sus dedos.
La herencia En el bosque, el lobo le ayudó a cortar algunas hierbas venenosas. Al terminar, se tomaron de las manos y llegaron donde vivía
Maite solía permanecer sentada en el sillón grande de la sala. Se notaba que era el mueble más cómodo de la habitación, ideal para estar
Después de tener el frasco en mis manos, recordar mis síntomas y pensar que era el puto virus, pero no, no era el virus —tampoco estaba paranoica— pensé en llamarlo y hablar sobre este asunto, pensé todo, pero decidí hacer lo contrario, jugar su juego, aunque eso significara planear mi propia muerte.
Esta es la historia de un memorioso que pierde la memoria. Pasaba al lado de una inmensa procesión y las rancheras se escuchaban alto, el féretro en una vitrina era llevado al cementerio, lugar donde no cabía un muerto más, las estructuras no estaban bajo tierra, eran edificios altos con muchas ornamentas.
Me di cuenta esa mañana al verme frente al espejo, después de la inspección pertinente al concluir el cepillado. Era aquella una fisura disimulada desde un ángulo frontal, quizá por eso no la había notado.
Cuando le cuento a alguien, en general ajeno al mundo periodístico-literario, que escribo crónicas, me suelen preguntar «¿Qué son?» Y ahí comienza una especie de clase informal callejera.
―Amor ―le había dicho su mujer del otro lado de la puerta del baño, antes de tocar dos veces―: no te demorés en la ducha, que quiero bañar al bebé.
Debo ir a comprar las cosas para la cena —le dijo Sandra Nelson a su padre—. No tardaré demasiado.
Doña Fernanda Santiago de Rodríguez y Verdugo vive sola y rodeada de lujo en la torre más alta de una ciudad construida sobre montes poblados, como mares embravecidos.
Junto al póster de los Beatles tenía un viejo retrato de León Trotsky que le recordaba su época de la universidad, aquellos años en donde militó en una organización de izquierda semiclandestina, o eso creían ellos: que eran clandestinos. Hablaban de los problemas de la universidad, de los baños que siempre estaban sucios, hechos una pocilga, de la necesidad de seguir construyendo el partido obrero y la Cuarta Internacional, digamos que hablaban de todo y mucho, hablaban más de lo que fumaban, y fumaban.
Míster Ghost era un hombre sencillo, que al parecer, no tenía necesidad económica alguna, ya que había nacido en el seno de una familia acaudalada, aunque poco se sabía de sus orígenes y de sus familiares.
Caperucita roja, dejó el mundo de la inmundicia en el wifi del hogar. Antes de ser una mujer entera en cuerpo y alma. Decidió convertirse en una asidua lectora de novelas rosas de Corín Tellado y de literatura de hadas madrinas.
Cómo hubiese querido tener la fuerza y decirle que sí, que venía de estar tomando. Borracho. Pero cuando entré, creí que ella no notaría nada, porque a esa hora empezaba El corazón valiente, su novela favorita. Por eso yo había escogido esa hora para llegar a la casa, por eso estuve tres horas en la calle aunque no quería. Solo.
No durmió en toda la noche escuchando los ladridos de su perro y pensando en el azaroso viaje. Lleno de ansiedad, se la pasó dando vueltas en su cama, hasta que los hilillos de luz entraron por los orificios del techo e iluminaron el cuarto. La alarma sonó a las cinco y treinta de la mañana.
Era un ser de muchas piezas, pero de una sola alma: la demoníaca. En realidad, no tenía alma. Se comportaba como un ser humano, pero era el vacío, el desierto. Viudo de amor desde su nacimiento, llevaba el hastío en su rostro como símbolo de muerte. Con sus garras y colmillos destrozó las almas hermosas de una gacela y de una coneja de carnes dulces y sabrosas que le habían amado.
Su deseo tenía limitantes por las tardes, cuando le venían esos sentimientos de dolor sin saber que era un dolor. Sentía el cuerpo volátil, como lo siente un adolorido por la pérdida de un ser querido, sentía una profunda tristeza como la siente un recién condenado. Y el deseo de vivir se le quebraba en trozos como si fuera de barro.
Hispanidad cursaba con éxito los últimos semestres de su carrera universitaria en una prestigiosa y exigente universidad. Había llegado a ese país del Norte de América desde muy niña y había enfrentado, junto a su familia, todas las vicisitudes que atraviesan los inmigrantes en tierras anglosajonas…
Esta es una convocatoria de cuento libre para que personas de todas las edades puedan contar historias de ficción en Contracorriente.
Al finalizar su ponencia magistral, abren el micrófono al auditorio. Una escuálida y bajita edecán, vestida de hippie setentera, lleva el micrófono inalámbrico a la primera persona que levantó la mano. Un agudo feedback sabotea de entrada el conversatorio y hace evidente el malestar de los organizadores, cuya mirada recriminatoria recae sobre el encargado del sonido.
En todo el país, para la mayoría de los personas, son días de encierro por la cuarentena y las medidas dictadas por el gobierno ante
Por Linda Ordóñez Mucho se habla de la literatura y poesía hondureña escrita por mujeres, pero muy poco se analiza o se conceptualiza al respecto.
Un cuento de Anacleto Soriano Sobre el camastrón de madera con tejido de cuerdas de nylon, la mujer, borracha, se despedía de la vida. Sus
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