Texto: Catherine Calderón
Eran las cinco de la tarde y estaba por salir del edificio donde trabajo. Tenía planeado regresar a la casa donde me estoy quedando por algunos días mientras trabajo en Tegucigalpa. En un domingo sin tráfico estaría ahí en cinco minutos, pero era viernes y, por supuesto, el tráfico era infernal.
En el estacionamiento, me pregunté si me iba directo a casa, hacía tiempo en algún lado, o mejor salía a buscar las medicinas que necesitaba para esta nueva vida en la que debo tomar medicamentos y suplementos alimenticios de manera continua. Luego de reflexionar mucho, decidí irme a casa a descansar. Las medicinas me podían esperar en su vitrina hasta el día siguiente.
Tomé la ruta habitual y puse la radio, una emisora que suele dedicar una franja completa a un solo artista. Ahora mismo no recuerdo a quién pusieron ese viernes; seguramente no lo recuerdo porque estaba más pendiente de no atropellar a alguien o tener un accidente en este infierno de carros y bocinas en el que se convirtió esta ciudad. El caos que había en la calle que había tomado me hizo cambiar de ruta e irme por una menos transitada por motociclistas.
Giré a la derecha con mucho cuidado y a la vez muy tensa. Mientras manejaba, no dejaba de pensar en lo que había estado escuchando durante la semana en el juicio contra Juan Orlando Hernández, el expresidente de Honduras juzgado en una corte de Nueva York por vínculos con el narcotráfico, mejor dicho, por traficar droga hacia los Estados Unidos.
Empecé a repasar en mi mente los detalles que han surgido sobre los asesinatos a fiscales, periodistas, abogados, y por supuesto a la competencia en el mercado de la cocaína, otros narcotraficantes que al cártel de los Hernández no les convenía que siguieran en el radar. He sido testigo de la fragilidad que tenemos y lo fácil que es que te desaparezcan en este país. De inmediato, otro pensamiento me interrumpió, uno relacionado con la violencia, pero desde mis zapatos siendo mujer, porque las estadísticas publicadas por el Centro de Derechos de la Mujer eran de 26 mujeres asesinadas en enero.
Esa cifra me erizó la piel y empecé a sentir mi cuerpo más tenso; continuaba manejando por inercia pero no lograba sentir que lo hacía. En 2023, el observatorio del Centro de Derechos de la Mujer registró 742 agresiones a mujeres en todo el país. Para ellas nunca habrá justicia y tampoco reparación de los daños. Estamos en Honduras y la justicia no sucede acá.
En Contracorriente retratamos varios de esos casos de mujeres que fueron asesinadas por sus exparejas, sus parejas y por policías. Contamos la lucha de sus familiares en búsqueda de justicia en un país que culturalmente se rige por la impunidad.
Estos pensamientos iban y venían mientras seguía en el tráfico del bendito viernes en la capital hondureña. Y justamente por estar sumergida en esos pensamientos, no tomé el carril correcto que me llevara a mi casa, y terminé en el segundo anillo, atascada entre carros, motos y la bulla de la ciudad, con pocas posibilidades de que alguien me diera oportunidad de cruzarme al carril que necesitaba.
Tenía miedo, pero no sabía de qué, no identificaba algo concreto. Solamente tenía miedo.
Respiré y me dije: es un temor a todo. Es el temor de vivir en un país como Honduras y tener que estar alerta en el semáforo, analizar qué haría en un asalto. (Sí, una consolación extraña, pero me funciona).
Era un torbellino de pensamientos. Nada en concreto. Era todo y nada a la vez. Me obligué a no entrar en paranoia y me hablé a mí misma para escuchar mi voz y volver a la tierra. Me preocupaba llegar tarde a la casa, y ni siquiera me urgía llegar, pero sentía una necesidad inmensa de estar en un lugar seguro. ¿Existirá ese lugar, donde estaba o en alguna otra parte de este país?
Finalmente logré encontrar una ruta viable para retornar al bulevar del que había salido, y llegué a una rotonda. Tomé una vía rápida para entrar al bulevar, y vi una bolsa en la calle. Logré distinguir que eran unos zapatos color negro, de tacón, y mi primer pensamiento fue: ¿y si alguien los tiró para desaparecer la evidencia de un feminicidio o transfemicidio? Y si eso fue así, ¿cómo van a lograr investigar? ¿Cómo avanzaría una investigación sin esa evidencia?
Seguí manejando, respiré profundo y obligué a mi mente a regresar al presente. ¿Era normal que unos zapatos en la calle me inquietaran tanto?
Esos zapatos también pudieron haber caído de un camión de basura.
Han pasado veinte días y sigo pensando en esos zapatos.