A veces la llaman Margarita, cuando no la llaman Margareth o simplemente Sandoval, en la calle donde, según sus compañeros de trabajo, actualmente es la única mujer trabajando en las construcciones de las obras públicas de la ciudad de Tegucigalpa, subcontratada por una empresa.
Margarita Sandoval creció en el barrio Las Brisas de la ciudad de Tegucigalpa, y volver a su barrio es algo que ahora anhela, recuerda su barrio de infancia con ternura, a pesar que es un barrio controlado por las pandillas, uno de tantos en la capital hondureña.
Margarita piensa que el amor no es algo para ella, luego de que sus dos parejas, padres de sus hijos, la dejaran sola con la responsabilidad de sacar adelante a sus tres hijas y a su único hijo. Su segunda relación: matrimonio por lo civil y con la bendición del cura, duró solo dos meses. Por eso piensa que la mujeres debe cuidarse más que el hombre, “porque ella es la que queda con la responsabilidad de los hijos”, Margarita tiene cuatro, una nieta —que nace en marzo—, y su padre a quien debe ayudar también económicamente.
Margarita no trabaja para la alcaldía, trabaja para Santos & Cía, la constructora que está a cargo del proyecto del puente aéreo que se construye sobre el bulevar Juan Pablo II, pero luego de seis meses, a Margarita no le han informado si su periodo de prueba terminó o si ya es trabajadora permanente para la constructora.
Según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), la tasa de participación laboral en Honduras es la más baja de la región de Centro América y la República Dominicana con el 57,3%. La participación laboral masculina es de 75.1% y la de mujeres de 41.4%. La brecha entre ambos sexos es de 33.7%. A Margarita le toca ser creativa para ganarse la vida en un país con escasas oportunidades y aún con muchas menos oportunidades para las mujeres.
Antes y durante este trabajo, Margarita lavó ropa, aseó casas, trabajó de conserje, hizo lo que podía con lo que iba saliendo, porque sus cuatro hijos eran la razón. Siguen siéndolo.
—¿Ha pensado en irse a los Estados Unidos?
—No. A veces me lo han propuesto pero si algo les pasa a mis hijos estando lejos, no lo soportaría. —Confiesa.
A los 15 años ya tenía su primera hija, fue madre adolescente y con el tiempo ha sido madre soltera, con 34 años de edad y con la secundaria incompleta, debe trabajar todos los días porque el dinero no ajusta.
En la construcción, Margarita da vía a los autos que se ven obligados a atravesar las obras, cuida que ningún carro atropelle a alguno de sus compañeros, coloca los stickers de señalización de límites para que por las noches ningún conductor caiga fuera del límite estrecho que por ahora debe transitar, vigila que sus compañeros cumplan con las normas de seguridad que su trabajo implica: llevar siempre el casco para proteger sus cabezas, usar el zapato adecuado, y siempre tener colocado el chaleco naranja que hace visibles a los trabajadores en medio de la maquinaria pesada y del tráfico ordinario de la ciudad. Pero cuando no está haciendo todas estas cosas a Margarita también le toca sumarse a las tareas más pesadas del trabajo: tomar una pala, llevar de un lado a otro materiales y herramientas, alguna vez también le ha tocado hacer mezcla de concreto junto a sus compañeros hombres.
Es, a grandes rasgos, el comodín de la obra, la madre de todos los obreros.
Los cuida, de eso no cabe duda, y a ella —parece- la respetan, la tratan como una de ellos, es una de ellos, y también es la madre de ellos, y esto a Margarita le gusta porque este trabajo también le gusta, tiene claro que trabajar aquí le permite en parte pagar las cuentas de su familia: de agua 2 mil lempiras cada quince días para que un camión cisterna la abastezca porque el barrio donde vive con su familia en la periferia capitalina es uno de los tantos barrios que no tiene servicio de agua potable, de renta paga 4 mil lempiras, más los gastos escolares, más comida, luz, y el transporte, que en algunos momento ha implicado pagar taxis porque las jornadas extendidas en la obra la obligan a salir a las 9 de la noche, cuando ya no hay un bus que la lleve a su casa.
Margarita trabaja por hora, una hora trabajada que no sabe o no tiene claro a cuánto se la paga la constructora para la que trabaja. Según la tabla de salario mínimo para 2020 los obreros de la construcción devengan un salario que ronda los 12 mil 29.76 lempiras, unos 400.99 lempiras por hora.
—Y de todas las construcciones, ¿usted es la única mujer?
—Soy la única mujer, y me siento orgullosa. La única mujer aquí, y con todos me llevo.
Lo más difícil —dice Margarita— de ser mujer trabajadora de la construcción es intentar estar al nivel de sus compañeros hombres.
Este puente aéreo sobre el bulevar Juan Pablo II es una de varias construcciones en la ciudad, y al menos ésta, según algunos trabajadores, podría terminar en agosto, quizá septiembre de 2020, para que esto sea posible los obreros deben trabajar de 7 de la mañana a 5 de la tarde, y solo tomarse media hora para almorzar.
Para saber cuántas construcciones activas hay en la ciudad se solicitó una entrevista con el ingeniero Manuel Membreño, quien es el responsable de dar seguimiento a los contratos de infraestructura y la construcción de servicios y obras por parte del gobierno local, pero de Membreño —o su secretaria y el departamento de relaciones públicas de la municipalidad de Tegucigalpa— no hubo respuesta.
Margarita cree también, que las mujeres deben aprender a ahorrar su dinero para poder tener algo en la vida, «evitar comer cosas ricas» dice la mujer que ha trabajado durante seis meses sin tener certeza de si va a ser una empleada permanente o no, la que debe hacer otros trabajos por las noches o los fines de semana como lavar la ropa de otros, planchar la ropa de otros, cuidar los hijos de otros, limpiar las casas de otros, para poder sostener lo propio.
—Si yo le contara mi vida se quedaría admirado.
—Cuéntemela pues…
—Me da tristeza esa historia, es fea.
Y Margarita prefiere callar, no dice más.