Es la noche del 16 de enero, y entre Agua Caliente y Tecún Umán, se estima que al menos unas 1500 personas se encuentran dispersas en distintos lugares, unas más solas que otras, unas más vulnerables que otras. Las razones, son aquellas que llevan a familias enteras a dejar todo lo que tienen por nada, y en muchos casos lo mucho que tienen es tan poco. Un país inseguro, el crimen organizado, las maras y las pandillas controlando cada pedazo de barrio y colonia, el desempleo, la ausencia de todas las necesidades básicas, enlistan las tantas razones que estas personas tienen para huir, porque ellos, porque ellas, hablan en estos términos, de un país que les da nada a cambio de pedirles todo.
La caravana comenzó a andar el 14 de enero desde San Pedro Sula, la capital industrial de Honduras pero que muestra su desigualdad en las periferias, donde los barrios son caldo de cultivo para diferentes grupos criminales: la mara, la pandilla, bandas de robo y narcotraficantes. En la noche, en la estación de buses interurbanos de esta ciudad, unas 300 personas comenzaron a aglutinarse en las afueras tras una convocatoria anónima en redes sociales y grupos de whatsapp para unirse a una segunda caravana migrante para salir a las 5 de la mañana del 15 de enero. Algunos jóvenes comenzaron a alentar al grupo para arrancar antes, de noche y bajo la lluvia que no tenía sentido quedarse una noche más ahí, gritaban que debían avanzar, gritaban y la masa de gente, como un murmullo indescifrable, comenzó a andar, en trance, en una especie de piloto automático, sin que nadie pudiese siquiera argumentar otra cosa o apelar a algo de cordura, o llamar al orden, o hacer cualquier cosa que impidiera exponerse a caminar en medio de la noche hacia Cofradía, un sector en la orilla del río Chamelecón, en la salida al occidente hondureño.
Se teme lo peor, pero no queda de otra que el equipo del Centro de Promoción de Derechos Humanos (CIPRODEH), que acompaña la caravana para asistir a los migrantes, tome aire para replantearse la estrategia. De vuelta en la terminal, otras personas, un segundo grupo mucho más pequeño que el primero que ya había comenzado camino, estaba juntándose, estos no saldrán hasta las 5 de la mañana del día 15 de enero. Mientras tanto, en el camino hacia la frontera, los buses interurbano avanzaban lento en la carretera en reparación, llenos de migrantes queriéndose unir a última hora a la caravana.
En uno de esos buses iba María con dos hijas y una nieta de 1 año de edad. María había viajado durante todo el día desde Puerto Cortés, donde su exesposo intentó asesinarla. Él, el padre de sus hijas le cortó la mano con un machete justo enfrente de ellas, pagó con 5 años de cárcel y ya estaba libre. El día que lo vieron en el parque del pueblo decidieron salir huyendo, la caravana era la oportunidad perfecta para escapar. “Si me quedo me mata, ya no podemos seguir viviendo allí, tomé el primer bus que pude y me traje a mis hijas”, dice María y contiene las lágrimas, tiene miedo que la detengan en la frontera porque su nieta no tiene el permiso de salida de su padre quien nunca se encargó de ella. Las madres solteras que engrosan esta caravana salieron huyendo de la violencia en sus hogares, de sus más cercanos y en la frontera se enfrentan a un Estado que nunca las protegió y que no las deja escapar.
Honduras es un país peligroso para las mujeres, cada 22 horas es asesinada una mujer, según cifras del Centro de Derechos de Mujeres (CDM) y la impunidad en femicidios asciende al 90%. María no sabe de cifras, pero tiene a certeza de que su ex va a terminar el trabajo, lo que le dijo antes de amputar su mano lo deja claro: “Si no sos mía no sos de nadie, así me dijo cuando intenté dejarlo”, relata mientras el bus repleto de migrantes avanza hacia Ocotepeque la noche del 15 de enero, cuando varios grupos de cientos de migrantes ya estaban cruzando la frontera con Guatemala.
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Salir lo más rápido del país
En el primer grupo, de al menos unas quinientas personas están Ramón e Ingrid, ellos son pareja, y viajan con su hijo Joshua de 3 años. Ellos dejan atrás un barrio de San Pedro Sula que está bajo el control de la Mara Salvatrucha. Hace un mes que Ramón no trabaja y que las facturas se acumulan en una lista que se les hace difícil de mencionar a detalle. Sólo el anhelo de poder ofrecerle un mejor futuro a Joshua, y a otros dos hijos que Ramón tiene con una pareja anterior, les parece una motivación superior, la suficiente, para dejar la casa que alquilaban y que pronto ya no podría pagar, e integrar la caravana migrante, la segunda desde que la primera saliera en similares condiciones en octubre de 2018 hiciera el viaje.
Amelia Frank Vitale, antropóloga que lleva 8 años estudiando el fenómeno migratorio en México y Centroamérica acompañó la caravana de octubre y apunta que esta nueva modalidad de migración ha servido para que mucha gente, que había ya pensado en migrar, tomara la decisión de una vez por ser más seguro y más económico. El perfil de los migrantes de la caravana es el mismo de siempre, la gente que huye de un país que no ofrece condiciones mínimas de dignidad a la mayor parte de la población.
“No es que con esto están saliendo más personas o es que haya gente que jamás haya pensado en migrar y ahora sí se van. El fenómeno migratorio en Honduras ya existía, si incrementan los números es por las condiciones de vida en Honduras y la caravana es consecuencia de eso. Es posible que va a haber más caravanas como esta, y viene siendo una última expresión de un fenómeno que lleva varios años sucediendo. Podría ser una nueva modalidad de migrar, justo para las personas que no tienen dinero para pagar un coyote, o los sobornos de Mexico. Habrá que ver con el nuevo gobierno de México cómo va a cambiar la dinámica ante esta estrategia de los migrantes”, asegura. Estando en la terminal de buses Amelia encontró un migrante deportado de Tijuana que había huido en la primera caravana y familiares de personas que lograron cruzar fronteras en esa misma caravana que buscan reunificarse en otro país, ya sea México o Estados Unidos.
“La gran mayoría de los migrantes en la caravana pasada tenían el mismo perfil que todos los migrantes que he hablado en el pasado que se van porque la vida en Honduras es muy difícil, por la criminalización de las autoridades, el peligro de las maras y pandillas; lo que ahora sí se agrega es que varias personas huyen de una persecución política, por haber sido líder estudiantil, haber estado en manifestaciones, ser perteneciente al partido LIBRE, y luego muchas que lo vieron en los medios de comunicación y se fueron de un momento a otro, esa gente no es del perfil de antes había visto cuando comencé a hacer este trabajo”, agrega.
Una mujer duerme en la carretera por negarse a ser incluida en la base de datos que levantaba la Policía Nacional. Foto: Martín Cálix.
Los que llegan a Agua Caliente la primera noche se topan con una valla policial, la orden es que quienes vayan llegando hagan una fila, la Policía Nacional levanta una lista donde anota cuidadosamente los nombres, los lugares de origen, y hasta con quién se acompaña cada uno que viaja en la caravana migrante. Quienes deciden hacerlo son autorizados a avanzar hacia el control migratorio, los que no, protestan, hacen bulla, pierden momentáneamente el control, y el pánico abonado por el cansancio de horas de andar a pie, de estar mal comidos y mal dormidos les hace perder la paciencia. Alguien tira una piedra y la Policía Nacional responde como sabe, con gas lacrimógeno, pero los migrantes en la caravana no tienen fuerza, se calman, y deciden los que no quieren ser anotados en esa lista, dormir entonces en la carretera, a unos metros del control fronterizo, a unos kilómentros de Guatemala, la ansiada primera frontera.
Pero avanzar del control policial hacia el chequeo migratorio no les garantiza nada. Los menores de 21 años no son autorizados a continuar, una multitud de jóvenes comienza a entrar en desesperación, hablan entre ellos, hablan de rodear el chequeo migratorio y hacer el cruce por el monte, unos pocos lo logran, otros son detenidos, y puestos de regreso en tres buses hacia la terminal en San Pedro Sula.
Los adultos que viajan con sus hijos resisten como pueden, migración y la Policía Nacional les amenaza con separarlos de sus hijos, se niegan, vuelven a discutir, y esto se convierte en horas, una espera larga que divide más el grupo, la caravana sólo confirma su punto de inicio: a medida avanza, se estanca en un tranque burocrático del Estado de Honduras, y a medida pasa esto, la caravana se fragmenta más y su carácter de caravana se desdibuja profundamente. La segunda caravana migrante está lejos, en este punto, de ser algo parecido a la primera.
En Honduras, el gobierno conformó una Fuerza De Tarea En Atención De Migrantes que activó delegaciones de la Comisión Permanente de Contingencias (Copeco), Fuerza de Seguridad Interinstitucional (FUSINA), Dirección de Infancia y Familia (DINAF) y la cancillería de la república, representada por Nelly Jérez, en tres puntos fronterizos entre Honduras y Guatemala. Jérez dijo a Contracorriente que el gobierno hondureño no detendría el paso de migrantes, que quienes sí estaban evitando el paso para su país era el gobierno guatemalteco, acto seguido fue la contradicción. Según el informe del 16 de enero, esta comisión reporta un flujo de 773 migrantes en caravana, de los cuales 438 fueron retornados por no contar con documentos legales para cruzar frontera, sobre todo con menores de edad. Datos que no concuerdan con la imagen de cientos de migrantes, alrededor de 1500, llegando a Ciudad Guatemala por la noche.
Valla policial en la frontera de Agua Caliente. Foto: Martín Cálix.
El frío, el cansancio, la incertidumbre, se vuelven calma en Agua Caliente, hacen fogatas para calentarse, para pasar la noche y conocerse, se ven unos a los otros, crece la empatía de grupo, aunque ahora mismo esto no parece ser suficiente para compactarlos en su totalidad, se forman pequeños grupos, que se protegen, que se apoyan, que discuten estrategias para continuar el camino.
En una de estas fogatas está Luisa, ella ha pedido no dar su nombre real. Luisa viaja con sus dos hijos, la mayor de 15 años y el menor de 13 años, ellos son todo lo que tienen. Esta madre soltera tuvo su último trabajo hace 7 años en una fábrica textil de ZIP Búfalo. Viaja «por la situación», cuenta, mientras intenta entrar en calor a la orilla del fuego, mientras sus hijos mal abrigados duermen a un lado de la carretera. Para Luisa y sus hijos ésta es la primera vez que salen del país.
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Cuando la luz llega, las personas vuelven a juntarse frente a la valla policial, donde un agente intenta hacerles «entrar en razón», que se anoten en la lista, les dice, que sólo así podrá seguir, ellos se niegan, la mayoría al menos, otros, quizá vencidos por la pericia de la noche anterior, ceden y se apuntan. Los menores siguen bajo amenaza y la resistencia de sus madres se vuelve férrea, ellas se niegan a entregarlos y ser separados, y esto una vez más los retrasa toda la mañana, hasta que a la Policía Nacional no le queda de otra que dejarlos pasar, porque pronto llegarán más, quienes se habían quedado en Ocotepeque han retomado el camino y en tres horas llegarán ahí, donde la Policía no podrá contenerlos. Del otro lado, la Policía Nacional de Guatemala monta una segunda valla pero el forcejeo no dura mucho, y aunque el alto mando del operativo en inicio se niega, la realidad lo supera, y este grupo de quizá unos 100 o 200, lo vence. Avanza, la caravana avanza hacia territorio guatemalteco sin tener aún la apariencia y consistencia de una caravana real.
En el largo camino desde la frontera con Honduras hasta Ciudad de Guatemala, los grupos no superan las 15 personas, incluso hay quien camina solo. Parece entonces que la táctica de las instituciones hondureñas y guatemaltecas ha funcionado, retrasar y dividir el grupo los vulnera aún más.
Un policía hondureño anota a los migrantes en la frontera de Agua Caliente la noche del 15 de enero. Foto: Martín Cálix.
En el camino, a quienes se les pregunta, dicen todos que su objetivo es llegar lo más pronto posible a Tecún Umán, piensan ellos que allá se podrán reorganizar, retomar la idea de caravana, hacer más grande el grupo. En uno de estos grupos viaja Sandra con una hija de 2 años y otra que «adoptó» en el camino, una joven de 18 años que viajaba sola y al conocerla vio en Sandra a una madre a la cual aferrarse, juntas, las tres, se aferran a la idea de protegerse mutuamente, a la fe, a la idea de que dios tiene un propósito para ellas. Cruzaron por el monte en la frontera, Sandra pagó a un coyote que les ayudara, 200 lempiras por cada una de sus hijas y 100 lempiras por ella. Todo el grupo con el que viajan Sandra y sus hijas hizo lo mismo, se mantienen juntos, porque «en grupos pequeños es más fácil conseguir ayuda, que alguien les de jalón», dice esta mujer de La Ceiba, en el departamento de Atlántida. Sandra hace tiempo que no tiene trabajo, es madre soltera de cuatro hijos, la caravana significa para ella, y sus hijas, la oportunidad de dejar atrás la violencia y el desempleo. Esta noche la pasarán en la calle de enfrente a la Casa del Migrante en Ciudad de Guatemala, mañana retomarán la ruta con destino a la frontera con México.
En la Casa del Migrante de Ciudad de Guatemala hay un rótulo que les informa a quienes llegan que no hay más espacio, el sitio ha colapsado, no da abasto. Quienes llegan de último sólo tienen la calle, las aceras de enfrente y el frío guatemalteco. Las mujeres se regalan frazadas para sus hijos, se ríen al verse reflejadas en las otras, esta noche, un grupo está en Tecún Umán, otro en Ciudad de Guatemala, y pequeños grupos avanzan por la ruta desde la frontera de Agua Caliente. Frágiles, han comenzado a soñar ya con los Estados Unidos, pero antes de esto deberán ser una verdadera caravana.
El gobierno de Guatemala informó a través del Ministerio de Exteriores que 890 hombres, 354 mujeres, 161 niños, y 130 niñas, todos de nacionalidad hondureña, están en territorio guatemalteco luego de hacer los trámites migratorios oficiales, pero una cantidad hasta ahora difícil de estimar lo ha hecho bien por puntos ciegos o cruzando en aquellos pequeños momentos de descuido en ambos puntos de la frontera.
Otros datos revelados por el departamento de Migración del Gobierno de Guatemala indican que hasta el día 16 de enero indican que 1219 hombres, de cuales 1030 son mayores de edad y 189 menores, 482 mujeres de las cuales 346 son mayores de edad y 136 menores, ingresaron por Agua Caliente y El Florido (Chiquimula), haciendo un total de 1701 personas. A través de la delegación fronteriza de La Hachadura lo hicieron otras 107 personas, 87 hombres y 20 mujeres, en este grupo sólo se registró un menor de edad.
Las mujeres y sus hijos compartieron frasada y algo de ropa en las afueras de la casa del migrante en Ciudad de Guatemala. Foto: Martín Cálix.
Impuestos de muerte
Una familia que huye de la extorsión en un barrio de El Progreso en el departamento de Yoro, cuenta su historia, sus esperanzas rotas, y las pericias de este viaje. Insisten, con temor, en que sus identidades no sean reveladas en este texto, al menos hasta que estén en un lugar seguro. Para esta familia ya no hay punto de retorno, ese momento pasó cuando tomaron la decisión de dejar su hogar y unirse a la caravana migrante, sus dos hijos y ellos, ahora son buscados, se consideran prófugos de un cautiverio que les obligaba a pagar 4 mil lempiras ($200) de extorsión cada mes, una cifra que explican no pueden sostener.
Esta familia de El Progreso, una ciudad a 20 kilómetros de San Pedro Sula tenía un pequeño negocio para sostener su familia, en Honduras eso significa no solo tributar para el gobierno, también pagar lo que llaman “impuesto de guerra”, la guerra en que se mantiene Honduras con maras y pandillas peleando territorios, grupos de crimen organizado convirtiendo cada esquina en plaza de venta de drogas y una institucionalidad coludida con el crimen.
Una niña es cargada en hombros luego de pasar la valla policial guatemalteca. Foto: Martín Cálix.
Pedro Barquero, director Cámara de Comercio e Industrias de Cortés asegura, desde su oficina que el sector empresarial de esta ciudad está interesado en resolver la crisis migratoria y apunta que la principal causa de esto es la corrupción.
“La raíz del problema de la migración es la corrupción, la corrupción trae pobreza y la pobreza genera que si la gente no encuentra oportunidades para tener un estilo de vida digno lo lógico es que busque otro lugar donde pueda cubrir sus necesidades básicas. Nosotros como CCIC proponemos tres pilares para desarrollar el país: fortalecimiento del estado de derecho, una política tributaria competitiva y la simplificación administrativa”, Barquero muestra una presentación de powerpoint en la que salen todos los indicadores en los que Honduras está aplazado: estado de derecho, desarrollo social, gobernanza.
Y apunta con certeza que la extorsión es una causa de desplazamiento pero que la tienen peor los pequeños negocios, que la industria de la zona logra sortear con este problema y hasta hacer que las autoridades tomen acción, los más pequeños como la familia de El Progreso la tienen más difícil.
Migrantes muestran sus documentos a la Policía Nacional Civil de Guatemala pidiendo les permitiera el ingreso. Foto: Martín Cálix.
Más de 1.400 hondureños fueron desplazados internamente en 2017, huyendo de amenazas de muerte, violencia, extorsión y reclutamiento de pandillas, según la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CONADEH). Esto se compara con los 757 casos denunciados en 2016. Pero el verdadero número de hondureños desplazados directamente por la extorsión —que según dicen los defensores de derechos humanos sucede ahora casi en cualquier parte— sigue sin conocerse.
La cifra de la CONADEH tampoco da cuenta de los hondureños que huyeron del país para migrar a otros países, como México y Estados Unidos, debido la extorsión y a la violencia relacionada que ejercen las maras.
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“En Honduras en los últimos meses los ingresos tributarios se han aumentado en un 250% y la deuda estatal se ha aumentado en 400%, la pregunta es: ¿qué se ha hecho con esa cantidad enorme de recursos? El 64% de pobreza en el país, de los cuales 40% es de pobreza extrema indican que hay algo que no está bien. Cualquier país bien manejado al aumentar sus ingresos tributarios reduciría la pobreza, en Honduras sucede lo contrario”, enfatiza, porque la raíz del problema es que la institucionalidad hondureña está cooptada, y si no funciona para proteger a la mayoría de la población no hay problema que se resuelva.
Barquero es de la idea de que al gobierno hondureño tampoco le interesa demasiado frenar la migración, porque la mayor entrada de divisas al país es de remesas, el dinero que manda la gente que trabaja en Estados Unidos a sus familias a un país en el que no pueden invertir por esa espiral en la que quedan atrapadas familias como la de El Progreso. El gobierno de Juan Orlando Hernández creó una Fuerza Nacional Antiextorsión que ahora es Fuerza Nacional Antimaras y Pandillas que ha dado ciertos resultados, según Barquero, pero la gente sigue sin denunciar, sigue sin confiar en las instituciones, eso responde a la pregunta de si el gobierno es un agente desestabilizador, en sí mismo otra causa de migración forzada.
Amelia Frank lo puntualiza: “El gobierno de Honduras no tiene interés en que la gente no se vaya del país, para este gobierno es mejor que se vaya la gente joven y pobre, de los sectores marginales de la sociedad porque aquí no hay empleo, estudios ni oportunidades para ellos, ellos representan una amenaza a la estabilidad de Honduras. Si todas estas personas se quedan representarían una oposición, una fuerza desestabilizadora para este régimen. Pero si ellos se dispersan aquí, salen del país de forma escondida para el gobierno es mejor, el problema es cuando se van en masa, en una manera visible que permite que Trump reclame a Hernández permitir tanta migración”.
En el centro de San Pedro Sula, siempre abarrotado de comerciantes informales-el rostro desnudo del desempleo- el tema de conversación es la caravana. En los rostros de los que se quedaron hay frustración, los migrantes se han convertido en privilegiados, los que pudieron salir de este hoyo. Allí en una acera, Ana vende cigarrillos y chicles con una panza de embarazo, su hermana fue una de las valientes. “Ya vienen los gastos de la escuela y aquí ni me ajusta para comer, yo sí he pensado irme pero no lo he hecho por no arriesgar a mis hijos”, cuenta y en su rostro hay tristeza, aun no sabe nada de su hermana que huyó con un hijo en la caravana.
La caravana avanza y suma, en Tapachula hay alrededor de 2000 migrantes que no han logrado establecerse en México desde que viajaron en la caravana de octubre y que posiblemente se unan a avanzar en esta nueva. La primera caravana dio varias lecciones y los migrantes esperan que el nuevo gobierno mexicano al mando de Manuel López Obrador sea más benevolente, que el tránsito por México sea facilitado.
En su homilía del 3 de septiembre de 1978, Moseñor Romero decía que, «es triste tener que dejar la patria porque en la patria no hay un orden justo donde puedan encontrar trabajo». Ingrid, Joshua y Ramón, que no han encontrado ese orden justo que les garantice su dignidad ahora están en territorio guatemalteco, lograron cruzar todas las trabas que el gobierno hondureño les puso de frente, y por delante les queda un largo camino hacia Ciudad de Guatemala y desde ahí a Tecún Umán, donde la caravana migrante enfrenta su mayor reto, hacerse uno, compactarse como grupo, serlo todo, o morir en el intento de llegar a la frontera entre México y Estados Unidos, ni siquiera es cruzar la frontera, saltarse el muro de Trump es otra cosa, ahora mismo es aguantar un día a la vez hasta llegar a Tijuana.