Muchas mujeres indígenas y campesinas tienen algo en común: son sobrevivientes de la violencia en sus distintas formas. Según el Ministerio Público, en el departamento de La Paz, en lo que va de 2020 se han registrado 137 denuncias por violencia doméstica solo en los dos municipios de mayor importancia política y económica: Marcala y La Paz (la cabecera del departamento). En total, el Ministerio Público ha logrado registrar 194 casos de violencia contra la mujer, 28 de estas son violaciones sexuales.
María vive en la comunidad de Las Flores, una aldea en las montañas de la sierra cafetalera del departamento de La Paz. Como madre, María ha debido soportar la humillación y el dolor de que Mirian —su hija menor)— fuera violada por un militar que vive en la aldea vecina. Producto de esa violación su hija quedó embarazada y dio a luz a una niña.
Luego de un juicio que duró año y medio en resolverse, al hombre que violó a la hija de María —y que estuvo en prisión ese año y medio— las autoridades lo dejaron en libertad, una decisión que no fue comunicada por los entes competentes a las víctimas. María, su hija y su nieta, ahora viven con el temor de ser víctimas de la venganza de un hombre que ya hizo mucho daño a esta familia, por haberlo llevado a juicio y por consecuencia su retiro por baja deshonrosa del Ejército.
Según el Observatorio de Derechos Humanos de las Mujeres del Centro de Derechos de la Mujer, solo en el mes de septiembre de 2020, Honduras registró 30 casos de femicidios, 14 de estas víctimas se encuentran en un rango de 30 a 49 años de edad.
Doris tiene 36 años, y es una mujer lenca campesina que ha sobrevivido a la violencia sexual, pero también a la humillación y al desprecio familiar por haber señalado a su agresor. Ella y sus cinco hijos han sido víctimas de una violencia que no parece tener techo y que se extendió de la pareja de Doris hacia otros miembros de la familia y sobre sus hijos y ella.
Desde hace dos años se separó del padre de sus hijos quien la golpeó muchas veces y la amenazó con disparos a sus pies y cerca del rostro, la corría de su casa y encerraba a sus hijos a quienes también golpeaba, desde entonces trabaja la tierra sembrando frijoles y maíz para el consumo de su familia en una parcela donde ha sido incluida dentro de una cooperativa de la Central Nacional de Trabajadores del Campo (CNTC) y con la esperanza de también sembrar café.
Datos del Observatorio de Derechos de las Mujeres revelan que Honduras registró 17 casos de violencia sexual solo en el mes de septiembre, 9 de las sobrevivientes eran niñas entre los 10 y los 19 años de edad, 7 de las 17 fueron violadas por sus padres o algún familiar cercano.
Dalila Aguilar trabaja en un proyecto con la CNTC. En ese proyecto se apoya a las mujeres para que aprendan herramientas y procedimientos que les ayuden a denunciar a sus agresores y para que puedan salir de los círculos de violencia. Pero Aguilar reconoce que para las mujeres es muy difícil por aspectos culturales de opresión con los que han tenido que convivir muchas generaciones de mujeres indígenas campesinas.
Un ejemplo de esta segregación económica y social que sufren las mujeres del área rural, se puede observar en el acceso a la tierra. Dalila explica que a las mujeres no se les hereda nada, que el machismo que predomina provoca que las mujeres tengan muchas variables en contra a la hora de optar por acceso a tierra, créditos, y relaciones igualitarias para vender sus productos.
Elda, originaria del municipio de Opatoro en el departamento de La Paz, tiene 29 años y es madre de una niña de 5 años y un niño de 12 años, ella es alguien que ha logrado salir del círculo de violencia luego de denunciar a su expareja y padre de sus hijos. La denuncia no procedió en las instancias competentes del Estado de Honduras donde la respuesta fue que debido a la pandemia por COVID-19 su caso quedaba congelado. Luego de que su expareja les abandonara solicitó a la organización se le concediera el derecho a la tierra y esta solicitud encontró eco dentro de la CNTC que le otorgó el derecho total sobre la tierra que antes tenía el padre de sus hijos.
Elda no solo encontró apoyo en la organización, también conoció a Dina, una mujer que la apoyó a ella como ha ayudado a otras mujeres. Dina también es madre de 2 niñas, la menor de 9 años y la mayor que quedó embarazada a los 17 años y dio a luz a una niña que ahora tiene 2 años.
Estas dos mujeres se conocieron porque la CNTC contrata a Dina para que cocine para la organización en actividades como talleres y reuniones grandes. Dina y Elda trabajan una parcela de tierra que es del suegro de Dina. Desde hace un año han sembrado una hortaliza de repollo, rábano, zapallo, frijoles y maíz, enseñándole también a sus hijas el trabajo de la tierra. Se sienten orgullosas de lo que han logrado juntas, apoyándose, comprendiendo que solo el apoyo entre mujeres podrá sacarlas de los círculos de violencia.