Texto: Leonardo Aguilar
Fotografías: Luis Lezama y LatinosTours Honduras
El 20 de junio de 2022, cuando aterricé en Ezeiza, el principal aeropuerto de Argentina, les comencé a decir a todos los argentinos que se me cruzaron por mi camino que ellos serían campeones del mundo.
Me tomaron por loco, y la gran mayoría se quejó de Lionel Messi y del equipo de Scaloni.
«¡Bueno, hay que darles chance!», le dije a un conductor que llegó a recogerme al aeropuerto de Ezeiza para llevarme a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Pero mi confianza, esa que yo me empeñaba en transmitir a los argentinos, estaba bien justificada.
Soy el menor de tres hermanos varones. Nací un sábado 1 de septiembre de 1990 en horas de la noche, al igual que mi hermano mayor, que nació en esa misma fecha pero de 1984. Cuando él nació también era sábado y también de noche. Su nombre es Mauro. Y Mauro, a sus 20 años, en el 2005, se fue a Italia. Un año después, en el 2006, se llevó a cabo la XVIII edición de la Copa Mundial de Fútbol, en Alemania. Los italianos se coronaron campeones, y él, cuando los italianos regresaron como héroes, anduvo fervientemente celebrando con ellos.
En el 2009, Mauro se casó con Clara, española, estudiante de intercambio, que había llegado años atrás a Italia, en donde hizo amistad con una compañera argentina llamada Helga, que también era amiga de mi hermano.
Mi hermano se mudó a España con Clara. Y, en el 2010, comenzó la XIX edición de la Copa Mundial de Fútbol en Sudáfrica. En el fondo, yo presentía también que, porque mi hermano estaba en España, ese país sería campeón del mundo. Y así fue. Los españoles se coronaron campeones con un gol de Andrés Iniesta.
Mi viaje a Argentina fue el primero que hice en avión. Siempre soñé con hacerlo, pero porque yo era el único de la familia que no había volado nunca. Siempre escuchaba historias de mis padres y de mis hermanos, de sus viajes. Y pues tenía que tragar saliva. Era el único que no había salido. Y con lo que me gusta hablar.
El primero de mis hermanos en hacer un viaje largo fue «el del medio», Víctor Wenceslao, quien el 2004, cuando yo estaba por cumplir 14 y él por cumplir 16, salió campeón con el equipo de fútbol del colegio, el Instituto Oficial Perla del Ulúa, por donde los tres hermanos pasamos. Los tres le pedimos a mi madre que nos trasladara a ese colegio porque queríamos jugar al fútbol.
El Perla del Ulúa era un colegio distinto a todos, aunque la educación iba en franca decadencia, como todo el sistema público, debido a la desidia de los Gobiernos, pero ahí, la pasión por el fútbol se respiraba a borbollones. Y eso nos gustaba.
Por ejemplo: cuando jugábamos en ese equipo, los maestros autorizaban a los estudiantes a faltar a clases solamente si asistían a apoyar al equipo de fútbol al estadio. Al ser el colegio con más estudiantes de la ciudad, con un promedio de 5,000 estudiantes en aquel momento, casi siempre una marea rojinegra llenaba el pequeño estadio de El Progreso, Yoro, norte de Honduras. Sentíamos el calor del instituto apoyándonos desde las graderías.
Víctor terminó coronándose campeón de ese torneo sub-15, cuyo premio era un viaje a Portugal.
Cuando vinieron de regreso, escuché amplias historias de regalos otorgados por los organizadores del evento, una de ellas era que los habían llevado a ver partidos de la Eurocopa 2004, en donde los griegos dieron la sorpresa al proclamarse campeones por primera vez en su historia después de vencer en la final a Portugal 1 a 0. También escuché relatos, tales como que jugaron contra equipos juveniles de Japón y Alemania, en este último jugaron contra un niño llamado «Toni Kroos», que, a la postre, saldría campeón del Mundial de 2014 en Brasil y de cinco Champions League, una con el Bayern de Múnich y cuatro con el Real Madrid.
Con mi hermano Mauro viviendo en España y ahora Víctor residiendo en Estados Unidos, siempre creí que mi primer viaje en un avión sería para cualquiera de esos dos países. Pero de pronto, este viaje inesperado me llevó a Argentina.
Supe que aquel inesperado y abrupto viaje era especial y comencé a tener una corazonada. Pensé que yo, al igual que mi hermano, también tenía y, sobre todo, daba suerte.
Apenas toqué tierra, me la creí y comencé a repetir como loco que serían campeones, convencido, como nunca, que yo cargaba tanta suerte como mi hermano y que, conmigo, la copa estaba más cerca que nunca de Argentina.
En mi viaje visité un sitio donde venden camisetas de fútbol; ahí compré la 10 de Messi para mis dos hijos —una para Fabio (4 años) y la otra para Paula (2 años)—, le compré otra también a mi esposa Fabiola. Pero me emocioné más de la cuenta y dije «¡Deme una más para mi papá (también llamado Mauro)! Y otra para mi mamá, Nolvia, que es el amor de mi vida».
Estaba seguro de que Argentina sería campeona.
Al argentino que me vendió las camisetas también le dije que serían campeones. «Si eso pasa –dijo–, te voy a regalar una camisa». Él lo decía sin creerlo del todo, pero, supersticioso —como todos los argentinos—, quiso asegurar la copa con una promesa. (Espero que le muestren esta crónica y que me envíe una estampada, de los 80, esa misma que él me dijo que «era más cara» porque era una réplica de las que usó Argentina cuando quedó campeona en México 86).
Cuando ya me tocó venirme de Argentina, tras cuatro días ahí, salí de madrugada, otra vez para el aeropuerto de Ezeiza. Esta vez me tocó decirle lo mismo a un empleado del transporte, Aldo, un señor muy amable que comenzó a hablarme mientras me llevaba en su carro desde Buenos Aires hasta Ezeiza para tomar mi vuelo de regreso a Honduras.
Aldo sí se emocionó con la plática de fútbol: me comenzó a hablar de Maradona, un jugador de fútbol que fue un ser especial para mí por todo lo que me transmitió. Nunca lo vi en vivo, pero siempre, siempre, cuando me sentía desmotivado, ponía las canciones de Rodrigo Bueno y los calentamientos de Maradona.
Maradona y su coraje, también me ayudaron a mí, para luchar durante varios trayectos de mi vida.
El 23 de junio, durante mi regreso a Honduras, le dije a Aldo, un señor súper amable que me llevó al aeropuerto de Ezeiza, que serían campeones. Estaba seguro y se lo había dicho a mil argentinos. Esto lo publico como antesala a un texto que publicaré en breve en @ContraC_HN pic.twitter.com/vBuN0eAPdI
— Leonardo Aguilar (@leoaguilar777) December 21, 2022
Aldo, escuchando mi plática, se desvió del camino y me llevó al predio de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA). Ahí platicamos fútbol, y me hizo grabar un video. Era de madrugada. Me dijo: «El de la suerte es tu hermano, no vos». Supongo que quería que le mostrara el video.
Mi hermano, Mauro, solo ha venido de paseo en tres ocasiones a Honduras: el 2012, 2020 y este 2022. Vino este 4 de diciembre y se le ocurrió ir a Cayos Cochinos. Escogió el peor y el mejor día para ir. El día de la final entre Argentina y Francia.
Ya entenderán que me perdí la final, que no pude verla. Pero pasé uno de los mejores momentos de mi vida junto con mi familia. Visité un sitio mágico, salido de un cuento de hadas: Cayos Cochinos.
Cuando estaba ahí, vi a un grupo de jóvenes en una piedra, estaban subidos viendo el partido. Cuando subí junto a ellos, cayó el primero de Francia: 2 a 1. Luego, a escasos segundos, vino el empate. «¡Mierda! –pensé– apenas me senté cuatro minutos y le empataron a Argentina».
Así que, creyendo en la suerte que ya les había dado con mi viaje, creyendo en Aldo, que me llevó hasta el predio de la AFA para grabar un video que le diera todavía más suerte a su equipo, me fui a hacer snorkel, y me divertí. Cuando salí del agua pensé que ya había un campeón. Pregunté y alguien me contestó: «Van a los penales». Como pude, busqué un sitio con señal y lo puse en mi celular.
Comencé a ver cómo el Dibu comenzó a devorarse a los franceses, aunque yo en realidad no lo necesitaba.
Yo había visto la copa alzarse meses antes, cuando supe que viajaría a Argentina. Cuando vi que le entregaron la copa a Messi, me sentí feliz de haber tenido una certera corazonada, sí, pero, sobre todo, por haber tenido un día en familia.