Como es costumbre, cada 15 de septiembre, en Tegucigalpa, se realiza una movilización simultánea a los desfiles oficiales de los actos protocolarios del gobierno en el día de la independencia nacional de la Corona española y la desanexión a México. Al finalizar la movilización, la Policía Nacional de Honduras lanza bombas lacrimógenas y corretea manifestantes en el casco histórico de la capital hondureña. Este año, la pandemia no permitió que los desfiles oficiales se realizaran, en cambio, los concursos de palillonas se realizaron vía redes sociales. Pero también las protestas se hicieron presentes, al igual que la represión.
Este año, la contramarcha —como se le conoce— fue organizada y realizada por miembros de sindicatos y un puñado de estudiantes universitarios. La ausencia del expresidente Manuel Zelaya y el contingente de su partido político permitió que en los actos de cierre hablaran solo los sindicalistas, y estos fueron interrumpidos por el gas lacrimógeno.
Cada año, llegado este punto, quienes hablan parecen hablar con paciencia aunque sepan que pronto la cortina de gas lacrimógeno los obligará a huir. Este año, quienes hablaban lo hacían con cierta velocidad, con cierta premura porque entre quienes escuchaban hubo muchas personas mayores que no solo estaban ahí exponiéndose al contagio por COVID-19, sino también a la inminente represión policial.
Las manifestaciones en contra de los actos oficiales se han hecho en los últimos años exigiendo la renuncia del presidente Hernández y un cese a la corrupción en el país, señalado por esto directamente el Partido Nacional. Esta misma mañana, en su discurso del grito de independencia, Juan Orlando Hernández decía: «hace dos siglos, valientes próceres ofrendaron sus vidas para dejarnos un legado de paz y libertad, ellos lucharon incansablemente por heredarnos una región próspera, libre y soberana», más tarde, su policía reprimió con gas lacrimógeno y golpes a manifestantes contra su gobierno en la Plaza Central del casco histórico de la ciudad de Tegucigalpa.