Asumirme como feminista en un país, una sociedad y un mundo machista y patriarcal es uno de los retos más grandes que he asumido en estos dos últimos años. La deconstrucción es profunda, por ejemplo, a las mujeres nos han enseñado a estar en una constante competencia con otras mujeres, a no poder admitir que podemos tener diversas capacidades. Nos han inculcado la envidia, desde pequeñas, desde que nos dicen las frases como «están las mujeres con las que los hombres se casan y las de pasar el rato» e instantáneamente nos dividíamos para poder ser las mujeres que los hombres y que el patriarcado quiere que seamos.
Es un camino difícil, el de asumirse como feminista, porque te deshacés de amistades, de conocidos/as, te toca discutir con familiares, te deshacés de muchos saberes machistas de la vida, pero también, te hacés de nuevas amistades, que están en ese proceso de deconstrucción y de búsqueda de la liberación total de la mujer. También te hacés de nuevos aprendizajes y de otros espacios que te vuelven libre. Porque el feminismo te vuelve libre, a mí me ha vuelto libre, por muy difícil que sea asumirlo, cuando te apropiás del feminismo y lo llevás donde sea, te hace libre.
Pero es difícil, porque una preferiría vivir sin cuestionarse, porque una preferiría quedarse sin preguntar por qué nuestras tías son las que sirven en las cenas familiares mientras nuestros tíos están platicando, porque una preferiría vivir sin cuestionarse por qué en los centros educativos no te dejan ir de cierta manera vestida porque se considera a la mujer «provocativa», pero al hombre, si le exigen vestirse de cierta forma, es por puros formalismos. Porque una preferiría no cuestionarse tantas cosas, no ser tan incómoda ante los micromachismos o ser tan insoportable para los hombres, histérica por no divertirse de sus chistes machistas y ser insulsa, aburrida, porque ya molesta lo que nos han normalizado por tanto tiempo.
Somos unas exageradas, dicen, que ya tenemos todos los derechos, que ya vamos a la universidad, ya trabajamos y ya hay políticas mujeres en nuestro país.
Y sí, derechos tenemos, las leyes son muy favorecedoras, nuestra Constitución dice que todas y todos tenemos igualdad de derechos. Pero no es suficiente.
Hoy, 8 de marzo, quiero que nos quede claro eso, a todas las mujeres de nuestro país y de todo el mundo. Que nunca es suficiente, que tenemos derecho al voto, y hay que estar felices que nuestras ancestras lograron conseguirlo hace más de 60 años; pero aunque tengamos derecho al voto, no tenemos suficientes espacios políticos, no se nos escucha a nuestras exigencias, y los que siguen tomando las decisiones sobre nuestros cuerpos son hombres. Nos siguen matando, violando y negando nuestros derechos sexuales y reproductivos, ¿de qué nos sirve votar si gobiernan para seguir fomentando un sistema patriarcal que nos mata, nos viola y nos criminaliza?
Nunca es suficiente. Tenemos derecho a trabajar, y también, es un gran logro; pero es un logro que el mismo sistema ha usado a su favor. Ahora, las mujeres cumplimos doble jornadas de trabajo; porque sí, trabajamos, pero además del trabajo fuera de casa, llegamos a atender a los hijos, a las hijas, padres, compañeros, etc., y es un trabajo que no es remunerado. Y se nos tilda de súper heroínas por el hecho de poder ser mamás y tener un buen trabajo. «Amor», le llaman a trabajar hasta 12 horas diarias para luego ir a atender a nuestra familia y hacer todo el trabajo del hogar.
Nunca es suficiente, podemos estudiar, ir a las escuelas y a las universidades, pero eso es un privilegio. Porque muchas niñas, jóvenes y adultas que están en procesos de aprendizajes son las que también deben velar por sus familias, cuidar hermanas y hermanos, servirles a sus papás, tener un trabajo no remunerado en su casa mientras estudian, y mientras sus hermanos, varones, solo estudian.
Nunca es suficiente, y nos vamos a seguir quejando, y vamos a seguir gritando porque todos esos derechos que se reconocieron y los que todavía no, se cumplan, se hagan efectivos. Que no solo estén escritos en las leyes, que se pongan en práctica. Que el trabajo en el hogar deje de verse como un sacrificio que toda mujer tiene que cumplir, sino como lo que es: trabajo. Que nuestra participación política no sea limitada y sea solo para cumplir ciertas obligaciones de incluir a mujeres en sus planes y gabinetes; que tengamos voz, que seamos escuchadas, que seamos nosotras las que decidamos por nuestros cuerpos, por nuestra libertad, por nuestros derechos y no los hombres.
Porque nunca es suficiente, ¡hay que enojarnos y hay que seguir exigiendo!
Hoy, 8 de marzo, no celebramos, conmemoramos nuestras luchas y recordamos también las luchas de nuestras ancestras.
No celebramos, conmemoramos. Conmemoramos las luchas de todas esas mujeres que han estado al frente de la defensa de los territorios, del agua, de las mujeres. También conmemoramos a las que no han estado al frente, a las que nunca consideraron. A las compañeras de hombres que hicieron cambios históricos que nunca habrían hecho sino fuera por el apoyo inmenso de sus compañeras. Conmemoramos a las mujeres obreras, que tampoco están al frente de luchas por la defensa pero que luchan por sobrevivir al día a día, siendo explotadas diariamente, tanto en el hogar, como en la empresa. Conmemoramos a las mujeres que muchas veces se nos olvidan, porque sus nombres no retumban, pero que son las que mantienen el país, y el mundo. Porque si paráramos todas, se para el mundo. Asumirse feminista es entender que no es suficiente, que las mujeres luchamos siempre.