Hastío: el territorio de la lucha estudiantil

Que él fue revolucionario en los tiempos del Golpe de Estado, que en aquellos agitados días le tiraba piedras a los policías para defender su barrio. Que a él no le gusta meterse en problemas con la gente, que no le gusta golpear a los jóvenes. Que el movimiento estudiantil ha sido infiltrado, y nos muestra desde su teléfono celular las fotos de los supuestos «sapos». Que él sí estudió —del Blanca Adriana Ponce, me gradué— dice, y dice también que no encontró mejor trabajo que éste. Que  es padre de una hija, que por eso ahora es policía. Todo eso nos lo dirá un hombre gordo, más bien panzón y pálido, sin perder su posición en la fila que sirve para contener a los estudiantes universitarios que protestan frente al CORE 7 del downtown capitalino porque la madrugada del ocho de septiembre en un operativo, que se presume elaborado a detalle, la Policía Nacional de Honduras dio captura a algunos estudiantes universitarios.

—Tiene la boca blanca y la comisura ensalivada, yo he leído que las personas que padecen de esquizofrenia se ponen así. —dice alguien que estaba cerca de él.

A su lado, sus compañeros tienen las caras largas por el cansancio, parece que vienen llegando del hastío más profundo, un lugar común en un país como Honduras. Los policías que resguardan la estación policial en pleno centro de Tegucigalpa en su mayoría son jóvenes, algunos quizá un par de años mayor que el grueso de los estudiantes universitarios que se hacen selfies con ellos, y les dicen que sonrían, y repiten la selfie, y siguen como si el mundo girara sin mayor sobresalto. Ellos, en cambio, mantienen el estoicismo del uniforme que les suma a sus cuerpos aproximadamente sesenta libras entre casco, botas, escudo, protectores para las rodillas y los brazos, el chaleco, el arma de reglamento y tolete.

Adentro del CORE 7 están retenidos algunos compañeros y compañeras de ellos, los estudiantes que afuera se ríen, pero que con el paso del día se les comienza a ver cierto agotamiento, no la fatiga cotidiana, sino algo más allá de lo corporio, algo que sólo se explica desde las miradas del desconcierto. Quizá algunos de ellos se culpen por lo sucedido en la madrugada, quizá ni siquiera tengan respuesta, y eso los desconcierta aún más.

—Uno sabe. Siente la vigilancia. Siempre se está alerta cuando nos quedamos en la U. —cuenta un estudiante que escapó a la cacería.

Los policías —narran, cada uno a su manera y como pueden, pero más o menos todos coinciden— entraron a los predios universitarios a eso de las dos de la mañana. Allí los vieron cambiarse de uniforme, dejar el de policía y ponerse el de ESPA, la empresa de seguridad privada con la que la UNAH mantiene un contrato desde marzo de 2016. La policía y el ejército mantuvo durante varios días el asedio a los estudiantes en autos que no portaban insignias de ninguna institución estatal. El asedio aumentaría a eso de las cuatro de la mañana del ocho de septiembre.

—Por el portón que está entre el edificio de Odonto y Ciencias de la Salud, a las cinco de la mañana, empezaron a saltarse más policías. Todos venían armados.

Pero el desalojo, que en ese momento ya era inevitable, sólo fue denunciado hasta la s seis de la mañana. Y ya era tarde, los estudiantes habían quedado rodeados, y el bulevard Suyapa estaba cerrado, se denunciaba de esto en redes sociales. El paso hasta el lugar era imposible, incluso para miembros de organizaciones de derechos humanos.

Para escapar saltaron muros, buscaron puntos ciegos, toda decisión respondía a la incertidumbre, al desconcierto, respondía también a la sensación de fragilidad. Saltaron muros, y algunos escaparon, otros, fueron interceptados por la policía. Que saltaron muros y cayeron, dice una estudiante, en un nido de serpientes, y que los militares apuntaban sus armas hacia ellos.

El primer grupo de capturados fue llevado al CORE 7, el operativo de seguridad a las nueve de la mañana había cerrado toda la cuadra frente a la estación policial. No pasaba nadie. Excepto ellos, los policías. Un segundo grupo de estudiantes ha sido detenido a mitad de mañana, la noticia se esparce con facilidad, que durante un momento fueron protegidos por defensores de derechos humanos, pero que al cabo de un tiempo, el tiempo prudencial en el que la policía pierde la paciencia, estos tenían órdenes que cumplir y el nivel de agresión aumenta. En las redes sociales comienza a circular un video en donde estudiantes y defensores de derechos humanos son roseados con gas pimienta, golpeados y esposados. Son llevados a la Dirección Policial de Investigación de la colonia Kennedy.

Frente al CORE 7, el día avanza y de ambos lados de la calle el cansancio es la norma. De ambos lados de la calle: los sueños de una juventud que parece derrotarse entre sí. Una juventud que podría tener mejores espacios de encuentro que una estación policial.

Una estudiante le dice a otra que ella no quiere ser conspirativa, pero que de dónde habían sacado los nombres exactos de los estudiantes, que para ella, alguien podría estar pasando información. No puede saberse. Pero en unas imágenes que circulaban en redes sociales se podía ver las identidades de todos ellos, el detalle curioso, es que entre las identidades está la de Marco Rubí, estudiante de Sociología en el centro regional de San Pedro Sula, lo que hace imaginar los niveles de preparación del operativo que dio captura a los estudiantes universitarios en Ciudad Universitaria. En casos como los de Brenda Miranda, estudiante de Historia, su reincidencia mantiene preocupados a sus padres en las afueras de la estación de policía.

—Es el Congreso Nacional que ahora tiene nuestra información. —dicen algunos, entre  murmullos y miradas de desconfianza.

Cada cierto tiempo, el régimen policial exige formaciones grupales para pasar revista y dar las indicaciones de turno. Hombres y mujeres policías se forman ante los gritos estudiantiles que optan por la broma, por el comentario descarnado sobre el oficio de uniformarse para servir a la patria. Los policías —con cierta dificultad— intentan mantener la compostura, la posición frente a su superior, pero la ausencia de tregua en un combate que maneja a la perfección el estudiante universitario hace que cada cierto número de chistes improvisados, algunos policías terminen riéndose, envolviéndose en una especie de manto de ligera humanidad. Aunque eso quizá les implique castigo, les revierta en el endurecimiento de su carácter con la brutalidad de una institución que le roba la capacidad de ser feliz a muchos hombres, a muchas mujeres, que ante la adversidad ahora son oficiales de policía en la honda contemplación de este territorio.

Julieta Castellanos, quien finaliza su segundo periodo el 25 de septiembre como rectora de la UNAH, ha brindado declaraciones durante la tarde. Convoca a clases este martes 12 de septiembre en un ambiente pedagógico muy poco adecuado para lo que debería considerarse academia. La rectora ha olvidado nuevamente que la criminalización es una de las razones por las que esta crisis se ha desbordado y ha llegado a un punto tan lejano, tan sin retorno: el hastío.

Texto: Luis Hércules y Martín Cálix.

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3 comentarios en “Hastío: el territorio de la lucha estudiantil”

  1. Julio Cesar Miralda

    Estimados redactores,
    en este articulo incluyen la siguiente nota, “En casos como los de Brenda Miranda, estudiante de Historia, su reincidencia mantiene preocupados a sus padres en las afueras de la estación de policía.” somos los padres de Brenda, Julio Cesar Miralda y Digna Maribel Álvarez y en ningún momento hemos tenido contacto con personal de este medio, ni nos referimos de esa manera por la participación de nuestra hija en la lucha estudiantil, la cual apoyamos, Brenda no es reincidente de nada, es una líder estudiantil de mucho reconocimiento y aprecio en la comunidad universitaria y cuanta con todo nuestro apoyo. Si alguna preocupación tenemos es por los monstruos criminales a los que ahora se enfrenta en la lucha por la educación publica.

    1. Gracias señor Miralda por su comentario. Martín Cálix y Luis Hércules, los responsables de este texto aseguran que se hizo partiendo de la observación y diálogo con algunos estudiantes. Cuando se dice reincidente, se habla de los procesos de judicialización, y que se hizo referencia a eso nada más. En ningún momento se intenta atentar contra la integridad de su hija Brenda y cuando se habla de su preocupación era eso, que se les vio preocupados y así se escribió. Disculpas por el malentendido.

  2. Gracias por la aclaración y por la cobertura que realizan al movimeinto estdiantil. Les animo a seguir con su trabajo periodistico apegado a la verdad en la que vive actualmente nuestra desangrada Honduras

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