Texto: Celia Pousset
Fotografías: Jorge Cabrera
Al extremo sur de Honduras, entre el río Guasaule y el puesto fronterizo entre este país y Nicaragua, decenas de buses se aglutinan a diario desde hace dos semanas esperando a que sus «clientes» regresen de tramitar la entrada a Honduras. Son centenares de nicaragüenses que decidieron exiliarse del régimen de Daniel Ortega, empujados por la necesidad y el miedo. A través de lo que llaman una «excursión», cruzan el «Triángulo Norte» de Centroamérica en camino hacia los Estados Unidos, donde esperan encontrar oportunidades laborales y libertad. Independientemente de lo que encuentren en su recorrido, a esta altura, saben que no hay marcha atrás.
A dos metros de un árbol de jícaro cuya sombra alberga un grupo de migrantes, tres mujeres se tapan la cara con las manos y camisetas. No se esconden del sol, sino que rehúyen el ojo de una cámara. «Eso es peligro», murmura una de ellas, quien viaja junto con sus dos primas rumbo a Estados Unidos. Vienen de Puerto Cabeza, un municipio de la Mosquitia nicaragüense. Acceden a hablar bajo la condición de no revelar sus nombres. «Nosotras somos de un pueblo indígena, y el Gobierno no nos quiere, nos discrimina; siempre ha sido así, pero se puso peor después de las manifestaciones de 2018 cuando vimos a amistades fallecer o caer presos», dice una de ellas, de 28 años, a quien llamaremos Sabrina.
Pasaron cinco meses desde que la más joven de las primas, bachiller en busca de oportunidades laborales en California, habló por primera vez del viaje hacia el norte. «Me daba miedo ir sola. Veía en las noticias robos, violación y muerte en el camino», confiesa. Convenció entonces a una de sus primas a quien llamaremos Isabel, quien dejó sus estudios de fisioterapia. La última, la tercera, a quien llamaremos Ana, trabajaba como abogada en una fundación para niños y adolescentes en riesgo, pero en mayo la policía irrumpió en el lugar y cerraron la fundación. «Psicólogos, abogados y trabajadores sociales, todos perdimos nuestro trabajo. Al Gobierno no le importó nada el destino de los jóvenes que estábamos ayudando, sólo cerró y se acabó», dijo Ana.
Desde la revuelta de 2018 —que arrancó a raíz de las reformas impopulares al Seguro Social—, el Gobierno de Daniel Ortega ordenó el cierre de más de 1,000 organizaciones civiles sin fines de lucro. Tan sólo el 19 de septiembre de 2022 fue cancelada la personalidad jurídica de cien oenegés.
En este clima de represión, las tres primas temen ser encarceladas por «traición a la patria», en el caso de un retorno involuntario o, mejor dicho, de una deportación. «No podemos regresar, y, si nos deportan, la policía nos recibirá en el aeropuerto para ponernos cadenas y echarnos presas –afirmó Sabrina–; para vivir en Nicaragua tienes que vivir bajo el régimen de Daniel Ortega. Nosotros no ganamos, él siempre termina ganando».
Estas dos últimas semanas, el flujo migratorio ha incrementado en la frontera de Guasaule. El delegado del puesto fronterizo, Ricardo Centeno, estimó que actualmente se reciben un promedio de 500 migrantes al día, de los cuales 99 % son nicaragüenses. «Es una situación atípica por la situación que atraviesa el país hermano, pero el ingreso se realiza de manera normal. Presentan sus documentos, el prechequeo y las visas para menores de edad, y se les autoriza el paso por Honduras», dijo.
Un funcionario de Migración, encargado de proteger a la niñez y adolescencia, comentó por su parte que los migrantes «dicen que van de viaje a Guatemala en sus excursiones. Actualmente, puede que lleguen hasta 40 buses al día».
En frente del edificio de las aduanas, varias familias esperan con niños en brazos. Entre ellas, Isabel y su esposo, con sus hijas de dos y nueve años, todos con una cruz católica colgada del cuello. Hacen cola desde las cuatro de la madrugada. Llegaron ayer y encontraron las ventanillas cerradas. «El montón de grupos que somos, es como si estuviéramos para hacer una maratón», bromea, al ver a la gente empujándose entre sí. La situación le recuerda días en los que tuvo que ir a sacar las visas para sus hijas en Managua: «Había una fila de cuatro cuadras, y no atendían. Pasé tres días y dos noches durmiendo ahí, en las afueras de Migración. Los guardias estaban vendiendo espacio por 50 dólares para que pudieran pasar las personas. Actualmente en Nicaragua hay una corrupción total».
La familia planeó este viaje desde hace dos meses y contaban con 35,000 córdobas (alrededor de 965 dólares) de ahorro para reinventarse una vida afuera. El plan es solicitar la visa humanitaria en México y llegar hasta Estados Unidos. Han pagado 160 dólares por persona para el trayecto hasta Guatemala. A los menores de más de cinco años se les piden boletos también. «Está tan terrible la situación en nuestro país que no nos queda otra opción que migrar. Lo hacemos por nuestras hijas, para que tengan una educación. Ahí están inculcando discursos de propaganda en la escuela. Les enseñan cosas políticas a los niños y se están acostumbrando a decir “gracias al Gobierno”. No podemos decir nada en contra de los maestros, ya que prácticamente el Gobierno nos está aplicando la ley del bozal: no ves; y si ves, calla», contó Isabel.
Si Isabel logró sacar las visas de sus hijas, no es el caso de todos los que migran con menores de edad. A menos de un kilómetro de las aduanas, un pequeño negocio está floreciendo a la sombra de una pulpería: el de los balseros. Con un neumático amarrado a un cuadro de madera, los balseros hacen pasar a las familias de una orilla a la otra del Guasaule, río que marca la frontera entre Nicaragua y Honduras. Son los nicaragüenses que cruzan sin documentos, compartiendo por un momento el río con los niños de la comunidad que se tiran al agua para refrescarse y dejarse llevar por las corrientes. Daniela tiene 7 años y es testigo de este fenómeno. Dice venir todos los días a bañarse y todos los días ve a gente cruzar su terreno de juego.
Emilio Ochoa, quien enseña con orgullo su carnet de identidad hondureño, cobra entre 20 y 30 lempiras el traspaso: «La gente no anda mucho dinero y yo no soy pícaro». Dice hacer seis viajes al día. Los que atraviesan el río montados a caballo pagan cien lempiras. Para los vendedores de comida, cambistas y balseros, el éxodo nicaragüense representa un nuevo filón.
De hecho, además de expulsar a sus propios ciudadanos hacia el norte, Honduras se ha vuelto un país de tránsito migratorio. La primera caravana de migrantes del año 2022, que salió de San Pedro Sula el 15 de enero, contaba con casi la mitad de nicaragüenses. Según el Instituto Nacional de Migración, entre el 1 de enero y el 23 de octubre de 2022, los nicaragüenses que han viajado por Honduras suman un total de 239,091 personas. Cabe mencionar que la población de Nicaragua era de 6,702,379 habitantes en 2021, según el Banco Mundial.
Esta huida de gran magnitud amenaza con dejar el país sin sus fuerzas vivas.
Como muchos, Juan José de 34 años, dejó a su esposa y sus hijas en Nicaragua para probar suerte en Estados Unidos. Manifestó que de la empresa donde trabajaba, Nuevo Carnic S.A., salen trabajadores por grupos de 15 o 20 huyendo de la precariedad: «La economía está terrible, se están cayendo los negocios», dijo. Viaja hoy con otros siete colegas de Nuevo Carnic y con su primo, recién despedido de Canal 10 de Nicaragua, quien se acerca para preguntar cuánto gana un periodista en Honduras. No puede decir mucho más. Sólo esto: «Canal 10 no apoyaba al régimen, ahora sí».
Bayardo Medina es otra cara de la desesperación en la que se encuentran los exiliados. Relata las razones que le empujaron a emprender el camino: «No hay trabajo, la canasta básica sube, el salario está estancado, nos estamos muriendo y el Gobierno no nos ayuda en nada», dice y llora cuando recuerda a sus familiares, a los que tuvo que dejar atrás.
A pesar de los testimonios que convergen en describir a Nicaragua como un Estado fallido, la comunicación oficial del régimen sigue siendo la misma: «Todo está bien, es lo mejor del mundo». Según una encuesta publicada en 19digital.com, un medio orteguista, el 4 de octubre de 2022, «el 72.5 % de la población valora que Nicaragua va por la dirección correcta en el rumbo que conduce el país el presidente Daniel Ortega».
Antes de irnos, un hombre se acerca. Tiene algo que decir. Se llama Bryan Álvarez, dice que era estudiante de ingeniería y que trabajaba en un call center, pero lo despidieron. Vendió su carro, dejó a su novia embarazada y se fue. Al momento de marcharse, cuenta que miró a su alrededor: «Salí de mi vecindad en Managua, barrio La Luz, y no había nadie en la calle. Nadie. Sólo miraba a gente mayor. Todos los jóvenes se han ido. Pensé: mi barrio está vacío».