El 17 de octubre, en la ciudad de Copán Ruinas, finalizó la quinta edición del Festival Internacional de Poesía Los Confines, un espacio de resistencia cultural que se fraguó hace cinco años en Gracias, Lempira, y que ha homenajeado, premiado y difundido el trabajo de artistas nacionales e internacionales.
Por Luis Lezama Bárcenas
Fotos por Daniela Lozano y Martín Cálix
Hace una semana, del 14 al 17 de octubre, se realizó con éxito la quinta edición del Festival Internacional de Poesía Los Confines, la primera después de una pandemia que, por supuesto, también resfrió a la poesía.
Y digo «resfrió» aunque la poesía, a decir verdad, es invencible. Lo creo, sobre todo, desde hace unos meses, cuando una amiga colombiana me ofreció revisar su vieja colección de libros. «Para que usted vea si algo de ahí le sirve, mijito», me dijo. Después me llevó hasta un viejo armario donde había una pila de manuales antiguos, libros de cocina, libros esotéricos, libros de arquitectura, libros religiosos, un diccionario inglés-español, una extensa colección de autores colombianos olvidados, una infaltable edición de Don Quijote, y también, en medio de tanto polvo, una antiquísima antología de poesía inglesa titulada The Standard Book of British and American verse, publicada en 1932.
Livio Ramírez sostiene en sus manos El principio del incendio, la antología del Festival Internacional de Poesía de Los Confines en su quinta edición. Ramírez es una de las voces más importantes de la literatura hondureña contemporánea, el Festival de Los Confines le ha rendido homenaje a su vida y obra en su más reciente edición. Gracias, Lempira, 15 de octubre de 2021. Foto: Daniela Lozano.
La tomé con cuidado. Las páginas, tan blandas que daban la sensación de quedarse adheridas a la piel, se me abrieron en un prólogo que decía: «Los años tiemblan y se tambalean debajo de nosotros, como dijo Walt Whitman; los reinos se derrumban y los viejos edificios se arruinan en polvo y astillas, pero nadie derriba viejos poemas. Tienen la vida más allá de la vida». Lo firmaba un tal Christopher Morley, que, después supe, fue un notable ensayista y poeta estadounidense.
La traigo a colación porque, hasta ahora, es una de las descripciones de poesía más lúcidas que he leído, que justamente demuestra el carácter inderrumbable de un buen verso. Y porque al leerlo pensé en mi país: ¿cuántos edificios, casas y puentes caídos y roídos por huracanes, descuidos o simplemente por el despiadado tiempo hay en este país? Basta recorrer el Centro para llenarse la vista de ellos. Pero ahí, resistible a todo, incólume en su belleza, sigue «La oración del hondureño» de Froylán Turcios; guardado en estantes, sí, o en bibliotecas que están cayéndose a retazos como la Biblioteca Nacional, pero bastaría que un curioso agarre uno de esos libros velados por el polvo y pronuncie: «Bendiga Dios la pródiga Tierra en que nací», para que aquel poema resplandezca incluso con más brillo que cuando se publicó en 1932 en un libro que, irónicamente, se titula Páginas del ayer y que fue publicado en París. Lo cierto es que no hay ayer para la poesía. «Hoy es siempre todavía», como decía Antonio Machado. Y hoy, que un país como Honduras exista todavía es un milagro. Pero que en un país como Honduras existan festivales de poesía, es un milagro dentro de otro milagro. Algo así, como un prodigio que se cumple cada año, este milagro inoculado dentro de otro milagro se celebra en Gracias, Lempira, y lleva el nombre —hermoso, por cierto— de «Festival Internacional de Poesía Los Confines». La iniciativa, la gestión y el manejo de este festival es obra, sobre todo, del trabajo de Salvador Madrid, poeta y gestor cultural hondureño. También del apoyo de Néstor Ulloa y Ethel Ayala, así como de un sinnúmero de voluntarios que los apoyan.
Hace unas ediciones, en declaraciones para este medio, Néstor Ulloa, poeta y miembro del equipo de este festival, decía: «Este festival se ha hecho con cero de presupuesto». Cinco años después, con más de trescientos invitados internacionales que han pasado por Honduras para acudir a este festival, entre los que se encuentra figuras de la poesía como el mexicano Balam Rodrigo, el español Juan Carlos Mestre y el chileno Guillermo Bianchi, el festival se sigue haciendo con un presupuesto bajísimo.
«Lo empezamos con un pequeño equipo de voluntarios», dice Néstor Ulloa, quien además de ser uno de los organizadores de este festival, es poeta. Habla conmigo por teléfono, todavía desde Gracias, porque dos semanas después de haber terminado el festival, recién una semana después terminaron de cerrar todo lo que conlleva la realización del mismo. En su página de Facebook, el festival se define como «Un espacio cultural forjado en Honduras para los creadores del mundo».
«El Festival no tiene más objetivo que ser la plataforma para la poesía, en general, pero desde Honduras —explica Néstor Ulloa. Y aclara—: No solo de Honduras, pero sobre todo nos preocupa la poesía hondureña. Pero lo más importante es que la poesía, nacional como internacional, se pueda enviar al mundo, al público, pero desde acá».
Esta preocupación por la poesía hondureña se traduce en premio nacional de poesía, que se convoca en conjunto con la Editorial Universitaria, de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, y que se otorga todos los años a un poemario inédito escrito por un poeta de nacionalidad hondureña. El premio consiste en la entrega de una escultura conmemorativa, un pergamino, la invitación al festival, la edición del libro y una remuneración del 15 % del tiraje. Hasta ahora, entre los ganadores se encuentran Fabricio Estrada, Rommel Martínez, Yolany Martínez, Martín Cálix, y, en esta quinta edición, el premio fue para la poeta Iveth Vega, por su poemario El lenguaje de las burbujas. El jurado, compuesto por Helen Umaña (Honduras), Rafael Soler (España) y José Antonio Funes (Honduras), argumentó que «este poemario es una muestra irrefutable de la calidad que ha alcanzado la poesía hondureña».
Aunque nadie recibe un salario por el festival, este solo es posible gracias a la ayuda de muchos empresarios de la zona de Gracias, Lempira, quienes, convencidos de que el festival puede atraer turismo, apoyan logística o monetariamente a su realización.
«Son empresarios sensibles, que saben de la importancia que, a largo plazo, puede tener la poesía y un festival como este», dice Néstor Ulloa. Al festival también lo apoya la alcaldía y la gobernación local, así como Plan International. Pero para los organizadores lo más importante ha sido la respuesta del público: «Obviamente este año, y el anterior (que fue virtual), el público se ha visto restringido. Pero el entusiasmo y el apoyo ha crecido», señala Néstor, que también opina que el hecho de que el festival se haga en ciudades como Gracias, Copán Ruinas y Siguatepeque, y no en las grandes ciudades como Tegucigalpa o San Pedro Sula, es un valor extra que este tiene.
Para Néstor «El festival nació como una resistencia cultural. Y como resistencia, estamos obligados a darle un espacio a esa periferia fuera de las grandes concentraciones culturales como Tegucigalpa», dice. También señala el crecimiento en la lectura y la escritura que ha habido con los niños, que también forman parte de programas como los de Plan International, y que tuvo en esta última edición la lectura de poesía de una de las niñas que forma parte de los clubes y talleres de las Bibliotecas Blue Lupin en la zona de Gracias y Lepaera.
Cuando en 1999 la Unesco declaró el Día Mundial de la Poesía, lo hizo con las siguientes palabras: «La poesía es una manifestación de la diversidad en el diálogo, de la libre circulación de las ideas por medio de la palabra, de la creatividad y de la innovación. La poesía contribuye a la diversidad creativa al cuestionar de manera siempre renovada la forma en que usamos las palabras y nuestros modos de percibir e interpretar la realidad. Merced a sus asociaciones y metáforas y a su gramática singular, el lenguaje poético constituye sin duda otra faceta del diálogo entre las culturas».
Yolany Martínez, Premio Nacional de Poesía Los Confines 2019 por su libro Lo que no cabe en las palabras, durante una lectura de poesía en la segunda edición del Festival Internacional de Poesía de Los Confines. Gracias, Lempira, 26 de julio de 2018. Foto: Martín Cálix.
Por las mismas razones, festivales como este, que juntan a nuestros artistas con artistas internacionales, son un gran estímulo no solo para el devenir del arte en general, sino también para que, a través de estos visitantes, se cuente afuera una Honduras más transparente, más cercana e interpretada de primera mano por los invitados que, desde países tan lejanos como Grecia y Chipre, acuden a escuchar versos en lugares icónicos de nuestro país como la Fortaleza de San Cristóbal, donde se inauguró la V edición del Festival Internacional de Poesía Los Confines, que, en esta ocasión, se realizó en homenaje al poeta Livio Ramírez y al artista plástico Gustavo Armijo.
Pero para Salvador Madrid, Ethel Ayala y Néstor Ulloa, fundadores y artífices de este festival, lo más importante es que el festival sigue resistiendo, y ya no solo a la indiferencia, general, del mundo por la poesía; a la indiferencia, endémica, del hondureño por su arte; o a los muchos problemas económicos que depara hacer cualquier cosa sin contar con el dinero suficiente; sino también a una crisis sanitaria como la vivida en los últimos dos años.
Con los años, no solo se han sumado más voluntarios, no solo se ha consolidado como un festival de referencia a nivel centroamericano, sino que también ha visto crecer al público y su apoyo. También ha crecido materialmente, pues el festival ha podido extender su oferta de libros, plaquettes y colecciones de poesía. Este año, junto con los sellos editoriales Malpaso y Efímera, y con el apoyo de los periódicos El Heraldo y la Prensa, salió una colección de quince poetas nacionales, donde figuran Carlos Ordóñez, Fabricio Estrada, Rebeca Becerra, María Eugenia Ramos, entre otros poetas nacionales.
Pero, aunque recibir artistas internacionales, premiar y publicar grandes talentos, reunirse por cuatro días a conversar y leer poesía, sean tareas muy admirables, placenteras e incluso necesarias, para Salvador, Néstor y Ethel, hay pequeñas y simples cosas que valen incluso más que todo eso. Como que un empresario, acostumbrado al rédito inmediato, confíe en ellos. Como que una familia completa atienda a un evento a escuchar poesía. O como lo que sucedió en esta quinta edición, donde una niña que se formó en el programa de las bibliotecas Blue Lupin, que trabajan junto con el festival desde hace cinco años, hiciera su primera lectura de poesía en una mesa del Festival Internacional de Poesía Los Confines junto con otros poetas. «Fue fenomenal», comenta Néstor sobre lo sucedido con esta niña.
Yo le pregunto el nombre, le digo que quiero leer el poema. Pero su nombre, por razones de derechos y protección, es «Lixi C», me dice Néstor.
A pesar de ser temprano, Néstor platica conmigo mientras espera un transporte que lo llevará a Tegucigalpa. Porque, aunque este festival apenas termina, él ya va pensando en la próxima edición de Los Confines, donde se promete un espacio más amplio para la narrativa y otras manifestaciones artísticas, así como más acceso al público y un creciente número de invitados internacionales. Siempre, como él dice, para resistir: «Te digo que es una plataforma de resistencia cultural porque, frente a todo lo que pasa, se mantiene (el festival) y estamos luchando para mantenerlo y ser referencia, y para que camine hacia mejores estadios».
Zurita, el poeta chileno, decía que «sin los niños no existe la poesía. Todos son niños cuando leen poesía». En eso pienso después de colgar con Néstor, mientras reviso de nuevo la vieja edición de poemas ingleses, mientras pienso en Froylán Turcios, en los magníficos poemas de Livio Ramírez, y pienso más que nada en esa niña, en «Lixi C.», una niña de la periferia, leyendo y escribiendo poemas gracias a una biblioteca tan digna y hermosa como las de Blue Lupin. Escribiendo, resistiendo, forjando uno o varios poemas que puros, inmarcesibles, y sobre todo inderrumbables, alguien leerá dentro de cincuenta años, tal vez sea ella misma o quizás alguien más, pero quien sea, lo hará para volver ser un niño que escribe y resiste entonces, esperemos, ya no en medio de los despojos.