Texto y fotografías: Leonardo Aguilar
El comercio no se detiene en el casco urbano de Choloma, aún después de los huracanes y en medio de la pandemia, poco a poco las comunidades intentan recuperarse. Se forman enormes filas de vehículos cuando para llegar al desvío hacia el sector López Arellano. Ese es el camino hacia los bajos de Choloma, a lo que antes se llamaba Tholomac que en lengua indígena significa «Loma al pie del Valle».
Ya cerca de los bajos de Choloma, no hay filas largas de vehículos como tampoco una carretera pavimentada. De ahí para adelante el camino es de tierra, con algunos tramos casi intransitables. De pronto, en medio del contexto selvático, se ven las primeras champas donde viven provisionalmente unas 80 familias procedentes de la colonia la Flor del Valle, una comunidad que todavía continuaba atiborrada de lodo hasta el 10 de diciembre. Niños, mujeres y hombres permanecían a la intemperie al pie de un pequeño cerro en pequeñas carpas hechas con plástico, sillas improvisadas y palos de madera.
Una hornilla improvisada hecha con barro alimentada con leña que habían conseguido del cerro es lo que les ayuda a cocinar sus alimentos. En ese momento las familias no podían volver a sus casas porque habían quedado inhabitables.
Debido a la migración interna ocasionada por la oferta laboral de la industria maquilera, Choloma se encuentra entre las ciudades con mayor densidad poblacional de Honduras. San Pedro Sula aparece con la mayor densidad poblacional con 824.87 habitantes por km2, el Distrito Central con 734 habitantes por km2 y Choloma con 564 habitantes por km2. Pero su crecimiento acelerado ha aumentado la vulnerabilidad social y ambiental.
Algunas empresas ubicadas en los bajos de Choloma fueron afectadas severamente. En el sector norte también se presentaron pérdidas. Una encuesta de la Cámara de Comercio e Industrias de Choloma (CCICH), aplicada a 1,500 pequeñas empresas afiliadas a las Mipymes, reveló que 3 de cada 10 de estas empresas cerraron operaciones, mientras tanto, el 63% de estas resultaron afectadas.
El Gobierno de Honduras anunció a finales de octubre una inversión de 38 millones de lempiras para reparar carreteras dañadas y restaurar los servicios públicos básicos en los bajos de Choloma. Una labor programada para ejecutarse durante tres meses y que debió haber comenzado en diciembre. Pero la realidad es otra. Los lugareños aseguraron no haber visto a ningún funcionario del Gobierno haciendo estudios ni ofreciendo ayuda para reparar los daños.
Don Catalino Cruz, un señor de 80 años habitante de la colonia Flor del Valle, relató que el agua sobrepasó el techo de su casa por lo que tuvo que refugiarse en el cerro. Y añadió que aún no puede volver, porque, aunque su vivienda está construida de concreto, las paredes están cediendo. Se están agrietando.
Don Catalino cuenta que entre todos han sobrevivido, por la solidaridad. «Pues nuestra propia familia, que no resultó afectada, es la que nos trae algunas tortillitas o baleadas. Pero nadie del Gobierno ha venido a presentarse para darnos comida. Hemos aguantado hambre y frío».
A la par de don Catalino estaba un hombre más joven, José Vidal Lozano Cartagena, de 44 años, un jornalero que se quedó desempleado pues en el campo se dedicaba a sembrar plátanos, yuca, maíz y ayote. Por cada jornada laboral -aseguró a Contracorriente- que sus patronos le daban 200 lempiras, con los que alimentaba a su familia conformada por su esposa y sus dos hijos, de 17 y 11 años, que ahora duermen en ese campamento.
Kendra Stefani Jordany, promotora de salud de Médicos Sin Fronteras (MSF), estaba en el lugar en una brigada de esta organización para evaluar la situación de estas personas y manifestó a Contracorriente que desde que se integró a la expedición de trabajos de emergencia por los ciclones tropicales, tiene en su memoria a miles de mujeres, niños y ancianos que han perdido todo.
«Algunos tienen miedo de regresar. Buscan que les den alimentos básicos, pero cuando llegamos y les decimos que es medicamento que les traemos o asistencia psicológica, pues también se alegran. Porque tienen a sus niños enfermos con calentura, tos y obviamente sin dejar atrás el tema de la salud mental que es importante. Hemos encontrado casos de violencia sexual o de personas que están emocionalmente mal porque lo han perdido todo. Muchas casas eran de adobe y se dañaron. Así que físicamente y emocionalmente estas personas están hundidas», añade Kendra.
Adelante de la Flor del Valle hay más comunidades con esas condiciones. Tierra adentro se observa la caña de azúcar, cubierta de lodo y podrida en sus raíces, o las grandes extensiones de tierra con poco ganado. Las pérdidas fueron enormes.
Las empresas maquiladoras generadoras de energía a partir de biomasa, perdieron tres decenas de manzanas de cultivos de zacate en los bajos de Choloma, en donde se encuentran 10 de estas empresas. Según la CCICH, el sector productivo de Choloma aporta el 17 por ciento al Producto Interno Bruto (PIB) de Honduras, pero al cierre del año, después del paso de los dos huracanes y los problemas por la pandemia, se cerrará con 25,000 empleos menos.
La industria textil reportó que el 40% de los asalariados resultaron afectados, incluso en empresas como Gildan, que da trabajo a 25 mil personas, y Bijao, resultaron con daños considerables en sus planteles, según una publicación de Diario La Prensa.
Las familias de Banderas
«Bienvenidos a la aldea Banderas», dice el rótulo que abre paso a lo que fue una comunidad próspera. La mayoría de sus habitantes se dedica a la agricultura como negocio propio, aunque centenares de hombres trabajan en fincas bananeras para transnacionales, y un menor grupo se desplaza a la ciudad para trabajar en las maquilas. La mayoría de las casas permanecen en pie; casas de dos plantas, todas de concreto que la gente aún seguía limpiando, sacando colchones lodosos y botando lo que no servía, para pasar la navidad ahí. En familia.
Estas familias no perdieron sus casas pero sí todos los enseres obtenidos durante toda una vida, una vida que había sido bondadosa debido a los frutos y beneficios del campo, pero ahora con sus tierras inundadas no promete una recuperación pronta. El servicio de energía eléctrica había colapsado y no había agua potable en el momento de la visita de MSF a la zona. Ningún otro servicio básico funcionaba. La tristeza por la pérdida de servicios básicos es enorme, pues el Gobierno tardó décadas en instalarlos en comparación con los sectores urbanizados, según contaron los pobladores.
Es una tragedia repetida
En 1974 el huracán Fifí arrasó con el municipio de Choloma y acabó con gran parte de su población. Para 1998 el huracán Mitch reeditó la historia. Y este 2020, entre el 1 y el 18 de noviembre, dos huracanes, Eta y Iota, recordaron la vulnerabilidad en varias partes de la ciudad.
Ana Soto, de 35 años, madre de cuatro hijos (de 18, 17, 9 y 6 años) es una mujer agricultora nativa de la aldea Banderas que se dedica a la siembra y comercialización de maíz y ayote, en su rostro aun está la angustia. Antes de la inundación, Ana tenía sembradas cinco manzanas de tierra en ayote, en las que había invertido 18 mil lempiras (743.24 dólares) que había obtenido en calidad de préstamo en la Cooperativa Popular. «Esos préstamos tenemos que pagarlos», dice preocupada y con ganas de llorar.
«Cuando comenzó a llover, el agua estaba bien mansa. No corría nada. Estaba lento. Eso fue el miércoles 3 de noviembre. Nosotros pensamos que no pasaría a más. Pero cuando eran las 6:00 pm nos dijeron: ‘sálganse’. Se había reventado el bordo del Chamelecón y se había unido con el río Ulúa. Cuando acordamos, nuestros muebles y estufas estaban flotando. Perdimos todo», revela Soto.
Ana nos intenta explicar lo que pasó. Nos dice que a un conocido suyo —a Marquitos— un chiflón de agua le llevó cinco manzanas de palma africana. «Era un mar», cuenta. Agrega que la escuela Ramón Rosa, en donde estudian sus hijos, perdió el muro perimetral pues una correntada lo arrancó.
Soto dice que para el huracán Mitch ella tenía 18 años y estaba embarazada. «Pero el Mitch no fue como este. Esto fue peor. Porque acá vino Eta y después la Iota. Eso nos terminó de destruir».
El huracán Mitch dejó al menos 5.657 muertos, 8.058 desaparecidos, 12.272 heridos, 1,5 millones de damnificados, 285.000 personas que perdieron sus viviendas tuvieron que refugiarse en más de 1375 albergues temporales.
Pero la mayor cantidad de fallecidos durante una inundación en Choloma se registró durante el huracán Fifí en 1974.
Un informe de la Cepal publicado en octubre de 1974 situó las pérdidas de vidas humanas en Honduras causadas por el huracán Fifí entre las 6 000 y 8 000 personas. La mayoría de los muertos se registraron en Choloma. Sin embargo, en el informe de la Cepal se reconoció que esos cálculos estuvieron por debajo de la realidad, porque los grupos de rescate siguieron encontrando cadáveres bajo escombros y en las áreas inundadas catorce días después del desastre.
Siendo más específicos, una publicación de la Revista Médica Hondureña estableció que en Choloma el huracán Fifí mató a 4 mil de los 7 mil habitantes que habitaban la ciudad en aquella época. Pero otras publicaciones no escatimaron al decir que los muertos en Choloma en realidad fueron 5 mil.
“Grandes avalanchas de lodo que destruyeron algunas poblaciones, como la de Choloma, causaron elevadísimas pérdidas de vidas humanas y azolvaron amplias extensiones con la consiguiente destrucción de los cultivos que se encontraban en ellas”, se aprecia en un reporte de la Cepal de 1974.
Según una publicación de diario Tiempo, los afectados en Choloma por el paso de Eta y Iota fueron más de 58 mil, las familias damnificadas 10,870, las viviendas inundadas 5,518, las casas destruidas 359. Además indicaron que hubo más de 20,000 albergados y 7 fallecidos.
Según la Comisión Permanente de Contingencias (COPECO), las tormentas dejaron un saldo de 96 muertos, pero estas cifras no son confiables.
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Las secuelas de las tormentas
Una cicatriz atraviesa el rostro de Óscar Canales Hernández, un agricultor de rostro alegre que se acerca a nosotros para contarnos su testimonio. «Perdí como seis manzanas de cultivos. Como esto que pasó ahorita no hay. Esto dejó inservible todo. Yo tenía sembrado coco, maíz, frijol, plátano, pero lo perdí todo. Nosotros trabajamos la tierra y el producto lo vamos a vender al mercado. Tengo préstamos con ODEF, yo debo seis mil lempiras (247.75 dólares). Lo perdí todo. Aún está inundada la zona donde tengo mis plantaciones. Mi casa quedó en pie, pero la cocina se la llevó la tormenta», agrega Canales.
Canales nos explica que el ruido de un motor, que casi no nos permite hablar, es el de una bomba que están utilizando para extraer agua de los pozos, pues el servicio de agua potable de la zona dejó de funcionar, no hay energía eléctrica, y se ven obligados a extraer el agua con motores para darle usos domésticos, como el lavado de la ropa.
Jessica Jasmín Canales, madre soltera de una niña de 12 y una menor de 5, es habitante de la zona. Dice que la mayoría de la aldea son de apellido Canales. Y que casi todos tienen su propio carro tipo pick up, lo que facilitó que al momento de evacuar el sector se hiciera de forma rápida y coordinada.
Jasmín cuenta que se dejó con su esposo hace 3 años, cuando este decidió emigrar para México. Eso provoca que la carga de la crianza de sus hijas recaiga sobre ella. Toda la limpieza del lodo que quedó tras la inundación, le tocó a ella. «Me duele mucho la espalda», dice. A pesar de eso, Jasmín no piensa en migrar, asegura que seguirá luchando duro por sus hijas en Honduras.
«Mi niña menor tuvo fiebre bastante alta hace dos días. Aunque no tuvimos ningún tipo de atención médica. Las fiebres se fueron así como vinieron. Solo le dimos medicinas caseras. Estuvimos en Ticamaya. Mi mamá alquiló una casa por un mes», revela Jasmín, quien desde lejos ve cómo una doctora de Médicos Sin Fronteras (MSF) revisa a sus dos hijas.
Según MSF más de 250,000 personas en Honduras han tenido acceso limitado a los servicios de salud y alrededor del 50% de los centros de salud continúan cerrados, dañados o presentan dificultades para brindar sus servicios. Estos desastres naturales han generado una crisis humanitaria comparable con la del huracán Mitch, en la que 123 centros de salud fueron afectados y 100,000 personas dejaron de tener acceso a salud, en 1998.
Pero en Choloma, MSF reportó que durante más de un mes de asistencia integral a los afectados por los huracanes Eta e Iota se logró atender a más de 4,000 personas, brindado 2,087 consultas médicas generales, en las que se han identificado enfermedades de la piel, traumatismos físicos, infecciones respiratorias, así como pacientes con enfermedades crónicas que han suspendido su tratamiento.
Los equipos han realizado atenciones médicas, psicológicas y de promoción de la salud en más de 190 albergues, ubicados en las zonas más afectadas por los huracanes. Igualmente, han atendido a 13 sobrevivientes de violencia sexual, 11 de estos casos son anteriores a los huracanes y dos corresponden a violencia dentro de los albergues.
“Estas cifras son sólo la punta del iceberg de la violencia basada en género. En un contexto de doble emergencia sanitaria como el que estamos, por la pandemia de COVID-19, hacemos un llamado a las autoridades para que la violencia sexual sea tratada como una emergencia médica. Es necesario que se apruebe el Protocolo de Atención Integral a Víctimas y Sobrevivientes de Violencia Sexual para que los y las sobrevivientes puedan recibir la atención médica adecuada”, expresó Juan Carlos Arteaga, coordinador de proyecto de MSF en Choloma.
Uno de los Canales, que son mayoría en esta aldea de Banderas, aseguró a Contracorriente que se levantarían de esta desgracia. Y que, aunque lo perdieron todo con los ciclones tropicales, lucharán con el espíritu solidario que los ha unido para pasar juntos las fiestas navideñas y de fin de año.