El presidente Juan Orlando Hernández, sostuvo una reunión con la Asociación Hondureña de Salones de Belleza (Ahsab), y la Asociación Nacional de Barberos de Honduras la semana pasada. Verificando personalmente las normas de bioseguridad para la apertura inteligente en el sector de salones de belleza y barberías, prometió la ayuda gubernamental para el sector a través del Banco Hondureño para la Producción y la Vivienda (Banhprovi) y el Servicio Nacional de Emprendimiento y Pequeños Negocios (Senprende). Ofreció financiamientos y salvoconductos para que puedan volver a trabajar y amortiguar el impacto de la pandemia, en el marco de lo que el gobierno ha llamado la «reapertura inteligente» que recién el 1 de junio comenzó en su etapa de preparación, esto coincide con el aumento de la curva de infección. La realidad supera las promesas.
José va por Tegucigalpa sorteando los retenes policiales y militares. Sin un salvoconducto que le permita circular, le ha tocado arriesgarse a que lo metan preso por veinticuatro horas. Además se arriesga a que le decomisen su carro durante el resto de la cuarentena por irrespetar el toque de queda y circular en días en que, según su número de identidad, no debería. Pero lo hace, sale todos los días de su casa ubicada en la colonia La Providencia, en el sector San José del Pedregal —uno de los barrios que en Tegucigalpa está controlado por una pandilla—, y lo ha hecho desde que inició la cuarentena.
Sale de su casa a pesar del miedo profundo que siente a contagiarse de coronavirus y contagiar así a su hija de un año, a su pareja, a sus padres que son personas de la tercera edad. Lo hace porque durante la cuarentena, José, ofrece a domicilio el servicio de barbería a clientes que han ido solicitando su trabajo debido al cierre de todos los negocios, tras las medidas tomadas por el gobierno hondureño en su intento por contener la expansión en el país de la COVID-19.
José cuenta que su vida cambió hace unos años, a raíz de un accidente. En 2014 una persona en estado de ebriedad impactó su carro contra él, su pareja y un amigo, cuando José acudió para ayudar al amigo a quien se le había averiado el auto, mientras lo empujaban e intentaba llevarlo a un lugar seguro en el bulevar Centroamérica. José y su pareja sobrevivieron, su amigo no tuvo suerte, murió en el instante. Desde entonces la vida para este barbero de treinta y cuatro años es distinta.
Luego del accidente y la larga recuperación que vino después, decidió aprender el oficio que de alguna manera había estado en la familia. Un tío suyo fue barbero durante muchos años, tuvo su barbería en la colonia Kennedy. Ahora él sigue los pasos de su tío, pero no quiere ser un barbero más. Sueña junto a algunos amigos con fundar su propia asociación de barberos, sueña con dar un servicio de calidad a sus clientes y sueña también con que la gente recuerde su nombre por la calidad de su trabajo y sacar su barbería de la sala de casa.
Ha estudiado barbería, se ha capacitado y certificado en las medidas de bioseguridad que debe tomar ahora que la COVID-19 acecha. José es estricto: limpia cada instrumento, cada trapo, cada máquina. Todo es desinfectado con acuciosa responsabilidad entre cliente y cliente. Un proceso que puede llevarle al menos cuarenta minutos cada vez, pero que no deja por ningún motivo de hacerlo. La bioseguridad para José va más allá de usar guantes y mascarilla. Está convencido que a pesar del miedo al contagio quiere ejercer su oficio.
José tiene otro trabajo en una universidad privada donde es técnico en instalación de cámaras y redes de seguridad, pero su verdadero sueño es ejercer el oficio de la barbería más allá de lo que se conoce en el país. La pandemia y el aislamiento que vino con ella, le ha ofrecido la oportunidad de ensayar el servicio a domicilio, algo que está empeñado en llevar más allá de la cuarentena. Cuando se vuelva a la relativa normalidad, él seguirá ofreciendo este servicio sin importar la hora —explica— y el lugar.
Por lo pronto, y ante el reto que implica para el país entero la reapertura de la economía nacional, José y su máquina de cortar pelo, atienden el llamado de aquellas personas que no se permiten el desaliño durante el aparente fin del mundo.