Fotografía: Hondudiario
Cuando yo tenía 13 años, el 14 de febrero se convirtió en un día de horror en Honduras. A pesar de que a diario andamos cargando con la violencia, un día como ese todo mundo quiere olvidar la situación y celebrar el amor y la amistad. Pero el 14 de febrero de 2012, ocurrió un incendio en la granja penal en Comayagua. Siempre me consideré precoz en algunos temas cuando era pequeña, sin embargo apenas puedo recordar cuál fue mi pensamiento momentáneo al enterarme de esa noticia. Lo que sí tengo presente son los sentimientos que causó en mí y que hasta hoy continúan firmes. Para mí, la idea del amor en Honduras es imaginaria.
Mi mamá se ha dedicado casi toda su vida a la defensa de Derechos Humanos, por lo que desde su trabajo legal en el ERIC SJ, como abogada, estuvo muy de cerca con los familiares de las personas que perdieron su vida aquel 14 de febrero. Todavía guardo recuerdos de las familias, de las esposas que quedaron viudas, de las mamás y papás que perdieron a sus hijos. Fueron 361 las víctimas. Recuerdo haber acompañado, en varias ocasiones, a mi madre cuando ella viajaba para visitar a estas personas que fueron víctimas, al igual que sus familiares, de un sistema fallido que los violentó y asesinó. Un sistema y un Estado que los mantuvo en un centro penal en condiciones indignas y, que, a pesar de todas las recomendaciones brindadas por parte de organismos internacionales, nunca se ha interesado por cambiar esta situación tan grave que, por cierto, se sigue repitiendo, y lo podemos ver en los últimos asesinatos ocurridos dentro de cárceles de «máxima seguridad».
Han pasado ya varios años de esto y yo ahora estudio Derecho en la universidad, y he comprendido que estos gobiernos buscan aplicar lo que llamamos el «derecho penal del enemigo», un Estado que quiere tener más y más gente criminalizada para llenar las cárceles que construyen, pero rara vez se preocupan en el bienestar de sus privados de libertad. Un Estado que nos incita a ver a los presidiarios con odio y a sentir que lo que pasa en esas cárceles es lo que se merecen, incluso cuando sabemos que muchísimas de las víctimas del centro penal de Comayagua ni siquiera tenían una sentencia condenatoria. Me parece repulsivo ver cómo este sistema nos fomenta el odio hacia personas que igual que nosotros, son gente pobre y víctimas.
La percepción del amor ha ido cambiando a lo largo del tiempo, y es que los seres humanos, también, hemos ido cambiando nuestras perspectivas de ver y entender su definición. Hace muchos años, el versículo bíblico que dice que «el amor todo lo puede y todo lo aguanta», me parecía romántico. Ahora releo y no puedo creer que esa sea una acertada definición de amor. Por suerte, no soy la única persona que piensa que el amor no es tal como nos enseñaron antes: sufrido, abnegado. Es muy difícil, incluso más para las mujeres, viviendo en un país con tanta romantización hacia lo doloroso, porque nos enseñaron que, si no nos duele en el alma lo que nos hagan, no es amor. Desde el amor romántico, nos enseñan a las mujeres que, si un hombre nos molesta y nos busca constantemente, hasta llegar al acoso, es porque ese hombre de verdad nos quiere.
El 14 de febrero se celebró a nivel mundial el día de San Valentín o como otros llaman el «día del amor y la amistad». A veces, me parece irónico que los medios intenten vendernos esta fecha en un país como Honduras donde lo que predomina es la violencia: la violencia militar, la violencia estatal, la violencia por parte del crimen organizado, la violencia en el espacio privado. Podría mencionar tantas cosas que me hacen creer que aquí es utópico: los femicidios, los asesinatos, las masacres. Y cuando escribo esto se viene a mi mente el video, que se hizo viral, de un asesinato a un aficionado de un equipo de fútbol en Tegucigalpa. No puedo dejar de pensar en la saña con la que lo mataron y también la tranquilidad de la gente al compartirlo sin el menor de los escrúpulos, a través de sus redes sociales.
Me resulta doloroso pensar que se puede festejar el amor cuando en apenas dos meses del 2020 se han reportado 35 femicidios. Es difícil seguir teniendo esperanza en la ternura y en ese amor distinto, en un lugar donde la violencia es nuestro diario vivir. Creo que es irrisorio celebrar el amor en cualquier forma que queramos celebrarlo, en un país donde solo en el primer mes del año hubo un total de 269 homicidios, y donde un día antes de celebrar a San Valentín, en los tribunales de justicia de El Progreso ocurrió un enfrentamiento armado a plena luz del día.
Honduras es un país al que, sobre todo, le falta esperanza. Vivimos a la defensiva, en un constante miedo por el que está a nuestro lado, temiendo de confiar en cualquier persona que se nos acerque, que sea amable. Y así nos ha tocado vivir: con enojo, con violencia e irritación, creyendo que nos pueden hacer daño en cualquier momento, muchas veces incluso perdiendo la empatía de lo que pueden sentir otras personas a nuestro alrededor.
Vivo en uno de los países más violentos de Latinoamérica, en el que se ha normalizado el odio: el odio hacia las mujeres, hacia la comunidad LGBTI, hacia las personas privadas de libertad, hacia los pobres. Sin embargo, nos invitan a celebrar el amor todos los 14 de febrero y a mí me resulta contradictorio porque después del incendio del penal de Comayagua, esta fecha también tiene el significado de luto, dolor y violencia.