
El último vagón
Debo ir a comprar las cosas para la cena —le dijo Sandra Nelson a su padre—. No tardaré demasiado.
Debo ir a comprar las cosas para la cena —le dijo Sandra Nelson a su padre—. No tardaré demasiado.
Junto al póster de los Beatles tenía un viejo retrato de León Trotsky que le recordaba su época de la universidad, aquellos años en donde militó en una organización de izquierda semiclandestina, o eso creían ellos: que eran clandestinos. Hablaban de los problemas de la universidad, de los baños que siempre estaban sucios, hechos una pocilga, de la necesidad de seguir construyendo el partido obrero y la Cuarta Internacional, digamos que hablaban de todo y mucho, hablaban más de lo que fumaban, y fumaban.
Caperucita roja, dejó el mundo de la inmundicia en el wifi del hogar. Antes de ser una mujer entera en cuerpo y alma. Decidió convertirse en una asidua lectora de novelas rosas de Corín Tellado y de literatura de hadas madrinas.
Cómo hubiese querido tener la fuerza y decirle que sí, que venía de estar tomando. Borracho. Pero cuando entré, creí que ella no notaría nada, porque a esa hora empezaba El corazón valiente, su novela favorita. Por eso yo había escogido esa hora para llegar a la casa, por eso estuve tres horas en la calle aunque no quería. Solo.
No durmió en toda la noche escuchando los ladridos de su perro y pensando en el azaroso viaje. Lleno de ansiedad, se la pasó dando vueltas en su cama, hasta que los hilillos de luz entraron por los orificios del techo e iluminaron el cuarto. La alarma sonó a las cinco y treinta de la mañana.
Era un ser de muchas piezas, pero de una sola alma: la demoníaca. En realidad, no tenía alma. Se comportaba como un ser humano, pero era el vacío, el desierto. Viudo de amor desde su nacimiento, llevaba el hastío en su rostro como símbolo de muerte. Con sus garras y colmillos destrozó las almas hermosas de una gacela y de una coneja de carnes dulces y sabrosas que le habían amado.
Su deseo tenía limitantes por las tardes, cuando le venían esos sentimientos de dolor sin saber que era un dolor. Sentía el cuerpo volátil, como lo siente un adolorido por la pérdida de un ser querido, sentía una profunda tristeza como la siente un recién condenado. Y el deseo de vivir se le quebraba en trozos como si fuera de barro.
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