Por Ángeles Alemandi
La puerta principal de la escuela a la que va mi hijo estaba entreabierta. Era viernes 20 de octubre por la tardecita. La primera sala, en penumbras, se sentía fresca. No ví a nadie, intuí que la reunión a la que fuimos citadas las familias era en el salón de actos. Di un paso y ante mí se desplegó el enorme pasillo al que dan las aulas. Una guirnalda hecha de banderines de colores zigzagueaba de una pared a la otra, hasta el fondo. Pero toda esa luminosidad, esa alegría que arrastraban consigo los tonos amarillos, verdes, lilas, azules, que decoraban el techo, se apagó cuando descubrí que, frente a cada aula, ya estaban acomodados los escritorios y las sillas de las autoridades de mesa que designó el Tribunal Electoral. Sólo faltaban las urnas.
En Argentina estamos por elegir al próximo presidente o presidenta de la nación.
Ese día, allí, de pie frente a todo aquello que está por venir, sentí que el corazón me palpitaba fuerte, que me ahogaba, que si no respiraba profundo los ojos se me iban a llenar de lágrimas.
Sí, el país está devastado: la inflación interanual se acerca al 130 por cierto, la semana pasada un dólar llegó a equivaler mil pesos argentinos (lo que sale un kilo de azúcar), en el primer semestre de este año el 40% de la población ya estaba bajo la línea de la pobreza, los alquileres están por la nubes, construir una casa se ha vuelto imposible con un sueldo promedio. Y hoy, hasta comprar un repuesto es casi imposible: están todos esperando para remarcar los precios el lunes, nadie quiere vender nada. Como en la última gran crisis que atravesamos en 2001, de nuevo escuchamos que muchos se quieren ir, se están yendo. Aquel día, horas antes de ir a la escuela, una chica de 23 años me había dicho que no veía futuro, que se esforzaba mucho: estudiaba y trabajaba, pero no podía soñar con nada.
Y aunque no se pueda creer, hay algo peor que dejar de soñar. Eso es lo que me ahogó el viernes. Lo que me ahoga en este preciso momento, mientras busco mi documento de identidad para ir a votar.
En agosto se realizaron las elecciones primarias que determinan cuáles son los candidatos a la presidencia por cada fuerza política. Ninguna encuesta predijo, ningún politólogo creyó posible, ningún periodista sospechó que el candidato de la ultraderecha, Javier Milei, sería el más votado. Según los datos definitivos de la Cámara Electoral, La Libertad Avanza (LLA) sacó el 29,86% de los votos. Juntos por el Cambio (JxC) alcanzó el 28% y en la competencia interna del partido Patricia Bullrich se impuso como la candidata. Unión por la Patria (UP) obtuvo el 27,28% y Sergio Massa, el actual Ministro de Economía del país, fue el ganador de su fuerza. Muchísimo más lejos quedaron la agrupación Hacemos por nuestro país, representada por Juan Schiaretti, y el Frente Izquierdo que postula a Myriam Bregman.
Qué va a pasar hoy, nos desvela.
Para ser electo presidente en primera vuelta, el candidato debe obtener el 45% de los votos o al menos el 40% y lograr una diferencia de diez puntos con el segundo. Sino, se irá a un balotaje entre los dos más fuertes.
Hay quienes dicen que volveremos a las urnas en noviembre y que se enfrentarán Milei y Massa, el candidato de Cristina Fernández de Kirchner que hizo su acto de cierre de campaña sin la presencia de la actual vice presidenta.
Hay quienes dicen que volveremos a las urnas en noviembre y se enfrentarán Milei y Bullrich, la candidata de Mauricio Macri, aunque Macri también coqueteó con La Libertad Avanza cuando pudo.
Hay quienes dicen que gana Milei en primera vuelta.
El viernes suspiré y caminé por la escuela con la mirada baja, buscando la reunión. Y cuando llegué saludé a otras mamás y me confesé: me daban tanto miedo estas elecciones. Es difícil hablar del tema. Cuando lo intenté estas semanas, algunas amigas me respondieron que aún no sabían a quién votarían; en el Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias que se hizo la semana pasada en la ciudad de Bariloche, al sur de Argentina, la coincidencia fue votar contra la derecha: por Massa o por Bregman; alguien me dijo que no quería votar a Milei ni a ninguno de los dos que podrían frenarlo; otros votarían a los candidatos de sus partidos, pero sin confiar en ellos, aunque seguros de que debían frenar a LLA. Los que más me asustaron fueron los que me contestaron que «todos son lo mismo».
No.
Nadie ha llegado tan lejos como Milei.
Javier Milei, el que está a favor de la venta de órganos, el que quiere dolarizar la economía, el que dice que el cambio climático no existe, el que niega los 30 mil desaparecidos de la última dictadura militar en nuestro país y tiene una candidata a vice que hace homenajes a los genocidas, el que quiere reemplazar la educación pública y gratuita por un sistema de vouchers, el que irá por una gestión privada de la salud y asegura que dejarán de ser estatales los Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) o Aerolíneas Argentinas, el que llenó estadios en sus actos con una motosierra en las manos, el que en campaña se puso de novio con una comediante reconocida por ser imitadora de Cristina Fernández de Kirchner, el que manifestó que está dispuesto a derogar la Ley 27.610 de interrupción voluntaria del embarazo, el que asegura que va a eliminar el Ministerio de la Mujer, el que clona y habla con sus perros muertos pero le grita al resto con violencia.
Ahora estoy por salir de casa para regresar a la misma escuela de mi hijo, donde voto. Conservo alguna esperanza, me digo que los argentinos y las argentinas sabemos cuidar a la democracia. O eso quiero creer. En horas, lo sabremos.