La visita a los vecinos

Texto y portada: Óscar Estrada

 

Hola Camille,

 

Todo bien en casa. El gato está gordo, ya hasta busca dormir conmigo después de dos semanas de verme con desconfianza, ya somos amigos.

 

Estos días han sido muy duros, me ha tocado trabajar muchas horas, 43 en total, que para un «intelectual orgánico» —como me dijo con ironía una vez mi padre—  son demasiadas horas. Apenas he podido escribir, quizás es lo único que después de todo lamento en esta precariedad obrera. 

 

Hace unos días vino a tocar a mi puerta el vecino, Marc, el de la barba grande que vive con su hermano, también un viejo barbón. Preguntó por vos, quería hablar de flores. Le di un paseo por tu jardín mostrándoles flores de las cuales yo no sé su nombre, pero él afortunadamente los sabía. Me invitó a visitar su casa para ver su jardín de flores. 

 

No es la primera vez que Marc me invita a ver su jardín. Otras veces ha llegado en medio del bosque mientras yo pico la leña a conversar sobre cualquier cosa y a invitarme a ver su jardín de flores. Siempre es lo mismo, sonrío, converso, me tomo una cerveza con él y luego busco una excusa para irme. Aunque no me cae mal, me parece un hombre simpático y sensible, toda su parafernalia MAGA me saca de ondas. Sus banderas de «Lets Go Brandon», el dedo del centro de un maniquí de madera expuesto al inicio de su calle como señal de bienvenida no me hace sentir cómodo. Pero esta vez dije que sí iría. 

 

Durante toda la semana mantuve cierta ansiedad, como cuando tienes que ir a una cita burocrática para ver si aún estás vivo, o como cuando vas al dentista. Durante el día contemplé incluso alguna excusa para no ir. Mi agorafobia y mi tobillo torcido me dan buenas razones. ¿Recordás que te comenté como hace dos semanas me torcí el tobillo saliendo de una fiesta diplomática en Tegucigalpa? Pues ya está mejor, casi no duele.

 

Tomé dos cervezas de la refri y me fui a casa de Marc. Después de haber pasado todo el día escribiendo un artículo sobre los ciclos de la historia quería salir a refrescar la vista un poco. Llegué a casa sin problemas al caminar. Su casa no tiene puerta de entrada, se entra por el patio. Grité un par de veces llamándolo y finalmente fui a la parte de atrás, a donde encontré a Marc de pie debajo de las escaleras.

 

Fue muy amable conmigo, alegre de recibirme. Abrió la cerveza que le llevé y me mostró su hermoso jardín de flores. Es muy pequeño, pero se nota que está cuidado con mucho amor. Su conversación sobre los hábitos de las flores y la velocidad de las luciérnagas me encantó. Luego me invitó a fumar mariguana.

 

Una de las razones que le dije que iría era para recoger algo de mariguana. Yo no la suelo fumar, como sabés, pero le dije que podría compartirla con Owen cuando viniera. Entonces me mostró sus plantas de mariguana, cinco en total, contándome que no sabe por qué este año han crecido menos que el año pasado, que quizás fue la lluvia  —que ha sido mucha este verano—  o el tipo de semillas que le dieron. Luego de un rato de fumar en una pipa hecha por él me invitó a entrar a su casa.

 

Allí estaba su hermano, no sé cómo se llama. Marc ya me había dicho que al hermano lo operaron extrayéndole la próstata y que andaba en pañales. Me lo dijo con algo de humor, con esa sonrisa medio incómoda que tiene. Cuando entré a la casa fue lo primero que oí. El hermano comenzó a explicarme cómo hace unas semanas le extrajeron la próstata y ahora tiene que usar pañales porque no para de orinar, que al extraerla hay que volver a entrenar los músculos y eso toma mucho tiempo, que lleva ya como 300 pañales desde que lo operaron.

 

Era incómodo estar allí, en aquella sala con un hombre en pañales. Luego reparé en lo que estaba haciendo, tenía frente a sí una máquina para calcular milimétricamente la línea recta de una flecha. A su lado había unas 10 flechas que él ha hecho, que usa para cazar. Perfectas, con un filo ancestral. Yo le pregunté que cuánto se ahorraba haciendo sus propias flechas, cómo 1000 dólares al año, me dijo. Es muy difícil hacerlas. Mencionó algo de lo importante que es para el alma tener un hobby, algo que ames hacer más allá de trabajar por dinero. Él hace flechas, su hermano las usa.

 

Comencé a poner atención en la sala. En la pared de enfrente, esa casa no tiene puerta de enfrente, es una pared todo, hay una serie de 10 transformadores de paneles solares sincronizados que llevan energía a una batería enorme, en medio de la sala hay dos enormes hornos industriales de leña que usan para calentarse en invierno. Todo en aquella casa está preparado para el apocalipsis. En el otro extremo de la sala hay una pared repleta de cabezas de venado con cuernos enormes.

 

Marc comenzó a explicarme cómo toda la carne que comen, él la caza. Ese es su hobby, dijo, su forma de conectarse con el universo. Yo entendí bien a lo que se refería, esa conexión primaria que existe en la gente de montaña adentro, que viene desde hace muchos años, de antes que comenzáramos a contar el tiempo, que nosotros, citadinos posmodernos, no logramos entender. Yo vi la flecha y solo se me ocurrió comentar cómo, de dónde yo venía, nadie caza.

 

 —Allí tenés que cuidarte de no ser cazado más bien—, comenté.

 

La conversación a ese punto comenzó a girar a lo político. Fue divertido cómo el hermano en pañales lo primero que me dijo fue: «no quiero meterme a discutir sobre política» y luego procedió a explicarme cómo Joe Biden es el causante del cambio climático. 

 

No hago justicia a sus argumentos, suena chistoso pero cuando él lo explica suena realmente convincente. Tiene muchas pruebas en su argumento, aunque no vi ninguna, pero él dijo que las tenía, así que le creo.

 

Lo más que pude lograr en mi intervención fue que entendiera que la verdad, no importa ahora saber quién es más culpable, «ya está el mal hecho» le dije. Mientras todos paguemos lo justo estará bien, todos lo merecemos. Allí Marc me dijo que sí, que si todos en el planeta nos morimos, a él no le importa morirse.

 

Obviamente la conversación con ellos iba a terminar siendo apocalíptica. Aquí hay dos hermanos que viven preparándose para el fin del mundo desde hace 100 años. Esa casa es una fortaleza. Del tema de la conversación pro MAGA pasé a hablar del otro artículo que estoy escribiendo para el San Francisco Chronicle, sobre «los hondos».

 

Le conté brevemente la historia de Valle de Siria a San Francisco, en Honduras, la destrucción ambiental, la falta de tierra para la agricultura y ellos, que son hombres de la tierra, comprendieron perfectamente que el único camino que tenían «los hondos» era Estados Unidos, que ellos, al enviar remesas hechas con dinero de la droga en la calle retornaban, de una manera postmoderna, los recursos que Estados Unidos les quitó desde antes de  haber nacido.

 

Entonces volvimos al gobierno. La política migratoria no funciona, el medio ambiente se está destruyendo sin control, las calles están repletas de adictos de fentanilo, todo está destruido, nada funciona: era como un desglose de los tópicos principales de Fox News. Y todos los fuimos abordando poco a poco. Como yo también soy apocalíptico pude incluso resonar con sus temores. Sienten que ellos aportan más al sistema que lo que el sistema les aporta a ellos, check; que si no existiera el gobierno ellos podrían sobrevivir sin ser molestados, check; que no hay problemas en que la gente quiera ser como sea, hombre o mujer, mientras ellos no sean obligados a pagarlo, check. Aquí traté de explicarles cómo si se dejaba al bolsillo de cada quién los ricos seguirán haciéndose las cirugías que quisieran y los pobres no podrían, que lo que estaban haciendo realmente era diciéndole a los pobres que ellos no podían ser lo que quisieran…

 

Intenté explicarles que su «horrible condición», esa que ellos ven tan vívidamente, que sienten les oprime hasta el hastío es, sin embargo, mejor que el infierno que viven la gran mayoría de personas en el mundo. Marc cerró el tema diciendo que a él no le importa el resto del mundo, que está hablando de allí, en ese lugar, en ese momento.

 

Claro que odian a la gobernadora de Massachusetts. Claro que están convencidos que Joe Biden es lo peor que le ha pasado a Estados Unidos y que el mundo estaría mejor si Donald Trump fuera el presidente. Exactamente el argumento que dicen los demócratas pero al revés. Entonces llamé su atención y les pregunté. ¿En serio creen ustedes que con Donald Trump estaríamos mejor? Inmediatamente cambiaron de semblante. 

La conversación siguió alrededor de la caza, Marc mostrándome las pipas que hace, tiene una hecha con el diente de una marmota, las libélulas  —tiene una obsesión con las libélulas y su destreza—  y la firme convicción de que no importa quién gane las próximas elecciones, vamos a estar todos igualmente jodidos. 

 

5 de agosto de 2023.

Sobre

Óscar Estrada (San Pedro Sula, 1974) es escritor, guionista y periodista hondureño. Fundador de Casasola Editores. Ha publicado las novelas Cuando el río suena (2022), El pescador de sirenas, la vida poética de Juan Ramón Molina (2019) e Invisibles, una novela de migración y brujería (2012); la colección de cuentos El Dios de Víctor y otras herejías (2015), y los libros de crónicas  Héroes y villanos del golpe de Estado (2022), Tierra que vivo (2020) y Honduras, crónicas de un pueblo golpeado (2013). Es autor además del libro Tierra de narcos, como las mafias se apropiaron de Honduras, que será publicado en su segunda edición por Grijalbo en 2022. Como guionista ha trabajado en los largometrajes para cine La condesa (2020), de Cabezahueca Films; Operación Navidad, Como el xocolatl y El monstruo de San Judas de Guacamaya Films; así como varios guiones para televisión y radio.

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