Miles de personas se acumulan cada día desde hace tres meses en la capital hondureña para descansar unas horas y tomar un poco de aliento. Son migrantes que buscan llegar al norte de América como miles de hondureños que huyen de los desastres comunes: violencia, dictaduras, hambre, vulnerabilidad ambiental, estados fallidos. Desde Haití, Cuba o desde el continente africano viene esta ola que pasa desapercibida para muchos en un país que también ha colapsado.
Comayagüela, la ciudad gemela de Tegucigalpa, flanqueada por mercados, un tráfico infernal y una violencia descarnada, es también el escenario del frenético tránsito migratorio de personas de Haití, Cuba y del continente africano. La migración caribeña y africana avanza con velocidad por Honduras porque este solo es un territorio de tránsito hacia su destino último: Estados Unidos o Canadá.
La organización Médicos Sin Fronteras desde hace tres meses da atención médica y psicológica primaria a un ritmo de cien personas diarias, es la única a la que parece importarle esta ola silenciosa de migrantes que pasan por un país que también expulsa a su gente.
Ronel lleva dos meses viajando por América Latina desde que salió de Chile donde vivió y trabajó por cinco años en las plantaciones agrícolas cosechando arándanos y frutilla por unos 1000 dólares mensuales para poder enviar dinero a casa en Haití, donde su esposa y sus cuatro hijos aún viven. Este viaje al norte, para Ronel, termina bien al norte: en Canadá —aunque por miedo no dice dónde exactamente, y vuelve a decir que su destino es Canadá— donde desde 2012 vive un primo que lo espera. Con un español que se pierde con facilidad entre el francés y el creole, Ronel cuenta que su anhelo final es encontrar una vida mejor y reunirse con su familia, porque para Ronel que ha cumplido los treinta años, como para los demás haitianos que transitan con frenesí por Centroamérica, volver a Haití no es un opción. Ronel viaja con un grupo que se juntó entre Perú y Bolivia, procedentes de Chile y Brasil.
Edlin tiene veinticinco años y ocho meses de embarazo, y desde hace cinco días camina con los pies hinchados, redondos de tanto andar y cargar con el peso de dos. Ronel hace de traductor, y es él quien explica que Edlin no habla español, en francés ella pide que no le tomen fotos, y se ríe —un poco de vergüenza o de cansancio, quién sabe—, se ríe y se cubre el rostro con las manos en señal de desaprobación a las fotografías. Una media hora después, su pareja ha vuelto, trae una sopa de res que al probarla, a Edlin no parece gustarle del todo, y vuelve a reír, esta vez parece que en complicidad con otra mujer haitiana: Susana, que también ha probado la sopa y que carga una niña en sus piernas. Parece que las dos mujeres hablan en francés sobre la sopa, de su sabor, y hacen muecas .
Susana de 29 años y su compañero, Junior, de 33 años, se conocieron en Brasil, esta pareja de haitianos viaja con su hija de dos años. Hace cuatro años que Junior abandonó Haití para buscar una vida distinta, una vida lejos de ese lugar donde «no es bueno para vivir», explica Susana con la pequeña Landinaica en sus piernas.
Las cifras haitianas de 2021, reveladas por Naciones Unidas, están lejos de ser alentadoras: «Alrededor de 4,4 millones de personas (es decir, casi el 46 % de la población) padece inseguridad alimentaria, lo que incluye 1,2 millones de personas que se encuentran en niveles de emergencia y 3,2 millones de personas en niveles de crisis. Se estima que 217,000 niñas y niños padecen desnutrición moderada o grave». El último terremoto de 7.2 grados ocurrido el 14 de agosto de 2021 y con su epicentro a 125 kilómetros de la capital Puerto Príncipe, dejó al menos unas 2246 personas muertas y más de 12,763 heridas, provocó también el desplazamiento de más de 12,200 personas. Los desastres naturales, ocurridos con mayores impactos desde 2010, son consecuencia de la degradación ambiental y el cambio climático, según Naciones Unidas.
El Instituto Nacional de Migración de México, revela que los haitianos son la población migrante con mayores solicitudes de refugio, superados solo por los migrantes hondureños, los haitianos suman 9327 solicitudes de refugio, la mayoría de estos, concentradas en Tapachula, desde donde avanza una caravana migrante compuesta por africanos, caribeños y centroamericanos que se dirige hacia el muro que divide a Estados Unidos de América Latina.
Andier tiene 37 años, es originario de Ciego de Ávila ubicado en el centro de Cuba. En Cuba, Andier estudió una licenciatura en deportes, fue deportista y entrenador de balonmano, incluso llegó a trabajar como oficial de aduanas. En 2019 partió de la isla dejándolo todo: sus hermanos, sus padres, sus abuelos. En 2020, la madre de su padre murió, y en agosto de 2021 sus abuelos maternos. Andier viaja con otros cubanos, un grupo de nueve, siete hombres y dos mujeres porque el grupo les protege cuentan todos casi al mismo tiempo. Se conocieron en Trinidad y Tobago donde Andier vivió durante dos años antes de decidir tomar la ruta migratoria hacia Estados Unidos. «Los cubanos no somos libres en Cuba, ¿por qué?, porque no tenemos libertad de opinar, libertad de pensar, no tenemos libertad de elegir a nuestro propio presidente», explica Andier en el relato de su viaje desde Cuba hasta Honduras en una ruta poco habitual para los cubanos que se van de la isla en balsa hacia Miami, pero Andier y el grupo con el que viaje luego de radicarse un tiempo en Trinidad y Tobago viajaron hacia Venezuela para subir hacia el norte del continente en un viaje que no terminará hasta que crucen la frontera hacia Estados Unidos, donde buscarán todo aquello que no han tenido hasta ahora.
Rosa de 46 años y Alexander de 50 años, son dos cubanos originarios de Holguín, comenzaron la ruta hacia Estados Unidos el pasado 26 de septiembre desde la isla de Trinidad y Tobago, con el resto de cubanos con los que se acompañan, cuentan que fueron detenidos en Venezuela durante doce días por ingresar de forma ilegal al país. Rosa y Alexander salieron hace tres años y medio de Cuba donde dejaron atrás a sus padres, hijos y nietos de la pareja. En Cuba, Alexander se dedicaba a la agricultura y a la cría de animales, Rosa era comerciante de ropa, en Trinidad y Tobago Alexander trabajó como ayudante de mecánica en una compañía y Rosa laboró en una empacadora de alimentos. Las razones para irse de su país, para esta pareja, están ancladas en la situación política cubana y las duras condiciones económicas históricas que ha vivido la isla desde el embargo impuesto por los Estados Unidos.
Con 37 años de edad, el haitiano Lalutte viaja con sus hijos dominicanos, Williams de 15 años y Paola de 13 años. Lalutte salió de Haití junto a sus padres y hermanos cuando tenía catorce años para radicarse durante dieciséis años en República Dominicana donde nacieron sus hijos mayores y de donde se marcharon debido a la insostenible situación laboral y la frágil condición migratoria de los haitianos, la familia se radicó durante trece años en Ecuador, ahí nació la tercera hija, ella se quedó en el país suramericano junto a su madre, de la que Lalutte se ha separado sentimental y físicamente. En Ecuador, Lalutte trabajó en una fábrica de alimentos por unos 500 dólares al mes.
Hace dos meses que Lalutte y sus hijos salieron de Ecuador, con apenas tres mil dólares, que se acabaron cuando enfrentaron la retención migratoria en Colombia y el cruce por la selva del Darién donde fueron asaltados en dos ocasiones y su hijo logró escapar por poco del abuso sexual de las pandillas de asaltantes y la estafa de coyotes que les cobran por hacerlos avanzar únicamente hasta cierta parte de la selva, después de eso, cuenta Lalutte, los haitianos quedan en la intemperie a merced de las pandillas que violan y asaltan. «Cuando llueve mucho las pandillas no salen, pero el río crece y te mata», narra Lalutte al recordar el paso por el Darién donde las personas que no llevan dinero son golpeadas, asesinadas y violadas. La intención de Lalutte es avanzar hacia Montreal, Canadá, donde vive desde hace un año un hermano suyo, quien también hizo la misma ruta que Lalutte y sus hijos están haciendo.
Altair Saavedra de Médicos Sin Fronteras explica que han logrado identificar que las personas migrantes que el equipo de la organización ha logrado atender se ven afectadas principalmente por enfermedades respiratorias, infecciones gastrointestinales, pies inflamados producto de la larga travesía y picaduras de insectos que les deja con enfermedades dermatológicas.