Por Yeye Balam
Buscar una casa para alquilar quizás no sea la más cotidiana de las actividades, pero tal búsqueda sí que revela ciertas cotidianidades perturbadoras, que aunque uno no repare en ellas, están allí patentes. Las últimas semanas emprendí, junto con un par de amistades, la búsqueda de una casa para alquilar (que comprar es imposible), y a medida que examinábamos ofertas, me fue llamando la atención cómo para determinadas colonias e inmuebles no faltaba como parte de la descripción un ítem resaltado como «cuarto de empleada», «cuarto de trabajadora» o «cuarto de servicio» (les invito a realizar las búsquedas por Internet y comprobarlo por cuenta propia).
Al principio pensé que se trataba de una peculiaridad de las ofertas más caras, que examinamos por pura fantasía, pero al buscar opciones más acorde a nuestro presupuesto seguimos encontrando la misma descripción incluso en casas bastante pequeñas. Lo que terminó de captar mi atención fue cuando empezamos a hacer las visitas. La primera opción que vimos fue una casa muy regular, en la colonia Víctor F. Ardón de Tegucigalpa, y quedé absolutamente impresionado cuando nos mostraron el «cuarto para empleada» de aquella casa. Llamarlo «cuarto» es un eufemismo en toda regla. Aquella pieza minúscula carecía de ventana, apenas cabría una cama unipersonal sin dejar espacio con las paredes, y el baño demandaba habilidades de contorsionista para desplazarse entre la puerta, el inodoro y la ducha. Salvaré que al menos tenía puerta entre el baño y la pieza, pero aquel espacio puede llamarse «celda» sin ningún tapujo. La bodega —ese espacio destinado para guardar chunches y calaches— era al menos tres veces más grande que el espacio destinado para la «habitación» de una persona. Sin embargo, pensé, en aquel primer vistazo que se trataría de alguna anomalía histórica de aquella casa. Las visitas sucesivas me señalaron con tristeza mi error.
Acudimos a ver otras casas en zonas aledañas, más baratas, y estas ya no tenían estas celdas, hasta que pasamos por una en Residencial Plaza. Se trataba de una casa pequeña, pero incluía la dichosa celda, similar a la primera que había visto (me rehúso a llamar «cuarto» a semejante pieza), pero ubicada afuera, junto a la lavandería. Después de pensarlo un poco, decidimos probar suerte con opciones un poco más caras por una cuestión de espacio, y entonces el tema del «cuarto de empleada» se volvió recurrente. Tras hacer diversas visitas me sorprendió no solo el hecho de que cada una de esas casas tuviera una celda, sino también la ubicación de la misma dentro de los inmuebles: todas aisladas de la construcción principal, a la par de la lavandería. Tras varios días de visitas, la experiencia me ha hecho ruido en la cabeza y me encontré en la necesidad de pensarlo en texto, a modo de reflexión.
Primero reparé cómo en nuestra cultura se ha asentado la idea de que si vivís en una casa de determinado tamaño o ubicación, lo más probable es que «vas a contratar a una empleada». Y en este pensamiento la cabeza me chilló. No solo porque se está dando por sentado que la «empleada» ha de ser mujer, sino porque ha de ser una mujer venida del interior del país y con escasa escolaridad. Entonces reparé en que es necesario que existan las condiciones de pobreza que obliguen a que en el interior del país haya una población femenina empobrecida y escasamente escolarizada, vulnerable, cuya única «oportunidad de empleo» es el trabajo doméstico en condiciones de irregularidad legalizada (el Código del Trabajo excluye explícitamente a «los trabajadores de oficios domésticos en habitaciones o residencias particulares», en su artículo 48), en una cuasi-esclavitud, sin jornada laboral definida, sin contrato, con salarios de hambre y enclaustradas en celdas que estarán dentro de la propiedad, pero afuera de la casa. Y es que para que las empresas constructoras conciban en sus diseños que los inmuebles deben tener una celda para una futura mujer a explotar hace falta tener certeza de que las condiciones del país van a proveer de esa mano de obra explotable. No puedo entender semejante acervo cultural si no como fundamentalmente perverso.
Espero no se me malinterprete, que no quiero decir con esto que esté en contra del trabajo doméstico remunerado, sino que existen causas estructurales en nuestra sociedad que tienen por objetivo garantizar la reproducción de un sector poblacional femenino al que explotar en el trabajo doméstico. Porque claro está, si se tomaran medidas efectivas para garantizar una escolarización adecuada y una infraestructura eficiente, entonces toda esta población tendría muchísimas más oportunidades de empleo y de desarrollo, lo que a su vez implicaría una disminución de la mano de obra disponible para el trabajo doméstico, ergo, una mano de obra más cara y con más oportunidades para demandar sus derechos (situación, claro está, que se extiende a muchos otros gremios de servicios manuales).
También reparé cierta objetificación implícita que se presupone sobre estas mujeres. Las ofertas de las inmobiliarias separan en las descripciones las «habitaciones», que serán ocupadas por las personas de la «familia», y el «cuarto de empleada», para alojar a esa trabajadora que ni es familia ni es persona, en concordancia con ese hecho que ya he mencionado de que la celda aunque esté dentro de la propiedad, está afuera de la casa. La empleada ha de terminar su jornada laboral para almacenarse en su claustro, mientras las demás personas del hogar descansan en sus relucientes habitaciones. La empleada no es una sujeta que deba estar en la casa sino para trabajar, y concluidas sus labores debe resguardarse de no entorpecer la impoluta estética del hogar en el que trabaja, pero no vive, pues una persona que trabaja de sol a sol ¿qué oportunidad puede tener de desarrollar su vida? Todo lo contrario, su vida es completamente enajenada por unos pocos lempiras, y si sale de semejante prisión, lo hace sin indemnización alguna, como ha quedado patentísimo para miles de trabajadoras que fueron suspendidas a causa de la crisis del coronavirus.
Me resulta escandaloso como en nuestro acervo cultural esto es lo normalizado, no reparamos en la injusta impronta que dentro de tal normalidad propiciamos en contra de un gremio que, literalmente, se deja la vida con su trabajo. Cuando leemos en los anuncios «cuarto de empleada» entendemos que debe tratarse de un cuartito aislado y minúsculo para que «la trabajadora duerma». Ya es tiempo de cambiar tal concepción, debemos sumarnos a las voces y las luchas para que se reconozca a las trabajadoras domésticas no como «la muchacha» o «la señora» a la que «se le hace un favor», sino como las personas que son, ofreciendo un servicio por el cual, como por cualquier otro servicio, deben cobrar un salario digno, cumplir jornadas justas, y vivir con dignidad, donde sus centros de trabajo no sean más prisiones con celda asignada. Y como el trabajo permanecerá, que además de que sus derechos laborales sean considerados en la ley, como es justo, también se obligue a los empleadores que quieran a sus empleadas en casa a proveerles de una habitación, porque una celda en la que encerrarse por la noche es la manifestación patente de gastar la vida en una prisión, y tal injusticia no puede seguir siendo tolerada.
2 comentarios en “De las trabajadoras domésticas y sus prisiones”
Muy buena lectura, lo comparto, hace un tiempo escribí sobre el trabajo de las trabajadoras domésticas, mas desde mi perspectiva feminista, gratitud por traer este tema a lo público.
hace unos años elabore un estudio sobre trabajo doméstico una parte era las condiciones de sus cuartos, imaginen en La Esperanza con el Frío que hace ni ventana tenían solo un hoyo, y que los patrones se bañan con agua caliente y ellas no, o que no les permiten comer en el comedor o la cocina, que las contratan para limpiar la casa pero eso incluye hacer de niñera, jardinera,cocinera y hasta bañar y pasear al perro, trabajan muchas desde las 4 am hasta la 10 pm o mas !