Honduras supera las 2,675 muertes por Covid-19, en un escenario complejo: la atención de una pandemia para la que no estaba preparado. Con esto, el país rinde tributo a la memoria de las personas que ya no están entre nosotros en el Día de muertos —para muchos— el más doloroso que jamás vivieron.
Texto y fotografías: Martín Cálix.
José Sosa Sevilla de 39 años, vende dulces y agua en el parque central de la capital hondureña. El día de muertos ha llegado para coronar a su madre en el anexo del Parque Memorial Jardín de los Ángeles, ubicado en el kilómetro 14 en la carretera que desde Tegucigalpa conduce a Olancho.
Ha traído objetos que va colocando alrededor y sobre la cruz con el nombre de su madre: Consuelo Sevilla, fallecida a los 80 años el pasado 26 de junio en el Hospital Escuela Universitario, luego de no poder superar el dengue y posteriormente la Covid-19.
Los objetos con los que José ha construido un altar en la tumba de su madre son un recuerdo de la boda de su hermano mayor a la que su madre ya no pudo asistir, dibujos que ella hacía, la biblia que leía y una guitarra de juguete que otro de sus hermanos hizo, una para cada miembro de toda su familia.
Los últimos cuatro meses ha sido un tramo oscuro en la vida de José, quien reconoce que después de la muerte de Consuelo ha estado en una depresión profunda que le ha quitado incluso el apetito.
«Éramos muy unidos, comíamos juntos, leíamos la biblia y me predicaba», explica. Su madre y él estudiaban la biblia y predicaban juntos el evangelio, José —quien vive en Ciudad España, un barrio periférico de la ciudad de Tegucigalpa— todavía asiste a «La Profecía», la iglesia evangélica a la que su madre también asistía.
Con paciencia, acomoda piedras alrededor de la tumba, y cada que se acerca vuelve a ver la cruz de madera con el nombre de su madre, este gesto lo ha hecho cada que se acerca y acomoda una piedra nueva alrededor del cuerpo enterrado de su familiar. Luego se sienta y contempla la tumba en medio del llanto que no puede evitar. José encuentra consuelo en su espiritualidad evangélica y lo deja todo en manos de Dios.
En el anexo del Parque Memorial Jardín de los Ángeles, Jaime Amador y su hijo coronan a Juan Ramón Ramírez, padre de Jaime, quien murió el 20 de junio a causa de una neumonía según su hijo en el Hospital Escuela Universitario. La médica que le notificó a Jaime la muerte de su padre le explicó que murió bajo sospecha de haber contraído la Covid-19 pero él asegura que las pruebas siempre dieron resultados negativos.
A Juan —como a todas las personas que han fallecido durante los meses de la pandemia— le aplicaron el protocolo para personas que fallecen por Covid-19, este protocolo obliga a los familiares a enterrar a sus muertos inmediatamente después de su muerte, lo que afecta uno de los pasos importantes en todo duelo: el velatorio de cuerpo presente, ese último adiós que durante este año se ha visto interrumpido, provocando una sensación de vacío y un mayor dolor en las personas que tuvieron que asumir las medidas de bioseguridad por temor a provocar mayores contagios.
Jaime, aunque no tenga el apellido de su padre, recuerda sus enseñanzas, los valores morales que se convirtieron en su legado, un legado que ahora intenta transferir a su hijo adolescente que desde su smartphone hace una foto de la tumba de su abuelo.
Albertina y su hijo Francisco ha llegado hasta el Parque Memorial Jardín de los Ángeles, para rendir tributo en el sepulcro de su esposo y padre de sus siete hijos. Vicente falleció a los 70 años el pasado 10 de julio en el Hospital María.
Para Albertina la vida no fue fácil, cuenta , primero su madre falleció cuando ella tenía 6 años y luego falleció su padre cuando ella tenía 11 años, a los 15 se casó con el padre de sus hijos, Vicente entonces tenía 21 años. Lo recuerda como un buen hombre y un buen padre, ahora enciende cuatro veladoras que a pesar del viento que corre no se apagan, una mujer que observa esto dice que el esposo fallecido de Albertina necesita luz, y ella también lo cree: que su esposo fallecido necesita luz y por esa razón las cuatro veladoras resisten encendidas el viento.
La municipalidad de Tegucigalpa ha puesto café y pan a disposición de las personas que llegan a coronar a sus muertos este 2 de noviembre, y durante los últimos quince días estuvieron limpiando los cementerios, pero esta labor quedó inacabada, la razón se debe a que la mayoría de los trabajadores en labores de limpieza de los cementerios municipales contrajeron la Covid-19, esto lo cuenta Suyapa Guillén, quien en sus palabras es «microempresaria de chapeo», que parece ser el eufemismo con el que la Alcaldía del Distrito Central se refiere a los empleados de limpieza de los cementerios municipales.
Estos microempresarios de chapeo como Suyapa ganan unos 18,000.00 lempiras mensuales, de donde deben costear la compra y mantenimiento de herramientas de trabajo y el pago de empleados que están bajo sus órdenes, lo que a Suyapa le deja apenas unos 5,000.00 lempiras. En cambio, Donadín Fuentes, Gerente del Departamento de Orden Público de la alcaldía capitalina afirma que a los empleados de limpieza en los cementerios municipales la alcaldía les provee toda herramienta de trabajo y sus implementos de bioseguridad.
Suyapa contrajo el virus y lo confundió con una gripe común, y durante un mes —cuenta— estuvo enferma, soportando dolor de cabeza y fiebre. La prueba para Covid-19 le dio negativa, pero luego de que en su casa todas las personas contrajeran el coronavirus está convencida que la enfermedad «no es de juego».
La cifras avalan la conclusión de Suyapa. Honduras ha reportado entre el 30 de septiembre y el 1 de noviembre un aumento de 21,312 contagios, llegando a la cifra total de 98,212 personas que desde marzo a noviembre han contraído la Covid-19, según las cifras oficiales del gobierno hondureño en su página web covid19honduras.org.