Arnulfo, de sesenta y seis años, llegó el 1 de mayo, para trabajar en su puesto de cerrajería en la calle principal de la colonia San Miguel —uno de tantos barrios que en la ciudad de Tegucigalpa están controlados por pandillas—, pero de pronto se sintió mal, ni siquiera alcanzó a descargar su pequeña carpa en la que trabaja y con la se cubre del inclemente sol. Comenzó a sentir un calor recorriendo su rostro, sintió cómo se le adormecía el lado derecho, y entonces llamó a Laura —su pareja desde hace más de cuarenta años— para que acudiera a ayudarlo, para que lo llevara al médico. Arnulfo sufrió un accidente cerebro-vascular producido por el estrés que le ha generado enfrentar la pandemia. Ha tenido que salir a la calle a trabajar porque no tiene opción, aunque en todos lados se esté diciendo que las personas de la tercera edad no deben exponerse al virus.
Aunque no reconozca con certeza cuál pudo ser la causa, Arnulfo, habla de ese estrés que le produce la incertidumbre de un mundo sumido en una enfermedad global. «Claro que tengo miedo», explica, pero ese miedo al contagio por COVID-19 no ha impedido que llegue a trabajar. De lo que gana sacando copias de llaves depende toda su familia: una hija y sus dos nietos, su esposa, y un hijo que luego de un accidente vive con una discapacidad motora.
Hace veinte años que Arnulfo se hizo cerrajero. Por consejo de un hermano suyo, tomó lo último que quedaba de sus prestaciones luego de trabajar un año en un proyecto ligado a una empresa estatal, y juntos se fueron a Comayagüela, en búsqueda de esa máquina para hacer copias de llaves. Sin saber nada al respecto compró aquella máquina por cinco mil lempiras. En principio —cuenta Arnulfo—, el hermano que lo convenció de hacerse de aquel artefacto de copiado de llaves se iba a asociar con él, pero conseguir una cartera de clientes en ese negocio, dice, no es fácil, y desanimado terminó dejándolo solo. El primer año no hubo mucho: a veces volvía a casa con cuarenta lempiras y muchas otras con nada, ni siquiera hacía para la gasolina, y así han pasado veinte años, el negocio ha tenido sus altos y bajos.
Durante todo el periodo de la cuarentena decretada, por el gobierno hondureño, hace ya tres meses, el único momento en que Arnulfo se ha quedado en casa ha sido el periodo de veinte días en que guardó reposo después del accidente cerebro-vascular que sufrió, pero la necesidad de sostener a su familia lo ha puesto de nuevo en marcha, y sigue llegando a su pequeña cerrajería a pesar del coronavirus, a pesar de la posibilidad de una recaída en su salud.
Arnulfo es un hombre de la tercera edad que se sobrepone con fortaleza a los vaivenes de la pandemia.
3 comentarios en “El cerrajero de la San Miguel”
Arnulfo Hernandez es mi tio abuelo, y tanto yo como toda nuestra familia nos sentimos orgullosos de el y de su espíritu tan trabajador que logra sobreponerse a toda dificultad. Muchas gracias por este reportaje.
Un orgullo para la familia, nuestro querido ñufo. Felicidades por este reportaje.
Un hombre honesto luchador incansable
Padre ejemplar responsable honrado y muy buen vecino en nuestra comunidad.