Tras el avance mundial de la pandemia por COVID-19, los deportistas de todas las disciplinas han debido adaptarse a una realidad de encierro y medidas de bioseguridad, y convivir con la autoexigencia de no perder ritmo y forma deportiva. Para muchos en el mundo, el deporte que practican es su trabajo, pero para otros aunque forma parte integral de sus vidas, las condiciones de adversidad económica y logística de sus países y sus federaciones, no les permite vivir del deporte. Eso sucede en Honduras, donde los deportistas de otras disciplinas —que no es el fútbol— han tenido siempre que arañar presupuestos mínimos y seguir en el olvido institucional y mediático.
«En México, hacían fila para que nosotros les firmáramos autógrafos porque éramos seleccionados nacionales de otro país, aquí te dicen “caete con el phone” y vos “dale pues”», cuentan entre risas los hermanos Víctor Zepeda y Diego Zepeda, miembros del equipo nacional de taekwondo, mientras comparan cómo es ser un atleta en Honduras con el trato que les han dado en el extranjero.
El taekwondo como deporte olímpico no fue reconocido hasta los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, a casi medio siglo de su incorporación como arte marcial en Corea del Sur, por el General Choi Hong Hi, en 1955.
Confinados por la expansión de la COVID-19, Víctor y Diego entrenan en la sala de su casa, se conectan al zoom todas las mañanas con otros compañeros del equipo nacional de Taekwondo, y siguen las instrucciones del entrenamiento. Por las tardes, realizan una rutina de ejercicios donde se suma el resto de su familia: José —el mayor de los tres hermanos— e Isabel, madre y guía de esta familia.
Con doce y quince años, comenzaron a entrenar, y desde ahí no pararon. Los hermanos reconocen que sin el apoyo incondicional de su madre no habría carrera deportiva. Desde 2010, Víctor y Diego, son cinturón negro, una de las categorías más alta de la disciplina.
Mientras los encuentros deportivos y las actividades masivas sigan dentro de las prohibiciones levantadas por el gobierno hondureño, como intento de frenar la pandemia en el país, Víctor y Diego —así como el resto del equipo nacional de taekwondo—, avanzan por un estrecho camino de incertidumbre, pero sin paralizarse, sabiendo que deben conservar la disciplina que los mantiene en ritmo, «porque cuando esto termine las competencias se van a reactivar y todo mundo debe estar en forma», explican.
Isabel, quien no ha salido desde que la cuarentena comenzó en el país, crió a sus tres hijos luego del fallecimiento de su esposo, con su salario de maestra. Sus hijos se convirtieron en ingenieros civiles —dos de ellos en deportistas—, siguiendo el camino del padre. «En otros deportes no estudian y con el tiempo hasta llegan a ser diputados. La gente cree que todos los deportistas somos iguales, que somos tontos», dicen.
No ha resultado fácil, crecer con la violencia de este país, practicar un deporte casi invisible para las instituciones correspondientes, y además egresar de una ingeniería. Pero Víctor y Diego —a quien ya le falta poco para terminar sus estudios universitarios—, lo han logrado, y hoy también sueñan con echar andar el proyecto de la academia de Taekwondo,propiciar una nueva generación de deportistas mejor que ellos, confían.
Están conscientes del cambio que implica la vida después de la COVID-19, pero lejos de las adversidades, Diego, explica que para ellos es una oportunidad, «de adaptarse al cambio», dice. Así parece que los deportistas siempre están en movimiento, en este caso es un movimiento que parece implicar un prever del futuro, augurar el cambio: «van a quedar atrás los que no tengan la capacidad de adaptarse, porque quizá antes estabas en una zona de confort donde todo fluía, y ahora tenés otras complicaciones».
Mientras tanto llega ese futuro, continúan entrenando frente al televisor, en medio de los sofás y el juego de comedor de la sala de su casa.