—¿Y qué piensan de la crisis?, ¿creen que se va a solucionar pronto?
—No, esto va para largo.
Karla y Obed están convencidos de que la actual crisis sanitaria provocada por la expansión mundial del COVID-19 se va a extender por mucho más tiempo, ¿cuánto? no quieren pensarlo. El gobierno ha dicho que, al menos, hasta el 12 de abril se va a extender el toque de queda que ha calificado de absoluto, aunque casi nadie lo ha cumplido, quizá porque la realidad hondureña no lo permite.
Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), la pobreza en Honduras ronda el 62% de la población. Al cierre de 2019, el Foro Social de Deuda Externa y Desarrollo de Honduras (FOSDEH) indicaba que existía una tendencia hacia la alza del subempleo, la cifra se ubicó en 60.6%, y el desempleo en 5.7%, quizá estas sean las cifras que no permitan que las personas se guarden en casa y respeten el toque de queda absoluto. El contagio y la tasa de mortalidad en Honduras por COVID19 es alarmante, en dos semanas de 172 casos confirmados 10 personas fallecieron, y aun no conocemos el número exacto de pruebas con las que cuenta el estado hondureño para detectar la enfermedad a tiempo.
Karla y Obed, casados hace poco más de 20 años, trabajan en el mercado de la colonia Kennedy de Tegucigalpa, Karla «La Negra» vendiendo comida y Obed vendiendo pan. Pero después del estallido de la crisis sanitaria en el país a Karla no le ha quedado otra alternativa que ayudar a su esposo en la venta de pan, porque ahora ya no puede vender comida, porque no la dejan, porque cerraron los comedores del mercado. Los militares y la Policía Nacional también han cerrado la calle principal del mercado, «porque la gente se acumula mucho» explicaba un oficial de policía, aunque «cerrar» sea un eufemismo para decir que han sacado a los vendedores de sus lugares naturales de venta, quienes se han movido hacia la cuadra de al lado, porque deben seguir vendiendo.
—Y ustedes, ¿siguen vendiendo a precio normal?
—Sí… nosotros estamos vendiendo como para ganar un poco uno, y un poco el pulpero.
Este matrimonio de vendedores —como muchos vendedores que dependen de la venta diaria— no puede quedarse en casa, con tres hijos: dos en escuela (4to y 6to grado) y una en secundaria, las necesidades del hogar pasan por el sostén de los hijos y la seguridad de que estarán bien. Todas las mañanas llega un microbús a dejarles el pedido de pan. Para que esto suceda deben pagarlo desde el día anterior y asegurar de esta manera que van a seguir recibiendo el surtido diario. En mitad de la pandemia, la panificadora a la que le distribuyen el producto prioriza a los distribuidores que paguen anticipado, de otra manera Obed y Karla se quedarían sin vender, y esto es algo que no pueden permitirse. Las reglas han cambiado, antes era más sencillo, no tenían que pagar el producto con anticipación.
Quienes ahora han podido salir a comprar comida «son los que tienen un trabajo fijo», dice Obed, «los que reciben un salario mensual». Sin embargo, ese número de personas se ha reducido radicalmente en las semanas de distanciamiento social por la emergencia por COVID19 en Honduras luego de que al menos tres empresas maquiladoras en el norte del país suspendieran por 4 meses a sus empleados sin goce de salario, mientras que otras empresas, con el visto bueno de las autoridades estatales han arrebatado el derecho de vacaciones a sus empleados con tal de no despedirlos tras la paralización de labores.
Karla es más dura con lo que sucede, ella cree que la crisis se ha politizado, que los nacionalistas, simpatizantes del partido en el poder, únicamente apoyan a los suyos, y piensa que es injusto que les pidan quedarse en casa porque si no trabajan no podrán llevar comida a sus hogares. «La Negra» —como le dicen— se muestra molesta con el sistema de salud, dice que no sirve. Hace un tiempo a su esposo no le pudieron atender bien en el Hospital Escuela, por falta de medicamentos para la presión, y ella tuvo que comprarlos.
Por ahora en la colonia donde viven: Las Palmas, explica Obed que aún están abastecidas las pulperías, pronto esta situación podría cambiar, y lo primero que aceptan es que todo se ha encarecido. Incluso en el mercado donde trabajan, los precios se han disparado. Temen que haya saqueos, están seguros de que el hambre llevará a la gente a buscar opciones más violentas para resolver sus necesidades. Mientras el país se mueve en esa frontera entre la estabilidad de la crisis y la profundización hacia un estallido mucho más agudo en términos de protesta social y respuesta del gobierno, los vendedores del mercado de la colonia Kennedy —como los vendedores de todos los mercados— que dependen de sus ventas diarias, seguirán llegando a sus puestos de trabajo, exponiéndose al contagio.
—Si uno de ustedes dos se contagia ¿están preparados para asumir la enfermedad en casa?
—Pues sí aquí es estar encerrado, porque al hospital qué va a ir a hacer, a perder el tiempo.
«Ahorita todo es coronavirus», sigue explicando Obed, «ahorita ya no hay gripe, ya no hay tos, asma, dengue, no… coronavirus». Sobre el futuro, sobre si vamos a ser distintos cuando esto —aunque ahora parezca lejano— termine, Obed y Karla piensan que en Honduras solo habrá más desempleo, más pobreza.