Con la voz de los muertos

Caronte: pienso ahora en Caronte.

Ha pasado un año desde que conocí a Tomás –un pescador que ya no pesca– en Playa Blanca. Tomás vive en el sur, mucho más al sur de todos los puntos cardinales. Allá en el Golfo de Fonseca, donde se desdibuja Honduras. Ese punto incómodo que se llama Amapala. Hace un año subimos a una lancha pequeña, una lancha pesquera en dirección a la isla de los muertos. Subimos con él para que nos llevara a la isla de los padres, dice también que así se llama: la isla cementerio de Amapala.

Es inevitable no pensar en Caronte, cuando escuchamos el relato de Tomás, un relato que flota cercano de la tradición, cercano de la mitología. Nos describe el cortejo fúnebre: las lanchas que recorren la franja angosta de agua, llevando al ataúd, llevando al muerto al inframundo, cuidando los detalles, que no vaya a ser posible que su alma quede errante en el Océano Pacífico.

Diez minutos nos hacemos en llegar hasta la isla de los muertos. Poco hace más de cien años desde que la isla hace de cementerio. El tiempo ahí parece como inflarse, como si ya no importara. Lo único que importa es el sonido del agua en una playa llena de conchas de mar. El aire que hiperboliza lo salado, la carne que se nos pone roja. A Tomás su piel le conjura la tonalidad rojiza –pero más profunda– de los hombres de mar, de los pescadores. La dureza y la ternura que se funden en ellos, gravita en sus miradas, en la ausencia de una conversación extensa y no se sabe si para ahorrar las palabras como si alguien acaso pudiera. Duda, camina –anda, digamos– como pensando en algo importante, algo que sólo los pescadores conocen.

–Hace como cinco años vino una lancha de Amapala a botar todas las cruces.

Tomás habla cortando las consonantes que suelen habitar en el final de algunas palabras, como las cosas que se pierden sin explicación. Quizá sea el mar que se las traga, en el sur uno puede hacerse hipótesis tan alejadas de toda explicación que pueda ser racional para entregarse a la ficción del relato. Cuando Tomás dice Amapala en realidad quiere decir la Isla del Tigre. Isla del Tigre es el centro político del municipio, de este antiguo puerto venido a menos que alguna vez –cuenta la leyenda– fuera visitado por Albert Einstein.

Dice Tomás que Alfredo Saavedra –diputado del Partido Liberal por el departamento de Valle– habría sido el responsable de mandar a destruir las cruces del cementerio en 2011. Saavedra fue presidente del Congreso Nacional tras el Golpe de Estado en junio de 2009.

Las comunidades de El Zope y de Playa Blanca –comunidades que han sido las protectoras de la isla cementerio– se unieron para defenderla, para recuperar las cruces, para proteger a sus muertos.

La isla cementerio, la isla de los padres, la isla de los muertos figura en las actas oficiales como Isla Jacobo Corea.

Dice Tomás que a Corea –quien era líder comunitario– lo secuestraron, y se lo llevaron con la intención de asesinarlo en esta isla porque se opuso a cederla a un consorcio hotelero. Pero Tomás no recuerda con exactitud cuándo es que todo esto ocurrió y quiénes estuvieron implicados. Una constante en la memoria de las comunidades es el olvido espacial de los hechos. Cuentan muchas cosas, pero siempre existe un halo de duda sobre cuándo es que estos hechos ocurrieron. Es por eso que la ficción y la realidad parecen mezclarse en una masa de cosas inconclusas.

Cuando se suele pensar en el mar se piensa también en la comida que éste nos provee, pero en octubre de hace un año la temporada de pesca era baja. Los pescadores como Tomás cuentan que antes era mejor, que antes el mar era de ellos, que antes no habían empresas que marcaran con líneas ficticias en qué lugar sí se puede pescar y en que lugar no. Tomás dice también que los barcos pesqueros no les dejan nada a ellos. Al cabo de varias horas haciendo lo que muchas generaciones de pescadores artesanales antes que ellos hicieron, los pescadores actuales de Playa Blanca regresan apenas con unos cangrejos pequeños, que serán usados para la sopa, una sopa de cangrejos y tomates, acompañada con tortillas. La cena carece de aquello que antes abundaba: los mariscos. Entonces la sopa se convierte en un símbolo que habla del olvido, del abandono, del empobrecimiento, de la lejanía que se siente en el sur.

–Por ese señor tenemos nuestra isla cementerio, donde enterramos aquí a nuestros muertos. Aquí está mi mamá, aquí tengo un tío, dos hermanos y una hermana. La mayoría tenemos familiares en esta isla. Usted mira aquí, que éstas son unas islas preciosas y sus playas, por eso los grandes llevan ese gran deseo de tenerlas.

Recientemente el gobierno hondureño anunció la inauguración de la primera Ciudad Modelo, o ZEDE, la cual estará instalándose en las islas que forman el municipio de Amapala, en el departamento de Valle. El modelo de las Zonas de Empleo y Desarrollo Económico atentaría contra la vida de las comunidades, comunidades que dependen únicamente de la agricultura y la pesca. Estas comunidades no son amparadas por el Convenio 169 de la OIT porque no son indígenas, comunidades empobrecidas, comunidades que tendrían que salir de sus hogares ante la amenaza latente de la llegada de consorcios que estarían pactando con el gobierno de Honduras la instalación de un mega puerto aduanero para abaratar los costos de transporte de mercancía que tiene como destino principal Estados Unidos.

Así lo cuenta Tomás y un grupo de lugareños que se resisten a este plan del gobierno de Juan Orlando Hernández o que se han resistido a la constante de hace muchos años de sacarlos de ese territorio para que familias poderosas tengan sus casas de playa o complejos hoteleros allí.

–Somos tres compañeros los que estamos procesados por Jorge Cassis.

Tomás y sus dos compañeros –Abel y Santos– han sido criminalizados por la defensa territorial desde el año 2015. Jorge Luis Cassis, terrateniente de la zona, pretende instalar un hotel de lujo en Playa Blanca. Pero la familia Cassis no es la única que ha expropiado de sus tierras a los habitantes de la zona de Zacate Grande –convertida ahora en península–, aquí los intereses de la familia Facussé han dejado la marca de la expropiación de tierras a los amapalinos. En 2008, durante la administración de Manuel Zelaya, el Legislativo hondureño generó el Decreto 18-2008, que otorgaría la titulación de tierras en favor de los pescadores de Amapala, pero este decreto sería obstaculizado tras el golpe de Estado de junio de 2009 y derogado en diciembre de 2010.

En la Isla del Tigre las personas se piensan desde el pasado como una fotografía húmeda, sepia, como la pintura que se descascara en las casas de madera en las que habitan. Se piensan, ellos, desde la lejanía posible sólo en lo anecdótico. Se vive con la esperanza de que Amapala vuelva a brillar como en el pasado gracias a la llegada de nuevos proyectos turísticos y la vida de este antiguo puerto sea reinventada desde la lógica de las Ciudades Modelo. En Playa Blanca, en cambio, la vida de los pescadores como Tomás transcurre en un futuro –no muy distante– que se dibuja amenazado por las ZEDE’s, por la posibilidad de la instalación de un nuevo puerto y sus proyectos hoteleros. Estos hoteles a los que Tomás dice no podrán tener acceso.

La vida de las comunidades pesqueras de Amapala parece estar muriendo frente al carácter invasor de las Ciudades Modelo, y hace pensar que de alguna manera u otra, Caronte siempre cobra sus monedas para llevarnos en su bote a través del río de la vida y la muerte, para llevarnos al inframundo, para que nuestras almas no queden errantes.

 

 

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