Era 10 de mayo, día de las madres en el Centro Pedagógico El Carmen. Un centro de rehabilitación de menores en uno de los sectores más temidos de San Pedro Sula. Entré sin problema, como que ser ciego me eximiera de todo pecado. No me registraron.
Caminé por los pasillos, escuché a la gente platicando, la algarabía. Era día de visita y los jóvenes estaban con sus madres o parejas, habían preparado un acto cultural. Sentí el olor de sustancias prohibidas. “Huele a uña”, grité. Hubo silencio.
En principio, estaba allí porque me invitaron a cantar en esa celebración. No es lo mismo cantarse unas de Arjona en la calle que en ese sitio tan mencionado en las noticias por sus motines o requisas.
Mientras avanzaba quería escucharlo todo pero también fluían las ganas de consultarle a las autoridades y personal de la institución sobre qué pensaban del nuevo tema de agenda en Honduras: la reducción de la edad punible.
El actual presidente de Honduras, candidato a la reelección de manera inconstitucional, tiene como eje central de campaña el tema de la seguridad. Honduras es uno de los países más violentos del mundo y además es un país joven.
Los medios de comunicación llevan varias semanas hablando sobre la iniciativa del presidente de reducir la edad punible de 18 a 12 años. Es parte del guion crear esta discusión durante los gobiernos nacionalistas, y ahora era necesario para aterrorizar a la ciudadanía cerca de unas elecciones irregulares.
Hecho tras hecho criminal presentado en las noticias, la mayoría cometidos por menores de edad con fusiles de alto calibre y hasta lanza granadas. Y a partir de allí las opiniones varias de sectores “importantes” de la sociedad. “Si tienen el valor de matar a 2 o 3 personas también tienen que tener valor para enfrentar una condena”, decía un pastor evangélico en un programa con gran audiencia.
Pareciera que fueran menos evidentes los 140,000 niños y niñas en condición de desnutrición crónica reflejados en un informe de Unicef o aquellos y aquéllas jóvenes que tienen que migrar porque en el país no hay empleo, o la mendicidad en la cual se encuentra sumergida la niñez del país y en la multiplicidad de carencias con las que cuentan los centros de internamiento de menores infractores de la ley.
Pero hablar fundamentados en estadísticas es perderse por completo la realidad y más cuando la vida te empuja a tal privilegio no solo para conocerla si no para contarla.
Era fijo que no estaba dispuesto a quedarme con las ganas de preguntar qué estaban pensando en el Centro El Carmen, qué pensaban sus autoridades, incluso qué pensaban los mismos menores. A medida que se acercaba el momento de los actos de presentación, iba familiarizándome con la estructura de las instalaciones. Así mismo logré conversar con parte del personal y lo primero que me dijeron, es que habían enviado un memorándum donde se les instruía -más bien se les ordenaba- que no se refirieran al tema.
Actualmente el centro el Carmen cuenta con una población de 135 menores de edad, recluidos por distintos cargos entre los que se encuentran, el tráfico de drogas como uno de los más comunes, entre otros está la extorsión y violaciones en menor cantidad.
En ese sitio “pedagógico”, solo existe un taller donde se les enseña computación como única opción, y quizá pronto abran un taller de albañilería y uno de carpintería.
“Queremos que estos jóvenes aprendan un oficio para que tengan como defenderse y así no vuelvan a caer en las garras de la delincuencia, porque aquí hay algunos que son padres de familia a su corta edad”, me dijo una de las personas que trabajan en este lugar. Tenía miedo, por eso no menciono su nombre.
“No se debe de meter a todos en un solo saco, hay de casos a casos. Y no es que todos sean malos pero muchos no tienen oportunidades ni si quiera de ir a la escuela, ni de jugar ya que muchos viven en zonas conflictivas controladas por el crimen organizado, quienes se aprovechan no solo de la condición económica sino del descuido de sus familias. Porque aquí no solo muchachos pobres llegan, he conocido casos donde los padres de estos niños tienen una posición económica cómoda”, continuó contando.
El reloj decía que eran las diez treinta de la mañana y ya era hora de comenzar. Entonces sonó el Himno a la Madre, voces jóvenes lo entonaban. Fue como renacer en un acto de fe.
“Para mí es un gran avance verlos cantar y actuar” me dijo una de sus maestras, quien intentó hasta que logró que sacaran sus habilidades.
“Aquí trabajamos con las puras uñas, porque no tenemos ninguna biblioteca, los pocos libros que hay se han conseguido por iniciativa propia con algunas personas que conocemos. Hay algún material de auto ayuda que es el que utilizamos, ya que de lo que más padecen los jóvenes es de ansiedad y depresión, el encierro les afecta mucho y aquí hay algunos que desde que entraron nadie los ha venido a ver nunca.
A mi lo que más me alegra es cuando ellos se comprometen a cambiar -porque hay algunos que sí lo hacen- pero también hay otros que no muestran esa voluntad. Todo depende del daño al que se hayan expuesto”, dijo.
Llegó mi turno. Entre interpretaciones de canciones de Arjona, Diego Torres y los Enanitos Verdes transcurrió mi participación. Sentía una emoción grande de saber aprovechar esta oportunidad que la vida me daba para contribuir y celebrar con este sector de la población, condenada por las autoridades de un país en el cual se invierten 75 centavos de dólar en cada niño y niña.
Antes de irme del centro realicé un recorrido por los 3 módulos donde están distribuidos los internos. Había fiesta, visitas conyugales, marihuana y crac. Era una fiesta.
Si este es el lugar donde van a mandar a todo joven infractor a cumplir una condena ¿cómo es que entran las drogas? El centro está en un barrio controlado, fragmentado por el poder de maras y pandillas ¿es este centro una isla? ¿sale del poder del crimen organizado? ¿o no?
El presidente sigue diciendo que hay que meter a los delincuentes al pozo, a los pozos. Sigue proponiendo que entre más jóvenes lleguen; más eficiente el castigo, la represión, el ataque a la violencia en Honduras. Juan Orlando Hernández se lava las manos en sus pozos pero en las calles los jóvenes siguen sin poder disfrutar sus derechos, son víctimas primero y luego victimarios. No merecen ser un tema de campaña que los visibiliza como lo peor de la sociedad.
Sigue resonando en mi cabeza ese himno a la madre.