Cada día la economía informal se apodera de nuestro entorno, es decir la venta popular de productos y especialmente de comida abunda cada día más.
Disfruto mucho viajar, ya sea en transporte privado o público; son momentos que nunca regresan, especialmente por la deliciosa y sorprendente comida que nos encontramos en el camino.
Cuando viajas en bus por ejemplo de San Pedro Sula a Tegucigalpa y viceversa no puedes obviar las picardías culinarias, unos dulces y caramelosos alcitrones, unas doraditas tostacas, batidos con cacahuate, alborotos, espumillas. Y recordando a Guillermo Anderson ¡Ojalá pasen la aduana!
Pero es verdad, la carretera nos deleita, sigamos en bus y vámonos para Olancho, rosquillas, moyetes (Que no son los de las comidas rápidas), en las pampas olanchanas, dulces de leche no pueden faltar.
Además que todos estos productos fueron preparados de forma artesanal por familias enteras que se han dedicado en cuerpo y alma a la preparación y distribución de lo que compramos en la carretera.
En una ocasión en Comayagua tuve la oportunidad de conocer a doña Paula con su esposo Ramiro y sus dos hijos. Un hombre y una mujer que no nacieron en esa ciudad, migraron una desde la Esperanza, Intibucá y el otro desde las periferias de Tegucigalpa, pensando que la cosa estaría mejor por ese pedazo de Honduras.
La idea no es que lloremos, si no conocer el trabajo de este par, que con empeño y además trabajo duro han hecho de la venta de alcitrones y alborotos una total locura. Todos participan en la elaboración, la familia entera en una total armonía, desde la selección de la materia prima, hasta la venta en la carretera, solo que doña Paula no sale, se queda en casa preparando todo para el día siguiente y cuidando las labores de casa. No me entristece, me da satisfacción, porque en ocasiones pensamos que estas cosas no están preparadas con higiene o porque están en la calle son cosas de mala calidad pero al contrario, están hechas con mucho amor y ternura.
La figura casi siempre es la misma si vas lejos y en bus, se sube casi siempre un hombre con una gran canasta repartiendo pedacitos de su esperanza: rosquillas, tostacas o empanadas, la esperanza es que te gusten, enamorar a tu paladar, la esperanza es vender porque de eso vive su familia.
Cuando vamos en transporte privado este mundo se hace más amplio, porque podemos detenernos en el lugar que se nos antoje, en esos puestos coloridos donde venden fruta fresca, dejarnos seducir por la dulzura de una piña, papaya, lichas, bananos, allí sí es amor verdadero, sabroso como el primer beso, ese que nunca se olvida.
El camino se torna más placentero y menos cansado si lo hacemos degustando las espectaculares combinaciones de sabores, colores y aromas que nos ofrece nuestra tierra.
Paisajes que no le envidian nada a una película, personas que te hacen perderte y olvidarte de la realidad.
Cuando viajes, recuerda que cada persona que te encuentres vendiendo ha puesto su alma, vida y corazón más el amor y dedicación en su producto para que puedas disfrutarlo.
Nos encontramos pronto y recuerda: comer no es lo mismo que degustar.