Por: Jorge Paz
«Inmigrantes que comen perros y gatos» y «cirugías transgénero a inmigrantes ilegales» fueron algunos de los comentarios virales que surgieron del debate presidencial estadounidense de la semana pasada. En el debate, de 90 minutos de duración, el expresidente Donald Trump y la vicepresidenta Kamala Harris se enfrentaron para presentar sus argumentos al pueblo estadounidense y al mundo. Sin embargo, cuando se les preguntó por sus políticas de inmigración, específicamente las causas de la migración procedente de Centroamérica, ambos candidatos dejaron mucho que desear. En lugar de presentar una posición política clara, se centraron en atacarse mutuamente.
Mientras tanto, a 3,000 kilómetros de distancia, en Honduras, los medios de comunicación han estado ocupados cubriendo uno de los periodos más controversiales de la actual presidenta Xiomara Castro. En solo tres semanas, luego de que el gobierno de Castro anunciara su intención de poner fin al tratado de extradición con Estados Unidos, estalló un escándalo de narcotráfico que involucra al cuñado de Castro, en ese entonces también miembro del Congreso, y en las calles se manifestaron tanto grupos de la oposición exigiendo la renuncia de Castro como grupos convocados por el gobierno con toda su base partidaria para brindar su apoyo a la presidenta.
Las relaciones diplomáticas entre EE. UU. y Honduras se encuentran en uno de los peores momentos desde la llegada de Castro, y con las elecciones presidenciales de EE. UU. a la vuelta de la esquina, mucho está sobre la mesa. Sin embargo, algo está claro; ya hemos estado en esta situación antes.
Estos capítulos políticos no son particularmente nuevos o sorprendentes. Trump sigue impulsando la misma retórica antiinmigrante de siempre, de forma más incoherente, pero similar a la que pregonó en 2020. Por su parte, Harris sigue luchando por definir sus posiciones y su enfoque político separada de Biden. Mientras tanto, en la política de Honduras, los escándalos de narcotráfico no son nada del otro mundo, dado que el expresidente Juan Orlando Hernández fue condenado a 45 años de prisión por delitos relacionados con el narcotráfico en Estados Unidos.
También hemos visto las políticas exteriores tanto de Biden/Harris como de Trump en acción en Centroamérica durante los últimos siete años. Entonces, ¿qué podemos aprender del pasado y qué nos puede decir sobre el futuro de la dinámica diplomática entre Honduras y Estados Unidos?
Los años de Trump
Durante la presidencia de Trump de 2016 a 2020, con su enfoque de disuasión y mano dura hacia la migración, la crisis humanitaria de la región se agravó. El Acuerdo Migratorio del 2019 obligó a México y Centroamérica a impedir a toda costa la llegada de migrantes a la frontera sur. Este enfoque llevó a México a militarizar su frontera con Guatemala y a crear condiciones inhumanas para millones de migrantes, incluidos miles de hondureños, durante la pandemia mundial. Trump también decidió recortar la ayuda al llamado Triángulo Norte (Guatemala, Honduras y El Salvador) tras el aumento de migrantes de la región a Estados Unidos, como medida disciplinaria.
Sin embargo, mientras Trump intentaba utilizar una política disciplinaria recortando millones de dólares a programas humanitarios, elogiaba al ahora condenado presidente Juan Orlando Hernández. La presidencia de Hernández estuvo marcada por el narcotráfico y la militarización y, sin embargo, se convirtió en uno de los principales aliados de Trump en la región. Trump lo elogió en múltiples ocasiones por sus esfuerzos para frenar la migración, a pesar de las acusaciones de narcotráfico que ya empezaban a salir a la luz.
Dada la clara postura de la administración Castro frente al imperialismo estadounidense, no es difícil imaginar una relación hostil entre Honduras y Estados Unidos durante una presidencia de Trump. Sin embargo, Trump es inconsistente por naturaleza. Por ejemplo, sus críticas al presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en la Convención Nacional de la República sorprendieron a muchos, ya que Bukele parece ser el modelo autoritario ideal que Trump alaba. En cambio, le acusó de «enviar a todos sus criminales» a Estados Unidos y dudó de su popularidad. Esta incoherencia hace difícil precisar cómo Trump abordará al gobierno de Castro, dado que la presidenta hondureña demuestra tendencias autoritarias. Pero una cosa está clara: durante los años de Trump, sus políticas fueron duras para los hondureños y fáciles con los autoritarios.
Los años Biden~Harris
Para Harris, su papel como vicepresidenta proporciona una idea general de cómo será la política exterior estadounidense para Honduras.
Bajo la administración Biden, Harris se encargó de poner en marcha la Estrategia para Abordar las Causas Fundamentales de la Migración en Centroamérica, un plan centrado en abordar los retos socioeconómicos y de gobernanza de la región mediante la cooperación económica y política. Con un enfoque más integral, la administración Biden aumentó la financiación de programas humanitarios y colaboró con el sector privado y la sociedad civil para impulsar las economías del Triángulo Norte.
Las relaciones entre EE. UU. y Honduras también experimentaron una reactivación al inicio de la administración Castro. Harris estuvo presente en la toma de posesión de la presidenta Xiomara Castro y poco después Estados Unidos nombró a una embajadora oficial, Laura F. Dogu, en Honduras, después de tener solo una encargada de negocios desde 2017. La administración Castro correspondió a su intención de establecer buenas relaciones gastando 90 millones de dólares en una firma de lobby para mejorar las relaciones entre Estados Unidos y Honduras en 2022.
Sin embargo, a pesar de ello, las relaciones entre las administraciones de Biden y Castro han tenido sus baches. A lo largo de los dos últimos años, las administraciones Castro y Biden, y por extensión de la embajadora Laura Dogu, han creado también una relación de amor-odio.
La embajadora Dogu no se ha contenido cuando se trata de decisiones políticas cuestionables de la administración Castro. Dogu ha expresado su preocupación por diversas cuestiones relacionadas con la política económica, la reforma energética y la estrategia de seguridad de Castro. Por el otro lado, el gobierno de Castro no ha tomado bien las críticas, citando la vieja retórica de la Guerra Fría sobre el imperialismo y el intervencionismo de Estados Unidos para socavar las posturas de Dogu.
Sin embargo, Honduras y Estados Unidos siguen trabajando juntos para mostrar un frente diplomático unido, a pesar del más reciente intercambio hostil con la embajadora Dogu, que expresó su preocupación por una reunión entre el exministro de Seguridad y funcionarios venezolanos, y el plan de Castro de poner fin al tratado de extradición con EE. UU. El embajador Dogu sigue trabajando con el ministro de Asuntos Exteriores de Honduras, Enrique Reina. La semana pasada, el 6 de septiembre, Dogu se reunió con la recién nombrada ministra de Defensa, Rixi Moncada, y el general Roosevelt Hernández, el mismo que se reunió con funcionarios venezolanos.
Este ir y venir es característico de la diplomacia. Sin embargo, con las próximas elecciones, Harris podría verse presionada para adoptar un enfoque más firme contra la corrupción en la región. Su formación como fiscal es algo que se ha destacado como un punto fuerte y, por tanto, su experiencia en la persecución de organizaciones criminales transnacionales ha cobrado relevancia a la hora de tratar el tema de la inmigración. Es probable que si los vínculos con el narcotráfico siguen surgiendo en torno a la administración Castro y aumenta la hostilidad, el plan integral de Biden sea sustituido por enfoques diplomáticos menos flexibles.
Ayuda e inmigración en el centro
En general, tanto bajo Trump como bajo Harris, la relación entre Estados Unidos y Honduras parece clara en algunos aspectos e incierta en otros. Pero al considerar el futuro de Honduras en relación con Estados Unidos, debemos tener en cuenta lo siguiente:
Las relaciones entre Estados Unidos y Honduras están determinadas por la inmigración y la ayuda. Ya sea a través de una política disuasoria o un enfoque humanitario, el objetivo principal de Estados Unidos es reducir la inmigración, a través de la ayuda financiera.
La principal diferencia entre la administración Trump y la administración Biden en lo que respecta a Centroamérica es la cantidad de ayuda dirigida a la región. Durante la administración Trump, Estados Unidos destinó cerca de 3,700 millones de dólares de 2016 a 2021; sin embargo, para 2019, la administración Trump detuvo cerca de 396.2 millones de dólares como castigo por el aumento de inmigrantes provenientes de Centroamérica.
Mientras que la administración Biden propuso asignar 4,000 millones de dólares, Harris consiguió 4,200 millones de dólares para inversiones del sector privado, a través de su iniciativa Centroamérica Adelante.
Los diplomáticos, expertos y agencias estadounidenses siguen trabajando en las causas profundas de la inmigración en Honduras, abordando la crisis climática y los retos socioeconómicos por medio de programas humanitarios y enfoques de inversión. Por ejemplo, a través de agencias como la Agencia Internacional de los Estados Unidos para el Desarrollo (Usaid), Estados Unidos financia iniciativas de seguridad pública y sistemas anticorrupción. Sin embargo, como mencioné anteriormente, esta iniciativa es vulnerable al cambio presidencial; por ejemplo, se estima que cuando Trump decidió recortar la ayuda a la región, alrededor del 56 % de los proyectos financiados por Estados Unidos en el Triángulo Norte se vieron afectados.
Al final, tanto Honduras como Estados Unidos tienen el mismo objetivo final con diferentes motivos: mantener a los hondureños en Honduras.
Pero para que los hondureños sean menos dependientes de la ayuda estadounidense, primero deben tomar la iniciativa para hacer frente al mal gobierno. El escándalo político del gobierno de Castro este mes demostró que Honduras sigue plagada de corrupción y narcotráfico, condiciones que exacerban las raíces de la migración y la dependencia de la ayuda estadounidense.
Ahora es más importante que nunca que el pueblo hondureño exija el establecimiento de un sistema anticorrupción como la Cicih, para que la dinámica entre Honduras y otros gobiernos extranjeros se convierta en una de acuerdo mutuo y no en una de control y gestión.
Sin duda, las elecciones estadounidenses marcarán las relaciones entre Estados Unidos y Honduras, pero serán las próximas elecciones hondureñas las que determinarán si se repite la misma historia de siempre de ayuda e inmigración. Los hondureños deben centrar su energía en exigir responsabilidades a sus dirigentes en lugar de idealizar a partidos políticos o gobiernos extranjeros.