Centroamérica Cuenta: el periplo de una contadora de historias

Texto y portada: María Eugenia Ramos
Fotografías: Daniel Mordzinski, Andreia Tapia  

 

Hace un año, estaba muy feliz con la expectativa de volver al festival Centroamérica Cuenta, una década después de haber participado en la primera edición, en la que representamos a Honduras con el maestro Julio Escoto. El comité organizador ya me había enviado el boleto aéreo, y casi podía respirar la brisa de mar de Santo Domingo, la sede de 2023. 

Pero el universo tenía otros planes. Mi reciente afición por las plantas, combinada con mi falta de precaución, hicieron que me cayera de una mesa cuando pretendía regar mi flamante y frondosa Callisia repens, nombre común «peluca», según rezaba la etiqueta que tenía cuando la compré. Resultado: fractura de tibia, que requirió cirugía con platina y tornillos, seguida de tres meses de recuperación en los que debí volver a aprender a caminar. Adiós, viaje a Dominicana. 

Bueno, me dije, ya no te volverán a invitar a Centroamérica Cuenta, porque pensarán que ya estás grande y cualquier cosa te puede pasar, dejándolos de nuevo con el boleto comprado. Pero un día llegó un correo de Claudia Neira Bermúdez, la directora, reiterando la invitación para la edición de 2024, esta vez en Panamá. Ya se imaginarán que desde entonces redoblé mis precauciones para asegurarme de no faltar al encuentro. Reté a cualquier infortunio que quisiera alejarme de Panamá. Nada de subirme a regar plantas —con pesar, le di mi «peluca» en adopción al poeta Néstor Ulloa—, mucho cuidado al subir o bajar las escaleras, ojo dónde ponés el pie; fui justo la señora bien portada que mi hermana y mi hija anhelan que sea.

A las 5:30 de la mañana del día previsto salí hacia el aeropuerto, dejando bien encomendada a mi michi Matilda. Mi último viaje fuera del país fue en 2019, antes de la pandemia, así que muchas cosas resultaron nuevas para mí. Por ejemplo, me sorprendió que el Uber me cobrara 200 lempiras con 47 centavos desde mi casa a Toncontín, más que el valor del pasaje de Toncontín a Palmerola, que solo cuesta 200; en transporte colectivo, claro, porque al regreso me tocaría pagar transporte privado, con un costo muy oneroso para cualquiera que no tenga un sueldo de ministro, de diputado o de asesor gubernamental.

Llegué a Palmerola con tiempo más que suficiente para abordar el vuelo de Avianca, que saldría a las 10 de la mañana. Como buena representante que soy de la generación baby boom, me las arreglé como pude para escanear el código QR y presentar mi declaración de aduanas. Después de tres intentos fallidos y pedirle ayuda sin éxito al hombre que estaba en una ventanilla, ¡bravo! ¡Lo logré! Me sentí poderosa. Pero me pregunto: ¿cómo harán las personas que no tienen celular? ¿Y las que no tienen muchas habilidades en lectura y escritura, no digamos en conocimientos tecnológicos? A esa hora no había nadie que brindara apoyo.

Ya cumplidos los requisitos de aduanas y consignación de equipaje, me fui a desayunar. Me acerqué a la única cafetería abierta, y vi sentada a una joven de rizos dorados que me pareció conocida; en efecto, era la escritora Valeria Cobos, cofundadora del colectivo Letra L. Me contó que, como miembro del comité organizador del Festival de Los Confines, estaba a la espera de algunos participantes que llegarían del extranjero, para llevarlos a Gracias, Lempira. En su compañía se hizo menos tedioso esperar hasta la hora en que debía abordar el vuelo. Encontrarla y que tuviera la confianza de mostrarme uno de sus cuentos fue también un guiño alentador del universo.

Luego de abordar el avión, el vuelo, con el consabido trasbordo en San Salvador, transcurrió sin incidentes, y llegamos a Ciudad de Panamá en una tarde soleada, con algunos chubascos. Me estaba esperando en el aeropuerto un conductor con el rotulito de Centroamérica Cuenta, y me llevó al Hotel Central, el alojamiento oficial para todos los participantes, en el casco viejo de la ciudad, una ubicación hermosa, en la que se están reconstruyendo muchos edificios de valor histórico, en contraste con la otra parte de la ciudad, llena de rascacielos y condominios. Declarado por la Unesco patrimonio de la humanidad, el casco antiguo es hoy un destino turístico muy concurrido y seguro para los visitantes, aunque, según me indicó luego la escritora panameña Erya Harbar, el proceso ha implicado también la gentrificación. 

En la recepción del hotel encontré a Melina Flores, elemento clave en la organización del festival. Ya el restaurante estaba cerrado, pero ella gestionó que nos atendieran a quienes acabábamos de llegar. Ahí me encontré con Mario Martz, joven escritor nicaragüense, también miembro del comité organizador, y el escritor mexicano Emiliano Monge. «Yo te conozco», me dijo Emiliano. «¿Verdad que nos hemos visto en algún lado?». Le recordé que ambos fuimos seleccionados por la FIL Guadalajara como parte de «Los 25 secretos literarios mejor guardados de América Latina», en 2011. «Uuuuhhhh», me dijo, «¡hace ya tiempos de eso!». Ambos ahora lucimos el cabello completamente canoso, aunque él, nacido en 1978, es mucho más joven que yo. Emiliano actualmente es uno de los narradores latinoamericanos más reconocidos; yo, pues estoy viva, tengo un empleo digno y la libertad de contar historias cuando puedo, y eso en Honduras ya es bastante.

Una de las características distintivas del festival Centroamérica Cuenta es justamente que ofrece a contadores y contadoras de historias con distintas trayectorias, no solo de Centroamérica, sino de toda América Latina y Europa, la oportunidad de reunirse e intercambiar experiencias, ofreciendo un panorama rico y diverso del estado de la región en cuanto a su producción literaria, artística e intelectual. Con esa idea fue creado por su fundador, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, Premio Cervantes, entre otros muchos reconocimientos a su obra. Las primeras ediciones se hicieron en Nicaragua, de 2013 a 2017; a partir de ese año, se ha celebrado en Costa Rica, Guatemala, Madrid, República Dominicana, y el más reciente en Panamá.

Si bien la literatura, en especial la narrativa, sigue siendo el eje principal del festival, su apuesta se ha extendido a otros géneros literarios, como también a las artes, las ciencias, y el periodismo. Su agenda cada año incluye conversatorios, talleres, visitas a centros educativos, cine, temas socioeconómicos, literatura infantil y juvenil, y lecturas de poesía. Así es como Centroamérica Cuenta se ha convertido en el más grande y reconocido encuentro cultural de la región, contribuyendo a visibilizar nuestros aportes, más allá de las calamidades políticas y naturales que padecemos. 

Las actividades del festival han quedado registradas desde el primer año por la mirada del fotógrafo oficial del festival, el argentino Daniel Mordzinski, reconocido como «el fotógrafo de los escritores» porque viaja por el mundo retratando a la gente que se dedica a escribir, famosos y no famosos.

Inició su carrera a los 18 años, retratando a sus compatriotas Julio Cortázar y Jorge Luis Borges; después ha retratado a Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Camilo José Cela, Mario Benedetti, Ernesto Sabato, José Saramago, Juan Gelman, Ángeles Mastretta, Elena Poniatowska, Sergio Ramírez, Gioconda Belli, Leonardo Padura, Mircea Cartarescu, Claudia Piñeiro, Carlos Fuentes… y la lista sigue y sigue, incluyendo además músicos legendarios como Luis Eduardo Aute, Silvio Rodríguez o la rockera Patti Smith.  Nos encontramos el día de mi llegada, le parecieron interesantes mis canas, y decidió tomarme un par de fotos para actualizar las que me tomó en León en 2013, durante la primera edición de Centroamérica Cuenta.

María Eugenia Ramos. Ciudad de Panamá, 27 de mayo de 2027. Foto: © Daniel Mordzinski.

Centroamérica Cuenta se ha caracterizado por promover los lazos entre grandes exponentes de la literatura y de la música. Y siendo la sede Panamá, ¿quién representa mejor a ambos géneros sino Rubén Blades? Le llaman acertadamente «el poeta de la salsa», pero es mucho más que eso; es el filósofo, el lector acucioso, el activista profundamente comprometido con el destino de América Latina y el mundo. Así pues, luego de los actos protocolarios, la joya de la noche de la inauguración del Centroamérica Cuenta 2024 fue el conversatorio entre Rubén Blades y el novelista cubano Leonardo Padura

Durante el diálogo, Blades reveló que nunca lo animó la idea de cantar o escribir para ser famoso, sino que siempre le interesó escribir crónicas, cuentos; por eso, sus canciones son cuentos cortos, a pesar de las objeciones de las compañías disqueras. Se define a sí mismo como un contador de historias; cada una de sus canciones se puede leer como un relato, con argumentos y personajes tomados de la cotidianidad. 

Claro, hubiera sido lindo estrechar la mano de Rubén y decirle que, por alguna razón, «Ligia Elena» es la canción que me devuelve a mi primera juventud, en los convulsos años ochenta; y que «Desaparecidos» es para mí una de las maneras más hondas y hermosas de abordar un tema que en Honduras, como en casi toda América Latina, sigue siendo una herida abierta, ya sea por razones políticas, sociales, o como forma de represión bajo la excusa de combatir a las maras. No pude decirle todo eso, pero ya haberlo visto en esa hermosura de edificio que es el Teatro Nacional de Panamá, desde un palco, como invitada especial, a pocos metros de distancia del escenario, es un privilegio.

Me llamó la atención la intervención de la ministra de Cultura de Panamá en los actos protocolarios. El ministerio a su cargo fue uno de los auspiciadores y coanfitrión del Centroamérica Cuenta; pero en lugar de resaltar que hablaba a nombre del gobierno tal y tal, del presidente fulanito con su gobierno de (inserte aquí el lema), su participación fue muy sobria, limitándose a dar la bienvenida con palabras corteses. Tampoco había banderas ni camisetas de ningún partido político, ni en el poder ni de la oposición. Y recordé lo que alguien me dijo días atrás: que difícilmente Honduras podría ser la sede del festival,  ni durante el régimen de Juan Orlando Hernández, ni ahora, dada la afinidad del actual gobierno con la dictadura de Daniel Ortega.

Esa noche, por fin, después de cuatro días seguidos de desvelo, dormí profundamente.

Al día siguiente, por la mañana, me encontré en el ascensor con el escritor Horacio Castellanos Moya, muy vinculado con Honduras, donde estuvo recientemente invitado por la Feria del Libro de San Pedro Sula; en esa oportunidad lo entrevistó mi compañero Persy Cabrera, quien se la jugó para saber qué le da pereza. Para mi sorpresa, porque no nos habíamos vuelto a ver desde que nos conocimos, siendo ambos muy jóvenes, a inicios de los años ochenta, me saludó con aprecio, y dijo que me recordaba, y también a mi papá, el periodista Ventura Ramos.

Ese día, jueves, fue mi primera actividad, una visita al Colegio de Panamá, un centro educativo privado con excelentes instalaciones situado en las afueras de la ciudad. Hablar con estudiantes es algo que siempre disfruto, así que cuando me lo propusieron vía correo, semanas antes, no dudé en aceptar. Las y los estudiantes de bachillerato habían hecho su tarea, y de las paredes colgaban muchas cartulinas con información sobre mi vida y mis libros. Mi gratitud para las docentes y las estudiantes que me dieron la bienvenida, sobre todo a las estudiantes de último año, que fueron magníficas anfitrionas.

En el Colegio de Panamá, antes de entrar al conversatorio. Ciudad de Panamá, 27 de mayo de 2024. Foto: Andreia Tapia, estudiante del Colegio de Panamá.
En el Colegio de Panamá. Ciudad de Panamá, 27 de mayo de 2024. Foto: Andreia Tapia, estudiante del Colegio de Panamá.

Ese día también tuvimos un almuerzo en la residencia del embajador de España en Panamá, donde pude saludar al escritor panameño Carlos Wynter Melo, con quien nos hemos encontrado ya en otras ediciones de Centroamérica Cuenta y la FIL Guadalajara, y al poeta Javier Alvarado, a quien le llevaba un encargo de mi comadre, la poeta Soledad Altamirano. Por cierto, Sole, te quedé mal; anduve cargando el libro que le enviabas a Javier, pero en un recorrido que hice por los alrededores del hotel, aparentemente se me quedó olvidado en algún lugar donde me detuve. Me disculpo públicamente por eso. 

También saludé a las escritoras panameñas Consuelo Tomás Fitzgerald, Eyra Harbar, Roxana Muñoz y Lucy Chau, quien me conmovió al decirme que mi poemario Porque ningún sol es el último la inspiró a escribir. En un momento nos emocionamos tanto con la plática, que Carlos Wynter se acercó para decirnos, en tono de broma: «Ya están reunidas las feministas, mejor me voy»… (puntos suspensivos para que inserten el emoticón de su preferencia). 

El viernes por la mañana me perdí la presentación de la última novela de Sergio Ramírez, El caballo dorado, porque a la misma hora estaba agendado el conversatorio «Contar el cuento», en el que participé junto con Juan Casamayor, de la editorial Páginas de Espuma de Madrid, María del Carmen Deola, de Alfaguara, y los escritores panameños Carlos Fong y Emiliano Pardo-Tristán, que es músico de carrera, pero también escribe, y tiene una novela premiada.

Con Juan Casamayor no nos habíamos visto nunca, pero intercambiamos correos al principio de la pandemia, cuando la editorial Páginas de Espuma, junto con la Universidad Nacional Autónoma de México, estaban preparando la antología Vindictas, una recopilación de cuentistas latinoamericanas del siglo XX injustamente olvidadas. Me pidieron recomendar a tres escritoras hondureñas que cumplieran con estos parámetros, y para mí fue una gran alegría que al final hayan seleccionado a Mimí Díaz Lozano, y que ella alcanzara a tener el libro en sus manos pocos días antes de morir. Aproveché el conversatorio para comentar mi preocupación porque en Honduras las narradoras somos poco reconocidas como tales, aunque nos inviten a eventos fuera del país; ojalá no aparezcamos más adelante en una antología de autoras injustamente olvidadas del siglo XXI.

Conversatorio Contar el cuento, Universidad de Las Américas. De izquierda a derecha, Juan Casamayor (España), Carlos Fong (Panamá), María del Carmen Deola (España-Guatemala), María Eugenia Ramos (Honduras) y Emiliano Pardo-Tristán (Panamá). Ciudad de Panamá, 28 de mayo de 2024. Foto: Captura de video del canal oficial de Centroamérica Cuenta.

Con María del Carmen Deola tampoco nos conocíamos en persona, pero hemos tenido una comunicación más cercana, con la publicación por Alfaguara de la antología Desde el centro de América. Otras miradas, recopilada por la escritora guatemalteca Gloria Hernández. Así que aprovechamos pequeños espacios entre eventos, o las horas de las comidas, para conocernos mejor. Pronto leerán la entrevista que le hice para Contracultura, donde cuenta su experiencia en una de las editoriales de mayor prestigio mundial, y menciona aspectos que los escritores y escritoras noveles deben tomar en cuenta si quieren publicar.

Al día siguiente varios de los participantes regresamos a nuestros países, mientras que otros llegaron para incorporarse a las siguientes actividades, que culminaron el domingo. Apenas alcancé a saludar al escritor hondureño Luis Lezama Bárcenas, quien llegó para moderar el conversatorio La magia de los idiomas: los desafíos y vericuetos de la traducción

Aunque fue corto el tiempo, y no era posible asistir a todos los conversatorios, me dio mucho gusto saludar a Óscar Castillo, fundador y director de Uruk Editores, de Costa Rica, a quien se le hizo un reconocimiento durante el festival por su larga trayectoria dedicada a promover la literatura centroamericana. También tuve el gusto de compartir la mesa durante la cena con Philippe Hunziker, gerente de la legendaria librería Sophos de Guatemala. Y también intercambié un par de palabras con el escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, quien se da el lujo de decidir en qué editorial de las más famosas del mundo quiere publicar. Parece miembro del jet set, sin duda, pero no ha perdido el acento guatemalteco, lo cual es bueno.

Al regreso compartí el transporte con la escritora costarricense Dorelia Barahona, a quien conocí hace muchos años, pero no había tenido oportunidad de tratar. Entre los libros que eran de la biblioteca de mi padre conservo su novela De qué manera te olvido. Nos separamos al llegar al aeropuerto de Tocumén, para acceder cada una a la terminal de su vuelo. 

En la terminal de Avianca las filas eran interminables, y había muchos militares, algunos de uniforme, que llevaban varias cajas de armamento; otros, en los que reconocí fácilmente el acento hondureño, vestían de civil, pero tenían todo el aspecto de militares o de miembros de algún cuerpo de seguridad. Me despedí del aire de Panamá, puro en comparación con el que hemos soportado en Honduras en las últimas semanas. Pero para mí siempre es una alegría volver a mi país, en especial al agujero que llamamos capital, donde nací, donde vivo y donde están mis afectos.

En Palmerola me esperaba el transporte que me recomendaron en la oficina, a cargo de un joven muy alto y fornido, muy conversador. Durante todo el camino hasta Tegucigalpa tuvo tiempo de sobra para contarme sobre su infancia, su juventud y su experiencia de trabajo en la cooperativa de taxis que brinda el servicio entre Palmerola y Tegucigalpa. «Mire», me dijo, «yo soy de Tegucigalpa, y me duele que nos hayan quitado el aeropuerto. Aunque tal vez ganamos algo más [con el transporte individual, por el que cobran 70 dólares], Palmerola no es mejor que Toncontín. La que se está beneficiando de verdad es la empresa que tiene la concesión; los que sufrimos somos los que vivimos en Tegucigalpa».

No pude evitar pensar que también a mí me duele que Tegucigalpa no tenga aeropuerto. Es verdad que, según un documental de National Geographic, Toncontín tenía el segundo lugar entre los aeropuertos más peligrosos del mundo, solo superado en riesgo por uno situado en una montaña de Nepal; pero en el mismo documental, uno de los expertos entrevistados dice que en Toncontín hubo pocos accidentes debido a la pericia de los pilotos, y que para ellos era una satisfacción aterrizar, si no en el primero, en el segundo o tercer intento, porque esa era una comprobación de su capacidad al mando del avión.

Mientras tanto, la literatura y el arte de la región siguen su vuelo, a bordo de aviones como el de Centroamérica Cuenta, llevándonos a que nuestras historias se conozcan fuera de nuestras fronteras. Porque la literatura, el arte y el pensamiento nos nutren para ser quienes queramos ser, más allá de los autoritarismos, de los desafíos que enfrentamos cada día. Porque leer, escribir, pensar, nos dan la posibilidad de conocernos mejor y de seguir procurando espacios más amplios para la participación, para la democracia, para la vida misma.

Author Details
Escritora, con amplia experiencia en corrección de estilo y edición. Ama leer y conocer historias, escribirlas de vez en cuando y darles acompañamiento. Seleccionada por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como una de «Los 25 secretos literarios mejor guardados de América Latina».
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