La pereza de Horacio Castellanos Moya

Texto: Persy Cabrera

Fotografías: Amílcar Izaguirre

 

A Horacio las entrevistas le dan pereza…mucha pereza.

 

Él estuvo en la Feria Internacional del Libro de San Pedro Sula, evento dirigido por el escritor Giovanni Rodríguez y yo le solicité una entrevista. 

 

«Hola, Giovanni. Si el entrevistador ha leído algunos de mis libros, no tendría problema. Si lo único que hará son preguntas generales, me da pereza» le dijo Horacio a Giovanni a través de un mensaje que luego me compartió. No sé si lo debía tomar como amabilidad informativa o como amistosa advertencia. Ganó la advertencia, pues ésta rebotó duramente en mi conciencia ya que yo, en efecto, no había leído ninguno de sus libros.

 

Lo último que quería era que Horacio me mandara a la mierda porque no he leído ninguno de sus libros, así que empecé a leer El asco (Random House, 2018) por recomendación de personas que claramente sabían más de Horacio de lo que sabía yo. Leí el libro, vi entrevistas, investigué como periodista; como en la escuela, hice la tarea, a la carrera, pero la hice. Se lo hice saber a Giovanni y él se lo hizo saber a Horacio. 

 

«Una cosa corta, que hablar de un libro publicado hace 28 años me da pereza» respondió Horacio, y la verdad es que a mí también me daría pereza. ¿Y cómo no? si después de El asco, ha publicado 10 novelas, cuatro cuentos y decenas de artículos periodísticos, ensayos, contribuciones a antologías, etc. 

 

El asco fue publicada en 1997, y en 1999 ocasionó el exilio de Horacio Castellanos Moya de El Salvador hacia España. Un amigo mío definió esta novela como una «demolición cultural», las pupusas, los militares, el fútbol, la playa, todo, una demolición cultural de todo en El Salvador. 

 

Giovanni también me dijo que Horacio «ya es un tipo que viene de vuelta de la vida» ese dicho que se usa para decir que a una persona ya no le puede sorprender nada, que ya lo vio todo, que está por encima de todas las circunstancias. Y cómo no, pues Horacio fue periodista en México durante la Guerra Civil en El Salvador, evento crucial que explora en su literatura; volvió a El Salvador y salió de nuevo hacia España tras publicar El asco; volvió a México en 2001, luego vivió en Fráncfort, Alemania, entre 2004 y 2006 por ser escritor residente de la feria del libro de esa ciudad, vivió en Japón y ahora vive en Estados Unidos. En el ida y vuelta de su vida, Horacio pasó esta vez por Honduras.

 

Estoy a las puertas de la Feria Internacional del Libro de San Pedro Sula. Hice un cuestionario de quince preguntas, probablemente más de la mitad están mal hechas, si logro llegar al final de la entrevista sin que me deje hablando solo, entonces podré hacer la última pregunta, la que ni siquiera tengo escrita pero que ronda en mi cabeza como una nube gris; quizá sea la única buena pregunta.

 

Si sabés que vas al matadero, nada mejor para sudar una camiseta que te avisen que «hay un pequeño cambio de planes», el camino se despeja y te adelantan la hora del tan esperado momento. Resulta que Horacio va de viaje el día siguiente por la mañana, la mañana en la que iba a entrevistarlo, la mañana en la que tendría un mejor cuestionario.

 

Pero el periodismo es así, es lanzarse de cabeza —sabiendo que la podés perder en el intento— y también poner poker face para fingir que sabemos algo y que nadie se de cuenta que —a lo mejor— no sabemos nada. Entonces le dije a Horacio que yo estaba listo y que, claro, podía entrevistarlo a cualquier hora. 

 

Horacio me pregunta la hora porque no utiliza reloj y mucho menos un smartphone, y me dice que tengo unos 30 minutos porque después tiene dos presentaciones de libros a las que asistir.

 

No hay desinterés en el outfit de Horacio, lleva un saco azul con cuadrícula pequeña de muchas líneas blancas, una camisa de manga larga negra —¿o azul oscuro?— con turtle neck y lentes con marco y patillas de color amarillo. Más tarde vi que usaba unos calcetines con burbujas de varios colores.

 

Nos sentamos en el primer escalón de la gradería de concreto de la instalación, estamos viendo en la arena de juego del polideportivo —sede de la feria— el ir y venir de las personas que como moscas que revolotean entre los libros, atraídas por todo eso que da la literatura, desde aromas, colores y sabores agradables a los sentidos, hasta aquello que tal vez sea agradable a las moscas de verdad.

 

Hace unos días, Horacio dijo en una entrevista que solo lee «lo que está bien escrito», le pregunto ¿cómo sabe que algo está bien escrito? Se detiene a pensar y antes de responder hace unas cuatro veces un chasquido con los dientes, un tic que parece descartar respuestas antes de decidirse a hablar.

 

Dice que una buena prosa se reconoce por el ritmo y la cadencia, y por la intensidad que contiene ese ritmo y esa cadencia. Como un buen maestro lo haría, Horacio dice que él ve tropezones en una prosa floja y que escribir con convicción no tiene que ver con la puntuación o la gramática, que una prosa que describe acción hace que tomemos más aire al respirar, tiene más verbos, los verbos son velocidad, reitera.

 

Una prosa relacionada al paisaje y a la atmósfera, continúa diciendo, utiliza más adjetivos y adverbios. 

 

El sonido de un celular interrumpe su idea, es la música de alguien scrolleando en TikTok. «Si al menos fuera buena música», dice Horacio. Y con esta categórica sentencia estética se levanta y nos movemos para sentarnos en otra parte de ese larguísimo primer escalón de la gradería.

 

De regreso a la línea de reflexiones sobre la buena prosa,  Horacio dice que el reto del escritor es encontrar su lenguaje, «porque la literatura funciona fundamentalmente en lenguaje y el lenguaje está hecho de oraciones y las oraciones de palabras ¿no?».

 

Y el lenguaje es lo que todos tenemos, es lo más cercano y a veces lejano, define nuestro entorno, las personas que nos rodean y cómo nos rodean. Dentro y fuera de la literatura es todo lenguaje, algunos denigran con él y otros le quieren poner portón y candado. A veces hablo una suerte de spanglish y pienso que no existe palabra en español que abarque con exactitud lo que se quiere decir con cringe o entiendo a mi mamá, quien se queja porque le quitaron la tilde a «sólo». El lenguaje es un fuerte remolino de aire, me gusta que sea así. 

 

Horacio dijo en una entrevista que llegó a la literatura de manera indirecta, buscando inspiración en poemas para ser músico de rock. El aspecto sonoro nunca se fue de su vida —como me lo hizo saber con la interrupción del tik tok— así que pienso en la voz de sus personajes, algo que comentó en una entrevista.

 

¿Cómo se escucha una voz que llegará a una página? le pregunto, y me responde que en la literatura no hay fórmula, no hay método, lo que hay es intuición; «si esa voz no me convence, aunque tenga el tema, el perfil del personaje, una idea muy precisa de lo que quiero contar, pues no lo cuento».

 

Horacio no solo contiene en su interior la voz de sus personajes, también tiene esa voz  —la que para algunos es la de la conciencia y les dice si sus acciones están bien o mal— que a él le aconseja sobre literatura. «Aguantate, ahí hay algo que no has dicho, la paciencia es importante, va a venir, va a venir la voz que va a seguir contando esa historia» me cuenta que le dice esa voz interna y entonces guarda silencio y espera.

 

Es muy intuitivo, tiene que ver con el misterio de escribir» dice Horacio mientras chasquea los dientes una vez más —lo hace cada vez que guarda silencio— piensa en su respuesta y termina diciendo que «escribir y la voz de los personajes tiene que ver con la acumulación que hace un escritor de su propio método de trabajo».

***

 

Horacio piensa que siempre hemos vivido amansados, «probablemente siempre ha sido así,  ahora son las redes sociales e instrumentos tecnológicos, antes la televisión, antes la radio».  

 

«El ser humano siempre busca maneras de no estar solo y de no enfrentar la tarea enorme relacionada con ¿qué hace en este planeta? Y entonces cada época le va dando los instrumentos para embobarse, para distraerse, para no sentir la asfixia existencial». Tras decir eso deja que un largo silencio invada nuestra poco íntima atmósfera, pero  el murmullo de la gente en la feria se escucha más fuerte y, a pesar de eso, hago la siguiente pregunta, titubeando, porque tal vez la asfixia existencial me empieza a alcanzar.

 

Si hay una catástrofe climática, alguien está robando; si hay una pandemia global, alguien promueve lo último en tecnología médica y termina robando; si alguien decide hacerle la guerra a las pandillas, hay cosas graves que se no están diciendo y todos le aplauden y si hay elecciones salen las caras de siempre y se inventan un fraude. Y la violencia… la violencia nunca se detiene, en la universidad, en las cárceles y en nuestras calles.

 

Nuestros países parecen de ficción, o mejor dicho, la ficción nunca supera la realidad de nuestros países, ¿seguirán superando nuestros países la imaginación de un escritor? Horacio dice que siempre ha sido así porque la crueldad siempre ha sido la misma, la fantasía humana, las ambiciones siempre han sido las mismas.

 

Y añade que «la literatura no tiene que ser una evidencia de lo que pasa, sino que la realidad se transmuta en algo que tenga razón de ser dentro de la obra. Si tú te propones en tu obra meter una situación de crueldad, como jugar fútbol con la cabeza de un ser humano o colgar cuerpos de los puentes, que son nuestra contemporaneidad, siempre lo ha sido», dice Horacio con seguridad y como si esto es algo obvio. Siempre ha sido así.

 

Continúa diciendo que el autor sabe cuando hay cosas de la realidad que tiene que dejar afuera; «si no [lo sabe] lo que te demuestra es que ese autor tiene más una voluntad de denuncia que una voluntad de creación literaria y que no ha podido aprehender esa realidad y convertirla en obra literaria, sino que todavía están avasallado por la realidad, cree que la realidad per sé es importante, y la realidad solo es importante si se convierte en obra literaria».

 

¿Me explico? me pregunta, y la verdad, no lo sé. 

El escritor Horacio Castellanos Moya firma libros durante la Feria Internacional del Libro de San Pedro Sula. Foto CC/Amilcar Izaguirre

Horacio nació en Honduras, pero a los cuatro años su familia se mudó con él a El Salvador; en 1980 regresó a vivir durante cuatro meses a Tegucigalpa, periodo en el que trabajó en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) y conoció a Roberto Castillo, al crítico «Tony» Bermúdez, al poeta Roberto Sosa y al cuentista Eduardo Bähr que murió este año.


Horacio leyó El cuento de la guerra (1977) de Bähr hace cuarenta años y dice que es un libro que le gustó mucho, que conoció a su autor cuando él tenía unos 22 años y Bähr unos 35 o 37 años, estima. 


Recuerda una grata amistad con todos los escritores de la ya extinta revista Alcaraván, fundada por Roberto Castillo, «Tony» Bermúdez y Roberto Sosa, la mayoría fallecidos, excepto por Hernán, «Tony» Bermúdez, quien aún está vivo. «A todos los recuerdo con especial cariño», dice Horacio.


***


El que el mundo en el que vivimos «siempre ha sido así»  es una idea que taladra la cabeza al platicar con Horacio. Suena el eco del detective Rust Cohle: «Este es un mundo en el que nada nunca se resuelve. Alguien una vez me dijo: “el tiempo es un círculo plano”. Todo lo que hemos hecho y todo lo haremos, lo repetiremos una y otra vez. Y ese pequeño niño y esa niña, estarán en esa habitación una y otra vez, una y otra vez, para siempre».


La violencia está en todas las épocas, dice Horacio;  espera dos segundos e indica que, «por supuesto, ahora mismo también. La violencia es horrible en muchos lugares del planeta, no es una particularidad nuestra, y si hay académicos que la quieren convertir en una particularidad nuestra, solo es una forma de clasificar o entender una obra partiendo de lugares comunes».


También dice que nosotros hemos heredado de la literatura occidental su primera obra, La Ilíada, que narra la historia de una guerra. 


«¿Qué mayor violencia que Aquiles en su carro atando el cuerpo de Héctor y dando vueltas alrededor de un espacio para ver si el cuerpo se deshace?» pregunta Horacio, y dice que «la literatura está en la voluntad de los dioses, en que ese cuerpo permanezca tal cual; en nuestra época será de otra manera ¿no?».


A Horacio le duele la espalda, no tiene un respaldo, y una gradería de concreto no es exactamente el lugar más cómodo para un señor de 66 años que viene de «vuelta de la vida» —como me dijo Giovanni—, a quien le dan pereza las entrevistas con preguntas generales y más aún, sobre un libro que se publicó hace 28 años. Por suerte estas gradas son anchas, muy anchas, entonces Horacio se desliza hacia atrás, sube los pies del suelo y los pone sobre la grada y descansa su espalda en la grada de atrás, pone los brazos sobre sus rodillas y se pueden ver sus coloridos calcetines, parece un adolescente despreocupado hablando en una plaza cualquiera.


***


La obra de Horacio está marcada por haber vivido su infancia y adolescencia durante la Guerra Civil en El Salvador. ¿Sobre qué escribirá nuestra juventud en el futuro? le pregunto.


Horacio dice que es difícil para un escritor hablar sobre el futuro o sobre qué van a escribir las personas y dice que la literatura no se da por generaciones, «lo que sí se da por generaciones son los grupos de amigos con los que hablamos».


Entonces, pausadamente, como extrayendo las palabras de un profundo pozo de nostalgias y agregando un silencio cada dos o tres palabras, continúa diciendo que «la literatura siempre será una  labor de individuos solitarios, que tienen la necesidad de escribir en su soledad». 


***


La Guerra Civil en El Salvador terminó en 1992 y dejó unas 75,000 personas muertas y otras 8,000 desaparecidas. En 2022, en este país, de unos 21,041 kilómetros cuadrados y poco más de 6 millones de habitantes, se vivió el día más violento del siglo, y tras esto, inició el régimen de excepción liderado por su presidente actual, Nayib Bukele. 


Tras 19 meses bajo el estado de excepción de Bukele, se calcula que hay 71 mil personas detenidas —sin evidencia de que todas ellas pertenecen o colaboran con pandillas—  y serias violaciones  a los derechos humanos en los centros de detención. 


Horacio considera que eso no es novedoso, que es «la rueda de la bicicleta» y añade que los gobernantes venden una percepción del mundo y que la gente la compra, pero eso no significa que no haya violencia. «Sigue habiendo violencia a otros niveles, la gente muere en las cárceles, la gente tiene que pagar la violencia que ejerció y por eso es tratada como animales» dice Horacio.


«En Centroamérica, la represión da una sensación de que la violencia termina; en El Salvador, Guatemala o Honduras puede haber cero crímenes, pero la gente se sigue yendo a pie, [huyendo] de esta forma de violencia tremenda», dice Horacio.


«Es real, ya no hay crimen en las calles [en El Salvador], pero igual se va la gente porque el crimen era uno de los problemas, pero yo no soy político ni sociólogo, no te puedo decir más cosas sobre eso» me dice Horacio.


Horacio no se percató —o no lo quiso aceptar—, pero sí sabe sobre qué va a escribir la juventud en el futuro. Después de decir que no es político ni sociólogo y que la gente sigue yéndose porque el crimen solo es uno de sus —muchos— problemas, dice:


«Ese es el material para el escritor, evidentemente, para los escritores de las nuevas generaciones. Yo ya estoy de salida pero para los escritores jóvenes el reto es cómo retratar esas nuevas circunstancias».

 

Michelle Recinos, escritora y periodista salvadoreña, ya tomó esa consigna. En el cuento Barberos en huelga, incluido en el libro Sustancia de Hígado (F&G, 2023), la autora relata la cotidianidad de sesenta días en un país abrumado por la militarización, por la captura sin sentido de miles de jóvenes solo por su corte de pelo, el objetivo es capturar y capturar. En la Feria Internacional del  Libro de Guatemala (FILGUA) este libro fue censurado porque, de acuerdo a la editorial F&G, el gobierno salvadoreño pidió a la FILGUA no incluir el libro en su programación.

 

***


Horacio dice que el periodismo y la literatura son dos cosas distintas, «es como ser médico y ser abogado». Además dice que le sigue la pista a muchos medios en el mundo, pero solo superficialmente, «leo titulares para ver dónde estoy, nada más». 


«Cuando era periodista leía más periodismo, lo leía con pasión, [ahora] no me alimenta nada, tengo veinte años de no hacer periodismo; en veinte años perdés los intereses y reflejos, es como el boxeador, necesita estar boxeando» dice Horacio.


Hay otro silencio, uno de los últimos, antes de decirme —como si tomándonos una cerveza hubiéramos estado— «una más». Yo me río nerviosamente, se viene la pregunta, la que ojalá atente contra la pereza de Horacio Castellanos Moya. En mi ingenuidad o quizá respeto, pienso si no estaré cruzando una línea y, al final, me termine mandando a la mierda.


¿Qué cosas no le dan pereza?


Esa es una pregunta muy interesante, me dice Horacio.


«Por lo general, lo que le da pereza a uno son ciertos gestos o comportamientos que se repiten y que se repiten sin novedad. En ese sentido, uno podría pensar que la vida le da pereza ¿por qué? Porque el sol sigue saliendo, la noche sigue cayendo, el tiempo sigue pasando —chasquea los dientes y hace otro silencio, ese silencio de asfixia existencial— pero eso no me da pereza»


«No me da pereza la belleza que puedo encontrar en la raza humana. Tampoco me da pereza la crueldad porque la puedo ver» dice Horacio y ahora me mira más serio y a los ojos, pienso que es por algo personal, pero probablemente sea que esté desalojando la pereza acumulada tras tantos años y me dice «lo que me da pereza es estarme repitiendo».


«Para mí es importante no…no repetirme», dice Horacio. 


Y aprovechando los últimos segundos con Horacio le suelto una más ¿Cuál es la pregunta que más le da pereza que le hagan?


«Sobre El asco», dijo Horacio y se fue.

Sobre

Persy Cabrera nació en Tegucigalpa en 1997. Es graduado de bachiller técnico en electricidad del Instituto Técnico Saúl Zelaya Jiménez y cursó media ingeniería eléctrica en la UNAH antes de pasarse a estudiar periodismo. Actualmente es periodista cultural en Contracorriente. Le gusta el cine, las series, el anime, el manga y los libros. Practica fútbol y es entusiasta del deporte en general.

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2 comentarios en “La pereza de Horacio Castellanos Moya”

  1. Me detuve a husmear un poco de tu entrevista, Persy, y acabé leyéndola. Tu estilo de contarnos los detalles de este ejercicio laboral me atrapó.

    ¡Qué orgullo ser Saulistas!
    Éxitos y bendiciones.

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