El Cementerio General está ubicado en Comayagüela, pero fue exclusivo para la gente de Tegucigalpa en el Siglo XIX. Ahora se hunde en el abandono. Rodeado por los barrios más precarios de la ciudad, el cementerio se ha convertido en una metáfora; la vista de tumbas profanadas —refugio para almas perdidas— y osamentas expuestas, se funde con las casas de esos barrios, donde habita la pobreza, la vida y la muerte.
Texto y fotografía: Fernando Destephen
En las ruinas de lo que fue el lujoso Cementerio General, las estatuas de mármol y los mausoleos cuentan las historias de los muertos que lo habitan, como la del General Enrique López Gutiérrez, presidente durante el periodo de 1920 a 1924, recordado por ser el primer presidente en anunciar su intención de permanecer en el poder en enero de 1924 dado que no se declaró oficialmente un ganador en las elecciones. Por esto, López Gutiérrez asumió todos los poderes del Estado de forma dictatorial y no dio una fecha para nuevas elecciones por lo que produjo la guerra civil de 1924 encabezada por Tiburcio Carías, que años después sería otro dictador. Un gobierno transitorio se instauró encabezado por el general Vicente Tosca Carrasco con el compromiso de llamar a elecciones y promulgar una nueva Constitución para restaurar el orden en el país. Muchas extrapolaciones se pueden hacer con el presente porque la historia es cíclica pero, en el Cementerio General permanece encerrada en una tumba con un ángel cuidando el alma del difunto general López Gutiérrez.
El cementerio está ubicado en la octava avenida y primera calle de Comayagüela, una de las zona más hostiles del Distrito Central, con intensa actividad comercial y rodeada de barrios como El Pastel y El Chiverito controlados por varias bandas criminales. Esta zona también fue el centro de operación del Gato Negro o Héctor Portillo, o Juan Osorto, todos nombres con los que se le conoció a este narcotráficante que operó en la zona de los mercados de Comayagüela. Su muerte en 2010 contribuyó a nuevas disputas por la plaza de los mercados y la formación de la banda Los Chirizos.
La zona permite una mirada diferente de Tegucigalpa, vista desde el que alguna vez fue su exclusivo cementerio. Y es que los cementerios no solo cuentan la historia de los muertos, también de la ciudad y los vivos que en ella habitan. El cementerio es un espacio compartido con indigentes que profanan las tumbas para dormir en ellas, o con personas que usan partes de las osamentas para brujería, o simplemente con quienes lo ven como un buen lugar para desaparecer. La basura en las tumbas, los restos de comida, las bolsas plásticas, la huella de que alguien usa esas tumbas para dormir paradójicamente cuentan una historia de pobreza y alejamiento, de convivir con los muertos al no encontrar espacio.
Al cementerio se puede llegar por la séptima avenida de Comayagüela, aquí algunas indicaciones: atravesar el Chiverito y sus parroquianos en las puertas de las cantinas esperando un trago gratuito; bajar una pronunciada cuesta con agua estancada, mezclada con sangre y otros liquidos por los que es mejor no preguntar; atravesar unas cuantas carnicerías, un basurero y una cuadra de abarroterías justo en el corazón de lo que alguna vez fue la plaza del Gato Negro; dobla a la izquierda y, entonces, caminar por una peatonal que lleva a la alta entrada del cementerio coronada con una cruz sobre el campanario. No hay como perderse.
El contraste con la modernidad en la entrada del cementerio lo da la bandera del partido Libertad y Refundación (Libre) encarnada al pie de la cruz de lo que alguna vez fue el campanario del cementerio. El desgaste de la capilla de la entrada, las pocas restauraciones, la soledad, el peligro y ahora la alta temperatura hacen casi imposible la visita a no ser el Día de los Muertos cuando la alcaldía y familiares maquillan el lugar para despojar por algunas horas su aspecto lúgubre de cementerio olvidado y adornarlo la presencia de la Policía Nacional o de la Policía Militar del Orden Público (PMOP). La diferencia de clase social se lleve hasta la tumba, literalmente, porque justo a la par de este lugar —otrora exclusivo— está el cementerio de Sipile, el de los pobres, de acceso más difícil y más descuidado.
En la historia de este cementerio se encuentran los apellidos de una élite como Clamer, familia alemana dueña de un par de salas de cine, antes de que las salas de cine se encerraran en centros comerciales; los Soto, los Midence; en otro lugar, unos judíos enterrados y olvidados con musgo en sus tumbas ya sin nombre. La tumba y el busto del poeta Juan Ramón Molina. La familia china Yu Way Yu Shan, con un mausoleo elegantemente chino con un par de leones en miniatura como guardianes de sus escaleras.
Sin importar su pasado de élite, lo que comparten ahora los enterrados en este lugar es el saqueo, la suciedad y el descuido; si alguna vez el capital los separó muchísimo del resto, ahora en la muerte se unieron tanto que se confundieron en la miseria y el olvido.
En el recorrido ofrecido por el Centro de Arte y Cultura de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (CAC – UNAH) por el cementerio general se pueden observar tumbas abiertas, llenas de basura y algunas con las osamentas al descubierto.
La situación de inseguridad en el país muy poco ha cambiado a pesar de la implementación de un estado de excepción que, a pesar del despliegue mediático de operativos en las ciudades más importantes, no ha podido reducir los 2,247 homicidios que han ocurrido en el país, aunque la Policía Nacional, con datos oficiales presenta una reducción en los homicidios entre enero y junio de 2023 en comparación con el año anterior.
Los datos son fríos, los cementerios callados y Honduras sigue siendo un país violento. Mientras tanto, la historia seguirá durmiendo en un cementerio que ahora es parte de un recorrido turístico.
1 comentario en “Las ruinas de un cementerio exclusivo”
¡ Que interesante !