Sobreporrosis: La inconformidad en un grito punk

Sobreporrosis banda de punk honduras

Fotografía y texto: Fernando Destephen

Sobreporrosis, un grupo punk de Tegucigalpa, es una de las bandas que ensayan en el quinto piso del edificio ISP, mejor conocido como Metallian para los rockeros.

«Es el quinto piso, alumbre con el celular», me dijo el guardia que abrió el portón. Subir las gradas de un edificio sin luz para entrevistar rockeros es tal vez la mejor metáfora para describir la escena metalera de Tegucigalpa. 

El edificio ISP 1012 aún se mantiene en pie en el Centro de Tegucigalpa. Ahora está abandonado, pero sobrevivió muchos años con varias tiendas, oficinas, bufetes jurídicos y un pasaje que conecta las avenidas Paz Barahona y Miguel Cervantes. Ahora, el cuarto y el quinto piso son dos espacios para ensayos de grupos de rock y uno de reggae. Metallian es, oficialmente, una sala de ensayo para todas las bandas desde el 2015, me dice Jacko Amaya.

Jacko es abogado y guitarrista, inició Metallian como un proyecto personal para ensayar con sus bandas: Blasfemia y Paranoia. 

Entre sus anécdotas, Jacko cuenta que el edificio ISP está justo a la par del edificio donde alguna vez funcionó la Arquidiócesis de la Iglesia Católica de Tegucigalpa y la Radio Católica, por lo que, antes, cuando Metallian abría los domingos para ensayos, eso generó incomodidad en las personas que vivían en la Arquidiócesis por esas diferencias estéticas entre gustos musicales, el ensayo de rock «impedía que se pudieran llevar la cuchara a la boca» cuenta, entre risas, Amaya. Al fin llegaron a un acuerdo: no tocar los domingos y cerrar los dos espacios de ensayo de Metallian a las 8:00 de la noche todos los días. Con esto se logró una convivencia en armonía entre dos opuestos: la Iglesia Católica y los rockeros. Esto hasta que la Arquidiócesis se movió de lugar, con lo que Metallian continuó y se amplió como sala de ensayos para más grupos de rock, además de los dos de Jacko Amaya.

Sería difícil llegar al ensayo de Sobreporrosis sin alumbrar la subida con la linterna del celular, pues la oscuridad es total en los pasillos y en la subida se puede atropellar a alguien que está sentado en las gradas mandando un mensaje de texto, respirando la oscuridad o mitificando la figura del rockero dark, solitario y satanista.

A medida que se va llegando a las dos salas de ensayos de Metallian, se oyen esas pláticas atrasadas, los acordes de práctica y ese ponerse al corriente de la semana un segundo antes de comenzar a sangrar los instrumentos y aprovechar el tiempo que están pagando.

El nombre de Sobreporrosis hace alusión a un exceso cannábico, aunque, como me confiesan Gabriel Campos (bajo y voz), Guillermo Rosales (guitarra y voz) y Ernesto Sierra (batería y miembro del grupo de reggae) les da igual si la legalizan o no, y no apoyan el activismo en pro de la legalización de la marihuana. Son punks puros en contra del sistema haciendo música, sobreviviendo y recortando presupuestos para poder grabar un disco o producir un concierto. No se visten con ropa de cuero ni se pintan el cabello, visten de jeans o calzonetas, tenis de skate y camisetas de otros grupos de rock.

Los ensayos de Sobreporrosis son una liberación en gritos, cantar, afinar, encontrar una mejor acústica dentro de la sala, ensayar y volver a ensayar hasta que mejoran la ejecución de la rola. De repente el sonido se detiene, la vibración de los platos en la batería de Ernesto es lo único que se mueve, hasta que Gabriel o Guillermo comentan lo que pueden mejorar, y lo mejoran mientras el quinto piso del Metallian grita punk.

En Pío Rico

Son las 5 p. m. y en el bar Pío Rico, a una cuadra de Metallian en la avenida Paz Barahona, el bartender comienza a llenar los frízeres con caguamas. Es martes 6 de septiembre, el primero en llegar es Ernesto Sierra, quien está a punto de graduarse de Biología (Botánica) en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) y es el batero del grupo. Esperamos por los demás y, en esa espera, se explica el sacrificio: deben sobrevivir en trabajos que no son en el ambiente musical para poder continuar haciendo música. El camino del artista necio que nunca deja de hacer a pesar de haberse quedado sin uñas. Como el caso de Gabriel y Guillermo, quienes trabajan en un Call Center.

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Ensayo de Sobreporrosis en el quinto piso del edificio ISP de Tegucigalpa. Foto CC/ Fernando Destephen

La alegría al expresarse y la forma de comentar los problemas, su lenguaje y bromas son de personas que tienen conciencia social, pero saben que muy difícilmente algo cambiará en el sistema actual.

«No hemos terminado de pagar el álbum, ya llevamos más de un año y medio», cuentan los tres sentados en una mesa de madera en el segundo piso de Pío Rico.

Juntos, haciendo sacrificios y buscando financiamientos, han logrado grabar un disco, pero dicen que falta mucho, porque una gira por El Salvador (autofinanciada) les complicó el presupuesto como banda y el disco. 

Nada de esto los detiene de divertirse, no romantizan la situación jodida del artista en el país, tampoco se derrotan: «Nosotros hemos hecho música para divertirnos, y eso es como nuestro mensaje. Nosotros venimos también de esa violencia que se vive en la calle».

La calle y la violencia, contextos que definen muchas situaciones, como tener que ensayar solo por las noches y después del trabajo. Antes de llegar a casa y descansar un rato, ellos crean el tiempo y las energías para ensayar dos veces a la semana, para luego salir del edificio ISP a un mundo nocturno y solitario, llegar a casa y prepararse para repetir la rutina.

Otra característica de esta banda es que son organizados tanto con sus tiempos como con los de Metallian. Eso lo confirma Amaya al contar que los de Sobreporrosis son responsables, a pesar de ser punks son muy cuidadosos con los instrumentos.

Ahora, ya más conscientes de su oficio, el compromiso es con la música y están seguros que el camino que ya recorrieron les ayudó a no repetir los mismos «cagadales» que hicieron en otras bandas. Los «excesos».

Antes de ser Sobreporrosis, los tres se encontraban en las movilizaciones contra los resultados electorales de 2013 y 2017 («fraude 1» y «fraude II», como dicen ellos) y contra el golpe de Estado de 2009: «(Nos conocemos) desde el 2009, luego seguimos encontrándonos en las protestas contra el fraude 1 el fraude 2, ya días andamos dando pija en la calle y siempre que me encontraba con este maje le decía: «Puta, loco, lo que ocupa Honduras es una banda de punk porque ahí mucho metal, mucho hablas de dragones y del Diablo, pero nadie vuela pija aquí, todo mundo se queda callado», dice Guillermo Rosales. Más que una crítica, es expresar ese hartazgo que existe cuando Sobreporrosis nace como grupo punk en 2019. Los orígenes musicales de Guillermo, Gabriel y Ernesto son muy distintos: reggae, el jazz y el death metal. Sobreporrosis es esa expresión final: «Estamos a pija de todo, entonces criticamos».

El punk es un movimiento que inició en la Inglaterra de la casa Windsor en los años 70 como un medio de expresión para una generación que cambió el traje elegante por jeans rotos, camisetas, chamarras de cuero y cabello pintado y parado. Tatuajes, piercings y ese gusto por la música estridente y crítica. Un sonido que viene de ese cansancio de querer expresar la rabia de una generación.

La música de Sobreporrosis incluye la tradición punketa de revelarse contra el sistema desde 2009, cuando el 28 de junio el golpe de Estado los llevó a protestar, pero, aclaran, no son político-partidarios y comparten el mismo dolor e impotencia del resto de la población ante decisiones políticas que afectan a la mayoría. «Porque la batalla al final es entre partidos, no es como para cuidar Honduras», dice Ernesto en Pío Rico, mientras gira el grinder.

«Lágrimas de un chepo», «Congreso», «Anarquía 3.0» o «Goma Eterna» son algunas de las canciones de Sobreporrosis, y desde el título se entiende que no son baladas ni es música suave.

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El guitarrista de Sobreporrosis, Guillermo Rosales, durante un ensayo. Foto CC/ Fernando Destephen

Tenemos todo el álbum listo

De los tres, dos trabajan. No les regalan nada, repiten los tres como mantra. Después cuentan sobre ese sacrificio del músico en Honduras: lograr un arreglo de pago, un crédito, un financiamiento o vender algo para grabar sus canciones, como ha sido el caso de Sobreporrosis para la grabación de su álbum, un proceso que ha sido lento por las dificultades económicas y técnicas, porque la persona que graba —él también— no solo se dedica a eso, es alguien más que debe sobrevivir haciendo otro tipo de trabajo.

«Así es como sacamos el proyecto adelante, todavía estamos endeudados», dice Gabriel y luego confiesa que ya llevan año y medio pagando el álbum.

Ernesto es más directo y explica que: «Toca chambear para hacer las ondas». Con «ondas» se refiere a hacer todo, desde camisas, logos, tiempo de ensayo, conciertos, giras y hasta la grabación del álbum.

Saben que no hacen mucho dinero con sus presentaciones y tampoco con los promotores: «Algunos sí han hecho dinero», dicen los tres al unísono, pero no para Sobreporrosis, sino usando al grupo. Los tres son conscientes de que tocan música para «clase obrera, no para majes ricos» y que los lujos de las giras no serán estilo Mtv: es dinero que se invierte y, si les va bien, recuperan algo, pero el mantra es seguir tocando.

Sobreporrosis también tiene merchandising, esto gracias al desprendimiento de uno de sus integrantes, Gabriel Campos, quien logró negociar con un diseñador gráfico camisetas con motivos del grupo. ¿Qué sacrificó? Un amplificador. Dejar ir para seguir persiguiendo ese sueño: para seguir siendo Sobreporrosis.

Los toquines son escasos y suelen ser en bares. Para esto también deben ahorrar un promedio de tres meses antes para montar un concierto y recuperar al menos un poco de lo invertido; uno de los más recientes fue en el bar Pío Rico. También tienen canal de Youtube y página de Facebook, donde han subido parte de sus trabajos.

Sobreporrosis es un canto al exceso, pero sus integrantes no le huyen a la responsabilidad que tienen en el escenario con la música y con el público. La sobriedad en el concierto es un acto de rebeldía contra ellos mismos y contra esa mitología del rockero destructor, borracho y drogado. Esa responsabilidad se explica con otra frase: «He estado trabajando tanto para este toque que no voy a llegar a pija a cagarles el toque a los demás». Esto no implica que después del concierto no lo hagan. Pero antes de él, la respuesta es clara y encubre la misma rebeldía: no. 

Grabar el álbum también es una especie de tributo para un amigo, dicen, y hacerlo fue tan especial que, al terminar una sesión de grabación, salieron del estudio y se abrazaron, lloraron y después se fueron de regreso a esa Tegucigalpa que los conoce por su punk.

Mientras Sobreporrosis ensaya en el quinto piso, abajo Tegucigalpa suena a tráfico y estrés, sonidos que se reproducen con fuerza natural, pero algunos días, al pasar por el edificio ISP tipo 5:00 de la tarde, se puede escuchar una furia descargarse en un acorde de guitarra y los gritos de Gabriel y Guillermo cuando cantan «Papelito rico» y Ernesto toca la batería con una emoción que solo la música podría darles.

Sobre
Fernando Destephen 1985 Tegucigalpa, Honduras. Fotoperiodista y contador de historias.
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