Fotoensayo por Martín Cálix
En enero de 2010 un terremoto de 7,0 grados devastó Haití. Diez años después, la diáspora haitiana que cruza por Centroamérica se ha vuelto difícil de medir por sus condiciones de precariedad absoluta, el tráfico de personas y el cruce por puntos ciegos. En su llegada a Honduras, un país que suele compararse con Haití por la pobreza y violencia que expulsa a miles de personas, los migrantes haitianos han encontrado trabas regulatorias que provocan un estancamiento temporal que puede durar entre un par de días hasta meses, pequeñas iglesias y organizaciones como Médicos sin Fronteras son la única luz que encuentran en su espera para seguir su camino hacia Estados Unidos.
El mundo volteó su mirada hacia Haití cuando el actor de Hollywood, Sean Penn, llegó a la isla cargando sacos de ayuda humanitaria, tras el terremoto de 2010, para ayudar a las víctimas del desastre. Aquella imagen rápidamente dio la vuelta al mundo, el hombre que había amado a Madonna —la reina del pop— y que en algún momento de su vida creyó que era buena idea internarse en las montañas de Sinaloa, en México, para entrevistar al capo de la droga Joaquín «El Chapo» Guzmán, coqueteando —según él— con el periodismo de investigación, hizo que las cámaras atraídas por él vieran con escepticismo lo que sucedía en Haití y su incansable ciclo de tragedias.
Las secuelas de aquel terremoto sobreviven a una década, y con ellas el recuerdo de una patria que se quebró aún más cuando los gobiernos haitianos consumidos por la corrupción no supieron o no tuvieron la forma de resolver los problemas inmediatos de una población que lo perdió todo. La violencia tuvo una de sus peores escaladas en la isla y provocó que la diáspora haitiana creciera a niveles que aún es difícil de definir: víctimas de estafas, el tráfico de personas y explotación sexual por quienes les cobran precios elevados para sacarlos de Haití, según un artículo de la BBC.
Esta diáspora que lleva diez años llegando a territorio continental desde la isla de La Española (Haití y República Dominicana) se ha profundizado desde 2018 en su paso por Centroamérica, quedándose varada por meses o por años, acumulándose en comunidades también abandonadas por los Estados de la región.
Cuando en noviembre de 2020 un pequeño grupo de migrantes haitianos llegó al municipio de Trójes en el departamento de El Paraíso en Honduras, el pastor evangélico Kevin Corleto —un joven de 25 años y entonces con apenas unos meses de ser pastor— abrió las puertas de su templo para albergar a las personas migrantes que llegaban a su comunidad: la Iglesia Misionera Revelación Divina. La noticia de que un pastor ayudaba a los migrantes que llegaban a Trójes se esparció con velocidad entre haitianos, africanos y cubanos que habían estado subiendo el continente en dirección a Estados Unidos desde Brasil y Chile.
Este mismo ejemplo lo han seguido otros religiosos y hasta la iglesia católica, donde ahora se ha montado una clínica de atención primaria de la organización Médicos Sin Fronteras (MSF), que ha resultado ser la única organización que da asistencia médica y psicológica a los migrantes que comenzaron a acumularse en las iglesias, y los que traen algunos dólares en las posadas y hoteles baratos.
Corleto abrió las puertas de su templo y desde noviembre ha albergado a toda persona que lo ha necesitado porque sintió que el llamado de Dios era ese. «Soy un pastor muy bíblico», dice, y continúa para citar la biblia: «he estudiado la Biblia quince veces, trato de ser bien detallado: que todo lo que sea, sea bíblico, no creo en nada que no esté en la Biblia, de esa manera lo pienso. Empecé eso por dos cosas de la Biblia: porque es una ordenanza de Dios, en el libro de Levítico 19:33 dice que “cuando el extranjero viniera a tu tierra debes de tratarlo como uno de ustedes, como si fuera tu hermano, no lo oprimas, más bien sé hospitalario”, y en base a otro texto que dice que el verdadero ayuno es hospedar al necesitado, vestir al desnudo, darle de comer al hambriento». La Biblia le ha servido para justificar ante los líderes de su misión, quienes ya le han solicitado que deje de ayudar a los migrantes por temor a perder fieles de su iglesia o que la persona que les arrienda el lugar donde está ubicada la iglesia les saque. Pese a las presiones, el pastor Kevin continúa ayudando a los migrantes, comenzó organizando maratones para recaudar fondos que pudiesen pagar la multa que el Instituto Nacional de Migración (INM) exige, luego gestionando comida, agua y ropa.
La razón por la que los migrantes africanos, haitianos y cubanos han permanecido más de lo que esperaban en Honduras, ha sido la multa por falta de sellos que determinan su estatus irregular según las leyes hondureñas. El artículo 136 de la Ley de migración en su numeral 5 dice que: «entrar o salir del país sin realizar el control migratorio o por puerto no habilitado para ello» es razón para que los oficiales de migración les impongan una multa que según esta ley puede ser de medio salario mínimo hasta los tres salarios mínimo. En Trójes ha sido aplicada la mínima: 4598.27 lempiras, unos 190 dólares.
Fontis es uno de estos migrantes haitianos varados en Trójes porque no tiene dinero para pagar la multa del INM. Pasó los últimos seis años de su vida junto a su familia en Chile, pensaron que ahí iban a encontrar mejores condiciones de vida que en Haití, de donde se fueron luego de que el terremoto de 2010 dejara devastada la isla. Aunque encontraron trabajo también se enfrentaron al racismo y al cambio de política migratoria con la llegada de Sebastián Piñera al Palacio de la Moneda.
El acuerdo migratorio entre los dos países que permitía el visado para los haitianos y la posibilidad de encontrar trabajo y seguridad social se vino abajo y con ello las esperanzas de muchos haitianos que ahora recorren América Latina en busca de una oportunidad más para volver a empezar sus vidas, esta vez, el destino —dicen algunos de los haitianos que se encontraban varados en Trójes, los que hablan español, los que se atreven a conversar— es Estados Unidos. La familia de Fontis se ha quedado en Chile, confiando en que él sobreviva a la ruta hacia el norte y luego les pueda enviar algo de dinero que pueda pagar un boleto de avión y reencontrarse. Fontis no se atrevió a viajar con su pareja y su hijo debido al peligro de la ruta migratoria desde el sur y ahora esta familia haitiana se encuentra separada por miles de kilómetros a lo largo de un continente que les ha mostrado su lado más hostil.
Sentada en una silla de plástico dentro de una iglesia que ha sido convertida en albergue, Guerlande de 25 años, amamanta al menor de sus hijos. Ella viaja junto a su familia desde Chile donde se ganaba la vida como trabajadora doméstica y cuando ya no hubo más trabajo en las casas de los chilenos, Guerlande se hizo vendedora ambulante hasta que el racismo la sacó de las calles de Santiago de Chile, y junto a sus dos hijos y su pareja decidieron subir tanto como pudierOn en dirección a los Estados Unidos. En su viaje por Latinoamérica presenció muerte y violaciones, la voz se le vuelve quebradiza cuando intenta narrar los peligros que corrió cuando atravesaron la selva colombiana y panameña. Aunque Guerlande asegura que a ella no le sucedió nada en la ruta, es una mujer que no puede ocultar el daño emocional de migrar en las condiciones tan precarias en las que los haitianos lo hacen.
MSF ha detectado en los migrantes que han llegado a Trójes enfermedades gastrointestinales, en la piel, gripe, quebraduras por accidentes de tránsito y caídas, quemaduras por roce, dolores musculares y articulares, lo que resulta en cuadros de estrés y de ansiedad que se acumulan debido al racismo, asaltos en la ruta, violaciones y muertes. La organización contabiliza un promedio de 45 consultas diarias desde su primera intervención en marzo, desde entonces han realizado 326 atenciones médicas y 100 atenciones psicológicas. Esta atención de MSF en Trójes ha sido para muchos haitianos, cubanos y africanos la única en años desde que salieron de sus países.
Nadia es una mujer haitiana que desde hace 10 años salió de su país cuando tenía 25 años. Ha hecho la ruta migratoria hacia el norte desde Chile, pero antes estuvo en Brasil donde viajó como miles de haitianos que migraron después del terremoto de 2010. En Chile el racismo la llevó a recibir una golpiza por parte de cuatro hombres chilenos, «cuatro hombres blancos», explica Nadia que la golpearon por defender a una amiga suya haitiana a quien le sacaron los dientes a golpes mientras trabajaban como vendedoras ambulantes en las calles de Santiago de Chile. Nadia y su familia llegaron a Chile luego de pasar cinco años trabajando en Brasil donde ella ganaba 250 dólares en una empacadora de carne.
Las condiciones en las que este grupo de haitianos se encuentra en Honduras, unas ochenta personas entre niños y adultos, hacen que Nadia se sienta triste: «lloro mucho, no me gusta dormir en este colchón sucio, no hay baño», narra ella desde ese mismo colchón donde duerme junto a su pareja y el menor de sus hijos en un albergue que la iglesia del pastor Kevin Corleto les ha facilitado. Se bañan en un río cerca del albergue y cocinan sus alimentos en una pequeña estufa que el pastor Kevin les ha podido facilitar, o en improvisadas hornillas de bloque que encienden con trozos de madera vieja o ramas secas. Nadia es madre de dos hijas y un hijo, la mayor de sus hijas todavía está en Haití al cuidado de la madre de Nadia. El miedo de volver a Haití, tras la escalada de violencia en los últimos diez años, tiene a Nadia y su familia con las esperanzas puestas en llegar al norte donde sueñan con reencontrarse con esa hija que ya no les conoce más que por videollamadas, pero para continuar ella y su pareja deberían pagar unos 380 dólares al Estado hondureño para poder hacer el tránsito hacia el norte: Guatemala, México, y quizá Estados Unidos.
En el templo de la iglesia del pastor Kevin se han albergado unas 140 personas, niños y adultos, y los que ya no pueden ser albergados son llevados a una galera que funciona como anexo de la iglesia del pastor Kevin y es donde Nadia ha pasado los últimos cuatro o cinco días, mientras encuentra la forma de solucionar la traba migratoria por haber cruzado por puntos ciegos cada país hasta Honduras.
Wilfredo Escoto, Teniente coronel, oficial de enlace entre las Fuerzas Armadas y el INM, llegó a Trójes el jueves 22 de abril, luego de su llegada se les otorgó el salvoconducto que les permitió a los haitianos dejar Trójes y avanzar hacia Guatemala. Las razones por las que se tomó esa decisión no fueron explicadas a Contracorriente debido a que el Teniente coronel Escoto no tenía autorización para hablar con la prensa.
El pastor Kevin dice que continuará dando toda la ayuda que pueda a los migrantes que siguen llegando a Trójes, y MSF posiblemente ampliará su atención en la comunidad. Una comisión integrada por actores locales y la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) planea habilitar una área del Agatro (Asociación de Ganaderos y Agricultores de Trójes) como albergue municipal para los migrantes, este albergue estaría ubicado contiguo a la Clínica de Estabilización para pacientes por COVID-19 del municipio de Trójes.
2 comentarios en “El exilio haitiano cruza por Honduras”
Dios bendiga grandemente la vida del pastor Kevin Corleto , un joven que a su corta edad a demostrado el amor y temía a Dios , dando con todo su corazón ♥️ ayuda a esos hermanos extranjeros que an llegado a nuestro bello municipio de Trojes
Dios siga bendiciendo y agrandando el numero d donaciones para estos hermanos k nada nos hacen x pasar por este suelo que Dios nos dio
Bien queremos que nuestros hermanos hondureños sean tratados bien en otros paises donde son migrantes y nos olvidamos de estos projimos que necesitan ayuda