Los límites invisibles que no podía cruzar

Autoría anónima*

Tengo catorce años y soy bisexual. Desde muy pequeña siempre me sentí atraída por niñas y niños. Nunca me pareció extraño y tampoco tenía miedo a los prejuicios y a los comentarios de los demás, ya que no les daba importancia. Sin embargo, cuando cursé el segundo y tercer año escolar empecé a encontrarme con diferentes opiniones e insultos hacia las personas sexualmente diversas de parte de mis compañeros. 

«Aquella maricona», «qué asco me dan, ¿que no les da pena?», «hay niños cerca, qué mala influencia», eran algunas de las cosas que escuchaba. Por esos años empecé a rechazarme y a rechazar mi sexualidad y mi obvia atracción por ambos géneros. Aquellos comentarios los sentía como insultos hacia mí, entonces empecé a reprimir mis emociones para no perder amistades. 

Cuando cumplí once años ―mientras cursaba sexto grado―, mis papás me regalaron mi primer celular, aquel aparato me introdujo a varias comunidades de internet en las que comencé a encontrar publicaciones de personas de la comunidad Lgbtiq+, y noté que había personas que eran como yo. Empecé a conocer muchas sexualidades y géneros, que antes ni siquiera me enteraba que existían. También encontré a mucha gente con experiencias muy similares a la mía y así empezaron mis dos vidas: a mis doce años yo tenía muy claro los límites invisibles que no podía cruzar. Por un lado, tranquila y feliz expresando mi sexualidad con personas a través de internet y por el otro callándome y temiendo del qué dirán. 

Recuerdo muy bien a la primera chica que me gustó, recuerdo cómo sonreía cuando me hablaba, cuando me daba cumplidos y cuánto me emocionaba por ello. Recuerdo su voz y sus chistes, cuando me dijo que le gustaba y cómo mi corazón empezó a palpitar más rápido por eso. 

Ese mismo año hablé con mi mamá sobre mi sexualidad. Tenía miedo de cómo reaccionaría, tenía miedo de complicarle la vida, tenía miedo de que me dejara de querer. Pero ella me mostró lo errada que estaba al pensar en eso: «vos sos mi hija y siempre te voy a amar», me dijo. En ese momento lloré como nunca, primero por el miedo y después por la felicidad. Expresarle mi sexualidad a mi madre fue una de las cosas que más valor me tomaron, pero no me arrepiento ni un poco. 

En mi grupito de amigas, por alguna razón, siempre llegaba el tema de la sexualidad. Tengo muy presente una plática que tuvimos en los últimos días de sexto grado: «¿A quién de acá es más probable que le gusten las niñas?», preguntó una de ellas, y yo empecé a morder mis uñas de los nervios que sentía por la situación, sentí un escalofrío cuando otra respondió con mi nombre. No olvido cuando comencé a ver la diferencia entre sus reacciones: unas tenían cara de disgusto, otras se apartaron, pero otras ni se inmutaron y parecía no importarles. Esa experiencia me ayudó a reconocer algo que me costó aceptar y es que no todas las reacciones serán positivas y no todas serán negativas. 

El año siguiente, en séptimo grado decidí decirle a mi padre y a mis amigos. Si decirle a mi madre me dio miedo, no pueden ni imaginarse el miedo que me dio decirle a mi padre. No tenía ni idea de cómo podría reaccionar, mi mente no falló en imaginarse de todo. No recuerdo mucho de la plática, seguramente porque mi mente decidió bloquear la situación, pero sí recuerdo que de alguna manera llegó a la misma conclusión que mi madre: «vos sos mi hija y siempre te voy a amar». Días antes también les había dicho a mi nuevo grupo de amistades y dos de ellos me respondieron con un «hey, yo también». Ese día reímos bastante, ya que nos dimos cuenta de que no teníamos que tenernos miedo y que siempre tendríamos con quien hablar de estos temas. 

Meses después empezó la cuarentena. Esto me afectó porque significaba tener más tiempo con mi mente y menos tiempo con mis amigos. empecé a pensar y cuestionarme muchas cosas. Entonces experimenté con diferentes «etiquetas». Pasé por muchas de las letras de Lgbtiq+, pero al final, me di cuenta que desde un inicio lo que me indentificaba era «bisexual». Pero como mi mente tenía tiempo de sobra, decidió decirme: «¿y el género?, ¿y los pronombres?», entonces supe que la historia no terminaba ahí. Después de experimentar con diferentes pronombres y géneros reconocí lo cómoda que me sentía diciendo «soy no binario» (no binario es un espectro de identidades de género que estan afuera del binario del género que es solamente femenino y masculino). Los pronombres no me molestaban, ni me importaban, y siguen sin hacerlo. Así que volví a salir del closet, pero esta vez solo con mi madre y mis amigos más cercanos. A la mayoría les tuve que explicar qué significa ser no binario.

Hace unos días, tuve una experiencia conectada con mi sexualidad en la escuela. En la clase de Estudios Sociales me pusieron de tarea escribir mi biografía, entonces yo escribí sobre mi experiencia cuando salí del closet con mis padres, ya que como mencioné antes fue algo muy importante para mí. Lo que no sabía yo al escribir aquella biografía, era que me iba a tocar presentarla a mis compañeros. A mí no me importa si los maestros se enteraban que soy bisexual, pero la historia cambia con mis companeros. Y es que mis maestros no me pueden hacer ni decir nada sobre esto, pero mis compañeros sí. Cuando la leí volví a sentir el mismo miedo que sentí cuando se lo dije a mi papá y mi mamá. 

Mientras leía me decía a mí misma: «no lo leás, solo pasá a lo siguiente y ya», pero finalmente lo leí. Terminé y apagué mi micrófono. Mi corazón estaba palpitando tan fuerte que lo escuchaba a la perfección. «Por lo menos ya pasó», me dije, pero ni un segundo pasó y el maestro preguntó: «¿qué dijo de sus padres antes?». Entonces lo volví a leer intentando sonar lo más tranquila posible. «¿Cómo así?», insistió. Se me hizo demasiada tonta su pregunta, ya que en clases anteriores él ya había utilizado la frase «salir del closet». Terminé respondiendo su pregunta diciéndole: «Que le he dicho a mis padres que soy bisexual». Cuando respondí esto vi todo tipo de reacciones: algunas compañeras estaban haciendo cara de asco y la mayoría de los niños se estaban riendo o haciendo cara de asombro. 

Al terminar la clase comencé a imaginar todas las cosas malas que podrían llegar a pasar. Le conté a mi mejor amiga llorando del miedo y la ansiedad. Ella solo esperó a que me calmara para decirme que si me llegaban a hacer algo en la escuela, ella sería la primera en defenderme. Pasé de llorar a enojarme. Me enojé por las preguntas malintencionadas de mi maestro, pero como en todas estas situaciones, terminé riendo. También reí por las reacciones de toda mi clase. Reí porque también me habían llegado tres o dos mensajes de personas de otras secciones preguntándome si era verdad lo que había dicho. Sí, aún tengo miedo de qué pueden hacer o decir mis compañeros en la escuela, pero al final del día, nada de eso importa. Por lo menos, me quité ese peso de encima y no dejé que lo dijera alguien más como rumor. Lo dije con mi propia voz. 

Descubrir a mi edad que soy bisexual es todo un proceso, y más que nada por el «qué dirán» o el «qué pensarán». Yo estoy igual de segura con mi bisexulidad que cualquier adolenscente hetero con su sexualidad. Ya me han gustado todos los géneros, y me puedo imaginar una vida con cualquiera. Creo que nadie tiene que cuestionar la sexualidad o el género de las personas. Yo no cuestiono a un heterosexual cisgenero, entonces creo que nadie debe de cuestionarme porque soy bisexual no binarie. 

Frases como: «es solo una fase» y «es pura confusión» estancan, y en lugar de ayudar a un adolescente en la construcción de su identidad lo perjudican. Si una persona habla de su sexualidad y su género de manera segura, lo menos que espera es ser juzgada como inmadura y confundida. 

En realidad estas experiencias que he compartido aquí me recuerdan cómo estoy rodeada de amor y de que no estoy sola. Esto me llena de felicidad. No siempre me han aceptado, pero no siempre me han rechazado. Tal vez, si yo hubiese nacido en otra época no habría tenido las mismas respuestas. Creo que eso significa que poco a poco las personas de la comunidad LGBTIQ+ están siendo aceptadas y eso me alegra muchísimo, porque significa que en un futuro la comunidad no va a tener que temer de nada y de nadie.

No creo que muchas y muchos adolescentes tengan la libertad de decir cosas como estas en público porque en un país como Honduras es hasta peligroso salir del clóset. Independientemente de la edad, una persona puede sufrir de mucha violencia solo por ser parte del colectivo Lgbtiq+.

*La libertad de expresión de niños y adolescentes LGTBIQ+ no debe ser coartada, sin embargo por seguridad de la autora, se determinó proteger su identidad.

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1 comentario en “Los límites invisibles que no podía cruzar”

  1. Felicito a la autora, que además de ser valiente, tiene mucho talento para escribir, fue una lectura amigable, entretenida y de esas que atrapa de principio a fin, excelentes dones literarios. Sigue adelante, sé feliz y escribe mas !

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