Memorias del fraude: Luna y la barbarie

Texto por: Heidy Alachán

Luna tiene una nariz bien perfilada, ojos negros y grandes, sus pestañas abundantes resaltan la forma particular en la que brillan permanentemente. En su rostro de 23 años sobresale una sonrisa dulce, que en muy pocos momentos desaparece. Han pasado cuatro meses y once días desde su salida del Seguro Social, y Luna es puntual en su cita a las 10 de la mañana de un sábado de abril para contarme cómo sobrevive después del 1 de diciembre de 2017, el día en que un militar le disparó y la dejó con una discapacidad. Su hermana menor la ayuda a moverse, la acompaña a todas partes menos a la sala donde hago la entrevista.

Luna nació en San Pedro Sula, el 13 de octubre de 1994, pero se mudó a Choloma donde vivió hasta los 5 años y luego de varios cambios de domicilio regresaron al sector López Arellano donde vive y ahora sueña con graduarse de la universidad donde estudia.

La mejor parte de mi niñez fue cuando viví en Choloma porque tenía muchos vecinitos y salía a jugar todas las tardes. El colegio pasó igual, sin mayor novedad, estudié mucho y procuré salir bien con todo. En esa época y durante toda mi vida hasta antes del 1 de diciembre, fui una persona muy sensible, débil,  tenía miedo a la vida, no tenía fortaleza, decía que iba a hacer algo, pero al final no lo cumplía, no tuve una niñez tan bonita, sabe, me sucedieron muchas cosas.

Ella trabajaba como asistente contable y en el área de un proyecto, estudiaba licenciatura en relaciones industriales. El 1 de diciembre, su jefe avisó que no trabajarían debido a que las protestas y tomas de carreteras en todo el país se habían salido de control. Me dijo que había sido un día inusual, como ya venían siendo los días posteriores al 26 de noviembre, Honduras literalmente ardía. Llegó a haber alrededor de 100 puntos de tomas de carreteras y caminos en todo el territorio nacional, grupos de personas que exigían el respeto al triunfo de la Alianza de Oposición contra la Dictadura. Represiones, personas heridas y asesinadas, gases lacrimógenos, disparos, detenciones, saqueos y manifestaciones en los tramos carreteros más importantes de todo el país. Ejército, policía militar, FUSINA y policía nacional tenían una sola misión: controlar las protestas.

En la colonia de Luna, la población estaba en una de las calles principales, aun así, en  medio de los enfrentamientos de los manifestantes y el ruido de las armas militares y policiales, ese día, había decidido acostarse y dormir un rato ya que no iría a trabajar.  A las 12:30 pm, una serie de detonaciones muy cerca de su casa hizo que saltara de la cama hacia el patio. Su padre, en afán de ayudar a quienes corrían perseguidos por los militares con disparos y golpes, abrió el portón principal, permitiéndoles entrar para refugiarse.

Cuando ella llegó a la puerta, salió por brevísimos instantes para decirle a su papá que entrara a la casa. En ese mismo momento, inmediatamente después de una detonación, sintió cómo un calambre recorría su pierna y cómo ésta empezaba a desprenderse de su cuerpo. La bala había penetrado su pierna izquierda, a la altura del fémur. El dolor era sin precedentes. Los militares afirmaban que no había sangre ni disparos, que no había razón para tanto alboroto, hasta que Luna, levantó su mano llena de sangre para mostrar la pierna herida. Inmediatamente, la subieron a un vehículo para trasladarla a un hospital.

Luna revive esa terrible escena de su vida, allí en la entrevista que le hago. Continúa. De 10 a 15 militares rodearon la zona, impidiendo que ella saliera e indicaron que no la llevaran al Seguro Social, que si lo hacían serían tiroteados y si querían atenderla, debían llevarla a una clínica periférica, privada. Su padre asintió a fin de que abrieran su paso. Uno de los militares se dirigió a su madre, quien pretendía subirse al vehículo, amenazando que si se subía la mataría, ella se detuvo y con voz firme le respondió: “pues me va a tener que matar, porque yo por mi hija, voy a donde sea.”

Llegaron a la clínica periférica, del vehículo a una silla de ruedas, de la silla de ruedas a una camilla mientras la sangre continuaba saliendo en grandes cantidades. Se trataba de un disparo que entró por la pierna izquierda y provocó 3 orificios de salida en la pierna derecha. Luego de 3 bolsas de suero, los médicos dijeron a su madre que corría el riesgo de morir desangrada y debían trasladarla de forma inmediata al Seguro Social si querían salvarla. A partir de ese momento, empezó el infierno.

Médicos en huelga por falta de pagos y exigencia de aumento salarial, mora altísima en la atención a pacientes con citas de varios meses de anterioridad, la decadencia de la institución, el desabastecimiento de medicamentos y sobre todo, la ausencia de verdaderas políticas públicas que garanticen el derecho efectivo a la salud, provocaron que Luna pasara 1 mes y tres días en espera para ser operada.

Durante esos 34 días, su madre, una inspectora de maquila, se mantuvo junto a su camilla las 24 horas, durmiendo en muchas ocasiones en el suelo, incluso en los pasillos del seguro social, haciendo turnos con sus otras dos hijas. Todo ese tiempo, Luna, comió, durmió, habló, lloró, gritó del dolor, hizo sus necesidades, en esa misma camilla. En dos ocasiones, tuvo la certeza de preferir estar muerta. Finalmente, el 3 de enero, exactamente a la 1 de la tarde, entró al quirófano. Fue la tercera de una lista de cien personas esperando por operación.

Me incorporé y la vi con gesto de sorpresa, ella sonrió nuevamente y me dijo: sí, 100 personas.

-Pero mire, logré ser la tercera. Me insertaron platina desde acá hasta acá- dice mientras pasa su mano desde la cadera hasta unos centímetros arriba de la rodilla.

Luna afirma que muchas cosas han cambiado desde entonces.  En enero, su hermana mayor junto a su bebé se fue de “mojada” tras el sueño americano, con el compromiso de enviar dinero para sostener la familia. Su madre, una mujer de 45 años, ha tenido que buscar nuevamente empleo, mientras su hermana menor con 15 años, la ayuda en casi todo, ya que su madre está afuera de casa durante el día.

Sobre quién disparó y las condiciones en las cuales resultó herida, mientras pasaba varias veces la mano sobre su pierna, casi sobándola reiteradamente, me dijo: “no puedo ni ver a los militares, ese día estaban como locos, disparando a todo el mundo, lanzando piedras, golpeando a la gente. Lo que ese hombre ha hecho es una injusticia, ha sido un gran golpe para el pueblo. Yo no estoy a favor ni en contra de ningún partido político y nunca salí de forma directa a las  manifestaciones, pero el pueblo estaba en su derecho de defender el voto.”

Tomó un sorbo de agua y continuó: A pesar de lo que me pasó, siento que llevo una vida normal, tengo mis metas, mis objetivos trazados, sé lo que quiero y lo voy a cumplir. Para mí esto no es ningún obstáculo, es como un peldaño para seguir adelante y demostrar lo que soy. A pesar de todo lo que pasa en la vida, uno debe demostrar de qué está hecho, si bien es cierto en la vida hay golpes duros, no todo está perdido, voy a cumplir mis sueños, sin importar que sea muy difícil la situación.

Luna es una de las al menos 393 personas que resultaron heridas y lesionadas en las manifestaciones en contra del fraude electoral, varias de ellas con consecuencias irreversibles en su salud. Es también el reflejo de este paisito de tantos amores y dolores

Su sonrisa reafirma que ni todas las balas de las armas policiales y militares, ni toda la avaricia de poder, ni toda la maldad de sectores políticos y económicos al control de estas honduras pueden matar o desaparecer la esperanza que florece en las sonrisas que transitan las calles hondureñas cada día.

 

 

 

*Luna es un nombre ficticio, utilizada en función de proteger la identidad de la víctima.*

 

 

 Envíenos su crónica a contracorrientered@gmail.com

Heidy Alachán Contributor
Sobre
Nací el 25 de abril de 1992, en San Pedro Sula. Maestra de Educación Primaria y abogada, trabajo en defensa de DDHH, particularmente en temas de independencia judicial.
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