Las calles que hablan por nosotras

Fotografías y texto por Maryoriet Rosales

En Tegucigalpa, los grafitis y murales en las calles han comenzado a surgir como texto de nuestras realidades urbanas, y sirven como un recuerdo constante del contexto político y patriarcal en el que vivimos las mujeres.

En el Centro Histórico, que está siendo reparado por máquinas, intentando redefinir su abandono, las paredes que gritan «No más femicidio» se convierten en un observatorio de las violencias contra las mujeres. Honduras es un país donde cada día una mujer muere violentamente a manos de un hombre; sin embargo, el 98 % de los feminicidios permanecen impunes. A diferencia de los asesinatos u homicidios, estos crímenes suelen suceder en el hogar como resultado de la violencia de género y las dinámicas de abuso que nuestra sociedad tiende a perpetuar

A pocas cuadras de allí, una campaña feminista nos recuerda que esto no es un «crimen pasional», como han retratado los medios locales durante años, sino una manifestación más de la violencia patriarcal que se propaga por el país como un virus corrosivo.

En la misma fotografía se reflejan una diversidad de mensajes, entre ellos cómo la prohibición de la PAE (píldora anticonceptiva de emergencia) representa un golpe contra las mujeres. Este juego de palabras alude a una medida impuesta durante el gobierno de facto de Roberto Micheletti, quien, por prejuicio o desconocimiento, la consideró erróneamente un método abortivo y la prohibió durante trece largos años. Así, Honduras se convirtió en el único país del continente americano con esta restricción hasta 2023.

Cerca del aeropuerto Toncontín, encontré algunos de los nombres de niñas y mujeres que han sido brutalmente asesinadas y que representan los feminicidios sin resolver en este país. Aunque el Estado las haya olvidado, nosotras no. Ahí también había un mural sobre Keyla Martínez, una chica cuya historia sigue conmocionándonos. Keyla fue víctima de un femicidio estatal que ahora se encuentra en la impunidad; el único acusado quedó en libertad a inicios de este año. Mientras la comunidad continúa de luto por su injusta partida, las autoridades siguen amparándose en un Estado que les protege de sus múltiples abusos.

Cerca del Estadio Nacional, hay un mural de tres mujeres que, bajo el lema «Mi trabajo sostiene tu vida, nuestros derechos sostienen la mía», invita a reflexionar sobre el trabajo doméstico no remunerado. Esta obra denuncia la enorme desigualdad que persiste en Honduras, donde las mujeres representan, casi de manera exclusiva, la población dedicada al trabajo doméstico y de cuidados. Lo hacen en un contexto sin protección legal, ni beneficios sociales y médicos; un contexto que promueve la desigualdad, discriminación y abuso. Junto a este mural, otra ilustración muestra las piernas de diversas mujeres con la palabra «piropo», un término paradójico porque se utiliza como sinónimo de cumplido, y así normaliza lo que en realidad es: el acoso callejero.

En otros callejones de la ciudad, y en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), se repite la imagen de unos ojos de mujer con el mensaje «Yo no quiero ser violada». Un resultado del clamor de las estudiantes, que incluso temen ir solas al baño por el alto riesgo de sufrir violencia sexual en las instalaciones de la universidad. Es tan irónico como alarmante que, en una institución de educación superior, tengamos que recordar algo tan básico como que las mujeres no se violan.

Las paredes de Tegucigalpa se prestan para narrar nuestras vivencias, evitando que estas se borren de la memoria colectiva. Estos grafitis representan fragmentos de nuestras historias. Representan un reflejo de la vida cotidiana y política de las mujeres hondureñas.

Quizás hemos comenzado a expresarnos por muros, ya que hemos sido silenciadas de los demás espacios. Estos temas se consideran «demasiado intensos» o «demasiado incómodos» para la mayoría de las personas. A pesar de ser una realidad ineludible para nosotras. Al hablar de estos miedos e injusticias, somos tachadas de revoltosas o, peor aún, de «feminazis», un término peyorativo e ignorante popularizado por sectores conservadores para desprestigiar las luchas feministas. Mientras la situación no cambie, las calles de Tegucigalpa seguirán gritando nombres y exigiendo justicia. Los muros son ahora testigos y portavoces, escribiendo la verdad que algunos insisten en ignorar.

Sobre la autora
Maryoriet R. Salgado es comunicadora e investigadora social. Actualmente cursa estudios doctorales en la Universidad de Bonn (Alemania). Su investigación se centra en temas de denuncia de la subordinación de género y la violencia doméstica en el país, abordados desde un enfoque decolonial. Es cofundadora de Niña, una organización sin fines de lucro dedicada a apoyar de manera integral a niñas en áreas urbanas, fomentando su permanencia en la escuela y la exploración de sus derechos.
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