El 2 de abril, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció un arancel del 10 % a las importaciones hondureñas. Un sector empresarial del país celebró el valor relativamente bajo del arancel, en comparación a países como Bangladesh, con un arancel cerca del 40 %. Sin embargo, lejos de tranquilizarnos, estos nuevos aranceles deberían de llamarnos a reflexionar sobre cuál es la mejor estrategia para negociar con un superpoder, aparentemente inestable, a cuya zona de influencia nos es virtualmente imposible escapar. No tener un plan es un mal plan. Y una mala estrategia sería equivalente a lanzar nuestros intereses nacionales por un precipicio.
Al negociar con Estados Unidos, un país como Honduras debe generar coaliciones, resaltar su valor estratégico, y, sobre todo, insistir en un sistema internacional basado en el respeto a las normas. Lograrlo requerirá una transformación interna.
¿A qué nos enfrentamos?
El presidente Trump frecuentemente se queja de que Estados Unidos ha sido la víctima de la globalización. Acusa a algunos países, incluyendo a sus aliados históricos, de aprovecharse de la buena voluntad estadounidense y de la globalización para obtener arreglos comerciales inmerecidos. A primera vista, esta tesis es inverosímil. El 90 % de las transacciones financieras del mundo se hacen en dólares, y la mitad de las ganancias de las industrias tecnológicas van a Estados Unidos, como señala Michael Beckley, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Tufts. Es decir, Estados Unidos sigue siendo, en promedio, un gran ganador de la globalización.
Sin embargo, los niveles de desigualdad en EE. UU., especialmente para los que no logran una educación universitaria, son alarmantes. Un tercio de los trabajos en manufactura ha desaparecido en los últimos 20 años, mientras que en el 2021 el 10 % más rico del país poseía el 70 % total de la riqueza. En gran medida, estos niveles de desigualdad, combinados con la inflación pospandémica, explican el gane decisivo de Trump, quien prometió regresar el país a su «antiguo esplendor», Make America Great Again.
Estamos ante un superpoder que se percibe agraviado. Uno dirigido por un gobierno que se sabe poderoso y que necesita mostrarle a su base que no tiene miedo de usar su poder. Por eso, cualquier resistencia o desaire hacia la administración de EE. UU se castiga con sanciones económicas o políticas inmediatas. Este es el nuevo orden mundial. Honduras tiene que repensar cómo existir en él, en vez de refugiarse en un falso sentido de seguridad, solo porque en este momento no sufre la ira del presidente Trump.
Negociación desde nuestra realidad
Formar coaliciones es una de las principales estrategias de negociación para un país con poder relativamente bajo ante un superpoder. En el caso de Honduras, esto pasa por coordinar su respuesta con mecanismos de integración regional como el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA). A pesar de que no se logró una declaración unánime de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en su reciente reunión en Tegucigalpa, el Gobierno de la presidenta Castro podría acercarse a los países que comparten sus preocupaciones, como México, Brasil y Colombia, para lograr acercamientos con Washington basados en temas de interés común. Estos temas podrían incluir la lucha contra el crimen organizado, la migración y la estabilidad regional.
Aunque cada país en América Latina sostiene diálogos bilaterales para mejorar su relación comercial con Estados Unidos, es más probable llegar a acuerdos beneficiosos como bloque, ya que la posición individual de cada país se vería fortalecida al aumentar los temas sobre los que se podría negociar. Como ha señalado Nicolás Perrone, profesor de Derecho Económico de la Universidad de Valparaíso, Chile, en este entorno actuar por separado solo beneficia al poder más fuerte.
Otras estrategias de negociación que Honduras puede utilizar incluyen comunicaciones estratégicas con grupos de interés en Estados Unidos. Un mapeo de actores clave en Washington, junto a una comunicación estratégica y frecuente es indispensable para avanzar nuestra agenda como país, además de como bloque. La presidenta Claudia Sheinbaum es un excelente ejemplo de cómo ha movilizado la diplomacia a la vez que ha sido firme en la soberanía de su país. Su ministro de economía ha visitado EE. UU. más de cinco veces en un mes para negociar.
En sus comunicaciones estratégicas con EE. UU., Honduras haría bien enfatizando su valor estratégico para la estabilidad regional en Centroamérica. Una Honduras políticamente estable, menos desigual y más próspera siempre será un mejor socio. Por otro lado, el costo de una Honduras sumergida en el caos sería altísimo para Estados Unidos y la región.
Transformación para resistir
Un momento de amenazas externas requiere mucha cohesión interna. Este es, probablemente, nuestro reto más grande. Las recientes elecciones internas de marzo demuestran una sociedad altamente polarizada y dividida.
Casi dos meses después de un proceso en el que solo participó menos del 40 % del electorado, el ciclo mediático sigue consumido por conspiraciones y una búsqueda impostada de culpables. Lejos de generar confianza, las confrontaciones y acusaciones entre las autoridades electorales, las Fuerzas Armadas y los partidos políticos contribuyen a una mayor apatía hacia nuestro proceso democrático.
No podemos enfrentarnos así contra un Goliat desenfrenado. Primero, porque cualquier coalición sensata rechazaría a un socio inestable. Segundo, porque la falta de respeto a las normas internas les resta credibilidad a nuestras demandas de respeto a las normas externas. Y tercero, porque al no presentar un frente unido, es más fácil que cualquier agente externo socave nuestras posiciones.
Por lo tanto, necesitamos una transformación interna. Si vivimos en un país democrático, entonces debemos exigir elecciones libres, justas y transparentes en noviembre. Si vivimos en un país con Estado de derecho, entonces debemos exigir que el siguiente gobierno respete nuestras libertades civiles. Si vivimos en un país que cree en el derecho internacional, entonces debemos exigir el cumplimiento de los tratados internacionales, como los que protegen los derechos de nuestros pueblos originarios y a los defensores de derechos humanos.
Solo entonces podremos exigir el respeto a las normas internacionales, porque estamos actuando y siendo parte de esas normas, aun cuando un superpoder pretenda pretender que ya no existen.
Tal como escribió el disidente checo Vaclav Havel en su ensayo El poder de los que no tienen poder, solo viviendo en la verdad se puede luchar contra la crisis moral que causa un sistema basado en mentiras, que presenta a la expansión imperial como una defensa de los oprimidos.