Por Persy Cabrera
Fotografías: Fernando Destephen
«Mi escritura es muy sencilla», dijo Gustavo Ardón. Frente a él, en una mesa, está su libro Paraíso azul, que recopila los versos que ha escrito sobre su familia, la naturaleza y, por supuesto, sus experiencias de vida. Este es su primer libro, uno que reúne todas esas palabras que alguna vez escribió en servilletas, hojas de papel sueltas, y que gracias a un esfuerzo familiar para autogestionar la publicación, ahora están en este libro.
Gustavo también considera que empezó tarde a escribir. Contó que dio sus primeros pasos cuando todavía era estudiante en la que en ese entonces se llamaba Escuela Normal de Varones Centroamérica, ubicada en Comayagua, e improvisaba algunas cartas de amor junto a un amigo del colegio. Ahí se graduó de maestro en 1987; después ingresó a la Escuela Nacional de Agricultura (ENA), que ahora se llama Universidad Nacional de Agricultura (UNAG), y se graduó como agrónomo en 1990. Posteriormente, una beca que buscó incansablemente por tres años lo trasladó a México en la Universidad Autónoma de Chapingo.
Entre risas, Gustavo contó que unos meses antes de irse a México se casó con la que ahora es su esposa, y que cuando aún eran novios Gustavo comenzó a escribir poesía, una travesía que culminó en la publicación de Paraíso azul en noviembre de 2024. Gustavo explicó que ha escrito a lo largo de casi toda su vida y lo sigue haciendo porque eso lo «libera» y «le ordena las ideas», «es una válvula de escape», concluyó.
Ahora tiene 55 años, y ha pasado 29 de ellos siendo maestro en la UNAG en el área de Producción Animal, como coordinador del Centro Integral de Aprendizaje Avícola, y como un destacado investigador académico. Gustavo respondió a las preguntas de esta entrevista un día antes de la Feria del Libro en el Redondel organizada por el Centro Cultural de España de Tegucigalpa (CCET), que funcionó como plataforma de lanzamiento para Paraíso azul.
«Este libro es una compilación de emociones», me dijo el autor de Paraíso azul para explicar su obra, en la que cuenta por ejemplo, que cuando era un niño escaló un búcaro, una tinaja de barro grande, para tomar agua y terminó quebrándose un hueso; o aquella ocasión en la que siendo un adulto, logró expresar algunas palabras en el funeral de su hermano, pero le supieron insuficientes. Un pequeño fragmento de ese poema dice: «(…) pero no pude, la lengua se anudó, se nubló mi mente; / de mi corazón, en otoño, cayeron sus hojas».
Gustavo catalogó como «sencilla» su escritura, y amplió esa idea diciendo que «hay una que otra palabra rebuscada» en el libro. Añadió que para escribir le inspiraron la Premio Nobel, poeta y también pedagoga chilena, Gabriela Mistral, y que también conoce la obra de otras grandes figuras literarias como Rubén Darío o Gustavo Bécquer, aunque luego advirtió: «No soy un experto».
Por eso a él no le no le interesa escribir en prosa. Dijo que con el tiempo aprendió a ver la métrica de sus versos, y que incluso antes de publicar su libro, revisó algunos de sus poemas antiguos y notó que había mejorado. Para él está claro; lo importante, y su objetivo principal, es que el «entretejido de palabras» de Paraíso azul, «tengan un sentido y que cause una emoción en las personas». Para demostrarlo me enseñó un audio que su hija, Mónica, le envió, donde una maestra de un colegio de Catacamas, Olancho, cuenta que varios de sus estudiantes lloraron leyendo uno de sus poemas en una clase.
La materialización de este libro viene de un gran esfuerzo familiar. Gustavo explicó como broma que tiene como mánager justamente a Mónica Ardón, una de sus hijas, quien se encargó del diseño de la portada, la diagramación de los poemas y también de difundir este libro en redes sociales.
Mónica Ardón es una bióloga de 28 años que ha trabajado en diseño gráfico para divulgación científica, y dijo que lo que les impulsó a ver impreso este libro es que «como familia siempre sentimos que esas palabras merecían estar en un lugar», y que verlo publicado terminó siendo «una forma de honrar su voz».

Autopublicar un libro en Honduras es una tarea complicada, Gustavo relató que lo primero que intentaron fue encontrar una imprenta que lo reprodujera, pero además de costoso, no tenía la calidad que esperaban y las imprentas pedían una alta cantidad de ejemplares para cerrar el trato.
Mónica apuntó que en esta autopublicación hubo muchísimos retos, «pero nosotros siempre fuimos autodidactas», añadió con mucho orgullo, y contó que tuvo que aprender cómo hacer una maquetación, a conseguir el ISBN que se desglosa como Número Internacional Normalizado del Libro, un código que identifica cada libro publicado mundialmente, y también a autopublicar en Amazon, plataforma que ha servido a muchas editoriales, autoras y autores independientes en Honduras para difundir sus libros.
La producción editorial en Honduras ha sido una de las más bajas en la región, según datos del informe publicado en 2017 titulado «El libro en cifras» del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), quedando por delante solo de Nicaragua. De acuerdo a este informe, en 2015, Honduras registró 378 libros con ISBN, mientras que Costa Rica tuvo 1,263 títulos, El Salvador, 743, Panamá, 974, y Guatemala en primer lugar, con 1,247.
Durante la segunda edición de la Feria del Libro de San Pedro Sula, el poeta y gestor cultural Salvador Madrid explicó que justamente una de las necesidades culturales del país es el desarrollo de una «industria editorial» que esté incentivada desde el Gobierno.
Desde la Secretaría de las Culturas, las Artes y los Patrimonios de los Pueblos de Honduras, se fundó en 2022 la editorial que lleva el nombre de la poeta hondureña Eva Thais, de la cual reportan que en dos años ha publicado 22 libros. En su página web señalan como «sobresalientes» a «La historia como lucha, de René Hernández Coto; Memorias, Manifiesto de David, Testamento de Francisco Morazán, y El pensamiento de Francisco Morazán, de Adalberto Santana».
El día de la Feria del Libro en el Redondel, la hija y mánager de Gustavo Ardón, Mónica, tenía lista la mesa que mostró al mundo la primera obra de su padre. Ella contó que veían «cómo la gente reaccionaba cuando leía los poemas. Creo que enseñar poemas y que a la gente le gusten, hoy en día es algo difícil; entonces, ver que la gente está conectando con esto para mí es satisfactorio».
La Feria del Libro que el CCET organiza anualmente reúne a diferentes librerías y editoriales reconocidas, pero lo más importante es que se ha convertido en una ventana de exposición para las escritoras y escritores independientes, así como para las publicaciones que rescatan algunas ediciones de libros perdidas de autoras y autores hondureños, y también poesía que viene desde la población LGBTIQ+ y de los colectivos literarios juveniles.
Mónica, junto a sus amistades, preparó una mesa con diferentes dinámicas para presentar la publicación; en un tablero había un par de poemas del libro, algunas fotos que le pusieron rostros a las palabras, y también colocaron unos audífonos para que se pudieran escuchar algunos de los poemas. Ahí estuvo la complicidad de una hija que quiere ver en más manos a Paraíso azul.
Habrá más poemas de Gustavo, porque como él mismo confirmó en esta entrevista, es alguien que nunca se detiene, pues tiene toda una vida escribiendo. Aun con los horarios apretados de un papá, de un docente, de alguien que viaja a congresos, que tiene una tesis que defender y otros proyectos académicos, no deja de atesorar y guardar los sentimientos como un admirador de la vida, y jamás deja de pensar en palabras y versos «sencillos» que puedan expresarlo.