En Tegucigalpa, una gran parte de la población sigue creyendo en la democracia y en un sistema electoral que le ha causado múltiples decepciones y horrores. Tras las inéditas irregularidades logísticas del 9 de marzo de 2025, el Consejo Nacional Electoral (CNE) ordenó realizar la votación en dos centros que quedaron pendientes. Votantes de todos los partidos acudieron a ejercer el sufragio, acompañados por algunas quimeras inesperadas: varios precandidatos y precandidatas de estas elecciones.
Texto: Fernando Silva
Fotografía: Fernando Destephen
El domingo 16 de marzo, Ondina Yamileth Méndez Hernández llegó a su mesa asignada en el Centro de Educación Básica Maximiliano Sagastume, en la colonia Sagastume de Tegucigalpa, lista para ejercer el sufragio. Pero cuando los miembros de la junta receptora de votos ingresaron sus datos en el sistema, apareció un problema: según el registro biométrico, ella ya había votado. Eran las 8:36 de la mañana y el sistema indicaba que su voto se había emitido dos minutos antes, a las 8:34.
Ondina no dijo nada y desapareció. Detrás de ella solo quedaron los nervios de los miembros de la Junta Receptora de Votos que discutían y miraban la pantalla del sistema biométrico sin saber qué hacer. Así como las elecciones se alargaron una semana más en Tegucigalpa, las irregularidades también encontraron su lugar en este after democrático.
El caso de Ondina fue solo un reflejo de un proceso irregular que provocó que, una semana después de la fecha original, ella siguiera en su intento de votar. El 9 de marzo, una serie de irregularidades en la distribución del material electoral en Tegucigalpa y San Pedro Sula extendió la jornada hasta la madrugada, dejando a cientos de hondureños sin la oportunidad de ejercer el sufragio. En dos centros de votación de la capital, fueron los propios miembros de las juntas receptoras quienes decidieron suspender el proceso ante las anomalías detectadas. Uno de ellos justamente fue el ubicado en la colonia Sagastume.
***
El domingo 16 de marzo debería haber sido un domingo cualquiera en la colonia Sagastume de Tegucigalpa, con la gente yendo a la iglesia, tomando un mototaxi hacia el centro de la ciudad para hacer el mercado, y los niños jugando o ayudando a sus padres a lavar los carros. En cambio, a las siete y algo de la mañana, el sonido ambiental ya estaba saturado por los jingles políticos que salían a todo volumen desde los parlantes de las carpas partidarias, tapizadas con los rostros de los precandidatos y precandidatas. Justo al entrar a la zona cero de la votación se escuchaba una canción del grupo mexicano Maná, y más adelante una adaptación de la canción «No se va» de Grupo Frontera, burdamente reciclada para la campaña del actual alcalde capitalino Jorge Aldana.

Esa colonia, ubicada a orillas del reconocido, caótico y turbio río Choluteca, esperaba su segundo intento de elecciones primarias.
Los testimonios de los habitantes indican que cuando las maletas electorales llegaron al Centro de Educación Básica Maximiliano Sagastume, entre las 8:30 y 9:00 de la noche del 9 de marzo, activistas de los partidos de oposición quemaron llantas e impidieron la instalación de las mesas electorales. En ese centro de votación, donde estaban habilitadas 5,338 personas de 12 barrios aledaños, apenas quedaban unas 200 esperando votar. Por eso la gente se opuso y logró impedir la puesta en marcha de los comicios.
«Ya toda la gente se había ido, no era lógico ir a levantar a todos esos barrios que están lejos, ya estaban durmiendo a esa hora», dijo luego un simpatizante del Partido Liberal que presenció todo y se opuso a que se instalaran las urnas.
El Consejo Nacional Electoral (CNE) ordenó entonces la repetición de las elecciones en este centro de votación y sus cinco juntas receptoras de votos, así como en el Instituto Cultura Nacional y su única junta receptora en el Barrio San Rafael.
Aunque la hora oficial de inicio de esta reedición electoral en la colonia Sagastume era las 7 de la mañana, casi a las 8 la fila de votantes aún se extendía en las afueras del centro. La gran presencia militar en la zona contrastaba con la ansiedad de los votantes, en su mayoría del Partido Nacional, en un área reconocida como bastión del partido «cachureco». Activistas y líderes locales del nacionalismo ayudaban a mantener el orden y daban instrucciones a quienes llegaban.
Allí estaba María Alejandra Guevara, una mujer de 62 años que, con fervor y vestimenta particular ––muchos anillos, gorra Adidas y una camisa con una ilustración de Ghost Face—, contó con orgullo que era nacionalista desde que estaba en el vientre de su madre, pues su abuelo peleó en la guerra junto al fallecido dictador y general Tiburcio Carias Andino. Curiosamente, María apoyó en estas elecciones al precandidato Nasry Asfura, y no a la ex primera dama Ana Garcia Carias, cuyo tatarabuelo era hermano del dictador.
«Desde la 1 de la tarde estaban parqueadas en el parque La Concordia ––dice sobre las urnas del 9 de marzo–– y no subían, nosotros no somos juguete y merecemos respeto», explicó María, y aseguró sentirse feliz porque su colonia se convirtió en el foco de la cobertura mediática de todos los medios de comunicación durante ese día.
A unos metros de donde platicábamos, se tomaba fotos Kilvet Bertrand, el candidato millenial que actualmente lidera las votaciones para las candidaturas a diputados por el departamento de Francisco Morazán del Partido Nacional, quien llevaba un sticker en el pecho con su nombre y la casilla que ocupó en la planilla. María dijo que ya esperaban ese «desfile» de políticos, y aunque no quiso decir nombres, aseguró que solo seis candidatos de su partido han «estado al pie de la bandera» con ellos.
«Nosotros estamos bien plantados y sabemos quiénes han estado y quiénes no, porque han estado mucho tiempo en el poder y no han hecho nada», sentenció. También aprovechó para denunciar «la compra de conciencias» por parte del oficialismo, que la noche previa había llegado a repartir canastas y meter maquinaria para reparar una calle.
«Nosotros no le hemos ofrecido nada a nuestros votantes porque ellos saben que son cachurecos de nacionalidad», apuntó María.
Pero cuando el Partido Nacional estaba en el poder, las prácticas clientelistas y el uso de fondos públicos en las campañas electorales eran parte de la estrategia para mantenerse en el control del Gobierno. Una dinámica que les permitió perpetuarse a pesar de los múltiples casos de corrupción y las acusaciones de vínculos con el narcotráfico, que tuvieron su momento cumbre con el juicio del expresidente Juan Orlando Hernández en Estados Unidos por cargos relacionados con la narcoactividad.

Antonio Rivera Callejas, otro de los candidatos nacionalistas que acudió a la colonia Sagastume y ha sido favorecido con los resultados de estas elecciones, aseguró que aunque sí es cierto que algunos dirigentes de su partido han sido señalados por corrupción y narcotráfico, «son personas individuales, no el Partido Nacional como tal, igual que han sido señalados liberales y [de] Libre». Rivera Callejas dice que su promesa es cambiar y mejorar los errores cometidos en el pasado.
«A nosotros ya nos castigaron, perdimos la elección pasada por medio millón de votos, ya aprendimos la lección, nadie se da con una piedra en los dientes dos veces. Ahora vamos a ser transparentes, honestos, y vamos a legislar en beneficio del pueblo en el Congreso para ayudarle al ejecutivo y cambiar Honduras», aseguró Rivera Callejas.
En 2018, Callejas fue implicado en el caso conocido como «pacto de impunidad», acusado de falsificación de documentos públicos y delitos contra la forma de gobierno. Sin embargo, en mayo de 2019, la Corte Suprema de Justicia le otorgó un sobreseimiento definitivo, librándose de estos cargos.
Rivera Callejas también alabó el hecho de que nuevas caras están siendo electas en su partido para competir en las próximas elecciones generales de noviembre de 2025, pero aseguró que también se necesita una cuota de experiencia para legislar. Para remarcar su punto, declamó una parte del himno del Partido Nacional:
«Viejas Guardias de gestas famosas, se unen ya con la joven brigada, a librar la batalla sagrada, del trabajo, el progreso, el amor», recitó de memoria. Este actual diputado busca su cuarto periodo consecutivo como congresista en el Poder Legislativo.
Ya con las urnas abiertas, las similitudes entre el Partido Nacional y Libre pasaron a ser más evidentes. La primera parte de la jornada se desarrolló en su mayoría entre confrontaciones y gritos de simpatizantes de ambos bandos, incitadas por la presencia de varios precandidatos y precandidatas a diputaciones de ambos partidos. Ese día el denominador común de los medios de comunicación en Honduras fue la publicación de múltiples notas sobre los enfrentamientos, con la palabra «zafarrancho».
Entre los que gritaban e intentaban saltar también estaba el precandidato de Libre, Marco Eliud Girón. Aunque él no quiso ser entrevistado, hablé con uno de sus dirigentes en la zona.
David Mejía tenía 16 años cuando ocurrió el Golpe de Estado contra el expresidente Manuel Zelaya; ahora, 16 años después, ha sido uno de los encargados de apoyar en la gestión de proyectos por parte de diputados y candidatos a diputados para los 12 sectores que conforman la colonia Sagastume.
«Tenemos muchos proyectos, y por eso ellos [los nacionalistas] tienen miedo, porque este es un territorio nacionalista, pero poco a poco hemos trabajado y vamos ganando más gente para el partido. Hemos tenido candidatos a diputados que están en el Congreso que nos ayudan con cosas para cualquiera, no miramos color político, aquí miramos la necesidad de las personas, hemos dado pisos, techos, canastas», contó David, eufórico, entre los gritos de sus compañeros.
En el especial «Rancho Stone», Contracorriente investigó cómo, desde el presupuesto general de 2023, se ha aprobado un fondo de 950 millones de lempiras anuales para que congresistas de todas las bancadas gestionen proyectos bajo el esquema de infraestructura menor, obras sociales, becas y canchas deportivas. Estos proyectos son gestionados a través del Fondo Hondureño de Inversión Social (FHIS), la Secretaría de Infraestructura y Transporte (SIT), la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), la Secretaría de Gobernación, Justicia y Descentralización (SGJD), el Instituto de Crédito Educativo (Educrédito), el Fondo Social de Desarrollo Eléctrico (Fosode) y la Comisión Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (Condepor).
Pero este no es el único dinero que tienen disponible, ya que, de 2022 a 2024, se han erogado 614.8 millones de lempiras en subvenciones para ayudas sociales, donaciones a asociaciones sin fines de lucro, a instituciones descentralizadas y a municipalidades, todo mientras se desconoce quiénes y en qué utilizan estos millones.
A pesar del uso de estos recursos, los resultados de Libre para estas elecciones no parecen ser lo que esperaban. Hasta el momento, con un poco más del 60 % de las actas procesadas en ambos partidos, el Partido Nacional es el que reporta más votos válidos, seguido de Libre, que además ya supera los 100 mil votos nulos y blancos. David atribuye esto a la «mapachada», un término que el oficialismo ha atribuido a los miembros de la burocracia estatal que no militan dentro de esa institución política.
Mientras tanto, en las urnas del Partido Liberal, fuera de los gritos y las tensiones, sus simpatizantes parecían votar con más calma. Quizás influenciados por los discursos de unidad que se habían gestado la semana anterior, después de la declaración de triunfo de Salvador Nasralla y la aceptación de los perdedores, entre ellos Jorge Cálix.

Entre los que confían en que Nasralla podrá darles la victoria a los liberales se encuentra Valentín Gutiérrez, quien cuenta que hace unos años era nacionalista, pero se decepcionó de ese partido y por eso ahora es liberal, pero no uno más del montón, sino que uno a quien le gusta trabajar por su partido.
«La renuncia mía con el Partido Nacional fue porque estuvimos casi a punto de los golpes con un candidato a diputado que Juan Orlando Hernández envió aquí a la Sagastume; entonces me decepcioné y dije: “Yo he dejado mi pellejo en en el terreno, y estos vienen con esas actitudes”, entonces no», contó.
Por eso dice que ahora sus expectativas con Nasralla son salir del tradicionalismo de los políticos. Dice que confía en que no va a robar, porque ya tiene riqueza y se ve honrado.
«Lo que más me gusta de él es que siempre que habla, habla de los pobres, cosa que no hacen los otros, ellos dicen el pueblo, no dicen los pobres», explicó Valentín, y añadió que, aunque Salvador insulta a sus contrincantes «es un buen candidato, es pacifista más que todo, y no incita como Mel, que le encanta ver relajo y sangre, y Salvador no».
El domingo 9 de marzo, en medio de las irregularidades y retrasos en la distribución del material electoral en Tegucigalpa y San Pedro Sula, Nasralla publicó una serie de videos en los que, visiblemente alterado, afirmó que él ganaría las elecciones a menos que el expresidente Zelaya lo asesinara, algo (asesinar) que, según él, ya ha hecho en el pasado.
Valentín también se refirió a las ayudas que dio el oficialismo en su colonia, y las calificó como un «saqueo a nuestros impuestos, pues lo que están haciendo es comprando voluntades con el dinero del mismo pueblo. Pero bueno, si ellos me ofrecen 2,000 lempiras por el voto yo los agarro, pero ya dentro de las urnas yo sé por quién voy a votar», explicó.
Valentín cerró la conversación replicando parte de la narrativa de su candidato, y echó la culpa de lo ocurrido el 9 de marzo al expresidente Manuel Zelaya.
***
A veces, los últimos tampoco son los primeros. En el Instituto Cultura Nacional del barrio San Rafael, una votante llegó pasadas las diez de la mañana con la certeza de que aún podía ejercer el sufragio. Creyó entender que la orden del CNE era clara: cualquiera que no hubiera votado el 9 de marzo tenía derecho a hacerlo en esos dos centros de votación.
Pero no. Su nombre no aparecía en el padrón, su mesa no estaba ahí, y su voto era imposible. No hubo reclamos ni discusiones, solo el rostro de resignación. A pesar de todo, en una acción que pareció un consuelo, los miembros de la junta receptora le pintaron el dedo, como si hubiera votado. Al fin y al cabo, un recordatorio del derecho que se le negó.
La jornada en ese centro de votación transcurrió con una lentitud que contrastó con el bullicio de la colonia Sagastume. No hubo gritos ni confrontaciones, solo el goteo pausado de votantes que llegaban, votaban y se iban. De las 267 personas habilitadas para sufragar, y que llegaron durante el tiempo que estuve ahí, la mayoría lo hizo con entusiasmo, incluso con disposición para hablar con los reporteros, que a media mañana ya superaban en número a los votantes.
Quizá los menos dispuestos a conversar eran los simpatizantes de Libre. Los vi entrar y salir con prisa, esquivando cualquier contacto con la prensa. En la semana que transcurrió entre el 9 y el 16 de marzo, tras la victoria inapelable de Rixi Moncada en las primarias, el oficialismo se sacudió con un terremoto interno. Desde distintos sectores, integrantes de Libre denunciaron que los precandidatos del movimiento M28 inflaron las urnas con votos adulterados, amenazaron a empleados públicos con despedirlos si no votaban por ellos y desviaron recursos estatales para su campaña.
Las acusaciones siguen surgiendo. Algunos candidatos ya han renunciado al partido y otros, como Rafael Sarmiento, jefe de la bancada del oficialismo en el Congreso, han anunciado la creación de un nuevo movimiento interno.
Mientras tanto, en el Partido Liberal —que se esfuerza por consolidarse como la principal fuerza de oposición— el panorama era distinto. En ese centro de votación, las carpas de los distintos movimientos habían desaparecido. Solo quedaba una, sobria y sin matices, proclamando el triunfo de Salvador Nasralla y la victoria de toda su planilla de diputados y diputadas.
A ese centro de votación también llegaron algunos candidatos y candidatas de los tres partidos políticos, entre ellos Bernardo Anariba, del movimiento de Salvador Nasralla, quien también destacó la unidad partidaria como la clave para el camino que les espera hasta el 30 de noviembre de 2025.
Para Anariba, lo ocurrido el 9 de marzo dejó una lección clara: la gente no está dispuesta a que le arrebaten su derecho a elegir. Y si votar implica hacerlo una semana después que el resto del país, lo harán.